Capítulo 8

 

 

 

 

Presente

 

 

Travis esperó a que Sierra se durmiera en la silla junto a Liam. La tapó con una manta que le pidió a la enfermera, y se marchó.

De camino compró algunas cosas en el supermercado, por si la estancia de Sierra y Liam en el hospital se prolongaba.

Cuando entró en la habitación, encontró a Liam y a Sierra despiertos. El niño tenía un oso en la mano y un globo que ponía: Que te mejores muy pronto.

—¿Los ha enviado Eve? —preguntó Travis.

—Sí —contestó Sierra y agarró las bolsas que llevaba Travis—. ¿Qué traes?

—Un poco de todo para todos… —respondió Travis, cansado de pronto.

—¿También para mí? —preguntó Liam.

—Especialmente para ti —dijo Travis y le dio a Liam una de las bolsas.

Liam sacó un reproductor de DVD, y los episodios de Nova que había comprado con él.

—¡Guau! —exclamó el niño—. Siempre he querido uno de éstos.

—Es muy caro —se quejó Sierra—. No podemos aceptarlo.

Travis no le hizo caso, le dio otra de las bolsas y dijo:

—Dúchate… Pareces una persona que ha tenido una urgencia médica… —sonrió.

Sierra abrió la bolsa y soltó una exclamación. Le había comprado un chandal, pasta de dientes, un cepillo, jabón y un peine.

—Gracias —dijo Sierra.

Él asintió.

Mientras Sierra estaba en el cuarto de baño de Liam, duchándose, Travis ayudó a Liam a sacar el reproductor de DVD de la caja, a enchufarlo y ponerlo a funcionar.

—Es posible que mamá no deje que me lo quede —dijo el niño.

—Estoy seguro de que te lo dejará tener…

Cuando Sierra salió del cuarto de baño, Liam estaba viendo un episodio sobre abejas asesinas. Sierra tenía el pelo húmedo todavía. Travis sintió una mezcla de emociones al verla.

Sierra vio a su hijo tan entusiasmado con el regalo de Travis, que puso cara de ternura y resignación. Travis al verla, la hubiera estrechado en sus brazos.

—Me gustaría comer algo —dijo Travis.

—A mí también —dijo Sierra. Tocó el hombro de su hijo, que apenas desvió la vista de las abejas, y agregó—: Travis y yo querríamos ir a tomar algo a la cafetería, ¿te puedes quedar solo un momento?

El niño asintió, distraídamente y volvió a concentrarse en las abejas. Sierra sonrió.

Cuando estaban esperando el ascensor, le dijo:

—Travis, te estoy muy agradecida por lo que has hecho por Liam y por mí. Pero no debiste comprarle algo tan caro.

—No voy a echar de menos ese dinero, Sierra. El niño ha pasado por un trago muy amargo, y necesita pensar en otra cosa además de en tubos para respirar, pruebas médicas e inyecciones.

Sierra asintió levemente. Era aquel gesto orgulloso de los McKettrick, pensó Travis.

Llegó el ascensor y bajaron a la cafetería.

Sierra eligió una mesa en un rincón. Después de hacer la cola en la caja se sentaron. Travis la miró. Recién duchada, Sierra parecía un ángel, y se preguntó si ella sabría lo guapa que era.

—Me sorprende que Eve no haya aparecido todavía —dijo Travis para empezar la conversación.

—No sé qué le voy a decir… Además de «gracias», quiero decir.

—¿Y si le dices «hola»? —bromeó Travis.

A Sierra no pareció hacerle gracia. Parecía una rata acorralada por un gato de granero.

Travis le apretó suavemente la mano.

—Oye, Sierra, esto no tiene por qué ser duro. Seguramente será Eve quien hable sobre todo, al menos al principio.

Sierra sonrió débilmente. Comieron en silencio durante un rato.

—No es que la odie… a Eve, me refiero… Es que no la conozco. Es mi madre y no la conozco. Vi su foto en la página web de McKettrickCo, pero ella me ha dicho que no se parece en nada a la foto… ¿Cómo es Eve?

Travis, que había estado esperando que se desahogara dijo:

—Es una mujer guapa —«como tú» hubiera agregado—. Es inteligente, y cuando tiene que hacer un negocio es muy dura. Es una mujer que sobresale del montón, Sierra. Dale una oportunidad.

