TE estoy aplastando —dijo Craig. Sabía que tenía que quitarse de encima de ella, pero no podía moverse, estaba demasiado a gusto.
¿Qué era lo que hacía que hacer el amor con ella fuese tan maravilloso, el deseo?
¿O era Tess?
—Estoy bien —contestó ella acariciándole la espalda—. Mejor que bien.
—¿Mejor que bien? —preguntó Craig levantando la cabeza para mirarla.
—Mucho mejor.
—¿Cuánto mejor?
—¿Quieres que te puntúe del uno al diez?
—Por supuesto que no
Ella cerró los ojos.
—Bueno, quizás sí.
—Un doce —rió Tess.
Craig dio gracias de que tuviese los ojos cerrados, así no podía verlo sonriendo como un idiota. Le alivió saber que lo que para él había sido la experiencia más increíble de su vida, no hubiese decepcionado a Tess.
Le había dado un doce.
La siguiente vez sería todavía mejor.
La besó y le acarició un pecho. Ella murmuró algo y se movió debajo de él, aquello recibió una respuesta inmediata de su cuerpo. Profundizó el beso.
Esa vez sería todavía mejor.
Cuando Tess se despertó a la mañana siguiente, no sintió el impulso de levantarse y empezar a hacer cosas. Estaba demasiado bien allí, entre los brazos de Craig Richmond, su mejor amigo y también su marido.
Si le daba vueltas, volvería a preguntarse si se terminaría arrepintiendo de haberse casado con él. Le resultaba difícil creerlo, teniendo en cuenta cómo respondía su cuerpo a sus caricias. Durante las últimas semanas se había convencido de que la pasión que había sentido la primera noche que habían hecho el amor había sido algo anómalo. Pero la noche anterior se había dado cuenta de que estaba equivocada.
Casi no habían hablado durante la noche, se habían comunicado sus deseos y necesidades más bien con el cuerpo. La pasión había surgido una vez tras otra, hasta consumirlos a ambos. Cuando por fin se habían dormido, lo habían hecho abrazados.
Con Craig, Tess sentía que hacía el amor, que no era sólo sexo. El ímpetu de su pasión la abrumaba; y la respuesta de su propio cuerpo, la sorprendía. Nunca había sentido nada igual con otro hombre, ni lo sentiría nunca. Y sabía cuál era el motivo: lo amaba.
Y tenía miedo. ¿Durante cuánto tiempo más podría ocultarle sus sentimientos? Tenía miedo de que, al hacer el amor con él, se diese cuenta de que no sólo estaba ofreciéndole su cuerpo, sino también su corazón.
—Casi puedo oírte pensar —comentó él de repente.
—Creía que estabas dormido.
—Pues ahora estoy despierto —dijo pasándole la mano por la cadera.
Tess apoyó la cabeza en su pecho y saboreó la calidez de aquel abrazo. Aunque sabía que él sólo se había casado por el bebé. Tess quería que su matrimonio funcionase, pero, ante todo, deseaba hacerlo feliz.
—Si alguna vez cambias de opinión y decides que no es esto lo que quieres, ¿me lo dirás?
—¿No hemos tenido ya esta discusión?
—Sólo prométeme que si no quieres que sigamos casados, me lo dirás.
—He tenido mucho tiempo para pensarlo, demasiado. No cambiaré de opinión —la tranquilizó él dándole un beso—. Te he hecho una promesa, Tess. Siempre estaré contigo, y con el bebé.
Ella quería creerlo, pero también le había prometido amarla y sabía que no estaba enamorado de ella. Si Craig la quisiera, si aquello fuese un matrimonio de verdad, si no estuviese basado en su embarazo, sería la mujer más feliz del mundo.
No obstante, era feliz. Y se sentía aliviada. Sabía que Craig permanecería a su lado y cuidaría del bebé. Tendría que conformarse con eso. No tenía derecho a pedirle más.
—Y no pienso permitir que tú cambies de opinión —le advirtió él—. Haré todo lo que esté en mi mano para que esto funcione, para que seas feliz.
—Soy feliz.
—Me alegro —se sentó bruscamente—. Por cierto, tengo algo para ti.
—¿El qué?
—Un regalo.
Salió de la cama y atravesó la habitación desnudo. Sacó algo del bolsillo delantero de la maleta.
