Sonó el timbre. Ordenó al sistema de la casa que abriera la puerta, y Lara entró en el salón portando un par de botellas de vino.
—¿Hay algo que celebrar? —dijo Dante.
—Que seguimos vivos.
—Si eso es algo digno de celebración, adelante.
Lara cogió dos copas de la cocina de aluminio que había a un lado y se sentó junto a Dante mientras descorchaba una de las botellas y servía parte de su contenido en las copas. Ante ellos, una pared abarrotada de cuadros, colocados sin orden ni concierto, a diversas alturas. Y amontonados en el suelo.
—Has estado ocupado, según veo —dijo Lara observando cómo Dante había llenado la pared de pinturas hasta casi tocar el techo, en una algarabía de colores. En realidad no se había decidido por cuadro alguno y había tomado la decisión la noche anterior, entre anotaciones en su diario, exponer un buen puñado de sus obras preferidas en un caos del que sólo él conocía la clave.
—Así eran los primeros museos —dijo Dante—. Los llamaban «gabinetes de curiosidades». ¿Qué valor tendrá todo esto?
—Con todo el arte que ha desaparecido, debe de ser incalculable.
Dante dio un sorbo a su copa de vino.
—¿Qué será de todo esto? Cuando yo no esté, lo saquearán, se lo llevarán todo. O lo quemarán. Es todo muy frágil. Y en realidad ya nada tiene valor. Desaparecerá.
—Romper es sencillo. Construir es lento y doloroso. ¿Qué tal estás?
—¿Ya no estás enfadada conmigo?
—Se me ha pasado. Soy así de tonta. ¿Por qué no dejas esa mierda? El Vértigo.
—Ya lo hemos hablado muchas veces.
—Pero nunca me haces caso.
—Es como con el tabaco. La gente sabía que los mataba, pero no lo dejaban. Se engañaban a sí mismos haciéndose creer que les gustaba y que controlaban su vicio, pero en realidad no podían dejarlo. Es lo que me pasa a mí.
—Si es por el dolor, hay otras formas de combatirlo.
—Lara, no estás aquí dentro —señaló a su propia cabeza—. El dolor que siento no lo siente nadie más, no puedes comprenderlo. Tuve un primer modelo perceptrón, y fui el único que aceptó el plan de cambio y no se retiró a tiempo, y eso me ha traído secuelas que nadie tiene. Sólo yo. El dolor es una de ellas. Sólo me lo saco con el Vértigo.
—Hasta que te mate.
—El riesgo está asumido desde hace tiempo, Lara.
—Dante, por favor...
—Mira, lo intentaré. Lo hablamos, ¿vale? Pero ahora mismo no es el momento, ¿entiendes? Podemos discutirlo cuando quieras. Tener las broncas que haga falta, lo que sea. Pero en otro momento. Ahora tengo muchas cosas de las que ocuparme.
—¿Y si te hiciera elegir?
—No te entiendo.
—Yo, o el Vértigo. —Lara lo miró intensamente mientras lo decía.
—No lo vas a hacer.
—¿Crees que no?
—No, no lo vas a hacer.
—¿Y en ese caso? ¿Y si lo hiciera?
—Elegiría el Vértigo, Lara. Sin dudarlo.
—Eres un malnacido.
—No hagas juegos mentales conmigo, Lara. No vas a ganar nunca. Soy un adicto. Ya está. No pasa nada. Lo asumo, asumo los riesgos, eso es todo.
—¿Y yo? ¿Qué riesgos asumo yo?
—Lara, somos personas diferentes, con intereses diferentes. Nos hemos juntado durante un tiempo, pero eso es todo. No intentes cambiarme. No intentes hacerme otra persona, porque no lo soy. Mira, ojalá te hubiera conocido hace diez años, o más. Habría sido muy diferente. Pero en este momento soy lo que ves. Acéptame, o sigue tu camino.
Se había pasado un poco. Dante se arrepintió enseguida de lo que había dicho; no se acostumbraba a actuar ante ella sin la asistencia de la Realidad Enriquecida, así que daba bandazos, se pasaba, se iba de madre, o se quedaba corto. Bueno, era la forma en la que las personas hablaban normalmente, sin un chivato de Realidad Enriquecida soplándote lo que decir para obtener el mejor resultado, no pasaba nada, casi todo el mundo se comunicaba así con sus amantes. Podía acostumbrarse. Tuvo la tentación de activar el sistema, pero enseguida desistió. Quería que las cosas siguieran naturalmente, y a pesar de todo estaban yendo bien. ¿O no?
