110111

Pedro entró en el despacho de Battiato sin llamar a la puerta.

—Me ha mandado llamar —dijo, tras un leve carraspeo que hizo elevar la mirada al cardenal de su escritorio.

—Hola, Pedro. Me gusta mucho su nombre. Supongo que sabe por qué.

—Lo del primer papa, san Pedro... este lugar, todo eso. Cultura general.

—Sí, es como una especie de paradoja buena, de señal, que sea usted quien nos está ayudando en todo esto. Y lo crea o no, la gente es tan ignorante que hoy en día muchos aquí dentro no sabe ni quién era san Pedro. En fin, signo de los tiempos. ¿Ya sabe quién es nuestro caballo de Troya?

—No, cardenal. Eso me será informado en el último momento. Me temo que son las reglas.

—El doble ciego.

—Eso es. El asunto parece demasiado delicado, y cualquier fuga en estos días puede ser catastrófica.

—¿Cree usted lo que se rumorea?

—¿Lo del traslado de Alpha y el juego del señuelo?

Battiato asintió. Pedro sabía que lo estaba midiendo, estudiando. Era un peón en todo aquello, pero era el peón más importante. El que puede determinar un jaque mate por su posición. Si se mueve una casilla, toda la partida se va al garete. Lo habían elegido hacía tiempo para aquella misión, lo habían entrenado durante años, todo en el más absoluto secreto, y no era oficialmente nada más que un sargento raso de la GS, hombres de seguridad y ejército del Vaticano en tiempos de guerra como aquéllos.

—No lo sabemos aún —dijo el cardenal—. Puede ser una maniobra de desinformación, puede que nos estén desorientando. Alpha puede estar donde siempre y mandarnos con todas nuestras fuerzas lejos de aquí, sin posibilidad de retorno fácil, dejando nuestra retaguardia desprotegida. Sería una inteligente estrategia. Así que todavía no tengo datos para afirmar que sea cierto.

—Desde luego sería una maniobra inteligente.

—En cualquier caso lo sería. Y nuestro enemigo siempre ha dado muestras de una gran inteligencia. Por ahora. Dicen que tampoco está siendo así últimamente. ¿Ha oído los rumores?

—Algo. Pero de nuevo puede ser desinformación. Grey es muy inteligente, y más aún desde que vive en el interior de Alpha. Tiene la capacidad de todo un ordenador cuántico para pensar. En cierta medida es... digamos que «transhumano».

—Interesante término.

—Lo manejan unos neurólogos de la Escuela de Basilea. Conciben un siguiente paso evolutivo en la especie, con un pensamiento separado del cuerpo.

—Como dentro de Alpha. Como sus clientes, quiero decir.

—Exacto. Pero los clientes de Alpha no tienen esa capacidad. Sólo tienen sus mentes modeladas con sus yoes en entornos virtuales. Pero siguen siendo sólo eso: sus mentes originales. Mentes humanas simples. La de Grey es otra cosa. Se puede expandir en los procesadores cuánticos y usarlos como prolongaciones de su conciencia. Tiene las capabilities que nadie tiene, por algo es el dueño de Alpha. Así que piensa mucho más rápido que nosotros, y planea escenarios y partidas por adelantado.

—Parece que lo ve todo como una partida de ajedrez, sargento.

—Soy aficionado, me gusta jugar. No sé si ha usado simuladores.

—Bueno, como todo el mundo. Un par de veces, por curiosidad. Hay miles de simuladores comerciales de ajedrez.

—Cuando juegas contra una máquina, por buena que sea, el secreto está en saber con cuántos movimientos de adelanto piensa la máquina. Si es sólo con un movimiento, es muy sencillo ganar, por lista que sea la simulación. Si es con dos, resulta un poco más difícil. Pero Grey está jugando desde otra liga, es una mente trascendente.

—Transhumano. Capto el asunto —dijo Battiato.

—Eso es. Podríamos decir, y por favor no se lo tome a mal, que es una especie de nueva divinidad.

—No me lo tomo a mal.

—Bueno, pues es la primera persona que alcanza tal grado de... capacidad.

—Es una forma de definirlo. Capacidad. Vaya. Entonces, para usted nos enfrentamos a... Dios. Interesante.

—Bueno, a algo similar, que piensa mucho más rápido que nosotros y por adelantado.

—¿Cree que todo esto es entonces una batalla perdida?

—Bueno... Creo que hay muchas posibilidades. Si no lo creyera no estaríamos aquí, cardenal.

—¿Sí? ¿Tenemos oportunidades frente a alguien casi omnisciente? —Battiato miró escéptico a Pedro.

—Está el azar, la ausencia de predecibilidad que rige el Universo. Eso no nos permite ir más rápido que él, pero sí jugar con ciertas condiciones que van a nuestro favor. ¿Me sigue?

—No del todo.

—Grey vive en un espacio virtual cuántico. Allí es todopoderoso. No pasa lo mismo fuera. Aquí —señaló al suelo de la sala— no es tan poderoso. Esto es el mundo real. Y nosotros estamos aquí. Si entramos a pelear con él dentro, tendremos un problema. Si lo sacamos a pelear fuera, podemos tener alguna oportunidad.

—La idea es simultanear la toma de Alpha virtual y realmente con un ataque masivo externo. ¿Se refiere a eso?

