Capítulo 12

 

 

 

 

 

CRAIG no regresó a casa hasta cinco horas más tarde.

Tess se había puesto el pijama y había intentado dormir, pero después de haber estado dando vueltas en la cama, había decidido levantarse para prepararse una taza de té. Acababa de sentarse a la mesa a tomárselo cuando él llegó.

—He exagerado con lo de tu trabajo —dijo—. Me sorprendió que fuese Owen, y no tú, quien me lo contase.

—Debí habértelo dicho —admitió Tess—. Pero quería encontrar otro trabajo antes. No quería que pensases que tenías que buscarme un hueco en Richmond.

—He estado pensando en ello. Hay un puesto, aunque no requiere titulación en informática…

—Encontraré otra cosa —lo interrumpió—. Gracias.

—Estoy intentando disculparme, Tess.

—No es necesario —se levantó y tiró el té por la pila—. Ambos tuvimos nuestros motivos para casarnos, no debería haberme sorprendido de que dudases de los míos.

Él, no obstante, había dejado claro que sólo quería darle un hogar estable al bebé, sin sentimientos de por medio.

Tess sintió que Craig le ponía las manos en los hombros y se puso tensa. Luego la abrazó y la acercó hacia él.

Ella quería seguir enfadada, todavía estaba dolida, pero temía que si dejaba que aquello se interpusiese entre ellos, no lo superarían nunca, así que cerró los ojos y se relajó contra él.

Craig le acarició el vientre. Al principio le resultó extraño, pero luego se dio cuenta de que los sentimientos que tenía por ella eran independientes de los que tenía por el bebé.

Se había casado con ella por el bebé, no debía volver a olvidarlo. Pero no podía dejar de amarlo sólo porque no fuese correspondida y tenía la esperanza de que su amor consiguiese que Craig terminase por abrirle su corazón.

Sin pensárselo dos veces, se dio la vuelta y lo besó en los labios.

Craig se quedó sorprendido al principio, pero enseguida tomó el control del beso, la hizo estremecerse de deseo, le metió la lengua y le acarició la suya en un lento baile de seducción.

La tomó en brazos y la llevó al dormitorio.

La pasión no tardó en consumirlos a ambos. Sus cuerpos se unieron y se movieron acompasadamente. Tess llegó al clímax fácilmente, y él se dejó llevar poco después.

Tardaron varios minutos en recobrar la respiración. Cuando Craig se quitó de encima de ella, sintió frío y se dijo que aquella cercanía física nunca compensaría la intimidad emocional que ella necesitaba.

—Craig…

Él le apartó el pelo de la cara y la besó en la frente.

—Por favor, no compliques más esto.

Quizás debería dejarlo pasar, pero no podía.

—¿Tú no quieres más?

—Lo que hay entre nosotros es real y muy bueno… ¿por qué iba a querer más?

—No lo sé, pero para mí no es suficiente.

Craig tenía la mirada triste mientras le acariciaba la mejilla.

—Siento no poder darte lo que necesitas.

—Yo también —dijo ella dándose la vuelta para que Craig no pudiese ver que estaba llorando.

 

 

Tess sopesó su decisión durante varios días antes de hacer la llamada. Quería estar segura de que no estaba actuando impulsivamente. Si iba a tener que justificar su decisión, necesitaba saber que estaba basada en la lógica y en la razón y no en sus emociones. Era duro obviar sus sentimientos, sobre todo porque seguía herida por las acusaciones de Craig y por el hecho de que hubiese rechazado sus sentimientos.

Su conversación con Jared McCabe fue breve, pero se alegró de haber dado el paso. Sólo le faltaba hablar con Craig acerca de ello.

Sabía que su departamento iba a probar un nuevo medicamento aquel fin de semana y Craig le había dejado un mensaje en el contestador diciendo que llegaría tarde. Se preguntó si no querría evitarla.

Apartó aquella idea de su cabeza y se preparó para irse a la cama. Se lavó los dientes y se instaló con un libro, dispuesta a esperarlo hasta que llegase a casa.

Estuvo despierta hasta después de medianoche, que cayó dormida. Sola.

 

 

Craig se despertó con ganas de una ducha y un café, no necesariamente en ese orden. Se dio cuenta de que olía a comida y se dirigió directamente a la cocina. Tenía los ojos medio cerrados, algo de barba y la ropa arrugada.

Tess, por el contrario, parecía fresca y descansada, estaba leyendo el periódico.

—He preparado café de verdad esta mañana. Pensé que te haría falta.

Él asintió mientras tomaba una taza.

—Gracias.

—No te oí llegar anoche.

