5

En días como aquel, Dex recordaba siempre por qué había comenzado a visitar la biblioteca del primer ensanche años atrás.

La colección bibliográfica de los De Galuxen no era particularmente interesante. Podía resultar impresionante a simple vista, no por la cantidad de los volúmenes, sino por la riqueza de la encuadernación, la belleza de las ilustraciones y la calidad del papel. Su familia siempre había cuidado mucho aquel tipo de detalles.

Pero el contenido de los libros era harina de otro costal. Muchos de ellos estaban centrados en el linaje De Galuxen: biografías de sus miembros más señalados, relación y descripción de los bienes de la familia o tratados genealógicos que se remontaban hasta los tiempos de la fundación de la Ciudadela. Nada que pudiese interesar a una mente inquieta como la de Dex, quien, no obstante, había devorado todos aquellos libros cuando era niño, porque en su casa no había otra cosa que leer.

Ahora volvía a ellos para examinar con atención los blasones de su estirpe. No era un trabajo que lo entusiasmara, pero lo ayudaba a distraerse de sus preocupaciones y a sentir que estaba haciendo algo útil.

Tiempo atrás le habían enseñado que todos los herederos de la ciudad vieja tenían una divisa que los identificaba en los árboles genealógicos. Su hermano mayor, de hecho, había estado trabajando en la suya propia, aunque no había tenido tiempo de acabarla antes de morir. Como nuevo heredero de su casa, Dex tendría que elaborar su propio blasón. Pero no era aquel el motivo por el cual consultaba ahora los libros de heráldica. Su interés tenía que ver, en realidad, con el símbolo por el que Axlin sentía tanta curiosidad. Ella decía que estaba relacionado con algún tipo de protección contra los monstruos, y lo había identificado con una flor. A él le había parecido una fuente, pero no habría sabido decir exactamente por qué.

Hacía ya tiempo que su amiga había dejado de investigar aquel asunto, porque no estaba sacando nada en claro. Aunque ella había estado examinando los libros de botánica, a Dex aquel símbolo le recordaba más bien a los blasones de la aristocracia. No a los actuales, complejos y recargados, sino a los más antiguos, los de la época de los Fundadores. De cuando nadie tenía tiempo para diseñar una divisa complicada, porque había que luchar contra los monstruos. De cuando los blasones tenían un significado que podía comprenderse a simple vista.

De modo que allí estaba, escudriñando entre las raíces de la familia De Galuxen, en busca de un emblema que se pareciese remotamente al símbolo que Axlin estaba estudiando. Tenía la intuición de que lo encontraría entre aquellos libros, y sospechaba que tal vez podía ser algo más que una corazonada: quizá lo había visto ya tiempo atrás, pero no recordara exactamente dónde.

Llevaba un par de semanas trabajando en aquella investigación, pero no estaba avanzando mucho porque solo podía dedicarse a ratos. A pesar de que ya apenas pasaba por la biblioteca del primer ensanche, y de que Kenxi estaba casi recuperado, Dex se resistía a dejar de visitarlo, y aquellos encuentros eran difíciles de compaginar con la agenda diaria que su madre elaboraba para él.

No obstante, seguía sumergiéndose en los libros de heráldica siempre que tenía ocasión. Se había remontado ya hasta varios siglos atrás, cuando aquel día, por fin, encontró lo que estaba buscando: un sencillo símbolo floral en el árbol genealógico más antiguo de los que había consultado hasta el momento.

Se inclinó para observar la página de cerca. La tinta estaba borrosa, pero la divisa era sin duda la misma. Conteniendo su excitación, el joven descifró con cierta dificultad el nombre que aparecía escrito debajo: «Grixin del Manantial».

—¡Ja! —exclamó—. ¡Lo sabía!

