—Creo que he matado a un hombre. —Lewis vio que a Carol le temblaban las manos y se las cogió entre las suyas con ternura.
—Empieza por el principio y cuéntanos lo ocurrido. —Se obligó a hablar con mesura cuando lo que quería era rugir.
Carol cogió una gran bocanada de aire y pensó por dónde empezar. No había forma delicada de explicar lo ocurrido desde la llamada de su padre. Sabía que ellos podían enfadarse cuando supieran quién había robado el ordenador el día anterior y que ella no les había comunicado sus sospechas. Sin embargo, tenía que contárselos todo.
Empezó a hablar, lo hacía despacio, como si pusiera orden a sus pensamientos. Lewis frunció el ceño al escuchar toda aquella locura. Keanu estaba apoyado en la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho. En algún punto, Carol veía que Lewis miraba a Keanu y este le hacía un gesto con la cabeza, como si quisiera decirle que no la interrumpiera.
Ella no se dejó nada en el tintero, le explicó cómo había golpeado a ese hombre y lo había dejado sangrando en el suelo, en ese momento se puso una mano en el estómago, pues sintió náuseas.
—No se movía... —Una lágrima corría por su mejilla.
Lewis la levantó y se la sentó en el regazo. La envolvió entre sus brazos y la apretó contra su pecho.
—Has sido muy valiente, cariño.
Keanu los dejó solos y fue en busca del sargento Cliford, le explicó lo ocurrido y le dijo que tenían que ir a aquella dirección a ver si esos maleantes seguían allí; o si los dueños de la casa, que fueron quienes planearon todo, ya habían regresado. Héctor, que aún no se había marchado, se ofreció a ayudar y buscó en los aeropuertos, estaciones de trenes, buses e incluso por mar. Tenían que encontrar a la familia Shepard y a sus esbirros.
Cliford, que era el sargento del turno de noche, ordenó a sus hombres que se prepararan pues iban a salir enseguida. Williams le dijo que los acompañaría, y estuvo de acuerdo. Keanu sabía que Lewis iba a poner el grito en el cielo cuando se enterara de que lo dejaban allí, pero no estaba dispuesto a que se tomara la justicia por su mano. Si cogían a esos tipos, descargaría sobre ellos toda la furia que había visto en sus ojos al escuchar lo que le habían hecho a Carol.
Héctor les iba informando y supo que los Shepard llegaban al día siguiente de Nueva York.
—Buena coartada para que no se los pueda culpar de lo ocurrido.
—Lo que me tiene más furioso es pensar en lo que le harían a esa mujer una vez que tuvieran lo que querían. —Keanu había visto de todo en los años que llevaba en aquella unidad, pero que un padre mandara eliminar a una hija... aquello no tenía nombre.
—Los dos sabemos lo que iba a ocurrir.
—Por Dios, es su padre —exclamó Williams asintiendo—. Mañana estaremos esperando a este amoroso papá en el aeropuerto.
Al llegar a la dirección que les había dado Carol, entraron como un elefante en una cacharrería y pillaron a tres hombres sentados en la cocina de aquella elegante mansión. Los tomaron totalmente por sorpresa, uno de ellos llevaba la camisa manchada de sangre y se sujetaba una bolsa de hielo en una herida de la cabeza. Keanu creyó que eso aliviaría a Carol, pensar que había matado a un hombre la había trastornado mucho.
No parecían delincuentes de poca monta. Vestían con trajes y camisas, claro que trataban con un empresario que más bien parecía un mafioso y actuaba como tal.
Los maleantes no ofrecieron resistencia al verse rodeados por aquel grupo de hombres armados hasta los dientes. Más bien, actuaron como si no hubiesen roto nunca un plato.
—¿Qué está pasando aquí? —exclamó uno de ellos, que parecía el mandamás.
Williams lo miró a los ojos y vio tal chulería que le entraron ganas de soltarle un puñetazo.
—Eso es lo que nos vais a contar.
—Yo no sé nada —dijo el que se sostenía la bolsa de hielo en la cabeza.
—Lleváoslos —ordenó Cliford.
