Capítulo 14

 

 

 

 

 

CRAIG llamó a una ambulancia. De camino al hospital, se alegró de haberlo hecho. No sabía exactamente lo que ocurría, pero iban con la sirena encendida y sabía que Tess no estaba bien.

Fue todo el camino agarrándole la mano. Sabía que Tess corría el peligro de entrar en estado de shock y si eso ocurría… no, no podía considerar esa posibilidad.

Pero estaba tan pálida, y era evidente que sufría y que las contracciones eran cada vez más frecuentes e intensas.

—Está de treinta y cuatro semanas —explicó Craig al personal médico—. Y tenía una cesárea programada para el jueves con el doctor Bowen, su ginecólogo.

—No creo que este bebé vaya a esperar hasta el jueves —dijo uno de los paramédicos, y luego se dirigió a su compañero—. Dile al hospital que avisen urgentemente al doctor Bowen.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Craig.

El paramédico sacudió la cabeza.

—Dígame qué pasa.

Tess debía haber oído la preocupación en su voz, porque se incorporó.

—¿El bebé…?

Fue lo único que pudo decir antes de dejarse caer en la camilla.

Craig tragó saliva y le apretó la mano con fuerza.

—Relájese, señora Richmond, y póngase de lado un momento. Llegaremos al hospital dentro de un minuto y medio.

Pero quizás un minuto y medio fuese demasiado tarde, pensó Craig.

El conductor de la ambulancia iba dando al hospital la información que le transmitía su compañero.

Había dicho que tenía taquicardia, y Craig sabía que aquello era que el corazón le latía más rápidamente de lo normal, y tenía la tensión demasiado baja.

—Craig —susurró Tess.

—Estoy aquí.

—Prométeme…

—Lo que quieras.

—Prométeme que cuidarás del bebé.

—Siempre.

—Si me ocurriese algo…

—No —la interrumpió él—. No va a pasarte nada. Todo va a salir bien.

Pero Tess ya no lo oía. Estaba inconsciente.

 

 

Pensó que se sentiría aliviado al llegar al hospital, y así fue, hasta que se llevaron a Tess y lo obligaron a quedarse en la sala de espera.

Quería estar con ella, pero sabía que los médicos necesitaban estar solos para poder salvar a Tess y al bebé.

El doctor Bowen había empezado ya a hacerle una intervención de urgencia y el doctor Greis, el especialista neonatal, también estaba allí.

—El doctor Bowen esta haciendo todo lo que puede —le informó un trabajador social—, pero debe saber que quizás no puedan salvar a los dos.

—Que salven a Tess —respondió él sin dudarlo.

Porque en aquel momento, se dio cuenta por fin de la verdad que tantas veces había eludido: la quería.

Sabía que Tess se quedaría destrozada si perdía al bebé, y él también. Pero podrían tener más hijos algún día y si no, al menos se tendrían el uno al otro.

Pero no podía soportar la idea de perderla a ella.

—No tiene usted que elegir, señor Richmond. El doctor va a intentar sacar al bebé con vida, pero no sabremos cuál es estado de su esposa hasta que no acaben la operación.

Y lo único que él podía hacer era esperar.

Craig se sentó en una silla y se tapó los ojos con las manos. Tess había perdido mucha sangre. Quizás, demasiada. Y si no conseguían detener la hemorragia, podría morir.

Y si ella moría, algo en su interior también moriría.

Oyó pisadas cerca de la puerta y levantó la mirada, deseando que se tratase del doctor Bowen, pero eran sus padres.

—¿Qué tal está Tess? —preguntó Grace preocupada.

Tampoco era una situación fácil para sus padres, que apreciaban mucho a Tess y que estaban encantados con la idea de convertirse en abuelos por primera vez.

—No lo sé —respondió él sacudiendo la cabeza—. Me da la sensación de que lleva ahí dentro una eternidad.

—En este hospital están algunos de los mejores médicos del país —comentó su padre.

—Odio sentirme impotente. Saber que su vida pende de un hilo y que no puedo hacer nada.

—Puedes rezar —dijo su madre.

Ya lo había hecho, a pesar de no ser una persona demasiado religiosa.

—Tu hermano está de camino —añadió Grace—. Y he llamado a la hermana de Tess, vendrá lo antes posible.

—Gracias —contestó Craig.

Allan volvió, Craig ni siquiera se había dado cuenta de que se había marchado, y le puso un café en las manos. Se sentó a su lado.

—Es fuerte. Y ha luchado mucho por ese bebé, no va a rendirse ahora —dijo su padre.

Y tenía razón. Tess era fuerte. Fuerte, obstinada y sexy y generosa y cariñosa. Era honesta y guapa y auténtica.

Y con Tess, Craig había alcanzado una felicidad que había creído inalcanzable. Con ella, su vida por fin estaba completa. Porque había encontrado a una mujer que lo amaba y a la que él también amaba.

