Capítulo 23

A la mañana siguiente, Lewis estaba que se lo llevaban los demonios. No había dormido mucho y su humor estaba sombrío. Al llegar a la central, vio a Baker y a Williams ante las pantallas que en la sala de control estaban colgadas de las paredes.

En lugar de saludar, soltó un gruñido.

—Buenos días a ti también —dijo Keanu al ver su aspecto torvo. La mirada que recibió de Lewis le hizo saber que no estaba el horno para bollos—. Deja tu mala leche de lado, hace horas que estamos aquí y tenemos algo que te va a interesar.

Por la mirada de su amigo, Lewis supo que iban por buen camino. Se les acercó y vio una serie de fotos en las pantallas, una era de Angus Wagner, aunque más joven. Otro hombre al que no conocía estaba en una pantalla y bajo su imagen una larga lista de cargos menores, era carne de prisión si seguía con su mala vida.

Le extrañó ver en las pantallas las fotos de los padres de Carol. La madre sería lógico, si en verdad Wagner era su hijo, pero el padre...

Baker, con su iPad en la mano, no paraba de subir imágenes a las pantallas.

—¡Joder! ¡Será cabronazo! —exclamó de repente—. ¡¿Cómo es posible?!

—¿De qué hablas? —preguntó Williams.

El informático trasladó las fotos de Wagner, junto a la de Becket y la del desconocido, una a cada lado de la otra. Se había dado cuenta de que los cuadritos con las huellas digitales de los dos hombres no encajaban bien en la imagen que estaba mirando. Tecleando en el iPad, recortó un trozo de la foto y la sobrepuso una en la del otro.

—¿Qué es eso que estamos viendo? —Quiso saber Lewis.

—Un segundo —contestó Baker mientras buscaba otro archivo. Al desplegarlo en la pantalla, se aseguró de lo que se temía—. ¿Veis esta marca en esta imagen y esta otra? —Señaló las fotografías de los dos hombres—. Alguien ha estado haciendo de las suyas.

—Esta línea corresponde al otro expediente —reconoció Williams.

—Exacto, han cambiado las huellas de uno por las del otro, yo diría que este otro es el auténtico Angus Wagner. —Señaló al desconocido.

—¿Qué pinta este tipo en todo este embrollo? —Lewis no acababa de comprender.

—Este desconocido ha compartido celda con el Wagner que conocemos. Imagino que este último sobornó a alguien para que cambiara los archivos de las huellas y se está haciendo pasar por él. Como podéis ver, salió de la cárcel hace alrededor de un año.

—¿Estás diciendo que se hizo pasar por el otro para salir? —Lewis no salía de su asombro.

—Eso es lo que parece.

Williams estaba mirando fijamente las fotografías que Baker había juntado.

—Me parece posible, si os fijáis, este otro tipo se parece mucho a Vivian Becket. Tiene el mismo color de ojos, el mismo tono de pelo y hasta la nariz es idéntica a la de esa mujer.

—Si eso es cierto, el tipo que le está diciendo a Carol que es su hermano no lo es. Me pregunto qué querrá de ella —reflexionó Lewis, sintiendo un escalofrío en la espalda—. Y doy por sentado que el otro sí que es hijo de esa mujer.

Tenía ganas de golpear algo, o mejor a alguien; Lewis apretaba los puños al lado de su cuerpo, deseando descargar la furia. Carol había vivido un infierno junto a un padre gilipollas y una madre que no tenía ni una pizca de honestidad en su cuerpo. Esa mujer los había engañado a todos, y cuando se destapó la infidelidad de su marido, ella se hizo la víctima, cuando fue ella la primera en coronar a Shepard. Encima había tenido un hijo, y por lo visto lo había abandonado o a saber. ¡Maldita mujer!

—Debemos encontrar al que se está haciendo pasar por Angus Wagner —dijo Williams—. Él nos aclarará qué quiere de Carol.

—No encuentro una dirección con ese nombre —intervino Baker.

—Parecía un pordiosero, busca en los albergues de indigentes. —Las palabras de Williams fueron interrumpidas por el timbre de su teléfono. Al contestar frunció el ceño—. ¿Estás seguro?