Lara se quedó callada unos instantes, valorando la magnitud de la herida causada.
—Queda claro. Es bueno tener esas cosas claras.
El silencio se elevó entre los dos como un muro. Pasaron unos minutos en los que los dos permanecieron en un terco silencio, bebiendo y mirando a ninguna parte. Lara odiaba aquellos callejones sin salida, y más aquellos pulsos que mantenía Dante con ella, en los que el que rompía a hablar era el que perdía la partida. Lara estaba acostumbrada. Dante hizo un leve gesto imperceptible, que ella no notó.
Inicializando Realidad Enriquecida cortical. Bienvenido user # Dante Tejera. Asistencia en inicialización. Checklist correcto. Observando. CALCULANDO. ESPERE.
Mensaje: Ind. Lara estado frustrado.
—¿Qué te pasa? ¿Qué demonios te está pasando, Dante? —rompió a hablar de nuevo Lara.
—Es... es difícil de explicar.
Dante hizo de nuevo un gesto leve. Desconectó la Realidad Enriquecida. ¿Qué estaba haciendo? Quería desconectarla. Definitivamente.
Mensaje: Realidad Enriquecida cortical.
Ha solicitado final de sesión. ESPERE.
# EOF Gracias.
Dante volvió a quedarse en silencio en su interior. Miró a Lara. Ella lo miraba fijamente.
—Tengo toda la noche. Y dos botellas de vino —le dijo, sonriente, inasequible al desaliento.
—Lara, no quieras saberlo, de verdad.
—Quiero saberlo.
Dante sopesó si debía decirlo. Tardó unos instantes. Volvía a sentirse perdido sin asistencia. Pero decidió, finalmente, hacer lo que creía mejor. Decirlo. Así que confesó:
—He borrado un cielo.
—Vaya, eso no es un delito, todavía, que yo sepa.
—Era un cielo personal. Llevaba desarrollándolo... no sé, como cuatro años, y en el interior el tiempo estaba acelerado, han pasado allí unos diez... diez años. Lo he desarrollado a un nivel de detalle de voxel que jamás pensé que conseguiría. Era una experiencia muy especial estar allí.
—¿Era un cielo personal tuyo?
—Sí. Mi... mi lugar de retiro...
—¿Te ibas a meter ahí dentro?
—Algún día. Tus padres lo han hecho, ¿recuerdas?
—No es lo mismo. Se estaban muriendo. Era o eso o... bueno, ya sabes. No tenían opción. Tú sí la tienes. Todavía. Vaya, qué callado te lo tenías. Eres toda una caja de sorpresas.
—No te gustan los cielos, es curioso. Supongo que por eso me gustas, porque los dos odiamos nuestro trabajo.
—Me gusta diseñarlos, no me gusta habitarlos. Eso es todo. ¿Y por qué lo borraste?
—Porque... bueno, era una forma de olvido, en el fondo. Lo iba a usar para dejar de ser yo mismo, sustituir parte de mi personalidad... Como una lobotomía de las partes de mí que no me gustan.
—¿Ibas a olvidar ahí dentro? ¿Tu pasado? ¿Se puede hacer eso?
—En cierta medida. Había creado varios personajes allí. Uno de ellos era yo mismo, pero yo con otro pasado, con diez años de vida allí. Un tipo tranquilo, amante de la naturaleza. Ese cielo era alpino, bosques, buen tiempo, gente sencilla... Y además creé otros dos personajes. Uno a imagen de alguien a quien... a quien quise. Y el tercero... bueno, en ese escenario en esos diez años la he dejado embarazada y ha nacido un niño. Se llamaba Justin.
—Pero ése no eres tú. Son personalidades que viven ahí dentro.
—Mi idea era meterme y al llegar introducir mi yo en el cerebro virtual de ese yo. Eso borraría mis recuerdos actuales. Sería otra persona, con otra infancia, con otro pasado, sin miedos, sin odios...
—¿A quién odias, Dante?
—No quieras saberlo. No tiene sentido. Déjalo correr. Pero pensaba que lo mejor era borrar ese odio de mi mente. Es como cuando curas demencias, realizas la copia y la reescribes. Sabes que soy experto en ese tipo de procesos. Sé lo que se puede hacer.