Era un apellido extraño, sin embargo. Se preguntó qué significaría «el Manantial» y por qué razón lo consideraría alguien tan importante como para utilizarlo como apellido familiar. Examinó el árbol genealógico con interés, pero la historia de Grixin era decepcionantemente corta. Había contraído matrimonio con uno de los Ocho Fundadores y, más tarde, uno de sus nietos se había unido a un De Galuxen. Volvió a repasar la genealogía, pero no tardó en descubrir que nadie más había adoptado el apellido «Del Manantial» después de ella. Frunció el ceño, pensativo. El nombre de Grixin le resultaba familiar. Si, tal como Axlin sostenía, su emblema estaba relacionado con los monstruos, tal vez Grixin hubiese desempeñado un papel importante en la historia de la Guardia de la Ciudadela.

La puerta de la habitación se abrió sin ruido ante él. Dex, inmerso en la lectura, no se dio cuenta.

—No sabía que ya habías vuelto a casa —dijo entonces su madre, sobresaltándolo.

Él alzó la cabeza para mirarla. La matriarca De Galuxen era una mujer serena y elegante que evitaba el lujo y la ostentación innecesarios. No le hacían falta, porque imponía respeto con su mera presencia. A Dex, desde luego, siempre lo había intimidado.

—Llegué hace un rato, madre —respondió—. Lamento no haberte informado.

Trató de utilizar un tono neutro, pero ella lo miró con desaprobación.

—No hace falta que mientas, Dexar. No lo lamentas en realidad. Hace tiempo que entras y sales de la ciudad vieja sin pedir permiso.

—¿Debería pedirlo? —planteó él.

—Ya no eres un niño, y te has convertido en el heredero de tu casa. Tienes responsabilidades; no puedes desaparecer sin avisar una y otra vez. Y menos para ir a visitar a... tu amigo.

Dex inspiró hondo.

—Mi amigo, como tú llamas a mi pareja, fue gravemente herido durante el ataque del abrasador del mes pasado. Por supuesto que voy a visitarlo. Todas las veces que sea necesario.

Su madre se envaró, ofendida, y el joven añadió:

—Soy consciente de que muchas cosas han cambiado después de la muerte de Broxnan. Pero a él lo educasteis desde niño para ser el heredero, mientras que yo tenía mi vida encaminada en una dirección muy diferente. No puedes pretender que renuncie a todo de la noche a la mañana, madre. Jamás podré ocupar el lugar de Broxnan, por mucho que te empeñes.

La mirada de ella se suavizó un poco.

—Comprendo que lleva tiempo. Y estoy dispuesta a concedértelo, si tú estás dispuesto a aceptar el lugar que te corresponde ahora en nuestra familia. —Se fijó entonces en el volumen que su hijo aún mantenía abierto sobre la mesa—. Hacía tiempo que no consultabas las genealogías —comentó, alzando una ceja con interés—. ¿Qué estás buscando exactamente?

Dex sabía que no era buena idea hablarle de la investigación de Axlin, por lo que respondió lo primero que se le pasó por la cabeza:

—Busco algún De Galuxen que cumpla con los requisitos mejor que yo. Seguramente, el primo Oxril estará encantado de ocupar mi lugar.

La mandíbula de su madre se tensó un poco.

—Ni se te ocurra volver a mencionarlo. —El joven suspiró, pero ella no había terminado—: Aunque, ya que has desempolvado esos libros, tal vez puedas aprovechar para elaborar una lista de muchachas casaderas que cuenten con un linaje satisfactorio.

Dex resopló, molesto.

—Madre, sabes muy bien que no pienso hacer eso.

Ella solo sonrió.

—Por supuesto que lo sé. Por esa razón me he tomado la molestia de hacerlo por ti.

—¡Madre! —protestó él, levantándose de su asiento.

—Y te he concertado un encuentro con Valexa de Vaxanian para dentro de diez días.

Sobrevino un largo silencio. Dex se quedó mirando a su madre con incredulidad, aún en pie y con las manos apoyadas sobre la mesa.

—Debe de ser una broma —murmuró por fin.

—¿Tengo aspecto de estar bromeando? —replicó ella con severidad. Él reprimió un nuevo suspiro.

