Antología de
poetas españolas
De la generación del 27 al siglo xv
Prólogo
Ana Gorría
ALBA
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe
Alejandra Pizarnik
No hay documento de cultura que no sea, al mismo tiempo, un documento de barbarie, afirma Walter Benjamin al aproximarse tanto al concepto de historia como al de justicia. Y es desde el concepto de justicia reparadora y de memoria desde el que hay que acercarse y valorar esta nómina de autoras, que si bien frecuentada y no ajena a los especialistas, suele ser escamoteada al lector común. Y es que las autoras que hoy tengo el placer de presentar han sido de forma sistemática canceladas, ignoradas, limitadas en la creación de sus textos y envueltas de reticencias cuando se trataba de aceptarlas como parte del genoma cultural y como modelos de relación proclives a constituir una genealogía al servicio del futuro y del presente: «Detengo el caminar por estos versos / que recogen pedazos de memoria, / porque es mucho y es nada tanto tiempo / ofrecido a la fuga de una historia», como hace constar la poeta y académica Carmen Conde.
Teresa de Cartagena, una de las primeras prosistas en lengua castellana, deja testimonio ya en el siglo xv de las violencias y los límites a los que se enfrentan las mujeres creadoras a la hora de defender su obra y su capacidad como escritoras y lectoras:
Muchas vezes me es hecho entender, virtuosa señora, que algunos de los prudentes varones e asý mesmo henbras discretas se maravillan o han maravilado de vn tratado que, la graçia divina administrando mi flaco mugeril entendimiento, mi mano escriuió […] ca manifiesto no se faze esta admiraçión por meritoria de la escritura, mas por defecto de la abtora o conponedora della.
Este libro se adentra en un camino que sin haberse interrumpido en ningún momento, como una suerte de desafío continuo, ha sido por sistema invisibilizado. Reparar ese daño, tanto el pasado como el presente, delatar «la herencia del olvido» y propagar entre los lectores y las lectoras el deber de la memoria son sus objetivos.
Desde el 27 hasta el siglo xv son multitud los nombres, que en una batería de tonos, han desafiado los límites y las violencias impuestos por la sociedad patriarcal, tal y como nos dice Violante do Ceo: «Mirad la tristeza mía / y en ella conoceréis / su tirano maltratar, / mi continuo padecer», la condición que con precisa crueldad destaca Margarita Hickey: «De bienes destituidas, / víctimas del pundonor, / censuradas con amor, / y sin él desatendidas; / sin cariño pretendidas, / por apetito buscadas, / conseguidas, ultrajadas; / sin aplausos la virtud, / sin lauros la juventud, / y en la vejez despreciadas».
De Susana March a Sor Juana Inés de la Cruz, de Leonor de la Cueva y Silva a Ernestina de Champourcín, de Elisabeth Mulder a Antonia de Mendoza… las autoras convocadas en esta asamblea de voces han confiado en la palabra poética para traer al aquí de la atención esa voz de la que en su momento nos hablara la poeta uruguaya Marosa di Giorgio: «Se oye una conversación lejanísima en el horizonte; es en voz baja, pero se oye claramente aquí».
«El sexo yace en paz, el alma duerme, / no tengo voz y Dios está distante», afirma Susana March, y el dictum bien podría extenderse al catálogo de maneras de estar sola que aquí se recoge: «Me escuché. / Tan sola dentro de mí, / que salí fuera a llorar / y no lloré», nos dice Marina Romero. Variadas y diversas, hijas de su tiempo, barrocas, románticas, renacentistas… todas parten de su cancelación como individuos para explorar los perfiles y las siluetas de los afectos, logrando conquistas expresivas, impulsadas por un común anhelo creativo: «Llevo dentro del alma un amor a las cosas, / Que es la esencia suprema de mi amor a la vida», afirma Josefina Romo Arregui en su poema «Ser fea».
No solo su talento y su capacidad quedan de manifiesto en los versos que nos ocupan. Aquella o aquel que se aproxime al libro constatará la reiteración de una serie de motivos excluidos de la lírica culta: la represión, el cuerpo, la maternidad, la belleza… temas que cada generación se ve obligada a descubrir por carecer de una genealogía que nos muestre, revele y proponga modelos de lo que hicieron antes ellas, las otras, que también somos nosotras: «¡Qué cerca está lo negro de nosotras! / Siento tu latido de miedo en mi latido. ¿Por qué temes si soy yo / más clara que la niebla y / puedes caminar por mi transparencia?».
Quien se introduzca en este concurrir de poetas no encontrará un sujeto neutro (masculino) o que mimetice la escritura de los hombres. Todas ellas firman y escriben desde su propia experiencia, desde su situación como seres humanos y, sin lugar a dudas, como mujeres poetas que desafían el lenguaje común para poder decir mejor aquello que quieren decir, demostrando estar a la altura de sus colegas varones tanto en su dominio del lenguaje y la técnica como en sus aciertos imaginísticos.
Ya en el siglo xv, Florencia del Pinar ponía en pie uno de los poemas que a día de hoy siguen expresando la vigencia de los límites a los que se enfrenta y que ha de desafiar la voz de las mujeres: «Destas aves su nación / Es cantar con alegría, / Y de vellas en prisión / Siento yo grave pasión, / Sin sentir nadie a mía». La soledad perpetua del sujeto cancelado es uno de los motivos que articula esta representación de la poética escrita por mujeres, un aislamiento que se matiza y se enfoca en función de las distintas personalidades y de la situación histórica desde donde escriben. Así Josefina de la Torre canta a la autonomía y la libertad: «Mi falda de tres volantes / y mi blusa desprendida, / qué bien me adornan andares / y brazos al aire libre. / ¡Cómo se ondea mi falda / desde el volante primero / perseguida curva eléctrica / hasta la rodilla firme!»; y María Teresa Roca de Togores nos muestra un secreto reservado al detalle femenino en su composición al abanico: «Eres frívolo y frágil, como el alma liviana / de la grácil marquesa que te supo agitar. / ¡Oh, cómplice temible de la fiel cortesana, / qué de intrigas contaras si pudieras hablar!».
Pero no obviemos que la mayoría de las firmantes están altamente cualificadas y participan activamente en la sociedad de su tiempo, dentro de los distintos núcleos de saber de cada momento: las cortes, los monasterios, la prensa periódica, las universidades. La mayor parte de estas poetas optaron por convivir con sus colegas de igual a igual pese a que el espacio femenino estaba reservado al ámbito doméstico. Pensemos en la relación de Santa Teresa de Jesús con San Juan de la Cruz. O en el prólogo que Hartzenbusch le escribió a la laureada Carolina Coronado. O en la relación intelectual de Dolores Catarineau con Juan Ramón Jiménez, que se convirtió en su valedor. Las autoras que aquí presentamos no son en ningún momento musas ni ángeles del hogar. Dignifican su propia condición, y realzan el valor de trabajos ignorados, cuando no denostados, por el relato patriarcal.
Ejemplo paradigmático de esa resistencia a convertirse en musa o en ángel del hogar es el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Asbaje, la gran poeta barroca virreinal. A pesar de que no se la puede considerar una representante de la literatura peninsular comparece aquí por su influencia decisiva en la poesía española posterior, amparándonos en las frecuencia de las relaciones transatlánticas entre poetas barrocos. Cualquier lectora o lector de poesía no dudará en afirmar que el extenso poema aquí incluido, Primero sueño, es una de las grandes conquistas de la lengua española.
La biografía de Sor Juana Inés de la Cruz, que ha sido denominada «la décima musa», nos da muchas claves para entender las conquistas de las mujeres, entre limitaciones y violencias, a lo largo de la historia. Y nos ha legado uno de los documentos autobiográficos más relevantes y todavía hoy vigentes para pensarnos como sujetos públicos:
El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando solo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi entendimiento, y sacrificársele solo a quien me le dio... Y esto es tan justo que no solo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con solo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley (que es quien las rehúsa); y así hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una herejía, no están contentos. De estos dice el Espíritu Santo: In malevolam animam non introibit sapientia. A estos, más daño les hace el saber que les hiciera el ignorar.
Esta antología supone, por tanto, un esfuerzo al servicio de mostrar un sujeto cancelado, subterráneo, a menudo invisible. Conocerlas a ellas pone también de relieve los mecanismos de exclusión que nos gobiernan en la actualidad y que nos gobernarán si no emprendemos un esfuerzo común: el de transformar en costumbre lo que suele manifestarse como un estado de excepción. Romper los estereotipos dominantes sobre la producción literaria de las mujeres, favorecer la diversidad de registros y de medios donde expresarse, llevar una cuenta precisa de sus conquistas y fracasos, estar a la altura de sus retos. Y quizá se empieza entrenando nuestros ojos para saber ver lo que estas autoras nos proponen desde el pasado, como afirma Ana Caro Mallén: «Noble lector piadoso, cuando leas / este bosquejo de mi inculta pluma, / y en cada letra mil defectos veas, / pensando ver una perfecta suma, / que deseé acertar es bien que creas, / mas la materia es mar, mi ingenio espuma: / halle mi hierro en tu intención disculpa / si amor la suele ser de toda culpa»; con la hospitalidad de lector a la que alude Concepción de Estevarena: «Grande es tu corazón, porque consuela / con el triste sufriendo: / tu corazón es sabio porque sabe / llorar males ajenos».
Protagonistas todas de una historia que no ha cabido y que no cabe todavía en los modelos imaginarios de una sociedad patriarcal; la herencia de su olvido nos obliga a emprender trabajos arqueológicos como este que equivalen a salir al encuentro de las hermosas y brillantes ruinas que ha dejado la historia. Porque no olvidemos, como quería María Zambrano y nos recuerdan estas voces convocadas, que «la ruina es lo humano vencido y a la vez vencedor del paso del tiempo».
Ana Gorría
Aunque las poetas y los poemas de este libro han sido seleccionados siguiendo criterios propios, su editor es muy consciente de que la selección se incardina en una lista de esfuerzos precedentes de los que se beneficia. Queremos agradecer especialmente la inspiración y el ejemplo de cuatro títulos: Historia supersónica de la poesía española escrita por mujeres, de Ana Sofía Bustamante; Las primeras poetisas en lengua castellana, de Clara Janés; Poetisas españolas. Antología general, de Luzmaría Jiménez Faro, y Peces en la tierra: Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27; de Pepa Merlo.
Nace en Barcelona en 1918. Su vocación literaria despierta muy temprano, publica sus primeros poemas en Las Noticias a los catorce años. Ya casada con el escritor Ricardo Fernández de la Reguera no tarda en convertirse en una novelista prolífica, interesada en el género romántico y en la recreación histórica, al tiempo que va acumulando una exigente obra poética. Junto con su esposo se embarcó en la continuación de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós con gran éxito de público. Muere en 1990.
Umbral
Cándidamente azul. Aún no he nacido.
Ciñe el aire mis muslos. Soy de aire.
El mar me sabe. Sal, vela y espuma
dibujan mi contorno en el paisaje.
Me traspasa la luz. No me conozco.
Soy apenas un soplo de la tarde.
El sexo yace en paz, el alma duerme,
no tengo voz y Dios está distante.
Navego por los cielos castamente
con las alas al viento.
Pequeña llama, apenas un chispazo,
mi corazón no existe pero arde.
La pasión desvelada
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho
el rumor de los bosques primitivos,
el canto misterioso de los seres selváticos,
el grito de agonía
de la primera virgen violada.
Dame tu voz antigua donde yo reconozco
mi propia voz extinguida,
aquella que cantaba hace milenios
en las frondosas selvas sin historia,
aquella que sonaba en el murmullo
de las límpidas fuentes intocadas.
Yo fui una gota de agua,
o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo
de la aurora del mundo;
acaso un pez de oro sobre cuyas escamas
probó el sol la dorada destreza de sus rayos.
Mas era ya la misma doliente criatura
que ahora soy, consumida de sueños y tristezas,
en el ardiente caos del Paraíso,
con los ojos abiertos al secreto de Dios.
Es tu voz el puente por donde regreso,
milenios y milenios traspasando,
a mi libre existencia de agua fresca,
de verde candidez. Mi carne gime
escuchando tu voz como si oyera
la llamada lejana y misteriosa
de las tribus sin nombre. Rituales
de sangre y fuego en el brutal nocturno,
aullidos fugitivos y, en la hierba,
mi cuerpo –¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?–
hollado por la bárbara dulzura
de la pasión del mundo.
Tres poemas al hijo
I
A veces me siento muy pequeña
cerca de ti, hijo mío.
¡Tu infancia es tan enorme!
Cuando sueñas tus sueños en voz alta
sentado en mis rodillas,
yo noto la pobreza de los míos,
su mísera arrogancia. Y me avergüenzo
de mi cuitada condición de adulta.
¡Tú sí que sabes cosas! ¡Ese mundo
tan grande de ti mismo!
A veces dices sin saber qué dices:
–Cuando sea mayor haré. –¡Tú ignoras
que entonces no harás nada!
Ahora sí, cuanto quieras.
Puedes ser un bandido caballeresco y rubio,
galopador de nubes;
puedes ser un guerrero victorioso
y ganar las batallas tan deprisa
que apenas tengan tiempo
tus fieros enemigos de morirse.
Puedes llenar de pájaros tu alcoba,
de estrellas mi regazo,
puedes cruzar el mundo en un minuto,
solo cerrar los ojos.
¡Ah, mi pequeño dios! ¡Qué gran respeto
me inspira tu mirar iluminado!
A veces he querido
conocer el secreto de tu sabiduría
y me he asomado al cielo de tus ojos
con un pasmo infinito.
No había allí otra cosa
que una gran candidez, un creérselo todo,
un tiernísimo afán de izar el alma
por encima de sombras y torpezas.
¡Tu infancia, hijo, tu infancia!
La llevo entre las manos
como un vaso finísimo. Quisiera
salvarla de su triste,
segura destrucción, ¡y no sé cómo!
Los años van cayendo sobre ti blandamente.
Crecerás, te harás hombre.
¡Y ya no sabrás nada!
¡y ya no sabrás nada!,
y se te morirán dentro del pecho,
sin que apenas lo notes, tanta audacia,
tanta dulce locura, tanta vida.
II
Te canto a ti
porque es cual si yo misma me cantara.
No salgo de mi cárcel. Tú me encierras,
–¡Oh misterioso muro!– tú me atas
a mí con las cadenas más penosas.
¡Qué grilletes tus ojos! Y tus manos,
¡qué eslabones de lirio a mi tortura!
Inmenso amor que vuelve a mí, regresa
a su secreta fuente sin dejarte.
Yo soy tú. Tú eres mío
como es la rosa del rosal y el fruto
del árbol que lo crea. ¡Tú eres mío!
¿Quién podría arrancarte a mi ternura?
Clavado estás en ella. Ni la Muerte
podrá jamás, amor, desenclavarte.
Irás siempre conmigo como un gozo,
como un dolor tal vez. Y cuando mueras,
tu muerte yacerá sobre la mía.
Reposarás en mí, niño y dormido,
siempre tu almohada yo, siempre tu cuna.
III
¡Esta inmensa ternura
que es como un mar donde me anego inerme!
¡Esta inmensa ternura
de tenerte, de hablarte, de sentirte!
¿Qué pueden saber ellos,
los que no han conocido
más hijos que sus hondos pensamientos,
de este amor que me llena y me rebosa?
Tú de carne, de espíritu, como un ánfora
donde he guardado todos mis tesoros;
tú creciendo lo mismo que una palma,
brotando de mi tierra, alto y perfecto.
¡Oh, ángel de mis rezos! Dulcemente,
te precedo, te guío, te acompaño.
Más allá de ti mismo ya no hay nada.
Tus ojos son el límite a que aspiro.
Dolores Catarineu Nace en Aravaca en 1914. Tras foguearse en revistas universitarias le entrega una selección de poemas a Juan Ramón Jiménez, que se convierte en su valedor, corrige el libro y contribuye a su publicación con el título de Amor, Sueño, Vida. Casada con el pintor Hans Bloch. Muere en 2006.
¡Cómo quise tu boca,
granada abierta,
que en las noches
de estío de amor
me llena!
¡Cómo lloran las sombras
de las veredas,
qué cauces más amargos
dejan!
En fragmentos la luna
se mete en las ventanas
entreabiertas,
y manos de fulgores
las cierran.
En las praderas bailan blancas estrellas.
¡Cómo quiero tu boca
cuando te alejas!
Permanencia del pensamiento en el paisaje
Cada rama demuestra
un alto pensamiento.
Cada raíz responde
a un goce permanente.
Cada nube es un sueño
que se deshace en rosa.
Cada soplo de viento
es un latido breve.
Cada charco de lluvia
espera una mirada.
Cada hoja olvidada
una palabra muerta.
Cada señal de vida,
una vida que pasa.
¡Y cada pensamiento
un anhelo en la nada!
Tender un puente firme
Tender un puente firme
en esta noche clara,
desde mi pensamiento
a tu dormido ensueño.
Tener la certidumbre
de que esperas, sin duda,
y sentir palpitar
como un pájaro herido,
tu corazón en lucha
que reclama el silencio.
Estar en el deseo
como bruma azulada
que acaricia tus párpados
con desvelo de nido.
Ordenar las estrellas
que velarán tu sueño;
y sentirte latir
en la onda sonora
que trae tu sentimiento.
Nacida en Madrid en 1913. Descolló en los estudios de filosofía e hizo una carrera internacional como profesora que la llevó a impartir cursos y conferencias por tres continentes. Fundó y dirigió durante diez años los célebres Cuadernos literarios y fue consejera de revistas y editoriales. Murió en 1979.
El mar ausente del Sahara
Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.
Un mar grande sin límites, compacto.
La tierra de oro que abrasa soledades
estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.
Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,
movíanse las naves arriba de mis olas.
Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,
la arena saturada que hoy clama por su agua.
¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento
desmelenando dunas al aventar mi arena!
¡Ay mar del agua espesa, la que corpórea y dura
ansían los caminantes de mi desierto blando!
¿Qué arcángeles de fuego evaporar pudieron
tanto mar que hube, llevándolo a un abismo?
Es mi arena abrasada la más sedienta boca
que gime por un agua que le bebieron dioses.
Los hombres me caminan soñándome poblado
de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.
Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena,
y se quejan de sed junto a mi sed sin huelgo.
¡Oh gran mar de mi génesis, el mar que me escurrieron
a una zanja de llamas: cuánto pesa la arena!
1945 agosto
Ser fea
Hoy he sentido todo el amargo pesar
de saber que es mi rostro casi feo, vulgar;
tal vez tú no comprendas lo hondo de la herida
no sabiendo que adoro el amor y la vida,
la belleza hecha carne de plástica asombrosa,
de suavidad de bruma y de aroma de rosa.
Por eso me he sentido encogida de pena
cuando él me decía, la mirada serena:
no eres bella, más luce sobre tu frente
la magnitud de tu alma escogida y consciente.
¡Ay! La amargura toda se ha agolpado en mi pecho
y el castillo de naipes ha quedado deshecho.
He golpeado mi cuerpo con sañuda fiereza
hasta quedar rendida de dolor y tristeza.
Por ser hermosa, hermosa, de atractivos sin cuento
diera todo este espíritu que tan solo es tormento
que me retiene en hondas meditaciones graves,
mientras las flores mecen sus contornos suaves.
¡Oh! En la Armonía Eterna de ser un triste designio
y en la bella Natura no encontrarse a sí mismo.
Por eso hoy he sentido tan amargo pesar
al saber que es mi rostro casi feo, vulgar,
y llevaré en mi alma el rastro de la herida,
en mi alma enamorada del amor y la vida.
El amor a las cosas
Llevo dentro del alma un amor a las cosas,
que es la esencia suprema de mi amor a la vida
mientras haya jazmines y pomas olorosas
¡qué importa que la dicha para mí esté perdida!
¿No hay ojos que me miren? Me miran las estrellas,
que no hay ojos humanos brillando así de amor
y envuelta en el nocturno de irradiaciones bellas
gozo las luminosas miradas del Señor
y aunque en vano he soñado una pasión ardiente
amorosas palabras yo tendré al escuchar
el murmurio del río, el canto de la fuente
o el verso imponderable que me recita el mar
me dará la montaña su base firme y fuerte
por ella sin desmayo ascenderé a la luz
y los pinos amigos, fieles hasta la muerte
me aguardaran constantes con los brazos en cruz.
Llevo dentro del alma este amor a las cosas,
que es la esencia suprema de mi amor a la vida
y él son fecundas raíces dolorosas
en la aridez estéril de mi ilusión perdida.
Cántico de las manos
No mariposas, no pájaros, no nubes,
volad, vosotras sois el puro vuelo,
el del gesto que marca el pensamiento
–vuelo del alma por las altas cimas–.
Rubricad, húmedas gaviotas,
el blanco rito de la acción
sobre el ancho mar de la palabra
en espera del éxtasis seguro
de pétalos surcando el infinito.
Sois la forma y modeláis la forma;
en vuestro hueco nacieron delicadas
íntimas, perdurables, la gracia y la belleza.
Vuestras agudas flores en racimo,
de curvas gráciles, crean los aromas
que las sensibles palmas dan al viento.
El pincel y el buril son vuestros nervios
y el verso se desliza de la frente
por los dulces canales de las venas,
hasta salir de la prisión suave
de vuestros dedos tensos, hecho canto.
Sois la forma y modeláis la forma;
gesto y medida, el equilibrio exacto.
Sois el amor también. ¿Qué sin vosotras
la lentitud de la caricia, el gesto
rudo y ardiente de intensidad agobiante?
¡Íntima languidez de vuestro vuelo
girando del deseo al abandono!
El tacto es la verdad; solo la piel
sabe del elemento primordial del fuego.
El hambre de los ojos solo sacia el tacto,
y el bien únicamente es nuestro
cuando lo moldeamos en las palmas
o lo encerramos en la ardiente cárcel
de los dedos febriles, sensitivos.
El nardo y la magnolia nos doblegan
porque su aroma, de tan denso, es táctil,
carne de flor que nos seduce siempre
con engaño de oscura dulcedumbre.
Nunca será el amor sin vuestro celo,
guardadoras del ámbito secreto
que ilumináis, súbitamente aptas.
¡Oh, difícil camino de las rosas
lleno de espinas ávidas de sangre!
¡Oh, difícil camino, crispadura
de los tallos sensibles, que mordiendo
las palmas clavan con su agudo rastro!
Los celos hierven en la frente oscura
y el corazón asaltan mientras tiemblan
y se recogen vuestros nervios tensos.
¿Qué sin vosotras la dureza, el grito
de la pasión que en huracán estalla?
¿Qué sin vosotras
la tierna vigilancia de los ojos
en el adiós desgarrador? Postreras
en el gesto sois aves melancólicas,
sin nido, errantes para siempre, acaso.
La ausencia es ritmo delicado y triste;
solo vosotras dibujáis la tarde
con su curva suave y defraudada.
Amadas sois, amadamente
estrechadas en la amistad perfecta,
seguro puerto del dolor, agua clara
de la fe y confianza, os embellece
ese gesto de protección tan fácil
que arrastra vuestro vuelo hacia el amigo
para apartar el duelo de su frente
aunque os marque con fuego duro arrojo
en vuestra suave y generosa entrega.
Punto de caridad que enciende grave
la ilimitada abnegación del alma,
que chorrea la miel del abandono
de todo bien sin límite egoísta.
Santas manos os llamaréis entonces.
Ojos, lagos secretos; labios, sed insaciable;
manos, gesto del aire
y para el aire. Esquivas gaviotas,
palomas en arrullo preferido,
magnolias en reposo perfumado,
reinas sin rostro, esclavas sin rodillas...
No; manos, solo manos
gráciles y ligeras con eterno renuevo
y un antiguo saber todas las cosas.
La ternura
Y pensar cómo te busqué, con qué ciega esperanza
hice resonar el silencio con mi llamada;
cómo he sabido abandonar el penetrante fuego apasionado
por seguir tu sendero sencillo con musgo verde
y pájaros escondidos en sus árboles,
llegando hasta tu agua mi rostro
para aliviar las sienes agobiadas e infelices...
Ahora sé que solo eres un fugitivo temblor,
una buena mentira para acallar infantiles congojas;
que nadie puede aprisionarte, pájaro desmesurado en vuelo,
y que en la mano tu limosna no cae
más que en los sueños imposibles.
Solo es cierto el agrio sabor de la manzana verde,
de las grosellas fragantes y luminosas,
y el ácido escalofrío del membrillo duro y oloroso.
Solo es cierto el amor, áspero y fuerte, inconstante y dolorido,
que troncha el esbelto talle de los árboles jóvenes
como el viento del Sur, ardiente e impetuoso.
Solo es cierta la acongojada duda,
la irrazonable pregunta de los celos,
el encuentro de dos pleamares con distinto equinoccio,
de dos hambres que nada sacia,
de una sed diferente y conjunto que se abreva de vino áspero.
Ternura, tú no existes: es tan solo tu nombre
un ojo de agua quieta que se pierde en el llano,
un ojo gris que se estanca y se pudre.
Las nubes te visitan como mi sueño
y mis manos se llegan a tu cauce
hasta romper la dura realidad de un espejo,
de un espejo vulgar, mentira de agua clara.
Y la sed infinita va agrietando mis labios
y retuerce mis manos como secas raíces.
¡Oh, mi agua soñada de ternura!,
pequeña voz del arroyo naciente
que peinabas dichosos tréboles en tu orilla.
Nada tengo, porque no sé si te he perdido por no merecerte,
o acaso no has existido más que en mi anhelo impetuoso,
dulce ser de agua, suave espuma de nube, fugitiva ala de pájaro,
risa de niño, palabra no pronunciada,
voz que nació sin garganta del temblor de las primeras flores de almendro.
Ternura, tú.
Cántico de María sola
Volvemos los ojos a Dios
porque estamos cansados,
porque somos carne cansada,
porque sentimos la vida
como una enorme rueda de molino en los hombros.
Volvemos los ojos a Dios
porque nada esperamos;
ya que el padre y la madre se fueron,
ya los hermanos son cuervos de nuestro pan,
ya los amigos tienen los ojos secos a nuestro llanto,
ya el amor sabe a ceniza en nuestros labios
y pone hielo en el corazón.
Entonces
volvemos a Dios los ojos
y gemimos y nos humillamos
como si nunca hubiésemos levantado la frente orgullosa y enlodada.
Volvemos los ojos a Dios
reclamando ardientemente,
quejándonos de abandono y desesperanza,
exigiendo la fe que desdeñamos.
Como desventurados huesos sin paz de tierra,
como desesperados suspiros sin aire que los recoja
ahogando los minutos y las horas en llanto,
marchando irremediablemente hacia el fin
con terror y lástima.
¡Oh, Dios, oh, Dios!
Yo no supe reconocerte en los floridos prados,
en la dulce ladera de mi juventud,
cuando zumbaban las abejas doradas del sueño,
llenando los labios con la miel de la esperanza;
cuando crecía la vida bajo la mirada del padre y de la madre
y los hermanos compartían nuestras risas;
cuando la amistad trenzaba las manos confiadas y
felices
y el amor se presentía como un olor a lluvia lejana.
¡Oh Dios! ¿Pero es que acaso
tuvo mi vida una ladera tierna y apacible?
¿Es que supe lo que era sonreír sin lágrimas
caminar sin rencores, sin lóbrega amargura?
¡Oh! Mi destino de árbol azotado por el viento,
entristecido por el aullar de las pasiones,
sin una mano fuerte, sin una mano tierna,
sin una verdad limpia y pura como el aire de las cumbres.
Tú sabes, mi Señor, que sed de ti han gemido mis labios,
y cómo quise llenar el vaso de mi dolor en la renovada fuente de tu misericordia,
y me arrancaron mi vaso y maltrataron mis manos
para que no bebiera en ellas ni siquiera lágrimas.
Y después, Señor, me desnudaste de mi último bien
y me diste soledad,
esa tremenda soledad de las almas inquietas,
no la dulce soledad del que se hunde en el abandonado sueño,
porque tuvo un beso fiel en los párpados cerrados,
porque tuvo un eco amante en su llamada solitaria.
¡Oh Señor! Mi miseria te clama
y tú, que levantaste sobre mí tus designios,
acaso precisamente ahora
me señales un dulce destino de abandono
y tenga mi soledad una mano que la guíe,
y mi llanto unos labios que lo recojan,
y mi fe tu presencia, Señor, tu infinita Presencia.
Porque yo no he venido a Ti cansada y agobiada,
porque me he echado a tus pies
al primer gesto de una mano comprensiva
y he visto tu sombra, Señor, refrescando
todos los estíos de la tierra.
Nació en Madrid en 1908. Se educó en inglés en el International Institute for Girls de España y tras estudiar Magisterio y Filosofía y graduarse en California se instaló en Nueva Jersey como profesora de Lengua y Literatura españolas. Hasta principios de los setenta no volvió a España, donde moriría en 2001.
Las olas muerden la arena
con dentelladas de fuego;
le dejan su verde vivo,
se llevan su verde muerto.
¡Ay, marinero!
Las olas tienen querellas
de mar adentro.
En el mar hay un cantar
verde de silencios grises.
Como tus ojos, el mar,
borrachos de azul en sombra,
cantores de soledad.
¡Ay, qué colores profundos!
Verdes ojos, verdes mar;
azul de silencios grises,
en el mar hay un cantar.
No quiero
para mañana un reloj
que marque el tiempo;
quiero despertar, a solas
con la sombra de tus dedos,
caricias en lontananza
de un sueño apenas deshecho.
Así sentirte, dormida,
en casi un sueño despierto,
saber que estás
sin que esté
mi corazón cara al viento.
Entre mil gritos sordos
me escuché.
Tan sola dentro de mí,
que salí fuera a llorar
y no lloré.
Narradora, poeta, dramaturga y ensayista española nacida en 1907 en Cartagena. Tras aprobar unas oposiciones en la Sociedad de Construcción Naval empieza a interesarse por la poesía y a colaborar en prensa. Se casa con el poeta Antonio Oliver Belmás, con quien funda en 1931 la Universidad Popular de Cartagena. Tras la Guerra Civil (con su marido escondido por miedo a las represalias) Conde escribe para la prensa, y colabora con Radio Nacional de España y el CSIC. En 1978 fue elegida académica de la RAE. Murió en 1996 en Madrid.
Gloria Hernández
Un ala de niebla bate el cielo ancho de las terrazas. ¡Qué cerca está lo negro de nosotras!
Siento tu latido de miedo en mi latido. ¿Por qué temes si soy yo
más clara que la niebla y puedes caminar por mi transparencia?
¿Por qué temes, si somos de cielo y aunque esté oscuro yo soy alta y firme para ti?
Aquí están las mañanas con sus palomas lúcidas,
con sus jardines ávidos y sus arroyos breves.
En bosques humeantes, en arboledas fluidas,
entre los juncos negros de consumir las noches.