—Exacto. Ésa es la propuesta que han generado los estrategas artificiales, y es muy interesante. Y está además nuestro caballo de Troya, una pieza imprescindible. Es alguien que está vivo, es real, vive en el mundo. También está en el dominio que Grey no controla tanto. Cuando vives aquí y estás dentro, sigues con las costumbres del mundo real aún en tu corteza cerebral. Infinitud de gestos, de comportamientos, desde predecir la trayectoria de una pelota de tenis a poder caminar sin caerte al suelo. Cosas que implican para una máquina millones de cálculos, tensores, covarianzas, monstruosos sistemas de ecuaciones, y que resolvemos sólo con un gesto. Caos. Incertidumbre. Todas esas cosas Grey las ha olvidado a medida que se ha ido metiendo en su caparazón virtual. El caballo de Troya llega al reino de Grey lleno de esas cosas, factores de impredecibilidad, que pueden hacer que la partida se decante a nuestro favor. Pero hay que dar tiempo al tiempo. Saber esperar. Y cuando llegue el momento, golpear sin dudar. Duro y brutal. Un solo golpe fuera, un solo golpe dentro, todo a un tiempo. Podemos derrocarlo. Pero para eso, necesitamos a ese aliado involuntario.

—Entiendo. Bueno, parece un estupendo plan. El papa estará satisfecho. Supongo que estará al tanto de la Alternativa Tierra Quemada.

—Lo estoy.

—¿Le parece razonable?

—Es brillante.

—¿La aplicaría?

—Sin dudarlo. La estrategia es mantener unos grupos de ataque en cada punto y simultanear las acciones. Golpear todos a la vez. Una alternativa audaz.

—Me alegra que simpatice con la idea. Mi intención es desviar un 30 por ciento de las fuerzas a esa labor.

—Es una buena proporción. Las demás Iglesias de la Coalición están debilitadas. Si hay un momento para dar el golpe definitivo, es éste.

Battiato miró a Pedro unos instantes, enormemente satisfecho.

—¿Y usted? ¿Cuáles serán sus siguientes pasos? —preguntó el cardenal.

—Me quedaré por aquí. Estos últimos trabajos me han dado suficiente libertad económica como para tomarme un descanso, y he sufrido algunas heridas en el campo de batalla de las que me gustaría poder recuperarme totalmente, y, como sabe, eso cuesta dinero. Mi misión está terminada. Usted, excelencia, supongo que viajará en la Victorem.

—Así es. Su Santidad quiere asistir en primera fila al acontecimiento. Puede ser todo un espectáculo.

—Creo que el futuro encierra sorpresas muy interesantes para todos. A pesar de ser incierto e impredecible, claro.

—Vaya, qué filosófico.

—Parte de mi entrenamiento fue estudiar filosofía y teología, así como física, especialmente la ciencia de la causalidad. Cómo unas causas llevan a determinados efectos. Algunas son muy sensibles a las condiciones iniciales. Caos se llama esa ciencia. Fenómenos simples que se vuelven impredecibles. Ésa es, en parte, la filosofía de este ataque y del doble ciego.

—Entonces ¿esperamos a que las condiciones iniciales sean propicias?

—Si todo va bien, en cuarenta y ocho o setenta y dos horas el sistema de GS se pondrá en alerta roja. Si todo sigue como está previsto, la idea es que tengamos noticias en ese tiempo, y se podrá actuar rápida y contundentemente.

—Interesante. Es curioso que sea usted, un sargento, de quien depende todo.

—Se me considera como un peón, pero prefiero verme como un alfil, una pieza modesta, de movilidad intermedia, pero que puede dar sorpresas...

—Bien. Estaremos en contacto.

—Eso es. Le mandaré las claves de activación de la alerta cuando todo esté confirmado.

—¿Todo?

—No le puedo decir mucho más.

—Es usted un tipo interesante —dijo Battiato, sonriendo extrañamente a Pedro. Estaba cavilando algo.

—Gracias, cardenal.

—¿Ha pensado en su futuro? Quiero decir... cuando todo esto pase, usted se recupere y haya descansado, habrá puestos de responsabilidad... vacantes. Soy un tipo agradecido, y quiero también recompensarlo por lo de... bueno, lo que hizo por nosotros ahí abajo, en los sótanos. El trabajo más oscuro es aquél en el que los hombres más leales dan toda la medida de su talla.

—Bueno... si es una oferta, mi respuesta es sí. Lo podemos hablar, como usted dice, cuando todo esto pase.

—Es todo. Gracias por su tiempo y su esfuerzo.

Pedro dio unos respetuosos pasos hacia atrás, hizo una leve reverencia, se volvió y se dirigió a la puerta de la enorme sala, la abrió y se dispuso a salir.

—Pedro —le espetó repentinamente Battiato—. Una última cosa. Tengo curiosidad.

—Usted dirá, cardenal.

—¿Es usted cristiano?

—No.

—¿Profesa usted alguna religión?

—Si usted considera al ajedrez una religión, sería lo más parecido.

—Entiendo. Gracias. Suerte. Y que Dios lo acompañe.

Pedro abandonó la sala sin decir nada. Battiato se sentó en su sillón. Ante él, su gran mesa, que debía de tener doscientos años y que todos los camarlengos habían utilizado. Él no era camarlengo, pero sí tenía bien claro que sería el siguiente papa. Para algo estaba allí. Para eso había luchado durante tanto tiempo. Y si jugaba bien sus cartas, podría gobernar la Iglesia en un tiempo dorado: sin Alpha, sin otras religiones que le causaran problemas. Todo el mundo sería suyo. Y un pequeño y mezquino placer lo invadía cada vez que consideraba aquella posibilidad. No era un asunto de fe, nada de eso. Era un asunto de poder.

De eso se trataba.

Así se resumía todo.