—Encontrarás todo lo necesario en tu centro de cocina de esta mañana. Yo me quedaré aquí con tu padre.
La cabeza me iba a toda velocidad cuando fui al centro de cocina. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podría ser lo bastante bueno? Resoplé para apartarme un mechón de pelo de la cara y me acerqué a una mesa con especias y hierbas dispuestas en tarros que parecían joyas. Romero, tomillo, menta verde, canela, cardamomo. Su fragancia me atrajo. Me temblaban los dedos.
Una pizca de delicados estambres naranja rojizos descansaba en un cuenco claro. Olían a sol.
«Azafrán, para el éxito.»
Supe exactamente lo que iba a preparar.
Calenté leche en un cazo y froté los brillantes estambres entre mis dedos antes de esparcirlos sobre la leche. «Déjame triunfar», pensé mientras el aroma cálido y floral ascendía. Fijé mis intenciones. Conocía los pasos. Sentí el ritmo de lo que quería.
Y entonces hice unos dulces con todo mi corazón.
Quedaban quince minutos para la medianoche cuando dispuse doce cupcakes en una fuente. Eran amarillos, pequeños pero pesados, recubiertos de una voluta de glaseado color caramelo, cada uno coronado con un único anacardo tostado. Cogí la fuente y fui donde Titania y papá justo cuando Vik entraba en el café.
—¡Vik! Has venido —dijo Titania—. ¿Lo ves? Estabas totalmente equivocado con nuestra Mimi. No tenías necesidad de hacer todo ese numerito sensiblero en el concurso esta mañana después de todo. No se lo he exigido. Le he dado una opción y la ha aceptado.
Vik miró a papá, que se estaba atiborrando a petits fours, y enarcó una ceja.
—Te he ofrecido la obra de mi corazón, mi reina —dijo Vik—. Y seguiré siendo tu Repostero Real de buen grado.
—Vik, he cambiado de opinión —dije.
Vik frunció el ceño.
—Mimi…
—Tengo que contarte un cuento, reina Titania. ¿Me escucharás? —La bandeja de cupcakes me temblaba en las manos.
—Pues claro que sí, mi querida niña. Adoro los cuentos.
Titania volvió a sentarse al lado de papá, que apenas levantó la vista del trozo de tarta con especias que estaba apurando, pero sus ojos púrpura relucieron.
Tragué saliva y me aparté el pelo de los ojos.
—Érase una vez una chica a la que le encantaba hacer pasteles. —El corazón me vibraba como una batidora de mano a máxima potencia—. Hacía galletas y tortas, lionesas y brownies, y cupcakes lo que más. Era lo que sabía y amaba hacer. Pero la chica sentía que nadie la comprendía de verdad.
»Y entonces conoció a la Reina de los Bosques, la Reina de la Naturaleza, que conoce los más profundos deseos de cada uno.
»La chica hacía galletas que inspiraban audacia y lealtad. Y la reina se sintió muy complacida, pero pidió algo más.
»A continuación, la chica hizo cupcakes que celebraban la amistad, y traían buena suerte y aventuras. Y la reina se sintió complacida, pero seguía pidiendo algo más.
»De modo que una noche de Solsticio de Verano, cuando la luna estaba llena y las hadas vagaban por el bosque, la chica le llevó una obra que le había salido del corazón: pasteles que eran dulces y salados, lisos y granulosos, mantecosos y apenas un pelín amargos. Y se la ofreció…
Dejé la fuente sobre la mesa y seleccioné el mejor cupcake, el más perfecto.
Titania extendió la grácil palma de su mano y aguardó a que yo le quitase el envoltorio.
—… se la ofreció a quien ella mejor conocía.
Le di el pastel a papá.
Titania alargó frenéticamente el brazo para arrancarme el cupcake, pero papá, con su apetito insaciable, fue más rápido que ella. Dio un mordisco enorme.
Titania frunció los labios.
Yo contuve el aliento. ¿Sería lo bastante bueno? ¿Funcionaría?
Papá lo masticó, se lo tragó y pestañeó.
Me preparé para ver un destello púrpura.
Papá sacudió la cabeza y me miró con sus ojos castaños y cálidos, del color del buen café de tueste medio.
—Mmm, azafrán, cardamomo, sémola, anacardos… kesari bhath, ¿eh? La traducción perfecta a un cupcake. ¿Mamá los ha probado ya?
