Presente…
El tiempo no había mejorado, reflexionó Sierra al día siguiente mirando a través de la ventana del hospital.
La doctora O’Meara había visto a Liam y le había dado el alta. A Sierra le gustaba la mujer y confiaba en ella, a pesar de ser más joven de lo que había imaginado.
Con una receta en la mano, Sierra estaba lista para marcharse con su hijo.
Era el momento de enfrentarse a Eve.
Cuando se dio la vuelta, vio que entraba Travis. Éste le había dicho que tenía una casa en Flagstaff, y Sierra sabía que había ido a pasar la noche allí.
Liam se puso contento al verlo y le dio la buena noticia de que se marchaba del hospital.
—¡Me puedo ir a casa ya! —exclamó.
La palabra «casa» dio en el corazón de Sierra como un dardo. El rancho era la casa de Eve, y la de Meg, pero no la de ella y Liam. El niño sufriría cuando se marchasen de allí si se encariñaba con la casa del rancho.
—¡Estupendo! —dijo Travis—. Según me han dicho, hay electricidad nuevamente, la despensa está llena de cosas ricas y tu abuela te está esperando… —agregó.
Liam miró a Travis y le dijo:
—Hoy no tienes aspecto de vaquero…
Travis se rió.
—Tú tampoco.
—Sí, pero yo nunca lo tengo —respondió Liam, decepcionado.
—Un día de éstos tendremos que hacer algo para arreglarlo —dijo Travis.
Estarían sólo doce meses en el rancho, pensó Sierra. Y no quería que su hijo empezara a echar raíces en él y que un día tuviera que arrancarlo de allí.
—Liam está bien con el aspecto que tiene —respondió ella.
—Es verdad. Mi amigo Liam es un vaquero muy apuesto… De hecho, se parece mucho a Jesse cuando tenía su edad.
Sierra volvió a sentirse molesta, pero siguió recogiendo las cosas de Liam como si no sucediera nada.
Un rato más tarde estaban en el coche de Travis en dirección al rancho.
Durante el viaje apenas hablaron. Travis había sido un gran apoyo para ella, pero no podía depender de él, ni emocionalmente ni de ningún otro modo. Pero tal vez fuera tarde. Porque Liam ya se había encariñado mucho con él.
—¿Sierra? ¿En qué estás pensando? —preguntó Travis de repente.
—En Eve —mintió Sierra.
—Desea veros a Liam y a ti más que nada en el mundo. Pero no será fácil tampoco para ella…
—No quiero que le sea fácil —respondió Sierra.
—Tal vez haya tenido buenas razones para hacer lo que hizo —dijo Travis, después de un momento de duda.
Sierra no contestó.
—Dale una oportunidad, Sierra.
—Es lo que estoy haciendo. He hecho un viaje muy largo desde Florida, he aceptado quedarme en el Triple M durante un año…
—¿Lo habrías hecho si no hubiera sido por el seguro médico?
—Probablemente, no.
—Por Liam harías cualquier cosa… Pero… ¿Y por Sierra? ¿Qué harías?
—¿Vamos a hablar de mí en tercera persona?
—No des rodeos… Quiero saber qué harías si no tuvieras un niño, sobre todo uno con problemas de salud.
—No hables de él como si… fuera un deficiente.
—No lo estoy haciendo. Liam es un chico fantástico, y será un hombre excepcional. Pero estoy esperando que me hables de tus sueños.
—Nada espectacular. Me gustaría sobrevivir.
—Eso no es vida, ¿no? Ni para ti ni para Liam.
—Tal vez me haya olvidado de soñar.
—¿Y eso no te preocupa?
—Hasta ahora, no.
—Es una pena. Porque Liam copiará tu actitud frente a la vida. ¿Es eso lo que quieres para él? ¿Sólo que sobreviva?
—¿Y tú qué? —se revolvió ella—. ¿Cuáles son tus sueños? Eres abogado, pero entrenas caballos y limpias establos para ganarte la vida…
Travis la miró, serio. Y la pena que vio en sus ojos la hizo avergonzarse de haberle hablado de aquel modo.
—Supongo que tendría que haber esperado que me hicieras esta pregunta… —dijo Travis—. Y aquí está mi respuesta. Me gustaría volver a tener sueños. Ése es mi sueño.