El resto de la unidad había registrado la casa y no halló rastro de que hubiesen retenido a nadie allí. Keanu se dirigió al exterior, y en la oscuridad la casa de la piscina se veía como una sombra a lo lejos. Se dirigió allí con Cliford pisándole los talones y dos de sus hombres a sus espaldas. Al registrar la pequeña construcción, encontraron donde había estado retenida Carol, los restos de la lámpara y el suelo ensangrentado.
—Sacad fotos de todo esto —ordenó Williams a los agentes.
—Sí, señor.
—Acordonad el perímetro y que venga la científica a buscar huellas —añadió Cliford.
***
Cuando Lewis se enteró por Héctor de que habían ido al lugar donde Carol había estado secuestrada, apretó las muelas, reteniendo en su garganta todas las maldiciones que le venían a la boca. Deseaba poner las manos encima de aquellos tipos.
Al ver las ojeras y la cara de cansancio de ella, la llevó a su casa. Desde luego no la dejaría en la de ella, donde estaría desprotegida. En ese momento que sabía que corría peligro, no iba a perderla de vista.
—¿Dónde me llevas?
—A mi casa, y no rechistes. —Se anticipó a lo que ella diría—. No nos vamos a arriesgar a que te encuentren otra vez.
—Pero...
—No repliques, por favor. Sé que has pasado un infierno y no voy a permitir que se te vuelvan a acercar.
Carol asintió con la cabeza, no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta tan grande como un melón, al darse cuenta de que ese hombre al que apenas conocía se preocupaba por ella.
Lewis aparcó frente a una casita en un barrio humilde de la ciudad. La miró y vio que ella se cogía las manos en el cinturón de seguridad, tan fuerte que tenía los nudillos blancos, puso una mano encima de las de ella.
—No quiero que te preocupes por nada, nosotros nos encargaremos de todo este desaguisado.
—He matado a un hombre —exclamó ella.
—Por lo que dijiste, saliste de allí cagando leches. —Carol asintió—. No lo sabes.
—Le salía la sangre a borbotones de la cabeza.
—La cabeza sangra mucho, vamos a esperar a ver qué nos dice Keanu. No saquemos conclusiones precipitadas.
—¿Keanu?
—Sí, han ido a detener a esos maleantes.
Ella vio una chispa de frustración en los ojos marrón claro que la miraban.
—Querías ir con ellos, ¿verdad?
—Joder, sí. Que me dejen cinco minutos con ellos y van a cantar como canarios.
Por raro que pareciera, la furia que vio en los ojos de Lewis la reconfortó.
—Gracias por lo que estás haciendo.
Él salió del coche, fue hacia su lado, la cogió en brazos y entró en la casa.
—No es gran cosa, me queda mucho por reformar. —Parecía disculparse, ella le puso una mano sobre los labios, lo que él aprovechó para darle un beso en los dedos.
—No está tan mal —dijo ella al mirar alrededor. Desde luego, era la guarida de un hombre, eso era lo que se veía a simple vista.
—¿Desde cuándo que no has comido? —preguntó Lewis, se le acababa de ocurrir al posar la vista en la cocina.
—No lo sé, tenía tanto miedo que apenas probaba lo que me traían.
La sentó en uno de los taburetes de la isla y, para su sorpresa, le dio un suave beso en la frente.
—Te prepararé la especialidad de la casa.
—No tengo hambre.
—Deja que te tiente un poquito, ¿sí?
Carol asintió con la cabeza y lo vio abrir el frigorífico, sacó un paquete con lo que parecía carne y un calabacín, una cebolla, unos espárragos trigueros y un pimiento. Sorprendida y con una sonrisa en los labios, lo miró ponerse un delantal, y coger un cuchillo de cocina.
—¿Puedo ayudarte?
Lewis clavó sus ojos en ella.
—Eres mi invitada, menudo anfitrión sería si te dijera que cocinaras tú. —Sacó un par de cervezas y le puso una delante—. Relájate y disfruta. —Le guiñó un ojo con complicidad y se puso a cortar las verduras en tiras y rodajas después de lavarlas bien. Las colocó en una fuente. Luego puso en la isla, entre los dos, una plancha eléctrica, platos para ambos y cubiertos. Se sentó frente a ella y empezó a poner filetes y verduras a que se cocinaran.
Carol nunca se lo habría imaginado tan apañado, ni cocinillas.