Y eso sería exactamente lo que le diría en cuanto tuviese la oportunidad y todos los días del resto de su vida.

 

 

Cuando Tess se despertó, estaba en el hospital, con Craig a su lado.

Por un momento, creyó que seguía en San Diego, pero poco a poco fue recordando lo que había ocurrido durante las horas previas a su llegada al hospital. Las contracciones, la ambulancia. Cesárea de urgencia. Pérdida de sangre. Shock. Sufrimiento fetal.

—¿Y el bebé? —preguntó.

—Aquí —contestó Craig acercándose más. Lo llevaba en brazos.

—Oh —suspiró, recordando haber oído el llanto de un niño durante la operación.

Craig lo colocó en la cama, a su lado.

—Ha pesado dos kilos trescientos gramos y está sano y fuerte. Lo has hecho muy bien, Tess.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas al mirar a su bebé.

—Guau.

—Ésa fue también mi primera reacción.

—Hemos estado tanto tiempo esperando a este niño, y por fin está aquí.

—Sí, salvo que es una niña.

—¿Una niña? —repitió ella. Debía de haberlo oído mal.

—Se les habían acabado las sábanas rosas y lo han envuelto en una azul. Pero es una niña.

—Oh.

—No estás decepcionada, ¿verdad?

—Claro que no. Sólo sorprendida.

—Vamos a tener que buscar otro nombre.

—Grace Catherine Richmond —dijo Tess.

Grace por la madre de Craig y Catherine, por la de ella misma.

—Me parece perfecto.

—A mí también.

—Hay algo más que quiero decirte.

—No puede haber otro bebé —protestó ella recordando que Craig había bromeado a menudo con la posibilidad de tener gemelos—. Han podido equivocarse en el sexo del bebé, pero era evidente que sólo había uno.

—No, no hay otro bebé. Al menos, por ahora.

—¿Entonces?

—Que te quiero, Tess.

—¿Qué?

—Probablemente debía haber decorado la habitación con flores, haber puesto música, velas… Pero después de todo lo que ha ocurrido hoy, no quería esperar. Lo más importante es que estamos juntos, los tres.

Se agachó a besarla. Tess deseó volver a oír aquellas palabras, pero recordó lo que le había dicho Grace y pensó que tenía razón. Había estado tan obcecada en escuchar aquello, que no había disfrutado de sus demostraciones de amor.

Tess suspiró.

—De verdad te quiero, Tess.

Y ella sintió que el corazón se le salía del pecho.

—Sé que he tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero te lo digo de verdad y, si te casases conmigo… me pasaría el resto de la vida demostrándotelo.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo?

—Sí.

—Pero si ya estamos casados.

—Lo sé. Pero cuando te lo pedí, la primera docena de veces, estabas embarazada y pensaste que sólo te lo pedía por eso. Y quizás tuvieses razón. Pero he estado pensando en todos los motivos por los que quiero que seas mi esposa y… —se sacó un papel del bolsillo—… he hecho una lista.

—No.

En la parte alta del papel ponía: Razones por las que quiero que te cases conmigo, y veinticinco puntos, en todos ellos ponía simplemente Te quiero.

Tess miró el papel, luego lo miró a él, después volvió a mirar el papel. Pero no dijo nada.

—Podría haber escrito cientos de páginas con las mismas palabras, y aun así no serían suficientes para expresar cuánto te quiero, Tess. Quizás sea el mayor idiota del mundo por haber tardado tanto tiempo en darme cuenta, pero ahora pienso pasar el resto de mi vida demostrándotelo. Y quiero volver a casarme contigo, porque nos queremos.

Tess volvió a dudar. Quizás Craig hubiese tardado demasiado en decírselo. O quizás se lo había dicho demasiado pronto, acababa de salir de una operación y de tener un bebé. O quizás fuese ella quien ya no lo quería.

—Quiero decir, si tú todavía me quieres —añadió.

Tess levantó la mirada del papel, estaba emocionada.

—Yo no elegí enamorarme de ti, ni tampoco podría haber elegido desenamorarme, pero lo cierto es que mis sentimientos no han cambiado. Así que sí, me casaré contigo.

Craig la besó, y fue un beso lleno de esperanza, amor y promesas. Un beso que fue interrumpido por el llanto de un bebé que requería su atención.

Craig se separó de ella a regañadientes.

—Debe de tener hambre.

—Es duro ser un recién nacido —comentó Craig mientras observaba cómo se desabrochaba Tess el camisón para amamantar a su hija.

Gracie tardó unos segundos en encontrar el pecho de su madre, pero cuando lo hizo, se enganchó y se puso a mamar. Era la cosa más sorprendente que había visto Craig en toda su vida.

—Pensé que sería más difícil —murmuró Tess.

—Hay ciertas cosas que son naturales —dijo Craig.

Y en aquellos momentos sabía que, para él, una de esas cosas era querer a Tess.