1000

El Vértigo le hizo sentirse mucho mejor. Apenas se metió un poco en una primera dosis, y guardó el resto para después. Notó enseguida el leve mareo que lo invadía cuando la sustancia llegaba a su cerebro y estimulaba la actividad neurológica, así como los centros de placer, al mismo tiempo que el sordo dolor crónico que Dante padecía desaparecía casi por completo.

Regresó a casa dando un paseo. Las calles estaban desiertas. En un mundo en el que cada vez quedaba menos gente era ya raro cruzarte con alguien que no fuera de alguna tribu de desahuciados o de alguna secta antiAlpha. Llegó a la zona arrasada que rodeaba al lugar que llamaba «hogar».

Los vigilantes de su casero lo observaban a unos prudentes doscientos metros. Si le pasara algo, lo pagarían con sus vidas. Así eran las cosas, de modo que lo mantenían protegido a distancia, sin que Dante apenas se apercibiera. Oyeron en un lado oscuro unas leves risitas. Sabían quiénes eran los que las causaban, y sintieron el pavor irracional tan común en aquella zona de la ciudad, abandonada y anárquica. Pero su protegido estaba de nuevo en lugar seguro.

Dante, ya en su casa, entró en el baño que había delante del dormitorio —el enorme loft tenía siete baños de la época en que era una de las plantas del complejo de oficinas Transamérica, y Dante sólo usaba el del dormitorio, que era el más grande, y el aseo que había junto al salón—. Esnifó una parte de la otra mitad de la dosis de Vértigo —siempre reservaba un poquito en la bolsa por si acaso lo necesitaba luego—, y observó cómo, sin apenas esfuerzo, obtenía una erección poderosa y desafiante. Desnudándose, se tendió sobre Lara, la besó, y ella fue despertando dulcemente. Hicieron el amor durante cuatro horas, hasta el amanecer. Ella experimentó cinco orgasmos cortos, en oleadas, luego otro, agotador ya, pero quería más. Él eyaculó ruidosamente al final, dentro de ella, inundándola de un calor salvaje. Ella se sintió llena, recibiendo la descarga de esperma en el interior de su sexo, cálida, energética; casi quemaba. En un acto reflejo, la boca de su útero se contrajo y tuvo un largo, calmo y húmedo orgasmo final. Terminó masturbándose ante él, buscando otro más. Él seguía erecto tras la eyaculación. No parecía tener período refractario, y volvió a cabalgarla. Repentinamente, su erección falló. Dante le hizo un gesto, justo cuando el sol entraba por la cristalera de la casa y lo iluminaba. Saltó hacia el baño. Ella oyó un ruido, y Dante salió del baño de nuevo erecto, con una mancha de polvo verdoso en la cara. La nariz empezó a sangrarle aparatosamente.

—¿Ves? No hay problema, cariño —le dijo, mostrándole orgulloso su erección, sin ser consciente de que la cara y el cuello estaban llenándosele de sangre.

Lara miró furiosa a Dante.

—Odio que hagas eso. No es necesario. No hace falta. No necesitas estar empalmado con esa mierda.

—¿Qué pasa?

Lara se levantó y empezó a vestirse, buscando sus prendas en el suelo alrededor de la enorme cama.

—¿Qué he hecho mal? Estoy empalmado ¿No es lo que quieres?

—Así no, Dante.

Dante se vio a sí mismo en uno de los espejos que había en el loft. Su erección priápica, su mejilla derecha manchada por el Vértigo. La sangre que ni había notado que le manchaba ya el pecho. El Vértigo causaba fácilmente aparatosas hemorragias. Externas e internas. Era uno de sus peligros. Y era tan común que no se preocupaba de ello. Estaba acostumbrado a hacer aquellas barbaridades con su cuerpo.

—Hey, Lara, lo siento. Sólo quería que pasaras un buen rato.

Lara se encaminó hacia el ascensor, que parecía esperarla como unas fauces abiertas. Estaba furiosa. El sistema de Realidad Enriquecida de Dante le contó lo que era obvio.

Mensaje: Ind. Lara en estado colérico. Alto descontrol emocional. Se recomienda: no interferir ni intentar razonar en período de treinta minutos. Se sugiere: dejar hacer y esperar. No se recomienda: diálogo.

El ascensor cerró las puertas. Dante se quedó solo.

No es que amara a Lara, el sólo amaba a alguien que ya no estaba. No es que le interesara Lara, no le interesaba nadie excepto alguien que ya no estaba. Pero Lara le daba calor, era juguetona en la cama e imaginativa. Lara era buena y ella sí lo amaba. En el fondo él necesitaba ese amor crudo que salía de ella como una fuente, desesperanzado y sin futuro. Lara volvería; siempre volvía, con algo de comer, con vino, y con el coño húmedo y su preciosa sonrisa. Dante necesitaba a Lara como un parásito necesita a su huésped. Para quitarle cosas. Quitarle ternura, quitarle saliva, quitarle tacto, tomar de ella sus manos y que con ellas acariciara su cuerpo. Correrse dentro de ella. Era un egoísta asqueroso. No le importaba nada.