No había censura en su voz, sólo preocupación. No obstante, él se sentía culpable, sabía que debía haberla llamado. Pero desde que habían discutido acerca del trabajo de Tess había habido mucha tensión entre ellos, así que había decidido tomar el camino más sencillo y dejar un mensaje en el contestador.

Por esa misma culpabilidad, o porque quería hacer un esfuerzo para que su relación volviese a la normalidad, se sentó a su lado con la taza de café.

—He llegado de madrugada —admitió él—. No quería molestarte, así que he dormido en el sofá.

—¿Tuvisteis problemas con la prueba?

Él asintió.

—Algún idiota mintió en el formulario acerca de una medicación que estaba tomando y después de media hora se puso a vomitar.

—¿Y no os distéis cuenta cuando le hicisteis los análisis de sangre?

—No lo tomaba cuando se los hicimos. Parece ser que tuvo una infección bronquial la semana pasada y fue al médico para que le diese algo. Afortunadamente, los efectos no fueron graves, pero Kaitlyn tuvo que llevárselo al hospital. El resto nos quedamos trabajando.

—Así que has tenido una noche dura.

Él volvió a asentir.

—¿Quieres que te prepare el desayuno? Yo ya he desayunado, pero…

—No, gracias —la interrumpió, sintiéndose todavía más culpable—. Me voy a tomar otra taza de café y me daré una ducha antes de volver a marcharme.

—Oh.

Craig terminó su café de un trago y se levantó para rellenar la taza.

Vio que Tess miraba el periódico, pero no estaba leyendo. Tenía algo en la cabeza, algo evidente, algo que en realidad no quería saber, pero se sintió obligado a preguntar:

—¿En qué estás pensando?

—Quería hablar contigo —admitió ella—. Pero no quería soltártelo así.

—¿Qué pasa?

—Me voy mañana a San Diego.

—¿San Diego? ¿De qué estás hablando?

—Me han ofrecido un contrato a corto plazo en GigaPix.

Aquello era lo último que habría esperado Craig. Hacía ocho días que habían discutido acerca del trabajo de Tess, y aunque no había habido buen ambiente entre ellos desde entonces, él había confiado en que todo volvería a la normalidad antes o después.

—Dijiste que me querías.

—Mi decisión de irme a San Diego no tiene nada que ver con lo que siento por ti.

Craig no la creía.

—¿Entonces por qué haces esto? ¿Por qué ahora?

—Porque me he dado cuenta de que, a pesar de mis diplomas, nadie va a querer contratar a una mujer que va a estar de baja por maternidad dentro de unos meses, y porque Jared necesitaba ayuda para terminar el programa en el que estaba trabajando en SBG.

—No hace falta que trabajes, Tess, yo puedo…

—No —lo interrumpió ella—. No quiero que pienses que acepté casarme conmito para poder dejar de trabajar…

—No lo pienso.

—¿De verdad?

—Por supuesto que no. Sólo me sorprendió enterarme de lo de SBG y reaccioné sin pensar.

—En cualquier caso, con el sueldo que va a pagarme Jared tendré para los meses que vaya a estar de baja después.

—No lo hagas, Tess.

—Son sólo seis semanas.

Seis semanas le parecían una eternidad a Craig que, de repente, tenía miedo de que Tess se marchase y no volviese nunca.

—Hemos pasado por un mal momento, Tess. Todos los matrimonios tienen crisis. ¿Cómo vamos a superarlo si tú huyes?

—No estoy huyendo. Aunque no niego que necesito marcharme una temporada y la oferta de Jared me ha parecido la oportunidad perfecta.

—No pienso darte el divorcio —espetó él dando un trago al café.

—No te he pedido el divorcio —respondió ella sorprendida—. Sólo te estoy pidiendo seis semanas.

Salvo que, en realidad, no se las estaba pidiendo, y ambos lo sabían. Tess ya había tomado la decisión y él podía aceptarla o discutirla, pero eso no cambiaría nada.

—Supongo que ya lo tienes todo planeado.

Tess asintió.

—Entonces no merece la pena seguir discutiendo.

 

 

Tess no le pidió a Craig que la llevase al aeropuerto y él tampoco se ofreció. No quería que se marchase, así que no pensaba ponerle las cosas más fáciles. Pero cuando se levantó el domingo por la mañana y vio la maleta delante de la puerta, sintió angustia e impotencia y no supo qué hacer.

La encontró en la cocina, escribiéndole una nota.

¿Acaso tenía pensado marcharse sin despedirse de él?

—Te estaba apuntando la dirección y el teléfono de San Diego, por si necesitas localizarme. Y tienes una copia del itinerario en la nevera.

Él leyó la nota.

—Pensé que te quedarías en un hotel.

—No quiero ni imaginar lo que me costaría un hotel para seis semanas.