No, por descontado. Su madre jamás bromeaba.

—Pero... ¿por qué Valexa? Después de tanto tiempo..., ¿qué sentido tiene?

—Sigue siendo la mejor opción, Dexar.

—No para mí. Tú lo sabes, y ella también.

Su madre le restó importancia a sus palabras con un gesto.

—Valexa siempre mostró interés por ti, y eso no ha cambiado. Rechazó la propuesta de Broxnan en su día, a pesar de que él era el heredero. Quizá tú todavía tengas una oportunidad.

—Madre, no puedo casarme con Valexa ni con ninguna otra mujer. ¿Por qué no lo quieres entender?

—Te presentarás en casa de los De Vaxanian en la fecha acordada, después del almuerzo —replicó ella, dándole la espalda para salir de la habitación—. Y no te retrases: te estarán esperando.

Dex bufó, irritado; se dejó caer de nuevo sobre la silla y hundió el rostro entre las manos.

Lo cierto era que, años atrás, habría ido a visitar a los De Vaxanian de buen grado. Él y Valexa habían sido buenos amigos cuando eran niños. Compartían el mismo interés por los libros, y la biblioteca de su familia estaba bastante mejor surtida que la de los De Galuxen.

Asaltado por una súbita idea, alzó la cabeza y volvió a examinar la página donde había encontrado la referencia a Grixin. Sonrió para sí al comprobar que no se había equivocado: Grixin del Manantial se había casado con uno de los Ocho Fundadores, en efecto.

Con Vaxanian, precisamente.

Era probable, pues, que en la biblioteca de Valexa hubiese más referencias a la misteriosa mujer cuya divisa interesaba tanto a Axlin.

Suspiró para sus adentros. Valexa y él habían sido buenos amigos, sí, pero aquellos tiempos quedaban ya muy atrás. Lo cierto era que hacía años que apenas se dirigían la palabra. Cuando coincidían en algún evento social, sus conversaciones resultaban tensas y forzadas.

En el fondo lamentaba que las cosas se hubiesen desarrollado de aquella manera. Pero sospechaba que aquel encuentro que le había organizado su madre no contribuiría a normalizar la relación entre ellos, sino todo lo contrario.

Respiró hondo. No se imaginaba a sí mismo visitando a Valexa después de tantos años... ¿Para qué? ¿Para pedirle que le permitiese curiosear en su biblioteca? ¿Para hacerle creer que existía alguna posibilidad, por remota que fuera, de que ellos dos llegasen a emparejarse en el futuro? De ningún modo podía acceder a la petición de su madre, se dijo. Tendría que buscar información en otra parte. Pero primero debía contarle a Axlin lo que había averiguado. Tal vez ella, con ayuda de la maestra Prixia, lograse descubrir algo más en los volúmenes de la biblioteca, ahora que sabía dónde debían buscar.

Se apresuró a devolver los libros a sus estantes y salió de la sala de lectura.

Momentos después abandonaba la casa familiar, de nuevo sin molestarse en informar a nadie. No quedaban muchas horas para la puesta de sol, y tenía bastantes cosas que hacer fuera de la ciudad vieja.

Axlin se llevó una gran alegría cuando lo vio aparecer por la biblioteca. Los dos amigos se abrazaron emocionados, y la maestra Prixia sonrió con calidez a su ayudante, aunque le dirigió una mirada de advertencia. Después los dejó a solas, pero Dex sabía que debía pasar a hablar con ella antes de marcharse.

—No tengo mucho tiempo, Axlin —empezó—. Me alegro mucho de verte, pero me temo que no me puedo quedar.

—¿Has pasado solo a saludar? —preguntó ella, un poco decepcionada.

—No exactamente. Tengo algo que contarte.

El rostro de su amiga se iluminó con una súbita sonrisa.

—¿Has tenido noticias de Xein?

Él tragó saliva.