Al cortar la llamada, su mirada estaba fija en Lewis.

—¿Qué pasa?

—Nuestro desconocido está detenido.

—¡Cojonudo! —exclamó Lewis.

—Era Wilson, por lo visto esta mañana ha estado importunando a Carol y lo han seguido. El tipo vive en un yate en el puerto, por eso no se le conoce una dirección.

—¿Un yate? —exclamaron Baker y Lewis a la vez—. ¿Cómo es posible? Si parece que no tiene dónde caerse muerto.

—Por lo visto ha estado fingiendo ser lo que no es. Vamos —apremió Williams a su amigo—. Quiero que ese tipo me aclare unas cuantas cosas. Tal vez no es Becket la que mueve los hilos del negocio de las pastillas.

Mientras Keanu conducía, Lewis llamó a Carol, le preguntó por lo ocurrido esa mañana y se interesó por si estaba bien. Esta le dijo que sí, que el tipo insistía en que debía ayudar a su madre económicamente, que le parecía que solo la buscaba para sacarle dinero. Algo que no iba a conseguir, estaba segura de que todo era un cuento.

Después de hablar con ella, se quedó más tranquilo; sin embargo, le dio la impresión de que ella le ocultaba algo. Primero se ocuparía de él y luego descubriría si su sensación era acertada.

Al llegar a la comisaría del centro, Wilson los esperaba.

—¿Dónde está? —preguntó Lewis, impaciente por naturaleza.

—Antes de que lo veáis, os quiero advertir de que es posible que no lo reconozcáis.

—¿Alguien le ha dado una paliza? Dime quién es, le mandaré una caja de vino —dijo Lewis.

—No, no se trata de eso. Acompañadme. —Los guio hacia la sala anexa a la de interrogatorios. Los dos vieron que el hombre sentado a la mesa lucía un conjunto náutico que le quedaba como un guante, bien peinado y afeitado.

—¿Quién es ese? —preguntó Lewis.

—Obsérvalo bien. —Williams no apartaba los ojos del detenido—. ¿Por qué lo habéis arrestado? —Quiso saber mirando a Wilson.

—Lo estuvimos investigando, salió de la trena hace un año y míralo ahora. Parece un rico hombre de negocios. Tiene cuentas en el extranjero y nos preguntamos de dónde sale la pasta. Además, el yate donde vive no está a su nombre, ¿qué está haciendo allí?

—Pero habrá cometido algún delito para que lo tengáis ahí —razonó Williams.

—Esta mañana, después de dejar a la señorita Shepard, mis hombres lo han seguido y el coche que conducía para llegar al muelle tiene las placas falsas.

Lewis soltó un silbido. Le vino a la mente la historia de Al Capone, el mafioso al que condenaron por evasión de impuestos.

Keanu le contó toda la información que habían descubierto sobre él a Wilson y este sospechó lo mismo que ellos. Aquella descerebrada que no haría la «o» con un canuto era solo un títere de ese hombre que se mostraba tan tranquilo.

—Seguro que en cuanto entre ahí me pide un abogado.

—Puedes apostar por ello —asintió Lewis—. Lo que debes hacer es comparar sus huellas con las de los expedientes que hemos encontrado. Voy a llamar a Baker para que los mande.

—Mientras, yo llamaré a la cárcel del condado para que me envíen la documentación del tipo que compartió celda con este. Vamos a empezar a poner nombres a las caras.

Una hora más tarde y con una carpeta a rebosar de papeles, Wilson y uno de sus ayudantes entraban en la sala de interrogatorios. Como habían supuesto, lo primero que dijo el tipo era que quería un abogado. Con tranquilidad, Wilson se sentó en una silla y su acompañante en la otra, frente a ese hombre.

—No hemos venido a hacerle ninguna pregunta, solo vamos a comentar su caso —explicó Tempelton. Era un policía que sabía muy bien cómo sacarles información a los que se hacían los duros. Abrió la carpeta y tomó las fotografías de los dos reos que habían compartido celda—. Vamos a ver si encajamos las piezas de este rompecabezas —dijo mirando a su compañero y extendiendo sobre la mesa los papeles.

Wilson los iba colocando uno al lado del otro, sin orden.

