25 Los mejores cupcakes

Deambulé por el sendero, observando la tierra compacta bajo mis pies mientras el calor del mediodía se dejaba sentir a mi alrededor. Aspiré los olores agudos del bosque e intenté entender lo que acababa de pasar.

Vik había tenido razón después de todo. Yo no había ganado. Él se había encargado de eso. ¡Qué tonta había sido por confiar en él!

Llegué a los dos abetos y me detuve. Aquí es donde había conocido a Vik. ¿Quería volver a ese lugar?

Di un fuerte pisotón. Quería ver el estanque y el baniano. Quería pasear por esos lugares y respirar esos aromas y sentir que Vik no lo había echado todo a perder para mí. Al menos podría seguir disfrutando de mi bosque.

Atravesé los abetos.

No había estanque ni baniano a la vista. Me aparté el pelo de la cara. ¿Qué estaba ocurriendo?

Volví a cruzar los abetos y me rasqué la cabeza. Pasé por el medio otra vez.

Ni estanque ni baniano.

Contuve el aliento y agucé el oído. Deseé que apareciera el jabalí. O la cobra, incluso. Tenía ganas de luchar contra algo.

Pero el bosque seguía silencioso.

Todo el mundo se había olvidado de mí. Incluso el bosque.

Desanduve el sendero, llegué a mi guarida y entré. Este era el último lugar donde había visto a Vik en el bosque, donde había sido tan cruel conmigo. En aquel momento no entendí por qué. Pero ahora sí lo entendía y deseé volver a cuando no lo sabía. Me tumbé en el fresco suelo de tierra. Sería maravilloso desaparecer sin más. Cerré los ojos, pero no podía dormir; la humillación del concurso se repetía sin cesar en mi cabeza.

—¿Mimi? —Abrí los ojos y vi la silueta de un niño en la entrada.

Kiera entró un poco incómoda, sujetando un par de libros y una bolsa de papel que crujía.

—Déjame en paz. —Le di la espalda.

—Ya me voy, pero primero voy a darte tus cosas —dijo.

Entrecerré los ojos bajo la tenue luz.

—No necesito nada.

—Deja que te lo enseñe y luego decides si lo quieres. A todo esto, la señora T. te estaba buscando. Y también el chico que ha ganado.

—¿Vik?

—¿No se llamaba Guy? —Kiera hizo una pausa—. Da igual, te estaba buscando por todas partes. Y, de paso, también tus padres y el resto de tu familia. Todo el mundo está asustado.

—No era mi intención.

—No pasa nada, sé cómo te has ido. Yo odio perder. Lo odio tanto que a veces me dejo llevar un poco.

Enarqué las cejas.

—¿Dejarse llevar quiere decir que has intentado hacer pasar por tuyo un pastel de zanahoria de una pastelería francesa?

Kiera se sonrojó y asintió.

Negué con la cabeza.

—Y no olvides los napoleones —dijo—. Eran de Sucre et Sel también.

Puse los ojos en blanco. ¡Esta chica era un caso!

—Bueno, la camarera esa rara de la telaraña me dijo que te había visto salir por la puerta de atrás. Les he dicho a tus padres que te buscaría y te traería de vuelta. Por eso estoy aquí.

Me encogí de hombros.

—Has olvidado tus libros. —Me los tendió.

Yo estaba agotada como para hablar.

—El premio era un libro.

—Bueno, Guy o Vik o como se llame me ha dado estos dos. Ha dicho que eran tuyos.

Bajé la mirada. El primero era el nuevo libro de cocina de Trufi Fru, El arte de hornear mágicamente, pero el segundo era mío también.

Era mi ejemplar del primer libro de cocina de Trufi Fru, el que había perdido en el bosque unas semanas antes.

—¿Vik te ha dado este libro?

Kiera asintió.

—Me ha dicho que te diga que lo sentía.

—Ya, claro.

Así que Vik me había robado el libro antes de que nos conociéramos siquiera. Otra mentira.

—También me ha dado uno de estos.

Kiera metió la mano en la bolsa de papel y sacó uno de los cupcakes de Vik. Incluso en la guarida pobremente iluminada y mohosa, casi brillaba con su belleza, y las rosas despedían un perfume embriagador. «Rosas para toda clase de amor y deseo.»

Me puse en pie de un salto.

—¡No lo quiero! ¿Por qué lo has traído aquí?

