24 La traición

El chico prosiguió:

—Observaba a su padre enseñar. Recogía flores con sus hermanas: rosas casi todas ellas, pues eran las favoritas de su madre. Cocinaba con su madre todos los días, rodeados por la fragancia de las rosas. Probaba la comida y reía y la escuchaba cantarle historias de personas de tierras lejanas. Las historias se entretejían como un tapiz y se asentaban en su corazón.

»Y entonces, tan velozmente como el verano se convierte en invierno, la madre del chico murió. Y luego su padre murió. Y su hermana murió. Y toda la dicha de la enseñanza y del canto y de la cocina se esfumó. El chico se fue a vivir con la mejor amiga de su madre, en la que confiaba y a la que admiraba más que a nadie.

»Y en ella encontró a una segunda madre, que cuidaba de él y lo ayudaba a sanar. Y con el tiempo el chico fue capaz de encontrar la dicha en la enseñanza, el canto y la cocina otra vez.

»Así que hoy presento mi interpretación de un dulce de mi tierra, que mi madre solía hacerme. Está decorado con rosas, en memoria de mi madre, y en honor a la que ha sido como una madre para mí desde entonces. La obra de mi corazón. Rosas rojas y rosas en homenaje a ambas.

El chico se bajó la capucha y se quitó las gafas de sol.

La multitud aplaudió mientras Vik acercaba su fuente a la mesa de los jueces. Trufi Fru sonreía de oreja a oreja con regocijo, pero la sonrisa de la señora T. se borró.

Gulab jamun, ¿estoy en lo cierto? —preguntó Trufi Fru con la boca llena—. ¿La inspiración para este cupcake?

Vik asintió.

—Una amiga me dijo una vez que le encantaba coger sus postres favoritos y convertirlos en otra cosa. —Me miró brevemente.

Gulab jamun. Lo había comido miles de veces en la India. Cremosas bolas fritas empapadas en sirope de azúcar, condimentadas con cardamomo y…

—Agua de rosas —dijo Trufi Fru—. Puede ser un ingrediente engañoso, pero… —se relamió los labios— has hecho un trabajo excelente. Y no sé cómo has conseguido imitar el sabor de ese postre tan dulce sin que tu cupcake sea demasiado dulce. Fascinante.

—He recubierto los pétalos de rosa con azúcar y sal —dijo Vik—. Azúcar para la risa y sal para las lágrimas.

—Profunda reflexión —dijo Trufi Fru, tomando notas en su cuaderno.

La señora T. frunció los labios.

—Chef Fru…

—Un minuto, por favor. —Trufi seguía escribiendo.

—Tengo algunas sugerencias —dijo la señora T., que intentaba mirar de reojo el cuaderno—. ¿Está seguro de que no quiere una chocolatina mientras está pensando?

Yo apenas podía respirar. ¿Qué estaba haciendo Vik aquí? Creí que no le gustaban los concursos. ¿Y cómo había confeccionado algo tan hermoso y delicioso?

Me di una palmada en la frente. ¡Qué estúpida había sido! Vik me había mentido sobre los concursos, igual que me había mentido sobre nuestra amistad. Por eso me había dicho que no participara, ¡quería ganar él! Seguro que se había confabulado contra mí desde el principio y había intentado robarme mis secretos culinarios. En cuanto vio que yo tenía El Libro, había leído cuanto había podido de él. Y todo el tiempo que habíamos pasado leyendo cuentos sobre la estúpida Reina de la Naturaleza, solo había sido para distraerme.

Me quedé mirando las espirales de la encimera de mármol que tenía delante.

Vik no podía ganar. No podía ser el campeón. Ni siquiera era de Comity. ¡Solo había venido a veranear!

No podía ser quien pasara tres días horneando con Trufi Fru. Él no podía ganar las prácticas de mis sueños.

—Tengo que meditarlo un poco —dijo Trufi Fru—. Hagamos una pausa de diez minutos. —Salió de la cafetería con su cuaderno.

—Mimi… —me susurró Vik—. Tengo que hablar contigo.

No pensaba mirarlo. No podía.

—Oye, Mimi —dijo Kiera—. Yo… yo solo quería darte las gracias.

La miré dudosa, pero no tenía esa sonrisita suya. Me encogí de hombros.

—No sabía cómo iba a terminar. Me has ayudado a no darme un batacazo hoy. Estoy…

—Mimi, ven —me llamó Henry haciéndome una seña.

Lancé una última mirada a Kiera antes de ir junto a mi familia.

—Estos cupcakes tienen una pinta deliciosa —dijo mamá.

—¡Y qué historia! —dijo papá.

Jules enarcó las cejas y me pellizcó en broma el brazo.

—No puedo creer que hayas ayudado a Kiera después de todas las maldades que te ha dicho.

—No es tan mala —dije.

—Has guardado la calma incluso cuando las cosas se han torcido —dijo Henry—. Como los mejores competidores de la tele.

Riya me besó la mejilla y permaneció a mi lado, con una calma inusitada.