—Ya me has hecho el mejor regalo que podías hacerme trayendo a mi hermana y a su familia.
—Entonces espero que éste sea el segundo mejor regalo —dijo tendiéndole un gran sobre.
Ella le dio la vuelta y lo abrió. Estudió concentrada el documento que tenía en las manos.
Era el título de propiedad de la casa, un cincuenta por ciento de la misma le pertenecía. Tess miró el papel sin saber qué hacer o decir. Nadie le había regalado una casa antes… ni nada que se le pudiese comparar.
—No sé qué decir —admitió por fin—. No esperaba… quiero decir… es nuestra casa.
—Sí, ya es nuestra.
—Pero la has comprado tú. No puedo…
—Claro que puedes. La he comprado para nosotros, para nuestra familia.
—Pero…
Él le quitó el papel de las manos y lo puso a un lado.
—Ya está hecho.
—¿Puedo decir una cosa?
Él dudó.
—De acuerdo.
—Gracias.
Seguía abrumada por semejante gesto, pero entendía que compartir la casa con ella era su manera de demostrarle que quería estar a su lado, y con el bebé, así que no podía rechazarlo.
—De nada.
—Yo no te he comprado nada —todo había ocurrido tan rápidamente, que no había pensado en ello.
—Me has dado más de lo que piensas —dijo él acariciándole el vientre—. Aunque nadie diría que hay un bebé ahí dentro.
—Porque es muy pequeño.
—¿Pero tiene el aspecto de un bebé?
—Todavía no lo sé. Tengo que hacerme una ecografía dentro de un par de meses.
—¿Una ecografía? ¿Por qué? ¿Va todo bien? ¿Tú estás bien?
Tess sonrió al escuchar la preocupación en su voz.
—Todo esta bien. Es algo rutinario, para comprobar el desarrollo del bebé.
—Oh —suspiró él aliviado—. ¿Y podré ir contigo?
—Si quieres.
—Claro que sí. Quiero acompañarte a lo largo de todo el camino.
Tess sabía que era verdad, Craig era así. Permanecería a su lado y querría a su hijo. Pero no la querría a ella.
—¿Por qué pareces tan triste de repente? —preguntó él.
—No estoy triste —contestó forzando una sonrisa—. Sólo estaba pensando.
—¿Qué pensabas?
—La suerte que va a tener nuestro bebé.
Los seis días después de la boda, en la isla, fueron tan idílicos que Tess no quería marcharse. Se habían paseado por la isla, habían ido a ver una fábrica de puros, una destilería de ron, una plantación antigua. También habían hecho una excursión en catamarán en la que habían buceado y nadado con tortugas. Habían paseado por Bridgetown y comprado algunos recuerdos. El viaje había sido realmente mágico y Tess nunca había sido más feliz.
Cuando el avión tocó la pista de aterrizaje, sintió que la luna de miel había terminado. Era hora de volver a la realidad, enfrentarse al mundo y a las preguntas y especulaciones provocadas por su repentina boda, aunque su embarazo se vería pronto y eso le haría recordar que sólo se había casado con ella para darle una familia al bebé.
Aquello no debería dolerle tanto como le dolía. Al fin y al cabo, él nunca le había hecho promesas de amor. Ni ella a él tampoco. Al menos, no en voz alta. Ambos habían pensado en los aspectos más prácticos de su matrimonio.
Pero cuando ella había prometido amarlo, honrarlo y hacerle feliz para el resto de su vida, lo había hecho con el corazón. No podría haber recitado aquellos votos sin sentirlos. Y habían estado tan unidos durante los últimos días, que tenía la esperanza de que él también estuviese empezando a sentir algo por ella. Aunque quizás sólo fuese la pasión que habían descubierto que existía entre ellos, una pasión que no sabía cuánto tiempo duraría, dado que pronto empezaría a engordar.
—¿En qué piensas? —le preguntó Craig.
—En que la semana ha pasado demasiado deprisa.
—Tienes razón —admitió él retirándole un mechón de pelo de la cara y pasándole un dedo por la barbilla—. Lo hemos pasado bien, ¿verdad?
Tess asintió.
—¿Sabes qué? Este avión reposta y da media vuelta.
Tess tenía que admitir que una parte de ella deseaba que se hubiesen quedado un poco más en aquel paraíso. Tal vez para siempre. Pero era una idea irrealista.