—Conozco el proceso, más o menos. Tú fuiste quien lo diseñó en su base.
—Pues ésa era la idea. Odiar es una patología, y quería olvidar el porqué de mi odio, y vivir allí dentro, tranquilo, sin prisa. Y morirme allí.
—¿Morirte?
—Había planeado una muerte a una edad más o menos adecuada. Un eliminado total.
—Eso nadie lo ha hecho todavía. Morir de verdad en un mundo virtual.
—Creo que hemos de morir. Es necesario. Estamos programados por la evolución para vivir un tiempo finito. Pero bueno, es mi idea sobre todo esto. Mi forma de verlo.
—¿Y qué pasó?
—Que me di cuenta de que me estaba engañando. Mira, llevo tiempo trabajando en esto, más que tú, y a veces he visto ciertas... ciertas cosas en el Sistema. Cosas inexplicables. Y empezaron a surgir en ese cielo, inesperadamente, trastornando a los personajes, llevándolos a una situación límite e irreversible. Les estaba haciendo daño.
—¿Qué cosas has visto?
—Hay alguien buscándome en el Sistema. No sé si es una persona o el resto de un código, trozos de una personalidad, aún no lo sé. Pero ha entrado en ese cielo y ha causado daños irreversibles en las personalidades que habitaban ahí. Tuve que borrarlos a todos, por piedad... Era insostenible. Los archivos estaban corruptos.
—¿No había solución?
—Estaba demasiado liado todo. Demasiado complicado. Son mentes complejas, no se pueden reparar fácilmente; intenté trucos de programador, como que los personajes olvidaran periódicamente ciertos sucesos traumáticos, mediante una especie de filtro de paso alto cuántico que descartaba los sucesos que podían traumatizarlos, pero ni así; quedaba una huella en ellos aunque se olvidaran conscientemente. Una huella inconsciente que iba dañando sus personalidades sin que se dieran cuenta. Poco a poco los estaba destruyendo. Así que fue la mejor opción. Eliminé a los tres personajes y borré el cielo. Del todo. Usando virus cuánticos.
—Has formateado esa área de memoria. Eso es irreversible. Virus cuánticos. Caray, qué radical. No habrá quedado ni espacio de sectores hard. Es un formateo a bajo nivel extremo, ¿no?
—Ésa es la idea. Así que esos tres personajes, bueno... dos de ellos, son de síntesis, pero eran autonconscientes. El tercero era yo, ya te lo he dicho. Yo mismo, copiado dentro del Sistema sin el yo. Y estaba desarrollando su propio yo. Así que a todos los efectos, por lo que a mí respecta, he cometido tres homicidios.
—No se considera homicidio el eliminar un archivo de conciencia, Dante.
—No me vengas con legalismos, Lara. Todo eso lo sé. Y también sé perfectamente lo que digo. He matado a tres personas. Estuve años desarrollándolas. Eran autoconscientes. Eran como tú y como yo. Estaba dispuesto a entrar ahí y dejar que mi copia borrara mi mente y la sustituyera. Soy el mejor diseñador —Lara hizo un gesto ante la inmodestia de Dante, pero sabía que tenía razón; Dante estaba a años luz de todos los demás diseñadores de Alpha—, yo inventé esta mierda, así que hice mi obra maestra, una personalidad perfecta, tres personalidades perfectas. Eran seres sentientes. Después de hacer eso, no he estado demasiado bien, como comprenderás. No ha sido una buena semana, no ha sido un buen mes.
—Lo siento... pero si no podías hacer otra cosa...
—El mal causado por... lo que entró allí... era irreversible. Prolongar sus vidas hubiera sido para ellos una tortura, y habrían acabado rogando por su muerte.
—¿Tan terrible es lo que les pasó?
—Lo que entró en ese cielo... es alguien que debería estar muerto.
—¿Hablas de algo parecido a... un fantasma?
—Algo así.
—¿Existen fantasmas en los cielos virtuales?
—Lara, no sé si puedo responder a eso. Aún no sé lo que es... estoy buscándolo por el Sistema, he lanzado varios bots. Es un archivo de conciencia errante, que se integra y se desintegra en zonas aleatorias del Sistema. Sí, podríamos decir que es algo parecido a un fantasma.