—¿Y de quién es esta casa?

—De la hermana de Jared. Es cantante y estará un par de meses en Europa, así que le voy a subarrendar el apartamento.

Él asintió, como si le pareciese bien. No le hacía ninguna gracia que su mujer se fuese a la otra punta del país a vivir a casa de una extraña.

Tess se miró el reloj.

—Mi taxi va a llegar dentro de un par de minutos.

Él la siguió hasta el salón, donde ella se acercó a la ventana. No quería que se marchase dejando tantas cosas sin resolver. No quería que se marchase. Pero no sabía qué decir. No sabía si podría decir algo que la hiciese cambiar de opinión.

—Tess…

Ella se volvió, todavía sujetando la cortina, esperó a que hablase.

Pero él no encontró las palabras, y ella ya había dicho todo lo que tenía que decir.

Entonces se oyó un claxon.

—Aquí está mi taxi.

—Espera —tomó sus manos.

Ella esperó, con un nudo en el estómago y los ojos llenos de lágrimas, sabiendo que estaba loca si esperaba oír las palabras que tan desesperadamente necesitaba escuchar.

Tess sabía que si Craig le decía esas dos palabras, llamaría a Jared McCabe y anularía el viaje.

—No te vayas, Tess.

Aquello no era suficiente.

Suspiró hondo y se apartó de él.

—Tengo que marcharme.

Agarró las maletas y salió por la puerta.

 

 

Craig casi no había dormido desde que Tess se había marchado.

Por muchas veces que cambiase las sábanas, la almohada seguía oliendo a ella, y aquel olor le recordaba todas las noches que habían pasado juntos.

Había intentado dormir en una de las habitaciones libres, incluso en el sofá, pero no lo había conseguido. Lo que quería era dormir con Tess.

Toda la casa le hacía pensar en ella. Incluso fuera de casa, también pensaba en ella, se preguntaba qué estaría haciendo, la echaba de menos.

Era extraño lo fácilmente que se había acostumbrado a su presencia y lo difícil que era adaptarse a su ausencia.

Hablaban por teléfono casi todos los días. Las conversaciones solían ser cordiales, pero breves, ninguno de los dos sabía qué decirle al otro.

Así que cuando su hermano apareció en casa el miércoles por la noche, tres semanas después de que Tess se hubiese marchado, Craig agradeció la distracción.

Hasta que Gage preguntó:

—¿Dónde está tu mujer esta noche?

Craig no le había contado a su familia lo del contrato de seis semanas en California porque no quería hablar de ello.

—En San Diego.

—¿Por trabajo?

—Sí.

—Bueno, por lo menos ya sé por qué estás tan hosco. ¿Cuándo vuelve?

—A mediados de noviembre.

—Eso es un viaje muy largo —comentó Gage frunciendo el ceño.

Quedaban veinticinco días, Craig lo sabía bien, aunque no le confesó a su hermano que los estuviese contando.

—Es evidente que no me lo estás contando todo —continuó Gage.

Él se encogió de hombros.

—Le ofrecieron un contrato de seis semanas en GigaPix y decidió que era una oportunidad demasiado buena como para desperdiciarla.

—¿Y tú la has dejado marchar? —preguntó incrédulo su hermano.

—No era yo quien tomaba la decisión.

—¿Entonces, qué has hecho para que ella haya querido marcharse seis semanas?

—¿Qué te hace pensar que he hecho algo?

—Que te has casado hace dos meses y estás solo y pareces muy triste.

—Tienes razón, he metido la pata. Me enteré de que Tess sabía que iba a quedarse sin trabajo antes de que nos casásemos y básicamente la acusé de querer casarse conmigo por el dinero.

—¿Cómo se te pudo ocurrir algo semejante?

—Fue la razón por la que Lana quiso casarse conmigo.

—Pero no puedes comparar a Tess con esa víbora.

—Fue un lapsus.

—No me extraña que esté enfadada contigo.

Craig sabía que su hermano tenía razón, debía haberse dado cuenta de que Tess nunca lo utilizaría. Aunque nunca se le habría ocurrido que pudiese dejarlo después de casarse con él.

Le había dicho que lo quería, pero luego se había marchado tan tranquilamente.

Sólo eran seis semanas.

Pero era mucho más que eso. Para Craig, era la prueba de que nadie lo había querido nunca lo suficiente como para quedarse a su lado. Ni su madre, ni Lana. Ni siquiera Tess.

Y aquello le habría dolido más que nada en el mundo… si no hubiese aprendido hacía mucho tiempo a protegerse.