Cantando desde aves, buscándose los ríos;
suben claras antorchas y ríen entregadas
estas auroras tibias que confunden sus bríos
con mediodías gruesos poblados de campanas.
Son los primeros días, las horas iniciales;
el universo aprende que tiene días anchos.
Aquí están las mañanas, vendrán luego las tardes
y las noches de luna con aljibes de fango...
Ahora, no; ahora los que caminan oyen
cómo la voz del campo crece dentro del pino,
y va en la tierna boca de ese viento salobre
que llega desde el puerto como un amargo vino.
Si nadie las estruja, las mañanas doncellas
desnudarán sus cuerpos y tomarán del musgo
este baño de escarcha que en lo verde destella
porque es túnica limpia para el soñar impuro.
Hombres van sonriendo, hembras van deseando;
dichosas bestias plácidas en la hora infinita;
creciendo en las palmeras sus horizontes largos,
volcándose de luz, campana que gravita.
¡Que nadie las detenga, que ninguna palabra
silbe su lazo oscuro para coger los torsos
de estas mañanas dúctiles, azores de las mañanas,
que vuelan, que trascienden los cielos más remotos!
Detengo el caminar por estos versos
que recogen pedazos de memoria,
porque es mucho y es nada tanto tiempo
ofrecido a la fuga de una historia.
Aunque dije y diría, ¿qué palabra
es la exacta versión de lo infinito?
Aunque anduve y conté, ¿cómo se habla
para hacer que se entienda lo inaudito?
¡Oh, qué tierra la mía, tan extensa
y tan breve que cabe en mi persona!
Una zanja de fuego es su defensa
y un espino sin flores la corona.
Que los tibios y ajenos no se mezclen,
que ninguno me escuche cuando clame.
Estoy sola y lo sé (¡que no se acerquen!),
por la tierra de Dios, tierra de nadie.
Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,
que cuando tienen sed no respetan las selvas;
y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
que entre el romero mueven su poderoso olor.
A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
y por nacer en ellas, ¡oh líquido delgado!,
consienten que las lenguas vellosas de las fieras,
lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.
Tanto como el romero florido, cuyo aceite
persistirá en la piel de los fieros sedientos,
huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
de las flores oscuras del secreto deseo...
La luna se deshoja como un ave en tu agua.
A los tigres con celo esa luz los persigue
como loco fantasma de una caza suprema
que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.
Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
no se encienden sin ángel que su calor otorgue.
Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,
no lo oigo cantar ni lo siento fluir.
¡Ah tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,
y cuando ya mi boca reseca se deshaga,
suéltalos sobre mí, no detengas el ataque:
para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo.
Autobiografía
En este gran salón donde la noche
penetra con su luz de ensueño puro,
quisiera rescatar de tantos ángeles
la luz que por velar ya sé perdida.
La luz que solo yo sabía mía,
aquella que luché porque alumbrara.
Redonda luz de infancia ajena a todos
que tuve por cilicio. Hasta apagarla.
Extraña niña ardiente castigada
por olas de rencor, inextinguibles;
soñando con las rosas, con fantasmas
colmados de purpúreas vestiduras;
cerrándose al ataque con silencio
y tensa voluntad de mundo propio.
Pequeño corazón el que mantuvo
lo oscuro del dolor que perseguía...;
las ansias de escapar eran su agua
y tuvo sed de fuentes celestiales.
Lo crezco desde entonces, grande y duro,
como una piedra roja sin misterio.
Ninguno de mis seres, ni siquiera
la joven que fui pronto, me perturba
la pura maravilla de mi infancia.
Creyente de imposibles aventuras,
fanática soñante de delirios
que nunca realidad alcanzarían.
¡Oh, espíritus, volved! Traedme sienes
que turnen su verdor con las marchitas
que empiezan a pesar sobre mi rostro.
Llevadme con vosotros al trasmundo;
llevadme, que olvidé cómo se iba.
Anduve con los ojos muy cerrados
y nunca me perdí. Llevadme ahora,
que no puedo soñar, de tan despierta.
Perdono con dolor a los que entonces
sus látigos en mí ejercitaron.
Por serles transparentes mi presencia
quisieron concretarla con mi sangre.
Dormida por los siglos se ha quedado,
sin nadie que libere tanto sueño,
la niña que me dio lo que yo he sido.
El día se abrirá. Los días abren
del fondo silencioso del pasado...
¡Oh, noche, que me urges las antorchas,
yo quiero que tú seas irredenta!
Amada adolescente, que amó loca,
secreta joven grave en sus pasiones,
mujer que renunció porque tenía
temor de contener cuanto contuvo:
os queda como a mí aquella niña
que no despertará más en mi cuerpo.
Primera noche en la tierra
Desoladamente
nos ha dejado solos...
No vemos el Jardín de nuestro ocio.
¿Apagose del fuego la gran rama,
o Dios se la llevó fuera del aire?
Habrá luna. Él creaba estrellas,
las que en el agua florecían veloces
buscándome los dedos vegetales.
Habrá su sol.
La líquida corola derramándose
encima de las selvas inholladas
que yo caminaré descalza siempre.
Junto al árbol que lleva doce frutos,
dando uno cada mes, nunca hubo noche.
Ni urgencia de la antorcha ni la brasa.
¡Dios lo alumbra todo! Hizo astros
para nosotros en destierro de sus síes.
Tibias sombras apaciguan las memorias.
Frío de soledad. Ven a mi pecho,
que yo seré tu tierno prado tibio,
y seguro soñarás en mi corteza.
Allá no ululan lobos. Allí lamían dulces
mis pies sobre tomillos aceitosos.
Aquí se encienden ojos y dientes amenazan
modernos calcañares desgarrados.
Ladran los chacales. ¡Oh, las hienas
que lúgubres husmean nuestro sueño!
Toma el paraíso de mi cuerpo:
mis labios son de ascua, mis hogueras
serán lo único vivo de la noche.
Más fuerte que el amor no será el cierzo.
Más dura que tu pecho no es la sombra.
Defiéndete de mí, estoy buscando
olvido de las selvas que no huelo.
¡Noche, cueva negra de la tierra!
Vamos a bebérnosla de un trago
que deje descubiertas las auroras.
Nostalgia de mujer
Mil años ante Ti son como sueño.
Como de aguas el grosor de una avenida.
Hierba que en la mañana crece,
florece y crece en la mañana
aunque a la tarde es cortada y se seca.
¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos
que blandes contra mí cuando me nombras?
Pavor siento a tu idea, te veo hosco
mirándome en la lumbre de tu Arcángel.
La espada Tú también, eres el filo
y el pomo que se aprieta con el puño.
Para verte a Ti mismo me has nacido.
Por no estar solo con tu omnipotencia.
Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño...
Agua que te fluye, hierba ácida
que cortas sin amor...
Tú no me quieres.
Súplica final de la mujer
Señor, ¿Tú no perdonas? Si perdonara tu olvido
ya no pariría tantos hombres con odio,
ni seguiría arando cada día más estrechas
las sendas de los trigos entre zanjas de sangre.
La fuente de mi parto no se restaña nunca.
Yo llevo las entrañas por raíces de siglos,
y ellos me las cogen, las hunden, las levantan
para tirarlas siempre a las fosas del llanto.
Señor, mi Dios, un día creí que Tú eras mío
porque bajaste a mí alumbrando mi carne
con el alma que allá, al sacarme del hombre,
metiste entre mis huesos con tu soplo de aurora.
Más, ¿no perdonas Tú? Y no es gozo el que tuve
después del gozo inmenso en el jardín robado.
Me sigues en la tierra, retorciendo mis pechos
con labios de criaturas, con dientes demoníacos.
No hay lecho que me guarda, ¡ni de tierra siquiera!
Los muertos me sepultan, y obligada a vivir
aparto sus plomadas y vuelvo a dar la vida.
¡Oh, tu castigo eterno, tu maldición perenne:
brotar y aniquilarme lo que brotó a la fuerza,
porque un día yo quise que el hombre por Ti hecho
repitiera en mi cuerpo su estatua, tu Figura!
¿Sembrando he de seguir, pariendo más hombres
para que todos maten y escupan mis entrañas
que cubren con el mundo los cielos, tus estrellas,
y hasta el manto de brisas con que Tú paseabas
por tu Jardín soñado, cuando yo era suya?
¿Por qué me visitaste, Señor? ¿Por qué tu Espíritu
entrose a mi angostura dejándome tu Hijo?
¿Por qué te lo llevaste a aquella horrible cueva
que el odio de los hombres le abriera como tumba?
¡Oh! ¿No perdonas, Dios? Pues sigue tu mirada
teniéndome presente: joven, bella e impía
delante de tus árboles, que yo ya ni recuerdo...
Pues soy vieja, Señor. ¿No escuchas cuánto lloro
cuando el hombre, dormido, me vuelca su simiente
porque Tú se lo ordenas sin piedad de mi duelo?
¿No ves mi carne seca, mi vientre desgarrado;
no escuchas que te llamo por bocas estalladas,
por los abiertos pechos de niños, de mujeres?...
¡En nada te ofendieron sino en nacer!
Soy yo la que Tú olvidas y a ellos los devastas;
me obligas a que siga el lúbrico mandato
de aquella bestia horrible nacida en contra mía.
Tan vieja soy y labro. Tan vieja y cubro muertos.
No estéril porque quieres que sufra mi delirio
de un solo día hermoso del que guardo el aroma.
Ni Tú, Señor, lo olvidas. Que por ello me quejo.
Soy madre de los muertos.
De los que matan, madre.
Madre de Ti seré si no acabas conmigo.
Vuélveme ya de polvo. Duérmeme. Hunde toda
la espada de la llama que me echó del Edén,
abrasándome el cuerpo que te pide descanso.
¡Haz conmigo una fosa, una sola, la última,
donde quepamos todos los que aquí te clamamos!
Nació en 1907 en Las Palmas de Gran Canaria. Antes de trasladarse a Madrid destaca por su talento para la música y la interpretación. Al terminar la Guerra Civil actúo como primera actriz de la Compañía Nacional, y llegó a participar en media docena de películas. Murió, casi centenaria, en 2002.
Yo no sé qué tengo.
Si son vuelos ciegos de tormenta oscura,
o es reposo lento de inmóviles aguas.
Pero todo gira cerca de mi sombra
y conmueve el aire de mi pensamiento.
Es el mar y el sol y la arena misma
y es la vela blanca por la orilla abierta
y es todo que vibra dentro de mi sangre
y cubre mis brazos de áspero reflejo...
No sé qué me pasa.
Siento que me espera una hora de luces,
un inesperado vaivén del misterio.
Y en mis sienes vivas, sabias compañeras,
ya siento la huella del primer latido.
¡Ah, sonrisas libres de todos los niños,
voces olvidadas de todos los viejos,
rodeadme ahora,
pedidme consejos!
Sé que es mudable y en cambiar se ufana.
Que todo lo repite y nada es nuevo.
Que la mirada que en amores gana,
pierde en amores, siendo amor el cebo.
Sé que lo que hoy es templo decisivo,
mañana será tumba indiferente;
y que los versos que hoy ofrece, altivo,
a otra, mañana, ofrecerá inclemente.
Todo esto lo sé. Nada me obliga.
Y aun conociendo el mal, al mal aspiro:
porque sin mal, no hay bien que amores diga.
Que en la gracia mudable de su giro
está toda la savia de la ortiga:
si es que a dar en el blanco alcanza el tiro.
Mi falda de tres volantes
y mi blusa desprendida,
qué bien me adornan andares
y brazos al aire libre.
¡Cómo se ondea mi falda
desde el volante primero
perseguida curva eléctrica
hasta la rodilla firme!
Y mi blusa desprendida
viento y calma, sol y sombra,
cómo juega y se persigue
desde el hombro a la cintura.
¡Ay que me gusta mirarte
espejito biselado,
cristales de las esquinas,
gafas de los estudiantes!
¡Qué bien me veo pasar
remolino de las brisas
pequeña y grande, confusa
huella blanca en el asfalto!
Aunque nacida en Vitoria en 1905, pasó buena parte de su infancia y de su juventud en Madrid. En 1926 publica su primer libro de poesía, En silencio, y traba amistad con los poetas de la Generación del 27. Casada con el poeta Juan José Domenchina, en 1936, la derrota del bando republicano les empuja a exiliarse en México, donde se gana la vida como traductora. Viuda desde 1959, no regresa a España hasta la década de los setenta. Siguió escribiendo y publicando hasta que la muerte la atrapó al filo del cambio de milenio.
Laxitud
La tarde gris y triste me agobia,
tengo sueño;
estiro lentamente
mis dos brazos abiertos
que se prenden al aire;
quieren cazar el tiempo,
aprisionarlo pronto,
robarle su secreto,
deshacer bruscamente sus límites estrechos.
Quiero llorar: no sé;
quiero reír: no puedo.
Los deseos
se estrellan contra la inexorable inercia
del silencio;
sobre mi corazón rueda grávido el peso
de la existencia toda.
Al fin me desperezo.
Logro romper el cerco
del malsano sopor,
pero apenas lo venzo
ya me torna a invadir
quedamente su tedio.
Luego...
Ya no sé más;
suspiro,
me paseo,
exprimo el tormentoso
lagar de mi cerebro,
destilo el elixir de su inquietud
en mi pecho...
Sujeto en mi memoria
repite el pensamiento;
la tarde gris y triste me agobia,
¡tengo sueño!...
Tú no sabes aún que he cercado tu orilla,
que sueñas por la noche el color de mis ojos,
que tus manos en sombra
dirigen su tanteo hacia mi soledad.
¡Ignóralo así siempre!
Yo agolparé tinieblas en el limpio sendero
que hollan las verdades.
Plegaré la inconsciencia como una venda inmóvil
sobre tu laxitud.
Nunca sabrás que en ti la fuerza se desnuda
para erguir hasta el cielo el soplo de mi vida.
Que tus labios se mueven al encuentro de un beso
modelado en mi boca por tu ardiente obsesión.
Ignóralo, y así desechará mi gesto
la rígida cautela que detiene el impulso,
e invadiré gozosa la atmósfera profunda
que arrebata en su cauce lo más puro de ti.
La oración
Ese muro implacable, tan ciego, tan callado…
y yo a los pies del muro con mi sed y mis ansias,
yo sola, rodeada de todo lo que esquivo…
¡Qué lucha de lo inútil contra la pura esencia!
Un reflejo en el muro… una luz resbala
sobre esa cal inmóvil de un blanco impenetrable…
¡Es Tu sombra, Señor! Qué minuto de gloria.
Y después… qué silencio en qué sombras de noche.
Aquí estoy todavía… Yo sé que existe el pozo
donde dormita el agua que ofreciste a mis labios.
Yo sé que solo falta una grieta en el muro;
la que yo podré abrir mientras espero y amo.
Dame fuerzas, Señor. Aunque transcurran siglos
me encontrarás aquí, rendida y obstinada,
soñándote y amándote mientras pasan las horas,
mientras mi sed de Ti va adelgazando el muro…
A Juan Ramón Jiménez
Hoja blanca de hoy, de siempre, de mañana.
Frutal de cada día, semilla fecundada
por un rayo de luz o una gota de agua.
La vida fluye abajo, arrastrándose vana.
Encima de mi frente, los divinos fantasmas
del sueño verdadero, los éxtasis del alma…
cicatrices de oro, que mi pluma va abriendo
sobre la hoja blanca.
Evocación
I
(Huerto de fray Luis, Salamanca, febrero de 1928)
Laten oscuramente
los frutos del mañana...
¡Árbol mío reseco,
desnúdate más hondo!
Va sin túnica el agua
ofreciéndose al cielo.
II
(México, mayo de 1971)
Y pasó aquel mañana
–con frutos o sin ellos–
y vuelven al presente,
de pronto, aquellos versos.
Mi árbol ya cantó
vibrando entre Tus dedos,
y se fue despojando
mi pobre tronco hueco
para dejarte paso.
Después... hubo desiertos
y luz, oscuridades
y pozos de silencio.
El agua de aquel día
se ha quedado muy lejos.
–Éramos tres entonces:
sola en el Huerto quedo.
Voy a erguirme sin túnica ante tus ojos claros
que persiguen sin verme un sueño irrealizable,
quiero alzar ante ti mi desnudez intacta
como una ofrenda inútil que nunca aceptarás.
Seré tuya en silencio. Tus manos abstraídas
ignorantes del don que ha de colmar sus palmas,
se detendrán en mí, advirtiéndome apenas,
entre el vivo relumbre de un espejismo ignoto.
Me poseerás ajeno, ausente de tu abrazo,
tendido hacia otro rumbo de frágiles riberas
mientras te doy mi vida impetuosa y pura
en el breve cristal de un momento sin gloria.
Todo es nuevo,
se siente y aún se quiere
con gracia de capullo.
Un ramo de esperanzas
acaricia las puertas
que duermen todavía.
¿Y es posible nacer
cuando todo se acaba?
Si cerramos los ojos
ya en lenta despedida
algo nos fuerza a abrirlos
porque el mundo despunta
deslumbrando las horas,
un ramo de esperanzas
un brote de belleza
en medio de lo oscuro:
¿quién es el que nos colma
de esos sueños tangibles
que ningún libro ocupa?
¿A dónde vamos, dime?
La nada es honda y seca
lo mismo que una hoja
sola ya y sin aire
que se nos desperdicia
sin sueños de retorno.
¿A dónde va la nada?
Se pierde y aún se busca,
inventando en su sombra
extraños laberintos.
¿Dónde ir si no hay nadie,
y si todo se esfuma
y se disuelve en polvo?
¿Acaso algún día
podremos encontrarnos
en eso que no es nada
ni nadie todavía?
¿Y ese gajo de luz es el último acaso?
¿Cuántas capas de sombra
hasta la luz entera?
¿Es acaso vivir este andar sin camino
y acogerse a una triste claridad pasajera?
Este gajo de luz intermitente, mudo,
que levanta esperanzas
y aumenta ceguedades
¿por qué se nos ha dado
como don engañoso
y brota de pupilas
que ya apenas existen?
¿Es antorcha final de la capilla ardiente
donde todo se apaga,
o bien el tierno sol
de esta vida nueva que nos conducirá
a su nuevo horizonte?
¿Y tendrá que bastarnos
con ese gajo de oro desvalido y sin rumbo
que nace y muere pronto
en su primera salida,
luz empecinada en enseñarnos pronto
a valorar lo oscuro?
¿O tesoro repleto de un sueño inaprensible
que tal vez algún día
se nos pose en las manos?
¡Gajo de luz tan blanco, tan de oro
una nueva presencia cada día,
no te quiero perder pues eres todavía
la tabla de luz viva
que aleja mi naufragio!
Al final de la tarde
dime tú ¿qué nos queda?
El zumo del recuerdo
y la sonrisa nueva
de algo que no fue
y hoy se nos entrega.
Al final de la tarde
las rosas siguen lentas
abriéndose y cerrándose
sin caer aún en la tierra.
Al final de la tarde
no vale lo que queda
sino el impulso mágico
de la verdad completa.
Hija única del marqués de Molins, nació en 1905 en Francia, aunque se traslada enseguida a España y publica su primer libro de poemas a los dieciocho años. Participó de manera activa en la vida literaria y social hasta su muerte en 1989.
A un abanico
Abanico encantado, en tus tenues colores,
vibra el arte supremo del pincel de Watteau,
en ti mueren las frases de los viejos amores
y las rimas ingenuas que tu gracia inspiró.
Tu naciste en un siglo de placer y de orgía,
y en la Corte famosa de un famoso Rey Luis,
escuchaste las risas de la amada de un día
como el triste suspiro de una reina infeliz.
Eres frívolo y frágil, como el alma liviana
de la grácil marquesa que te supo agitar;
¡oh, cómplice temible de la fiel cortesana,
qué de intrigas contaras si pudieras hablar!
Tú robaste a la noche sus matices de plata
y sus pálidos oros a las rosas de té;
en ti duermen los ecos de la vieja sonata
y las rítmicas notas del gentil minué.
Tú recuerdas la pompa de la Corte francesa,
y revives la historia del augusto Borbón
que salpicara el trono de su invicta grandeza
con el cieno del vicio de una insana pasión.
Y viviste entre aromas, entre seda y brocados,
entre burlas y besos, y palabras de amor;
y bebiste el aliento de labios perfumados,
y evaporaste gemas que cuajara el dolor.
Hay escrito en tu vida un retazo de historia,
de la historia de un siglo de inagotable afán;
que lo mismo cantaba del guerrero la gloria,
que admiraba las rimas del abate galán.
Instrumento engañoso de la trama de encajes,
encubridor de risas, de llanto y de traición,
en ti vibran las almas de añejos personajes,
en ti vive el recuerdo que amó la tradición.
Eres frívolo y frágil, como el alma liviana
de la grácil marquesa que te supo agitar.
¡Oh, cómplice temible de la fiel cortesana,
qué de intrigas contaras si pudieras hablar!
Hoy yace ya olvidada la escena campesina
de los tenues colores que el tiempo acarició;
que encerrado en la cárcel de moderna vitrina
duerme el arte supremo del alma de Watteau.
Elisabeth Mulder. Hija de padre holandés y madre puertorriqueña, nació en Barcelona en 1904. Su exquisita educación y su dominio de las lenguas la ayudaron a traducir autores como Pushkin, Pearl S. Buck o Baudelaire, y a reseñar libros ingleses en Ínsula. En paralelo a su vocación poética escribió cerca de veinte novelas. Murió en 1986.
Roja, toda roja…
Roja, toda roja vi siempre la vida;
como una inmensa hoguera
donde quemaba bien
mi pobre corazón, rojo también.
Todo rojo el camino,
todo rojo el sendero
a seguir
y el día a vivir.
Y rojo el mundo entero.
Rojo de amor.
Y de dolor
y de horror…
En este vasto incendio
(brasa, flama, carbunclo),
que todo centelleante apareció
en esa luminaria,
¿qué había de ser yo,
alma furtiva
y temeraria?
¿Qué habría de ser yo
sino una llama viva?
La zarpa
Noche de estío, que en inquietud me sume…
Una flor lentamente se deshoja
entre intensas oleadas de perfume;
y hay una luna grande, hiriente y roja.
La brisa espesa muerde perversamente
con el hábito tibio de un suspiro,
y acaricia la boca febrilmente
con el ávido beso de un vampiro.
No hay estrellas. El cielo es esta noche
la misteriosa comba inmaculada
prendida únicamente con el broche
de una luna de faz congestionada.
Quizás mañana habrá tormenta; acaso
en esa obscuridad se está preñando
el rayo y la tormenta paso a paso,
y el torrente pluvial que ha de ir saciando
esta ansia intensa de humedad que encierra
una agria emanación calenturienta
que sube de la entraña de la tierra
seca y resquebrajada, ardorosa y sedienta.
Nocturno de estío. Hora febril y palpitante
en que el silencio y la fragancia arrullan
y toda la existencia se hace un interrogante
y en la calma tan solo los sentidos aúllan.
Mañana habrá tormenta. Esta noche expectante
me deja dolorida de emoción
como una zarpa alucinante
que me fuera exprimiendo el corazón.
Rebeldía
Señor, ya no más hiel; quiero un momento
ser yo quien el atroz látigo empuñe.
Hastiado de lo injusto del tormento
el león que hay en mí protesta y gruñe.
Señor, ni sumisión ni mansedumbre
quiero; no soporto lo inicuo de mi yugo.
Soy rayo, río, volcán, soy muchedumbre,
no tolero cadenas ni verdugo.
Señor, ya no más hiel, que mi garganta
la inhumana ponzoña más no aguanta.
Mi corazón, congestionado, estalla...
Y una roja visión me va exaltando...
¡Si he de morir, Señor, que sea matando,
como muere el soldado en la batalla!
El pulpo
Una noche soñé que un pulpo me quería.
¡Oh, la indecible angustia de aquella aberración!
Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día
dijérase que había perdido la razón.
¿Alguien ha visto un pulpo acercársele quedo,
asqueroso y lascivo, monstruoso y feroz?
Por vez primera supe qué es ser presa del miedo,
qué es hundirse en la sima de una demencia atroz.
Él caminaba siempre, y yo huía, yo huía;
sus tentáculos eran como una maldición
caída del infierno sobre la carne mía
que crispaba el espanto de la alucinación.
¡Qué terror! Se me helaban los gritos en la boca.
¡Qué terror! No acertaba ni auxilio a demandar.
Y él avanzaba siempre, y yo, como una loca,
ni siquiera sabía hacia dónde escapar.
Un tentáculo horrible sobre mí iba a caer
como una helada mano blancuzca y amarilla,
cuando al fin dando un grito que sacudió mi ser
desperté sollozando de aquella pesadilla
que me hizo conocer el infierno del pánico,
el dolor de lo innoble, el terror de lo infecto
encarnado en lo inmundo de aquel pulpo satánico,
tenebroso y maldito, misterioso y abyecto.
Si en mis ojos a veces un terror pavoroso
refleja la impotencia de un grito silencioso,
si parece que miro una horrenda visión,
si a veces en mis labios hay un temblor de agonía,
es desde que soñé que un pulpo me quería.
¿Cómo olvidar la angustia de aquella aberración?
Reposo
No fijes tu mirada
en mis pupilas hondas;
no sacudas el ángel
de las visiones rojas.
No oprimas con tu mano
mi mano temblorosa;
no despiertes la bruja
de los gestos de loca.
No obligue tu palabra
a que la mía responda;
deja mi voz ahogada,
mi lengua silenciosa.
No indiques a mis pies
la ruta tentadora;
no evoques el fantasma
de la marcha azarosa.
No nombres a mi mente
la rima que obsesiona;
no llames al espíritu
de la ilusión traidora.
Elogio de la risa
¡Saludad a la risa que pasa!
¡Respetad a la jocunda masa
que tiene por bandera un cascabel!
La vida es vieja y fea; necesita una gasa
que ciña alegremente su cabellera rasa,
como una triunfante corona de laurel.
No busquéis a la risa su razón matemática.
No indaguéis si sus ecos distraen al alma extática
o si encierran sus sones mil formas de fingir.
¿Qué importa que una vieja desquiciada y apática
ría apáticamente? ¿O que alguna lunática
trunque en bruscos desmayos su histérico reír?
Lo importante es la risa. Lo esencial el sonido
que nos sacuda el alma. Sea real o fingido,
tiene sobre nosotros su vibrar tal poder
que unas veces nos calma y otras nos da el olvido,
y así un gozo mecánico que empezó indefinido
acaba y se resuelve en sincero placer.
¡Saludad a la risa! ¡Respetad sus blasones!
Ella es la dulce musa que da preciosos sones,
y el juego de sus viñas tiene fulgor de gema.
Amad sus locas huestes: los payasos burlones,
los ciegos optimistas, los alegres histriones
y todos los que hicieron de la risa su emblema.
¡Saludad a la risa! Su armonía
es el himno más grande, la poesía
más pura que en el libro del mundo escribiréis.
¡Dad al viento sus sones, gozad su melodía,
reíd con alma y nervios, porque pensad que un día
tendréis tierra en la boca... y nunca más reiréis!
El viejo trío
Colombina, Pierrot, Arlequín. El viejo trío
que aparece del todo transformado.
En una clara noche de este estío
yo lo he visto pasar, modernizado.
Colombina, elegante y esquelética,
mostrando una silueta parisina.
Pierrot sin blanquear su faz patética
porque hoy quien se pinta es Colombina.
Arlequín, siempre a la caza de conquista,
mira a Colomba y tararea el allegro
sincopado de un canto de revista
mientras marca un compás de baile negro.
A Pierrot ya no vence la ansiedad
de contarle a la luna su tragedia
y se atiene a la cruda realidad:
con serenatas poco se remedia.
Ya no tañe la vieja mandolina
ni versifica su pasión cruenta.
Se ha dado al cabaret y a la morfina
como el héroe de un tango de Spaventa.
Arlequín se ha tornado indiferente
y ha adoptado una «pose» bastante exótica;
pero quiere a Colomba ciegamente...
Por su tipo perfecto de neurótica.
Y con aburrimiento soberano
entró el trío, silencioso,
en un «dancing» americano
que anunciaba un letrero luminoso.
Crepúsculo
¡Oros, oros! ¡Granas, granas!
¡Sangre todavía caliente
de asesinadas mañanas!
Molinos de viento
Molinos de viento...
¡Alma, si pudieras
tú, como ellos, dar
máximo provecho
de la fuerza inútil
que te hace girar!
Nació en 1902 en Zarautz, hija del duque del Infantado. Toda su obra poética está reunida en un libro: Sembrad, que fue corrigiendo y aumentado a lo largo de su vida. Ingresó en una comunidad religiosa y murió en Sevilla en verano de 1984.
Sembrad
Sin saber quién recoge, sembrad,
serenos, sin prisas,
las buenas palabras, acciones, sonrisas...
que se lleven la siembra las brisas.
Con un gesto que ahuyenta el temor
abarcad la tierra,
en ella se encierra
la gran esperanza para el sembrador.
¡Abarcad la tierra!
No os importe no ver germinar
el don de alegría;
sin melancolía
dejad al capricho del viento volar
la siembra de un día.
Las espigas dobles romperán después.
Yo abriré la mano
para echar mi grano
como una armoniosa promesa de mies
en el surco humano.
Lo intrazado
Las carreteras, como reptiles,
son largas
y amargas,
las cruzan con tráficos viles
las turbas malditas, las turbas serviles...
¡Tengo horror al camino trazado!
Prefiero
el sendero
modesto, olvidado
que trilla el ganado.
Un esbozo de senda
vacía
tan mía
que nunca pretenda
otra vía.
Pero más que senderos
muy llanos
con lodos
de todos
los rastros humanos;
yo pienso
en lo Inmenso
magnífico y rudo
donde mi destino
devaste un camino
desnudo...
Por la estepa dolorosa…
Por la estepa dolorosa
los caminos polvorientos
van trazando su elegía
de soledad y silencios...
Por las almas siempre solas
como los campos desiertos,
por las almas relegadas
a los olvidos del tiempo;
solo transitan las sombras,
¡las sombras de los recuerdos!
Contraste
Me he tendido en el suave jardín del monasterio.
La iglesia se adormece bajo el sol de verano.
Se doran los cipreses del viejo cementerio...
¡Quiero cantar la estrofa de un himno gregoriano!
Allá en la lejanía, recogidos y graves,
unos monjes, calada la capucha, meditan.
Pero el ambiente es cálido, se estremecen las aves,
la tierra aletargada vierte efluvios que incitan.
Inflexible la voz de la campana reza,
en el cristal del día se desnuda su alarde.
¡No he podido rezar!... Me invade la pereza
esparcida en la densa laxitud de la tarde.
Sumergida en las hierbas perfumadas y untuosas,
ante un monje muy pálido, de figura de asceta,
por absurda ilación de paisajes y cosas...