—Teníamos que volver algún día.
Se oyó un timbre y la luz del cinturón de seguridad se apagó. La gente empezó a salir de sus asientos y a buscar el equipaje de mano que estaba encima de sus cabezas. Tess se desabrochó el cinturón.
—¿Estás preocupada, verdad? —quiso saber Craig.
—Todo será diferente aquí. La gente hablará de nuestra boda y pronto se darán cuenta de por qué nos hemos casado.
—¿Y eso te molesta?
—Por supuesto que sí. No quiero que nadie piense que te he engañado para que te cases conmigo, o que quiero aprovecharme de ti.
—Nadie que me conozca pensará eso.
—Quizás tengas razón.
Cuando llegaron a casa del aeropuerto, Craig metió sus maletas y le pidió a Tess que esperase fuera.
Volvió un par de minutos más tarde, la tomó en brazos y cruzó el umbral de la puerta. Luego la dejó en el suelo y le dio un beso en los labios.
—Bienvenida a casa.
Y con aquellas palabras, ella se relajó.
Lo siguió al piso de arriba sólo con el bolso, ya que Craig insistió en que las maletas pesaban demasiado para ella. Tess no tenía ganas de discutir, pero era probable que aquella actitud protectora se acentuase según fuese avanzando el embarazo. Además, no le importaba que un hombre le llevase la maleta.
Empujó la puerta de la habitación principal. Ya había estado allí antes, la primera vez que habían ido a ver la casa, pero la habitación había sido pintada y Craig había llevado allí sus muebles.
—¿Por qué te sonríes? —quiso saber él.
—Porque estaba triste por haber vuelto de Barbados —admitió—, y resulta que tu cama… es tan grande como la que teníamos allí.
—Ideal para hacerte mía —comentó Craig tomándola en sus brazos y rodando con ella sobre la colcha.
Tess rió cuando le mordisqueó el cuello.
—¿Y tienes pensado hacerme tuya? —preguntó casi sin aliento.
—Por supuesto —contestó él mientras le desabrochaba la blusa.
Suspiró mientras él la acariciaba. Sabía que Craig siempre cumpliría sus promesas.
Craig se estaba tomando una segunda taza de café y leyendo el periódico mientras esperaba a que Tess saliese del cuarto de baño. Se le había pasado por la cabeza ir a ducharse con ella, pero las veces que lo había hecho anteriormente habían terminado haciendo juegos preliminares en vez de enjabonándose. Él no tenía quejas, pero Tess le había prohibido expresamente que entrase en el cuarto de baño aquella mañana, no quería llegar tarde al cumpleaños de Becca.
Habían pasado tres semanas desde la boda y él se había adaptado fácilmente al matrimonio. De hecho, le parecía divertido estar casado con Tess, despertarse a su lado por las mañanas, y pasar horas haciéndole el amor. Era una mujer increíblemente apasionada y pensaba que podría ser feliz con ella el resto de su vida.
Por el bien del bebé, por supuesto.
Porque aquélla era la razón de su matrimonio… darle una familia a su hijo. El hecho de que Tess y él fuesen compatibles era una ventaja, pero él no quería complicar su relación pensando en que sus sentimientos por Tess estaban cambiando. No, entre ellos sólo había sexo. Y no quería que aquello cambiase.
La ducha se paró y él pensó en subir a ayudar a Tess a secarse, pero en ese momento sonó el teléfono. Estaba colgando cuando apareció Tess, ya vestida.
—¿A qué huele tu champú?
—A manzana, creo —contestó ella mientras se preparaba un té—. ¿Por qué?
—Porque es muy sexy. No sabes cuántas noches me he pasado despierto, sin poder sacarme el olor de tu champú de la cabeza.
—¿De verdad? —Tess parecía intrigada por aquella revelación.
—De verdad —admitió Craig poniéndose detrás de ella y respirando su aroma al mismo tiempo que le mordisqueaba el cuello. Había aprendido que aquélla era una de las zonas más erógenas de su cuerpo.
—Craig…
—¿Umm?
—Tengo que ir a comprarle un regalo a mi sobrina.
—Lo sé.
—Y luego vamos a ir a cenar a casa de tus padres.
—Ya… mamá acaba de llamar para recordármelo.
—¿Vamos a decirles esta noche lo del bebé?
