31

Lo encontró un poco más allá, en pie junto al camino, apoyado sobre su lanza y con los hombros hundidos, como si soportara sobre ellos todo el peso del mundo. Se detuvo a su lado, pero él no reaccionó.

—Xein —susurró.

Silencio.

—¿Es cierto lo que dice la sombra? —preguntó ella—. ¿Es así como nacen los Guardianes?

Él volvió la cabeza para no sostener su mirada, pero Axlin ya había vislumbrado el gesto de aversión de su rostro. Retrocedió un paso, confundida, antes de comprender que no iba dirigido a ella; Xein sentía un profundo asco por sí mismo, probablemente a causa de su origen... y de su propia naturaleza.

Conmovida, colocó una mano sobre su brazo. Pero él se apartó.

—Te ha llamado mediomonstruo —dijo ella a media voz.

—Es lo que soy —respondió él por fin, con voz ronca.

Axlin negó con la cabeza.

—Tú no matas gente. Defiendes a las personas corrientes ante la amenaza de los auténticos monstruos. No eres uno de ellos, Xein.

Él le dirigió una breve mirada.

—Antes no pensabas así —le recordó.

—Antes no sabía que existían los monstruos innombrables. Ni que lo que tú abatiste en el canal no era un ser humano, sino la criatura que se hacía pasar por él. —Hizo una pausa y frunció el ceño, atando cabos—. Por el amor del Jerarca —susurró después, horrorizada—. Entonces, ¿la hija de Oxania también...?

—Sí —asintió Xein con amargura.

—Por el amor del Jerarca —repitió Axlin—. ¿Cómo se lo voy a explicar a ella?

—¿Se lo vas a explicar?

La joven lo pensó un momento. Luego negó con la cabeza.

—No, no puedo hacerlo. Después de todo, Xantra es... es solo una niña, y tanto Oxania como Dex piensan que...

No fue capaz de continuar. Él esbozó una sonrisa amarga.

—Y así es como vive engañada la Ciudadela. Porque es una verdad demasiado espantosa como para enfrentarse a ella y atreverse a asimilarla.

Ella no supo qué decir. El Guardián suspiró y añadió:

—Fue así como yo lo descubrí, ¿sabes? Por Oxania y su bebé. Por el monstruo del canal.

—¿No lo sabías antes? —se sorprendió la muchacha—. ¿No lo saben todos los Guardianes?

—Todos conocemos la existencia de los innombrables, pero nuestra... relación con ellos... es algo que los altos mandos de la Guardia mantienen en secreto hasta para nosotros. Por eso me enviaron al frente oriental...

—¿Para que no pudieses contárselo a nadie?

—No —Xein arrugó el entrecejo—. Porque estaba angustiado y distraído, y con esa actitud no solo me ponía en peligro a mí mismo, sino también a mis compañeros y a la gente corriente a la que debía proteger.

Axlin abrió la boca para replicar, pero decidió permanecer en silencio. Se acercó un poco más a Xein. Parecía claro que necesitaba desahogarse y compartir por fin con ella todos los secretos que había estado guardando para sí, y que lo estaban devorando por dentro.

—Es una verdad demasiado turbadora —prosiguió con un estremecimiento—. Si pudiese olvidarla con la misma facilidad con que ese anciano borra los recuerdos de su memoria..., créeme, lo haría. Aunque eso no cambiaría en nada lo que soy.

Ella no respondió. Xein la observó con curiosidad.

—Ahora ya lo sabes, pero no pareces...

—¿Extrañada? Bueno..., lo cierto es que era una idea que ya se me había pasado por la cabeza —confesó.

—¿En serio? —se sorprendió él.

—Era una teoría loca, pero una teoría, al fin y al cabo. Acuérdate de que Rox fue hasta aquella aldea perdida siguiendo las indicaciones de Loxan. Él me había contado esa historia absurda sobre un lugar donde había muchos Guardianes de ojos de plata que creían ser hijos de un dios al que las personas corrientes no podían ver. Después descubrí que había criaturas invisibles en la Ciudadela, y en algún momento llegué a pensar... —Sacudió la cabeza—. Pero en fin, no tenía datos ni pruebas, así que lo dejé pasar.

