Capítulo 12

 

 

 

 

Presente

 

 

—Necesitas tiempo para absorber esto —le dijo Eve a Sierra durante el desayuno al día siguiente—. Así que voy a marcharme…

Liam se estaba preparando para ir a su primer día de escuela en Indian Rock, y Sierra no estaba segura de que el niño estuviera bien como para pasar todo un día en la escuela.

Sierra tenía sentimientos contradictorios en relación a la marcha de Eve. No sabía nada de su madre, y quería saber no solamente cosas referidas a su separación sino cómo era, qué libros leía, a quién había amado…

Por otra parte necesitaba estar sola para pensar y encajar la realidad.

—Hay algo que quiero mostrarte antes de irme —dijo Eve.

Se dirigió al armario de la porcelana y sacó algo rectangular envuelto en terciopelo. Era un álbum de fotos.

Sierra lo desenvolvió con emoción.

—Éstos son tus ancestros. En el desván hay fotos, diarios y cosas que hay que catalogar. Me harías un favor si los recogieras y los ordenases.

Sierra asintió, reacia a verse demasiado involucrada con una familia con la que tenía relación biológica, pero con la que estaría de paso.

—Siento no poder desarmar el árbol de Navidad, pero el avión llegará en una hora, y no me dará tiempo. Las cajas correspondientes están a un lado de la escalera —dijo Eve.

Sierra asintió.

¡Cuántas Navidades de los McKettrick se había perdido!, pensó. Su padre apenas había festejado las fiestas, aunque siempre le había hecho algún regalo. Pero Sierra no se había sentido mal, porque no había sabido que otra gente lo festejaba más.

Eve le dio un beso en la frente a Sierra y se marchó arriba.

Sierra recogió la mesa y llenó el lavaplatos.

Cuando terminó, miró hacia el álbum. Parecía pedirle que lo abriese. «Somos parte de ti», parecía decirle.

En Indian Rock no había ningún programa para niños superdotados y Liam estaba contento de ir al colegio y ser «un niño normal», no un niño enfermo, ni superdotado.

De niña, ella había deseado terriblemente ir al colegio, pero no la habían enviado. Magdalena se había encargado de enseñarle en casa. Ahora se daba cuenta de que Hank la había estado escondiendo, probablemente por miedo a que algún visitante, o algún maestro se diera cuenta de que la había secuestrado, e investigara el caso.

Por un momento sintió mucha rabia.

Liam bajó para decirle que su abuela le proponía que usaran el coche de Meg.

—¿Cuándo vamos a comprarnos un coche nuevo? —preguntó Liam poniéndose el abrigo de «vaquero» que le había regalado Eve.

—Cuando nos toque la lotería.

En aquel momento bajó su abuela.

—Vamos a abrir una oficina de McKettrickCo en Indian Rock —dijo, sin importarle que se notase que había estado escuchando—. La llevará Keegan, pero estoy segura de que habrá un lugar para ti en la organización, si lo quieres. Tú hablas español, ¿verdad?

—Keegan… —susurró Sierra—. ¿Otro primo?

—Descendiente de Kade y Mandy —le confirmó Eve, sonriendo y asintiendo hacia el álbum—. Está todo en el libro.

—¿Cómo vas a ir al hangar, o donde aterrice el jet?

—Me llevará Travis —Eve dejó las maletas al lado de la puerta y sacó unas llaves del armario de la porcelana—. Usa el coche de Meg. Tu coche te dejará colgada —le puso las llaves en la mano.

Sierra las agarró finalmente.

—Dame un abrazo —dijo Eve a Liam—. Volveré dentro de unas semanas, y si el tiempo es bueno, podremos dar un paseo en el jet de la empresa, si te apetece…

Liam exclamó de alegría.

Sierra no tuvo tiempo de protestar porque apareció Travis.

—¡Eh, vaquero! ¡Estás muy guapo con tu nuevo traje! —exclamó mirando a Liam.

—Quería ponerme el sombrero también, pero mamá no me ha dejado porque dice que puedo perderlo en el colegio…

—El mundo está lleno de sombreros —respondió Travis mirando a Sierra.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Sierra a la defensiva.