¡Me acuerdo de Tais y del anacoreta!
Corazón de mujer
IV
Deja que apoye en tu hombro mi cabeza,
deja que en ti descanse mi alma de mujer;
pero acércate más. ¡Me da tanta tristeza
la sombra que desciende con el atardecer!...
¿No oyes subir el cauce de la melancolía?
Me parece un presagio de lo que va a cesar...
ya se asoman las almas a ver morir el día;
es la hora romántica. ¡No la dejes pasar!
Pon tu mano en mis manos, un instante... Sofoca
las palabras que dicen adiós a la ilusión...
Séllala con los besos, lágrimas de tu boca...
¡Y déjame llorar sobre tu corazón!
Invernal
Solos por el parque,
por el parque viejo
que tenía un largo
cansancio de invierno;
tras de tantos años
volvimos a vernos.
Yo llevaba el triste
corazón enfermo,
caía en el suyo
la niebla del tedio.
¡Cuán lejos las horas
vírgenes de duelos
en que nuestras vidas
eran como versos
que a veces rimaban
casi sin saberlo...!
Me clavó sus ojos
como en otros tiempos,
mas nada me dijo
su turbado acento.
Yo cerraba el arca
de mis pensamientos
porque no rasgase
lo gris del silencio
que esfumaba un mudo
soñador arpegio...
Y con una angustia
despertaba un nuevo
pavoroso acorde
dentro de su pecho,
nos miramos como
se miran los ciegos...
¡Y nos separamos
para nunca vernos!
Convalecencia
En el blanco terrado me dejó la enfermera,
silenciosa y tendida bajo el beso del sol
y me acoge el rumor de la gens dominguera,
esas voces de niños que juegan al futbol.
Superado el peligro, casi extraño mi suerte
me pregunto si debo contristarme o reír...
Fue tan dulce vivir cara a cara a la muerte
que hasta cuesta vivir.
Y me miro las manos de un marfil transparente,
que tan lánguidas unen su deseo de orar.
Siento una alegría de convaleciente
que me hace llorar.
Nació en Madrid en 1898. De familia acomodada y muy aficionada a los deportes, en especial a la natación y a la gimnasia. Durante un veraneo en San Sebastián se enamoró de Luis Buñuel, con quien mantuvo una relación de siete años. En 1932 se casó con el poeta Manuel Altolaguirre, a la boda asistieron Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rosa Chacel y Luis Cernuda... El matrimonio se instala unos años en Londres, donde pierde al hijo que estaba esperando. Tras la Guerra Civil se vio forzada a exiliarse en un dramático periplo que la llevó a París, La Habana, Buenos Aires, Uruguay y México, donde Altolaguirre la abandonó. Pasó treinta y cinco años sin publicar y murió en 1986.
Nocturno
Una plaza. La luna
juega con la Noche.
Y una campanada muda
mira desde su torre.
Una fuente y una luz
decoran la rinconada.
Más allá se ve un farol
y una reja iluminada.
El pueblo espera dormido
otra llegada del alba.
Y, mientras espera, tiene
todas sus puertas cerradas.
Nadadora
Mis brazos:
los remos.
La quilla:
mi cuerpo.
Timón:
mi pensamiento.
(si fuera sirena,
mis cantos
serían mis versos)
Paisaje urbano
Ya pasea la luna por las azoteas.
En las calles y avenidas los perfiles se agrandan.
En el momento lívido, que hace inclinar las hojas
las farolas encienden su luz de madrugada.
Un cielo barnizado de cemento, sostiene
entre sus anchos dedos escasas luminarias.
Por el asfalto ruedan rehilanderas de acero
con sonoros flautines de voces esmaltadas.
Se estremece un tic-tac de pasos epilépticos.
Se disparan a un tiempo cohetes de miradas.
Se juega a serpentinas a través de las lunas
de los escaparates –cintura cinemática–.
Y se ven, dominando las huestes callejeras,
policías ecuestres de ondulantes capas.
Los vastos rascacielos emanan claridades
de las ruedas Catalina y luces de Bengala,
que saltan a la calle, gozosas de perderse,
entre el rumor continuo de todas las pisadas.
Por las profundas venas, el metropolitano
veloz de puerto en puerto, acompasando escalas,
cruzando del suburbio a la gran avenida
en una eterna noche de sombras estrelladas.
Se ha tendido en lo alto, sobre las azoteas,
la etíope danzarina, dulce y desmelenada.
Recuerdo de sombras
Sobre la blanca almohada,
más allá del deseo,
sobre la blanca noche,
sobre el blanco silencio,
sobre nosotros mismos,
las almas en su encuentro.
Sobre mi frente erguido
el exacto momento,
dices que en una sombra
vives en mi recuerdo.
Síntesis de las horas.
Tú y yo en movimiento
luchando vida a vida,
gozando cuerpo a cuerpo.
Dices que en estas sombras
vives en mi recuerdo,
y son las mismas sombras
que están en mí viviendo.
Silencio
De piedra siento el silencio
sobre mi cuerpo y mi alma.
No sé qué hacer bajo el peso
de esta losa.
Tendida estoy a la noche
–árbol de sombra sin ramas–.
Parece el tiempo dormido,
parece que no soy yo
quien está a solas conmigo.
Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.
Tiempo
Pupilas verdes, azules,
negras, de color castaño;
pupilas inolvidables
a las que yo me he asomado.
¿Qué habrá sido de vosotras
al transcurrir de los años?
Al igual que de los ojos
qué habrá sido de las manos
que al contacto con las mías
supe que me acariciaron.
¿Y qué de aquellas palabras?
¿Qué vientos se las llevaron?
Si algún dolor va perdido,
no tema acercarse a mí
que a muchos que me llegaron
calma y abrigo les di.
Yo tengo una fiel morada
en donde van a vivir,
según van y van llegando,
y se reúnen allí.
Así todos se acompañan
y se cuentan entre sí
cómo fueron engendrados,
la razón de su existir.
Y se van entreteniendo
hasta que les llega el fin.
Si turbia la razón y roto el sueño
paso a ser una sombra entre mortales,
quede de mí la luz que ahora me guía
antes de ser mi sombra larga noche.
Quede de mí la angustia y el anhelo
y la risa y el llanto en esa espera.
Que algunos ojos para verme un día
se asomarán al mar donde me muevo.
Salgo a la calle y voy en ascua viva,
o voy temblando porque el mundo es triste.
Y vuelvo de la calle y entro en casa
y el mundo sigue triste sin remedio.
Y no es que falte un ángel en la estancia
que nos sonría, que nos hable al menos.
Y no es que falte un dios para las cosas,
ni ese deseo de pasar soñando
sin escuchar las quejas que en el aire
vagan por encontrar por fin el eco.
Nació en Madrid en 1895. Su familia era pobre, y al mismo tiempo que publicaba sus primeros poemas entró a trabajar en Telefónica para pagarse los estudios. El descubrimiento de las vanguardias corre en su caso paralelo al despertar de la conciencia política: se une al ultraísmo y a la CNT. Participó como combatiente en la guerra, pasó por los campos de refugiados y en 1940 se instala con América Barroso en París, donde se gana la vida retocando fotografías. Regresa a Madrid en los años cincuenta, trabaja como representante de laboratorios farmacéuticos, escribe poemas que no llegan a publicarse y muere en 1970.
Nocturno de cristal
Los cisnes
cobijan la luna bajo sus alas.
¿Quién ha sembrado el fondo negro
de anzuelos de oro?
Las hojas de los árboles
sobre el estanque sueñan
con un viaje a ultramar.
Me ha tentando el suicidio
y al mirarme en el espejo
me ha espantado mi doble
ahogándose en el fondo.
Es en vano
Detrás de nosotros
dejamos un rastro de cadáveres.
A cuántos los quisiéramos resucitar
y darles su sol y su cantar y su sonrisa.
Nada hay que pueda ponerlos en pie.
De algunos nos hemos traído el perfume
pero ellos van en sus cajas negras
río abajo.
Anochecer de domingo
¿Quién aprisionó el paisaje
entre rieles de cemento?
Bocas hediondas ametrallan la noche.
Los hombres que tornan del domingo
con mujeres marchitas colgadas de los brazos
y un paisaje giróvago
en la cabeza
vendrán soñando en un salto prodigioso
para que el río acune su sueño.
Un grito mecánico entra en el puente.
De pronto alguien
ha volcado sobre nosotros su mirada
desde la curva de la carretera.
Pasó.
Sus ojos van levantando los paisajes que duermen.
Ahora la luna ha caído a mis pies.
Nació en Madrid en 1889. Poetisa y dramaturga. Publicó Las piedras de Horeb, Huerto cerrado, Esencias, Holocausto y Obra poética. En sus memorias Sí, soy Guiomar, publicadas póstumamente, nos descubre su relación con Antonio Machado. Forma parte de la Residencia de Señoritas y del Lyceum Club. Nombrada miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz. Con su marido, Rafael Martínez Romarate, creó el teatro de cámara Fantasio. Tuvieron tres hijos, todos ellos artistas. Muere en 1979
Huerto cerrado
Unas tapias altas cerrando un espacio pequeño:
pequeño tan solo si se mira a tierra,
pero ilimitado si se mira al cielo.
Hiedras en esas tapias.
Un ciprés muy viejo
al que en mayo alegran unas golondrinas
pone en el ocaso su perfil austero.
Las nubes muy cerca.
El mundo muy lejos...
Crece el cinamomo junto a los granados,
el mirto, el romero;
y sobre la orilla fresca de un arroyo
abren sus corolas los lirios bermejos.
De mi propio campo, de mis propias flores
soy el jardinero.
¡Con qué amor las riego!
De hierbas, reptiles
e insectos,
que un día pudieran secar sus raíces,
las limpio y defiendo.
Y para que nunca ningún ser profano
a ultrajar llegara mis lirios bermejos,
quisiera crecieran... crecieran... las tapias
hasta confundirse con el ancho cielo.
Por fuera la vida
y yo aislada dentro
sobre el viejo mundo
en mi mundo nuevo...
Y cuando un extraño, mirando el recinto
curioso indagara: «¿Será torre o templo?».
Alguien respondiera: «Es Huerto Cerrado
donde se cultiva la Flor de los Sueños».
Poema tercero
Ella y él se miraron hondamente,
y algo indefinido
entre los dos flotó, tan impalpable
como un soplo divino.
Después, cuando las manos se estrecharon,
de nuevo confundidos
ella y él, no supieron
lo que pasó muy dentro de ellos mismos.
Ni una frase de amores hubo luego,
ni un pensamiento vino
a conturbarles con aliento impuro
la carne ni el espíritu.
No hubo allí en realidad, ni apariencia,
más que un saludo frío.
Una mirada en otra, y sin embargo...
¡Qué inmensurable abismo!
Briznas del hogar
Estas pequeñas cosas que conmigo han vivido
íntimamente unidas ¿dónde irán a parar
el día que yo parta, se desmorone el nido,
y sus pajas el viento llegue a desparramar?
Los libros que yo quise y leí tantas veces,
la lámpara que siempre mi trabajo alumbró,
la simbólica imagen que recibió mis preces,
la tela caprichosa que mi mano bordó.
El cofre cincelado, el jarrón, la pintura,
deleites de mis ojos, galas de mi mansión;
ellos fueron testigos de dolor y ventura;
del querido hogar mío fueron la ramazón.
Objetos que estuvisteis con mi vida ligados
y visteis los cambiantes de mi propio sentir,
descubriendo en los pliegues más hondos y cerrados
lo que acaso yo misma no supe definir.
Las manos que os recojan, ¿serán como las mías?
¿Será su tacto suave, como el mío lo fue?
¿Verán otras pupilas, impasibles y frías,
algún rastro del alma que en vosotros dejé?
¿Cuál será vuestra suerte cuando me marche lejos...?
Mis fieles compañeros, ¿qué dueño encontraréis?
Presos en la nostalgia de los afectos viejos
acaso arrinconados en un desván seréis.
¿No habrá un ser que descubra que el curso de los años
algo os fue transmitiendo de aquel que os poseyó?
¿Que aparecéis a veces con matices extraños
mezcla de luz y sombra de un alma que pasó...
... y que os legó a su paso algún rasgo, una huella
donde quedó estampada su personalidad;
una luz indecisa, como de errante estrella,
que siendo el alma vuestra, es suya en realidad?
No verán nada, nada... ¡pobres objetos míos!
mi lámpara, mis libros, mi cuadro, mi jarrón...
seréis pequeñas gotas perdidas en los ríos
del olvido, que arrastran recuerdo y tradición.
Mayo holgazán
Yo quiero un día gris, entoldadito,
para trabajar.
No puedo con este sol de mayo
el hervor de la sangre refrenar...
Las ideas
se agolpan por salir todas a un tiempo,
densas y turbias,
como si fueran lava de un volcán;
y no puedo, en su fuga, coordinarlas,
en calma razonar...
¡Cómo, si huelo el aire a flores,
y el sol me queda dentro,
y las acacias han abierto ya!
El invierno, la niebla,
despejan los sentidos
y el pensamiento llenan
de viva claridad.
¡Pero este sol!... ¡Pero este sol de mayo!
¡Pero este olor a flores...!
¡Imposible! ¡No puedo trabajar!
Dolor fecundo
¡Oh, vida! cuando dueles, viene un llanto callado
a humedecer la tierra de nuestro corazón.
Es un llorar por dentro, de todos ignorado.
Los ojos están secos como una negación.
Solo en la boca un rictus, solo un surco en la frente
por instantes nos muda la expresión de la faz.
Nuestras manos quisieran ser un garfio potente
que arrancando esta vida nos trajera la paz.
Mas la negra semilla se va abriendo en el fondo.
El prodigio ¡quién sabe cómo se realizó!
Aquel llanto invisible penetró en lo más hondo
y a las turbias acequias de la angustia, llegó...
¡Oh, simiente de penas! ¡Ay, amarga simiente!
¡Cómo endulzas, a veces, con tu propio amargor!
Cuando la vida duele, duele infinitamente,
en la raíz del alma nace una nueva flor.
Santanderina nacida en 1877 y poeta de asombrosa precocidad. Recién casada vivió una temporada en Chile y de regreso empezó a publicar novelas apreciadas por el público y elogiadas por la Real Academia. En 1927 recibió el Premio Nacional de Literatura por la novela Altar Mayor. Murió en Madrid en 1955.
Mi secreto
Yo soy una mujer: nací poeta,
y por blasón me dieron
la dulcísima carga dolorosa
de un corazón inmenso.
En este corazón, todo llanuras
y bosques y desiertos,
han nacido un amor, interminable,
y un cantar gigantesco;
pasión que se desborda de la tierra
y que invade los cielos…
Ando la vida muerta de cansancio,
inclinándome al peso
de este afán, al que busca mi esperanza
un horizonte nuevo,
un lugar apacible en que repose
y se derrame luego
con la palabra audaz y victoriosa
dueña de mi secreto.
Yo necesito un mundo que no existe,
el mundo que yo sueño,
donde la voz de mis canciones halle
espacios y silencios;
un mundo que me asile y que me escuche;
¡lo busco, y no lo encuentro!…
¡Todo está dicho ya!… ¡Qué tarde llego!…
Por los hondos caminos de la vida
pasaron vagabundos los poetas
rodando sus cantigas:
cantaron los amores, los olvidos,
anhelos y perfidias,
perdones y venganzas,
zozobras y alegrías.
Siglos y siglos, por el ancho mundo
la canción peregrina
sube a los montes, baja a los collados,
en los bosques suspira;
cruza mares y ríos, llora y muge
en vientos y celliscas;
se queja en el jardín abandonado,
en las flores marchitas,
en las cosas humildes, en las tumbas,
en las almas sombrías.
Todo el mundo es querella, todo es himno,
todo el mundo es sollozo y poesía…
Y yo vengo detrás de ese torrente
que al universo encinta,
con una canción nueva entre los labios
sin poder balbucirla:
porque ya no hay palabras, no hay imágenes
ni estrofas y armonías,
que no rueden al valle penumbroso,
y suban a las cimas,
y salven los abismos,
colmando las medidas
de las voces humanas
y los sagrados sones de las liras…
¡En este mundo lleno de canciones
ya no cabe la mía!
Loca y muda la llevo entre los labios
sin poder balbucirla…
Insomnio
¡Qué bien se está contigo, noche amiga,
la temerosa y negra,
tendida como un manto de confines
sin luna y sin estrellas!
Livor celeste en el divino sueño
del orbe sideral,
párpado oscuro de la rubia tarde
cerrado sobre el mar.
¡Qué bien se está contigo, cuando sobran
imágenes de soles
en una mente condenada al fuego
de cárdenos amores!
Campana grave, de tañido sordo,
eclosión de silencios,
donde solo percute el inaudible
cantar de los recuerdos.
Espasmo informe de las cosas, vivas
en un tétrico arrullo,
¡qué bien recibe el alma su rocío
de tu callado pulso!
Calma, tiniebla,
cerrazón silente
bálsamo fresco de la roja herida
que nunca duerme...
¡Qué bien se está contigo, noche oscura,
regazo maternal,
luto de la mirada que Dios vela
encima de la mar!
Envuelve en tu ropaje sedativo
la voz de mi secreto;
¡que nadie sepa mi quebranto, insomne
bajo tu sueño!
Nacida en Culleredo (La Coruña) en 1862, hija de una familia de militares y letraheridos. Tras la muerte de su padre en un naufragio la familia se trasladó a Madrid, donde conoció a su futuro marido: el filósofo polaco Wincenty Lutoslawski. El matrimonio se dedicó a viajar por Europa y Asia mientras Sofía desplegaba una intensa actividad intelectual: traducciones, conferencias, novelas, obras de teatro, artículos... Perteneció a la Real Academia Gallega y recibió una distinción de Alfonso XIII. Murió en Poznan en 1958, poco después de enviudar y perder la vista.
… ¡Ni fe!
Cuando llegó del áspero sendero
a la cumbre distante,
halló en vez del albergue apetecido,
tan solo abrumadoras soledades.
Cuando, sin fuerzas ya, llegar creía
de la jornada al fin, miró el camino
roto por la mitad cortado el paso
por la negrura del abierto abismo.
Vacilante cayó junto a unas rocas,
vencida el alma, de su cruz al peso.
La fe le hizo buscar aquel calvario
y allí no estaba lo que vio su anhelo.
Brotó la sangre de su planta herida
y no pudo avanzar en el camino;
pensó en retroceder, y heló sus ojos
una impotente lágrima de hastío.
Rindiose al desaliento su alma noble,
y, al sentir su esperanza que moría,
dijo: Fe en lo ideal que no alcanzamos,
¡ay! tú también amargas nuestra vida.
Gota de agua
Gota de agua es la lágrima brillante
que, al nacer, en los ojos se evapora;
gota de agua es la perla de rocío
que nace y muere en la mañana hermosa.
Gota de agua también es la perpetua
gota que filtra y que la piedra horada,
secreto de las rocas de granito,
caliza filtración de la montaña.
¡Gotas de agua las dos! Mas, cuán distinta
es la que nace y muere en un momento,
de aquella que, entre rocas serpeando,
se petrifica y desafía al tiempo!
Así también del alma soñadora
brotan, a veces, fugitivas lágrimas,
que mueren a la luz de una sonrisa,
que evapora el calor de una esperanza.
Y, otras veces, hay lágrimas que brotan
y dejan en el alma, para siempre,
estalactitas de dolor profundo,
que el tiempo agranda, y que jamás perecen.
Blanca de los Ríos. Nacida en Sevilla en el verano de 1862, hija de padres cultos, interesados por la política e integrados en la buena sociedad, recibió una educación esmeradísima. Casada con un arquitecto, publicó sus primeras obras con el seudónimo Carolina del Boss, que no tardaría en abandonar. Escritora muy prolífica, publicó poesía, novelas y cuentos e intervino con frecuencia en la prensa, preocupada por la situación de la mujer y las relaciones entre España e Hispanoamérica. Como crítica literaria se preocupó por santa Teresa de Jesús y Tirso de Molina. Murió en Madrid en 1956.
Preludio
Lo que aquí canta,
lo que aquí expira
trémulo el labio sobre la lira,
no son humanas palabras rudas;
son armonías de otro universo;
son luz del alma cuajada en verso;
son del espíritu las hablas mudas.
Son las silentes
hablas remotas
que, cual gemidos de cuerdas rotas,
por las dormidas selvas del alma
suenan en largas degradaciones,
como elegías, como oraciones,
como susurros de un mar en calma.
Son hablas tristes
que a nuestro oído
pronuncian seres que hemos perdido;
son vagas músicas; son remembranza
de lo entrevisto, de lo soñado;
son el memento de lo pasado
y el sursum corda de la esperanza.
Son lo indecible,
lo inexpresable;
voces amorfas de lo inefable
que en vano ensayan lenguas ignotas,
y en ansia eterna como el deseo
tercas repiten su balbuceo,
como en la playa las olas rotas.
Son vaticinos,
son confidencias;
gárrulos himnos, blandas cadencias,
trovas que el viento silba en las cañas,
risas que el agua presa borbota,
rachas que vienen de playa ignota
trayendo sílabas de hablas extrañas.
Manar de fuentes
que sin rumores
fluyen del seno de los amores;
raudal perenne nunca agotado,
rumor de besos de honda cisterna,
donde sus labios, con sed eterna,
pondrán las almas que no han amado.
Voces de aurora,
voces de lumbre,
voces de halago, de dulcedumbre;
voces suavísimas, como amasadas
con leche y mieles y luz de luna;
líquidas perlas que, una por una,
beben las bocas de amor quemadas.
Ayes que expiran
bocas dantescas;
largos sollozos de las Francescas
que Amor consume con fuego eterno,
y en cuyos labios abrasadores
florecen rojos besos de amores,
besos que alumbran el negro Infierno.
Sordo murmullo
de sediciones,
hondas, calladas, rebeliones;
roncos bramidos de turba loca
que la conciencia súbito asalta,
como rompiente que en polvo salta
cuando iracunda bate la roca.
Y a veces, sola,
muda, inefable,
truena la augusta Voz formidable:
la que los mundos destruye y crea.
¡La tierra tiembla y el sol se inclina,
mientras sus rayos Siná fulmina,
mientras la zarza de Oreb llamea!
Y a veces honda,
tenue, callada,
suena en nosotros la voz sagrada
como las brisas sobre los mares,
como las arpas de la Poesía,
como las dulces hablas que oía
la tierna Esposa de los Cantares.
Son hablas mudas,
largos arrullos,
quejas suaves, blandos murmullos;
hablas que esparcen raras virtudes;
hablas que esconden altos misterios,
ora salmodien como salterios,
ora suspiren como laúdes.
Largos arpegios
de arpas de oro,
que por el aire blando y sonoro
desgranan notas como sartales
de vivas perlas de claro Oriente;
versos que oculta rima la fuente
hilando ensueños, plata y cristales.
Notas de un canto
jamás oído;
música muda, voz sin sonido;
voz que tuvieran las ilusiones
llamando a citas inmateriales...
Voz que tuvieran las ideales,
nunca logradas aspiraciones.
Son las silentes
hablas internas
ecos lejanos de otras eternas;
voces que el hombre lleva en su abismo,
voces que agrandan sus soledades
cuando en sus propias inmensidades
se encuentra a solas consigo mismo.
La hoja blanca
¡Cuántas veces, la frente en la mano
y en el blanco papel la mirada,
entre el blanco papel y la mente
sorda lucha en secreto se entabla!
Como el mar solicita las velas,
como el aire estimula las alas,
el papel, con su casta blancura,
solicita a la idea y la llama.
Ven –le dice–; sumido en la mente,
pobre germen, te anulas, te matas;
tenue ser de la nada engendrado,
¿no te asusta el volver a la nada?
Ven, amiga; yo soy tu destino,
soy el aire que el águila aguarda,
soy silencio que espera armonías,
soy el mármol que ser quiere estatua.
Soy espera y misterio de cita;
tú la ignota belleza esperada;
soy lo incierto, lo vago, lo amorfo;
tú la línea, el color, la palabra.
Yo, mezquino papel, soy el lienzo
donde el Verbo su imagen estampa...
¡Cuántas veces impresa con sangre
en mi nieve su faz deja el alma!
Nació en Valladolid en 1860. Pese a su prolongada vida (murió en 1954, casi centenaria) y a su intensa actividad profesional (colaboró con El Nacional, El Movimiento Católico, La Ilustración Española, El Universo...), sabemos muy poco de su vida. Se casó con Álvaro López Núñez, publicista, la RAE premió su Oda a San Juan de la Cruz y recibió los elogios de Emilia Pardo Bazán.
Mi tumba
Cuando mis breves días acabados,
salga el alma del cuerpo que mantuvo,
y los calcáreos huesos separados
del hálito vital que los sostuvo
bajen al seno de la tierra fría
para dormir el sueño de la muerte
hasta que el alba del postrero día
la trompeta del ángel me despierte.
Quiero una tumba humilde y escondida
en región ignorada y silenciosa,
sin recuerdos del mundo y de la vida,
sin nombre ni inscripción sobre la losa.
Quiérola junto a un bosque colocada
y al lindel solitario de un camino
donde canten las aves la alborada
y al pasar me bendiga el peregrino.
Y a otro lado se extienda con la alfombra
de sus menudos céspedes brillantes
ancho valle al que presten fresca sombra
las copas de los álamos gigantes.
Y con paso tranquilo y perezoso,
retratando en su linfa el bosque umbrío,
sereno, transparente y armonioso,
corra a mis plantas murmurante río
que al ir a visitar tierras ignotas
en la encantada soledad campestre,
arrulle mi pereza con sus notas
de no estudiada música silvestre.
Y en sus ondas de plata rumorosas
se miren las pintadas florecillas,
que se alcen en sus márgenes hermosas
rojas, blancas, moradas y amarillas.
Crezcan allí los lirios perfumados,
la humilde y odorante violeta,
los gentiles narcisos columpiados
al leve soplo de la brisa inquieta;
el pensamiento de hojas afelpadas,
la azucena cuajada de rocío,
el vulgo de amapolas encarnadas
y los blancos nenúfares del río;
y la fragante y encendida rosa,
y los nevados toldos de jazmines
donde suspire el aura bulliciosa
y salten los alegres colorines...
Y cuando el cano invierno con sus lutos
al mundo asome la marchita frente
y el campo no dé ya flores ni frutos
ni tenga luz ni aromas el ambiente,
cuando el bosque de nieve se corone
y con sus hojas se tapice el suelo
y del río las aguas aprisione
maciza cárcel de apretado hielo,
en vez de sus cristales transparentes
me dará gigantescas armonías
la poderosa voz de los torrentes
que arrastren a la mar sus ondas frías.
Y en lugar de los céfiros ligeros
que suspiran de amor en los mimbrales,
arrullarán mis sueños más severos
con su ronco silbar los vendavales.
Cuando mudos los pájaros canoros
se oculten de las peñas en los huecos
a cambio de sus cánticos sonoros
hará pujantes resonar los ecos.
Con su salvaje y áspero graznido
la reina de las aves soberana,
que en altísima roca a mí cercana
junto al disco del sol tenga su nido.
Y que cobije mi sepulcro quiero
una luz pobremente trabajada
que pida una oración al viajero
deteniéndole un punto en su jornada.
Y él, levantando la mirada al cielo,
eleve una plegaria fervorosa
por quien descansa en el florido suelo
sin nombre ni inscripción sobre la losa.
Nacida en un modesto hogar sevillano en 1851 y huérfana de madre antes de cumplir los dos años, su padre reparó en su afición temprana a escribir versos y se lo prohibió. Tras la muerte del padre empieza a relacionarse con una familia de artistas, los Velilla, y se despierta de nuevo su afición por la escritura. Las cuitas económicas la obligan a trasladarse a Jaca, donde la tisis y la nostalgia del sur van erosionando su ánimo. Muere en 1878, un año después se publica su libro Últimas flores, gracias a la familia Velilla.
Misterio
Silenciosa es la noche: las campanas
con causa y gravedad su voz elevan,
y de las doce el último sonido
al extinguirse en el espacio tiembla.
Un instante no más ha separado
el año que termina del que empieza;
un instante no más, también, separa
la vida humana de la vida eterna.
Un año confundido entre las sombras
en el dormido mundo se despierta;
¡quién sabe lo que guarda en sus momentos!,
¡quién desgarra el misterio que lo encierra!
Para mí, que temblando lo recibo,
¡quién puede adivinar lo que reserva!
Acaso las auroras de sus días
me anuncien horas de amargura inmensa,
y las trémulas horas de sus tardes
noches de afán y luchas como esta:
noches en que el pasado que ya ha muerto,
el porvenir que mi esperanza crea,
y el presente, que miro con enojos,
como ahora rodarán por mi cabeza.
Tiempo, que has de pasar, yo ambicionara
impulsar con mis manos tu carrera,
y al par es tanto el miedo que me inspiras
que con afán quisiera detenerla.
Año fugaz, que empiezas tu dominio
a la indecisa luz de las estrellas,
lágrimas, risas, ambiciones, luchas,
consigo arrastrará tu indiferencia:
en ti la humanidad, tras de la dicha,
cual siempre, correrá cansada y ciega,
no comprendiendo que el que ciego nace
aunque brille la luz no puede verla.
Así es la humanidad, dueña y esclava:
mas yo, triste de mí, ¿qué soy en ella?
¿Qué es en el huracán embravecido
un leve soplo que en sus alas lleva?
Año, que has de pasar, en tus momentos,
que han empezado a resbalar apenas:
o abrume mi cabeza la ventura,
o mi cuerpo infeliz cubra la tierra.
Grande y sabio
Alcé los ojos: tu mirada, entonces,
brilló intensa en mis lágrimas,
como un rayo de sol que ardiente cae
sobre trémulas aguas.
Te dejé de mirar, por parecerme
que te causaba pena,
aunque yo, contemplándola, sentía
satisfacción secreta.
Volví a mirarte cuando ya a mis labios
atrajo una sonrisa:
llorando estabas tú, pero tus lágrimas
eran lágrimas mías.
Grande es tu corazón, porque consuela
con el triste sufriendo:
tu corazón es sabio porque sabe
llorar males ajenos.
Siempre igual
Si algo existe en el mundo que me halague,
es mi mundo ideal;
mas va la claridad de cada día
apagando su hermosa claridad.
Esclava de la vida, apenas puede
mi mente fatigada ni aún soñar,
que para dar la muerte a cada sueño
hay una realidad.
Hojas perdidas
Conservo el tallo verde entre mis manos
y ya esparcí las hojas de la flor;
las he visto alejarse, cual se aleja
la primera ilusión.
Eran hojas de rosas, que aún guardaban
el perfume, la forma y el color,
y, aun siendo así, volaron con el viento,
y nadie las miró.