El joven asintió. Los dos permanecieron un rato en silencio. En otras circunstancias a Axlin jamás se le habría ocurrido quedarse allí, de noche, desarmada y al descubierto. Pero Xein estaba a su lado, y su actitud serena y relajada le infundía confianza. Sabía que ningún monstruo los sorprendería en la oscuridad, porque su instinto de Guardián lo haría reaccionar antes de que cualquier criatura pudiese alcanzarla.

Se sentía segura a su lado, comprendió. Se volvió hacia él y contempló su perfil bajo la luz de las estrellas.

—Yo no creo que seas un monstruo—manifestó—. Ni siquiera un mediomonstruo. Eres un buen hombre. Y tienes corazón, por mucho que hayan intentado hacerte creer lo contrario.

Él apartó la mirada con brusquedad.

—Pero no puedo fingir ser algo que no soy, Axlin. Supongo que ahora comprendes por qué debo regresar a la Guardia, por qué no tengo futuro lejos de ella.

—No —replicó ella enseguida—. No, no lo entiendo. Tienes derecho a ser libre igual que cualquiera, Xein. Y a tomar tus propias decisiones y a que se te juzgue por tus actos y no por tu naturaleza. No eres peor que las personas corrientes. Puede que seas incluso mejor.

El Guardián dejó escapar una carcajada amarga.

—Eso es lo que dicen los locos de la aldea que visitó Rox, ¿lo sabías? La criatura que habitaba entre ellos..., su padre —pronunció la palabra con profunda aversión—, les había hecho creer que eran superiores a los humanos, hijos de poderosos dioses que merecían gobernar sobre las personas corrientes. —Hizo una pausa y prosiguió—: Algunos de mis compañeros lo creen también, a juzgar por ciertos comentarios que he escuchado. Pero es solo porque no conocen nuestra verdadera naturaleza.

—Yo no pienso que...

—Lo único que justifica nuestra vida es que la dediquemos a combatir hasta la muerte el mal que nos engendró. ¿Lo comprendes?

Había colocado las manos sobre sus hombros y la miraba con intensidad, desesperado por obtener su aprobación... y su perdón. Ella tenía un nudo en la garganta y no fue capaz de responder. Con los ojos húmedos, se arrojó sobre él y lo estrechó con fuerza entre sus brazos. Xein hizo ademán de apartarse, pero Axlin no lo soltó. Finalmente, suspiró y la abrazó a su vez.

—Te echo de menos —susurró ella.

Él cerró los ojos y hundió el rostro en su cabello, inspirando hondo para zambullirse en su olor. Sintió que le temblaban las piernas. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para separarse suavemente de ella.

—No puedo estar contigo, Axlin.

La joven tragó saliva y parpadeó, luchando por no llorar.

—¿Es por las normas de la Guardia? Tal vez podrías...

—Soy un mediomonstruo —cortó él con amargura, y a ella se le rompió el corazón al comprender que Xein había asimilado aquella palabra con tanta facilidad como si la sombra se hubiese limitado a describir en voz alta lo que anidaba en lo más profundo de su alma—. Ni siquiera soy una persona, no del todo. No puedo estar contigo —repitió—. Ni con nadie.

Ella iba a protestar, pero él no había terminado.

—¿Recuerdas la noche que pasamos juntos en mi aldea..., antes de que te marcharas?

Una ola de calor recorrió el cuerpo de Axlin y floreció en sus mejillas. Xein esbozó una triste sonrisa.

—¿Qué habría pasado si te hubieses quedado embarazada, dime? ¿Qué clase de... criatura... habrías dado a luz?