—No, lo siento. La última vez que vi a Oxania, me contó que no había podido hablar con su tío sobre el tema. Al parecer es un hombre muy ocupado y, con todo lo que está pasando, no tiene tiempo para recibirla.

Ella trató de ocultar su decepción.

—Lo entiendo —murmuró.

De pronto, Dex se sintió mal por haberla hecho concebir falsas esperanzas. Llevado por su curiosidad académica, había dedicado quizá demasiado tiempo a investigar sobre un tema que probablemente no tenía la menor importancia. Tal vez debería haberse esmerado más en tratar de averiguar algo sobre el destino de Xein. Pero en el fondo Axlin no podía reprochárselo, pensó. Nadie, ni siquiera en la ciudad vieja, tenía poder para inmiscuirse en los asuntos de los Guardianes. Por encima de sus altos mandos solo estaban el Consejero de Defensa y Vigilancia y el mismo Jerarca. Se aclaró la garganta y prosiguió:

—Sé que quizá ya no estás trabajando en esto, pero quería decirte que he descubierto algo sobre tu símbolo de protección.

—¿Te refieres a la flor? —preguntó ella con curiosidad.

—No representa una flor, sino una fuente, ya te lo dije —respondió él, con una sonrisa de triunfo—. Al parecer es la divisa de una lejana antepasada mía: Grixin del Manantial. No te sonará su nombre, porque no figura entre los Ocho Fundadores, aunque contrajo matrimonio con...

—¿Te refieres a la Venerable Grixin? —interrumpió ella con los ojos muy abiertos—. ¿La autora del primer bestiario del que se tiene noticia?

Su amigo pestañeó con perplejidad.

—No lo creo. No puede tratarse de la misma persona, ¿no? De lo contrario, te habrías topado antes con su símbolo. Sin duda lo habría utilizado para firmar su trabajo.

—Tal vez lo hizo. No lo sabemos, porque no conservamos ninguna obra suya. —La joven contempló a Dex con un nuevo interés—. ¿Dónde has encontrado información sobre ella?

—En la biblioteca de mi casa —respondió él—. En los libros de genealogías. ¿Por qué lo preguntas?

—¡¿Tienes una biblioteca en tu casa?! —exclamó ella, atónita.

Se llevó las manos a la boca al instante al ver que varios de los estudiosos alzaban la cabeza para dispararle miradas de desaprobación.

—No es una biblioteca muy grande —aclaró él—. Nada que ver con esta, por supuesto.

—Aun así, me encantaría poder visitarla —suspiró Axlin, con un tono de voz más apropiado para el lugar donde se encontraban—. Quizá encontrase allí información sobre la Venerable Grixin y el libro que escribió. ¡Tal vez haya pistas sobre dónde hallar alguna copia!

Pero Dex negó con la cabeza.

—Solo tenemos algunos libros de genealogías y poca cosa más. De todas formas, espero que te sirva para algo esta información. Me encantaría poder ayudarte en algo más, pero... no puedo.

—No vas a volver, ¿verdad? —adivinó ella, apenada.

—No lo creo. Y tú —añadió de pronto—, ¿aún tienes intención de abandonar la Ciudadela?

—No sin un carro apropiado, y eso tardará un poco, me temo. Aunque Loxan está en ello.

—Bueno. Si decides marcharte, no dejes de avisarme.

Ambos sabían que aquello sonaba como una despedida. Dex no volvería a trabajar en la biblioteca, y Axlin partiría hacia el frente oriental en cuanto tuviera la oportunidad. Si eso sucedía, existían bastantes posibilidades de que no volviesen a verse nunca.

Pero ninguno de los dos quería pensar en ello.

—He de marcharme —anunció él—. Aún debo hablar con la maestra Prixia, y tengo cosas que hacer en el segundo ensanche. —Suspiró—. Los días parecen mucho más cortos desde que cierran las puertas interiores por las noches.

Axlin asintió, pero no dijo nada. Se abrazaron una vez más y, cuando el joven ya estaba a punto de cruzar el umbral, ella llamó de nuevo su atención.