He visto en esas hojas el destino
de seres sin hogar y sin amor,
que saben de la noche y nada saben
de los rayos del sol.
Arrancados del tallo en que nacieran
y arrojados al viento del dolor,
nadie se para a ver si en esos seres
existe un corazón.
Luz que pasa
Los cielos y la tierra resplandecen,
es la felicidad la que se acerca:
cierro los ojos; respetad mi sueño;
dejad que pase sin que yo la vea.
Palpita en el ambiente, y no respiro,
gira en la luz, y busco las tinieblas;
que se aleje por mí desconocida,
ya que ni ella ni yo somos eternas.
Deseos
Porque miro dolores y miserias
me pesa haber nacido;
yo quisiera ignorar ajenos males,
aun sintiendo los míos.
Quisiera ser la nota que se eleva
al espacio infinito,
quisiera ser el sueño que se forma
en la mente de un niño.
Quisiera ser más grande que el deseo,
más libre que un suspiro:
quisiera ser un ignorado mundo
rodando en el vacío.
Libertad
En cuanta extensión inunda el sol con su luz dorada,
la libertad es amada con una pasión profunda,
un canto en su honor entona,
y bien la fama pregona
que, aunque destronarla intenten,
tiene en las almas que sienten
un trono y una corona.
La libertad presta aliento
al pensamiento que crea,
porque es la primera idea
que brota en el pensamiento;
ella es luz y es sentimiento,
y es fuerza que la respeten,
pues, aunque su marcha inquieten
almas a su luz ajenas,
no habrá quien labre cadenas
que a la libertad sujeten.
¡Libertad, lazo de amor,
talismán que honra y escuda,
la humanidad te saluda
como a su gloria mejor!
No pierdes en esplendor,
aunque al verte victoriosa
te promuevan guerra odiosa;
que aun siendo tus penas muchas
sales de las nuevas luchas
más radiante y más hermosa.
Nació en Badajoz en 1820, en un familia acomodada que enseguida se trasladó a Madrid. Publicó su primer poema, «A la palma», en el periódico El Piloto con diecinueve años recién cumplidos. Aficionada al excursionismo y virtuosa del harpa y del piano, se da a conocer con Libro de Alberto, aplaudido por Espronceda y Hartzenbusch. Después de casarse con un diplomático estadounidense abandona la poesía. Tras la muerte de su hija (a la que se niega a enterrar y mantiene embalsamada en el armario de un convento) se retira a un palacio junto al mar cerca de Lisboa. Allí recupera su afición por la escritura, que no la abandonará hasta su muerte en 1911.
A una tórtola
Tórtola, qué misteriosa
querella de amores cantas,
dolorida,
azorada, temblorosa,
como la lluvia en las plantas
conmovida;
que levantas arrullando
de tu seno palpitante
la alba pluma,
como el agua murmurando
en las olas, vacilante
leve espuma:
tórtola tímida y bella,
melancólica vecina
de los valles,
nunca tu blanda querella,
tu cántiga peregrina,
muda acalles:
lleva a el aura ese ruido
que en las soledades mueven
tus acentos:
los ecos de tu gemido
siempre amorosos se eleven
a los vientos.
Canta, canta dulcemente
con la tierna compañera
tus amores:
verás tu arrullo inocente
dar más vida a la pradera
y a las flores.
¿Mas por qué si regalado
tu murmurio en mis oídos
desfallece,
el pecho mío turbado,
a tus lánguidos gemidos
se estremece?
¿Será que yo también como tú siento
esa ternura que tu seno oprime,
y el dulce sentimiento
que de inefable amor tu acento exprime?
Con nuevo fuego el corazón se anima,
al escuchar tu canto apasionado;
¿será que también gima
en amoroso lazo aprisionado?
Es tu tristeza la tristeza mía;
con tono igual nuestro cantar alzamos;
si nunca en la armonía,
tórtola, en el gemir nos igualamos.
Pues si en gemir son iguales,
nuestras voces uniremos
retiradas,
como de dos manantiales
unirse las aguas vemos
separadas.
Mis suspiros lastimados,
tus arrullos gemidores
mezclaremos,
tú –sentidos–, yo –soñados–,
entrambas canto de amores
murmuremos.
El amor de los amores
I
¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti, dulce amor mío,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?...
A ti, sin nombre para mí en la tierra,
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?
¿Cómo sabrás que enamorada vivo
siempre de ti, que me lamento sola
del Gévora que pasa fugitivo
mirando relucir ola tras ola?
Aquí estoy aguardando en una peña
a que venga el que adora el alma mía;
¿por qué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por si venía?
¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
todos en flor, y acacias olorosas,
y cayendo en el agua blancas rosas,
y entre la espuma libros virginales?
Y ¿por qué de mi vida has de esconderte?
¿Por qué no has de venir si yo te llamo?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te amo!
¿Quién nos ha de mirar por estas vegas,
como vengas al pie de las encinas,
si no hay más que palomas campesinas
que están también con sus amores ciegas?
Pero si quieres esperar la luna,
escondida estaré en la zarza-rosa,
y si vienes con planta cautelosa,
no nos podrá seguir paloma alguna.
Y no temas si alguna se despierta,
que si te logro ver, de gozo muero,
y aunque después lo cante al mundo entero,
¿qué han de decir los vivos de una muerta?
Nada resta de ti…
Nada resta de ti..., te hundió el abismo...,
te tragaron los monstruos de los mares...
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.
Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
¡es la maldad más grande de la suerte!...
Conocida en vida como La divina Tula, nació en 1814 en Cuba, hija de un capitán de barco sevillano y de la heredera de una de las mayores fortunas de la isla. Tras enviudar su madre decide regresar a España en 1836. Una vez en Europa Gertrudis inició una relación adúltera con Ignacio de Cepeda (su correspondencia ha llegado hasta nosotros), se quedó embarazada del poeta Tassara, que la abandonó (la niña nació muerta), se casó con Pedro Savater, que la deja viuda a los tres meses, y tras un período de retiro conventual volvió a casarse, esta vez con un coronel de artillería. Rechazada por la Real Academia, disfrutó del éxito popular que alcanzaron sus obras teatrales y de los elogios que su poesía suscitó en Zorrilla y Espronceda. Murió en Madrid en 1873.
A Él
No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.
Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.
Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.
De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.
Quísolo Dios y fue: ¡gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre...
ni amor ni miedo al contemplarte siento.
Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro...
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.
A la poesía
¡Oh, tú, del alto cielo
precioso don, al hombre concedido!
¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,
de mis placeres manantial querido!
¡Alma del orbe, ardiente Poesía,
dicta el acento de la lira mía!
Díctalo, sí, que enciende
tu amor mi seno, y sin cesar ansío
la poderosa voz, que espacios hiende,
para aclamar tu excelso poderío,
y en la naturaleza augusta y bella
buscar, seguir y señalar tu huella.
¡Mil veces desgraciado
quien –al fulgor de tu hermosura ciego–
en su alma inerte y corazón helado
no abriga un rayo de tu dulce fuego;
que es el mundo, sin ti, templo vacío,
cielo sin claridad, cadáver frío!
Mas yo doquier te miro;
doquier el alma, estremecida, siente
tu influjo inspirador; el grave giro
de la pálida Luna, el refulgente
trono del Sol, la tarde, la alborada...
todo me habla de ti con voz callada.
En cuanto ama y admira,
te halla mi mente. Si huracán violento
zumba, y levanta el mar, bramando de ira;
si con rumor responde soñoliento
plácido arroyo al aura que suspira...
tú alargas para mí cada sonido
y me explicas su místico sentido.
Al férvido verano,
a la apacible y dulce primavera,
al grave otoño y al invierno cano
me embellece tu mano lisonjera;
¡que alcanzan, si los pintan tus colores,
calor el hielo, eternidad las flores!
¿Qué a tu dominio inmenso
no sujetó el Señor? En cuanto existe
hallar tu ley y tus misterios pienso:
el Universo tu ropaje viste,
y en su conjunto armónico demuestra
que tú guiaste la hacedora diestra.
¡Hablas! ¡Todo renace!
Tu creadora voz los yermos puebla;
espacios no hay que tu poder no enlace;
y rasgando del tiempo la tiniebla,
de lo pasado al descubrir ruinas,
con tu mágica luz las iluminas.
Por tu acento apremiados,
levántanse del fondo del olvido,
ante tu tribunal, siglos pasados;
y el fallo que pronuncias –trasmitido
por una y otra edad en rasgos de oro–
eterniza su gloria o su desdoro.
Tu genio, independiente
rompe las sombras del error grosero;
la verdad preconiza; de su frente
vela con flores el rigor severo,
dándole al pueblo, en bellas creaciones,
de saber y virtud santas lecciones.
Tu espíritu sublime
ennoblece la lid; tu épica trompa
brillo eternal en el laurel imprime;
al triunfo presta inusitada pompa;
y los ilustres hechos que proclama
fatiga son del eco de la fama.
Mas, si entre gayas flores,
a la beldad consagras tus acentos;
si retratas los tímidos amores;
si enalteces sus rápidos contentos;
a despecho del tiempo, en tus anales,
beldad, placer y amor son inmortales.
Así en el mundo suenan
del amante Petrarca los gemidos;
los siglos con sus cantos se enajenan;
y unos tras otros –de su amor movidos–
van de Vacelusa a demandar al aura
el dulce nombre de la dulce Laura.
¡Oh! No orgullosa aspiro
a conquistar el lauro refulgente,
que humilde acato y entusiasta admiro,
de tan gran vate en la inspirada frente;
ni ambicionan mis labios juveniles
el clarín sacro del cantor de Aquiles.
No tan ilustres huellas
seguir es dado a mi insegura planta...
Mas, abrasada al fuego que destellas,
¡oh, genio bienhechor!, a tu ara santa
mi pobre ofrenda estremecida elevo,
y una sonrisa a demandar me atrevo.
Cuando las frescas galas
de mi lozana juventud se lleve
el veloz tiempo en sus potentes alas,
y huyan mis dichas como el humo leve,
serás aún mi sueño lisonjero,
y veré hermoso tu favor primero.
Dame que puedas entonces,
¡Virgen de paz, sublime Poesía!,
no transmitir en mármoles ni en bronces
con rasgos tuyos la memoria mía;
solo arrullar, cantando, mis pesares,
a la sombra feliz de tus altares.
Cuartetos escritos en un cementerio
He aquí el asilo de la eterna calma,
do solo el sauce desmayado crece...
¡Dejadme aquí; que fatigada el alma,
en aura de las tumbas apetece!
Los que aspiráis las flores de la vida,
llenas de aroma de placer y gloria,
no piséis el lugar do convertida
veréis su pompa en miserable escoria.
Mas venid todos los que el ceño airado
del destino mirasteis en la cuna;
los que sentís el corazón llagado
y no esperáis consolación alguna.
¡Venid también, espíritus ardientes,
que en ese mundo os agitáis sin tino,
y cuya inmensa sed sus turbias fuentes
calmar no pueden con raudal mezquino!
Los que el cansancio conocisteis, antes
que paz os diesen y quietud los años...
¡Venid con vuestros sueños devorantes!
¡Venid con vuestros tristes desengaños!
No aquí las horas, rápidas o lentas,
cuenta el placer ni mide la esperanza:
¡quiébranse aquí las olas turbulentas
que el huracán de las pasiones lanza!
Aquí, si os turban sombras de la duda,
la severa verdad inmóvil vela:
aquí reina la paz eterna y muda,
si paz el alma fatigada anhela.
Los que aquí duermen en profundo sueño,
insomnes cual nosotros se agitaron...
Ya de muerte en el letal beleño
sus abrasadas sienes refrescaron.
Amemos, pues, nuestra mansión futura,
única que tenemos duradera...
¡que ilusión de la vida es la ventura,
mas la paz de la muerte es verdadera!
Al partir
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!... La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...
¡El anda se alza... El buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela!
María Nicolasa de Helguero y Alvarado
Apenas sabemos que nació en Palencia, que se casó con el marqués de San Isidro y que al enviudar ingresó en un monasterio de Burgos. Murió allí en 1805.
Octavas a la memoria de su hermano don
Pedro de Helguero
Desgajado el ciprés, rota la lira,
mal concertado el susto con el canto,
empiece el triste numen que me inspira
a dar tímida voz envuelta en llanto;
que mal entre congojas se respira,
que poco explica quien padece tanto;
pero si he de cantar, sea el tormento
el que sirva esta vez por instrumento.
Amaba yo a Petronio generoso
ufana de que fuese hermano mío,
miraba que a su genio belicoso
las Gracias asistían sin desvío,
no desdeñando al joven animoso
docta, canora, sonorosa Clío;
gracias y Musas se unen a elevarle
y las Furias y Parca a derribarle.
Heredó de Cantabria el ardimiento,
imitó del Gran Noja las acciones,
advertido ilustró su entendimiento
tomando de Minerva las lecciones;
supo dar a su empleo cumplimiento,
supo también robar las aficiones
cuando en el regio Nápoles florido
brilló gallardo y se explicó entendido.
Del Betis caudaloso en la ribera
festivo divirtió los cortos años
logrando en la fortuna lisonjera
los aplausos de propios y extraños;
corrió veloz, y al fin de la carrera
enseñó a los mortales desengaños,
dejando entre cenizas sepultado
el valor adquirido y heredado.
Cuando el sabio Pastor americano
surcaba el golfo por gozar su esposa,
el furor atrevido de Vulcano
arrojó al vaso llama pavorosa;
diestro Petronio, con activa mano
cortó el incendio y dio quietud dichosa
a los que ya entre sustos desmayaban
en vista de la muerte que esperaban.
No experimentó en Tolón el triste estrago
cuando en nave fatal dio providencia
de un sitio a otro discurriendo vago,
armado de valor y de prudencia.
El mismo fuego le sirvió de halago;
no naufragó, que la alta Providencia
a más glorioso fin le reservaba
en morir por la fe que profesaba.
Del mar funesto el agua procelosa
anegaba sangrienta el roto pino,
riesgos surca la gente lastimosa
sin rumbo, sin aliento, sin destino;
mas avistando (bien que temerosa)
a la excelsa colonia de Barquino,
en su noble piedad hallaron puerto,
Petronio triste y Olivares muerto.
Cercábame el dolor un triste día
en que más su peligro imaginaba,
a su seguridad le persuadía
mi voz, que en los afectos se animaba;
desatendió la justa pena mía
porque de los temores se burlaba,
y en la causa infeliz de mis enojos
líquido el corazón corrió a los ojos.
Volvió Petronio al mar y bramó el viento
enmudecen tritones y sirenas
ronco sonó el bélico instrumento,
infausto anuncio de futuras penas;
solo Petronio, instado de su aliento
pisó ardiente las húmedas arenas
por acercarse al término preciso
de que el mismo nacer le dio el aviso.
¿Adónde vas, Petronio valeroso?
Huye del golfo, que Neptuno airado
oculta en su domino proceloso
agareno furor de fuego armado;
pero en vano es el ruego cariñoso
que el corazón te envidia lastimado;
magnánimo, constante, fiel y fuerte,
mi voz no escuchas por buscar tu muerte.
Descúbrense las naves enemigas;
da la española al viento la bandera,
corta veloz las olas cristalinas,
apresa a la otomana más velera;
Petronio, con hazañas peregrinas
mayor victoria conseguir espera;
a seguir a la que huye se previene,
cuando su misma muerte le detiene.
Bárbara mano, ¿cómo así atrevida,
con el fuego y el plomo has conspirado
contra el cántabro bello, cuya vida
en su perfecta edad has marchitado?
De su valor el África ofendida
envidiosa, tirana se ha mostrado
y el infiel Ismael el tiro ha hecho
en el rosado blanco de su pecho.
Admirable divina providencia
independiente en tus operaciones,
¿cómo al inmenso abismo de tu ciencia
podrán sondear humanas comprehensiones?
Yo imagino, Señor, que fue clemencia
al alma libertar de sus prisiones;
tu juicio adoro, y víctima te ofrezco
con el dolor intenso que padezco.
Murió Petronio, y el ingrato olvido
también cruel su nombre ha sepultado;
no hubo laurel, que desdeñoso ha huido
de un mérito, aunque heroico, desgraciado;
solo la bella tropa en quien ha sido
por sus amables prendas estimado,
de su heroicidad imprime historia
en el terso papel de la memoria.
Nació en 1768 en Málaga y fue adoptada por el coronel Antonio Gálvez y su esposa. Al poco de casarse con un capitán de milicias tuvo que trasladarse a los Estados Unidos, allí el matrimonio no prosperó y María Rosa logró el divorcio. Escribió teatro además de poesía. Mantuvo una relación estrecha con Godoy, que la protegió cuando sus obras fueron acusadas de inmoralidad, además de sufragarlas con dinero del Estado.
Oda
¡Portentosa natura! Yo en mi mente
saludo tus augustas maravillas,
obra de un Dios de eterna omnipotencia;
permíteme que pueda reverente
al tiempo que me humillas
con tu magnificencia,
del Teyde abrasador cantar la cumbre,
su altura prodigiosa,
su hondo abismo y su mole cavernosa.
El astro de la luz, padre del día,
del globo de la tierra
sus rayos escondía
cuando yo penetraba
de Laguna la selva deliciosa.
Si entre el horror sangriento de la guerra
sublime Tasso en su cantar mudaba
la horrible trompa en cítara de amores
que en la selva de Armida resonaba,
del bosque de laguna Apolo en tanto
la imagen inspiró a su dulce canto.
Por él mil arroyuelos se deslizan
que en tortuoso giro
cortan del valle el plácido retiro.
Allí en largas praderas fertilizan
el plátano sabroso;
aquí verdes colinas esquivando
su falda van lamiendo
y del tronco pomposo
del drago la altivez desenvolviendo,
que de su seno abriendo las vertientes,
de púrpura matiza las corrientes.
Las frutas y las flores
lisonjean y halagan los sentidos
con su sabor y olores;
encantan los oídos
las quejas de los dulces ruiseñores,
y del canario y colorín hermosos
al par resuenan ecos armoniosos.
La bóveda perpetua de verdura
de esta selva sombría
pasó entre sus antiguos moradores
por el elíseo campo
do en eterna ventura
habitaban las sombras inmortales
de los varones y héroes virtuosos;
al tiempo que en Teyde los malvados,
testigos desgraciados
de su gloria, lloraban envidiosos
y con hondos clamores
del volcán agotaban los ardores.
Envuelta en estas lúgubres ideas
mi mente se agitaba
cuando veloz la noche desplegaba
su manto por el mundo;
las sombras por el viento descendían,
en los copados árboles caían,
y el silencio profundo
de las aves mostraba al caminante
del forzoso descanso el dulce instante.
La senda dejo y encontrar procuro
un asilo propicio a mi reposo;
busco y elijo como el más seguro
de una alta roca el hueco pavoroso,
por donde entre el horror que le acompaña
su cóncavo presenta la montaña.
Dejo el temor, y al resplandor sombrío
de las humosas teas
me adelanto con planta vacilante;
mis ojos vagan por el centro frío,
y en el ¡Gran Dios! encuentro la morada
de la implacable muerte;
ella su trono ostenta
de esta horrible mansión en el silencio...
Nació en Barcelona en 1753. Sus padres eran cantantes, originarios de Irlanda, y se trasladaron a Madrid cuando Margarita todavía era muy joven. La casaron, recién salida de la adolescencia, con un hombre de setenta años. Viuda al poco tiempo, alternó la escritura de poemas (bajo el seudónimo de Antonia Hernanda de la Oliva) con elegantes traducciones de teatro francés. Murió en 1793 sin haberse vuelto a casar.
De las mujeres
De bienes destituidas,
víctimas del pundonor,
censuradas con amor,
y sin él desatendidas;
sin cariño pretendidas,
por apetito buscadas,
conseguidas, ultrajadas;
sin aplausos la virtud,
sin lauros la juventud,
y en la vejez despreciadas.
De los hombres
Son monstruos inconsecuentes,
altaneros ya batidos;
humildes, si aborrecidos;
si amados, irreverentes;
con el favor, insolentes;
desean, pero no aman;
en las tibiezas se inflaman,
sirven para dominar;
se rinden para triunfar;
y a la que los honra infaman.
Al oído
Déjame penetrar por este oído,
camino de mi bien el más derecho,
y, en el rincón más hondo de tu pecho,
deja que labre mi amoroso nido.
Feliz eternamente y escondido,
viviré de ocuparlo, y satisfecho...
¡De tantos mundos como Dios ha hecho,
este espacio no más a Dios le pido!
Ya no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada...
Quiero cifrar mi fama en tu memoria;
quiero encontrar mi aplauso en tu mirada;
y en tus brazos de amor toda mi gloria.
María Gertrudis Hore. Aunque nuestra poeta nació en Cádiz a finales de 1742, la familia de su padre provenía de Irlanda. A los diecinueve años se casó con Esteban Fleming. El mismo Fleming la ayudó quince años después a ingresar en un convento, lo que supuso la separación del matrimonio, pues él partió de inmediato a Inglaterra. Muchos de sus poemas aparecieron en el Diario de Madrid firmados por M. D. S. Hoy no estamos seguros de la fecha de su muerte.
Endecasílabos
Los dulcísimos metros que tu pluma
hoy me dirige, amada amiga mía,
fueran el refrigerio más gustoso
si admitieran alguno mis fatigas:
la paz, con que el amor y la fortuna
la bella unión coronan a porfía
de tantas bellas almas, que su culto
engrandecen con ver que se dedican,
celebrara, si acaso ser pudiera
que por bien estimara la alegría;
mas yo que la conozco cierto anuncio
de tristezas, pesares y fatigas,
compadezco las almas que engañadas
en su inconstante duración se fían,
y huyendo del contagio que las cerca
me acojo a mi feliz melancolía.
Si esta cede al encanto que le ofrecen
de tu discurso las pinturas vivas,
mil funestos objetos me prevengo
porque conserven las tristezas mías.
¡Qué estado tan feliz! Quien le conoce
no apetece más gustos ni más dichas,
pues libre del temor y la esperanza
es de la nada, y nada le lastima.
El aire brama en fuertes huracanes,
la tierra toda tiembla estremecida,
una escuadra se sorbe el mar airado;
destruye un edificio llama activa.
Perecerá, si perecer le toca,
pero no temblará con cobardía
el sabio corazón que reconoce
que nada pierde con perder la vida.
No reirá cual Heráclito del mundo
vanas perecederas alegrías,
ni cual Demócrito llorará las tristes
funestas consecuencias que las sigan.
Mas como aquel filósofo del Támesis,
huyendo sí, sus engañosas dichas
y los vanos objetos que interpone
para que la verdad se nos resista.
Se entra por los altísimos cipreses
y con el mayor gusto ve y visita
sepulcrales cavernas a quien solo
de la muerte blandones iluminan.
Y leyendo piadosos epitafios
de los pasados, su memoria viva
se complace en tan lúgubre ejercicio
y con cuidado pesa sus cenizas.
Yo exclamaré con él, que aquel imperio
en que la muerte en trono de ruinas
soberana se ostenta a los humanos,
un asilo le ofrece a sus desdichas.
Aquí el alma ha de entrar y aquí es preciso
que el pensamiento siempre se dirija
y para su consuelo, y su remedio
como recreo este paseo admita.
¡Cuán mortal es para el orgullo
y cuán suave a la verdad benigna
de estos cóncavos siempre tenebrosos
el aire que gustoso se respira!
¡Sí, sí divino Young! Contigo entro:
al ver tu ejemplo, mi valor se anima
y de ti acompañado sin recelo
compararé la muerte con la vida.
De aquella el horroroso y triste aspecto
me atreveré a mirar con frente altiva
y en los sepulcros de las almas grandes
las palmas cogeré en tu compañía.
¿Mas dónde voy?... perdona mis discursos,
mi distracción perdona amiga mía,
que del Inglés filósofo la cuarta
noche arrebató mi fantasía.
No, aunque me ves gustosa en mi tristeza,
dejes de condenarla y combatirla;
y no merezco tu piedad, pues necia
huyo el remedio al punto que le indica.
¿Qué tengo desgraciada? ¿Qué me aflige?
No pues ya la costumbre las ha hecho
indiferentes cuasi por continuas.
Es más que te pregunto el corto alivio
que hallaban mis pesares en el día:
era el instante que alternar lograba
contristada mi voz melancolías.
Este corto consuelo, rigurosas
leyes de esta república me presan
por un espacio que cual siglos cuento
aunque los cuenten todos como días.
¡Feliz tú que viviendo en otro mundo
disfrutas la amable compañía
de tus amigas sin que estorbo alguno
incomode lo firme de tu dicha!
Glosa
¡Oh, ser que me das el ser,
toma este ser que me das,
que yo no quiero ser más,
que ser en quien es mi ser!
Puede, tal vez, engañada
la humana naturaleza,
tener por propia riqueza,
la que de ti es derivada.
Y entonces, precipitada,
engreírse más y más.
Tú, señor, que viendo estás
lo que mi engaño no advierte,
si con él he de ofenderte,
toma este ser que me das.
¡Ay mi Dios!, ¿sin ti qué fuera
este envanecido ser,
que solo con tu querer
en nada se resolviera?
Cuando pienso en lo que era
y soy, temo lo que harás
conmigo, y al ver que estás
pronto a castigar mi error,
te entrego mi ser, Señor,
que yo no quiero ser más.
A un pajarillo
Infeliz pajarillo,
que apenas empezaste
a gozar de tu imperio
la libertad amable,
de contingentes riesgos
que amenazan el aire,
antes de conocerlos,
víctima a ser llegaste.
¡Cuánto dolor me causa
el mirar que se añade
a tus lindos colores
el matiz de tu sangre!
Parece en la tristeza
con que las alas bates,
que me pides socorro
en tu mudo lenguaje.
Te lo daré amorosa,
y si logro sanarte,
tendrás en mis cuidados
con mi Diana parte.
Sobre su blanco lomo
vendrás a pasearte,
volándote a mi pecho
siempre que yo te llame.
Ni probarás prisiones
de dorados alambres,
ni cortaré a tus alas
los pintados plumajes.
Mas si después que logres
la quietud apreciable
ingrato a mis finezas,
volando te escapares,
plegue al cielo que encuentres,
oh pajarillo infame,
ya lazo que te prenda,
ya tiro que te mate.
Anacreóntica
Oye, Filena mía,
por qué en tus años tiernos
tengas el desengaño
antes que el escarmiento.
Ese todo, que ahora
te llena de embeleso,
y en cada parte suya
te ofrece un placer nuevo.
Ese conjunto alegre
de músicos conciertos,
de danzas, de teatros,
festines, y paseos:
al pasar cada uno
oye que va diciendo:
nada en el mundo dura
todo lo acaba el tiempo.
Esas, que al campo hermoso
en su verdor ameno,
matizan bellas flores
de colores diversos.
No son las que ayer viste,
pues su lugar cedieron
a nuevos individuos
de su florido reino.
Mas todas destruidas
del riguroso invierno
presentarán lo triste
de un árido terreno.
Entonces mudamente
te dirá el campo seco:
nada en el mundo dura,
todo lo acaba el tiempo.
Mira esa hermosa tropa
de jóvenes sin seso,
que en pos de los placeres
corren sin conocerlos.
Después que se han cansado,
ya con el dulce acento,
ya con ligera planta,
agitándose el pecho
examina y repara
si no ha sido su objeto
del próximo la ruina,
la envidia de su sexo.
Sus gozos se transforman
en pesares y celos,
nada en el mundo dura,
todo lo acaba el tiempo.
Nacida en San Miguel de Napantla (México) en 1648 con el nombre de Juana de Asbaje y Ramírez. Hija natural, se crió con su abuelo materno, que le procuró una esmeradísima educación. Participó de la corte como dama de compañía de la virreina, tras convencerse de que el matrimonio era un estado de «negación» decide hacerse religiosa e ingresa en las Carmelitas Descalzas, primero (donde no se adapta), y en el convento de Santa Paula, después, donde viviría dedicada al estudio y a la escritura (además de ocuparse de su archivo) hasta su muerte en 1695. La apodaron Décima musa y Fénix de México.
Primero sueño
I
Piramidal, funesta de la tierra
nacida sombra, al cielo encaminaba
de vanos obeliscos punta altiva,
escalar pretendiendo las estrellas;
si bien sus luces bellas
–exentas siempre, siempre rutilantes–,
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la vaporosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aún no llegaba
del orbe de la diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta;
quedando solo dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba.
Y en la quietud contenta
de impero silencioso,
sumisas solo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo, y canto, de él oído
mal, y aún peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictímene acecha
de las sagradas puertas los resquicios
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios,
que capaz a su intento le abren la brecha,
y sacrílega llega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, sino inflama
en licor claro la materia crasa
consumiendo; que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas yerba,
a la deidad de Baco inobedientes
ya no historias contando diferentes,
en forma si afrentosa transformadas
segunda forman niebla,
ser vistas, aun temiendo en la tiniebla,
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficiosas, digo,
atrevidas hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio pardas membranas
alas, tan mal dispuestas
que escarnio son aun de las más funestas:
estas con el parlero
ministro de Plutón un tiempo, ahora
supersticioso indicio agorero,
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas negras, longas entonando
y pausas, más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez que el viento
con flemático echaba movimiento
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.
Este, pues, triste son intercadente
de la asombrosa turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al suelo persuadía;
antes si, lentamente,
si su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
–el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo, Harpócrates la noche silenciosa;
a cuyo, aunque no duro, si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes–.
El viento sosegado, el can dormido:
este yace, aquel quedo,
los átomos no mueve
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco sacrílego ruido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aún la instable mecía
cerúlea cuna donde el sol dormía;
y los dormidos siempre mudos peces,
en los lechos 1amosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces.
Y entre ellos la engañosa encantadora
Alcione, a los que antes
en peces transformó simples amantes,
transformada también vengaba ahora.
En los del monte senos escondidos
cóncavos de peñascos mal formados,
de su esperanza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aún al cierto
montaraz pie del cazador experto,
depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto,
yacía e1 vulgo bruto,
a la naturaleza
el de su potestad vagando impuesto,
universal tributo.
Y el rey –que vigilancias afectaba–
aun con abiertos ojos no velaba.
El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo esclarecido,
tímido ya venado,
con vigilante oído,
del sosegado ambiente,
al menor perceptible movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en 1a quietud del nido,
que de brozas y lodo instable hamaca
formó en la más opaca
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el viento
del que le corta alado movimiento.
De Júpiter el ave generosa
–como el fin reina– por no darse entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un solo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño,
–despertador reloj del leve sueño–,
porque si necesario fue admitido
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado.
¡Oh, de la majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa, quizá que ha hecho misteriosa,
circular denotando la corona
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.
El sueño todo, en fin, lo poseía:
todo, en fin, el silencio lo ocupaba.
Aun el ladrón dormía:
aun el amante no se desvelaba.