—Lo siento —dijo Sierra después de un momento—. No he querido ser brusca. Es que me he sentido…
—¿Acorralada?
—Tal vez.
Después de eso la conversación volvió a ser amable. Pero Sierra se quedó reflexionando mucho tiempo.
Las luces estaban encendidas en el rancho.
—Parece Navidad… —dijo Travis.
Al oír la palabra «Navidad», Liam se despertó.
Travis aparcó al lado de la puerta trasera. Se abrió la puerta de la casa y apareció Eve McKettrick, una mujer muy guapa, vestida con ropa cara.
—¿Es ésa mi abuela? —preguntó Liam—. ¡Parece una estrella de cine!
Era verdad que parecía una estrella de cine, una especie de Maureen O’Hara joven. Y Sierra se dio cuenta de que había visto a aquella mujer en San Miguel, no una vez, sino varias. Era la huésped habitual de un hotel cuando Sierra era pequeña, y varias veces habían comido helado juntas en un café cerca de su casa.
Por un momento, Sierra se olvidó de respirar.
Era «la señora». Sierra siempre la había llamado así. Y secretamente había pensado que era un ángel. Pero hacía años de aquello, y se había olvidado de ella. Ahora le volvía todo a la memoria.
—¿Sierra? —Travis le abrió la puerta del coche, pero ella no se movió.
—¡Hola! —gritó Liam—. ¡Soy Liam y tengo siete años!
Eve sonrió con emoción en los ojos.
—Yo me llamo Eve y tengo cincuenta y tres años —respondió—. ¡Ven aquí a darme un abrazo!
Sierra por fin pudo moverse y salir del coche.
Liam pasó por su lado tan deprisa que ocasionó un remolino en el aire.
Eve se agachó para abrazar a su nieto. Le besó la frente y miró a Sierra nuevamente mientras se erguía.
—Iré a atender a los caballos —dijo Travis.
—No te vayas —dijo Sierra antes de que pudiera reprimirse.
Eve observó la escena mientras llevaba a Liam a la cocina.
—Todo irá bien —la tranquilizó Travis.
Travis y Sierra se miraron un momento. Hubo una sensación entre ellos difícil de definir.
Pero Travis rompió el hechizo marchándose. Sierra respiró profundamente y fue hacia la puerta de la cocina.
—Hay una sorpresa en el salón —le dijo Eve a Liam cuando estuvieron todos dentro.
El niño corrió a investigar.
—Eres «la señora» —dijo Sierra.
—¿«La señora»? —preguntó Eve.
Pero Sierra vio en su mirada que la pregunta era sólo retórica.
—La que solía ver en San Miguel.
—Sí —dijo Eve—. Siéntate, Sierra. Prepararé té y charlaremos.
—¡Guau! —exclamó Liam desde la sala—. ¡Mamá, hay un árbol de Navidad aquí! ¡Con muchos regalos!
—¡Oh, Dios! —exclamó Sierra y se sentó en una de las banquetas.
—¡Son todos para mí! —gritó Liam.
Sierra vio a su madre sacar la tetera de Lorelei del armario y meter hojas de té en ella. Luego puso a calentar la tetera eléctrica.
—¿Regalos de Navidad? —preguntó Sierra.
Eve sonrió con un poco de culpabilidad.
—Hace siete años que soy abuela y tengo que ponerme al día con los regalos…
Sierra pensó que contaba mal, pero no tenía sentido decirlo.
—Yo creía que eras un ángel —confesó Sierra—. En San Miguel, me refiero.
Eve siguió preparando el té.
—Te has transformado en una mujer muy guapa —dijo. Terminó con el té y agregó—: ¡Es… tan maravilloso verte…!
Sierra no contestó.
Liam volvió del salón y preguntó:
—¿Puedo abrir los regalos?
—Sí, si a tu madre le parece bien… —dijo Eve.
—Adelante —suspiró Sierra—. Y tranquilízate, por favor. Acabas de salir del hospital, ¿lo recuerdas? No es bueno para tu asma que te excites tanto…
Liam gritó de alegría y salió corriendo sin prestar atención al reproche de su madre.
La tetera eléctrica silbó y Eve puso el agua en la tetera de Lorelei.
Luego se sentó y preguntó, tan nerviosa como Sierra:
—¿Cómo está Liam?