—Dex. Saluda a Kenxi de mi parte, ¿quieres?

Él se ruborizó un poco. No había compartido sus intenciones con ella, pero debían de resultar evidentes.

—Lo haré. Gracias, Axlin.

Un rato más tarde se detenía ante la pequeña casita que había compartido con Kenxi hasta hacía apenas unas semanas. El corazón le latía con fuerza, como cada vez que pasaba por allí. Aquel había sido su barrio, y se había sentido muy a gusto en él. Al principio se había instalado en aquella sencilla vivienda para poder huir de la casa de sus padres en la ciudad vieja, para encontrar su propio camino. Para poder ser un ciudadano anónimo y liberarse del peso de su apellido. Y el segundo ensanche no lo había decepcionado. Era cierto que contaba con menos comodidades que la ciudad vieja, que resultaba muy bullicioso y más peligroso, en cierto modo. Pero había valido la pena.

El puesto de ayudante en la biblioteca era una de las mejores cosas que le habían sucedido al trasladarse allí.

La otra era Kenxi.

Se habían conocido un par de años atrás, cuando Dex había comenzado a acudir a trabajar a la biblioteca todas las mañanas. Había tomado por costumbre detenerse en la panadería del barrio a comprar un bollo recién hecho para desayunar. No había tardado en fijarse en el aprendiz del panadero, un muchacho que no hablaba mucho, pero que siempre le sonreía al atenderlo.

Y todo había comenzado así, con un juego de miradas, con breves sonrisas y pequeños gestos amables. Tenía entendido que, en general, la gente de los ensanches no veía con malos ojos las relaciones entre personas del mismo sexo porque, en teoría, no estaban condicionados por la obligación de engendrar nuevos vástagos para alimentar el linaje familiar, pero él había crecido en un entorno en el que no se hablaba en público de aquellas cosas, así que dio por sentado que sería Kenxi quien daría el primer paso. Sin embargo, a medida que pasaban los días y el joven panadero no lo abordaba abiertamente, empezó a plantearse con inquietud que tal vez habría malinterpretado las señales.

Al final había resultado que, en realidad, Kenxi era demasiado tímido para dirigirse a Dex; y, dado que él, por su parte, era demasiado discreto como para abrir su corazón sin más, los dos podrían haberse quedado en los preliminares de forma indefinida, siempre aguardando a que el otro lanzase una señal que nunca llegaba.

Por fortuna para ambos, sus torpes tentativas contaban con un testigo de excepción: Oxmon, el panadero, que, harto de que las vacilaciones de su aprendiz no lo condujeran a ninguna parte, decidió tomar medidas al respecto.

Dex sonrió con calidez al evocar aquel día. Al entrar en la panadería había encontrado a Oxmon solo en el obrador, desbordado de trabajo.

—Hace un buen rato que he mandado al chico a la trastienda a buscar semillas de anís y todavía no ha vuelto —gruñó—. ¿Por qué no vas a comprobar que no se ha caído dentro de un saco de harina o algo por el estilo?

A él no se le había pasado por la cabeza cuestionar la petición del panadero.

Halló a Kenxi revolviendo angustiado entre los estantes, de espaldas a la puerta.

—Sé que el tarro debería estar aquí, maestro —murmuró sin mirarlo—. Pero ¡no lo encuentro!

—Te ayudaré —replicó Dex abruptamente, y el muchacho dio un respingo al oír su voz y lo miró, colorado como una cereza.

Dex estaba seguro de que él también se había sonrojado un poco. Apenas se había situado junto a Kenxi para echarle una mano con la búsqueda cuando, de pronto, la puerta se cerró de golpe tras ellos. Los chicos se volvieron, sobresaltados al oír que alguien la atrancaba por fuera.

—Hablad de una vez, vosotros dos —gruñó Oxmon desde el otro lado—. No pienso dejaros salir hasta que lo hagáis. ¿Queda claro?

