1919
Doss volvió a la habitación pasada la medianoche, con olor a tabaco y whisky. Hannah estaba acostada, totalmente inmóvil y callada. Si abría la boca, diría muchas cosas.
Lo vio quitarse los zapatos y el sombrero.
Si pensaba que iba a disfrutar de los privilegios de un esposo, se equivocaba, pensó ella.
Pero para su asombro, no se quitó la ropa.
—Sé que no estás dormida —dijo.
—Te odio, Doss McKettrick —dijo ella, recordando cómo la había humillado públicamente pasando la noche de bodas fumando y bebiendo en un bar.
—Tendremos que llevarlo lo mejor posible —dijo él.
—No, porque en cuanto Tobias esté mejor, nos marcharemos.
—Si eso te consuela, sigue pensándolo. Pero la verdad es que ahora eres mi esposa, y mientras haya alguna posibilidad de que estés embarazada de mí, no vas a irte a ningún sitio.
—Te odio… Me iré cuando quiera…
—Yo te iría a buscar cada vez que escapases, Hannah. Y créeme, el juego podría durar mucho tiempo…
—Entonces, me tendrás prisionera.
—No voy a encerrarte en el desván, si eso es lo que piensas. Pero no te dejaré marchar.
—Espero no estar embarazada…
Pero la verdad era que deseaba tener otro hijo, una niña esta vez. Anhelaba tener una vida creciendo en su vientre, aunque no quería que el padre fuera Doss McKettrick.
En silencio lloró toda la noche junto a Doss.
Por la mañana, Doss no estaba en la cama. Subía olor a bacon desde algún sitio, y ella sintió náuseas. «¡No!», se dijo. Había tenido la misma reacción diez días más tarde de la concepción de Tobias.
Su hijo apareció en la entrada de la habitación, junto a Doss.
—¿Quieres desayunar, mamá? —preguntó Tobias.
Seguía con aspecto de afiebrado, pero parecía más fuerte. Llevaba ropa nueva: unos pantalones de lana, una camisa de franela azul y blanca, hasta tirantes…
Hannah negó con la cabeza. Doss se llevó al niño a la otra habitación, y en cuanto lo hizo, Hannah se levantó y agarró rápidamente el orinal que había debajo de la cama. Devolvió hasta que se derrumbó en el suelo.
Oyó que se abría nuevamente la puerta, y que Doss pronunciaba su nombre. Pero ella no podía responder. Doss se arrodilló a su lado, la levantó y la dejó en la cama nuevamente. Luego la tapó y le lavó la cara con un paño húmedo.
—Iré a buscar al médico.
—No lo hagas. Sólo necesito descansar.
Doss tomó una silla y se sentó junto a la cama. Ella deseó que se marchase, y a la vez temía que lo hiciera.
Apareció una criada con un orinal limpio y se llevó el sucio.
—Creo que abrigaré bien a Tobias y lo llevaré a la tienda del pueblo. Le compraré algo para que juegue, tal vez un libro… ¿Quieres que te traiga algo?
—No —dijo ella y cerró los ojos.
Cuando los volvió a abrir, Doss había vuelto, y Tobias hablaba con alguien en la habitación de al lado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Doss. Llevaba un paquete en las manos, envuelto en papel marrón, atado con un hilo.
—Tengo sed —dijo Hannah.
Doss asintió, dejó el paquete y le sirvió un vaso de agua de la jarra que había encima del escritorio.
—Será mejor que comas algo, si puedes —dijo Doss.
Hannah asintió.
Doss desapareció nuevamente y tardó mucho en volver.
Tobias entró en la habitación para pedirle permiso para ir a comer un sandwich al restaurante con Jeb. Ella se lo dio.
Antes de marcharse, el niño se acercó a su cama y le dijo:
—Doss dice que no te estás muriendo…
—Tiene razón…
—Entonces, ¿qué ocurre? Nunca te quedas en la cama…
Hannah extendió la mano y después de un momento de duda, Tobias la tomó.
—Estoy un poco perezosa.
—Sé que has estado mareada…
—Mañana ya estaré bien, ya verás… Vete a comer el sandwich con Jeb…
Tobias sonrió, más relajado, y se marchó.
Hannah oyó la voz de Doss hablando con Jeb. Al rato entró en la habitación con una bandeja con té con leche y un plato con algo. La puso frente a ella y la observó comer.
Hannah bebió el té y Doss le quitó la bandeja cuando terminó.