El labio inferior de Sierra tembló levemente. Sus ojos azules estaban llenos de emoción. Y él deseó zambullirse en ellos y explorar el paisaje interior que intuía dentro de ella.

—Sabes lo que sucedió, ¿verdad? —le preguntó Sierra suavemente—. Me refiero a cuando mi padre y mi madre se divorciaron…

—Algo —dijo Travis con cautela.

—Papá me llevó a México cuando yo tenía dos años, inmediatamente después de que el abogado de Eve le enviase los papeles…

Travis asintió.

—Meg me contó eso…

—Aunque era muy pequeña, me acuerdo de cómo olía, de cuando me abrazaba, de su voz —Sierra se estremeció de dolor—. Pero nunca he podido recordar su cara, aunque lo he intentado. Papá se aseguró de que no hubiera ninguna foto suya y…

Travis sintió pena por ella.

—¿Qué clase de hombre…? —se calló. Porque no era asunto suyo.

Ella sonrió.

—Mi padre no fue nunca un padre modelo, fue más bien un compañero. Pero me cuidó bien. Crecí con una libertad que pocos niños conocen, corriendo por las calles de San Miguel sin zapatos… Conocía a todos los vendedores del mercado. Escritores y artistas solían reunirse en nuestra casa todas las noches. La amante de papá, Magdalena, me enseñó en casa en lugar de ir a la escuela. Traía a todos los perros abandonados que encontraba, y papá me los dejaba tener…

—No fue una infancia traumática —observó Travis.

—No, en absoluto —dijo ella agitando la cabeza—. Pero echaba de menos a mi madre terriblemente. Durante un tiempo pensé que ella iría a buscarme. Que un día pararía un coche a la puerta de la casa y que ella me esperaría con los brazos abiertos. Luego, al ver que no había noticias suyas ni cartas, bueno, decidí que debía estar muerta. Y hasta que no he sido mayor y la he buscado en Internet, no he sabido que estaba viva.

—¿No escribiste ni llamaste?

—Fue un shock saber que estaba viva, que si había podido encontrarla, ella podría haberme encontrado. Y no lo hizo. Con los medios que ella debe haber tenido…

Travis sintió una punzada de rabia en solidaridad con Sierra, apartó la bandeja y dijo:

—Yo trabajaba para Eve. Y la conozco de toda la vida. No sé por qué no quiso ir a buscarte con un ejército cuando supo dónde estabas…

Travis vio sus ojos llenos de lágrimas. Era demasiado orgullosa para esconderse, al menos de ella misma. Debía haber llorado mucho por Liam, sospechaba. Y él se quedaba paralizado cuando veía llorar a una mujer.

—Será mejor que vaya con Liam —dijo Sierra.

Él asintió.

Cuando entraron en la habitación del niño, encontraron a Liam dormido. El reproductor de DVD seguía encendido en su regazo.

Travis fue a hablar con una de las enfermeras, una mujer que conocía de la universidad, y cuando volvió encontró a Sierra echada al lado de su hijo, dormida también.

Travis suspiró observándolos. Hacía mucho que no tenía ninguna historia importante con ninguna mujer. Se había ocupado de no meterse en nada que lo complicase. Y ahora de repente se daba cuenta de que estaba en peligro.

 

 

1919

 

El aire era tan frío que se colaba a través de las capas de lana que llevaba Hannah.

Su niño estaba acurrucado entre ella y Doss, mientras el trineo se movía por un trecho con hielo, tirado de los fuertes caballos, Caín y Abel. Donde otros caballos, e incluso mulas, habrían fracasado, los hijos de Adán, como le gustaba llamarlos a Gabe, se deslizaban sin mayor dificultad. Hannah se alegró de que así fuese.

Doss agarró las riendas con las manos enguantadas y miró en dirección a Hannah, pero en general miraba a Tobias. Le había preguntado varias veces si estaba suficientemente abrigado. Cada vez que lo había hecho, Tobias le había contestado asintiendo con la cabeza. Pero Hannah sabía que el niño le habría contestado afirmativamente a cualquier pregunta que le hubiera hecho Doss. Idolatraba a su tío. Siempre lo había hecho.

