27 Preguntas y respuestas

Empecé a tararear «Ven conmigo». No podía evitarlo, me encantaba la canción y su belleza sobrenatural, de fábula. Era la clave para descubrir las zonas mágicas del bosque, los lugares que nunca había visto hasta que Vik había aparecido. Una clave secreta.

Atravesé el espacio entre los abetos. El estanque se extendía ante mí, plácido y hermoso, y en su orilla estaba el baniano, cuyas hojas relucían plateadas a la luz de la luna.

Corrí al enorme árbol.

—¡Sal, Vik! Tenemos que hablar.

Contuve el aliento y di una vuelta alrededor del baniano. Busqué huellas en el suelo, pero no pude ver nada en las sombras.

Me subí de un salto a la rama más baja y trepé en la oscuridad. Mis manos y mis pies sabían lo que hacer, y pronto llegué a la rama donde había conocido a Vik.

Pero no estaba. Y papá tampoco.

—¡Vamos! —dije golpeando el tronco y casi perdiendo el equilibrio y cayéndome—. ¡VIK! ¡SAL Y EXPLÍCATE!

Ninguna respuesta. Estaba completamente sola.

Me aparté el pelo, frustrada.

—¡Tengo que encontrar a papá! Necesito ayuda —susurré.

Algo emplumado me rozó la cara. La pitta se posó en la rama y me consideró.

—¿Quieres ayudarme? ¿Dónde está Vik?

Sin una segunda mirada, el pájaro salió volando otra vez en la oscuridad. ¿Había entendido lo que le había dicho? Incluso si era así, ¿podría traerme a Vik? Y en caso de que Vik viniera, ¿cómo podría convencerle de que me devolviera a papá?

Me apoyé en el tronco del árbol y me sentí mejor con algo sólido detrás de mí. Me quedé ahí sentada durante lo que me pareció una eternidad. Me pregunté cuándo se habría percatado Jules de que yo no había vuelto y si habría avisado a Riya y a Henry. ¿Habría terminado la obra? ¿Me estarían buscando todos en el bosque? Me los imaginé llamándome a gritos y descubriendo mi guarida vacía. Nunca serían capaces de llegar hasta aquí, dondequiera que estuviese este aquí. Sin la canción, no.

Entonces lo oí, moviéndose en el aire como un aroma arrollador, acercándose firmemente cada vez más.

—¿Mimi? ¿Qué haces aquí? —La voz de Vik me llegó desde la base del árbol.

—¿Vik? ¡Vik, tengo que hablar contigo!

Respiré hondo. No quería verlo otra vez. No quería hablar con él. Pero tenía que encontrar la manera de convencerlo para que me devolviera a papá.

Unos minutos más tarde llegó a la rama. Un rayo de luz de luna lo iluminó y me obligué a mirarlo. No parecía un monstruo. Parecía un niño normal. Pero yo sabía que no lo era.

—¿Dónde está mi padre?

—¿No está en la obra de tu hermano?

Apreté los puños.

—Sabes que no. Eres tú quien hizo que los ojos le brillaran con ese color púrpura y quien hizo que se comiese todo lo que veía. Eres tú quien le hizo olvidar quién era.

Vik negó con la cabeza.

—¿Cómo has podido, Vik? Confié en ti. Pensé que eras mi amigo. —La voz se me quebró en la última palabra.

—Soy tu amigo.

—Sé exactamente quién eres. Y lo que eres, Puck.

—No soy Puck. Si lo fuera, no estaríamos teniendo esta conversación. Estaría ya en mi siguiente aventura disparatada. —Vik sonrió.

—¡No me sonrías! ¡Me has mentido todo este tiempo! ¿Qué es lo que quieres? ¡Devuélveme a papá!

Vik suspiró.

—Yo no tengo a tu padre.

Lo miré fijamente.

—Pues entonces explícame por qué has estado reuniendo información todo este tiempo, enterándote de todo sobre mi familia. Pensé que sería por el estúpido concurso de repostería —refunfuñé—, pero ahora veo que es porque querías echarle el guante a papá. ¿Por qué? ¿Porque tú perdiste a tu padre? ¿Tener a un padre haría que te sintieras más como una persona «normal»? ¿Qué quieres de él, Puck?

—Deja de llamarme Puck.

—Claro. Te llamas Vik, o Guy, o como sea. Y solo eres un chico normal. Embustero.

—Me lo merezco. —Bajó la mirada fugazmente, pero luego me miró a los ojos—. Soy Vik. De verdad. Te estoy diciendo la verdad.

—¡Me has mentido todo el tiempo! ¡Fingiste que eras un chico y que habías venido a visitar a tu tía Tanya!

—Es que he venido a visitar a mi tía Tanya. Pero tienes razón. No soy un chico como los demás.

—¡Eres un hada!

—Sí —dijo despacio—. Supongo que lo soy.

—¿Lo supones? Has tocado esa canción de hadas todo el verano…

—Bueno, para ser precisos, originalmente no era una canción de hadas…

—Y me llevaste a zonas mágicas del bosque y me enseñaste todas esas hierbas y flores…

—Cierto.