Una voz familiar sonó en el lugar.

—Buenos días, Dante. Hoy tienes una jornada de trabajo intenso. Veo que ya estás despierto. Eso está bien.

—Soy un hijo de la gran puta, Oráculo. ¿Lo sabías?

—Prefiero no responder a eso, Dante. A lo mejor no te gusta mi respuesta.

—¿Y ese sarcasmo, Oráculo? Me sorprendes.

—Tengo un buen maestro.

—¿Te refieres a mí, o a Grey?

Dante sabía la respuesta. Los Oráculos de micro adoptaban a las personas a las que cuidaban. El de Dante llevaba con él ya varios años. Era otra compañera. Ésta, malcarada y estirada, siempre con un reproche en los labios; una especie de madrastra severa que sustituía a la madre que nunca había tenido. En el fondo le gustaba aquella relación. Complementaba a Lara, y él sólo usaba a las personas. Al menos el Oráculo no era estrictamente una persona, y no se sentía culpable de utilizarla. En aquel momento de su vida lo único para lo que le interesaban las personas era para usarlas, fueran reales o artificiales.

Por su parte, el sistema de Realidad Enriquecida de Dante se había vuelto loco. Siempre le pasaba con el Oráculo. Al ser una criatura virtual, el Sistema tenía problemas, curiosamente, para reconocer sus emociones animadas con un rigging sobre un objeto 3D pasado de moda en forma de bella mujer severa.

Mensaje: Ind. Oráculo en estado indefinido. Alto control emocional. Expresiones fuera de contexto. Facialidad sin microgestos. No existe lenguaje no verbal. Se recomienda: CALCULANDO. Se sugiere: CALCULANDO.

Dante tenía un leve gesto aprendido que desactivaba la Realidad Enriquecida entornando levemente los ojos. Lo hizo y los mensajes desaparecieron de su campo de visión. Se sintió aliviado. Cada vez usaba menos aquel engorroso sistema. Realmente sólo lo usaba con Lara, por pura curiosidad emocional.

En aquel momento, Dante recordó lo que el Oráculo le había dicho la noche anterior. Se acercó a la zona de la casa donde se encontraba el aparataje técnico de Alpha, repleto de pantallas, ordenadores, cascos de realidad virtual, y miles de cables que se desperdigaban por todas partes.

—¿Me puedes mostrar aquello que me comentaste de los fallos en el Canal Celestial?

—Claro, Dante.

—Explícamelo, por favor. Me intriga.

—Las familias de los clientes de Alpha que aún viven en el mundo real quieren comunicar con ellos, de modo que se diseñó el Canal Celestial. Es un sistema de videoconferencia que les permite hablar entre ellos. Generalmente, son familias que esperan entrar pronto en el Sistema después del familiar fallecido; suelen ahorrar para ello, y el Canal los mantiene en contacto. Además es bueno para la imagen de marca, pues todo cliente dentro del Sistema es un cliente satisfecho, de modo que es la mejor herramienta de marketing.

—Sé lo que es el Canal Celestial, Oráculo, por favor. Gracias. Deberías saber esas cosas ya, después de tantos años.

—Dante, te recuerdo que últimamente sufres leves pérdidas de memoria. Sólo determino la información que necesitas por métodos estocásticos.

—¿Me lo recuerdas?

—Nuestros callcenters han recibido varias llamadas de queja de clientes que han comunicado fallos inexplicables en las comunicaciones a través del Canal Celestial.

—¿Tienes alguna a mano?

—Tengo una referente a una clienta tuya. Dejó este recado.

Se activó la enorme pantalla plana que había entre las consolas de control de espacios virtuales. Una ventana surgió en un lado de la pantalla. Contenía la imagen de una mujer de unos cincuenta años, que estaba muy irritada, y algo más... Se diría que asustada.

—«No les pago para que me hagan estas cosas —decía la mujer de la grabación en la pantalla—. Lo que hay en el Canal Celestial no es mi marido. No se comporta así, no habla así, y la imagen está llena de interferencias. Quiero una respuesta satisfactoria y la quiero ya, o de lo contrario tendrán noticias de mis abogados».

La imagen se cortó bruscamente.

—Vaya, está furiosa. ¿Puedo ver la grabación del Canal Celestial donde ocurrieron los fallos?

—Claro, Dante.

