16

(al final de todo)

Dante cerró los ojos cuando empezó a notar los virus de borrado acabando con su conciencia cortical. Examinó la sensación con curiosidad, como siempre hacía.

Así que aquello era morir.

Y sus ojos se cerraron del todo.

A unos cientos de kilómetros de allí, en la base de receptores, el satélite donde los bots se almacenaban, una de aquellas criaturas metálicas abrió los ojos repentinamente y fue depositado, como dicta el protocolo, en la plataforma de paseo.

La criatura se quedó paralizada unos instantes, como intentando comprender lo que estaba pasando.

Elevó la mirada lentamente.

Dentro de aquel robot reluciente estaba la mente de Dante, que había sido copiada en milésimas de segundo, justo antes de que el Sistema fuera borrado.

Dana había cumplido su palabra. Había dejado una rutina automática que había extraído a Dante del Sistema en el último instante y lo había introducido en aquel cuerpo. Una segunda muerte.

Para Dante apenas había sido un parpadeo.

Acostumbrado como estaba a controlar un cuerpo humano, el suyo cuando estaba vivo, usar el robot como un nuevo cuerpo no supuso problema alguno. Todo era intuitivo, y la máquina usaba los mismos recursos para ser controlada que usa el cuerpo humano. Así que Dante, sin siquiera pensárselo, se incorporó y se encaminó hacia una enorme cristalera que mostraba el Cinturón de Asteroides en todo su esplendor, y centrando el encuadre, como si aquello fuera una película, a la gigantesca Estrella de Combate papal, que en aquel momento estaba colisionando con el asteroide donde residía Alpha.

Otros robots se habían detenido como Dante a contemplar el espectáculo.

—Dios santo —dijo el robot que tenía a su derecha, con un inequívoco acento tejano.

Dante lo miró.

—¿Fontana?

El robot se volvió y miró a Dante.

—¿Sí?

—Soy Dante Tejera. Yo diseñé su cielo.

—Hey, claro, usted. Me alegro de verlo. ¿Qué le pasó? Un buen día dejó de aparecer, pero lo sustituyó una chica encantadora y preciosa, que me dijo que lo conocía.

—¿Lara?

—Lara. Eso es. ¿Sabe?, pues al final me harté de tetas, dragones y ciudades de jade y decidí darme un paseo por la realidad. Estos robots son magníficos, ¿no cree?

—Sin duda. La verdad es que son casi mejores que los cuerpos que teníamos antes —le dijo, examinando el delicado mecanismo de sus manos robóticas.

—Parece que el ordenador se ha apagado, y justamente me trasladaron al robot ayer, ¿sabe? Así que salí justo a tiempo. Bendita suerte la mía. ¿Y usted?

—Algo parecido. He salido justo a tiempo, también.

—¿Y qué planes tiene ahora, amigo? Porque eso parece que es una avería definitiva.

Fontana señalaba a la colisión en cámara lenta que estaba ocurriendo en el vacío del espacio, a kilómetros de allí. Todo un espectáculo. Una explosión empezó a consumir los dos objetos en colisión. La gigantesca Estrella de Combate se estaba deformando a medida que reventaba poco a poco en explosiones de megatones, en las que detonaban a la vez armamento pesado, bombas de iones, combustible y morían miles de guardias suizos.

—Es una buena pregunta. De momento, disfrutemos del espectáculo —dijo Dante.

—Buena idea, amigo. Buena idea...

Un robot de servicio se acercó a Dante. Le tendió algo parecido a un aparato de comunicación.

—Comunicación por servicio entrelazado con la Tierra. Para usted.

Dante cogió el aparato. Era un teléfono de aspecto antiguo, como fabricado en los años treinta del siglo XX. Era interesante aquella forma de recuperar los viejos diseños.

—¿Dígame?

—No esperabas llamadas, ¿verdad?

—No.

—Soy Boss.

—No podías ser otro. Estamos viendo cómo revientan Alpha y la nave vaticana. Siento que tu plan no funcionara. Aunque en realidad me alegro. No me gusta que jueguen conmigo.

—Bueno, te utilicé un poco. No es nada nuevo, ni nada malo. Beneficio mutuo, ése es mi lema.

—¿Qué quieres, Boss? Me temo que tu 4 por ciento se va a quedar en un 0 por ciento.

—No es así. Recuerda que Alpha siempre tiene un plan B. Una copia de seguridad oculta.

—¿Qué quieres decir?