Ella no supo qué contestar. No había pensado en ello. Él suspiró, dejó caer los hombros y dio media vuelta para regresar al refugio. Axlin lo retuvo por el brazo.

—¡Espera! No tiene por qué ser así. Eres una persona, igual que yo.

—No —la contradijo él, y sus ojos dorados relucieron inquietantemente en la penumbra—. No soy como tú.

—Lo que fue tu padre no tiene nada que ver contigo —insistió ella—. Tus hijos..., si los tienes...

—No voy a tener hijos —zanjó Xein—. Todavía no hemos encontrado el modo de evitar que los monstruos innombrables se... reproduzcan. Pero sí podemos impedir que su semilla se extienda más allá. —Hizo una pausa, reflexionando, y al fin declaró—: Es hora de que vuelva a la Guardia. Ya lo he retrasado demasiado tiempo.

—¿Qué? —exclamó Axlin—. Pero... ¡no tienes por qué regresar! —Él no reaccionó, y ella le tiró de la manga, cada vez más enfadada—. ¡Escúchame! ¡No te salvé la vida para que vuelvas corriendo con esa gente!

—Quizá no deberías haberlo hecho —concluyó él con cierta dureza, antes de darle la espalda y alejarse definitivamente.

La muchacha apretó los dientes, pero no respondió.

Cuando volvió a entrar en el refugio, Xein estaba montando guardia junto a la puerta. Cruzaron una breve mirada cargada de dolor contenido y después apartaron la vista sin una palabra.

Axlin regresó a su jergón. Vio que Rox seguía despierta, vigilando a la sombra, pero Loxan había vuelto a dormirse. Ella se acurrucó en su rincón, se envolvió en su manta y se puso a llorar en silencio.

De madrugada tuvieron que defenderse de un grupo de chasqueadores, pero los Guardianes acabaron con ellos con relativa facilidad. Axlin llegó a agradecer la interrupción, porque de todas formas no habría podido dormir.

Al día siguiente, de nuevo en el camino, empezó a comprender el deseo de Xein y de Ruxus de olvidar todo cuanto sabían. Si a ella le hubiesen ofrecido un brebaje que le permitiese dormir sin sueños, sin pensar..., sin dolor..., probablemente lo habría aceptado sin más, porque no podía dejar de darle vueltas a todo lo que él le había contado. La idea de que los innombrables se unieran a mujeres humanas para engendrar bebés de ojos dorados y plateados le resultaba fascinante y repulsiva al mismo tiempo, pero aun así se negaba a ver a los Guardianes como simples mediomonstruos. Para ella, y a pesar de sus asombrosas capacidades, seguían siendo humanos. Por descontado, desaprobaba muchos de los métodos de la Guardia; pero conocía bien a Xein, a Rox, a Yarlax..., y sabía que eran jóvenes extraordinarios en más de un sentido.

Y que, por mucho que la Guardia se obstinase en hacerles creer lo contrario, tenían corazón y sentimientos.

Y amaban y sufrían, igual que cualquier otra persona. Aunque no se les permitiera manifestarlo abiertamente.

Gruñó para sus adentros y hundió el rostro entre las manos. Había tratado de mantenerse alerta, pero el rítmico traqueteo del carro la adormecía y hacía que su mente divagara.

Sacudió la cabeza para despejarse. Había insistido en quedarse dentro del carro para evitar a Xein en la medida de lo posible, y eso significaba que ahora recaía sobre ella la responsabilidad de vigilar a la sombra, porque Rox ocupaba su sitio en el pescante.

Suspiró. Estaban corriendo un gran riesgo al viajar con aquel monstruo. Además, mientras que ella todavía no había conseguido sonsacarle la información que necesitaba, la criatura se las había arreglado para enturbiar todavía más su relación con Xein, y solo había necesitado un par de frases.

Hacían bien en silenciarla, se dijo. Pero si no podían confiar en lo que aquel monstruo pudiese decirles, ¿qué necesidad había de mantenerlo con vida?