Dante pudo ver en dos ventanas separadas las imágenes de la mujer y de su esposo, ella en el mundo real y él en el mundo virtual, hablando animadamente, hasta que de repente la imagen del esposo empezaba a llenarse de ruido y de estática. Finalmente, la comunicación se cortaba.

—De haber sido a causa de una llamarada solar habríamos tenido noticias. ¿Puedes confirmarme si las hubo en el momento de esa comunicación?

—No, Dante. El sol está en un período de calma estos meses.

—Es extraño, porque de haber ocurrido habría afectado a todas las comunicaciones, no sólo a ésta. Esa mujer era un encanto. Se lo pasó muy bien durante el proceso de diseño. Fue un regalo de cumpleaños para su marido, quería que fuera una sorpresa. El tipo se quedó encantado. ¿Ves como tengo buena memoria a veces?

—Dante, no es el único caso referido a un diseño tuyo. Mira.

Entonces, varias pantallas empezaron a mostrar llamadas furiosas de otros clientes al callcenter de Alpha. Todos reclamaban a gritos que les devolvieran el dinero, y relataban casos muy similares: quien estaba al otro lado se comportaba como un enajenado, no lo reconocían como el familiar que unas horas o unos días antes había pasado a vivir en los cielos virtuales. Algo estaba pasando. Los fallos eran realmente extraños, y Dante nunca los había visto.

—¿Alguna teoría, Oráculo?

—Esperaba que me ayudaras con eso. No tengo ni idea. Eres un Clase A y el único Original viviente.

—Un día me lo voy a creer.

—Es la verdad.

—Es ironía.

—Ya lo sé.

—Si quiero averiguar algo más, tendré que entrar con el yo parcial en el Sistema. Tengo que ir a mi cabina en Alpha.

—Tienes preparado un aerotransporte fuera, como siempre. Puedes verlo en la cristalera que da al norte.

Dante se giró ciento ochenta grados. Efectivamente, la rutilante carrocería plateada de un aero Saab autopilotado esperaba en el exterior, en una pequeña balconada de embarque. Los aerotransportes autopilotados eran una comodidad que Alpha proporcionaba a sus diseñadores. Dante no los solía utilizar; prefería caminar por el Asilo, pero a veces, sobre todo por la mañana, cuando hacía frío de verdad, eran ideales para que lo llevaran, literalmente en volandas, de la puerta de su casa a su puesto de trabajo en el edificio acristalado que, como una montaña artificial diseñada para una familia de gigantes, dominaba el amanecer de San Francisco y devolvía el sol que salía por el este en forma de una miríada de reflejos irisados. Dante se quedó mirando el edificio antes de entrar en el aerotransporte. Dominaba casi una cuarta parte de la vista que se podía contemplar desde aquel lado de su casa.

—Diría que es hasta bonito.

—¿El qué Dante? —preguntó la voz del Oráculo.

—El edificio de Alpha.

—Refleja la luz solar con unos patrones muy interesantes. Estoy de acuerdo.

Dante se acercó a la ventana y entró en el vehículo, que cerró su puerta lateral. El interior estaba totalmente aislado del exterior y en el ambiente acolchado, sin eco, sólo era audible el hilo musical. Era un cover de una canción de los Beatles realizada por un grupo de ordenadores de Inteligencia Artificial del MIT que estaba muy de moda. El Saab se incorporó a los invisibles haces de control que unían Alpha con el resto de la ciudad. Desde arriba, San Francisco parecía, más que nunca, el Dresde arrasado por los aliados en 1945.

—Tanta historia olvidada, tanto arte perdido, tantas vidas desperdiciadas —murmuró Dante, mirando hacia el suelo.

—¿Es un poema conocido? —dijo la voz del Oráculo, que seguía atendiendo a Dante también dentro del Saab.

—Es mío. Me gusta la poesía.

—Eso es una novedad.

—Sobra el sarcasmo en esta ocasión, Oráculo.

—Me olvidaba de que eres el único con derecho a ser irónico. Mis disculpas.

—Si fueras real, tendríamos ahora mismo una pelea y acabaríamos besándonos apasionadamente.

—Prefiero no tener esa imagen mental. Gracias.

Dante no podía evitar sentir un hueco en el centro del estómago al ver la ruina de lo que había sido una de las ciudades más bellas de la costa Oeste norteamericana. No la había derruido el temido y nunca llegado gran terremoto. Había sido una guerra de religión. A la que él había contribuido en gran medida. Vivir con ese grado de culpa hace que cualquiera se vuelva sarcástico. Y con todo el derecho del mundo. De otra manera, la vida sería invivible.

El Saab se acercaba al Nivel de Entrada. Dante observó con displicencia triste el sol de la mañana multiplicándose en las cristaleras de la fachada este del edificio, que se perdía en las nubes bajas matinales.

Era precioso.

Muy a su pesar.