—Está bien. Pero acaba de salir de una crisis, como sabes. Así que tiene que irse a la cama en cuanto abra los regalos.
El oso y el globo estaban en la parte de atrás de la camioneta de Travis. Sierra se imaginó a su madre comprándolos para un nieto que no conocía.
—Hay tantas cosas que decir… Que no sé por dónde empezar… —suspiró Eve.
—¿Por qué no me dijiste quién eras cuando nos conocimos en San Miguel?
Eve sirvió el té.
—Si te lo decía, se lo habrías contado a Hank, y él podría haberte llevado y haber desaparecido otra vez contigo. Me llevó casi cinco años encontrarte la primera vez, así que no quería volver a perderte la pista.
—Si yo hubiera estado en esa situación, si me hubieran arrebatado a Liam, y lo hubiera encontrado, me lo habría llevado conmigo.
Los ojos de Eve se llenaron de lágrimas, pero pestañeó para borrarlas.
—¿Sí? ¿Aunque lo vieras feliz y saludable y supieras que no te recuerda? ¿Lo habrías secuestrado simplemente? ¿Lo habrías separado de todo y de toda la gente que lo rodease? ¿Sin pensar en las repercusiones psicológicas?
Sierra pestañeó. Ella habría estado aterrada si Eve la hubiera robado de manos de Hank, si se la hubiera llevado del país de algún modo clandestino. Y tendría que haber hecho eso, porque aunque el padre de Sierra parecía no tener demasiado interés en ella, se habría enterado enseguida, habría llamado a las autoridades federales y municipales, donde tenía muchos amigos, y Eve estaría aún en una cárcel de México. Eve tenía que pensar en otra hija. Hubiera abandonado otra hija, un hogar y en un negocio…
—Hace tiempo que soy mayor de edad —le señaló Sierra después de una larga reflexión—. ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo después de que se murió papá y de que Liam y yo viniéramos a los Estados Unidos?
Eve miró su taza. Liam irrumpió en la habitación, sobresaltando a ambas mujeres.
—¡Mira, mamá! —gritó Liam, llevando un telescopio muy caro con su trípode—. ¡Con esto, podré ver hasta el Big Ben!
—¡Te estás excitando demasiado! —repitió Sierra—. Será mejor que te acuestes un rato…
—¡Pero no he abierto ni la mitad de los regalos!
—Más tarde —Sierra se levantó, puso una mano en los hombros de su hijo y se lo llevó hacia las escaleras.
El niño protestó todo el camino.
—Míralo de este modo: Todavía tienes un montón de regalos que abrir. Descansa un rato, y luego sigues… —le dijo a Liam.
—¿Me lo prometes? ¿No harás que mi abuela se los lleve de nuevo o algo así?
—¿Cuándo te he mentido, Liam?
—Cuando me dijiste que no existía Santa Claus.
—De acuerdo. Nómbrame otra vez…
—Cuando me dijiste que no teníamos familia. Tenemos a abuela y a tía Meg…
—¡Me rindo!
Liam sonrió.
—Si ese niño vuelve, voy a mostrarle el telescopio.
—Liam, no existe ese niño…
—Eso es lo que crees tú —respondió Liam mientras se apoyaba en las almohadas.
—Ésta es su habitación. Ésta es su cama, y ése es su viejo telescopio.
Sierra le quitó los zapatos, lo arropó debajo de la vieja colcha y se sentó a su lado hasta que se quedó dormido.
No quería oír más razones por las que su madre la había abandonado.
1919
Hannah no podía dejar de comparar su primera boda con la segunda. Todo era distinto. Pero no le habría importado nada si ella hubiera amado a Doss.
Mientras el sacerdote pronunciaba las palabras sagradas, Hannah miró a Doss de reojo. Estaba muy atractivo y serio.
¿Qué sería de ellos?, se preguntó.
Se sentía triste.
Repitió las promesas cuando tuvo que hacerlo, y mantuvo la frente alta. Cuando la ceremonia estaba a punto de acabar, se abrió la puerta de la oficina y apareció Jeb, el tío de Doss. Era un hombre atractivo, a pesar de ser de mediana edad, y sonrió al ver a la pareja.
—Pensé que iba a perdérmela —comentó.
Doss se rió, evidentemente satisfecho de que hubiera alguien de la familia McKettrick.
