Capítulo 13

 

 

 

 

1919

 

 

Cuando Hannah bajó, Doss ya había encendido el fuego, preparado el café y salido al granero, como hacía todas las mañanas. Ella se puso el viejo abrigo de Gabe, que ya no guardaba nada de su esencia, y fue al gallinero.

—Creo que voy a ir con el trineo a casa de la viuda de Jessup otra vez —dijo Doss—. Es posible que se le haya acabado la leña.

—Tendrás que desayunar bien primero —dijo Hannah—. Mientras te preparo algo, ¿por qué no traes algo de la despensa y se lo llevas a la señora Jessup? A ella le encantan las peras en almíbar que preparé para Navidad.

Doss asintió y sonrió de un modo que a Hannah le produjo un dulce cosquilleo.

—¿Cómo está Tobias hoy?

—Está durmiendo —dijo ella mirando el cuenco en el que echaba los huevos—. Y no se te ocurra ni por un momento que puedes llevarlo… Hace demasiado frío y está cansado de ayer.

Pensó que Doss estaba en la despensa, pero de pronto, él le agarró los hombros y la sobresaltó.

Ella se puso rígida. Él le dio la vuelta y la miró a los ojos. El corazón de Hannah latió más rápidamente.

¿Iba a besarla? ¿Iba a decirle algo importante?

—Antes de volver a Phoenix, tío Jeb dijo que nos quedásemos con algunos jamones del secadero de la casa de Rafe y Emmeline… Y con una pieza de bacon también. Eso significa que tardaré un poco más que de costumbre.

Hannah asintió simplemente.

Se quedaron mirándose un momento, luego Doss la soltó y ella siguió batiendo los huevos.

Cuando Doss se marchó, Hannah le llevó el desayuno a su hijo.

—Estoy preocupado por ese niño —dijo Tobias—. Tendría que haber vuelto…

—Estoy segura de que volverá pronto —dijo Hannah—. Recuerda que me has prometido avisarme enseguida cuando lo veas…

Tobias asintió.

Hannah besó su frente y se marchó, dejando la puerta abierta por si la llamaba.

Luego bajó, lavó los platos y ordenó la cocina.

Después buscó el diario que Holt y Lorelei le habían regalado una Navidad. No lo había usado hasta ahora. Fue al estudio a buscar tinta y la asaltaron los recuerdos de Gabe. Casi nunca entraba en aquella habitación, y aquel día estaba más vacía que nunca. Aunque fue la ausencia de Doss lo que más notó, no la de Gabe.Tomó la tinta y salió.

Después de instalarse en la cocina, abrió el diario y escribió:

 

Mi nombre es Hannah McKettrick, y hoy es 19 de enero de 1919…

 

 

Presente

 

Lo primero que notó Sierra cuando llegó a la casa fue que Travis no estaba. Lo segundo, que el álbum que Eve le había dado había desaparecido. Ella lo había dejado en la mesa de la cocina.

Se quedó de pie, tratando de oír ruidos. No, la casa estaba vacía.

Metió las bolsas del supermercado, las vació y puso todo en su sitio. Se preparó un sandwich e hizo café. Cuando terminó de comer y empezó a recoger, notó que el álbum estaba otra vez en su sitio: en el cajón del armario de la porcelana.

Frunció el ceño y se estremeció. Más tarde miraría las fotos. Ahora recogería el árbol de Navidad.

Cuando terminó, ya era hora de ir a recoger a Liam al colegio.

Al sacar el coche marcha atrás, casi atropelló a Travis, que estaba de pie detrás del capó abierto del coche de Sierra, manipulando una de sus partes.

Se apartó del camino.

—Me has asustado —dijo ella.

Travis se rió y exclamó:

—¿Yo te he asustado?

—No esperaba que estuvieras de pie ahí…

—Yo tampoco esperaba que tú salieras del garaje a noventa kilómetros por hora.

—¿Siempre discutes por todo? —sonrió Sierra.

—Claro… Tengo que estar ágil… Por si algún día retomo el camino de las leyes… ¿Adónde vas tan deprisa?

—Liam va a salir del colegio…

—Bien…

—¿Quieres venir?

¿Qué le había hecho decir eso? Travis le caía bien, y agradecía lo que había hecho por ella, pero la hacía sentir incómoda.

—Tal vez otro día…

Debía haber leído sus pensamientos, pensó Sierra.

Travis sonrió, asintió y se apartó del camino con gesto exagerado.

Ella aceleró y se marchó.

En aquel momento no pensó en los dos millones de dólares, ni en la tetera que se movía sola, ni en el álbum de fotos, ni en Liam.

Se quedó pensando en Travis.

 

 

Liam estaba mirando la noche a través del telescopio. Sintió un estremecimiento familiar y supo antes de darse la vuelta que el niño estaba en la habitación.