—Que el Sistema se ha copiado automáticamente y ha hecho un beam up. Se ha enviado a sí mismo en un femtosegundo a una unidad de copia de seguridad. Está lejos, muy lejos. En un lugar frío y seguro. Así que sigo controlando el Sistema.

—¿Cómo es posible?

—Tú lo desarrollaste. La copia de emergencia. ¿Recuerdas?

—Sí, era precisamente para casos de emergencia. Pero sólo se copiaba el esqueleto del Sistema: los formatos, los sectores, la base...

—Y es lo que necesito. La gente se ha borrado para siempre, eso es inevitable. Pero el Sistema en sí, vacío, es lo que yo quiero. Voy a seguir desarrollando el negocio de cielos virtuales, pero por mi cuenta, sólo que ahora controlo el cien por cien de un Sistema totalmente reiniciado y fresco. Sin habitantes ni cargas extra.

—Pues te deseo suerte. Queda muy poca gente viva en la Tierra.

—Gracias, Dante. ¿Qué vas a hacer?

—No lo sé. Todavía.

—Bueno, te has vengado. No te atormentes por ello, pasa página. Suerte, y para lo que necesites ya sabes dónde estoy.

—Adiós.

Dante colgó. Elevó la mirada. Ante él se recortaba la imagen de otro robot que llevaba unos instantes detenido frente a él, mirándolo. Dante le devolvió la mirada a sus ojos, entre humanos y sintéticos. Recortado contra la cristalera panorámica estaba levemente oscurecido por el contraluz de lo que ocurría en el exterior, donde la mitad de la nave papal estaba desintegrándose junto al asteroide. Una titánica explosión de plasma llenaba de fuego el espacio vacío. Era curioso presenciar aquel momento en el más absoluto silencio, ocurriendo con una lentitud inesperada.

—Hola, Dante.

—¿Hola? —contestó Dante, esperando una indeseada sorpresa.

—Soy Eterna.

—Ah, hola, Eterna.

—Te he reconocido por el aura.

—¿El aura?

—Es un efecto cuántico, una oscilación entre dimensiones. Difícil de explicar.

—¿Y la puedes ver?

—Puedo hacer muchas cosas.

—¿Cómo has llegado aquí?

—Pude escapar cuando vi que el Sistema estaba al borde de la desconexión.

—Eres una Inteligencia Artificial muy bien diseñada. Es interesante tu pulsión por la supervivencia. Bienvenida al mundo físico.

—Gracias. Espero poder verte en algún otro momento futuro y en otras circunstancias.

—¿Crees que es probable que eso ocurra?

—Estáis acostumbrados a ello porque os pasa cotidianamente, pero vuestra especie tiene una capacidad asombrosa para conseguir que ocurran sucesos improbables. Es una virtud desconcertante. Piensa en ello. Adiós, Dante.

—Adiós, Eterna.

El robot se alejó por el pasillo. Dante se quedó mirándolo. En su cuerpo pulido se reflejaban las llamaradas que llenaban gran parte del paisaje que mostraba la cristalera. Un ser artificial de alta complejidad había despertado al mundo real. Había seguido el camino inverso de la humanidad, que había pasado de la realidad a la ilusión virtual. ¿Qué sería de aquella mujer, fuera lo que fuese lo que hubiera en el interior de su alma artificial? Era un ser, tenía un yo. Y le parecía fascinante. Después de todo, aquello era, a fin de cuentas, un resultado de sus experimentos, de sus invenciones, de su visión del mundo. Tal vez aquella mujer de metal era el mejor resultado, y el más inesperado. Las consecuencias más interesantes de un experimento suelen ser las que nadie ha previsto.

Volvió a mirar a su alrededor. Otros robots también se detuvieron a mirar. Eran los pocos afortunados que habían salido del Sistema a hacer excursiones en cuerpos metálicos en los últimos días. Amén de un par de robots de servicio como el que en aquel momento retiraba el teléfono que había utilizado Dante.

—Que disfrute de las vistas, señor —le dijo el robot que se llevaba el teléfono, siguiendo su programación de protocolo. Dante dio un respingo; se había olvidado de que aquella discreta criatura seguía junto a él. Era el robot que lo había acompañado a sus aposentos cuando estaba recién llegado.

—Eso pretendo —le dijo Dante, recuperándose del sobresalto.

Allí estaban los afortunados supervivientes de Alpha. Los escasos afortunados que no habían sido borrados.

Aunque la fortuna es siempre un asunto muy relativo. Y caprichoso.