—Teniendo en cuenta lo que nos ha dicho el funcionario de prisiones, estos dos bien pueden ser cómplices —señaló las dos imágenes.

—Yo diría que Jack Robinson es el que verdaderamente dirige el cotarro desde la cárcel. Muy inteligente por su parte, quedarse allí mientras los otros trabajan para él.

Ante las palabras de Tempelton, el supuesto Wagner soltó un bufido. Los policías no le hicieron caso.

—Desde luego —asintió Wilson—. Cuando salga será un hombre rico y desaparecerá, dejando en la estacada a todos los que ahora se están jugando el cuello.

—Por si no lo saben, está cumpliendo una cadena perpetua, se cargó a un tipo en un atraco a un supermercado —informó de forma categórica el que se negaba a hablar si no era en presencia de su abogado.

—He oído por ahí que se está revisando su caso. —Tempelton se lo iba inventando a medida que hablaba.

—¿Os creéis que soy imbécil?

—Sí, tienes razón —apoyó Wilson a su compañero—. Me lo ha dicho el alguacil antes de mandarme estos informes.

El detenido soltó una risa burlona.

—Te han tomado el pelo, el tipo es un idiota que no encontraría sus propias pelotas si no las llevara colgadas, se pasa el día lloriqueando sobre que su mamá no lo quiso. Es un mierda. Nunca saldrá de la prisión.

Un policía entró en la sala llevando tres cafés que dejó sobre la mesa.

—Creo, señor Wagner, que está equivocado, de no ser así, no me lo habrían dicho.

—¿Reconoce estos extractos bancarios? —preguntó Wilson, cogiendo una hoja y poniéndola delante del reo.

—No tienen derecho a investigar mis cuentas. —Se exaltó, y cogió uno de los vasos de café—. Eso es dinero de la herencia de mi padre, trabajó toda la vida para reunir un puñado de dólares.

Al investigarlo, vieron que venía de una larga estirpe de ladrones y delincuentes, su progenitor había muerto en un tiroteo al asaltar un banco.

—¿Cómo se llama su padre? O debería decir ¿cómo se llamaba? Si es su herencia...

—Joe Smith.

Los dos policías se miraron, había más hombres con ese nombre que peces en el mar. El tipo dejó el vaso sobre la mesa con una mueca, por lo visto no le gustaba el café que servían en la comisaría. Tan pronto lo hizo, un agente entró con guantes y se llevó el vaso.

—Se creen muy listos, ¿verdad? —Les dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Como había reconocido los documentos que él mismo había falsificado con las huellas de ese idiota al que había aguantado en la celda, no se preocupaba. Había sido muy listo al prestarse a los trabajos de la biblioteca del centro penitenciario. Así tuvo acceso a varios ordenadores y retocó las fichas para salir de allí haciéndose pasar por el imbécil llorica.

Wilson no le vio sentido a seguir con aquel cuento. Ese tipo no iba a hablar y no quería pasarse todo el día haciéndose el tonto.

—Ahora, vamos a poner cada cosa en su lugar. ¿Cómo quiere que lo llamemos, señor Smith, ese no es su nombre, usted es Jack Robinson?

El tipo abrió los ojos como platos, ¿cómo lo habrían descubierto?

Tempelton tomó el relevo a su compañero.

—De alguna forma que no tardaremos en averiguar, hizo que cambiaran las huellas de los expedientes con los de su compañero de celda. Como usted mismo ha dicho, Angus Wagner es un pusilánime y se aprovechó de lo que él le contaba para acercarse a su madre y a su hermana. Como fue abandonado al nacer no le costó convencer a Vivian Becket de que era su hijo; sin embargo, la señorita Shepard no es tan crédula.

—Maldita zorra —lo interrumpió, soltando rayos por los ojos.

—¿No tenía suficiente con su negocio con los estupefacientes que encima quería timarla con el falso cuento de la enfermedad de su madre?

—Solo por haber tenido que aguantar al llorica quejarse de que a su hermana nunca le había faltado nada durante años, solo por eso, tendría que pagarme.

