30 Sueños y realidad

La luz del sol me despertó una mañana de agosto. Había vuelto a tener el mismo sueño. Tenía que ver con el bosque y con papá. Sí, y Cole, Henry, Riya y Jules formaban parte de él. Y también había alguien más. Intenté hacer memoria, pero no conseguí atrapar el recuerdo.

Inquieta, salí de la cama y fui a la ventana. Las ramas se mecían en la suave brisa. Los pájaros cotorreaban. También había una melodía, algo que me sonaba de algún lugar, pero no recordaba nada más.

En la cocina mamá tomaba una taza de té.

—Hola, cielo —dijo con una sonrisa—. ¿Estás lista para la gran fiesta?

—Sí, pero primero estoy lista para el desayuno.

Mamá, papá y yo nos marchábamos a la mañana siguiente porque yo iba a pasar tres días en Nueva York horneando con mi ídolo, Trufi Fru. Todavía no podía creer que hubiera ganado el concurso de repostería del Café de las Horas.

Echaría de menos el Café de las Horas. La última vez que me había acercado de visita había una nota en la puerta que decía que cerraban por el Día del Trabajo. Era extraño, puesto que siempre estaba de bote en bote.

Esta noche era mi fiesta de despedida y nadie iba a dejarme hornear nada para la celebración. Sin embargo, no podían impedir que horneara algo para el desayuno.

Arranqué una ramita de romero de la maceta que había en la repisa de la ventana y, mientras aspiraba el aroma fresco, tuve un flash.

Fui a la despensa y saqué un tarro de miel de flores silvestres. Lo levanté en el aire para comprobar que quedaba suficiente y el sol lo iluminó como si fuera un tarro de oro. Era el mismo flash otra vez… Estuve a punto de atraparlo, pero se me escurrió de nuevo.

Precalenté el horno y mezclé los ingredientes. Esparcí encima el oloroso romero. «Recuerda, Mimi. ¿Qué has olvidado?»

Para cuando metí la bandeja en el horno, papá había bajado a la cocina. Olisqueó el aire.

—¿Romero, eh? ¿Qué estás haciendo?

—Magdalenas de romero, miel y aceite de oliva.

—¿Has añadido pimienta blanca, como dijimos la última vez?

Sonreí.

—Una pizca. La próxima vez, ¿crees que deberíamos probar con leche de cabra?

—Excelente idea —dijo papá. Me besó la coronilla y fue a preparar café.

Mamá rellenó su taza con el hervidor.

—Se me había olvidado decirte que la madre de Emma envió un correo electrónico anoche —dijo—. Quieren que vayamos a verlos a Australia. ¿Qué piensas? Iríamos en diciembre, cuando Emma tiene las vacaciones de verano.

—¿Lo dices en serio? ¿Podemos ir de verdad? Siempre me dice que se lo pasa bomba, pero que me echa de menos. Y yo a ella.

—Veamos si puedo arreglarlo —dijo mamá.

Henry entró frotándose los ojos.

—Algo huele de maravilla —dijo.

—Les falta poquito. —Reí.

Jules y Riya entraron juntas, riéndose de algo en el teléfono de Riya.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó mamá.

—Solo ideas para un número de baile nuevo —dijo Riya—. Creo que es una historia muy buena.

—Si por «buena» entiendes llena de disparatados malentendidos y extrañas coincidencias que se arreglan al final. —Jules sonrió—. A ver qué piensan sobre ello Fletcher y Cole esta noche.

Todo el mundo echó una mano para terminar de hacer el desayuno. Saqué las magdalenas y nos sentamos a comerlas.

—Esta noche va a ser superdivertido —dijo Jules—. Va a venir el barrio entero. ¡Me muero de ganas de celebrar tu fiesta de despedida, Mimi! —Levantó su vaso de zumo de naranja en un brindis.

—Para que hornees con Trufi Fru —dijo Henry levantando su vaso.

—Para que despliegues tu talento a ojos del mundo entero —dijo Riya.

—Para que hagas lo que más te gusta —dijo mamá.

—La grandeza siempre ha estado ahí —dijo papá—. Solo necesitabas verla en ti. ¡Por nuestra Mimi!

Levanté mi vaso y me deleité en la calidez de mi familia.

Las magdalenas de romero estaban tan deliciosas como había esperado. Pero no me quitaba de encima la persistente sensación de que estaba olvidando algo.

Cuando hubimos terminado de recoger la cocina fui al porche trasero. El aire era caliente, pero pude oler el otoño a la vuelta de la esquina. ¿Qué era lo que no conseguía recordar? Había pasado un verano estupendo, me había hecho amiga de Kiera, paseado en el bosque e inventado toda clase de dulces. Habíamos ido al Cabo Cod y subido a la montaña rusa en el parque de atracciones Six Flags. Incluso había disfrutado del campamento. Pero había algo más. Un movimiento llamó mi atención; un pájaro de llamativos colores aterrizó en la rama de un roble.

Y entonces lo oí. Fragmentos de una canción. Caminé hasta la linde del bosque, atenta. Escudriñé el conocido sendero, contuve el aliento, me adentré en la espesura.

Y entonces lo recordé.