—No deberíamos esperar mucho más. Pero no sé si no es demasiado pronto. A mi padre ya le sorprendió bastante la noticia de nuestra boda, si le digo que va a ser abuelo a lo mejor le da un infarto.
Tess le dio un sorbo al té que Craig le obligaba a beber en vez del café. No le gustaba demasiado, pero se lo tomaba cuando él estaba por allí. Cuando estaba a solas, se ponía algún café, aunque no sabía que Craig había cambiado el normal por un café descafeinado. Él también echaba de menos la cafeína, pero era un pequeño sacrificio que hacía por su bebé.
—¿Craig?
—Umm… —no recordaba de qué estaban hablando.
—Creo que la falta de cafeína te está afectando al cerebro —dijo ella sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo sabes que es descafeinado?
—Porque sabe a descafeinado. Con respecto a lo del embarazo, no creo que podamos esperar mucho más para contárselo a tus padres… al ritmo que está creciendo el bebé.
Él le dio un trago al café, Tess tenía razón, el sabor no era el mismo.
—Bueno, creo que debería contarte algo a ese respecto.
—¿Te refieres al bebé, o al café?
—Al bebé.
—¿Qué?
—Que en mi familia los bebés son muy grandes.
—¿Grandes? ¿Cómo de grandes?
—Mi hermano pesó más de cuatro kilos. Y yo, cuatro y medio.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—De todos modos, no podemos hacer nada al respecto.
—¿Cuatro kilos y medio? Ahora me explico por qué ya no me sirve la ropa.
—Quizás también sea el motivo por el que se marchó mi madre —bromeó Craig.
Tess no rió.
—Es duro no pensar en ella, ¿verdad? Ahora que vas a tener tu propio hijo.
A él no le gustaba admitirlo, pero sabía que a Tess no podía ocultarle la verdad.
—A veces me da miedo, pensar que yo también podría abandonar a mi hijo, como hizo ella.
—Tú no podrías hacerlo —le aseguró Tess—. No habrías luchado tanto por formar parte de la vida de tu hijo si tuvieses dudas.
—Pero ella también debió de querernos en algún momento…
Tess se levantó y se puso detrás de él, lo abrazó.
—Ella cometió el mayor error de su vida dejándoos. Tú eres más inteligente.
—¿De verdad lo piensas?
—Por supuesto.
—¿Sabes lo que creo?
—¿El qué?
—Que casarme contigo es lo mejor que he hecho en toda mi vida.
El viernes, Tess se quedó en la oficina hasta tarde buscando ofertas de trabajo por Internet. Había muchas ofertas para programadores, pero ninguna en Pinehurst, ni tan siquiera en las inmediaciones. Pero había algunos puestos para informáticos, así que imprimió aquéllos que le parecieron interesantes.
No había tenido tiempo de actualizar su currículo, ya que no quería hacerlo en casa para que Craig no se enterase del destino de SBG. Se lo iba a contar, por supuesto, pero quería encontrar otro trabajo antes. No quería que se sintiese obligado a buscarle algo en Richmond.
No habría utilizado su amistad para encontrar trabajo nada más graduarse, y mucho menos en esos momentos, que estaban casados. No obstante, cada vez le quedaba menos tiempo.
Además, se le había hecho tarde, comprobó mirándose el reloj.
Agarró las copias de la impresora y se las metió en el bolso mientras se dirigía a la salida. Se dio de tiempo una semana. Si para entonces no había resuelto su situación laboral, se lo contaría de todos modos. No quería que se enterase por terceras personas.
De camino a casa, paró a comprar comida china, ya que le tocaba cocinar aquella noche y no había sacado nada del congelador. Craig le diría que lo había hecho a propósito… tal vez tuviese razón. Pero lo cierto es que tenía otras cosas en la cabeza cuando se había ido de casa aquella mañana. Sobre todo, el hecho de que, después de tres días en Boston, su marido volvería a estar por fin en casa aquella noche.
Estaba sacando la cena cuando llegó él, que dejó caer la maleta al suelo para tomarla entre sus brazos.
—¿No se supone que una buena esposa debería estar esperando en la puerta a que llegase su marido? —bromeó Craig después de besarla.
—Soy nueva en esto —le recordó ella.
—¿Me has echado de menos? —preguntó él acariciándola y empezando a desabrocharle el suéter.