Lewis, al otro lado del cristal, sacaba humo por las orejas. Escuchó el resto de la historia, cómo había engatusado a Vivian Becket y se había unido a un celador de un centro para pobres para que les suministrara las sustancias que luego vendían. Cuando le preguntaron por el yate en el que estaba viviendo, confesó que era de una pareja que lo quería vender, que él se la había camelado a la mujer, la había seducido y la chantajeaba con contarle todo al marido si lo obligaban a irse de allí.

—Ella se encarga que su esposo se olvide que tiene un yate anclado en el muelle. —Chuleó con una mirada de superioridad.

—¡Cabrón! —murmuró Lewis al escucharlo.

***

Aquella misma noche, Lewis fue a recoger a Carol a la tienda. La llevó a su casa y le contó todo: que en verdad tenía un hermano, pero que no era el que se le había presentado como tal, sino que estaba en la cárcel. Le describió los trapicheos de su madre. A medida que hablaba, notaba que a ella el color le iba abandonando el rostro.

Cuando calló, ella se levantó del sofá y fue hacia la ventana que daba a la parte delantera de la casa. Lewis la veía abrazarse con fuerza, fue hacia ella y le pasó un brazo por encima de los hombros.

—¿Te das cuenta de que mi vida ha sido una mentira desde mucho antes de lo que yo creía?

—No, cielo, tu vida no. La de tus padres, tú te has hecho a ti misma. Ellos te quitaron todo lo que tendrían que haberte dado; sin embargo, demostraste una madurez que a estas alturas ninguno de los dos tiene. Debes sentirte orgullosa de lo que has conseguido sin la ayuda de esos dos idiotas.

—Estoy pensando que mi hermano quizá no sería un delincuente si mi madre no hubiese ocultado que le ponía los cuernos a mi padre.

—No te atormentes de esta forma, cariño. Si esa ecuación fuera así, si los genes autodestructivos actuaran de esa forma, tú también serías una mala persona. Y no lo eres.

—Pero...

Él la interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.

—Sh, tengo razón y lo sabes.

—Tal vez si lo hubiese confesado, igual mi padre la habría dejado y yo no habría nacido.

Aquella posibilidad hizo que el vello de Lewis se pusiera de punta.

—No puedo ni pensar en eso sin ponerme a temblar —afirmó él, reconociendo su debilidad—. ¿Qué habría sido de mí sin ti? No me lo puedo ni imaginar. Me convertiría en el tío gruñón de los hijos de mis compañeros, porque te aseguro que no hay una mujer en el mundo que me haga sentir lo que tú. —Su mirada parecía atravesarla—. Te amo, cielo. Sin ti no puedo vivir, todo carece de sentido. Llegaste en el momento justo, yo me estaba volviendo un cínico pensando que no había mujer en el mundo capaz de instalarse en mi corazón. Me estaba convenciendo de que no había una media naranja para mí. La otra mitad de mi alma no existía hasta que tú llegaste.

Carol contuvo el aliento, no podía creer que él le dijera aquellas cosas tan bonitas cuando ella no se sentía digna de aquellos sentimientos. Se estaba convenciendo de que se volvería tan perversa, mala persona, indigna y atroz como lo era su familia.

Lewis se quedó esperando que le dijera que ella sentía lo mismo que él, pero eso no ocurrió, y entendió que, con lo que se acababa de enterar Carol, en lo último que pensaría sería en el romanticismo. Esperaría a que ella estuviera preparada para reconocer lo que su corazón albergaba.

—Cariño, ahora que ese tipo no te molestará más... —La giró entre sus brazos—. Tengo la impresión de que me has ocultado algo de lo ocurrido esta mañana.

A ese hombre no se le pasaba una, pensó ella.

—Ahora ya no tiene importancia, si tal como dices va a ir a la cárcel... —Él le dio un apretón, alentándola a que hablara—. Ha pretendido amenazarme con entrar a robar a la tienda en pleno día.

—¡Hijo de puta!

Lewis la envolvió en sus brazos, pretendiendo transmitirle la seguridad que ella necesitaba en esos momentos.

Pasaron la noche abrazados, él no la dejó ni un momento. Sería su sustento, su ancla para lo que necesitara. Cuando ella despertaba llevada por alguna pesadilla, Lewis le susurraba palabras de amor hasta que volvía a dormirse.