Travis suspiró. Eve y él se miraron con complicidad. Y luego Travis se dio la vuelta sin contestar, rumbo a la camioneta.

Eve abrazó a Liam; luego a Sierra, y se marchó.

Sierra fue al garaje y encendió la luz. El brillante Blazer de su hermana la estaba esperando.

 

 

1919

 

Dos días después de la boda, Hannah, Doss y Tobias regresaron a casa en el trineo, con Tobias entre ellos.

Doss permaneció en silencio la mayor parte del viaje.

Cada tanto, Hannah lo miraba y pensaba: «Estoy casada», pero no se sentía así.

Cuando llegaron, la cocina del rancho estaba helada.

Doss encendió la luz y subió con Tobias.

Hannah se puso de puntillas y la apagó.

Cuando volvió Doss, ella ya había encendido el fuego y las lámparas. Estaba buscando los ingredientes para preparar una tortilla francesa.

—¿Dónde está Willie? —preguntó Hannah.

Willie era un peón que habían contratado para cuidar el rancho aquellos días, y como no era un empleado fijo, temía que se hubiera marchado.

—Cuando llegamos lo vi cerca del cobertizo, reuniendo leña.

Hannah suspiró, aliviada.

—La cena estará lista en media hora —dijo—. Si Willie quiere cenar con nosotros, será bienvenido.

Doss asintió, se subió el cuello del abrigo y salió a atender al ganado y los caballos.

Un rato más tarde apareció solo.

—Willie se ha ido a la casa principal del rancho, pero me ha dicho que te diera las gracias por tu invitación.

Hannah se limpió las manos en el delantal y puso la mesa. Cuando abrió el armario de la porcelana notó que había un álbum dentro, y se quedó petrificada.

—¿Qué sucede, Hannah? —preguntó Doss.

—El álbum —dijo ella.

—¿Qué?

—Willie no creo que se haya puesto a mirarlo, ¿no? La casa estaba fría, y no creo que haya entrado nadie aquí… ¿No… No has tenido nunca la impresión de que no estamos solos en la casa?

—No —respondió Doss.

—Ya era bastante con que se moviera la tetera… Y ahora el álbum…

—Hannah… —le tocó el hombro— Pareces Tobias, que dice que ha visto un niño en la habitación…

—A lo mejor no imagina cosas. Tal vez no haya sido la fiebre.

Doss la hizo sentar. Pero cuando se sentó, le pareció que el álbum, que era nuevo, se volvía viejo. La sensación duró un momento, pero fue tan intensa que la estremeció.

—Estamos todos muy cansados, Hannah. Alguno de nosotros debió mover el álbum.

—No… Tobias estaba muy débil para hacerlo. Las galletas se van a quemar si no las sacas del horno… —agregó Hannah.

Doss se levantó y sacó las galletas del horno.

—Tobias debe de tener hambre.

—Iré a verlo —respondió Doss—. Come algo… —agregó.

Cuando regresó, Doss sirvió un plato de comida para el niño y se lo llevó. Ella hizo un esfuerzo por comer algo, pero no tenía mucha hambre. Al rato bajó Doss y cenó.

Después de recoger, Hannah decidió ir a ver a Tobias.

Su hijo estaba incorporado en la cama cuando entró.

—El niño ya no está. ¿Se habrá marchado? —preguntó Tobias.

—¿Qué niño?

—El que veo a veces. Ése que lleva ropa tan rara…

Hannah le acarició la cabeza y se sentó en el borde de su cama.

—¿Te habla ese niño?

—No. Sólo nos miramos. Me parece que está tan sorprendido de verme como yo de verlo a él —hizo una pausa—. ¿Me crees?

—Por supuesto, Tobias.

—Pa dice que es imaginario.

—Tobias, Doss es tu tío no tu papá.

—¿Por qué no dejas que sea mi papá? Es tu marido, ¿no? Si tú puedes tener un marido, ¿por qué yo no puedo tener un papá?