Temblé de alivio.
Titania se puso en pie de un salto y me miró boquiabierta.
—¿Cómo has podido? —Le temblaba la voz, poderosa y rabiosa—. Te he ofrecido… Te habría dado… ¡Te habría tratado como a un tesoro!
Miré a papá, que me guiñó un ojo.
Intenté ocultar mi sonrisa.
—Reina Titania —dije—, ya tengo una familia que me trata como a un tesoro. Y nos queremos, incluso si nos peleamos y nos ponemos celosos y no siempre somos tan cariñosos como deberíamos. Además, como intentaba decirle, no todo en la vida puede ser dulce. Salado y ácido, picante y amargo: es la combinación de sabores lo que hace que la comida sea deliciosa. Y lo que hace que la vida merezca ser saboreada también.
Vik sonrió.
—Tendría que haber tenido más fe en ti, Mimi. Tu familia es maravillosa, y nunca los abandonarás.
—Y, reina Titania, usted también tiene a una familia que la trata como a un tesoro —dije.
Chicharrillo y Telaraña asomaron la cabeza desde la cocina y asintieron.
—Y alguien que la quiere como a una madre. Y no es un mal pastelero tampoco.
Vik me sonrió y le devolví un guiño Mimi.
—Todo eso está muy bien, pero sigo sin estar satisfecha —dijo Titania.
—¡Mala suerte! —llegó una voz conocida desde la puerta.
Una ráfaga de pastel y crema chocó contra el hombro de Titania. Antes de darle tiempo a pronunciar palabra, recibió dos más, y luego cuatro, y al final un aluvión entero de productos horneados.
—¡Chúpese esta! —Jules le lanzó una tarta de fruta en miniatura—. No puede quedarse con nuestra Mimi. ¿Quién me hará galletas a mí?
Henry la ametralló a blondies.
—¡Es la mejor compi de teatro que tengo!
Riya le tiró una tarta de cerezas con las dos manos.
—¡Y acabamos de empezar a cantar juntas!
—¡YO… YO NUNCA! —exclamó Titania—. Esto no es… ¡Esto no es aceptable!
Se apartó nata batida y migas de pastel de los ojos, y su precioso vestido quedó cubierto de azúcar y especias.
Chicharrillo y Telaraña se echaron a reír en su rincón, pero callaron ante la mirada fulminante de Titania.
—Muy bien, Mimi. Tú ganas. Has roto el hechizo que le hice a tu padre y dices que no vendrás conmigo, aunque no puedo figurarme por qué. Pero que sepas que nunca volverás a ver a Vik. Ni siquiera tendrás su recuerdo.
Movió la mano en el aire. Los ojos de los que no eran hadas se cerraron, como si fueran sonámbulos. Papá incluso se puso a roncar.
—Pe-pero… —tartamudeé—. ¡Papá ha sido el único que ha comido algo esta noche!
—Todo el mundo ha probado nuestra cerveza dorada esta mañana —dijo Titania—. Nos aseguramos de ello.
Me volví hacia Vik. Primero Emma y ahora Vik. ¿Cuántos amigos del alma más podía perder?
—Adiós, Mimi —dijo Vik—. El tiempo que hemos compartido ha sido dulce y demasiado breve, pero debo obedecer. Ella no es solo mi tía, sino también mi reina.
Hizo una reverencia. Pero entonces, a escondidas de la vista de Titania, me miró y me guiñó un ojo.
Oí unas pisadas en la puerta.
—Mal encuentro, por la luz de la luna, orgullosa Titania —dijo una voz que sonaba como el viento que cruje entre las hojas—. Sé que estabas haciendo trampas.
Un hombre alto de cabellos plateados entró en el café.
—¡Como si tú hubieras cumplido las normas, Oberón! —exclamó Titania.
Oberón me miró a mí y luego otra vez a Titania.
—Y, aunque pequeña, es de temer. ¿O no lo es, mi adorable reina?
—Uy, y tanto —dijo Titania con irritación. Se volvió hacia mí ofendida, alzando los brazos y cantando:
Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido, pensad solo esto, y todo está arreglado: que os habéis quedado aquí durmiendo mientras han aparecido otras visiones. Y esta débil y humilde ficción no tendrá sino la inconsistencia de un sueño.
De súbito me entró un sopor increíble. Mis ojos se cerraron.