Se tumbó a dormir la siesta.
A veces lo hacía, le gustaba, ordenaba sus ideas durante el sueño. Era una costumbre que tenía de antiguo y le gustaba conservarla. Los ingleses y los americanos lo llaman «taking a nap», los latinos «siesta», pero es exactamente lo mismo.
El problema aparece cuando el sueño no es agradable, y justo le pasó aquella tarde. Tal vez a causa del estado de cosas, de lo que estaba pasando con Justin, pero fuera por lo que fuera, soñó con la esquina, la esquina que no se dejaba ver bien. El sueño estaba texturado de una forma extraña; nadie diría que aquello era un sueño, tal vez fuera un recuerdo. Se miraba a sí mismo soñando y pensaba si aquello no sería un momento de vigilia, si no estaría pasando de verdad.
Estaba en la cocina, era por la tarde, una tarde como de invierno, con el cielo gris y una tormenta en camino adivinándose por la ventana. Y miraba a la esquina, como a veces recordaba en el sueño que había hecho, tal vez en sueños anteriores, tal vez en la vida de vigilia. No lo sabía exactamente.
Estaba expectante, como esperando algo. Algo que iba a venir desde allí, de aquella esquina. Tenía la certeza de ello, y el miedo también de que algo iba a pasar. Algo inminente. Siguió allí por un tiempo indeterminado, ya se sabe que en los sueños el tiempo dura lo que quiere durar.
Y de repente, allí estaba.
Era como un grumo, como una excrecencia, como una verruga de negrura que estuviera intentando entrar en la cocina por un orificio muy pequeño, por aquella esquinita. Como si algo tan oscuro que la negrura a su lado fuera clara estuviera empujando desde el otro lado de la esquina, estuviera donde estuviese ese otro lado, y quisiera entrar allí, pero no era un simple «otro lado». Era otro lado de verdad, terrible, lejano, pavorosamente remoto. No se quería ni imaginar, en su sueño, lo lejos que estaba el otro lado.
Y en un momento dado la negrura, que parecía que hacía un esfuerzo enorme por llegar a él a través de aquel orificio, se expandió, como una explosión, como un big bang de nada, de nada oscura. Y todo se quedó tapado y no pudo respirar y las ideas corrían en su mente como un torrente y el miedo más crudo más negro y más cruel le invadió el alma. Y se despertó oyendo sus propios gritos de espanto. Y miró a su alrededor. Y estaba en el sofá, tendido. Y no pasaba nada. Nada. Todo estaba tranquilo.
Como suele pasar con los sueños, lo olvidó todo enseguida. Se puso de pie, pensó en la cena de aquella noche, y todo desapareció de su mente. Y no fue consciente de aquello, de aquello que no sabía si era un sueño o un recuerdo, o un mensaje del mañana.