—¡Y me has hecho creer que eras mi amigo para poder llevarte a papá y convertirlo en un padre hada o lo que sea!

Vik negó con la cabeza.

—¿Tu padre no empezó a portarse de forma rara antes de que nos conociéramos?

—Sí, pero podías haberlo hechizado antes de eso. —Chasqueé los dedos—. ¡Él se iba a correr al bosque, que es donde tú haces tus hechizos!

—Yo no sabía que a tu padre le pasaba algo hasta que tú me lo contaste. Y te escuchaba cuando hablabas de tu familia porque me caes bien y quería ser tu amigo. Sigo queriéndolo.

Sus ojos chispearon como el oro a la luz de la luna.

—Si no eres Puck, entonces ¿quién eres?

—Voy a contarte mi historia —dijo Vik.

Mi mente corrió a recordar los detalles de la obra. Tenía que haber una conexión… Había demasiadas similitudes como para que fuera solo una coincidencia.

—Me dijiste que tu madre y tu padre habían muerto y que la tía Tanya se hizo cargo de ti. —Jadeé—. La tía Tanya… ¡Titania! También conocida como… ¿La señora T.?

Vik asintió.

La conmoción del reconocimiento me recorrió el cuerpo como una campana.

Un hermoso doncel, robado en la India a un monarca. Jamás había poseído ella un objeto substraído de tal gracia —susurré.

Vik sonrió.

—Sabía que lo averiguarías.

—¿La historia de Shakespeare pasó de verdad?

—Él la embelleció, cambió algunos detalles. Mi padre no era un monarca, pero era indio. Supongo que era difícil rimar «gracia» con «profesor». Y aunque el rey Oberón engañó a la reina Titania entregándome temporalmente, ella me recuperó muy deprisa. Quería demasiado a mi madre como para entregarme para siempre. Si hay algo que debas saber de ese tal Shakespeare es que tomó prestadas más o menos todas las historias que contó, pero volvió a contarlas con tanta belleza que su versión es la única que se recuerda.

—Pero eso significa que… ¡eres muy viejo!

Vik bufó.

—Eso es relativo. Soy el hada más joven.

Pestañeé. Esto era como oír que Cenicienta y Caperucita Roja existían de verdad.

—Toda esta historia empezó por el Envite del Solsticio de Verano.

Vik se puso en pie y empezó a pasearse por la rama como si estuviera en el suelo en lugar de a seis metros de altura.

—¿Se supone que tengo que saber qué significa eso? —pregunté.

—Un envite es una apuesta. Cada verano, la tía Tanya y su esposo apuestan algo. Suele ser algo ridículo. Siempre están discutiendo.

—¿Y el concurso de repostería era parte de la apuesta?

Vik asintió.

—La idea era que ayudase a la tía Tanya a ganarla, haciendo que el Café de las Horas tuviera el mayor éxito posible. La idea era que todos nosotros la ayudásemos, pero yo estaba cansado de pasarme el verano intentando ganar una estúpida apuesta. Las hadas tenemos mucho trabajo importante que hacer, protegiendo los espacios naturales del mundo y ayudándolos a crecer, además de otros deberes. Así que… inicié una especie de huelga. Me negué a hornear para el Café de las Horas, lo que ponía a la tía Tanya en clara desventaja, porque Chicharrillo y las otras no saben nada de repostería.

Enarqué las cejas.

—¿Bromeas? Los primeros dulces que probé tenían un aspecto delicioso, pero sabían horribles.

—Y entonces apareciste tú, Mimi, y recordé no solo lo mucho que me gusta hacer pasteles, sino también que tenía una deuda con la tía Tanya, quien, por muy vanidosa y egoísta que sea, siempre me ha querido y me ha tratado como a un hijo. Comprendí que debía ayudarla. Por eso te cogí el libro de cocina de Trufi Fru y se lo llevé a Chicharrillo y a las otras hadas. A ti te di El Libro para ayudarte a tener éxito. Te animé con la repostería deseando despertarte el entusiasmo por el Café de las Horas y que ayudaras a la tía Tanya a ganar la apuesta. Incluso cedí con la huelga y me ofrecí a hornear para la tía Tanya, pero ella seguía enfadada conmigo y se negó.

—Por eso estabas tan enfadado ese día… el día que me crucé con la cobra… ¡La cobra! ¿Por qué hay cobras en este bosque?

—Mira en torno tuyo, Mimi. Estás en un baniano.

—¿Y? —Pero mientras lo decía caí en la cuenta. Toqué la rama despacio—. Los banianos no crecen en Massachusetts, ¿verdad?

Vik negó con la cabeza.

—Entonces ¿este por qué está aquí?

—Este baniano está en la India. En las afueras de mi antiguo pueblo, por cierto. Lo mismo que la pitta, el jabalí y la cobra. Lo mismo que nosotros.

Me sujeté fuerte para evitar caer a plomo al suelo.

—Quieres decir…

—Cuando oyes mi canción, o la cantas, puedes atravesar la puerta que divide todas las partes de la Naturaleza: todos los parajes naturales del mundo. Puedes ir adonde quieras del mundo. Tú visitaste mi bosque.