El cura carraspeó, no muy contento con la interrupción.
—Os declaro marido y mujer… —dijo rápidamente.
—Puedes besar a la novia —le dijo Jeb a Doss.
Hannah se puso roja.
Doss la besó.
—¿Y las flores? —preguntó su tío—. ¿Y los invitados?
—Fue una decisión de último momento —le explicó Doss.
Hannah se volvió a poner roja.
Jeb se sorprendió. Luego los felicitó.
—Que seas feliz, Hannah —le dijo Jeb al oído—. Gabe querría que así fuera.
Los ojos de Hannah se llenaron de lágrimas. ¿Se le notarían sus verdaderos sentimientos o Jeb era muy intuitivo?
Ella asintió, incapaz de hablar.
—Creí que estabas en Pnoenix —dijo Doss a su tío.
—He venido para ocuparme de un asunto de negocios —explicó Jeb—. He llegado en el tren de la tarde. Voy a pasar la noche aquí y salir para Phoenix mañana. Estaba en el restaurante y alguien me dijo que os estabais casando —miró a Hannah y ésta vio preocupación en sus ojos—. He decidido invitarme a la boda yo mismo, aunque no sea de buena educación…
Doss rodeó la cintura de Hannah con su brazo.
—Nos alegra que hayas venido, ¿no, Hannah?
—Sí.
—¿Dónde está Tobias?
Doss se lo explicó.
—¿Por qué no subes y le dices al chico si puede recibir una visita de su tío Jeb?
Doss dudó. Luego asintió y se marchó.
—Voy a preguntarle a Doss lo mismo que te preguntaré a ti… —dijo Jeb cuando estuvieron solos—. ¿Qué es lo que pasa aquí?
Hannah tragó saliva.
—Bueno, nos pareció razonable casarnos.
—¿Razonable?
—Como estamos viviendo solos en el rancho… Ya sabes lo que dice la gente…
—Lo sé… Pero pensé que si había un plan de boda la familia lo sabría…
—Doss envió un telegrama a la familia. Y yo iba a escribirle a la mía…
—Sois adultos y es asunto vuestro lo que hacéis… Pero, ¿amas a Doss, Hannah?
—Es familia…
—También es un hombre. Un hombre joven, con toda una vida por delante. Se merece una esposa que se alegre de serlo.
—Hace un momento me has dicho que Gabe se alegraría de esto… Y probablemente tengas razón. Así que lo he hecho por él y por todo el mundo… —comentó Hannah.
—Hay una sola persona a la que tienes que complacer en esto, Hannah, y ésa eres tú.
—Tobias necesita a Doss…
—No lo dudo… Pero… ¿Y tú? ¿Necesitas a Doss?
—Me preocuparé de que sea feliz, si eso es lo que te preocupa —dijo ella.
—Él será feliz —dijo Jeb con seguridad—. ¿Y tú?
—Aprenderé a serlo.
Jeb le puso las manos en los hombros y le besó la frente.
Luego se marchó de su lado.
Minutos más tarde apareció Doss con gesto tímido. Evidentemente, Jeb había hablado con él.
—Supongo que tenemos que comer algo —dijo Doss—. Tobias ya ha comido. La criada ha ido a la cocina y le ha llevado algo.
Hannah bajó la mirada y dijo con vergüenza y tristeza:
—Te mereces alguien que te ame…
—No sé si tu corazón me ama, Hannah McKettrick, pero tu cuerpo sí me ama, y tal vez le enseñe al resto de ti cómo amarme.
—Gabe querría que nos casáramos… —dijo ella.
—Amaba a mi hermano, pero no quiero hablar de él esta noche.
—De acuerdo.
Doss la llevó al comedor. Hannah estaba hambrienta. Jeb apareció cuando estaban comiendo el postre.
—Tobias va a pasar la noche en la habitación que está al lado de la mía. Ya lo he arreglado con la criada para quedarme con él… —dijo Jeb.
Hannah dejó el tenedor en la mesa.
—Supongo que está bien… —dijo ella.
Doss había comido tan poco como Hannah. Hacer el amor furtivamente en el granero era una cosa, y estar casados, otra muy distinta.
Jeb los felicitó una vez más y se marchó. Doss pagó la cuenta y no quedó otra cosa que hacer que iniciar la noche de bodas.