Ruxus se estiró, buscando una postura más cómoda. Sin dejar de mirar de reojo el bulto inmóvil de la sombra, Axlin se apartó un poco para dejarle espacio.

—¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó.

Él le dedicó una sonrisa.

—Mejor que ayer, sin duda. He dormido bastante bien. Y sin medicina —añadió, un poco perplejo.

Ella sonrió a su vez, aliviada. Se sentía un poco culpable por haberlo presionado la noche anterior. Era evidente que, aunque el anciano parecía tener mucha información, no deseaba hablar. Quizá fuese cierto que quería olvidar todo lo que sabía, porque resultaba demasiado doloroso para él.

O tal vez no, pensó de pronto. Tal vez Ruxus, como el propio Xein, necesitaba desahogarse y compartir su historia con otras personas.

Lo que no soportaba era enfrentarse a la posibilidad de que los acontecimientos que describía hubiesen sucedido de verdad. De hecho, parecía mostrarse muy aliviado cada vez que alguien sugería que sus recuerdos eran solo fantasías.

—Ruxus —dijo entonces, pensando intensamente—, ¿te acuerdas de lo que me contaste... sobre los sabios del Manantial y sobre los monstruos?

Él entornó los ojos y la miró con precaución.

—No estoy seguro.

—Es una buena historia —prosiguió ella, escogiendo con cuidado las palabras—. ¿Crees que podrías contármela desde el principio?

—¿Desde... el principio?

—Sí, ya sabes... —Axlin inspiró hondo y añadió, utilizando una conocida fórmula de la narrativa tradicional—. Hace mucho tiempo, tanto que ya nadie lo recuerda... —Se detuvo un momento y lo miró, animándolo a continuar. Como él no lo hizo, prosiguió—: Existió un lugar extraordinario conocido como el Santuario del Manantial. ¿Sabes cómo continúa el cuento?

El rostro del anciano se iluminó con una sonrisa.

—Creo que sí —respondió, y se aclaró la garganta antes de seguir con tono solemne—: Allí habitaban los sabios, hombres y mujeres que dedicaron sus vidas a tratar de comprender el poder que emanaba de la fuente sagrada. No tardaron en descubrir que la proximidad del Manantial los cambiaba de forma irreversible...

—¿Los cambiaba? —preguntó la joven—. ¿Cómo?

Ruxus le dirigió una mirada irritada, molesto por la interrupción. Ella se cubrió la boca con las manos, con una sonrisa de disculpa.

—Les dio poder para alterar la realidad. Se trataba de pequeñas cosas, al principio: mover unos objetos sin tocarlos, con solo desearlo; transformar el aspecto de otros... Durante un tiempo, entusiasmados, los sabios exploraron sus nuevas capacidades. Después descubrieron que habían dejado de envejecer.

»Pero también comprendieron que el poder del Manantial era peligroso si se abusaba de él. Por eso, tras largas deliberaciones, decidieron clausurar el sagrado corazón del Santuario y a partir de entonces solo abrieron sus puertas en momentos solemnes y señalados. No hacía falta más, ya que su influencia se dejaba sentir en todo el edificio y ellos conservaban sus capacidades sin necesidad de acceder al pozo.

»Y así pasó el tiempo, y los sabios, enredados en sus propias normas y códigos, olvidaron por qué la Sala del Manantial debía permanecer cerrada.

»Los novicios, desde luego, no lo sabían.

—Novicios —repitió Axlin para sí misma.

Ruxus le dirigió una breve mirada.

—¿Sabes lo que significa eso?

—Sí; los aprendices. ¿Había muchos en el Santuario del Manantial?

—La mayoría se formaban en otros templos de la Orden, porque no había espacio para todos en el Santuario. —Le guiñó un ojo antes de añadir—: Después de todo, los maestros no se morían, así que sus discípulos no podían aspirar a ocupar su lugar. Tal vez por eso tampoco prestaban demasiada atención a las tradiciones, me temo.

