DEL DIARIO DE LA REINA ISOLDE

Me he dado cuenta de que la mía es una existencia liminar.

Nací en una familia de baja cuna, pero ahora pertenezco a la nobleza. Soy una reina, nada menos. Floto entre esos dos reinos, como una sombra; pertenezco a ambos y a ninguno.

Viego y yo nos casamos hace muy poco, pero no me siento bienvenida en la corte. Los cortesanos y aristócratas me desprecian por mi humilde linaje y por mis modales extranjeros, y me ignoran siempre que de ellos no se requiera lo contrario. Los grandes maestros de las Órdenes de Caballería se dirigen solo a Viego cuando están en mi presencia. Incluso los sirvientes bajan la vista cuando estoy cerca, temerosos y desconfiados, pues a sus ojos ya no soy como ellos sino parte de la nobleza, y sin duda tan poco digna de confianza y cruel como el resto.

La única persona, además de Viego, que me hace sentir que existo es Kalista. Ella me escucha. Me ve. ¡Y qué maravilla descubrir que comparte mi idea de una Camavor más benevolente! Pero los demás… Todos ellos preferirían que desapareciera o, mejor aún, que Viego hubiese elegido una esposa más adecuada.

Hubo un tiempo en el que esto me hacía daño; me sentía perdida, a la deriva. Pero me he dado cuenta de que el espacio que ocupo, este lugar en mitad de ninguna parte, incómodo y único, entre dos aguas, es justo donde debo estar, y de que es un espacio extremadamente privilegiado, ya que aquí puedo ser un puente que cruce el abismo entre aquellos que no tienen nada y aquellos que lo tienen todo. Solo desde este lugar puedo unir a ambas partes, por el bien de todos.

El amor de Viego y su disposición por escucharme me dan esperanza. Es imperfecto (aunque ¿acaso no lo somos todos?), pero desea ser mejor. Y, lo que es más importante, desea que Camavor sea mejor. Cuando hablamos hasta altas horas de la noche sobre las mejoras que promulgaremos, ¡se muestra tan apasionado! Con él a mi lado, y con Kalista guardándonos las espaldas, sé que lo lograremos, a pesar de los recelos y las maquinaciones de la corte.

Así que, sí, vivo entre dos mundos, formo parte de los dos y no soy aceptada por ninguno, y me siento agradecida por ello. Lo acepto de buen grado. Y el futuro que se despliega ante mí está lleno de luz y esperanza.