Capítulo 9

 

 

 

 

 

TESS esperó en una esquina del patio a que le tocase avanzar por el camino de piedra hasta el arco cubierto de flores que había en la playa, donde la esperaba el novio. Sólo hacía ocho días que había accedido a casarse con él y ya había llegado el día de la boda.

En una mano llevaba un ramo de flores tropicales. La otra la tenía apoyada en el estómago, intentando calmar los nervios.

Se vio reflejada en el escaparate de una tienda de regalos y casi no se reconoce. Había pasado la mañana dejándose mimar en el balneario del hotel, la habían peinado y maquillado. Y Craig se había ocupado de todo, lo único que tenía que hacer ella era caminar hasta donde estaba él.

El pulso se le aceleró al oír las primeras notas de la Marcha Nupcial. Tomó aire y empezó a avanzar.

Desde que era niña, había soñado con casarse algún día, pero nunca pensó que lo haría con un hombre como Craig Richmond. Era un príncipe azul hecho realidad: amable, comprensivo, generoso, además de muy guapo y sexy. E iba a convertirse en su marido.

Aunque ella sabía que sólo se casaban por el bebé, lo amaba y deseaba hacerlo feliz.

Torció la esquina y lo vio esperándola delante de un arco de flores que habían instalado bajo las palmeras de la playa. Iba muy elegante, con un traje negro y corbata. Debía de estar pasando mucho calor, pero parecía tranquilo y estaba tan guapo que se le cortó la respiración.

Sus miradas se encontraron y Craig sonrió.

Entonces se dio cuenta de que no estaba solo. Además del sacerdote, estaban Gage, el hermano de Craig, Grace y Allan. Al otro lado vio a Laurie y a Becca, ambas llevaban dos pequeños ramos de flores similares al suyo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y le temblaron las piernas, pero Craig dio un paso adelante para tomarla de la mano. Entonces se calmó.

La ceremonia pasó sin que Tess se diese cuenta, el sacerdote los declaró marido y mujer y le dijo a Craig que podía besar a la novia.

Ella esperó un beso de compromiso, pero Craig acercó los labios a los suyos y le dio un beso largo, llenó de calor y ternura, pero también de pasión.

Luego cenaron con la familia en una de las terrazas privadas y cuando volvieron a su habitación, una botella de champán los esperaba junto a una nota de felicitación del hotel.

—Entra dentro del paquete de luna de miel —explicó Craig.

—Piensan en todo, ¿verdad? —comentó ella, de repente estaba nerviosa.

—¿Acaso no confiabas en mí para que encontrase el mejor hotel?

—Es usted un hombre maravilloso, señor Richmond.

—Pues que no se le olvide, señora Richmond —luego, dudó—. Lo siento, no te he preguntado si quieres tomar mi apellido…

—No pasa nada —lo interrumpió ella—. Me gusta cómo suena Tess Richmond, y también será el apellido del niño.

Craig levantó la botella de champán y miró la etiqueta.

—Llamaré a recepción a ver si tienen champán sin alcohol.

—No te preocupes, no necesito champán.

Ya habían terminado con las formalidades, y estaba deseando que Craig la tomase en sus brazos. Todo su cuerpo ardía de deseo con la idea de volver a sentir aquellos labios sobre los suyos.

Craig dejó la botella y la miró a los ojos. La intensidad de aquella mirada hizo que a Tess le diese vueltas la cabeza.

Estaba segura de que iba a besarla. Pero Craig dio un paso atrás y comentó:

—He olvidado confirmar la reserva del desayuno.

Y antes de que Tess pudiese decir nada, se había ido.

Ella se sentó en la cama, luchando por contener las lágrimas, confundida y frustrada.

Había sido él quien había querido casarse. Ella no le había pedido nada, pero Craig la había convencido de que debían estar juntos y formar una familia para el bebé. La tinta del certificado de matrimonio todavía no estaba seca y él ya se había marchado.

Tess se limpió las lágrimas con impaciencia y se levantó para desabrocharse el vestido.

Nunca había imaginado que su noche de bodas sería así. Craig había dicho que volvería inmediatamente, pero no tenía sentido esperarlo. No volvería hasta que no estuviese seguro de que ella dormía. No sabía adónde habría ido, ¿al bar?, ¿al aeropuerto? Qué más daba. Lo único que importaba era que no estaba allí.

Craig se había casado para que el niño tuviese unos padres que lo quisiesen, pero eso no significaba que los padres tuviesen que quererse.

No obstante, Tess lo amaba, aunque no pudiese decírselo. Sólo podía esperar que él aprendiese también a quererla, algo poco probable si ni siquiera era capaz de estar en la misma habitación que ella la noche de bodas.