No era la primera vez que Ruxus insinuaba que los novicios habían tenido algo que ver con lo que había sucedido en el Santuario del Manantial, fuera lo que fuese.

—¿Por qué? —preguntó Axlin—. ¿Qué pasó?

—Pueees... —La mirada del anciano vagó por los rincones del carro, y ella temió que cambiara de tema otra vez; sin embargo, finalmente él volvió a mirarla a los ojos y continuó—: Cuenta la leyenda que una noche tres descarados novicios entraron en la Sala del Manantial sin que nadie lo advirtiera. Sabían lo que la Orden custodiaba en su interior; sus maestros les habían hablado del pozo místico, la fuente de su poder. Pero nunca lo habían visto con sus propios ojos, y el más escéptico de ellos dudaba incluso de que existiera en realidad.

»De modo que le robaron la llave de la sala a uno de los maestros, quizá para ganar una apuesta, tal vez para llevar a cabo una travesura. Pero el desafío resultó decepcionantemente sencillo. Nadie los descubrió y, por tanto, nadie los detuvo. El maestro en cuestión ni siquiera echó en falta la llave hasta varios días después, y cuando lo hizo, simplemente pensó que la había extraviado y no sospechó de ellos.

»Así que los tres muchachos, envalentonados por su hazaña, se quedaron con la llave y tomaron por costumbre colarse en la Sala del Manantial todas las noches. La convirtieron en su refugio secreto; allí compartían historias y planeaban nuevas fechorías. Oh, por supuesto, sus maestros les habían hablado de los riesgos de exponerse al poder del Manantial..., pero ellos pensaban, como tantos otros jóvenes atolondrados, que solo eran historias de viejos.

—Y... ¿qué pasó? —repitió ella, casi sin aliento.

—Una noche, uno de los muchachos les contó a los demás que había soñado con un horrible monstruo. Y como no tenía palabras para describirlo, lo dibujó en un cuaderno. Los demás hablaron entonces de sus propias pesadillas. Como si hubiesen sido atacados por un malsueño, todo un catálogo de horribles criaturas se paseaba por sus mentes, robándoles la salud y la cordura. Ninguno de ellos se había atrevido a contárselo a los demás, pero, cuando el primero habló, los otros dos no vieron ya necesidad de callar.

»De modo que durante aquella noche y las siguientes los tres novicios llenaron las páginas del cuaderno con dibujos y anotaciones sobre los monstruos que pululaban por sus sueños. A ninguno se le ocurrió pensar que aquellas criaturas existían realmente en otro lugar, y que solo necesitaban que alguien reforzase el vínculo entre su mundo y el nuestro...

—¿Escribieron... un bestiario? —susurró Axlin.

Con el rabillo del ojo detectó que el invisible rebullía bajo su manta, pero no le prestó atención. Estaba absorta en la historia que Ruxus le estaba contando.

—Un bestiario, sí —confirmó él—. Al principio, eran solo torpes dibujos, pero los muchachos, entusiasmados con su proyecto y sin saber que no eran más que el instrumento de un mal abyecto e inconcebible, añadieron más y más detalles a sus monstruos. Competían entre ellos para ver quién describía a la criatura más aterradora. Y así, cuando la barrera entre ambos mundos se debilitó lo suficiente..., todos los monstruos de su bestiario irrumpieron en nuestro mundo a través del Manantial... y ya nada volvió a ser igual.

Sobrevino un silencio, solo enturbiado por el traqueteo del carro. Axlin estaba tan impactada que apenas podía respirar.

—¡Y se acabó la historia! —declaró de pronto el anciano, sobresaltándola—. Es un relato escalofriante propio de tiempos pasados y no queremos volver a recordarlo, ¿verdad? Hablemos de algo más alegre. ¿Cuándo comemos?

Axlin no logró convencer a Ruxus para que le contara más. Tampoco tuvo ocasión de compartir aquel relato con sus compañeros sin que él estuviese presente, por lo que se resignó a esperar a que llegaran a la siguiente aldea para poder reunirse con ellos en privado.