No me salían las palabras.

—Cuando vi que habías hechizado sin quererlo a tu hermano y a tus amigos, y que luego los curaste, comprendí que eras algo más que una joven pastelera con talento. Y aunque los problemas humanos suelen parecerme entretenidos, tú me enseñaste lo mucho que puede lastimar a la gente la confusión que creamos las hadas con nuestra interferencia. Yo quería contarte la verdad, Mimi. Quería revelarte quién era de verdad. Iba a enseñártelo el último día que nos vimos antes del concurso.

—¿Y por qué no lo hiciste entonces?

—Tenías razón —dijo Vik despacio—. Sobre que éramos parientes. Yo perdí a mis padres y a mi hermana, pero mi hermana tuvo hijos, que tuvieron hijos, que tuvieron hijos a su vez… Y la canción de mi madre debió de transmitirse entre generaciones.

Me abracé al tronco para dejar de temblar. No funcionó. ¡Yo era familia de un hada! ¿Cómo era posible?

—En cuanto me hablaste de la canción, que también conocíais en tu familia, comprendí quién eras. Pero entonces me enseñaste la letra pequeña del cartel del concurso y supe que la tía Tanya no te daría elección, que te engañaría. Por esto tuve que evitar que ganaras el concurso.

—Pero…

—Incluso después de decirte que no participaras, que no tenías suficiente talento, supe que lo intentarías de todas maneras, porque eres muy inteligente y muy fuerte. —Estas palabras le salieron de dentro—. Por eso te saboteé. Te cambié el azúcar por la sal, pero lo descubriste. Tenía que hacer el mejor dulce, uno que me saliera del corazón, para ganarte. ¡Y no me lo pusiste nada fácil! Tus lionesas de kulfi estaban llenas de energía cálida y me puse muy nervioso pensando que la suerte de tus cupcakes de la amistad te daría la victoria.

La cabeza me daba vueltas. ¡A Vik le gustaban mis dulces! Pero también había mentido, intrigado y hecho trampas para arruinar mi oportunidad de trabajar con Trufi Fru… ¿Por qué pensaba que la señora T. estaba intentando engañarme? No tenía ningún sentido.

—¿Qué tiene que ver el concurso con nada de eso?

—Comprendí que la tía Tanya no solo pensaba en ganar su apuesta con Oberón. Quería…

—A mi padre. Lo sé. —Me chupé el pelo y me quedé contemplando la noche. Supuse que podía perdonar a Vik por haberme hecho daño puesto que intentaba salvar a papá—. ¿Dónde crees que lo esconde la señora T.? —Jadeé y miré a Vik—. Está en el Café de las Horas, ¿verdad?

—Debe de estar allí —dijo Vik.

Me reí.

—Gracias, mi tata-tata-tata-mil-veces-tatara-tío.

Vik soltó una carcajada como el aullido de un perro.

—¿Por qué no me llamas simplemente amigo? Eres la mejor amiga que he encontrado en cientos de años. He estado solo, Mimi, pero ya no lo estoy.

Sus ojos echaban chispas más brillantes que la luz de la luna.

Me incorporé en la rama y me preparé para bajar.

—Mimi, tienes que entender que no se le puede obligar a nadie a unirse al mundo de las hadas. Es algo que se elige. Tienes que dar algo. La obra de tu corazón. Recuerda los cuentos que leímos juntos.

—Papá no elegirá abandonarnos, a menos que lo hechicen para que lo haga…

Vik sacudió la cabeza.

—No funciona así. La magia de las hadas puede producir cambios como el enamoramiento o el sueño temporal, el olvido, pero no se puede hechizar a un humano para que se una al mundo de las hadas.

—Bueno, eso es bueno, ¿verdad?

—Excepto esta noche.

Me estremecí.

—¿Porque es la noche del solsticio de verano?

—Sí. La única noche del año en que los encantamientos de hadas son vinculantes. A medianoche, se vuelven permanentes.

Me aparté el pelo de los ojos.

—Pues será mejor que vayamos.

Un bramido rasgó el aire, seguido de un grito.

Miré a Vik horrorizada.

—¡Por aquí! —se oyó una voz débil—. ¡Jules, ponte detrás de ese árbol! ¿Ha sido Henry?

—¿Eso… eso ha sido un elefante? —pregunté a Vik.

—Estamos en un bosque de la India. Tu hermano y tus hermanas deben de haberse colado cuando he tocado la canción.

Otro grito.

—¡Tenemos que ayudarles! —exclamé. Bajé del árbol con Vik pegado a mí—. ¡Me están buscando! ¡No puedo permitir que les hagan daño!

—Se nos acaba el tiempo. Ve a buscar a tu padre.

—Pero…

—¡Ve! —Vik gesticuló—. No pasa nada, yo protegeré a tus hermanos. —Se sacó la flauta de caña del bolsillo.

Me volví para irme, pero Vik apoyó una mano en mi brazo.

—Tú también tienes magia, Mimi. Úsala. Y diga lo que diga la tía Tanya, no comas ni bebas nada.

Asentí y me interné en el bosque.