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Mientras enjambres de drones inteligentes neutralizaban las escasas naves de vigilancia del asteroide y decenas de cazas de la Coalición Vaticana acababan con las defensas pasivas, unas navecillas con el aspecto de contenedores tripulados, en cuyo interior había cuarenta —número bíblico, claro— GS con escafandras y armas de disparo en vacío, se posaban junto a las instalaciones de Alpha y se colaban en las entradas de descompresión, tomando sectores y no dejando prisioneros.

Los GS de asalto eran gente especialmente dura, entrenaban en un campo alejado de miradas en la cara oculta de la luna y estaban adiestrados para el combate en gravedades bajas. Por ello, los pocos defensores de Alpha que había en retén aquella mañana apenas tuvieron opción, y se dejaron matar como corderos —referencia bíblica, claro—. La sangre flotaba lentamente por la microgravedad y llegaba al suelo en torrentes que parecían trazados a cámara lenta.

No supuso un gran esfuerzo tomar la mayor parte de la plaza. Algunos técnicos altamente capacitados se refugiaban en las áreas más cercanas a la instalación donde reposaba, en un entorno de alto vacío, el vasto corazón del ordenador cuántico, pero sus esfuerzos por parapetarse tras las consolas de control fueron vanos; los GS lanzaron gases lacrimógenos dentro de las salas de control y los infelices salían cegados y asfixiados para ser ejecutados de manera sistemática.

Los tenientes de GS, todos ellos sacerdotes, administraban la extremaunción a los agonizantes de ambos bandos, en un gesto que, observado desde fuera, parecería más un sarcasmo cruel o una parodia siniestra de consuelo que otra cosa. Pero bueno, así eran las órdenes, y se limitaban a cumplirlas.

Una técnico murió en los brazos de una GS, preguntándole su nombre y diciéndole que en otras circunstancias tal vez hubieran sido amigas. La joven la dejó expirar mientras la abrazaba, y se dijo a sí misma que si salía viva de allí, abandonaría aquel trabajo de mierda. No tendría posibilidad de hacerlo, pues en unos minutos aquel lugar se convertiría en algo parecido a la superficie del Sol.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Los GS formaban marciales en las áreas que iban tomando y sus mandos supervisaban las zonas y colocaban a técnicos vaticanos que poco a poco iban familiarizándose con los controles del vasto ordenador; habían entrenado mucho con simulaciones tomadas de filmaciones espía. Alpha había trabajado mucho las claves de entrada, por lo que no lo tendrían nada fácil. Saltarse una clave cuántica es un suceso imposible. Simplemente no se puede hacer. Pero los mandos de los GS sabían que la Coalición tenía un as en la manga. En algún lugar, un caballo de Troya estaba excavando un camino que permitiría tomar el control absoluto de aquel Universo de cielos virtuales que había creado el hombre. Así que esperarían lo que hiciera falta. No había enemigos a los que temer en aquel lugar lejano y escasamente poblado.

En el exterior, los cada vez más escasos pilotos de Alpha luchaban desesperadamente contra los drones y cazas vaticanos, que con su característica forma de cruces hablaban bien a las claras del perverso sentido del humor de los diseñadores de la Coalición. Y en algunas esquinas del interior de la base, heroicos luchadores defendían con uñas y dientes pequeñas parcelas de metal habitable como si tras ellas se ocultara el Santo Grial. En realidad sólo defendían sus propias vidas, porque enseguida se extendió la información de que los GS no estaban haciendo prisioneros. No, a aquellos mercenarios e ingenieros del software cuántico Alpha sólo les importaba por los grandes sueldos que les reportaba, los pluses de peligrosidad de trabajar en el Cinturón de Asteroides y por los lavados periódicos de memoria. Estaban hartos de vivir en aquel lugar. Sólo querían sobrevivir, algo que en los tiempos de Alpha parecía haber pasado de moda, pero no.

Algunos ingenieros, ocultos en la zona de más alta seguridad consultaban a Caín Grey en su cielo personal para que les aconsejara qué hacer en aquellos momentos tan difíciles, y le preguntaban por algún plan para aquella eventualidad. Cuando Grey empezó a responderles su imagen empezó a enrarecerse y llenarse de estática. La mayoría de aquellos ingenieros identificaron los fallos y observaron desconcertados los índices de uso del ordenador cuántico, que llegaban peligrosamente al cien por cien de ocupación. Algo imposible. Todas las comunicaciones con el interior del ordenador, como el Canal Celestial, estaban fallando y bloqueándose en todos los casos. Era algo sin precedentes. Los ingenieros no podían comprender lo que estaba pasando. Era como si casi toda la increíble capacidad de cálculo de aquel ordenador estuviera enfocándose en otra cosa, como si estuviera siendo drenada por alguien.

Y en aquel momento necesitaban respuestas, necesitaban que Grey les dijera qué hacer, si había alguna opción, algún as oculto en la manga. Pero Grey estaba congelado en sus pantallas, rodeado de una nieve tridimensional de estática cuántica, y sólo les devolvía silencio.

Simultáneamente, en la Tierra se iniciaron los ataques.

Varios destacamentos de GS en flotas de aerodeslizadores negros estaban apostados esperando la luz verde, que llegó sin demora. Unos se ocultaban tras una enorme nube de desarrollo vertical desde hacía cuarenta y ocho horas. Otros, tras las copas de los árboles de un tupido bosque. Listos para lanzarse a sangre y fuego.

Los cuarteles generales del grupo Islámico, el grupo Judaico y el Cuarto Grupo fueron arrasados hasta los cimientos. Los líderes de cada facción fueron ejecutados sin contemplaciones, y se arrasaron las sedes principales. En Jerusalén, los GS fueron repelidos brutalmente, pues el ejército israelí estaba bien dotado militarmente con prototipos de armamento que ni siquiera se conocía aún en el resto del mundo. Y en La Meca los ataques de los GS tampoco tuvieron éxito, al verse sorprendidos por un grupo de defensa secreto armado hasta los dientes con lanzaderas de misiles autónomas y armas con balas inteligentes capaces de seguir a sus objetivos. Alguien se había ido de la lengua. Seguramente Boss, amigo de todos, enemigo de nadie, amante del dinero ante todo.

Al final la cosa quedó en tablas, pero el daño estaba hecho y era irreversible. Guerra abierta, eso se gritaba en los credos traicionados por quien se suponía era su más honesto socio. El Vaticano había generado una terrible corriente de rabia, y, claro está, la Coalición estaba ya rota. De modo que los GS esperaron una comunicación desde el Cinturón de Asteroides. Sólo era necesario que el papa comunicara su ultimátum tras tomar Alpha. Es más, el ultimátum había sido grabado unos días antes, y se esperaba una autorización para emitirlo a todo el mundo y en todos los canales.

Todos esperaban, expectantes. Y no se podía esperar demasiado, pues los antiguos socios, furiosos, estaban preparando su contragolpe.