—Estoy sorprendida.
—Me gusta impresionar a la gente, y a ti más que a nadie.
—Ah, ¿sí? Y eso ¿por qué?
Él sonrió y enganchó su mirada con la de ella.
—Porque quiero que me conozcas, igual que yo quiero saberlo todo de ti. —Sus ojos habían adquirido una tonalidad ámbar que a ella le encantó.
—No hay mucho que contar. —No le apetecía compartir con nadie lo que había sido su vida, menos en esos momentos que estaba tan reciente lo ocurrido con su padre.
—Yo creo que sí, pero no quiero que lo hagas ahora. Lo que deseo es que te sientas tranquila, nosotros nos vamos a ocupar de todo.
Carol pensó en la suerte que tenía de conocerlo, era un hombre de la cabeza a los pies. Sus palabras la reconfortaron.
Lewis se ocupó de la plancha; le iba poniendo, en el plato, verduras crujientes y carne cortada muy fina y cocida al punto.
—Mmm, está delicioso —dijo ella.
—Sabía que te gustaría. —Él la miraba con una sonrisa en los labios cuando sonó su teléfono. Era Keanu, que le decía que habían atrapado a esos secuestradores y que no había ningún muerto, solo estaba herido. Le agradeció que se lo hubiese comunicado y se despidieron hasta el día siguiente.
Por la mirada que le había dirigido a ella mientras hablaba, Carol supo que se referían a algo de lo ocurrido.
Sus ojos interrogantes se clavaron en él.
—No has matado a nadie, el tipo está vivito y coleando. —Él vio cómo tomaba aire con fuerza, como si en un segundo un gran peso la hubiese abandonado. Le cogió la mano que reposaba sobre la superficie de la isla y le dio un suave apretón—. Han atrapado a tres hombres.
Carol asintió con la mirada baja, como si pensara que había hecho algo mal.
—Gracias —murmuró.
Lewis le cogió la barbilla entre el pulgar y el índice, y la obligó a levantar la cabeza.
—No tienes que darme las gracias, ese es nuestro trabajo.
—Tenía tanto miedo. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Solo pensaba que, cuando se dieran por vencidos de que yo no tenía esa información que buscaban, no iban a dejar que me fuera como si nada.
«Chica lista», ellos también habían llegado a la misma conclusión. Se levantó de su taburete, dio la vuelta a la isla y la abrazó contra su pecho.
—El miedo no es una debilidad, es lo que te ha salvado. Te ha dado la fuerza para huir de allí.
Carol temblaba entre sus brazos. Apenas había comido; sin embargo, él sabía que no lograría que tomara nada más. La cogió en brazos y la llevó a su dormitorio. La dejó sobre la cama y sacó una camiseta suya de un cajón. Como si fuera la cosa más normal del mundo, como si lo hubiese hecho mil veces, le quitó los pantalones y la camisa que llevaba, le dejó la ropa interior para no hacerla sentir incómoda y le puso la prenda. La metió entre las sábanas y la arropó.
Ella se dejó hacer como una muñeca rota y él reprimió unas maldiciones. Fue al mueble bar, llenó hasta la mitad un vaso de whisky y volvió al dormitorio.
—Tómate esto, te ayudará a descansar. —La ayudó a incorporarse y ella se bebió la mitad.
—Ya tengo bastante, mañana me levantaré con un terrible dolor de cabeza.
—Eso lo solucionaremos cuando toque. Ahora, duérmete. —Le dio un beso en la frente antes de alejarse.
Lewis prendió la luz de la mesita y salió de la habitación, dejando la puerta abierta. Cenó y luego recogió todo.
Cuando se dispuso a ir a acostarse al otro dormitorio, pasó a ver a Carol, y ella se removía inquieta. Sin pensarlo dos veces, se quitó la ropa y se acostó con ella. La envolvió entre sus brazos y la acomodó apretada contra su pecho.
—Sh, tranquila, cariño, todo ha pasado —susurraba contra su cabello.
En el duermevela que siguió, se dio cuenta de lo bien que encajaba esa mujer con su cuerpo. Cuando ella se agitaba, él la apretaba y volvía a aquietarse. Al fin los dos se durmieron.