—Una mujer puede tener más de un marido, pero un niño sólo tiene un padre. Y ése fue Gabriel Angus McKettrick. No quiero que lo olvides.

—No lo olvidaré… Pero… aunque laves mi boca con jabón, seguiré llamando a Doss «papá». Tengo muchos tíos, Jeb, Kade, Rafe, John Henry… Pero lo que necesito es un papá.

Hannah estaba muy cansada para discutir.

—Siempre que no te olvides de quién es tu verdadero padre… Y te agradecería que incluyeras a tu tío David, mi hermano, en la lista.

—Trato hecho —dijo Tobias, feliz, y chocó su mano.

—Duérmete —le dijo Hannah.

Hannah le dio un beso en la frente, le dio las buenas noches, apagó la lámpara y se marchó.

—Puedes bañarte tú primero, si quieres —le dijo Doss a Hannah cuando ésta bajó.

—Báñate tú —respondió Hannah.

¿Pensaría acostarse con ella?

Él asintió.

Hannah se dio la vuelta, algo ruborizada, y subió las escaleras.

Se acostó, se tapó y esperó.

Al rato oyó a Doss subir las escaleras y pasar por delante de su habitación en dirección a la de él.

Hannah se sintió aliviada y frustrada a la vez. Y se durmió.

 

 

Presente

 

Sierra condujo el Blazer secretamente orgullosa.

Cuando llegaron al colegio, Liam se despidió de su madre y salió corriendo. Sierra se quedó con un gran sentimiento de abandono. Pero trató de quitárselo. Liam tenía el inhalador, la enfermera del colegio estaba al tanto de su asma, y ella tenía que ir soltando a su hijo…

De vuelta al rancho, decidió dar una vuelta por el pueblo. Había poco que ver, y en media hora lo había visto todo, incluida la oficina de McKettrickCo, donde Eve le había ofrecido un puesto.

Decidió abrir una cuenta en el banco del pueblo.

—Usted ya tiene una cuenta, señora McKettrick —le dijo la empleada—. Y es muy sustanciosa —agregó cuando vio la pantalla.

Sierra frunció el ceño.

—Debe haber un error… Sólo llevo unos días en el pueblo, y no he…

Entonces se dio cuenta de que debía haber sido Eve.

La empleada giró el monitor y le hizo ver la suma.

«¿Dos millones de dólares?», pensó Sierra cuando lo vio.

—Por supuesto que tendrá que firmar… —dijo la chica.

—Necesito un teléfono —balbuceó Sierra, algo mareada.

—¿No tiene teléfono móvil? —se extrañó la empleada.

—No. No tengo.

—Allí tiene un teléfono público —dijo la chica.

—Quiero una llamada a cobro revertido —agregó Sierra.

Cuando Eve atendió el teléfono, Sierra le dijo:

—¡Tengo dos millones de dólares en una cuenta bancaria!

—Lo sé…

—No voy a aceptarlos…

—Es tu fideicomiso.

—¿Mi fideicomiso?

—Sí. También tienes acciones en McKettrickCo, por supuesto.

—No voy a aceptar tu caridad —respondió Sierra.

—Díselo a tu abuelo —respondió Eve—. Claro que no te será fácil, porque está muerto desde hace quince años.

—¿Mi abuelo me dejó dos millones de dólares?

—Sí. Los dejamos a salvo en una cuenta de Suiza para que tu padre no los tocase.

Sierra cerró los ojos.

—¿Cariño? ¿Estás ahí? —preguntó su madre.

—Sí —respondió Sierra—. ¿Por qué no me lo has dicho cuando estuviste en el rancho?

—Porque sabía que no estabas preparada para oírlo, y no quería perder el tiempo discutiendo.

—¿Cómo es que puedes hablar por el móvil durante el viaje? —preguntó Sierra.

Eve se rió.

—Porque hice un ajuste con el teléfono antes de despegar —respondió—. Soy una loca de la técnica… ¿Alguna otra pregunta?

—Sí. ¿Qué voy a hacer con dos millones de dólares?