—Espera —protestó Tess intentando pararle las manos para evitar contestar a sus preguntas. Lo cierto era que lo había echado de menos más de lo que quería admitir—. Estoy intentando ser una buena esposa preparándote la cena.
—Llevo esperando… —se miró el reloj—… treinta y seis horas a poder volver a acariciarte.
Tess no pudo evitar sonreír, a ella le pasaba lo mismo.
—Pensé que vendrías con hambre.
—Claro que sí —afirmó él besándola de nuevo.
Tess suspiró. Sus lenguas se unieron.
Craig le acarició la espalda, la curva del trasero y la apretó con fuerza contra él. Tess pensó entonces que su tripa había empezado a crecer, y que quizás aquello disminuyese el ardor de Craig. Pero él no mostró ninguna falta de interés y ella terminó dejándose llevar por la pasión y olvidándose de sus preocupaciones.
Tess le desabrochó los pantalones y le bajó la cremallera. Luego metió la mano por dentro de sus calzoncillos y agarró con fuerza su erección. Craig gimió, le levantó la falda y le quitó las medias.
La levantó del suelo y la apoyó en la encimera de granito. Estaba fría y dura, pero no le importó. Estaba concentrada en el calor de la piel de Craig y en la fuerza de su cuerpo. Enrolló las piernas alrededor de su cintura y él la penetró. Tess echó la cabeza hacia atrás y se agarró a sus hombros, sintiendo cómo las primeras oleadas de placer le recorrían el cuerpo.
Tess nunca había conocido una pasión tan desenfrenada, ni había pensado que fuese capaz de actuar de un modo tan descarado. Ni siquiera se habían molestado en quitarse más ropa de la estrictamente necesaria. Fue algo primitivo, casi violento. Y también increíblemente erótico.
Craig bajó la cabeza y mordisqueó por encima del sujetador de encaje, ella jadeó. Él tomó su pezón con la boca y Tess sintió que se derretía.
Continuó atormentándola con la boca, las manos y aquellos empellones que la estaban haciendo llegar al límite.
Tess no supo cuánto tiempo habían estado así, sus cuerpos unidos, apoyados en la encimera. Se preguntó vagamente si debería de estar sorprendida por lo que había ocurrido, pero estaba demasiado satisfecha como para sentir cualquier cosa que no fuese felicidad.
—Dios, Tess, nadie me había hecho perder el control de esta manera —parecía desconcertado, casi enfadado, pero la acariciaba con ternura y la ayudó a bajar al suelo.
—¿Debería disculparme? —preguntó ella cuando consiguió recobrar el habla.
—No. Es sólo que… —se abrochó los pantalones y sacudió la cabeza—. No era esto lo que quería.
—Pensé que era lo que ambos queríamos —dijo ella frunciendo el ceño.
—De camino a casa, sólo podía pensar en hacer el amor contigo —admitió Craig—. Pero no pensé que ocurriría así. Debería haber sido capaz de controlarme, tratarte con cuidado… esperar al menos a que llegásemos al dormitorio.
Craig volvió a sacudir la cabeza.
—Te he echado tanto de menos —continuó—. Han sido sólo tres días, pero te he echado de menos.
Tess sintió un poco de esperanza en su corazón. ¿Sería posible que Craig estuviese empezando a sentir algo por ella? ¿Sería para él algo más que la madre de su hijo?
—Yo también te he echado de menos —admitió besándolo.
—¿Sí? —aquello pareció agradarle.
—Sí.
—No sé qué está pasando —volvía a parecer confuso—. Se suponía que esto iba a ser algo simple. Nos casamos para darle una familia a nuestro bebé, para darle la seguridad de un hogar. Esto… Tú… yo. No entiendo por qué todo parece tan complicado de repente.
Las esperanzas de Tess fueron en aumento.
—Pensé que me había acostumbrado a tenerte cerca, pero es más que eso. Maldita sea, Tess, te necesito —Craig se dio la vuelta y se pasó las manos por el pelo. Las siguientes palabras las dijo casi en un susurro—. Hasta ahora nunca había necesitado a nadie.
Tess odiaba oír aquella angustia en su voz, odiaba que estuviese luchando contra sus sentimientos, pero, al mismo tiempo, estaba contenta, Craig sentía algo por ella.
Quizás, al fin y al cabo, sí pudiese tener el matrimonio con el que había soñado.