 

 

Tess había estado trabajando catorce horas diarias desde que había llegado a California, en parte porque el programa necesitaba que le dedicase todo ese tiempo, pero sobre todo para no tener tiempo para darle vueltas a su matrimonio. Así que después de tres semanas ya había terminado de actualizar el programa, en la mitad de tiempo de lo planeado.

No se lo había dicho a Jared porque quería hacer comprobaciones antes de entregarlo. Jared se la encontró en su despacho el sábado por la mañana a pesar de que le había dicho explícitamente que se tomase el fin de semana libre.

—Me vas a dejar muy mal si trabajas más que el jefe.

Ella continuó con la mirada fija en la pantalla del ordenador.

—Debí advertirte que a veces soy un poco obsesiva, cuando trabajo en algo.

—¿No se supone que las mujeres embarazadas tienen que descansar?

—Estoy sentada frente al ordenador, no estoy escalando montañas.

—Supongo que debería de darte las gracias en vez de quejarme. Pero me preocupa que te esfuerces demasiado.

—No te preocupes. Además, ya he terminado.

—¿El qué?

—Todo —dijo ella mirándolo y sonriendo.

—¿De verdad? Mis programadores me dijeron que tardarías al menos seis semanas.

—Tus programadores no conocen este software como yo —le recordó ella.

—¿Puedo probarlo? —preguntó Jared tan contento como un niño con un juguete nuevo.

Tess rió y se apartó del escritorio para dejar paso a Jared.

Después de un par de minutos frente al ordenador, Jared se volvió hacia ella.

—Guau.

—Es estupendo, ¿verdad?

—Se merece una celebración —dijo él.

—¿Qué se te ocurre?

—Para empezar, sacarte de este despacho. ¿Has visto algo de la ciudad desde que has llegado?

—Sólo lo que hay de aquí a casa de tu hermana —admitió ella.

—Pues entonces tendré que hacer algo al respecto.

Tess no sabía lo que su jefe tenía en mente, y le agradó ver que la llevaba al zoo.

—Es sorprendente —comentó mirando el mapa para decidir adónde ir—. No sabía que fuese tan grande.

—Casi cuarenta hectáreas y media en el centro de la ciudad —le contó Jared—. Hay unos cuatro mil animales… y más de siete mil plantas distintas.

—Quiero verlo todo.

Él rió.

—Bueno, el zoo cierra a las cinco, pero podemos volver otro día.

—La verdad es que ya he reservado el vuelo para volver a casa —admitió Tess—. El programa está terminado, así que no hay motivo alguno para que me quede.

—Supongo que estás deseando volver.

Ella asintió. A pesar de que había trabajado muy duro durante el día, las noches se había encontrado insoportablemente sola. Echaba de menos a Craig, hablar con él, reír con él, incluso discutir con él. Pero, sobre todo, echaba de menos dormir a su lado por las noches y despertarse entre sus brazos por las mañanas.

Se preguntaba, y no era la primera vez, si no se había comportado como una cobarde habiendo aprovechado la oportunidad para irse a San Diego en vez de quedarse en Pinehurst y luchar por resolver los problemas con él. Pero le había enfadado tanto que hubiese pensado que se había casado por su dinero y le había dolido tanto que se marchase cuando le había declarado sus sentimientos…

—Empecemos por los reptiles —sugirió Jared interrumpiendo sus pensamientos.

—No.

—Has dicho que querías verlo todo —le recordó él.

—Vamos a ver primero los koalas y los canguros —dijo Tess mirando el mapa, a pesar de que esos animales se encontraban en la otra punta del parque.

—De acuerdo.

Tess hizo muchas fotografías y luego tomaron un helado. Agradeció el descanso. Había pasado tres semanas detrás de una mesa, encerrada en su despacho, y empezaban a dolerle las piernas a causa del paseo y del calor.

—La próxima parada: los osos polares.

—Cuando quieras —dijo Jared ofreciéndole la mano para que se levantase del banco.

Ella la aceptó y se alegró de haberlo hecho, porque casi se cae al levantarse.

Jared se acercó más a ella y la sujetó con ambas manos.

—¿Qué te pasa?

—No lo sé, de repente, estoy un poco mareada.

—Vuelve a sentarte un minuto.

—Ya he estado sentada.

—Sí, pero no te hará daño descansar un poco más.

Tess obedeció, hasta que se le pasó el mareo.

—¿Mejor? —preguntó Jared después de unos minutos.

Ella asintió.

—Deberíamos marcharnos —sugirió él.

—Pero si todavía no hemos visto los monos.

—Hemos visto suficiente por hoy.

—De acuerdo.

En el coche, Jared puso el aire acondicionado y Tess se apoyó en el respaldo y cerró los ojos. Se quedó dormida sin darse cuenta y cuando se despertó, estaban en el hospital.