Lara dio un largo sorbo a su copa de vino.
—Debe de haber sido duro. Jamás me he visto en esas circunstancias. Tu propia copia, la estabas cultivando para que de alguna manera te salvara de ti mismo borrando tus recuerdos, y la eliminas... Es como si te mataras, como si te suicidaras, de alguna manera.
—Como si matara al yo que está al otro lado del espejo.
—Siento que te haya pasado todo esto, Dante.
—Por eso no estoy demasiado en mis cabales últimamente, Lara. No es nada que tenga que ver contigo. Soy yo. Es mi cabeza. Es mi pasado. Son mis cuentas pendientes. Tengo que enfrentarme a todo eso de una forma u otra. No quiero olvidar.
—No eres tú, soy yo —murmuró Lara—. Eso me suena a la vieja historia de siempre.
Dante señaló un diploma enmarcado que había en una de las paredes. En él figuraba su nombre, primorosamente escrito con pluma por una mano increíblemente diestra: Dante Tejera. Premio Nobel de Medicina.
—Las que he olvidado, las olvidé por alguna razón. La mente es muy sabia.
—Este trabajo te hace olvidar. A mí también me pasa. Es una especie de Alzheimer temprano. Es la condenada interacción con el espacio virtual cuántico. Te hace putadas en el cerebro.
—Lo sé bien.
Dante miró a Lara, sonriente. Se acercó a ella y la besó, pasando algo de vino de su boca a la de ella. El beso se fue haciendo más y más intenso. Ella empezó a acariciarlo y a susurrarle cosas al oído. Él sintió el deseo urgente y desesperado de hacer el amor, que tiraba de él como una maroma. Le acarició la entrepierna, cálida y húmeda, receptiva a sus caricias.
—Te quiero —le dijo ella, mirándolo con una intensidad que le resultaba profundamente perturbadora.
Él nunca le habría dicho algo así a ella. En su relación ya era una costumbre que ella le dijera que lo amaba y él no dijera nada, tal vez un «yo también» como evasiva, o que al hacer el amor ella lo llamara por su nombre repetidamente, y le reprochara antes de tener un orgasmo que nunca dijera su nombre mientras se amaban.
«Di mi nombre», le pedía entonces. Él no respondía. Ella se lo gritaba, se lo reclamaba. «¡Di mi nombre!» Y él notaba que a ella le dolía. Y entonces ella se corría y lo besaba con la lengua fría como un témpano de hielo. Y él seguía sin decir su nombre. Nunca lo decía. «¡Di Lara!», le gritaba. Y el seguía callando. Y ella se corría otra vez. Y él aguantaba hasta que ella aceleraba los movimientos y lo forzaba a tener un orgasmo. Ella se corría entonces de nuevo, furiosamente, repitiendo su nombre sin parar «Dante, ¡Dante Dante Dante Dante Dante! ¡DANTE DANTE DANTE DANTE!» Y, finalmente, se quedaba quieta, como desmadejada, y permanecían abrazados. A veces ella se quedaba callada mucho rato, generalmente cuando él se había derramado en su interior. Con él dentro de su sexo durante un largo tiempo. Él se preguntaba a veces qué pensaba ella en aquellos momentos. Lara no era tampoco una persona especialmente locuaz. Aunque en eso él se llevaba el premio de honor. Era un tipo callado y seco.
Porque si hablaba, contaba siempre cosas tristes, hablaba siempre del pasado, de cuando aquel joven premio Nobel se metió a investigar con un ordenador cuántico tras el gran descubrimiento que lo había hecho famoso y rico, con aquel tipo, Caín Grey, un experto en computación cuántica. Juntos cambiaron el mundo, y para muchos, incluido el propio Dante, trajeron de la mano el infierno a la Tierra.
Dante y Lara se tendieron en la cama del dormitorio y se acariciaron durante una hora. Intentaron hacer el amor, y ella tuvo un leve orgasmo. Pero estaban demasiado cansados. Lara se quedó dormida en mitad de un beso de Dante. Él se quedó, entre conmovido y tierno, mirando a aquella mujer, totalmente dormida, vulnerable, desnuda, hermosa, que había caído mientras estaba en sus brazos en el mundo de los sueños. Y se dejó llevar también, cerrando los ojos.
Y se quedó dormido.