Pronto se dio cuenta, sin embargo, de que había asuntos más urgentes que resolver.

Cuando llegaron al enclave, las personas que salieron a recibirlos los observaron con curiosidad. Axlin detectó los gestos de alivio y alegría que iluminaban sus facciones y comprendió que no reaccionaban de aquella manera solo por la llegada de unos buhoneros.

Un hombre se adelantó a recibirlos. Loxan detuvo el carro junto a él.

—¡Saludos! ¿Eres el líder de la aldea? —le preguntó.

—Sí, lo soy —asintió él—. Me llamo Xakin. —Se volvió hacia Rox y le preguntó—. Eres el reemplazo, ¿verdad? ¿Has traído un compañero?

—¿Reemplazo? —repitió ella mientras descabalgaba—. ¿A qué te refieres?

Él le mostró un documento que contaba con cuatro sellos diferentes.

—Somos un protectorado de la Ciudadela. La ley dice que tenemos derecho a contar con un retén de la Guardia de forma permanente.

Xein, que acababa de salir del carro, cruzó una mirada con Rox.

—¿No lo tenéis? —preguntó.

—¿No sois el reemplazo? —insistió el líder.

—Solo estamos de paso —se disculpó la Guardiana—. Entonces, ¿no hay Guardianes en esta aldea?

Xakin sacudió la cabeza con un resoplido irritado.

—Se marcharon hace cuatro días y nos dejaron solos —se quejó—. Pagamos una tasa anual para mantener el retén de la Guardia. Hay una manera correcta de hacer las cosas, ¿sabéis? Los Guardianes no se marchan hasta que llega el reemplazo. Y vuestros compañeros se fueron sin más, sin esperar y sin molestarse en confirmarnos cuánto tardarían en llegar sus sustitutos.

—Ya veo —murmuró ella.

—¡Hemos estado en peligro cuatro días y tres noches! —siguió protestando el hombre—. Ayer atacaron los rechinantes y pudimos rechazarlos a duras penas. ¡Estuvieron a punto de matar a varios de los nuestros! Tuvimos mucha suerte de sobrevivir todos.

—Bueno, tal vez se han retrasado por alguna razón. La protección de los enclaves en las Tierras Civilizadas siempre ha funcionado con fluidez, se respetan los turnos y...

—¡Nuestros Guardianes se fueron dos semanas antes de lo convenido! —cortó Xakin—. Recibieron un mensaje y se marcharon sin mirar atrás.

—Nosotros solo estamos de paso —repitió Rox—. No sé qué motivos pudo tener la Guardia para reclamarlos, pero...

—Pero podemos quedarnos aquí hasta que llegue el reemplazo —cortó Xein.

Ella lo miró sorprendida. Xakin entornó los ojos y los examinó con atención.

—No vestís como Guardianes. Ni siquiera os peináis como ellos.

—Pero lo somos, como puedes ver. —Xein señaló sus propios ojos con el dedo índice—. Y luchamos contra los monstruos exactamente igual, con uniforme o sin él.

El líder de la aldea pareció de pronto muy aliviado.

—Os lo agradezco de corazón —musitó—. Bienvenidos seáis, pues, Guardianes y buhoneros. Los viajeros siempre serán bien recibidos entre nosotros.

Los alojaron a todos en la misma casa, porque todas las demás estaban ocupadas. Era un fenómeno que Axlin solo había visto en las Tierras Civilizadas. En el resto de las aldeas que había visitado, había numerosas casas vacías, lo cual indicaba que la población disminuía poco a poco. Por el contrario, los enclaves de las Tierras Civilizadas crecían e incluso prosperaban gracias a la protección de los Guardianes y el comercio con la Ciudadela. Por eso, las calles estaban empedradas y todas las casas se veían bien cuidadas: las puertas pintadas de vivos colores, las paredes talladas con cenefas decorativas y las ventanas adornadas con flores.