Doss cada tanto miraba el paquete que había dejado en la mesilla. Hannah había supuesto que no era para ella, porque le había dicho que no quería que le comprase nada, pero igualmente le despertaba la curiosidad aquello.
—Hannah, en relación a lo de anoche… —empezó a decir él.
—¡Basta! —exclamó ella.
—Me imagino que te imaginas lo que te ocurre… —dijo Doss—. No he llamado al médico por eso…
Hannah asintió.
—Sé que preferirías que fuera Gabe quien estuviera sentado aquí —siguió Doss—. Y quien te hubiera dejado embarazada… Que fuese él quien te acompañase al rancho, quien te ayudara a criar a Tobias para que se hiciera un hombre… Pero la realidad es que seré yo quien lo haga, y será mejor que lo aceptes…
Doss agarró el paquete y lo dejó en su regazo. Luego se marchó.
Hannah sintió que debía rechazarlo, pero una parte de ella deseaba un regalo, algo frívolo, sin ningún uso práctico, algo que la hiciera sonreír simplemente.
Abrió el regalo con dedos temblorosos. Era un libro sobre flores de América.
Hannah saboreó su olor y luego leyó la dedicatoria:
En el día de nuestro matrimonio, y porque sé que esperas con ansias que la primavera alegre tu jardín.
Doss McKettrick.
17 de enero de 1919
Hannah sintió un nudo en la garganta. Apenas podía respirar.
¿Se había dado cuenta Doss cuánto deseaba ver las primeras hojas verdes en los árboles? ¿Cuánto deseaba que se rompiera el hielo del estanque que había detrás de la casa?
Hannah cerró el libro y lo apretó contra su pecho.
Luego lo volvió a abrir y se encontró con coloridas ilustraciones de flores que devoró con la mirada. Cerró los ojos y soñó con la primavera.
Cuando los abrió, soñolienta y confusa, la habitación estaba con la luz del atardecer. Oyó a Tobias y a Doss hablar en la otra habitación. Tobias se rió.
Hannah se levantó, usó el orinal y se lavó las manos en la palangana esmaltada. Se puso una bata y caminó hasta la puerta. La abrió.
Tobias y Doss estaban jugando a las cartas. La miraron.
—He ganado cuatro veces a tío Doss —dijo Tobias.
Doss la acompañó a una silla.
—Iré a buscar algo para cenar —anunció.
—¿Se ha ido tío Jeb? —preguntó Hannah a Tobias cuando estuvieron solos.
Tobias asintió y se arrodilló en el suelo, y empezó a extender las cartas y acomodarlas.
—Tomó el tren de la tarde para Phoenix —dijo Tobias—. Me pidió que te dijera que te mejoraras pronto.
—Me hubiera gustado despedirme de él —dijo Hannah.
¿Le contaría Jeb a su mujer, Chloe, que Doss había pasado la noche de bodas en el bar? ¿Se enteraría toda la familia?
—¿Ma?
Hannah se dio cuenta de que su mente se había quedado divagando.
—¿Sí, cariño?
—¿Es tío Doss mi papá ahora que tú y él os habéis casado?
—Te lo he dicho antes, Tobias. Doss sigue siendo tu tío. Tu padre será siempre… tu padre.
—Pero papá está muerto —Tobias frunció el ceño.
—Sí.
—Tío Doss está vivo.
—Evidentemente…
—Yo quiero un papá. Alguien que me lleve a pasear y que me enseñe a disparar.
—Los tíos pueden hacer esas cosas…
Hannah no quería que su hijo tocase un arma, pero en aquel momento no tenía fuerzas para discutir con él.
—No es lo mismo —dijo Tobias.
—Tobias, hay algunas cosas en esta vida que tenemos que aceptar. Tu padre ya no está. Doss es tu tío, no tu papá. Tendrás que aceptarlo.
—Sería mejor que él fuera mi papá y no mi tío…
—Tobias…
—Una vez dijiste que Doss podría ser mi padrastro, y quitando la última parte de la palabra, es casi lo mismo…
Hannah se llevó las manos a las sienes.
Tobias sonrió.
Se abrió la puerta de la habitación y apareció Doss, seguido de dos criadas que llevaban la comida en una bandeja.
—¡Papá ha vuelto! —dijo Tobias.
Hannah miró a Doss, y una corriente pasó entre ellos, silenciosa e intensa.
Hannah desvió la mirada primero.