Tenía ganas de tirar el vestido de novia a la basura, pero la razón pudo más que la frustración y lo colgó en una percha. Se quitó la ropa interior y abrió el armario para buscar el camisón. Sacó el paquete que Laurie le había entregado antes de marcharse.

Examinó la delicada seda y el encaje, era un camisón para seducir, no para dormir. Era evidente que su hermana no había imaginado que pasaría la noche sola. Dudó, pero terminó poniéndoselo por la cabeza, sintiendo la caricia de la suave tela en su cuerpo.

Se lavó los dientes y se sentó en la cama a leer una novela, con la esperanza de que Craig volviese pronto, aunque sabía que no lo haría. Después de un buen rato, decidió dormir.

 

 

Craig se maldijo mientras caminaba solo por la playa. Era un idiota por estar allí en su noche de bodas.

Durante semanas, había intentado negar la atracción que sentían el uno por el otro, había centrado todos sus esfuerzos en cortejarla y en intentar no pensar en la noche que habían hecho el amor. Quizás le hubiese pedido que se casase con él sólo para darle una familia a su hijo, pero una vez casados, quería más. Y lo que quería en esos momentos era estar en la cama con Tess.

Miró a la ventana de la habitación, la luz seguía encendida, y deseó estar allí, abrazándola, acariciándola, amándola. Pero no podía olvidar que ella había dudado cuando le había dicho que quería un matrimonio de verdad. Y por mucho que desease a aquella mujer, era, ante todo, su amiga y no quería arriesgar su relación traspasando unas fronteras que ella había establecido.

Tess había accedido a casarse con él para que su hijo tuviese un padre a tiempo completo, lo mismo que él había querido.

¿Por qué se sentía entonces tan insatisfecho? ¿Por qué, de pronto, la conformidad de Tess lo molestaba tanto?

Había querido casarse con ella y ya estaba casado. ¿Por qué no era feliz?

Porque quería más.

Lo quería todo.

Rió al darse cuenta de que ya lo tenía todo. Tenía una carrera profesional, una casa muy bonita, un hijo en camino. ¿Qué más?

Amor.

No creía en el amor, ni quería sentirlo. No podía ser eso lo que necesitaba.

 

 

Tess oyó el ruido de la puerta. Mantuvo los ojos cerrados y esperó.

Si Craig pensaba que estaba dormida, ¿se metería en la cama con ella? Si lo hacía, Tess podría abrazarse a él.

Contuvo la respiración y esperó que Craig no oyese los latidos de su corazón por encima del ruido del aparato de aire acondicionado. Sintió que dudaba, luego suspiró y lo oyó salir a la terraza.

¿Cómo podía estar tan obsesionada por un hombre que evidentemente no quería estar con ella?

Porque era su marido, y lo quería.

Abrió los ojos y miró hacia el techo.

Craig había querido aquel matrimonio y ella estaba enfadada. No podía permitir que la ignorase.

Se levantó de la cama y atravesó decidida la habitación, dudó antes de salir también a la terraza.

Él estaba sentado en una silla. Tenía los ojos cerrados, pero su cuerpo estaba tenso.

—¿Craig?

Abrió los ojos y la miró.

—Pensé que estabas dormida.

—Te estaba esperando.

Ella avanzó y oyó cómo suspiraba él al verla, y contuvo una sonrisa. Era evidente que aquel camisón le había impresionado.

—¿Por qué?

Tess se sentó en la barandilla y uno de los tirantes se le bajó al echarse hacia delante, dejando al descubierto la curva de su pecho.

—Quería estar segura de que habías podido confirmar la reserva.

—Oh, sí —dijo él clavando la mirada en su escote.

—Bien.

—Esto… deberías dormir.

—No estoy cansada.

—Ah. Bien.

Craig estaba nervioso.

Tess estiró las piernas y él se levantó de un salto y fue a la barandilla, se agarró a ella con fuerza.

—Me prometiste que esto no ocurriría —comentó Tess.

—¿De qué hablas?

—Dijiste que si nos casábamos, no te perdería. Pero desde la noche que hicimos el amor, nos hemos distanciado y no sé cómo acercarme a ti, cada vez estamos más lejos. Ahora, con la alianza en el dedo, siento que estás más lejos que nunca —se le hizo un nudo en la garganta y miró hacia otro lado para que Craig no pudiese ver las lágrimas que se le agolpaban en los ojos—. No sé cómo arreglarlo.

Él fue hacia ella y la bajó al suelo.

—Las cosas han cambiado —admitió él—. Pero no hay nada que arreglar.

—No puedo creer que seas feliz con nuestra situación actual.

—No.

—Entonces, dime qué es lo que quieres.

—A ti.

A Tess le dio un vuelco el corazón.