A Axlin le recordaban a algunos barrios de la Ciudadela. Durante su viaje por las Tierras Civilizadas, de hecho, había empezado a comprender por fin que la influencia de la gran urbe no beneficiaba solo a aquellos que habitaban tras sus murallas.

Una vez instalados, depositaron a la sombra en un rincón y la cubrieron con una manta. Axlin pensó que en algún momento deberían tomar una decisión con respecto a ella, pero supuso que mientras no se pusieran de acuerdo seguirían cargando con el monstruo prisionero de aldea en aldea.

A menos que Xein hubiese hablado en serio al proponer que se establecieran allí. Rox se lo planteó abiertamente cuando el grupo pudo deliberar por fin en privado.

—¿De verdad quieres que nos quedemos? Nos fuimos del enclave de Romixa porque esta cosa trató de llevarse a Ruxus. Estamos solo a dos días de camino de allí. Si los innombrables nos están buscando, no tardarán mucho en encontrarnos.

—Cualquier enclave es más seguro que los caminos. Para todos, incluido Ruxus —replicó Xein—. Además, de aquí hasta la Ciudadela casi todas las aldeas son protectorados. Con la diferencia de que en otras partes sí habrá Guardianes que puedan delatar a dos desertores como nosotros. En cambio, los que había en este sitio se han marchado y no creo que vayan a volver.

—¿Por qué no? —intervino Axlin, curiosa.

Él respondió a su pregunta, pero no se volvió para mirarla.

—Una aldea que esté oficialmente bajo la protección de la Guardia no se queda nunca sin Guardianes. Cuando una pareja regresa a la Ciudadela, siempre llega otra para ocupar su lugar. Si los que había aquí se marcharon con tantas prisas, sin esperar al reemplazo...

—Es porque ha pasado algo muy grave —completó Rox.

—Algo tan grave que necesitan reunir a un gran número de Guardianes para hacer frente a la amenaza, sea cual sea. No se me ocurre otro motivo para que los que había aquí abandonaran su puesto con tanta precipitación.

—Pero ya cerraron las puertas de la Ciudadela —les recordó Loxan—. ¿No debería estar resuelto el problema?

Xein arrugó el ceño.

—Tal vez no se trate de la Ciudadela —comentó—. Quizá necesiten refuerzos en el frente oriental.

Axlin detectó cierta angustia en el tono de su voz y se volvió hacia Rox, inquieta. Descubrió que ella también observaba a su compañero con los ojos entornados y un brillo de sospecha en la mirada.

No pudieron seguir hablando, porque en aquel momento sonaron unos tímidos golpes en la puerta y se asomó un muchacho de unos once o doce años.

—Señores Guardianes —dijo con solemnidad—, el líder Xakin me ha encargado que os acompañe en vuestra ronda.

—¿Nuestra... ronda? —repitió Xein, un poco perdido.

—Tenéis que pasar revista a las defensas de la aldea —explicó el chico—. Todos los Guardianes lo hacen, es parte del protocolo.

—Ah, sí —respondió Rox—. Pero ya hemos explicado que no hemos venido a reemplazar a la pareja que se fue, solo... —Se interrumpió al ver que el niño parecía algo decepcionado—. Está bien, guíanos —se rindió por fin.

Antes de que los dos Guardianes salieran de la casa, Axlin retuvo a Xein por el brazo.

—Espera. Tengo que hablar con vosotros sobre algo que me ha contado Ruxus...

—Más tarde —se limitó a responder él.

Pero no hubo ocasión, porque los Guardianes fueron el centro de atención durante la cena, y después el joven se ofreció a ocupar el puesto de uno de los centinelas en las puertas de entrada.

Al día siguiente, cuando el enclave despertó, Axlin y los demás descubrieron consternados que, mientras todos dormían, Xein había cogido el caballo de Rox y se había marchado sin despedirse de nadie.