II
El conticinio casi ya pasando
iba y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados
y no solo oprimidos
del afán ponderosos
del corporal trabajo, más cansados
del deleite también; que también cansa
objeto continuado a 1os sentidos
aún siendo deleitoso;
que la naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infiel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo.
Así pues, del profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tiene ordinario
–trabajo, en fin, pero trabajo amado
si hay amable trabajo–
si privados no, al menos suspendidos.
Y cediendo al retrato del contrario
de la vida que lentamente armado
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna;
pues su nivel, en todo poderoso,
gradúa por exentas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno –en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado–,
solamente dispensa,
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos,
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el de reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
Este, pues, miembro rey y centro vivo
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
–pulmón, que imán del viento es atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo yo o ya dilatando
el musculoso, claro, arcaduz blando,
hace que en él resuelle
el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente
y él venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que repetido no hay robo pequeño–.
Estos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados los sentidos
–con no replicar solo defendidos–;
y la lengua, torpe, enmudecía,
con no poder hablar los desmentía.
Y aquella del calor más competente
científica oficina
próvida de los miembros despensera,
que avara nunca y siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y, en ajustado natural cuadrante,
las cuantidades nota
que a cada cual tocarle considera,
del que alambicó quilo el incesante
calor en el manjar que –medianero
piadoso– entre él y el húmedo interpuso
su inocente substancia,
pagando por entero
la que ya piedad sea o ya arrogancia,
al contrario voraz necio la expuso
–merecido castigo, aunque se excuse
al que en pendencia ajena se introduce–.
Esta, pues, si no fragua de Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro enviaba
húmedos, mas tan claros los vapores
de los atemperados cuatro humores,
que con ellos no solo no empañaba
los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa,
y aquesta por custodia más segura
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
grabó tenaz y guarda cuidadosa
sino que daban a la fantasía
lugar de que formase
imágenes diversas y del modo
que en tersa superficie, que de faro
cristalino portento, asilo raro
fue en distancia longísima se veían,
(sin que esta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo,
las que distantes le surcaban naves.
Viéndose claramente,
en su azogada luna,
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instable campaña transparente
arriesgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves,
así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores. Las figuras,
no solo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto ser centella,
que con similitud en sí gozaba.
Y juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la esfera,
ya el curso considera
regular con que giran desiguales
los cuerpos celestiales;
culpa si grave, merecida pena,
torcedor del sosiego riguroso
de estudio vanamente juicioso;
puesta a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo, cuya sosegada frente,
nunca de aura agitada
consintió ser violada,
aun falda suya ser no merecía,
pues las nubes que opaca son corona
de la más elevada corpulencia
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra,
apenas densa zona
de su altiva eminencia
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que mal ceñido
o el viento lo desata sacudido
o vecino el calor del sol, lo apura
a la región primera de su altura,
ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo,
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila –que puntas hace al cielo
y el sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido–
llegar; bien que esforzando
mas que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido
tejiendo de los átomos escalas
que su inmunidad rompan sus dos alas.
Las pirámides dos –ostentaciones
de Menfis vano y de la arquitectura
último esmero– si ya no pendones
fijos, no tremolantes, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos,
tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
que al viento, que a las nubes publicaba,
si ya también el cielo no decía
de su grande su siempre vencedora
ciudad –ya Cairo ahora–
las que, porque a su copia enmudecía
la fama no contaba
gitanas glorias, meníficas proezas,
aun en el viento, aun en el cielo impresas.
Estas que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal disminución, con arte tanto,
que (cuanto más al cielo caminaba)
a la vista que lince la miraba,
entre los vientos se desaparecía
sin permitir mirar la sutil punta
que al primer orbe finge que se junta
hasta que fatigada del espanto,
no descendida sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa.
Tarde o mal recobrada
del desvanecimiento,
que pena fue no escasa
del visual alado atrevimiento,
cuyos cuerpos opacos
no al sol opuestos, antes avenidos
con sus luces, si no confederados
con él (como en efecto, confinantes),
tan del todo bañados
de un resplandor eran, que lucidos,
nunca de calurosos caminantes
al fatigado aliento, a los pies flacos
ofrecieron alfombra,
aun de pequeña, aun de señal de sombra.
Estas que glorias ya sean de gitanas
o elaciones profanas,
bárbaros hieroglíficos de ciego
error, según el griego,
ciego también dulcísimo poeta,
–si ya por las que escribe
aquileyas proezas
o marciales, de Ulises, sutilezas,
la unión no le recibe
de los historiadores o le acepta
(cuando entre su catálogo le cuente),
que gloria más que número le aumente–,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Tonante
el rayo fulminante
quitar o la pescada
a Alcides clava herrada,
que un hemistiquio solo
de los que le dictó propicio Apolo:
según de Homero digo, la sentencia,
las pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que dimensiones interiores
especies son del alma intencionales
que como sube en piramidal punta
al cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta
y a la causa primera siempre aspira,
céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia
que contiene infinita toda esencia.
Estos pues, montes dos artificiales,
bien maravillas, bien milagros sean,
y aun aquella blasfema altiva torre,
de quien hoy dolorosas son señales
–no en piedras, sino en lenguas desiguales
porque voraz el tiempo no las borre–,
los idiomas diversos que escasean
el sociable trato de las gentes
(haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la naturaleza,
de la lengua por solo la extrañeza),
si fueran comparados
a la mental pirámide elevada,
donde, sin saber cómo colocada
el alma se miró, tan atrasados
se hallaran que cualquiera
graduara su cima por esfera,
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en lo más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada que creía
que a otra nueva región de sí salía.
En cuya casi elevación inmensa,
gozosa, mas suspensa,
suspensa, pero ufana
y atónita, aunque ufana la suprema
de lo sublunar reina soberana,
la vista perspicaz libre de antojos
de sus intelectuales y bellos ojos
(sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele),
libre tendió por todo lo criado,
cuyo inmenso agregado
cúmulo incomprehensible
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que –entorpecida
con la sobra de objetos y excedida
de la grandeza de ellos su potencia–
retrocedió cobarde.
Tanto no del osado presupuesto
revocó la intención arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
–contra el sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
de fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confiado antes atrevido
y ya llorado ensayo
(necia experiencia que costosa tanto
fue que Ícaro ya su propio llanto
lo anegó enternecido)–
como el entendimiento aquí vencido,
no menos de la inmensa muchedumbre
(de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies conglobado
esférico compuesto),
que de las cualidades
de cada cual cedió tan asombrado
que –entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa–
equívoco las ondas zozobraba.
Y por mirarlo todo, nada veía,
ni discernir podía
(bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba
la máquina voluble de la esfera,
el contrapuesto polo)
las partes ya no solo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes
a su ornato no más pertenecientes;
mas ni aun las que ignorantes
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.
Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad de los objetos
visibles los colores
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sombra de luz queda más ciego
–que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre–,
y a la tiniebla misma que antes era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo va –piadosa medianera–
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firme ejerciten.
Recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico ejemplar inducir pudo
a uno y otro galeno
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades,
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por sobrado exceso
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías con que van obrando
las causas naturales su progreso
(a la admiración dando, suspendida,
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada,
empírica atención examinada
en la bruta experiencia,
por menos peligrosa),
la confección hicieron provechosa,
último afán de la apolínea ciencia
de admirable triaca
¡que así del mal el bien tal vez se saca!
No de otra suerte el alma, que asombrada
de la vista quedó de objeto tanto,
la atención recogió, que derramada
en diversidad tanta, aun no sabía
recobrarse a sí misma del espanto
que portentoso había
su discurso clamado,
permitiéndole apenas
de un concepto confuso
el informe embrión que mal formado
inordinado caos retrataba
de confusas especies que abrazaba
–sin orden avenidas,
sin orden separadas,
que cuanto más se implican combinadas
tanto más se disuelven desunidas
de diversidad llenas–,
ciñendo con violencia lo difuso
de objeto tanto a tan pequeño vaso
(aun al más bajo, aun al menor, escaso).
Las velas, en efecto, recogidas
que fío inadvertidas
traidor al mar, al viento ventilante
–buscando desatento
al mar fidelidad, constancia al viento–,
mal le hizo de su grado
en la mental orilla
dar fondo destrozado
al timón roto, a la quebrada entena,
besando arena a arena
de la playa el bajel astilla a astilla,
donde –ya recobrado–
el lugar usurpó de la carena,
cuerda refleja, reportado aviso
de dictamen remiso,
que en su operación misma reportado
más juzgó conveniente
a singular asumpto reducirse,
o separadamente
una por una discurrir las cosas,
que vienen a ceñirse
en las que artificiosas
dos veces cinco son categorías.
Reducción metafísica que enseña
los entes concibiendo generales
en solo unas mentales fantasías
donde de la materia se desdeña
el discurso abstraído,
ciencia a formar de los universales,
reparando advertido,
con el arte el defecto
de no poder con un intuitivo
conocer acto todo lo criado,
sino que haciendo escala de un concepto
en otro va ascendiendo grado a grado,
y el de comprehender orden relativo
sigue necesitado
del del entendimiento
limitado vigor, que a sucesivo
discurso fía su aprovechamiento,
cuyas débiles fuerzas la doctrina,
con doctos alimentos va esforzando,
y el prolijo, si blando
continuo curso de la disciplina,
robustos le va alientos infundiendo,
con que más animoso
el palio glorioso
del empeño más arduo altivo aspira
los altos escalones ascendiendo
–en una ya, ya en otra cultivado,
facultad–, hasta que insensiblemente
la honrosa cumbre mira
término dulce de su afán pasado
(de amarga siembra fruto al gusto grato,
que aun a largas fatigas fue barato),
y con planta valiente
la cima huella de su altiva frente.
De esta serie seguir mi entendimiento
el método quería
o del ínfimo grado
del ser inanimado
(menos favorecido,
si no más desvalido,
de la segunda causa productiva)
pasar a la más noble jerarquía,
que en vegetable aliento
primogénito es, aunque grosero,
de Tetis –el primero,
que a sus fértiles pechos maternales
con virtud atractiva,
los dulces apoyó manantiales
de humor terrestre, que a su nutrimiento
natural es dulcísimo alimento–,
y de cuatro adornada operaciones
de contrarias acciones
ya atrae, ya segrega diligente
lo que no serle juzga conveniente;
ya lo superfluo expele y de la copia
la substancia más útil hace propia.
Y –esta ya investigada–
forma inculcar más bella de sentido adornada;
y aun más que de sentido de aprehensiva
fuerza imaginativa,
que justa puede ocasionar querella
–cuando afrenta no sea–,
de la que más lucida centellea
inanimada estrella,
bien que soberbios brille resplandores
–que hasta a los astros puede superiores,
aun la menor criatura, aun la más baja,
ocasionar envidia, hacer ventaja–;
y de este corporal conocimiento
haciendo, bien que escaso, fundamento
el supremo pasar maravilloso
compuesto triplicado
de tres acordes líneas ordenado
y de las formas todas inferiores
compendio misterioso;
bisagra engarzadora
de la que más se eleva entronizada
naturaleza pura
y de la que criatura
menos noble se ve más abatida
–no de las cinco solas adornada
sensibles facultades–
mas de las interiores
que tres rectrices son ennoblecida
–que para ser señora
de las demás, no en vano
la adornó sabia poderosa Mano–:
fin de sus obras, círculo que cierra
la esfera con la tierra;
última perfección de lo criado
y último de su Eterno Autor agrado;
en quien con satisfecha complacencia
su inmensa descansó magnificencia:
fábrica portentosa
que cuanto más altiva al cielo toca
sella el polvo la boca
–de quien ser pudo imagen misteriosa
la que Águila Evangélica, sagrada
visión en Patmos vio que las estrellas
midió y el cielo con iguales huellas;
o la estatua eminente
que del metal mostraba más preciado
la rica altiva frente
y en el más desechado
material flaco fundamento hacía
con que a leve vaivén se deshacía–:
el hombre, digo, en fin, mayor portento
que discurre el humano entendimiento,
compendio que absoluto
parece al ángel, a la planta, al bruto,
cuya altiva bajeza
toda participó naturaleza.
¿Por qué? Quizá porque más venturosa
que todas, encumbrada,
a merced de amorosa
unión sería. ¡Oh, aunque repetida,
nunca bastante bien sabida
merced, pues, ignorada,
en lo poco apreciada
parece o en lo mal correspondida!
Estos, pues, grados discurrir quería
unas veces, pero otras disentía
excesivo juzgando atrevimiento
el discurrirlo todo.
Quien aun la más pequeña,
aun la más fácil parte no entendía
de los más manuales
efectos naturales;
quien de la fuente no alcanzó risueña
el ignorado modo
con que el curso dirige cristalino
deteniendo en ambages su camino
–los horrorosos senos
de Plutón, las cavernas pavorosas
del abismo tremendo,
las campañas hermosas,
los Elíseos amenos,
tálamo ya de su triforme esposa,
clara pesquisidora registrando
(útil curiosidad aunque prolija,
que de su no cobrada bella hija
noticia cierta dio a la rubia diosa,
cuando montes y selvas trastornando,
cuando prados y bosques inquiriendo,
su vida va buscando
y del dolor su vida iba perdiendo)–;
quien de la breve flor aun no sabía
por qué ebúrnea figura
circunscribe su frágil hermosura;
mixtos por qué colores
–confundiendo la grana en los albores–
fragante le son gala:
ámbares por qué exhala
y el leve, si más bello
ropaje al viento explica
que en una y otra fresca multiplica
hija, formando pompa escarolada
de dorados perfiles cairelada,
que –roto del capillo el blanco sello–
de dulce herida de la cipria diosa
los despojos ostenta jactanciosa,
si ya el que la colara,
candor al alba, púrpura al aurora,
no le usurpo y, mezclado,
purpúreo es ampo, rosicler nevado,
tornasol que concita
los que del prado aplausos solicita,
preceptor quizá vano
–si no ejemplo profano–
de industria femenil que el más activo
veneno hace dos veces ser nocivo
en el velo aparente
de la que finge tez resplandeciente;
pues si a un objeto solo –repetía
tímido el pensamiento–,
huye el conocimiento
y cobarde el discurso se desvía,
si a especie segregada
–como de las demás independiente,
como sin relación considerada–,
da las espaldas el entendimiento
y asombrado el discurso se espeluza
del difícil certamen que rehúsa
acometer valiente
porque teme cobarde
comprehenderlo o mal o nunca o tarde.
¿Cómo en tan espantosa
máquina inmensa discurrir pudiera,
cuyo terrible incomportable peso
–si ya en su centro mismo no estribara–,
de Atlante a las espaldas agobiara,
de Alcides a las fuerzas excediera;
y el que fue de la esfera
bastante contrapeso,
pesada menos, menos poderosa
su máquina juzgara que la empresa
de investigar a la naturaleza?
Otras –más esforzado–
demasiada acusaba cobardía,
el laudo antes ceder que en la lid dura
haber siquiera entrado,
y al ejemplar osado
del claro joven la atención volvía
–auriga altivo del ardiente carro–
y el, si infeliz, bizarro
alto impulso al espíritu encendía
donde el ánimo halla
–más que el temor ejemplos de escarmiento–
abiertas sendas al atrevimiento
que una ya vez trilladas no hay castigo
que intento baste a renovar segundo;
segunda ambición, digo,
ni el panteón profundo
–cerúlea tumba a su infeliz ceniza–,
ni el vengativo rayo fulminante
mueve por más que avisa
al ánimo arrogante
que el vivir despreciando determina
su nombre eternizar en su ruina;
tipo es antes modelo
ejemplar pernicioso
que alas engendra a repetido vuelo
del ánima ambicioso,
que –del mismo terror haciendo halago
que el valor lisonjea–
las glorías deletrea
entre los caracteres del estrago.
O el castigo jamás se publicara,
porque nunca el delito se intentara,
político silencioso antes rompiera
los autos del proceso
–circunspecto estadista–,
o en fingida ignorancia simulara,
o con secreta pena castigara
el insolente exceso,
sin que a popular vista
el ejemplar nocivo propusiera;
que del mayor delito la malicia
peligra en la noticia
contagio dilatado trascendiendo,
que singular culpa solo siendo,
dejara más remota a lo ignorado
su ejecución, que no a lo escarmentado.
Mas mientras entre escollos zozobraba,
confusa la elección, sirtes tocando
de imposibles en cuantos intentaba
rumbos seguir –no hallando
materia en que cebarse
el calor ya, pues su templada llama
(llama al fin, aunque más templada sea,
que si su activa emplea,
operación, consume, si no inflama)
sin poder excusarse
había lentamente
el manjar transformado,
propia substancia de la ajena haciendo;
y el que hervor resultaba bullicioso
de la unión entre el húmedo y ardiente
en el maravilloso
natural vaso había ya cesado
(faltando el medio) y consiguientemente
los que de él ascendiendo
soporíferos, húmedos vapores,
el trono racional embarazaban
(desde donde a los miembros derramaban
dulce entorpecimiento)
a los suaves ardores
del calor consumidos,
las cadenas del sueño desataban.
Y la falta sintiendo de alimento
los miembros extenuados
del descanso cansados,
ni del todo despiertos ni dormidos,
muestras de apetecer el movimiento
con tardos esperezos
ya daban, extendiendo
los nervios, poco a poco, entumecidos,
y los cansados huesos
(aun sin entero arbitrio de su dueño)
volviendo al otro lado–,
a cobrar empezaron los sentidos
dulcemente impedidos
del natural beleño
su operación los ojos entreabriendo.
Y del cerebro ya desocupado
los fantasmas huyeron
y –como de vapor leve formado–
en fácil humo, en viento convertida,
su forma resolvieron.
Así, linterna mágica, pintadas
representa fingidas
en la blanca pared varias figuras
de la sombra no menos ayudadas
que de la luz que en trémulos reflejos
los competentes lejos
guardando de la docta perspectiva
en sus ciertas mensuras,
de varias experiencias aprobadas
la sombra fugitiva,
que en el mismo esplendor se desvanece,
cuerpo finge formado
de todas dimensiones adornado
cuando aun ser superficie no merece.
III
En tanto el padre de la luz ardiente,
de acercarse al Oriente
ya el término prefijo conocía
y al antípoda opuesto despedía
con trasmontantes rayos
que –de su luz en trémulos desmayos–
en el punto hace mismo su Occidente,
que nuestro Oriente ilustra luminoso.
Pero de Venus antes el hermoso
apacible lucero
rompió el albor primero
y del viejo Titón la bella esposa
–amazona de luces mil vestida,
contra la noche armada,
hermosa si atrevida,
valiente aunque llorosa–,
su frente mostró hermosa
de matutinas luces coronada,
aunque tierno preludio, ya animoso
del planeta fogoso,
que venía las tropas reclutando
de bisoñas vislumbres
–las más robustas, veteranas, lumbres
para la retaguardia reservando–,
contra la que tirana usurpadora
del imperio del día,
negro laurel de sombras mil ceñía
y con nocturno cetro pavoroso
las sombras gobernaba,
de quien aun ella misma se espantaba.
Pero apenas la bella precursora
signífera del Sol, el luminoso
en el Oriente tremoló estandarte,
tocando alarma todos los suaves
si bélicos clarines de las aves
(diestros –aunque sin arte–
trompetas sonorosos),
cuando –como tirano al fin, cobarde
de recelos medrosos
embarazada, bien que hacer alarde
intentó de sus fuerzas, oponiendo
de su funesta capa los reparos,
breves en ella, de los tajos claros
heridas recibiendo
(bien que mal satisfecho su denuedo,
pretexto mal formado fue del miedo,
su débil resistencia conociendo)–,
a la fuga ya casi cometiendo
más que a la fuerza, el medio de salvarse,
ronca tocó bocina
a recoger los negros escuadrones
para poder en orden retirarse,
cuando de más vecina
plenitud de reflejos fue asaltada,
que la punta rayó más encumbrada
de los del mundo erguidos torreones.
Llegó en efecto el Sol cerrando el giro
que esculpió de oro sobre azul zafiro
de mil multiplicados
mil veces puntos, flujos mil dorados
–líneas, digo, de la luz clara– salían
de su circunferencia luminosa,
pautando al cielo la cerúlea plana
y a la que antes funesta fue tirana
de su imperio, atrapadas embestían
que sin concierto huyendo presurosa
–en sus mismos horrores tropezando–
su sombra iba pisando
y llegar al ocaso pretendía
con el (sin orden ya) desbaratado
ejército de sombras, acosado
de la luz que el alcance le seguía.
Consiguió, al fin, la vista del ocaso
el fugitivo paso
y –en su mismo despeño recobrada
esforzando el aliento de la ruina–
en la mitad del globo que ha dejado
el Sol desamparada,
segunda vez rebelde determina
mirarse coronada,
mientras nuestro hemisferio la dorada
ilustraba del Sol madeja hermosa,
que con luz juiciosa
de orden distributivo, repartiendo
a las cosas visibles sus colores
iba restituyendo
entera a los sentidos exteriores
su operación, quedando a luz más cierta
el mundo iluminado, y yo despierta.
Se cree que nació en 1623 en el pueblo de Casbas, en un entorno humilde que propició su ingreso, cuando todavía no había cumplido los tres años, en el convento del que llegó a ser abadesa durante un lustro. Se desconoce la fecha exacta de su muerte.
Romance a una fuente
Fuente que en círculo breve
presumes de gran caudal,
si tus principios observas
no te precipitarás.
Considera que, mendiga
en diverso mineral,
con anhelos de grandiosa
te nos quieres ostentar.
Rica de bienes ajenos
todos nos dicen que estás,
que usurpas cual poderoso
a los pobres el caudal.
De ambiciosa te calumnian,
mas tú te puedes quejar,
pues ves no te agradecemos
el gran gusto que nos das.
Recién nacida se ofrece
a clausura tu humildad;
no son acciones de niña,
aunque sean en agraz.
Parecímonos los dos;
mas en proseguir está
la fineza, fuente amiga;
no des pasos hacia atrás.
Dicen que envidias te quieren
de esta huerta desterrar,
que hasta en raudales ofende
lo claro de la verdad.
Que eres en todo sabrosa
no hay quien lo pueda dudar,
que fuente en huerta de monjas,
¿quién duda que tendrá sal?
Aunque estás puesta en la pila
no te quieren bautizar
con nombre, más desde hoy
eres fuente del Peral.
Uno guarda tus espaldas,
pero aunque te haga amistad,
es imposible que tú
le dejes de murmurar.
Más de cosario a cosario
muy poco perdido habrá,
que te la juran sus hojas
con desquite general.
En mí has visto claramente
que te trato la verdad,
siendo más clara que tú
que no es poco ponderar.
Quédate adiós, que ya es tiempo
de comer y de almorzar,
donde probaré tus aguas
brindando a todo zagal.
Nació el año 1605 en Toledo. Sabemos que fue hija de Lope de Vega y de la actriz cómica Micaela Luján (que aparece en los poemas de Lope como Camila Lucinda). Se retiró a un convento de Madrid al cumplir los dieciséis años, allí recibía frecuentes visitas de su padre. Su vida se prolongó hasta 1688.
Villancico a la profesión de la hermana Isabel del Santísimo Sacramento
No pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
Hoy que al más dichoso lazo
el alma, Isabel, ofreces,
y de tu Esposo mereces
el dulce mental abrazo,
y a su divino regazo
entregas tu hermoso abril,
pues para lograr gentil
tanta repetida flor,
no pudo Amor
hacer tu dicha mayor,
más nobleza has adquirido,
pues con ilustre renombre,
de su dulcísimo nombre
te vales para apellido.
El favor que has conseguido
no es de mano temporal,
y así con afecto igual
eterno será el favor,
que no pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
Esa bella juventud
que a tu Esposo has consagrado,
aseguras en su agrado
no menos que la quietud.
El dote de la virtud
te hizo de tan buena estrella,
pues para con Él es ella
la prenda de más valor,
no pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
A tu entendimiento unida
tu fortuna corresponde,
pues quien a Dios le responde
sin duda es bien entendida;
de los riesgos de la vida
tu discurso te previno
y la elección del camino
fue de tu ingenio primor,
que no pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
Liberal de tus riquezas
con tu Esposo procediste;
cuerda diligencia hiciste
para lucir la pobreza;
a pesar de la belleza
sus aliños moderaste
y con ánimo dejaste
todo su ambicioso error,
que no pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
Vive, pues, enamorada
de quien lo merece tanto
¡oh, bella Isabel!, en cuanto
dure esta breve jornada,
y pues que ya asegurada
de los humanos desvelos
de todo el sol de los cielos
atiendes al resplandor,
que no pudo Amor
hacer tu dicha mayor.
Al buen empleo del tiempo
¡Oh, cuánto pierde quien pierde
el preciosísimo tiempo!
¡Oh, cuánto gana quien gana
sus instantes y momentos!
Toda la plata y el oro
y diamantes de más precio
no valen lo que un instante
que se gasta para el cielo.
¡Oh, tiempo, riqueza suma
a quien te estima! Yo creo
que ni un solo respirar
no le exhale sin provecho.
¡Oh, infelicísima vida
la que he gastado sin miedo
de la cuenta que he de dar
del instante más pequeño!
Las coronas y las mitras,
y aun las tiaras, es cierto
que son la misma desgracia
si desperdician el tiempo.
¡Oh, si licencia les dieran
a los que gastaron, necios,
el tiempo, sin granjear
que volviesen a sus cuerpos!
Con provechosa codicia,
divinamente avarientos,
guardarían los instantes
como antes los dineros.
Para adquirir y ganar
vivimos este destierro,
y nuestros censos y juros
son los espacios del tiempo.
Depende una eternidad
de solo un instante incierto:
¿pues cómo se pasa instante
sin dar pasos a lo eterno?
¡Oh, si me diesen a mí
tiempo en que llorar el tiempo
que tan sin cuenta he gastado
todo lo mejor del tiempo!
De mi tiempo mal gastado,
Dios mío, aquel tiempo apelo
que dispuso tu piedad
el que yo llegase a tiempo.
A sus vanas alegrías
llama el malo pasatiempos,
y tiempos que así se pasan
traerán tristeza a su tiempo.
¡Oh, si todos entendiesen
el que no es ahora tiempo
de gozar! Que al padecer
sea dedicado este tiempo.
El jardín del convento
En estas verdes hojas
que esta fuente riega
con agua de mis ojos,
que suya no la lleva,
contemplo, amado mío,
tu grande providencia,
tu beldad soberana
y tu hermosura inmensa.
También, por el contrario,
conozco mi vileza,
mi imperfección sin par,
mi descuido y tibieza,
pues las hojas y flores,
que crecen tan aprisa,
con sus calladas voces
significan mis menguas,
y siempre que las miro,
parece que me enseñan
que yo sola en el mundo
soy la que nunca medra.
Miro del cinamomo
aquella copia inmensa
de su olorosa flor
que tanto nos deleita;
parece que, a porfía,
su multitud afecta
llevarse de las flores
la palma de belleza.
En las guardadas rosas
a quien espinas cercan,
de tus hermosas llagas
la memoria refrescan.
Los vistosos jazmines
en su candor ostentan
lo lindo de tus manos
y liberal franqueza,
porque, sin aguardar
que los cojan por fuerza,
ellos se dan al suelo
sin hacer resistencia.
Acuérdame tu olor
la fragante mosqueta,
tan noble entre las flores
y tan linda en sí misma.
El clavel estimado
tu sangre representa,
y por esto merece
le traten con decencia.
De tus hermosos labios,
del coral dulce afrenta,
su cárdeno color
me muestran las violetas.
Majestuosa siempre,
la cándida azucena
tu bellísimo cuello
venturosa semeja.
La fecunda retama,
tan rubia como bella,
de tus cabellos de oro
me da memorias tiernas.
Muestra, por abrazar,
la siempre verde hiedra,
a que busque tu unión;
provoca mi tibieza
procurando ascender;
si presumida trepa,
humilde se aprisiona,
que de amante se precia.
Misericordia y paz
este olivo me enseña
que siempre las procure
por costosas que sean.
Las rojas clavellinas
y manutisas bellas,
de mirar tu color
parece que se precian,
pero el bizarro lirio,
con gravedad modesta,
porque a él te comparas,
más ufano campea.
Suave el albahaca,
símbolo de pureza,
su verdor apacible
nuestra esperanza alienta.
Clavelones, adorno
de las últimas fiestas,
enseñan que la muerte,
como terrible, es cierta.
Recuerdo de humildad
es la hierba doncella;
aunque vistosa y grave,
no sale de la tierra.
Los amargos ajenjos
me enseñan a que tenga
mortificado el gusto
y el apetito venza.
El robusto alhelí,
que el invierno no seca,
me fuerza a que haga rostro
a toda la aspereza.
El funesto ciprés,
aunque árbol de tristeza,
provoca a devoción
y soledad enseña;
y la del nombre dulce,
felicísima hierba
que de santa María
nos acuerda y recrea.
Las ásperas ortigas,
intratables y fieras,
en igualar mi agrado
presumen competencia.
Entre todas las flores
puede la gigantea
pretender, por amante,
que alaben sus finezas:
del sol enamorada,
siempre mirarle intenta
y, por vueltas que da,
de seguirle no cesa.
¡Oh, cómo reprehende
el descuido y tibieza
con que busco, Dios mío,
a tu amable presencia!
Los árboles copados
alegres manifiestan
los sazonados frutos
que el justo te presenta.
Las abundantes parras
alegres manifiestan,
que a tu sangre real,
accidentes le prestan.
Mis años mal gastados
me acuerda a esta higuera,
pues ha crecido tanto
y yo estoy tan pequeña.
Y habiéndonos plantado
en esta santa tierra
casi en un tiempo mismo,
mil ventajas me lleva.
El riguroso invierno,
con su mucha aspereza,
os quita los vestidos
y deja en gran pobreza:
tolerando rigores
y sufriendo inclemencias,
me enseñáis, apacibles,
a que tenga paciencia.
Con suave agasajo,
la alegre primavera
siempre os sirve gustosa
de madre y camarera;
de la Resurrección
parece nos da nuevas
cuando, sin menoscabo,
nos tornen nuestra tierra.
Los árboles y plantas,
las flores y las hierbas
publican tu hermosura
y dicen tu grandeza.
Todas, Señor, me animan,
me enseñan y me fuerzan
a que te sirva y ame,
te alabe y engrandezca.
Nació en Nápoles en 1604. Hija de cortesanos, se movió siempre en ambientes aristocráticos, primero al servicio de la reina Isabel, después como esposa del conde de Paredes, y, tras enviudar, como institutriz de las infantas, en reconocimiento a su delicada cultura. Cansada de la corte, ingresa en el Carmelo Descalzo, donde morirá en 1660.
Décimas
Señor, cuando os llego a hablar
no sé cierto qué pedir,
si vida para servir
o muerte para gozar.