Dex y Kenxi, completamente ruborizados, cruzaron una mirada avergonzada. Fue el joven bibliotecario quien por fin inspiró hondo y soltó:

—¿Te gustaría que nos viésemos alguna vez... después del trabajo?

El rostro de Kenxi se iluminó de alegría.

—Sí, yo... Sí, me gustaría mucho —respondió.

Y los dos se quedaron un momento así, mirándose y sonriéndose como tontos, sin saber qué otra cosa añadir. Dex sintió la tentación de besarlo, pero el ayudante de panadero estaba tan rojo que temió que explosionaría si lo hacía, de modo que trató de tranquilizarse y de convencerse a sí mismo de que lo más difícil ya estaba hecho.

Aún tuvieron ocasión de intercambiar algunas impresiones más antes de que Oxmon los dejase salir. Después, Dex compró su almuerzo, como de costumbre, y Kenxi se lo sirvió, igual que todos los días. Pero intercambiaron una sonrisa cómplice, y la mano de Dex permaneció más tiempo del necesario en la de Kenxi cuando recogió el cambio.

Apenas un par de meses después, ya estaban viviendo en la misma casa.

Suspiró. No se arrepentía del tiempo que había pasado junto al joven panadero. Pero se había atrevido a soñar que podía escapar de sus orígenes y vivir su propia vida, y ahora lamentaba haber arrastrado a Kenxi a aquella relación sin futuro. Le había hecho daño sin pretenderlo, a causa de su propio egoísmo e ingenuidad.

El sonido de un trueno lo sobresaltó y lo hizo volver a la realidad. Alzó la mirada hacia el cielo y descubrió que se había vuelto de un pesado gris plomizo.

Las primeras gotas de lluvia empezaron a manchar los adoquines en la calle. Aun así, dudó un instante antes de traspasar el umbral de la casa. Se preguntó, no por primera vez, si no cometía un error visitando a Kenxi, a pesar de todo. Pero, como en otras ocasiones, se convenció a sí mismo de que solo trataba de asegurarse de que se estaba recuperando bien de sus heridas. Así que sacudió la cabeza, inspiró hondo y entró.

—¿Kenxi? Hola, soy... —Iba a decir «Soy yo», como en los viejos tiempos, pero se corrigió—. Soy Dex.

No recibió respuesta, de modo que avanzó hasta el comedor, inquieto.

Kenxi estaba allí, sentado junto a la chimenea, pero no alzó la mirada cuando Dex entró, ni se molestó en responder a su saludo.

El bibliotecario tomó asiento a su lado.

—¿Sigues molesto conmigo? —le preguntó con suavidad, cogiéndole la mano derecha; la izquierda la llevaba vendada a causa de las quemaduras, aunque él sabía que estaban sanando bien. Axlin había contribuido a ello, realizándole curas regulares con cataplasmas de miel y hojas de llantén.

Por fin, el muchacho se volvió hacia él.

—Sabes que no —murmuró.

Dex le sostuvo la mirada. El aliento del abrasador había golpeado a Kenxi en la espalda, con tan mala fortuna que su cabello se había incendiado también. Había tratado de apagar las llamas con el brazo izquierdo en un movimiento instintivo, sin conseguirlo; probablemente, habría muerto de una manera agónica y horrible si los vecinos no hubiesen acudido en su auxilio, envolviéndolo en mantas para apagar el fuego que amenazaba con devorarlo. Le habían quedado marcas en el rostro, pero Dex se había acostumbrado ya a su nuevo aspecto, porque desde el principio había tenido claro que lo más importante era que las quemaduras más graves, las de la espalda, sanaran bien y sin infecciones.

—No esperaba que vinieras hoy a verme —añadió—. Es un poco tarde para visitas, ¿no crees?

—He pasado antes por la biblioteca para saludar a Axlin. También tenía que hablar con la maestra Prixia y no podía demorarlo más.

—Pensaba que ya no trabajabas allí.