—Pero ¿no quieres saberlo?

—¿Saber qué? ¡He fracasado una vez más! ¡Delante de mi familia y de mis amigos! ¡Delante de todo el pueblo! ¡He perdido mi oportunidad de trabajar con Trufi Fru! Me ha tomado el pelo un chico que se hizo pasar por mi amigo y luego me traicionó. No quiero volver a hacer pasteles. ¡No quiero volver a ver un cupcake!

Kiera movió las cejas.

—Yo he terminado después que tú, ¿recuerdas? Ni siquiera haciendo trampas he podido ganar. —Kiera acunaba el cupcake entre sus manos como si fuera algo precioso—. Pero Mimi, solo es humillante si te lo tomas así. Emma siempre decía que eras la repostera más fantástica que había conocido jamás. Y por más que yo quisiera ganar tengo que reconocer que lo merecías tú. Entonces, ¿cómo es posible que ese niño te haya ganado?

Me encogí de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo?

—Bueno, a lo mejor podrías intentarlo probando esto. —Me miró pensativa.

Solté un suspiro frustrado y volví a sentarme.

—De acuerdo. —Cogí el cupcake y le di un mordisco.

Dejé que todos los sabores jugaran en mi boca. El cupcake era ligero y cremoso y estaba sutilmente impregnado de aromático cardamomo. Lo cubría un suculento glaseado de rosa-cardamomo. El pastel tenía pétalos de rosa y, en lo alto, algunos rojos y rosa. Eran fragantes y dulces y apenas un pelín salados.

—Dicha y pena. Risas y lágrimas —dije—. Estos cupcakes saben a amor. Y a un amor que quisieras seguir teniendo.

Kiera me cogió el cupcake y le dio un bocado.

—No estoy segura de que me sepa a amor —dijo—, pero desde luego está de rechupete.

La miré.

—He oído que tu padre estuvo en el hospital. Espero que se haya recuperado. —Kiera sonrió sin una traza de ironía—. Siento haber sido tan mala contigo. Emma siempre decía que eras guay. Pero yo pensaba que eras una presumida.

—¡Presumida! ¿Yo? —pregunté.

Kiera se encogió de hombros.

—Siempre te comportas como si te diera igual lo que puedan pensar de ti los demás. Y tus postres… has sido una estrella desde que estabas en primero, cuando trajiste aquel dulce de azúcar de chocolate y menta para el mercadillo de repostería de otoño.

—Que yo… ¿qué? —pregunté.

—En todo caso, no tenías por qué desviarte para ayudarme en la final, pero lo has hecho. Y entonces he comprendido lo imbécil que he sido —dijo Kiera.

Permanecí callada un buen rato.

—Puede que seas una imbécil, pero al menos tienes buen gusto con el pastel de zanahoria.

Kiera empezó a reírse. Las risitas burbujeaban dentro de mí hasta que estallaron en mi boca y lo rocié todo de migas de cupcake, lo que nos hizo reír más. Reí hasta que me corrieron lágrimas de los ojos y no supe si reía o lloraba. Me reí hasta que tuve que tumbarme de nuevo para que la cabeza me dejara de dar vueltas. Cuando abrí los ojos, Kiera estaba agachada, apretándose el estómago y sofocando la risa.

—Tengo algo más.

Volvió a rebuscar en la bolsa y sacó dos de mis cupcakes de limón y lavanda; el azúcar de las violetas relucía. Me dio uno.

—Por las amigas. —Levantó su cupcake como si fuera una copa para un brindis.

—Especialmente las que te encuentras sin esperarlo —dije. Choqué mi cupcake con el suyo y luego le di un mordisco. Era ligero y dulce, ácido y cremoso, y las violetas azucaradas le daban un puntito crujiente. Nos los terminamos en silencio.

—No soy una experta como Trufi Fru y también creo que los dos están deliciosos, pero habría elegido el tuyo, sin ninguna duda —dijo Kiera.

Salimos a gatas de la lona y pestañeamos a la luz del perfecto día de verano.

—¿Te apetece venir un rato a mi casa?

—Claro —dije—. Llamaré a mis padres desde allí. —Eché un vistazo a mi reloj—. Solo tengo que estar a la seis en casa para ir a la obra de teatro de mi hermano.

Pero no tenía que preocuparme por preparar algo para Henry y sus amigos.

Sabía algo a ciencia cierta: que nunca volvería a hacer pasteles.