Yo os quisiera asegurar,
y vivo temo perderos;
muerto no podré ofenderos;
mas dejaré de serviros;
en fin, no acierto a pediros:
haced que acierte a quereros.
No hay dicha como la vida
en serviros empleada,
ni cosa más desdichada
que una vida mal vivida.
En duda tan conocida
que Vos elijáis espero;
la vida y la muerte quiero,
pero con tales reparos,
que, si vivo, he de obligaros,
y he de gozaros si muero.
Señor mío, haced en mí
vuestra santa voluntad,
que toda mi libertad,
os entrego desde aquí;
de vos vida recibí,
quitádmela si queréis;
solo os pido que me deis
que nunca mi gusto hagáis,
que si el vuestro ejecutáis
lo más conveniente haréis.
Nacida en Lisboa en 1601, hija de nobles portugueses. Tras un desengaño amoroso ingresó sin vocación, a los veintinueve años, en un convento de Lisboa. Allí desarrolló sus intereses literarios, escribiendo poesía (en castellano y en portugués) y recibiendo a artistas y eruditos. Su obra es muy extensa, pese a que se han perdido muchas de sus composiciones. Murió en 1693.
Romance
Huid de amor, zagalejas;
huid si vivir queréis,
que verme morir amando
escarmiento os puedo ser.
No fiéis de sus caricias,
no de sus gustos fiéis,
que cual sirena engañosa
regala para ofender.
Huid de sus tiranías,
que, disfrazadas, tal vez
áspides son entre flores,
si flores al parecer.
En los tormentos que paso
cerca el ejemplo tenéis;
miradme y veréis, zagalas,
este enemigo quién es.
Mirad la tristeza mía
y en ella conoceréis
su tirano maltratar,
mi continuo padecer.
Mirad mis lágrimas tristes
Y en su corriente veréis
desde tirano lo injusto,
desde traidor lo cruel.
Seudónimo. Según algunos estudiosos su verdadero nombre era María Rojas y Garay. Una chica huérfana, nacida en 1594, que creció en el beaterio de las Agustinas Recoletas. Allí escribió la Epístola a Belardo y también desde allí se la enviaría a Lope de Vega, quien se decidió a publicarla en una de sus obras: La Filomena. De María Rojas y Garay sabemos también que decidió salir de la vida religiosa en 1617 y que murió cinco años más tarde.
Epístola a Belardo
Tanto como la vista, la noticia
de grandes cosas suele las más veces
al alma tiernamente aficionarla,
que no hace el amor siempre justicia,
ni los ojos a veces son jueces
del valor de la cosa para amarla:
mas suele en los oídos retratarla
con tal virtud y adorno,
haciendo en los sentidos un soborno
(aunque distinto tengan el sujeto,
que en todo y en sus partes es perfecto),
que los inflama a todos
y busca luego artificiosos modos,
con el que pueda entenderse
el corazón, que piensa entretenerse,
con dulce imaginar para alentarse
sin mirar que no puede
amor sin esperanza sustentarse.
El sustentarse amor sin esperanza,
es fineza tan rara, que quisiera
saber si en algún pecho se ha hallado,
que las más veces la desconfianza
amortigua la llama que pudiera
obligar con amar lo deseado;
mas nunca tuve por dichoso estado
amar bienes posibles,
sino aquellos que son más imposibles.
A estos ha de amar un alma osada;
pues para más alteza fue criada
que la que el mundo enseña;
y así quiero hacer una reseña
de amor dificultoso,
que sin pensar desvela mi reposo,
amando a quien no veo y me lastima:
ved qué extraños contrarios,
venidos de otro mundo y de otro clima.
Al fin de este, donde el Sur me esconde
oí, Belardo, tus conceptos bellos,
tu dulzura y estilo milagroso;
vi con cuánto favor te corresponde
el que vio de su Dafne los cabellos
trocados de su daño en lauro umbroso
y admirando tu ingenio portentoso,
no puedo reportarme
del descubrirme a ti, y a mí dañarme.
Mas ¿qué daño podría nadie hacerme
que tu valer no pueda defenderme?
Y tendré gran disculpa,
si el amarte sin verte, fuera culpa,
que el mismo que lo hace,
probó primero el lazo en que me enlace,
durando para siempre las memorias
de los sucesos tristes,
que en su vergüenza cuentan las historias.
Oí tu voz, Belardo... mas ¿qué digo?
No Belardo, Milagro han de llamarte,
este es tu nombre, el cielo te le ha dado
y amor, que nunca tuvo paz conmigo
te me representó parte por parte,
en ti más que en sus fuerzas confiado,
mostrose en esta empresa más osado,
por ser el artificio
peregrino en la traza y el oficio,
otras puertas del alma quebrantando,
no por los ojos míos, que velando,
están en gran pureza,
mas por oídos, cuya fortaleza
ha sido y es tan fuerte,
que por ellos no entró sombra de muerte,
que tales son palabras desmandadas,
si vírgenes las oyen,
que a Dios han sido y son sacrificadas.
Con gran razón a tu valor inmenso
consagran mil deidades sus labores,
cuando manejan perlas en sus faldas:
todo ese mundo allá te paga censo,
y este de acá mediante tus favores,
crece en riqueza de oro y esmeraldas.
Potosí, que sustenta en sus espaldas,
entre el invierno crudo,
aquel peso, que Atlante ya no pudo:
confiesa que su fama te la debe;
y quien del claro Lima el agua bebe
sus primicias te ofrece,
después que con tus dones se engrandece,
acrecentando ofrendas
a tus excelsas y admirables prendas:
yo, que aquestas grandezas voy mirando,
y entretenido en ellas.
las voy en mis entrañas celebrando.
En tu patria, Belardo, mas no es tuya,
no sientas mucho verte peregrino,
plegue a Dios, no se enoje el Manzanares,
por más que haga de tu fama suya;
que otro origen tuviste más divino,
y otra gloria mayor, si la buscares.
¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares
que es patria tuya el cielo,
y que eres peregrino acá en el suelo!
Porque no hallo en él quien igualarte
pueda, no solo en todo, más ni en parte,
que eres único y solo
en cuanto miran uno y otro polo.
Pues, peregrino mío,
vuelve a tu natural, póngante brío,
no las murallas que ha hecho tu canto
en Tebas engañosas,
mas las eternas, que te importan tanto.
Allá deseo en santo amor gozarte,
pues acá es imposible poder verte,
y temo tus peligros y mis faltas;
tabla tiene el naufragio y escaparte
puedes en ella de la eterna muerte,
si del bien frágil al divino saltas,
las singulares gracias, con que esmaltas
tus soberanas obras
con que fama inmortal continuo cobras,
empléalas de hoy más con versos lindos
en soberanos y divinos Pindos:
tus divinos conceptos
allí serán más dulces y perfectos;
que el mundo a quien lo sigue,
en vez de premio al bienhechor persigue,
y contra la virtud apresta el arco
con pozoñosas flechas
de la maligna aljaba de Aristarco.
Quiero, pues, comenzar a darte cuenta
de mis padres y patria, y de mi estado
porque sepas quién te ama y quién te escribe,
bien que ya la memoria me atormenta
renovando el dolor, que aunque llorado
está presente y en el alma vive,
no quiera Dios que en presunción estribe
lo que aquí te dijere,
ni que fábula alguna compusiere,
que suelen causas propias engañarnos,
y en referir grandezas halagarnos,
que la filaucia engaña
más que no la verdad nos desengaña,
especialmente cuando
vamos en honras vanas estribando
de estas pudiera bien decirte muchas,
mas quédense en silencio
pues atento contemplo que me escuchas.
En este imperio oculto que el Sur baña,
más de Baco pisadas que de Alcides,
entre un trópico frío y otro ardiente,
adonde fuerzas ínclitas de España
con varios casos y continuas lides
fama inmortal ganaron a su gente,
donde Neptuno engasta su tridente
en nácar y oro fino,
cuando Pizarro con su flota vino,
fundó ciudades y dejó memorias,
que eternas quedarán en las historias:
a quien un valle ameno,
de tantos bienes y delicias lleno,
que siempre es primavera,
merced del dueño de la cuarta esfera,
la ciudad de León fue edificada,
y con hado dichoso,
quedó de héroes fortísimos poblada.
Es frontera de bárbaros y ha sido
terror de los tiranos, que intentaron
contra su rey enarbolar bandera:
al que en Jauja por ellos fue rendido,
su atrevido estandarte le arrastraron,
y volvieron al Reino cuyo era.
Bien pudiera, Belardo, si quisiera
en gracia de los cielos,
decir hazañas de mis dos abuelos
que aqueste nuevo mundo conquistaron
y esta ciudad también edificaron,
do vasallos tuvieron,
y por su Rey su vida y sangre dieron:
más es discurso largo,
que la fama ha tomado ya a su cargo,
si acaso la desgracia de esta tierra,
que corre en este tiempo,
tantos ilustres méritos no entierra.
De padres nobles dos hermanas fuimos
que nos dejaron con temprana muerte.
Aun no desnudos de pueriles paños.
El cielo y una tía que tuvimos,
suplió la soledad de nuestra suerte
con el amparo suyo algunos años,
huimos siempre de sabrosos daños,
y así nos inclinamos
a virtudes heroicas que heredamos
de la beldad, que el cielo acá reparte,
nos cupo, según dicen, mucha parte
con otras muchas prendas,
no son poco bastantes las haciendas
al continuo sustento,
y estamos juntas, con tan gran contento,
que una alma a entrambas rige y nos gobierna,
sin que haya tuyo y mío,
sino paz amorosa, dulce y tierna.
Ha sido mi Belisa celebrada,
que este es su nombre, y Amarilis mío,
entrambas de afición favorecidas:
yo he sido a dulces Musas inclinada:
mi hermana, aunque menor, tiene más brío,
y partes por quien es muy merecidas
al fin todas han sido merecidas
con alegre himeneo
de un joven venturoso, que en trofeo
a su fortuna y vencedora palma
alegre la rindió prendas del alma;
yo, siguiendo otro trato,
contenta vivo en limpio celibato
con virginal estado
a Dios con grande afecto consagrado,
y espero en su bondad y en su grandeza
me tendrá de su mano
guardando inmaculada mi pureza.
De mis cosas te he dicho en breve suma
todo cuanto quieras preguntarme,
y de las tuyas muchas he leído:
temerosa y cobarde está mi pluma
si en alabanzas tuyas emplearme
con singular contento he pretendido:
si cuanto quiero das por recibido.
¡Oh, qué de ello me debes!
Y porque esta verdad ausente pruebes,
corresponde en recíproco cuidado
el amor, que en mí está depositado,
Celia no se desdeñe
por ver que en esto mi valor se empeñe,
que ofendido en sus quiebras
su nombre todavía al fin celebras;
y aunque milagros su firmeza haga,
te son muy bien debidos,
y aún no sé si con esto tu fe paga.
No seremos por esto dos rivales,
que Trópicos y Zonas nos dividen,
sin dejarnos asir de los cabellos;
ni a sus méritos pueden ser iguales,
cuantos al mundo el cetro y honor piden
de trenzas de oro, cejas y ojos bellos;
cuando enredado te hallaste en ellos,
bien supiste estimallos,
y en ese mundo y este celebrallos,
y en persona de Angélica pintaste
cuanto de su lindeza contemplaste:
mas estoyme riendo
de ver que creo aquello que no entiendo,
por ser dificultosos
para mí los sucesos amorosos,
y tener puesto el gusto y el consuelo
no en trajes semejantes
sino en dulces coloquios con el cielo.
Finalmente, Belardo, yo te ofrezco
una alma pura a tu valor rendida:
acepta el don, que puedes estimallo;
y dándome por fe lo que merezco,
quedará mi intención favorecida,
de la cual hablo poco y mucho callo,
y para darte mas, no sé ni hallo.
Dete el cielo favores,
las dos Arabias bálsamo y olores,
Cambaya sus diamantes, Tibar oro,
marfil Cefala, Persia su tesoro,
perlas los orientales,
el rojo mar finísimos corales,
balajes los Ceilanes,
aloe precioso Samaos y Campanes,
rubíes Pegu gamba, y Nubia algalia,
ametistes Rarsinga
y prósperos sucesos Acidalia.
Esto mi voluntad te da y ofrece
y ojalá yo pudiera con mis obras
hacerte prendas de mayor estima:
mas donde tanto se merece, de nadie no recibes, sino cobras
lo que te debe el mundo en prosa y rima.
He querido, pues viéndote en la cima
del alcázar de Apolo,
como su propio dueño, único y solo,
pedirte un don, que te agradezca el cielo,
para bien de tu alma y mi consuelo:
no te alborotes, tente,
que te aseguro bien que te contente,
cuando vieres mi intento,
y sé que lo harás con gran contento,
que al liberal no importa para asille
significar pobrezas,
pues con qué más se agrada es con pedille.
Yo y mi hermana, una santa celebramos,
cuya vida de nadie ha sido escrita,
como empresa que muchos han tenido:
el verla de tu mano deseamos;
tu dulce Musa alienta y resucita,
y ponla con estilo tan subido,
que sea dondequiera conocido,
y agradecido sea
de nuestra santa virgen Dorotea.
¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes
con que de lauro coronar tus sienes,
podrás, si no emperezas,
contando de esta virgen las grandezas,
que reconoce el cielo
y respeta y adora todo el suelo:
de esta divina y admirable Santa
su santidad refiere
y dulcemente su martirio canta!
Ya veo que tendrás por cosa nueva
no que te ofrezca censo un mundo nuevo,
que a ti cien mil que hubiera te le dieran;
mas que mi Musa rústica se atreva
a emprender el asunto a que me atrevo,
hazaña que cien Tassos no emprendieran,
ellos, al fin, son hombre y temieran;
mas la mujer, que es fuerte,
no teme alguna vez la misma muerte.
Pero si he parecídote atrevida,
a lo menos parézcate rendida,
que fines desiguales
Amor los hace con su fuerza iguales:
y quédote debiendo
no que me sufras, mas que estés oyendo
con singular paciencia mis simplezas,
ocupado continuo
en tantas excelencias y grandezas.
Versos cansados, ¿qué furor os lleva
a ser sujetos de simpleza indiana
y a poneros en brazos de Belardo?
Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva,
os vendrán a probar, aunque sin ganas,
y verán vuestro gusto bronco y tardo;
el ingenio gallardo,
en cuya mesa habéis de ser honrados,
hará vuestros intentos disculpados:
navegad, buen viaje, haced la vela:
guiad un alma que sin alas vuela.
Pese a ser una de las poetas más prolíficas del siglo apenas sabemos nada de su vida. Es muy probable que naciese en Toledo, y sabemos que vivió toda su vida en el convento de la Concepción de Toledo. Firmó toda su obra con el seudónimo de Marcia Belisarda.
Décimas para una novela
Fatigado corazón,
¿qué os aqueja? ¿Ver el oro
de vuestro amado tesoro
convertido ya en carbón?
Apelad a la razón,
si descansar pretendéis,
y en ella conoceréis
que ese de mi vida engaño
os libra del desengaño
que en su muerte hallar podréis.
No me admira que sintáis
padecer, sin culpa alguna,
desaires de mi fortuna
cuando la pena pagáis,
mas si olvidado no estáis,
de vos en vuestro desvelo
pues sabéis que os hizo el cielo
tan valiente en el sufrir,
en parte, os pueden servir
las desdichas de consuelo.
Esforzad el sufrimiento,
consultando a la cordura,
que es suerte, si no ventura,
ver a tiempo un escarmiento.
Sufrid, que según yo siento,
grande hazaña viene a ser,
corazón mío, vencer
con sufrimiento el rigor.
Por cuanto es mayor valor
el sufrir que el padecer.
Pues olvidar es forzoso,
determinaos, corazón,
a salir con la razón
de un abismo proceloso.
El triunfo es dificultoso
y en vos poco el valor fuera,
si fácil guerra emprendiera,
si esta os promete más gloria.
¡Ea! Al arma, mi memoria,
muera el enemigo, muera.
Romance
Procurad, memorias tristes,
divertir mi sentimiento
con penas que siempre son
y no con gustos que fueron.
Representadme pesares,
dejad pasados contentos,
que son figuras de humo
en el teatro del viento.
Muy bien entiendo las voces
de vuestro mudo silencio,
qué mal concertadas suenan,
qué acordes fueron un tiempo.
De mis muertas esperanzas
clamor parecen sus ecos
o que se cantan endechas
a mi perdido sosiego.
Si con inciertos favores
olvidáis agravios ciertos,
guerra armáis al corazón
no menos que a sangre y fuego.
No me deis en vaso de oro,
disimulado veneno,
creyendo así lo que dice
quien no cree lo que siento.
Memorias, dejadme ya
o acabad mi vida luego,
que no hay fuerzas en el alma
para tan crueles tormentos.
Dándome por asunto cortarse un dedo llegando a cortarse un jazmín
Filis, de amor hechizo soberano,
cortar quiso un jazmín desvanecido,
y de cinco mirándose excedido,
quedó del vencimiento más ufano.
No bien corta el jazmín, cuando tirano
acero, en rojo humor otro ha teñido,
mintiendo ramillete entretejido,
da jazmín y clavel la hermosa mano.
Átropos bella a la tijera cede
piadosa ejecución, si inadvertida,
a su mano dolor ocasionando.
Que si alma con su sangre dar no puede,
en vez de muerte, dio al jazmín vida,
de amor el dulce imperio dilatando.
Romance melancólico
Pensamiento, si pensáis
en dar a mi mal remedio,
mal pensáis porque es un mal
causado de pensamientos,
pienso con ajenos gustos
engañar propios deseos
y es engaño donde el alma
penando más, se halla menos.
Si en dormir busco descanso
por ser del morir diseño,
más me canso porque lidio
con enemigos desvelos,
siempre intento hallar alivio
y siempre queda el intento,
con el logro en esperanza
y con la esperanza a riesgo
o apenas alivio hallo
cuando a penas ya le pierdo,
el intento examinando
convertido en escarmiento.
En mi dolor, no hay templanza
y si a la memoria apelo
para el que tengo presente
me da pasados remedios;
en fin, peno, siento y callo
por no decir lo que siento,
que solo puedo quejarme
de que quejarme no puedo;
nacer amable es estrella,
suerte nacer con ingenio,
pero si falta ventura,
nada es gloria y todo infierno;
nuestra derrota sigamos
triste corazón sin miedo
por el golfo de desdicha,
rumbo más seguro y cierto.
¡Ay de mí, triste!,
¡socorro, cielos!
que me anego sin agua,
en sentimientos.
¡Socorro, cielos!, ¡socorro os pido!,
dad, en llanto, a mis penas
algún alivio.
A una señora casada, a quien aborrecía su marido
Divino hechizo de amor,
en quien se admiran a un tiempo
la discreción y la hermosura
en iguales paralelos,
a todo sentir del alma
todo penar del deseo
justamente querellosa
vives de tu injusto dueño,
que como siempre el amor,
solo del alma hace empleo
no se opusieron al tuyo,
imperfecciones del cuerpo,
alma irracional, sin duda,
tiene, pues no aspira a un cielo,
que tantas lleva en sus ojos
cuantos hacen movimientos,
tantos dotes nobles ricos
engrandecen tu sujeto
que el más discreto en amarle
logra felices aciertos,
que te adoran, no lo dudes,
que a tu dueño envidian, menos,
los que no alcanzan su dicha
con mejor conocimiento,
vive, pues, siempre gozosa
de que los cielos te hicieron
deidad que solo merecen
gozarla los cielos mesmos.
Décimas escritas muy deprisa, en respuesta a otras en que ponderaban la mudanza de las mujeres
Hombres, no deshonoréis,
con título de inconstantes,
las mujeres que diamantes
son, si obligarlas sabéis.
Si alguna mudable veis,
la mudanza es argumento
de que antes quiso de asiento,
mas en vuestra voluntad,
antes ni después, verdad
no se halló con fundamento.
Si mujer dice mudanza,
el hombre mentira dice,
y si en algo contradice,
es que el juicio no lo alcanza.
Si se ajusta a igual balanza,
por la cuenta se hallaría,
en el mentir cada día
y en mudarse cada mes.
Que el mentir vileza es,
mudar de hombres, mejoría.
Décimas apoyando que los celos declarados son más insufribles que los recelos
De un recelo imaginado
a una celosa evidencia,
hay la misma diferencia
que entre lo vivo y pintado.
Un agravio declarado
vivo dolor a ser viene
del alma en quien siempre tiene
muerta toda la esperanza.
Y, como alivio no alcanza,
es su tormento perenne.
Cuando el agravio es dudoso,
pinta el temor una calma
adonde padece el alma
de un qué será, riguroso,
mas en el sentir penoso
de la duda se alimenta.
Y si salir de ella intenta,
porque enfermo el gusto advierte,
luego teme que su muerte
cause ejecución violenta.
No diga que tiene amor
quien no tiene sufrimiento,
que esperar es argumento
de la fineza mayor.
Perder el gusto en rigor
por un disgusto temido
siempre es remedio mentido
que busca amor agraciado,
y después, desesperado,
llora el sosiego perdido.
Perseverar en querer,
aunque se oponga el recelo,
es a costa de un desvelo
granjearse el merecer;
y por salir de temer
dar por bien que llegue el mal,
es de amor desaire tal
que aquí establecer querría
que amor tan sin bizarría,
no es de amante racional.
Desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, aunque fue en Medina del Campo, hija de un hidalgo del mismo pueblo. Vivió soltera hasta su muerte sin salir de Medina del Campo. Se atribuye su afición a la poesía a la influencia de su tío, Francisco de la Cueva, hombre de letras y astrólogo.
A los celos
Siempre guerra me dais, terribles celos;
celos, nunca acabáis de atormentarnos;
injustos celos, no queréis dejarnos,
pues que siempre nos dais tantos desvelos.
Ladrones sois de el nombre de los cielos,
que os disfrazáis ansí para matarnos,
pues de vuestra ponzoña no hay librarnos,
aunque más por huir alcemos vuelos.
Veneno sois, bastardos, mal nacidos,
del alma pena y de la vida infierno,
flecha del corazón, del pecho fuego,
donde se abrasan todos los sentidos,
y al fin sois, celos, un tormento eterno
laberinto intrincado de amor ciego.
Soneto
Ni sé si muero ni si tengo vida;
ni estoy en mí, ni fuera puedo hallarme;
ni en tanto olvido cuido de buscarme,
que estoy de pena y de dolor vestida.
Dame pesar el verme aborrecida,
y, si me quieren, doy en disgustarme;
ninguna cosa puede contentarme:
todo me enfada y deja desabrida.
Ni aborrezco, ni quiero, ni desamo;
ni desamo, ni quiero, ni aborrezco,
ni vivo confïada ni celosa;
lo que desprecio a un tiempo adoro y amo;
¡vario portento en condición parezco,
pues que me cansa toda humana cosa!
Lira a la hermosura y variedad de flores de la primavera
Plantas bellas y hermosas
resucitadas de el abril ufano
que anuncia vuestras rosas,
sacándoos del rigor tan inhumano
de el cano invierno helado
a ser gallarda ostentación de el prado;
jacintos que primicias
sois, y violetas, de las otras flores,
que parece que albricias
pedís al mundo, provocando amores
de que ya el mayo hermoso
se le acerca con paso presuroso;
dorados alhelíes
bellos, blancos narcisos y mosquetas,
rosas, sí, carmesíes,
de la purpúrea sangre más perfecta
de la Ericina diosa,
que su color os dio su planta undosa;
olorosos junquillos,
poblada madreselva, jazmín blanco,
de los montes tomillos,
fragante azahar, en quien el cielo franco
mostró con mil primores
más divino poder en tus olores;
campanillas moradas,
casta azucena y trébol oloroso,
manutisas rosadas,
azul espuela, toronjil hojoso,
encarnados claveles,
menuda albahaca y verdes mirabeles;
rajadas clavellinas,
lirio que haces gallardos tornasoles,
gigantas que divinas
os mostráis, pues seguís los arreboles
de Cintio celestiales,
que su rosa os llamamos los mortales;
árboles de mil nombres,
que viste abril de flor y mayo de hoja,
regalo de los hombres,
a quien noviembre robador despoja
el galano vestido,
de verdes esmeraldas guarnecido;
arroyuelos helados
que el rubio sol los grillos os desata,
adorno de los prados,
risa de el monte, bulliciosa plata,
y de las aves lira
por cuyo aliento cada flor respira;
puras fuentes hermosas,
espejos claros de la blanca Aurora;
vida, sí, de las rosas,
gloria de el campo, espíritu de Flora,
de la vista recreo,
satisfacción suave de el deseo;
jardines deleitosos
donde se cifran máquinas tan bellas,
amenos y espaciosos,
morada hermosa de quien son estrellas
las siempre refulgentes
hermanadas cabrillas más lucientes;
plantas, flores y fuentes,
invierno, abriles, mayos y arroyuelos,
árboles diferentes,
jardín ameno, estrellas de los cielos
y campos dilatados, [sol, aurora cándida y verdes
prados,]
todos sois de el verano
y primavera galas excelentes,
librea de su mano,
que os da y reparte en tiempos diferentes
en mil varias colores
con que suspende el alma en sus primores.
Todo lo pierde quien lo quiere todo
Muestra Galicio que a Leonarda adora,
y con segura y cierta confianza
promete que en su fe no habrá mudanza,
que el ser mudable su firmeza ignora.
Mas de su amor a la segunda aurora
muda su pensamiento y su esperanza,
y sin tener de el bien desconfianza,
publica que Elia sola le enamora.
Con gran fineza, aunque si bien fingida,
a Leonarda da el alma por despojos,
y luego con un falso y nuevo modo
dice que es Elia el dueño de su vida;
pues oiga un desengaño a sus antojos:
todo lo pierde quien lo quiere todo.
Liras a la muerte de mi querido padre y señor
Dejad, cansados ojos,
el justo llanto que os convierte en fuentes,
detened los enojos
y enjugad vuestras líquidas corrientes,
que al mal que oprime el pecho
el alma y corazón le viene estrecho.
En tan terrible pena,
ni hallo descanso, gusto ni alegría;
de todo estoy ajena,
y solo tengo la desdicha mía
por alivio y consuelo,
que de todo lo más me priva el cielo.
Quitome en breves días,
airado y riguroso, un bien amado,
a las fortunas mías
añadiendo este golpe desdichado,
¡Oh, suerte fiera y dura!
¡Llorad, ojos, llorad mi desventura!
Contenta el alma estaba
en sus trabajos, penas y dolores
con el bien que gozaba;
mas la Parca cruel, con mil rigores,
fiera y embravecida,
cortó el hilo al estambre de su vida.
Musa, detente un poco,
que si de tantos males hago suma
y en el presente toco,
no es suficiente mi grosera pluma,
que pues estoy penando,
cuanto puedo decir digo callando.
Introduce un galán desfavorecido de su dama, quejándose de su crueldad
Basta el desdén y bastan los rigores:
Clori, no más crueldad, no más enojos,
serena un poco tus divinos ojos
y suspende sus rayos matadores.
Cesen desprecios, cesen disfavores,
que por flores no es bien que des abrojos
a quien te rinde un alma por despojos,
no indigna de gozar de tus favores.
¡Ah, ingrata Clori! ¡Ah, ingrata, que a mis quejas
tienes el alma y pecho de diamante,
y parece que vives con mi muerte!
Mas, cruel Clori, aunque penar me dejas,
y aunque me matas, he de estar constante,
con tu desdén luchando hasta vencerte.
Nacida en Sevilla con el cambio de siglo en un entorno aristocrático, pasó soltera buena parte de su adolescencia y de su juventud. En 1648 se casó con el conde de Benavente, recién enviudado, quien le firmó una pensión de tres mil ducados si fallecía, lo que ocurrió cuatro años después. Los plumillas de la época la destacan por su apetito, y uno de ellos llegó a considerar como causa de su muerte (en 1656) una cena de cuatro pollos (uno de ellos en jigote, otro en pepitoria, y dos sin aderezos).
Romance
Hoy una rosa, Domingo,
plantando está en su jardín,
para que su ramillete
tenga del rosa el matiz.
El botón de su virtud,
aunque en julio se va a abrir,
en fragancia y en edad
está gozando el abril.
Siendo rosa es maravilla,
puesto que, para lucir,
en vez de extender su pompa,
quiere su pompa ceñir.
De la religión la selva
la prohíja en su pensil,
con que otra hija desde hoy
en la madre selva vi.
El armiño y la pureza
de que hoy se viste es decir
que, sin dejar de ser rosa,
quiere parecer jazmín.
Azucena se transforma:
¿quién ha visto introducir
el candor de la azucena
de la rosa en el carmín?
Aunque de todas las flores
lo más puro llegó a unir
no hay en su designio azahar,
pero amor perfecto sí.
Aplauso le demos, flores,
pues siempre logró feliz
el aplauso de las flores
la rosa, su emperatriz.
Las fechas de nacimiento y muerte de esta poeta son inciertas, aunque sabemos a ciencia cierta que nació en Zafra. Su obra es muy amplia, muchos de sus poemas se los dedicó a sus dos hermanos y a sus dos hermanas. Fue quizás la primera mujer que se sintió a sus anchas firmando composiciones cómicas.
Romance pintado del invierno
Qué amenazado está el campo
de las iras de el diciembre,
que le ha dado soplo al aire,
que ha de abrasarlo con nieve.
Los árboles prevenidos
desnudas las hojas tienen,
que el estorbo de estar preso
no embaraza al que es valiente.
Piezas las nubes disparan
desde sus muros celestes,
siendo campo de batalla
el que de flores fue albergue.
Balas de cristal esparce
sobre el florido tapete,
blanco de su puntería,
a pesar de tanto verde.
Banderas tremola el cierzo
y las plantas se estremecen,
porque, aunque son cosas de aire,
la debilidad las teme.
Su miedo helados confiesan
los arroyos y las fuentes,
si no es que, muertas las flores,
ya ser expertos no quieren.
Treguas les propone el marzo,
y abril socorros le ofrece,
con ejércitos de rosas
y escuadrones de mosquetes.
Retrato suyo
Un retrato me has pedido,
y aunque es alhaja costosa
a mi recato,
por lograrte agradecido,
si he dicho que soy hermosa,
me retracto.
El carecer de belleza
con paciencia lo he llevado;
mas repara
en que ya a cansarme empieza,
y aunque lo niegue mi agrado,
me da en cara.
Pero, pues precepto ha sido,
va a un traslado reducida
mi figura,
y porque sea parecido
ha de ser cosa perdida
la pintura.
No siendo largo ni rizo,
a todos parece bien
mi cabello,
porque tiene al hechizo,
que dicen cuantos le ven
que es bello.
Si es de azucena o de rosa
mi frente, no comprehendo,
ni el color,
y será dificultosa
de imitar, pues no le entiendo,
yo la flor.