¿Se olvidaría de Gabe cuando Doss y ella se casaran?, se preguntó Hannah, y se estremeció al pensarlo.

¿Por qué no se había ido a Montana? Ahora se iba a atar a un hombre al que deseaba, pero al que no amaba ni amaría nunca.

Por supuesto que ella aún podía volver con su familia. Los recibirían con los brazos abiertos, pero, ¿y si estaba embarazada de un niño de Doss? En ese caso sería evidente que ella se había comportado vergonzosamente.

No. Seguiría adelante con Doss. Él sería su cruz y ella la suya. Trataría de pensar en el aliciente de compartir su cama. Y aguantaría todo lo demás. Como que quisiera darle órdenes, o que deseara a otras mujeres, porque Doss no había elegido una esposa por amor, sino por una cuestión de honor.

Llegaron a las afueras de Indian Rock al final de la tarde, cuando estaba yéndose el sol. Doss se dirigió directamente a la casa del médico, ató a los caballos y fue al trineo a buscar a Tobias antes de que Hannah se hubiera quitado el abrigo que la envolvía.

Constance, la hija del doctor Willaby, los recibió en la puerta.

—Necesitamos un médico —dijo Doss con Tobias en brazos.

—Papá está enfermo, pero está mi primo aquí. Él verá al niño.

Hannah sintió alivio de saber que atenderían a su hijo. Todo iría bien. Eso era lo único que importaba.

—Es un catarro grave —dijo el médico después de examinar a Tobias en una habitación destinada a ello—. Les recomiendo que se queden unos días en un hotel, porque no debe ser expuesto a este clima.

Doss preparó su cartera para pagar, pero Hannah se adelantó. Era la madre de Tobias y responsable del niño económicamente.

—Es un dólar —dijo el médico mirando a uno y a otro alternativamente.

Hannah le dio el dinero.

—Dele whisky al niño —agregó el médico—. Mezclado con miel y zumo de limón, si el comedor del hotel puede dárselo.

Doss no miró a Hannah con aire de triunfo por que el médico le hubiera prescrito algo que él ya le había aconsejado y que ella había desdeñado. Pero ella le dio un codazo en la costillas de todos modos, como si Doss lo hubiera hecho.

Se registraron en el Hotel Arizona, que como muchos negocios de la zona, pertenecía a la familia McKettrick. La suegra de Rafe, Becky Lewis, había llevado el lugar hacía años, con ayuda de su hija, Emmeline. Ahora estaba en manos de un administrador, un tal Thomas Crenshaw, contratado de Phoenix.

Doss fue recibido con respeto. Aún llevaba a Tobias en brazos. Un empleado se ocupó del trineo y de los caballos, a los que llevó al establo, y a los McKettrick los llevaron a las mejores habitaciones del hotel. Las habitaciones se comunicaban por una puerta.

Doss puso a Tobias en la habitación más cercana.

—Iré abajo a buscar ese brebaje de whisky —dijo Doss cuando los dejaron solos.

Tobias no había estado nunca en un hotel y aunque estaba enfermo, estaba entusiasmado con la experiencia.

—Haz lo que quieras —le dijo Hannah, quitándose la pesada capa.

—Mientras estemos en la ciudad, será mejor que nos casemos —dijo Doss después de un elocuente suspiro.

—Sí. Y será mejor que no nos olvidemos de comprar comida, pagar la factura de la luz y renovar la suscripción del periódico —comentó ella.

Doss chasqueó la lengua y agitó la cabeza.

—Será mejor que también te duerma a ti con whisky… A lo mejor así puedes aguantar la luna de miel…

Hannah sintió rabia al escucharlo. Pero antes de que pudiera contestarle habló Tobias.

—Me gusta este sitio… ¿Qué es «luna de miel»? ¿Y cómo es que necesitas whisky para aguantarla? —preguntó el niño.

Hannah se hizo la sorda.

Ella había preparado algunas cosas para Tobias y para ella antes de salir, pero nada apropiado para una luna de miel.

Doss volvió con los bolsos, acompañado de una mujer que llevaba una bandeja con dos tazas de algo que humeaba. La dejó en una mesa, aceptó una propina de Doss y se marchó.