—De eso precisamente quería hablar con ella. —Dex inspiró hondo—. En realidad, todavía soy bibliotecario, pero hace semanas que no voy a trabajar, y tenía que... despedirme de forma oficial. La biblioteca no puede seguir pagándome si no cumplo con mis obligaciones.

—Entiendo. No te preocupes, he hablado con mi familia; volveré con ellos a nuestra casa del anillo exterior.

—Kenxi, no —protestó él—. Puedo pagar el alquiler sin problemas, y lo sabes.

—Nunca te ha gustado depender del dinero de tu familia —señaló el muchacho.

Dex desvió la mirada, incómodo, pero no respondió, porque sabía que estaba en lo cierto. Hacía años que sufragaba todos sus gastos con el sueldo que cobraba como bibliotecario. Obviamente, no habría podido pagar con ello un palacio en la ciudad vieja, ni siquiera un apartamento en el primer ensanche. Pero llegaba de sobra para permitirse un hogar en aquel barrio, y el sueldo de su compañero como aprendiz de panadero también sumaba.

Ahora, no obstante, Dex no era el único que faltaba al trabajo. Mientras no se recuperase, Kenxi tampoco se lo podía permitir.

—Las cosas han cambiado —murmuró—. Se supone que soy el heredero de mi casa, así que ahora puedo tomar algunas decisiones sobre el patrimonio familiar.

Kenxi rio suavemente.

—¿A cambio de qué, Dex?

De nuevo tenía razón. Era extraño, reflexionó. Al principio de su relación había temido que en el fondo no fuesen compatibles. Después de todo, Kenxi era un joven poco hablador y ni siquiera sabía leer. Sin embargo, no tardó en descubrir que su silencio se debía más a la timidez que a la falta de ideas propias. Y que, aunque no fuese aficionado a la lectura como él, sí disfrutaba con las buenas historias, de modo que Dex había tomado por costumbre leerle libros en voz alta. Suspiró, evocando las tardes que habían pasado compartiendo lecturas junto a la chimenea. Había acabado por enseñarle a leer, pero a pesar de que Kenxi ya leía con cierta fluidez, nunca habían abandonado aquel hábito. Al menos, hasta la muerte de Broxnan.

Otra de las cosas que había aprendido sobre él era que, cuando Dex se perdía en detalles y elucubraciones, Kenxi era capaz de encontrar con facilidad la base de cualquier problema y resumirlo en una sola frase sencilla.

Como ahora.

Suspiró de nuevo. No tenía sentido negarlo.

—Mi madre quiere que me case —dijo.

Kenxi alzó las cejas, sorprendido.

—¿Con quién?

—No está decidido aún, pero ya tiene varias candidatas entre las jóvenes de buena familia.

El chico sacudió la cabeza.

—Dex, eso es absurdo.

—A mí me lo vas a contar...

—Pero... ¿acaso tu madre no sabe...?

—Sí que lo sabe, pero finge que no tiene importancia.

Kenxi reflexionó un momento, con el ceño fruncido.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó por fin.

—Todavía no lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.

El joven aprendiz de panadero sacudió la cabeza.

—Dex, viniste al segundo ensanche precisamente para poder escapar de todo eso. ¿Tanto han cambiado las cosas?

—Por supuesto que han cambiado. Entonces tenía un hermano mayor que era el heredero de nuestra casa. Ahora, en cambio, ese papel me corresponde a mí, me guste o no.

No sonaba enfadado, sino infinitamente triste. Cuando se levantó para marcharse, Kenxi desvió la mirada hacia la ventana.

—Llueve a cántaros, Dex —hizo notar.

—Oh... Esperaré a que escampe, pues. —Se detuvo, dubitativo—. Pero para entonces habrán cerrado la puerta de la muralla —dejó caer.

Kenxi le dirigió una sonrisa cansada.

—En ese caso..., supongo que tendrás que quedarte a pasar la noche.

Dex le devolvió la sonrisa.

—Supongo que sí.