Y aunque las cejas en frente
viven de quien las mormura
sin recelo,
andan en traje indecente,
pues siempre está su hermosura
de mal pelo.
Los ojos se me han hundido,
y callar sus maravillas
me da enojos,
y en su ausencia me han servido
como negros dos neguillas
de ojos.
Mis mejillas desmayadas,
nunca se ve su candor,
y esto ha sido
porque son tan descuidadas
las tales, que hasta el color
han perdido.
De mi nariz he pensado
que algún azar ha tenido,
o son antojos;
pero a ello me persuado
porque siempre la he traído
entre ojos.
Viéndola siempre a caballo,
mi malicia me previene
que lo doma,
y en buen razón lo hallo,
pues aunque lengua no tiene
se va a Roma.
No hallaré falta a mi boca
aunque molesto el desdén
me lo mande,
porque el creerlo me toca,
que dicen cuantos la ven
que es cosa grande.
Pero aunque es tan acabada,
confieso que le hace agravio
un azar,
pues a los que más agrada
dicen que tiene en el labio
un lunar.
La garganta es pasadera,
y aunque no es larga, no estoy
disgustada,
pues en viéndome cualquiera
ha de confesar que soy
descollada.
Tiene el que llega a mi mano,
aunque de corta lo niega,
gran ventura,
pues llegue tarde o temprano
a sus dedos, siempre llega
a coyuntura.
Con todo, tan poco valen
aunque alegan sus querellas
no ser mancas,
que cuanto mejores salen
no habrá quien me dé por ellas
dos blancas.
Porque nada desperdicia
dicen que es corto mi talle,
y he observado
que no es talle de codicia,
pues nadie puede negalle
que es delgado.
Que el mundo le viene estrecho
su vanidad ha llegado
a presumir,
y viene su mal derecho
más de cuatro le han cortado
de vestir.
Pues no merece mi brío
quedarse para después
ni el donaire,
ni encaresco porque es mío;
solo digo que no es
cosa de aire.
A ser célebres sospecho
que caminan mis pinceles
si me copio,
pues el retrato que he hecho
sé que no lo hiciera Apeles
tan propio.
Sin haberle obedecido,
el retrato a mi despecho
ha sido en vano,
pues tú cabal lo has pedido,
y todo el retrato he hecho
de mi mano.
Y que tiene, es infalible,
algún misterio escondido,
y yo peno
por saber cómo es posible
que estando tan parecido,
no esté bueno.
Tal cual allá va esa copia,
y si me deseas ver,
yo creo
según ha salido propia,
que te ha de hacer perder
el deseo.
Y si tal efecto hace,
temo que pareceré
confiada,
y aunque no me satisface
mi trabajo, quedaré
muy pagada.
Romance
Sin color anda la niña
después que se fue su amante,
enemiga de sus ojos,
descuidada de su talle.
El cabello suelto deja
a la voluntad al aire,
que avariento con el sol,
antes le riza que esparce.
Sus hermosos ojos negros
vierten perlas orientales,
que para alguno que envidia
cada lágrima es un áspid.
No se conoce a sí misma
desde el jueves en la tarde,
que ya para sus desdichas
los jueves han de ser martes.
Bien puede ser que la ausencia,
de enamorada me engañe,
que no hay venturoso firme
ni desdichado mudable.
Es posible, pero no seguro, que naciese, como su hermano, en Granada, en torno a 1590. Vivió en Sevilla antes de instalarse en Madrid, donde desplegó una animada vida social. Fue miembro de la Academia Literaria del conde de la Torre y trabó una inspirada amistad con la escritora María de Zayas y Sotomayor. Es muy probable que muriese en 1650.
A un posible lector
Noble lector piadoso, cuando leas
este bosquejo de mi inculta pluma,
y en cada letra mil defectos veas,
pensando ver una perfecta suma,
que deseé acertar es bien que creas,
mas la materia es mar, mi ingenio espuma:
halle mi hierro en tu intención disculpa
si amor la suele ser de toda culpa.
A ciencia cierta solo podemos decir que vivió en un convento segoviano como monja.
Décimas a la muerte del doctor Juan Pérez de Montalbán
Que amor uno pueda hacer
de dos amantes ingenios,
y más siendo unos los genios,
nadie le duda el poder.
Pues si esto así puede ser
cuando uno al otro así quiere,
sin duda alguna se infiere
que por más que uno se prive
al morir, todo no vive
al punto que el otro muere.
Montalbán, pues esto es cierto,
¿quién es aquel que no vio
lo mucho que en ti murió
cuando al gran Lope vio muerto?
Así con razón advierto
al mundo que, cuanto a mí,
morir dos veces os vi,
¡quién tanto visto no hubiera!:
en Lope, tú, la primera,
la segunda, Lope en ti.
En tanto extremo notamos
cuanto sentir os hicistes;
pues si dos veces moristes,
nosotros cuatro os lloramos;
a la fortuna culpamos
de sernos tan importuna,
y responde la fortuna
que era injusto que se viese
que dos veces no muriese
quien ha de vivir más de una.
De esta poeta apenas sabemos que vivió en el siglo xvii y que sintió admiración por la Casa de los Austrias.
Soneto a la muerte de doña Isabel de Borbón
De Francia marchitó la flor más bella,
del rigor más común el golpe fiero;
desdicha grande, si funesto agüero,
que a España le dejó tanta querella.
Si alfombras de cristal triunfante huella
túmulo de dolor grave y austero
renueva sus memorias tan severo
que anocheció la más lucida estrella,
hoy atenta celebra las memorias
del sol, a quien debió luces tan claras,
llorando que le falten sus reflejos.
Perdió su luz mi sol, perdí mis glorias;
aquí, vida veloz, tu curso paras;
quiebren a un mismo tiempo dos espejos.
Cristobalina Fernández de Alarcón
Tras nacer en Antequera en 1576 su padre le procuró una educación humanística antes de casarla a los quince años con un comerciante. El chismorreo de la época asegura que inspiró su célebre «Canción amorosa» en la pasión extramatrimonial que le despertó Pedro Espinosa. Participó en numerosas justas poéticas donde sobresalió por su talento para la improvisación. Tras quedarse viuda se casó con un joven estudiante. Se dice que del disgusto Pedro Espinosa se retiró a una ermita; pero el dato está menos contrastado que el de su muerte el año 1646, en la misma Antequera, de la que apenas salió.
Canción amorosa
Cansados ojos míos,
ayudadme a llorar el mal que siento,
hechos corrientes ríos
daréis algún alivio a mi tormento
y al triste pensamiento
que tanto me atormenta
anegaréis con vuestra gran tormenta.
Llora el perdido gusto
que ya tuvo otro tiempo el alma mía,
y el eterno disgusto
en que vive muriendo noche y día;
que estando mi alegría
de vosotros ausente,
es justo que lloréis eternamente.
¡Que viva yo penando,
por quien tanto de amarme se desdeña!
¡Que cuando estoy llorando
haga tierna señal la dura peña,
y que a su zahareña
condición no la mueven
las tiernas lluvias que mis ojos llueven!
Sombras que en noche oscura
habitáis de la tierra el hondo centro,
decidme ¿por ventura
iguala con mi mal el de allá dentro?
Mas ¡ay! que nunca encuentro
ni aun en el mismo infierno
tormento igual a mi tormento eterno.
¿Cuándo tendrá, alma mía,
la tenebrosa noche de su ausencia
fin, y en dichoso día
saldrá el alegre sol de tu presencia?
Mas ¿quién tendrá paciencia?
Que es la esperanza amarga
cuando el mal es prolijo y ella es larga.
¡Oh, tú, sagrado Apolo!,
que del alegre oriente al triste ocaso,
el uno y el otro polo
del cielo vas midiendo paso a paso,
¿has descubierto acaso
desde tu sacra cumbre
el hemisferio a quien mi sol da lumbre?
Dirasle, si lo esconde
en sus dichosas faldas el aurora,
lo mal que corresponde
a aquesta alma cautiva, que le adora;
y cómo siempre mora
dentro del pecho mío,
tan abrasado cuanto el frío es frío.
Infierno de mis penas,
fiero verdugo de mis tiernos años,
que con fuertes cadenas
tienes el alma presa en tus engaños,
donde los desengaños,
aunque se ven tan ciertos,
cuando llegan al alma llegan muertos.
Yo viviré sin verte
penando, si tú gustas que así viva,
o me daré la muerte,
si muerte pide tu piedad esquiva;
bien puedes esa altiva
frente ceñir de gloria
que amor te ofrece cierta la victoria.
Tuyos son mis despojos,
adorna las paredes de tu templo;
que tus divinos ojos
vencedores del mundo los contemplo;
ellos serán ejemplo
de ingratitud eterna.
¡Ay ojos, quién os viera!
que no hubiera pasión tan inhumana
que no se suspendiera
con vista tan divina y soberana.
Quedara tan ufana,
que el pensamiento mío
cobrara nuevas fuerzas, nuevo brío.
Si amor, que me transforma,
quitándome el pesado y triste velo,
me diera nueva forma,
volara, cual espíritu, a mi cielo,
y no abatiera el vuelo,
que yo rompiera entonces
de cualquier imposible duros bronces.
No estuviera seguro
el monte más excelso y levantado,
ni el más soberbio muro,
de ser por mis ardides escalado,
y a despecho del hado,
descendiera, por verte,
al reino oscuro de la oscura muerte.
Mil veces me imagino
gozando tu presencia, en dulce gloria,
y con gozo divino
renueva el alma su pasada historia;
que con esta memoria
se engaña el pensamiento,
y en parte se suspende el mal que siento.
Mas como luego veo
que es falsa imagen, que cual sombra huye,
auméntase el deseo,
y ansias mortales en mi pecho influye,
con que el vivir destruye:
que amor en mil maneras
me da burlando el bien, y el mal de veras.
Canción, de aquí no pases,
cese tu triste canto;
que se deshace el alma en triste llanto.
Soneto a la batalla de Lepanto
De la pólvora el humo sube al cielo,
busca el cielo su esfera, y entre tanto
mira Neptuno con terror y espanto
teñido en sangre su cerúleo velo.
Al centro profundísimo del suelo
bajan mil almas con eterno llanto
a contar la batalla de Lepanto,
y otras vuelan al reino del consuelo;
cuando de Carlos el valiente hijo
español Escipión, César triunfante,
levantando en sus hechos su memoria:
«¡Virgen Señora del Rosario», dijo,
«venced nuestro enemigo!», y al instante
se oyó por los cristianos la victoria.
Soneto a san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier
Sale dando matices de escarlata
al cielo de zafir el sol dorado
y el grato al resplandor que le ha prestado
todo planeta influye en luz de plata.
Si en un espejo el cielo se retrata,
de estrellas, cielo y sol se ve un traslado,
mas si el cristal por arte es ochavado,
en diversas esferas se dilata.
Javier e Ignacio a Dios, que es sol, imitan
en la Iglesia, cristal de la triunfante,
distinta en dos opuestos paralelos.
Mas no en la unión que entre ambos solicitan,
siendo el uno en Poniente, otro en Levante,
dos planetas, dos soles en dos cielos.
A la Virgen
Reina del cielo, que con bellas plantas
sobre tapetes y alcatifas bellas,
cantando himnos y pisando estrellas,
los coros guías de doncellas santas,
de cuyas gracias tantas
se admiran de tu corte los galanes,
los que, en vez de brocado y tafetanes,
visten púrpura ardiente y blancas luces:
escucha mi lamento,
si mis piadosas lágrimas
pueden subir al reino del contento.
Poeta de la que solo conservamos trazos biográficos borrosos. Se conjetura que fue hija del autor dramático Francisco Antonio de Monteser.
Soneto a la muerte de Felipe III
No pases, huésped, no, para y admira
la pompa de este túmulo arrogante
y esa inscripción te informará elegante
que es lengua muda de esta excelsa pira.
Penetra el mármol y en su centro mira
triste cadáver el cristiano atlante,
contra el hereje rayo fulminante,
que ya su imperio y majestad expira.
Aquí verás los triunfos por despojos
colgajos en el templo de la muerte,
donde huella la púrpura y cayado.
Mas si no son dos ríos tus dos ojos
no pares, huésped, no, para y advierte
que aquí vives y mueres retratado.
Ni un dato seguro conocemos de esta poeta, a la que algunos eruditos consideran hermana de Luciana de Narváez, de la que sabemos que nació en Antequera.
Soneto
Engañó el navegante a la sirena,
el dulce canto en blanda cera roto;
y ayudado del santo, su devoto,
el cautivo huyó de la cadena.
De la serpiente que en la selva suena,
la virgen se libró con alboroto,
y de las ondas se escapó el piloto
haciendo remo el brazo, nao la entena.
Yo, fuerte, presa tímida, constante,
venzo sirenas, sierpes, ondas, hierro,
y sola muero a manos de mi daño.
Virgen, piloto, esclavo, navegante,
ven, libres, que no importa a mi destierro
voto, temor, necesidad, engaño.
Soneto
Leandro rompe, con gallardo intento,
el mar confuso, que soberbio brama;
y el cielo, entre relámpagos, derrama
espesa lluvia con furor violento.
Sopla con fuerza el animoso viento,
triste de aquel que es desdichado y ama,
al fin al agua ríndase la llama,
y a la inclemente furia el sufrimiento.
Mas, ¡oh felice amante!, pues al puerto
llegaste deseado de ti tanto,
aunque con cuerpo muerto y gloria incierta.
Y desdichada yo, quien mar incierto,
muriendo entre las aguas de mi llanto,
aún no espero tal bien después de muerta.
De esta poeta apenas sabemos que vivió en el siglo xvi.
Alegres horas de memorias tristes
que, por un breve punto que durastes,
a eterna soledad me condenastes
en pago de un contento que me distes.
Decid: ¿por qué de mí, sin mí, os partistes
sabiendo vos, sin vos, cual me dejastes?
Y si por do venistes os tornastes,
¿por qué no al mismo punto que vinistes?
¡Cuánto fue esta venida deseada
y cuán arrebatada esta venida!
Que, en fin, la mejor hora fue menguada.
No me costastes menos que una vida
la media en desear vuestra llegada
y la media en llorar vuestra partida.
Poquísimo es lo que sabemos de Isabel de Vega, más allá de que la mayor parte de su vida transcurrió en el siglo xvi, y que por el tema y las dedicatorias de sus libros admiraba (y quizás trató en la corte) a Carlos V. Vivió largo tiempo en Madrid, pero tampoco es seguro que naciese allí.
Glosa a este villancico
Nunca más vean mis ojos
cosas que les den placer
hasta tornaros a ver.
Si pudiese con la vida
recobrarse el bien perdido,
yo la doy por bien perdida,
que el morir no es a medida
del dolor que he padecido;
y pues veros apartar
fue causa de mis enojos,
pues no queda que mirar
ni lágrimas que llorar,
nunca más vean mis ojos.
¿Qué puedo ya ver, señora,
habiéndote visto en mí?
Que el que te vido y te adora
no puede vivir un hora
más que cuando vive en ti;
mas pues que con mis gemidos
no puedo ya detener,
no se acabe el padecer,
ni suenen a mis oídos
cosas que les den placer.
Cuando me atormenta amor
con temor, ausencia y muerte,
tengo yo por buena suerte
vivir con tanto dolor
a trueque de esperar verte;
pero porque de sufrir
no se canse el padecer,
finge mi mal un placer
qu’es imposible sentir
hasta tornaros a ver.
Coplas
Ni basta disimular
ni fingir contentamiento,
qu’el rabioso pensamiento
revienta por se mostrar.
No me aprovecha callar
aunque la razón me ayuda,
que si la lengua está muda
los ojos saben hablar.
¡Oh, cuitado corazón!
¡Cuán dichoso hubieras sido
si fuera tu mal fingido
como los de muchos son!
Mas, ¡ay!, cuán a costa mía
es vuestro mal verdadero,
pues mucho más persevero
mientras más el mal porfía.
Ya no valen desengaños
para hacerme entender
cuán costoso es el querer
que acarrea tantos daños.
Qu’es tan ciega mi afición
y está el mal tan arraigado,
que en virtud de mi cuidado
me sustenta mi pasión.
Soneto a la muerte del emperador Carlos V
¡Oh, muerte! Cuánta gloria has alcanzado
triunfando del que triunfos par no tiene;
que triunfes más de nadie no conviene,
pues no hay plus ultra adonde has llegado.
Sosiéguese de hoy más tu pecho airado,
qu’el daño que por ti cruel nos viene
ni el nombre del que en tal dolor nos tiene
no temas que jamás será olvidado.
¡Oh César y Alejandro!, que ganastes
tan clara fama por los hechos raros
y con ellos triunfáis en el abismo.
¡Oh Carlos! Clara luz, que vos volastes
al sumo cielo con triunfos claros
después de haber triunfado de vos mismo.
Soneto al príncipe don Carlos de España, sobre este verso de David: «Omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt»
Divino ingenio, lengua casi muda,
hermoso rostro, cuerpo desgraciado,
valor inestimable no estimado,
con mano larga y de poder desnuda.
Virtud resplandeciente sin ayuda,
rigor y ejecución bien empelado;
benigno, afable, nunca espirmentado,
palabra firme, fe que no se muda.
Alto estado, grandeza, abatimiento,
prisión y libertad, poca salud
con ánimo constante y sufrimiento.
Pasó sin hacer daño a su virtud
el Príncipe don Carlos desdichado
a quien Fortuna rostro no ha mostrado.
Nacida en 1566, muy cerca de la ciudad de Sevilla, en Cazalla de la Sierra, en un ambiente de pobreza tan agobiante que obligó a sus padres a llevarla a servir en un convento. La priora se encariñó de la niña y le trazó una cómoda carrera religiosa que se prolongó hasta su muerte en 1617. La poesía ocupó en su vida un espacio modesto si lo comparamos con el millar y medio de cuadernos que escribió, al dictado de Dios, sobre doctrina eclesiástica, y que despertaron las sospechas de la Inquisición.
Canción
Alma, que estando muerta
y en horrores de vicios sepultada,
Dios te llama y despierta
con una voz tan dulce y regalada,
¿qué haces, que no escuchas
sus amorosos ecos? ¿Con quién luchas?
¿Qué miedos te combaten?
¿Qué temores te impiden? ¿Qué recelos
hay en ti que delaten
el logro de tus ansias y desvelos?
Responde a quien te llama
y no te hieles cuando Dios te inflama.
Concede al ocio justo
la piadosa atención que está pidiendo,
y con intenso gusto
escucharás a un cisne que muriendo
entre las ansias suyas
se acuerda así de las miserias tuyas.
–Pobre ovejuela –dice–,
¿qué quieres ignorante de tu daño,
malograrte, infelice?
¿No ves que vas huyendo del rebaño
de mis mansos corderos,
a ser manjar de lobos carniceros?
De ti te compadece;
ten lástima de ti, que vas perdida,
y si no te parece
que es muy grande tu culpa y tu caída,
mira, fiel, con cuidado,
verás lo que me cuesta tu pecado.
Mira estas nobles sienes
coronadas de espinas rigurosas,
y si en tu pecho tienes
piedad, mira estas puntas dolorosas
que el cerebro me pasan
y el corazón y el alma me traspasan.
Mira estos ojos bellos,
por tu culpa sangrientos y eclipsados,
y estos rubios cabellos,
en mi sangre teñidos y bañados;
verás al sol ponerse
y al oro entre la púrpura esconderse.
Mira aquestas mejillas
que a esmaltes de carmín fondo de nieve
les daban, ya amarillas,
sin su beldad hermosa cuanto breve;
mira, y verás mis labios
cárdenos lirios de sufrirte agravios.
Mira estas manos santas
que ocupadas en tales ejercicios,
misericordias tantas
obraron, por hacerte beneficios,
y para tu remedio
las verás taladradas por el medio.
Mira esta de rubíes
puerta, que en mi costado generoso
con pompas carmesíes
abrió un golpe de lanza impetuoso,
verás con este hierro
pagar mi amor lo que debió tu yerro.
Mira estos pies divinos
que, descalzos por una y otra parte,
tan diversos caminos
anduvieron gustosos a buscarte,
y en ellos castigada
verás tu liviandad desenfrenada.
Mira, si acaso puedes
mirar sin compasión, todo llagado
mi cuerpo, y si no excedes
en fiereza al león y al tigre airado,
viendo no lo merezco,
te dolerá lo que por ti padezco.
Mira que si en el verde
leño se hace tan cruel castigo,
es para que se acuerde
cuál será aquel que se hará contigo,
que, dada a tus placeres,
seca de gracia y de virtudes eres.
Pero si estás tan dura
que no te mortifican mis dolores,
y tu vana locura
los oídos le niega a mis clamores,
alma, repara y mira
que cuanta es mi piedad, tanta es mi ira.
Invocación del favor divino que puso la venerable madre sor María de la Antigua a esta obra
Socorredme, Señor mío,
si no queréis que perezca
entre dos mares metida
de quien soy y tus grandezas
hechas en la criatura
peor que el Cielo sustenta,
que cuanto mayores fueron,
tanto lo son las ofensas.
Mandaisme, mi Dios, que escriba
las soberanas larguezas
que habéis hecho con mi alma,
y cómo respondo a ellas.
Sépase mi ingratitud;
no tengas, alma, vergüenza;
pues sin vergüenza pecasteis,
decid que sois sinvergüenza.
Yo soy la ingrata que di
a mi Señor con las puertas
tantas veces en la cara,
como si Él algo perdiera.
Y habiéndole menester,
yo le traté de manera
que en no echarme en el Infierno
mostró su amor y grandeza.
Ojalá estuviera en él
primero que le ofendiera,
que no siento mis tormentos,
sino solo sus ofensas.
Nacida en Extremadura el segundo día de 1566, quedó bajo la tutela de su tía, María Chacón, tras quedarse huérfana apenas seis años después. La tía María se relacionaba con el arzobispo de Toledo, con el príncipe don Diego (del que había sido aya) y con las infantas. Cultivó la independencia para vivir sin casarse ni ingresar en ningún convento. En 1605 se trasladó a Lovaina con el propósito (satisfecho) de formar un contingente de misioneros para predicar en la Gran Bretaña. En aquella especie de monasterio privado murió el segundo día de 1614.
En la sagrada comunión
¡Ay! soledad amarga y enojosa,
cansada de mi ausente y dulce amado,
dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa.
Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.
Fragua, que en vivo fuego me convierte,
de los soplos de amor tan avivada,
que aviva mi dolor hasta la muerte.
bravo mar, en el cual mi alma engolfada
con tormenta camina dura y fuerte
hasta el puerto y ribera deseada.
Al pie izquierdo de Cristo
El pie que de amor me hirió
de solo mirarle un día,
¿qué efecto en el alma haría
cuando a mis labios llegó?
Dígalo amor, a quien diere
el alma por escucharle,
que fuerza será dejarle
vida y alma, si le oyere.
Que sin jamás apremiar
la voluntad de manera,
él la fuerza a que te quiera,
que no te puede olvidar.
El pie tu Silva besando,
que juntamente adoraba,
do sentí que al alma entraba
un fuego y otro abrasando.
Y abierto hasta el corazón
el camino a puro fuego,
a paso llano el pie luego
entró a tomar posesión.
Y tan perdida quedé,
cuando los ojos por verle
alcé, que por no perderle
me di por el dulce pie.
Y como me di a mí, diera
por solo este pie pintado
cuanto bien imaginado
puede haber, si le tuviera.
Aquesto así ejecutado,
me fuera suma riqueza
verle sobre mi cabeza
después de haberle besado.
Que no solo vencedor
tu robusto brazo diestro
es, que con tu pie siniestro
hieres y matas de amor.
Mil dardos dél me arrojaste
y al alma todos llegaron,
y mil heridas causaron
de amor, con que me mataste.
Deseos de martirio
Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado.
Di, amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquella suerte venturosa
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?
¿Ha sido, por ventura, haber querido
que la herida que al alma penetrada
tiene con dolor fuerte desmedido
no quede socorrida ni curada,
y, el afecto aumentado y encendido,
la vida a puro amor sea desatada?
Amor y ausencia
¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes;
ausente, Silva, el alma, tienes vida;
y el corazón aquesta misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?
Dime, si eres mortal, o inmortal eres.
¿Hate cortado Amor a su medida,
o forjado en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?
Vuelto a tu corazón cifra divina
de extremos mil Amor, en que su mano
mostrar quiso destreza peregrina,
y la fragilidad del pecho humano
en firmísima piedra diamantina,
con que quedó hecho alcázar soberano.
En el siniestro brazo recostada
de su amado pastor, Silvia dormía,
y con la diestra mano la tenía
con un estrecho abrazo a sí allegada.
Y de aquel dulce sueño recordada,
le dijo: «El corazón del alma mía
vela, y yo duermo. ¡Ay! Suma alegría,
cuál me tiene tu amor tan traspasada.
Ninfas del paraíso soberanas,
sabed que estoy enferma y muy herida
de unos abrasadísimos amores.
Cercadme de odoríferas manzanas,
pues me veis, como fénix, encendida,
y cercadme también de amenas flores».
Con apenas ocho años de edad ingresó en el convento de Santa María de las Dueñas, donde sobresalió como maestra de capilla por sus dotes vocales y su talento como interpreté de órgano. El Huerto del celestial esposo constituye junto con la reescritura de los salmos lo más importante de su obra. Murió en 1637 en Sevilla, la misma ciudad donde había nacido en 1595.
Salmo LXIV
A ti, Dios, en Sión den alabanzas
tus queridos devotos;
los que en Jerusalén ¡oh rey! alcanzas
también te rindan votos.
Y entre unos y otros yo te pido,
dando al alma trasiegos,
que inclines tu amoroso y fiel oído
a mis humildes ruegos.
Pues a ti solo todos los mortales
van a pedir remedio
de sus crueles y incurables males
como a su único medio.
Contra nosotros han prevalecido
las palabras dañosas
de nuestros enemigos, y han vencido
sus lenguas venenosas.
Si desto causa han sido los pecados
que habemos cometido,
de tu piedad seremos perdonados,
cual siempre lo hemos sido.
Porque es dichoso y bienaventurado
aquel que Tú recibes,
y por mil siglos vive coronado
adonde Tú resides.
Que es tu sagrado templo donde hay bienes
y premios de honra y gloria;
allí tu mano coronó sus sienes
con triunfos de victoria.
Dando con igualdad a cada uno
el premio que merece,
quedando de honra y gloria siempre ayuno
el que el mundo engrandece.
A los que somos tuyos, salud nuestra,
óyenos del altura,
y muestra en nuestra ayuda tu gran diestra,
¡oh mi esperanza pura!
que aunque al fin de la mar y de las tierras
esté de ti apartado,
me aparejas los montes y las sierras
que sirven de collado,
donde con tu poder y fortaleza,
mientras el mar se altera,
me ciñen de valor y de firmeza,
guardando mi fe entera.
Viendo tu gran saber y tus señales
las gentes te temieron,
y aunque eran enemigos capitales,
tu poder conocieron.
Que alegras y entristeces cuando quieres,
que ordenas noche y día,
que sanas y das vida, matas, hieres,
que eres del alma guía.
Y para encaminarla a tu alto cielo
visitaste la tierra,
dejando enriquecido nuestro suelo
del bien que en ti se encierra.
El río caudaloso y de contento
del tesoro del Padre,
para dar a las almas su sustento
nació de Virgen madre.
Y los demás arroyos se enriquecen
de peces nadadores;
las plantas y las flores reverdecen
y respiran olores.
Con tu rocío manso y amoroso
se alegran los sembrados,
y crece el trigo grueso y espigoso
en los verdes collados.
Y viéndolo tan fértil y abundoso
tu bendición le echaste
benigno, afable y misericordioso,
que en verlo te alegraste.
Los campos ya desiertos y agostados
primaveras parecen,
y en los cerros más altos y empinados
la rosa y clavel crecen.
Y las ovejas mansas parideras,
con los demás ganados,
pacen la fresca hierba en las riberas,
de gozo rodeados.
Y todos con balidos, brincos, danzas,
te dan mil alabanzas.
En 1555 vino al mundo esta hija de un jurista toledano. Ingresó de adolescente en el convento de Santa Isabel. En 1620 emprendió un viaje (casi asombroso en aquel tiempo) a Manila con el propósito de ejercer como abadesa de un nuevo convento, allí falleció en 1630. Pese a su fama de escritora prolífica muchos de sus escritos se han perdido.
Soliloquio
Vuestra soy, para vos nací;
¿qué mandáis hacer de mí?
Inaccesible grandeza,
eterna Sabiduría
y bondad del alma mía,
Dios, un ser, poder y alteza,
mirad la suma pobreza
de esta que se ofrece aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y mi alma,
mis entrañas, mi afición;
luz, esposo y Redención,
pues por vuestra me ofrecí,
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte o dadme vida,
salud o enfermedad
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
que, medrosa o atrevida,
a todo diré que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dadme gusto o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo;
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me vendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que me esté holgado
por amor, quiérome holgar;
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando;
decí dónde, cómo y cuándo,
decí, dulce amor, decí,
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad;
si abundancia o devoción,
o si no esterilidad.
Soberana Majestad,
solo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor ignorancia,
dadme años de abundancia
o de hambre y carestía,
tinieblas o claro día,
revolvedme aquí o allí;
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra lodosa
sea Job en el dolor
o Juan que al pecho reposa,
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así;
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea Joseph en cadenas
o de Egipto Adelantado;
sea David sufriendo penas
o el mesmo ya coronado;
sea Jonás anegado
o libertado de allí;
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
la ley me esté preguntando,
la gracia sane mi llaga;
crezca o se mengüe mi paga,
solo vos vivid en mí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací;
¿qué mandáis hacer de mí?
Su novelesca vida nos dice que tras quedarse huérfana vivió de cuidar ovejas en Ávila, donde había nacido en 1549. Su ingreso en el convento de San José interrumpió esta vida pastoril, allí conoció a santa Teresa, a quien acompañó en varios viajes por Palencia y Burgos, transmitiéndole su pasión por la poesía. Pasó por Madrid, París y Amberes, con el cometido de fundar conventos. Murió en 1626.
Letrilla
Si ves mi pastor,
háblale, Llorente;
dile mi dolor,
mira si lo siente.
Dile con cuidado,
y bien dicho, pastor,
que por qué ha cerrado
ansí mi corazón,
y siendo el Señor
ansí se me ausente.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Vuélveme la luz,
caro y buen amigo,
y venga la cruz
como seáis servido,
que ese es el camino
que pide el amor.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
La noche es oscura
y da mil temores,
y los robadores
que no se conduran;
¿y entonces te escondes,
mi buen fiador?
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
No os mostréis tan duro,
buena está la prueba
y basta la hecha,
pues veis no es seguro
en tan flaca tierra
y tan sin vigor.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
¿Cómo me has metido
en tan fuerte breña,
y te has escondido
dejándome en ella
y en estrecha senda
sin saber dó voy?