—Querías la verdad… aquí la tienes. No es fácil volver a ser tu amigo después de lo que ocurrió. No puedo estar en la misma habitación que tú sin pensar en aquella noche. Sin desearte. Tengo que luchar constantemente conmigo mismo para mantener mis manos alejadas de tu cuerpo.

—Yo no te he pedido que mantengas tus manos alejadas de mí.

—No, pero sé que estás sufriendo muchos cambios y…

—Estoy deseando que me acaricies.

—Dios mío, Tess.

—El día que accedí a casarme contigo, dijiste que querías un matrimonio de verdad —le recordó ella—. Y eso es también lo que quiero yo. Y quiero que empecemos esta noche.

Craig estaba tenso, pero la besó. Tess sintió que se deshacía el nudo que tenía en el estómago, pasó las manos por su pecho y luego, por su cuello. Él la agarró por las muñecas y se apartó. Respiraba con dificultad y sus ojos ardían de deseo.

—¿Estás segura?

—Quiero hacer el amor con mi marido —confirmó ella sonriendo, quería demostrale con actos, no con palabras, lo mucho que lo quería.

Craig tomó su cara con ambas manos. Le acarició las mejillas y luego metió los dedos entre su pelo, echándole la cabeza hacia atrás para besarla. Fue un beso tan dulce que Tess sintió que se le derretía el corazón.

Y se perdió en aquel beso, olvidando la frustración que había sentido unos minutos antes. Aquello era lo que quería, lo que necesitaba. Abrió su corazón y su alma y le dio a Craig todo lo que tenía. Todo lo que era.

—Tess, te deseo tanto. Pero no quería meterte prisa.

—Cállate y bésame.

Y él la besó al mismo tiempo que la tomaba en brazos para llevarla dentro. La dejó al lado de la cama, sin dejar de besarla con pasión. Recorrió sus caderas y metió las manos por debajo del camisón. Tess suspiró satisfecha al sentir aquellas manos fuertes sobre la piel de sus muslos. Le parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que la había acariciado así.

Ella empezó a desabrocharle la camisa, pero Craig la agarró por las muñecas.

—Deja que disfrute un poco de ti —dijo.

—Pero yo también quiero tocarte.

—Después —le prometió mientras le quitaba el camisón, la tumbaba en la cama y se ponía encima de ella.

Le acarició los pechos y frotó los pezones ya duros con los dedos pulgares, Tess sintió una ola de placer.

—Están más firmes, más grandes.

Tess asintió, le sorprendía que Craig se diese cuenta de los cambios que había habido en su cuerpo.

—¿Están también más sensibles? —preguntó él bajando la cabeza para acariciarlos con la lengua.

Ella dio un grito ahogado y se apretó instintivamente contra él.

—Supongo que eso es un sí —añadió Craig.

—Sí.

Pasó la lengua alrededor del pezón y luego lo chupó y Tess sintió calor en su interior.

—Creo que los próximos meses van a ser muy divertidos —murmuró Craig mientras cambiaba de pecho.

Tess gimió y se retorció debajo de él. Lo agarró por los hombros, clavándole las uñas para intentar aferrarse a algo mientras la cabeza le daba vueltas. Nunca había tenido aquella sensación de que iba a perder el control simplemente con que le acariciasen los pechos. Cada caricia de Craig la dejaba sin aliento y hacía que desease todavía más.

—Craig… por favor…

Él pasó las manos por su cuerpo, muy despacio, casi sin tocarla. Tess, desesperada por sentir su cuerpo desnudo, tiró de su camisa, rompiéndole los botones.

Craig rió.

—Era una camisa muy cara.

—Era —dijo ella quitándosela.

Luego bajó las manos para desabrocharle el cinturón. Craig la besó y se apartó un momento para terminar de desnudarse. Tess contuvo la respiración hasta que él volvió a su lado, desnudo.

Los fuertes músculos de su pecho le rozaban los pezones y la excitaban todavía más. Apretó las caderas contra él, que se apartó y la besó con cuidado.

—Todavía no —susurró—. No he hecho más que empezar.

Y siguió torturándola y excitándola. Tess temblaba debajo de él, nunca había sentido tanto deseo.

Se agarró a las sábanas mientras Craig pasaba la mano por su vientre y descendía todavía más. Se estremeció y gritó su nombre al sentir que llegaba al clímax.

En ese momento, él se volvió a colocar encima de ella, que abrió las piernas para recibirlo.

—Nunca he deseado a nadie como te deseo a ti, Tess.

La penetró con decisión. Tess gimió y le clavó las uñas en los hombros. Había olvidado lo grande que era Craig, cómo la llenaba. Éste empezó a moverse en su interior, despacio pero con firmeza, llegando casi a tocarle el alma. Ella levantó las caderas y siguió su ritmo.

En esta ocasión, cuando Tess sintió que su cuerpo se sacudía de placer, él también se dejó llevar.