EPÍLOGO

Treinta años después

Estoy dolorida, agotada hasta los huesos. Ya no veo bien y se me agarrota la mano al escribir estas líneas. Hace tiempo que se ha marchitado cualquier belleza que pudiera haber tenido tanto tiempo atrás… y, aun así, Vennix continúa a mi lado, leal hasta el último día.

Le he suplicado que se marche. No quiero que esta vieja penosa y frágil sea el recuerdo que guarde de mí. Quiero que recuerde los buenos tiempos… ¡Y, ay, cuántos fueron los buenos momentos que pasamos! Ella apenas ha cambiado, faltaría más, porque de eso ya se encargan sus genes vastayanos. Continúa rebosando determinación y fiereza, sigue llena de vida y de amor, más que nunca.

Hace mucho tiempo que Tyrus le dio la espalda a la causa y se llevó a Ryze con el pretexto de que había en juego cosas más importantes que aquellas islas. Estaba en lo cierto, por supuesto… Fueron millones los muertos anónimos que cayeron en las Guerras de las Runas. Naciones enteras destruidas en un abrir y cerrar de ojos. Y nada de eso habría sucedido de no haber caído Helia.

He intentado poner fin a la maldición del archipiélago en los años que han transcurrido desde la Destrucción. ¿Cómo no iba a hacerlo? Todas aquellas almas, atrapadas por toda la eternidad, incapaces de llegar al Más Allá. Se merecen el descanso, ninguna de ellas más que Kalista, que continúa perdida allí dentro, en algún lugar.

¿Cuántas incursiones en la Niebla Negra he encabezado ya? He perdido la cuenta. Y cada viaje de regreso a las islas me ha pasado factura. Cada día que uno pasa allí te roba un año de vida, pero hemos recuperado una buena cantidad de piedras reliquia, que desde entonces he convertido en nuevas armas. Hemos conseguido, incluso, recuperar algunos artefactos de las cámaras que son demasiado peligrosos como para dejarlos desprotegidos. Me horroriza pensar en cuántos otros habrán caído en manos de ladrones con iniciativa.

No he cumplido aún con mi tarea de deshacer el horror desatado por la Destrucción, queda mucho aún por hacer…, pero hay esperanza, incluso hoy. Eso nos lo dio la desinteresada entrega de Kalista. Puedo descansar sabiendo que su sacrificio no fue en vano, puesto que hay otros que continuarán la lucha. Los he reclutado e instruido de la mejor manera a mi alcance, les he proporcionado armas capaces de desvanecer esa oscuridad. La mayoría de este nuevo y creciente círculo de centinelas jamás contempló las Islas Bendecidas tal y como eran, pero no descansarán hasta que se ponga fin a la maldición. Sé que harán cuanto sea necesario.

Ya me lo han demostrado una y otra vez y han salvado innumerables vidas. Hace años, la Niebla Negra comenzó a filtrarse más allá de la frontera de las islas y a reclamar el alma de todo aquel que perecía a su alcance, pero, allá donde esta golpea, mis centinelas le plantan cara.

Nuestro nuevo puesto de avanzada ya casi está terminado. Aquí formaremos a los nuevos centinelas y los haremos partícipes de nuestras costumbres. Aquí preservaremos nuestro conocimiento colectivo y almacenaremos nuestras armas reliquia. Aquí me hallo también yo, redactando este diario, y aquí será donde mis días llegarán a su fin.

Quizá todo esté oscuro ahora mismo, pero aún queda la brasa de una esperanza.

Y algún día, muy pronto, esa brasa se convertirá en una llama, y la oscuridad quedará desterrada para siempre.

Centinela artífice Jenda’kaya