Hannah probó el brebaje y se sorprendió de lo bien que sabía.

—¿Dónde está el tuyo? —preguntó Hannah.

—Yo no lo necesito esta noche.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella, aunque lo sabía.

Doss cerró la puerta y examinó la cama.

—Es bueno saber que la cama no chirría —observó Doss. Hizo una pausa y agregó—: El cura estará aquí dentro de una hora. Nos casará abajo, en la oficina que hay detrás de la Recepción. Si Tobias está lo suficientemente bien como para estar presente, puede hacerlo. Si no, se lo contaremos más tarde.

—¿Has organizado todo sin consultármelo?

—Creí que ya habíamos hablado de todo lo que había que hablar.

—A lo mejor yo necesitaba tiempo para acostumbrarme a la idea. ¿Has pensado alguna vez en ello?

—Tal vez no te acostumbres nunca a la idea —razonó Doss, sentado al borde de la cama—. Voy a salir un momento…

—¿Adónde?

Doss se acercó a ella.

—A comprar alianzas, entre otras cosas. Enviaré un telegrama a mi familia y otro a la tuya también, si quieres.

Hannah tragó saliva y agitó la cabeza.

—Les escribiré yo a mis padres, cuando nos hayamos casado.

—Como quieras —dijo Doss y se marchó.

Lo oyó hablar con Tobias en voz baja. Luego oyó el ruido de la puerta que se abría y cerraba. Entonces ella volvió a la otra habitación.

A Tobias se le estaban cerrando los ojos. Hannah lo arropó y le dio un beso en la frente.

—¿Será mi papá tío Doss cuando os caséis? —preguntó.

—No. Será tu tío. Y tu padrastro, por supuesto.

—¿Entonces será… una especie de padre?

—Sí —dijo Hannah.

—Supongo que no nos iremos a Montana ahora —dijo Tobias.

—Quizás en primavera.

—Ve tú —respondió Tobias, medio dormido—. Yo me quedaré aquí con el tío papá…

A Hannah le dolió que Tobias prefiriese a su tío a ella y a su familia. Pero el niño estaba enfermo y no iba a discutir con él.

—Duérmete, Tobias.

Hannah lo observó dormir. Era un McKettrick, después de todo. Una lágrima cayó por su mejilla. Se iba a casar, y debería estar feliz. Pero en cambio sentía que estaba traicionando la memoria de Gabe.

Para cuando volvió Doss, ella se había lavado la cara, cepillado el pelo y recogido, y también se había cambiado de ropa.

Doss se había comprado ropa nueva. Era un traje tan urbano como el del sobrino del doctor. También se había cortado el pelo y afeitado.

Extrañamente, ella se sintió conmovida por esos detalles.

—Te hubiera comprado un vestido para la boda, pero no habría sabido cuál te iba a ir bien. Y tampoco si te parecía fuera de lugar ir de blanco.

Ella sonrió, sintiendo una especie de pena tierna.

—Este vestido servirá —dijo Hannah señalando el que tenía puesto.

—Estás muy guapa.

Hannah se puso roja. Era mentira, por supuesto. Con aquel vestido gris abotonado hasta el cuello debía parecer una directora de escuela. Pero le gustó oír aquellas palabras. Casi se había olvidado de cómo sonaban, después de tanto tiempo sin Gabe.

Doss le tomó la mano tímidamente, y Hannah se preguntó si él tendría tanto miedo como ella.

—No tienes que hacerlo por obligación, Doss —le dijo.

—Es lo que se debe hacer —respondió él.

Ella tragó saliva y asintió.

—El sacerdote debe estar aquí ya…

—Está esperando abajo. ¿Despertamos a Tobias?

Hannah negó con la cabeza.

—Es mejor que lo dejemos dormir.

—Iré a buscar a una criada para que lo cuide en nuestra ausencia —dijo Doss.

Hannah asintió. Y aquella vez se sintió un poco sola cuando se marchó.

Doss volvió con una mujer mayor vestida de uniforme y delantal.

Volvería a convertirse en la señora McKettrick, y pensó con ironía, que al menos no tendría que acostumbrarse a un nuevo nombre.