Se hizo el silencio en la sala cuando Trufi Fru volvió a la mesa de los jueces.

—He tomado mi decisión —dijo. Kiera, Vik y yo nos pusimos en fila. Una tenue arruga apareció entre los hermosos ojos de la señora T.

—Ha sido una decisión difícil para mí, porque estos tres jóvenes han demostrado no solo un talento extraordinario, sino también historias increíblemente inspiradoras detrás de su comida. Yo hago comida y soy juez en concursos para ganarme la vida, pero he de decir que este concurso ha sido algo mágico, igual que volver a mis raíces en Comity.

Trufi Fru se volvió hacia Kiera, hacia Vik y hacia mí.

—Debéis estar todos orgullosos. Pase lo que pase hoy, seguid haciendo pasteles.

La multitud tronó.

—En tercer lugar: Kiera Jones. Kiera, los brownies de tu abuela estaban deliciosos y tu historia ha sido conmovedora. Pero los esfuerzos de tus competidores han sido más refinados y solo has usado las caléndulas para decorar, sin integrarlas verdaderamente en tu creación. Además, habrían salido mejor si los hubieras dejado cinco minutos menos en el horno. Por favor, acércate a recibir mi premio: un ejemplar firmado de mi nuevo libro de cocina, El arte de hornear mágicamente, y un vale de regalo para el Café de las Horas.

El público aplaudió. Kiera se dio un apretón de manos con Trufi Fru y con la señora T. y se fue junto a sus padres. Me miró y sonrió.

—Y ahora —dijo Trufi Fru—, el subcampeón y el campeón. He de decir que, sinceramente, no sabía cómo tomar esta decisión. Estos dos jóvenes han elaborado cupcakes exquisitos en unas restricciones de tiempo increíbles, y les pedimos que usaran ingredientes poco habituales, algo que los dos han hecho con mucha destreza. Y las historias que acompañaban a estos postres han sido destacables también. Mimi, tus cupcakes estaban deliciosos, un equilibrio excelente de agrio y dulce, un pastel ligero y esponjoso coronado por un glaseado de lujo. Tu uso de las flores en el pastel, en el glaseado y como decoración ha sido ingenioso. La única sugerencia menor que tengo sería que aumentaras el contraste en el sabor y la textura utilizando algo más en el glaseado dulce y cremoso —una mora ácida, pongamos— como decoración.

Se me heló la sangre.

—Y esto nos lleva a Guy. Hace falta un talento extraordinario para coger un postre emblemático y traducirlo a un cupcake que aporta algo nuevo y fresco. ¡Y esa historia! Ha sido conmovedora y habla de tu gran madurez pese a tu corta edad. Pero el aspecto más ingenioso de tu creación han sido los deliciosos pétalos de rosa, no solo por el placer visual que aportan, sino también por la sutileza del sabor. Azúcar y sal. Risas y lágrimas. Y, por eso, tengo el inmenso placer de anunciaros al ganador del primer concurso de repostería anual de solsticio de verano del Café de las Horas.

—Chef Fru, debo insistir… —dijo la señora T.

Pero Trufi Fru no la escuchaba.

—El ganador es: ¡Guy Smith! Estoy deseando trabajar contigo en Nueva York.

Chicharrillo y la otra camarera se quedaron boquiabiertas, y la señora T. frunció el ceño mientras el público rugía.

—Mimi, Guy… por favor, acercaos a recoger vuestros premios —dijo Trufi Fru.

Yo apenas percibí los aplausos de la multitud o la sonrisa en el rostro de Trufi mientras me entregaba su libro. Trufi habló con Vik durante unos minutos, posó para las fotos y le entregó una tarjeta. Luego miró su reloj, se despidió del público con un saludo y corrió a su limusina, que lo aguardaba y se lo llevó velozmente.

La mano de la señora T. estaba extrañamente fría cuando me dio un apretón y el vale de regalo.

—Mimi, ¿puedes venir a mi despacho? Me gustaría hablar contigo.

Meneé la cabeza aturdida.

—Ha encontrado a su aprendiz, señora T. Se llama Vik. O Guy, o sea cual sea su verdadero nombre.

Yo había fracasado. No solo había cometido algunos errores estúpidos, como no probar la mezcla y elegir una decoración claramente complicada, sino que una persona que había creído mi amigo me había traicionado.

Mi familia se congregó a mi alrededor con abrazos y palabras de ánimo, pero me alejé antes de que empezaran a poner excusas o lanzarme miradas compasivas. Volví a mi cocina y me puse a guardar mi equipo. Efectivamente, ellos se volvieron a hablar con sus amigos como si nada terrible hubiera ocurrido. Yo podría volatilizarme, que nadie se daría cuenta.

Todo el mundo pululaba en el café comiendo, bebiendo, riendo y sacando fotografías. Abandoné el libro de cocina y el vale de regalo en un mostrador y me escabullí hacia la puerta trasera por la cocina vacía. Crucé el puente arrastrando los pies y me quedé mirando el curso del río por debajo de mí. Entré en el sendero y desaparecí en el bosque.