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Si me has entendido,
¿cómo no respondes
a un triste suspiro
que es cierto que le oyes?
Y eso más me pone
triste y con temor.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Dile cuál estoy
y todas mis penas,
y con gran dolor
de ver sus ausencias,
y en tierras ajenas
que es más el temor.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Dile que no tarde,
porque yo me muero
y no hallo nadie
que me dé consuelo
si yo no le veo
en mi corazón.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Dile que a qué hora
quiere que le aguarde,
que él mismo la escoja
y que me lo mande,
y que yo le halle
como a mi pastor.
Dile mi dolor,
mira si lo siente.
Sor Hipólita de Jesús Rocaberti
Nacida en Barcelona a principios de 1549, Hipólita solo pasó once años en su aristócrata casa donde confluían los títulos de vizconde de Rocaberti, conde de Módica y Osona, marqués de Anglesola y conde de Pereleda, para tomar el hábito, bajo la supervisión de su tía sor Estefanía. Su carrera eclesiástica fue modesta y no pasó de maestra de novicias. Murió en pleno verano de 1624.
¡Oh, llave piadosa,
consuela esta alma que rendida pide,
y muéstrale el tesoro
que nadie puede ver sino el humilde!
El humilde Cordero
que por nosotros fue crucificado,
abrió los siete sellos
que solo descifrar puede su mano.
¡Oh, deseada llave
de los profetas, a que abriste el Cielo,
y porque en ti esperaron,
ni avergonzados ni confusos fueron!
¡Oh, llave de oro fino,
abre mi corazón a tu ley santa;
el espíritu ardiente
dél sea el escritor, y yo la tabla!
Con su dedo divino
su amor tan firme grabe,
que borrarle no puedan
ni penas, ni dolor, ni enfermedades.
¡Oh, saber sempiterno,
a esta hormiguita admite
en esa abierta llaga
de tu costado, donde el alma vive!
A este vil gusanillo
tu calor sea fomento,
que de frío se muere
si no le das aliento con tu fuego.
¡Oh, llave de mi alma,
a este entendimiento oscurecido
enviad esos rayos
que vuestro pecho oculta en su retiro!
¡Oh, llave gloriosa
de mi dulce Jesús, que eternidades
liberal facilita
para vivir con él y con su Padre!
¡Oh, llave, que escondida
del seno superior al mundo bajas
porque elevado el hombre
pueda ascender al cielo de tu gracia!
Jesús, amable dueño,
selle mi corazón tu dulce mano;
la culpa no le empañe;
tú seas el Señor, y no el pecado.
Si eres celestial puerta,
y llave te llamó el santo Isaías,
no a mis deseos niegues
esta gloria feliz por que suspiran.
En la coluna miro
abierta por mi bien tu sacra espalda;
esa coluna sea
norte de mi desierto hasta la patria.
¡Oh, qué llave divina
que abre a todos los predestinados
sin que nadie lo embargue,
sino solo el pecado no llorado!
Pues si el Cielo franqueas
a los atribulados y afligidos,
admite del que llora
tus ofensas, el grato sacrificio.
Himno en desprecio del mundo
Pues a cuanto el mundo alaba
pone fin la sepultura,
no quiero bien que no dura,
ni temo mal que se acaba.
Llore yo el tiempo pasado
y menosprecie el presente,
meditando atentamente
el tiempo que no ha llegado.
Pues el tiempo está pasando
y se me acerca la muerte,
quiero vivir de tal suerte,
que en el bien me halle velando.
La cruz quiero por cayado,
séanme clavos y lanza
asilos de mi esperanza
en mi corazón fijados.
Aunque vivo en este mundo,
trátole como traidor,
aborrezco su favor,
vístome de su descuido.
A mi alma, cual carbón,
muerta, negra, fría y fea,
con la sangre la hermosea
que por mí en su Pasión dio.
La muerte venir afecta;
yo deseo que no tarde
cuando mi corazón arde
en la caridad perfecta.
Si el mundo llama al perdido,
llama Jesús sus electos;
quiero ser de los perfectos
y a Jesús prestar oído.
Este es cordero y pastor
y yo su pequeña oveja,
y así mi amor se apareja
a oír la voz del Señor.
¡Oh!, si en esta tierra ajena
viviera yo de tal suerte
que cuando llegue la muerte
venga muy en hora buena.
La vida de esta poeta, nacida en Toledo en 1548, está estrechamente ligada a la de santa Teresa, a la que conoció cuando trabajaba de doncella en casa de Luisa de la Cerda. Santa Teresa no tardó en convencer a la chica para que se uniese a su orden, donde desarrolló una actividad frenética, primero como priora del convento de Sevilla, y tras varios roces con la Inquisición, en Lisboa. Murió agobiada por la persecución a la que fueron sometidos los herederos espirituales de santa Teresa (con la que mantuvo una prolongada correspondencia) en el convento de Cuerva en 1603.
Ansias de amor
Por las calles y plazas voceando,
buscando te he andado, Amado mío;
mil días han pasado, y no hallando,
con dolorosas ansias a ti envío
mil suspiros, y a todos conjurando,
cada cual me arroja y da desvío;
vuelvo con triste llanto y cruda pena
a soltar al dolor copiosa vena.
Tornen los ojos al continuo llanto,
torne el gemido, torne la tristeza,
cubra el cielo su lustroso manto
y todo se me vuelva en aspereza,
y nada me sustente, ni vea cuanto
cobija el firmamento y su riqueza,
que mientras no tuviere luz preciosa,
la que alumbra a los otros me es odiosa.
El caos confuso oscuro otra vez sea,
que para mí yo doy carta de horro
a todo lo criado, y nada sea
en mi favor, provecho, ni socorro;
hasta que aquel que ama mi alma vea,
en nada paro y con deseo corro
al fin donde me llevan mis deseos,
huyendo de tropiezos y rodeos.
Y por que nada estorbe mi destino,
ni me impida ninguna criatura,
a todos doy repudio, y sé que atino,
porque sin ti, mi Dios, todo es locura,
y quien en esto para, va sin tino,
buscando eterna muerte y desventura;
vaya lejos de mí lo que es dañoso,
y aun para vivir lo provechoso.
Lejos vaya de mí todo contento,
afuera tierra y afuera suelo,
que sin Dios nada soy ni llevo intento
admitir el más mínimo consuelo;
si algo he de admitir, es el tormento,
ansias, penas que dais y desconsuelo;
que esta medicina a mi dolencia
sana, y della tengo ya experiencia.
No hay agua más preciada al sediento,
ni manjar más sabroso al sin hastío,
ni sombra do descanse el sin aliento
de la furia del sol en el estío;
ni tesoro escondido al avariento,
ni al ambicioso el mando y señorío
que más gustoso sea y agradable,
que a mi alma es la pena dulce, amable.
Y por que no me falte, determino
hacer un desafío a sangre y fuego
a aquestos tres tiranos que el camino
impiden al que busca con sosiego
solo lo celestial y lo divino;
al que mi alma busca pido y ruego
que crezca y nunca cese aquesta guerra,
ni ya más tenga yo paz en la tierra.
¡Oh, mundo crudo, desleal, insano!,
huir quiero de ti y de quien te sigue,
pues tu trato perverso e inhumano,
a aquel que más te ama más persigue.
Dichoso es aquel que da de mano
a aquesta bestia fiera, que prosigue
en ser siempre contrario y enemigo,
pues hará menos mal que siendo amigo.
Mas ¿para qué me acuerdo de que hay cosa
que bien ni mal me haga en este suelo,
pues sola su memoria aun es dañosa?
Cubrir quiero mi rostro, y puesto velo
a todo lo criado, como esposa
de aquel eterno Rey de tierra y cielo,
prosiga el lamentar ya comenzado,
no cese el penar, pues no le he hallado.
¡Ay, ay, Amado mío! ¿Qué te has hecho?
¿No te duele el clamor de mi gemido,
viendo mi corazón por ti deshecho,
y siendo tú la causa, que has herido
con un terrible golpe el tierno pecho?
¿Por qué huyes de mí y te has escondido?
Respóndeme, Señor y dulce Padre,
Esposo, Hermano, Amigo y cara madre.
Que gustas ver penar a quien te ama
con un amor más duro que el infierno,
más que la muerte fuerte, ardiente llama,
que resuelves el alma en llanto tierno:
¿por qué no respondes, di, a quien te llama,
y das fin a tan cruel invierno?
Si no socorres presto, consumida
será en breve la flaca y triste vida.
Viva me enterraré por darte gusto,
y poder con silencio contemplarte,
que por gozar de ti el trabajo es gusto,
y al infierno iré si allá he de hallarte:
ni hambre, ni trabajo, ni disgusto
de ti me apartará, ni será parte
la infernal canalla a persuadirme
y de lo comenzado a disuadirme.
Morir quiero y me ofrezco a la partida,
y a todo lo visible doy de mano,
y quiero, mi Señor, ser despedida
por ti de cuanto tiene el ser humano:
el gusto y el consuelo y propia vida,
memoria y voluntad pongo en tu mano,
cuerpo, alma, sentidos, ser y gloria:
con tu favor espero la victoria.
Suplico, mi Señor, a tu clemencia,
por tus entrañas tiernas, regaladas,
asista a aqueste acto tu clemencia
notando las postreras boqueadas;
pues sin tu favorable asistencia
nuestras obras son bajas, desechadas,
¿qué puede hacer la humana criatura,
si el Hacedor no esfuerza su hechura?
Con estas tres postreras hago fin,
y entro en el sepulcro de mi grado:
la primera, obediencia: con tal fin
de resignarme en manos del prelado
aunque no sea tal cual serafín,
antes riguroso y desgraciado;
por no seguir la antigua inobediencia,
me sujeto a la ajena providencia.
Las otras dos que menos son penosas,
a la observancia de ellas yo me entrego:
pobreza, castidad, piedras preciosas
de propiedad contra el eterno fuego;
libre será de penas tenebrosas
y vivirá contento con sosiego
aquel que en caridad las engastare
y a tu misericordia invocare.
Y para estar de todo satisfecha,
resta, mi dulce Amado, que te vea
que con esta esperanza en vida estrecha
el alma se regala y se recrea;
pero si mucho tardas, es deshecha
con mil dudas aquella que desea
ver de tu dulce amor alguna prenda;
da medio, Amado mío, que esto entienda.
Suene ya tu voz en mis oídos,
y como a Lázaro di que salga fuera
y en los tuyos se oigan mis gemidos;
muestra tu claro rostro más que espera,
acaba ya, Señor, sean concedidos
mis ruegos, que no es justo que el que espera
en ti, sea defraudada su esperanza,
pues el que en ti esperó todo lo alcanza.
Esto es ser carmelita reformada
Pobre el vestido, limpio sin cuidado,
un rostro afable, grave, alegre, honesto,
un trato honroso, sincero y modesto,
a la verdad el corazón ligado;
un valeroso pecho al bien atado,
sin que temor o amor le mude el puesto,
conforme a Dios, en todo al hombre opuesto,
por sí mismo temblando sosegado;
buscar a Dios, por solo ser Dios bueno,
abrazar con el alma la pobreza,
tener por libertad el ser mandada;
el corazón vacío, de Dios lleno,
conocer la soberbia en su bajeza:
esto es ser carmelita reformada.
Redondillas exhortando a las carmelitas descalzas a conservar las constituciones de santa Teresa
¡Ay, ay, Carmelo dichoso,
guarte, que anda la raposa
solícita y cuidadosa
por quitarte tu reposo!
Está con el ojo alerta,
puesto siempre en centinela,
y llama para esta vela
a tu Teresa y Alberto.
No fíes en esperanzas
ni promesas aparentes,
nota bien inconvenientes
y previene las mudanzas.
No te engañen con decir
de otras nuevas perfecciones;
huye de las invenciones,
que te quieren destruir.
Bien vas, bien vas, no te mudes,
pues tiene larga experiencia;
resiste con vehemencia,
de lo demás no te cures.
¡Ay, ay, otra vez te digo,
y mil decirlo querría,
y aún de grado moriría
y desde luego me obligo!
A trueque de te servir,
dulce monte y patria buena,
venga sobre mí la pena,
que no quiero más vivir.
Por no ver el torbellino
y tempestad que diviso,
no digas que no te aviso
con tiempo lo que adivino.
¡Ay!, que a todos descuidados
nos hallará, sin pensar
que nos podrá derribar;
no es bien ser tan confiados,
ni fiar de nuestro celo
y nuestra traza y prudencia;
mira a quien tiene experiencia;
abre los ojos, Carmelo.
No fíes de mal tu cumbre,
ni vivas tan descuidado;
mira que nunca ha mudado
el enemigo costumbre
de acometer lo más alto,
y cuanto más, más codicia
armarse de su malicia,
por dar aún mayor asalto.
Ves que comienza a bramar
el lobo infernal que espanta,
y una borrasca levanta
por la parte aquilonar,
y por la de Mediodía,
debajo del santo celo,
irá puniendo tal velo
que nos perturbe la guía.
Soplará donde el sol nace
con promesas de bonanza,
con que sabe se abalanza
cada uno a lo que hace.
Al Poniente asomará
una nube muy espesa,
porque todos se den priesa
contra el mal que fingirá.
Con esto los más celosos
del bien común, engañados,
apartarán de los prados
sus corderos recelosos.
Dejarán el pasto llano
por inútil y dañoso,
seguirán el montüoso
teniéndole por más sano.
Por las matas entrincadas
veréis saltar cada uno;
como ganado cabruno
se tratarán las majadas.
Volverse han los cachorrillos
contra los fuertes mastines
levantarse han de malsines
aquí y allí mil corrillos.
A los más sabios zagales
y zagalas más prudentes,
tendrán por impertinentes
y dignos de grandes males.
¡Ay del corral de Teresa
si no es presto socorrido
del gran Pastor del ejido,
cómo ha de hacer en él presa!
No sin causa voceaba
tantos años ha Benito,
aquel incógnito grito
que con un ¡ay! le acababa.
¿Qué remedios buscaremos
que prevenga este rigor?
Pues tenemos buen pastor,
celoso, ¿por qué tememos?
Sí lo es, sin duda alguna,
y amigo de perfección,
y es sola su pretensión
colocarnos en la luna.
Mas ¡ay! que cuanto más buena
es la intención celosa
es más difícil la cosa;
que no hay agotar la vena
del que camina pensando
que hace a Dios algún servicio;
y no hay alegarle vicio
en lo que va fabricando.
Es embozo acostumbrado
de aquel dragón infernal,
dar el tósigo mortal
metido en vaso dorado.
Y así, vistiendo de celo,
cuantas máquinas ha hecho
las ha sentado en el pecho
como una cosa del cielo.
Pues ¿qué remedio ha de haber,
carilla, para tal furia?
Irnos a la sacra Curia,
que nos podrá socorrer.
¡Somos mujeres! Pregunto:
¿cómo seremos oídas?
Menos oirán caídas
en los males que barrunto.
Pues cuando es tiempo que vamos,
luego no haya dilación,
que se pasa la ocasión
y no es bien que la perdamos.
Salí, hermanas, no temáis,
que en tal caso ha de ir ufana
cada cual de buena gana,
pues que trabajos buscáis.
Pues ¿qué mejor coyuntura
queréis, que en tal ocasión
mostrar pecho y corazón,
que lo demás es locura?
¿Arrinconamos sin tiento
cuando es razón nos pongamos
con ánimo y resistamos?
Os espantáis ya del viento.
De los gritos y amenazas
no hagáis caudales, pues sabéis
que ayuda cierta tenéis
contra las malignas trazas.
En año de seis y ochenta
como sabéis, esto digo;
alguno será testigo
que probará la tormenta.
Nacida en Medina del Campo en 1545 con el nombre de Ana de Lobera Torres, al entrar en el convento carmelita adoptó el apelativo por el que ahora la conocemos. Editó el Cántico de san Juan de la Cruz y la traducción del Cantar de los Cantares de Fray Luis de León. Muy activa en la defensa de la religión, fundó conventos de descalzas en Granada, Madrid, Francia y Bruselas, ciudad donde murió en 1621.
Invitación de Navidad, 1585
Sal acá fuera, querido.
Darémoste el corazón
y tú tomarás posesión.
Sal acá fuera, querido,
ya del vientre de tu madre,
abajo de las alturas,
que allí tienes a tu Padre.
Que no te entrega nadie;
hasta verte, el corazón
y tú tomarás posesión.
Liras en loor de los trabajos
Quien no sabe de penas
en este valle lleno de dolores
no sabe cosas buenas,
ni ha gustado amores,
pues penas son el traje de amadores.
La piedra reprobada
por los hombres y por Dios elegida,
con penas fue labrada
dando su propia vida
con ansías y dolores sin medida.
Y aquellas que tú viste,
¡oh, Juan!, del claro febo revestida,
ropas de penas viste,
con ellas guarnecida
vivió su virginal y limpia vida.
Y aquellos capitanes
para doctores nuestros enviados
fueron purificados
con trabajos y afanes
y en la sublime rueda colocados.
Y el coro ensangrentado,
que la aureola goza por la espada,
con penas fue labrado,
con muerte trabajada
subió a la vida bienaventurada.
Y aquel vergel bendito
de vírgenes sagradas tan florido,
domando su apetito
de penas fue vestido,
tentado, fatigado y afligido.
Y los que se apartaron
por las congregaciones y desiertos,
vestidos caminaron
de penas cubiertos,
cansados, agotados, casi muertos.
Esta es la vestidura
de aquello que son viejos escogidos,
de los favorecidos
esta es la cobertura,
amados, regalados y queridos.
Con tanta rica librea
se gozará su alma rodeada,
con tal querella se vea
como piedra labrada
en el alto edificio colocada.
Vengan, pues, los dolores
y labren esta piedra seca y dura.
Trabajos, desfavores.
congoja y amargura
duren mientras la triste vida dura.
Aunque nacida en Toledo (entre 1522 y 1530), su familia se trasladó, siendo ella adolescente, a Lisboa. Allí se la conoció como La Toledana, y empezó a sobresalir en filosofía, retórica, poesía... y el manejo de varias lenguas, incluido el caldeo. Su boda con Francisco de Cuevas, un hidalgo de Burgos, la trajo de regreso a España. Carolina Coronado escribió una novela, La Sigea, inspirada en su vida. Murió en 1560.
Un fin, una esperanza, un cómo, un cuándo
Un fin, una esperanza, un cómo, un cuándo;
tras sí traen mi derecho verdadero;
los meses y los años voy pasando
en vano, y paso yo tras lo que espero;
estoy fuera de mí, y estoy mirando
si excede la natura lo que quiero;
y así las tristes noches velo y cuento,
mas no puedo contar lo que más siento.
En vano se me pasa cualquier punto,
mas no pierdo yo punto en el sentirlo;
con mi sentido hablo y le pregunto
si puede haber razón para sufrirlo:
respóndeme: sí puede, aunque difunto;
lo que entiendo de aquel no sé decirlo,
pues no falta razón mi buena suerte,
pero falta en el mundo conocerse.
En esto no hay respuesta, ni se alcanza
razón para dejar de fatigarme,
y pues tan mal responde mi esperanza
justo es que yo responda con callarme;
fortuna contra mí enristró la lanza
y el medio me fuyó para estorbarme
el poder llegar yo al fin que espero,
y así me hace seguir lo que no quiero.
Por sola esta ocasión atrás me quedo,
y estando tan propensa al descontento,
las tristes noches cuento, y nunca puedo,
hallar cuanto en el mal que en ella cuento;
ya de mí propia en esto tengo miedo
por lo que me amenaza el pensamiento;
mas pase así la vida, y pase presto,
pues no puede haber fin mi presupuesto.
Canción de la señora Luisa Sigea de Velasco, declarando: «Habui menses vacuos et noctes laboriosas, et numeravi mihi»
Pasados tengo hasta ahora
muchos meses y largos
tras un deseo en vano sostenido
que tanto hoy día mejora
cuanto los más amargos
y más desesperados he tenido;
lo que en ellos sentido
no puedo yo contallo;
el alma allá lo cuente;
mas ella no lo siente
tan poco que no calle como callo;
¡oh grande sentimiento!
que a veces quita al alma el pensamiento,
y cuanto esto acaece,
según veo las señales
ya creo que el remedio está cercano;
la vida se amortece,
no se sienten los males
tanto como si esté el cuerpo más sano;
pero todo es en vano,
que al fin queda la vida
y torna el alma luego
en el acostumbrado fuego
a ser muy más que antes encendida;
así que en fantasías
se me pasan los meses y los días,
en fantasías y cuentos
la vida se me pasa;
los días se me van con lo primero,
las noches en tormentos,
que el alma se traspasa
echando cuenta a un cuento verdadero
cual es desde que espero
el fin de mi deseo;
¡cuántas habré pasadas
de noches trabajadas
sufriéndolas por ver lo que aun no veo!
estas muy bien se cuentan,
mas ¡ay que las que quedan más me afrentan!
En esto un pensamiento
me acude a consolarme
de quantos males solo dél recibo
pensando en mi tormento
no oso de alegrarme
según que se me muestra tan esquivo;
con todo allí recibo
con tan nuevo consuelo,
y aunque parece sano
no oso echarle mano,
que a quien vive en dolor todo es recelo,
y al fin helo por bueno
y huelgo de acogerle acá en el seno.
Esta es una esperanza
que viene acompañada
de razón, que por mi parte no ha faltado,
que habrá de hacer mudanza
en la fortuna airada
que ha tantos años contra mí durado,
y aunque fuera hado
o destino invencible
de cruda avara estrella,
muriera el poder de ella
con el de la razón que es más terrible,
y con su ser perfecto
traerán de mi deseo buen afecto;
mas ¡ay! no sean estas
consolaciones vanas
que así como se sienten no esperadas
ansí se van tan presto
que dejan menos sanas
las almas donde fueren gasajadas;
las noches trabajadas
ajenas de alegría,
los días, meses y años
llenos de graves daños
habré de pensar siempre noche y día;
si en esto el remedio se halle
no sentiré el trabajo de esperadle;
porque no seas de las gentes creída
canción conmigo queda,
que yo te encubriré mientras que pueda.
Se cree que nació en 1516 cerca de Monforte, en un ambiente aristocrático, pues su padre era conde de Lemos y marqués de Sarriá. Poeta de inspiración precoz, se casó con el conde de Altamira, perteneció a la Academia de Madrid y murió en 1595.
Competencia entre la rosa y el sol
Púrpura ostenta, disimula nieve,
entre malezas peregrina rosa,
que mil afectos suspendió frondosa,
que mil donaires ofendió por breve.
Madre de olores a quien ambas debe
lisonjas, no por prenda de la diosa,
mas porque a los aromas deliciosa
lo más sutil de los alientos bebe.
En prevenir al sol tomó licencia:
sintiolo él, que, desde un alto risco,
sol de las flores halla que le incita;
mirola al fin ardiente basilisco,
y, ofendido de tanta competencia,
fulminando veneno la marchita.
Nacida en Ávila en 1515, entró a los 16 años como pensionista en el convento de Nuestra Señora de Gracia, donde se familiariza con la lectura y la escritura. Escribió obras piadosas como Las moradas o Camino de perfección. Cultivó la amistad con san Juan de la Cruz y trabajaron juntos para reformar conventos carmelitas. Tras una vida de achaques la muerte le dio alcance en otoño de 1582 cuando se dirigía a visitar a su amiga la duquesa de Alba.
Unos versos de la Santa Madre Teresa de Jesús, nacidos al fuego del amor de Dios que en sí tenía
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Aquesta divina unión,
del amor con que yo vivo,
hace a Dios ser mi cautivo,
y libre mi corazón.
Más causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Y si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte, do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo te resta,
para ganarte, perderte:
venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para mejor a él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues a Él solo es el que quiero,
que muero porque no muero.
El pez que del agua sale
aún de alivio no carece;
a quien la muerte padece
al fin la muerte le vale.
¿Qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero?,
que muero porque no muero.
Cuando me empiezo a aliviar
viéndote en el Sacramento,
me hace más sentimiento
el no poderte gozar;
todo es para más penar
por no verte como quiero,
que muero porque no muero.
Cuando me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
viendo que puedo perderte,
se me dobla mi dolor;
viviendo en tanto pavor
y esperando como espero,
que muero porque no muero.
Sácame de aquesta muerte
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que peno por verte,
y vivir sin ti no puedo,
que muero porque no muero.
Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida,
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh, mi Dios!, ¿cuándo será
cuando yo diga de vero:
que muero porque no muero?
Otra glosa sobre los mismos versos
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiere para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero
que muero porque no muero.
Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión,
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estoy hierros
en que está el alma metida!
Solo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero
que muero porque no muero.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta,
porque muriendo, ¿qué resta
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
Muerte, que así te requiero,
que muero porque no muero.
Villancico
¡Oh, hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
¡Oh, ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Quien no tiene ser juntáis
con el ser que no se acaba;
sin acabar, acabáis,
sin tener que amar, amáis,
engrandecéis nuestra nada.
Octava
Dichoso el corazón enamorado
que solo en Dios ha puesto el pensamiento.
Por Él renuncia a todo lo criado
y en Él halla su gloria y su contento.
Aun de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así, alegre pasa y muy gozoso
las olas de este mar tempestuoso.
Nada te turbe
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta:
solo Dios basta.
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
–Alma, ¿qué quieres de mí?
–Dios mío, no más que verte.
–¿Y qué temes más de ti?
–Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida,
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
Sea mi gozo en el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso,
y mi bonanza el quebranto.
Entre borrascas mi amor,
y mi regalo en la herida,
esté en la muerte mi vida,
y en desprecios mi favor.
Mis tesoros en pobreza,
y mi triunfo en pelear,
mi descanso en trabajar,
y mi contento en tristeza.
En la oscuridad mi luz,
mi grandeza en puesto bajo.
De mi camino el atajo
y mi gloria sea la cruz.
Mi honra el abatimiento,
y mi palma padecer,
en las menguas mi crecer,
y en menoscabo mi aumento.
En el hambre mi hartura,
mi esperanza en el temor,
mis regalos en pavor,
mis gustos en amargura.
En olvido mi memoria,
mi alteza en humillación,
en bajeza mi opinión,
en afrenta mi victoria.
Mi lauro esté en el desprecio,
en las penas mi afición,
mi dignidad sea el rincón,
y la soledad mi aprecio.
En Cristo mi confianza,
y de El solo mi asimiento,
en sus cansancios mi aliento,
y en su imitación mi holganza.
Aquí estriba mi firmeza,
aquí mi seguridad,
la prueba de mi verdad,
la muestra de mi firmeza.
Véante mis ojos
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Vea quien quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines:
flor de serafines,
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.
No quiero contento
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
solo me sustente
tu amor y deseo,
véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Pese al esfuerzo de los eruditos es muy poco lo que sabemos de esta mujer, la primera poeta española: apenas que fue dama de la corte de Isabel la Católica y que participó en certámenes literarios. La inclusión en el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511) salvó sus versos del olvido.
Canción
El amor ha tales mañas
que quien no se guarda dellas,
si se l’entra en las entrañas,
no puede salir sin ellas.
El amor es un gusano
bien mirada su figura,
es un cáncer de natura
que come todo lo sano.
Por sus burlas, por sus sañas,
dél se dan tales querellas
que si s’entra en las entrañas,
no puede salir sin ellas.
Es de diversas colores
que quien no se guarda dellas,
si se l’entra en las entrañas,
no puede salir sin ellas.
Es de diversas colores,
críase de mil antojos;
da fatiga, da dolores,
rige grandes y menores,
ciega muchos claros ojos;
y aquellos, desque cegados,
no quieren verse en clarura;
hállanse tanto quebrados,
que dicen los desdichados
es un cáncer de natura,
a quien somos sojuzgados.
Éntranos por las axiellas
cuándo quedo, cuándo apriesa,
con sospechas, con rencillas;
y al contar destas mancillas
tal se burla que s’confiesa,
y aun las más defendidas
señoras del ser humano
cuando deste son heridas,
si saben y son garridas,
y a ellas come lo sano
y a nosotros nuestras vidas.
Canción de unas perdices que le enviaron vivas
Destas aves su nación
es cantar con alegría,
y de vellas en prisión
siento yo grave pasión,
sin sentir nadie la mía.
Ellas lloran que se vieron
sin temor de ser cativas,
y a quien eran más esquivas
esos mismos las prendieron.
Sus nombres mi vida son
que va perdiendo alegría,
y de vellas en prisión
siento yo grave pasión,
sin sentir nadie la mía.
del riguroso invierno
presentarán lo triste
de un árido terreno.
Entonces mudamente
te dirá el campo seco:
nada en el mundo dura,
todo lo acaba el tiempo.
Mira esa hermosa tropa
de jóvenes sin seso,
que en pos de los placeres
corren sin conocerlos.
Después que se han cansado,
ya con el dulce acento,
ya con ligera planta,
agitándose el pecho
Examina y repara
si no ha sido su objeto
del próximo la ruina,
la envidia de su sexo.
Sus gozos se transforman
en pesares y celos,
nada en el mundo dura,
todo lo acaba el tiempo.
ALBA poesía
© de los poemas: herederos de Blanca de los Ríos, Sofía Casanovas, Concha Espina, Pilar de Valderrama, Concha Méndez, Cristina de Arteaga, Elisabeth Mulder, María Teresa Roca de Togores, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre, Carmen Conde, Marina Romero, Josefina Romo Arregui, Dolores Catarineu y Susana March.
© del prólogo: Ana Gorría
© de esta edición: Alba Editorial, s.l.u.
Baixada de Sant Miquel, 1 08002 Barcelona
www. albaeditorial.es
Diseño: Pepe Moll de Alba
primera edición: febrero de 2018
Conversión a formato digital: Alba Editorial
ISBN: 978-84-9065-405-7
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las san- ciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.
Alba es un sello editorial que desde 1993 ha emprendido una labor de recuperación de literatura clásica (Alba Clásica y Maior), así como de ensayo histórico, literario y memorísticos (Colección Trayectos). Asimismo, merece una especial mención la colección Artes Escénicas, dedicada a la formación de actores y la colección Fuera de Campo conocida por la publicación de textos de formación cinematográfica y literaria en todos sus ámbitos. También destacan sus originales y vistosos libros de cocina, así como sus Guías del escritor destinadas a aficionados y profesionales de la escritura. Por todo ello le fue concedido el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial, 2010. En 2012 ha incorporado a su catálogo dos nuevas colecciones, Contemporánea (dedicada a la ficción de hoy) y Rara Avis (clásicos raros de los siglos xix y xx).
Consulta www.albaeditorial.es
Alba Editorial, S.L.U.
Baixada de Sant Miquel, 1 bajos
08002 Barcelona
T. 93 415 29 29
info@albaeditorial.es