Se dio la vuelta y vio que allí estaba, echado en la cama, mirándolo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el niño.

Liam no podía creerlo.

—Yo me llamo Tobias —dijo el niño.

—Yo soy Liam.

—Es un nombre extraño… —respondió el niño.

—Bueno, Tobias es bastante raro también…

Tobias se levantó de la cama. Llevaba un gracioso camisón hasta los pies.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando el telescopio de Liam.

—¿Quieres mirar? Con esto se puede ver hasta Saturno …

Tobias miró por el telescopio.

—¡Va enfocando todo, y es azul!

—Sí —dijo Liam—. ¿Cómo es que llevas camisón?

—Esto es una camisola de dormir —respondió Tobias.

—Lo que sea…

—Tú también llevas ropa original…

—Gracias… ¿Eres un fantasma?

—No. Soy un niño. ¿Y tú?

—Un niño también —dijo Liam.

—¿Qué estás haciendo en mi dormitorio?

—Éste es mi dormitorio. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

Tobias sonrió y le puso un dedo a Liam en el pecho, como si quisiera comprobar que era real.

—Mi mamá me ha dicho que le avise si te veo de nuevo… —dijo.

Liam tocó a Tobias y notó que era sólido.

—¿Le vas a avisar? —preguntó.

—No lo sé —dijo Tobias—. ¿Es realmente Saturno o es uno de esos dispositivos con figuras que se mueven?

 

 

1919

 

Hannah estaba subiendo las escaleras para ir a la habitación de Tobias y oyó voces. Se quedó de piedra.

Tobias llamó a su madre, excitado.

Cuando Hannah entró en su dormitorio, su hijo estaba tumbado en la cama, con los ojos brillantes de excitación, y le contó la experiencia con el niño.

Hannah se quedó perpleja.

—¿Mamá? —Tobias pareció preocupado—. No estoy enfermo… He visto Saturno. Es azul, y tiene anillos.

Hannah se puso la mano en la base del cuello.

—¡No me crees! —exclamó su hijo.

—No sé qué creer, Tobias… Pero estoy segura de que no mientes…

—Me ha contado muchas cosas, ma. Que Saturno tiene lunas, como la tierra, cuatro en vez de una. Una de ellas está cubierta de hielo…

Hannah tragó saliva y preguntó:

—¿Qué más te ha contado?

—Que la gente tiene cajas en sus casas en las que ve todo tipo de historias, como las obras de teatro…

—Debes haber estado soñando, Tobias —dijo Hannah con pánico.

—No. He visto a Liam. He hablado con él. Me ha dicho que estaba en el año dos mil siete…

Mareada, Hannah abrazó a su hijo fuertemente.

—¡Déjame, mamá! Estoy bien…

Hannah lo soltó.

—¿Qué nos está ocurriendo? —susurró Hannah.

—Tengo que usar el orinal —dijo Tobias.

Hannah salió de la habitación lentamente, como si estuviera sonámbula y tuvo que sentarse en la escalera para no caerse.

Cuando volvió, Doss todavía estaba allí.

—¿Qué sucede? ¿Tobias está bien?

—Sí…

Doss le rodeó los hombros, y ella sollozó apoyada en su pecho, mientras sentía una mezcla de emociones además de alivio. Él la abrazó hasta que notó que estaba más tranquila.

—¿Cómo estaba la viuda de Jessup? —preguntó Hannah cuando pudo hablar.

 

 

Presente

 

Aquella noche, Sierra invitó a Travis a cenar. Le dijo que Liam se pondría muy contento si cenaba con ellos.

—Vamos a comer espaguetis, el plato preferido de Liam.

—Si quieres compensarme por haber estado a punto de atropellarme, está bien, acepto… —bromeó Travis sonriendo.

—Queremos agradecerte tu ayuda…

—A tu servicio —le dijo él.

¿Había sido algo con doble sentido?, se preguntó Sierra.

No, era una tontería que pensara eso.

—Tengo vino también —comentó ella.

—Todo menos música —dijo él.

Liam estaba particularmente callado aquella noche. No comió demasiado y contó muy poco sobre su primer día de escuela.

Pidió que lo disculpasen y se marchó arriba murmurando una excusa.

—Debe estar enfermo —dijo Sierra.

—Déjalo que se marche —dijo Travis—. Liam se encuentra bien.

—Pero…

—El niño está bien, Sierra.

Terminaron de cenar y recogieron. Sierra puso el lavaplatos. Cuando se incorporó, Travis le agarró la mano y la detuvo. Encendió la radio que había en la encimera con la otra mano. Y se escuchó una música sensual.

Travis la estrechó en sus brazos y empezó a bailar lentamente con ella.

¿Por qué no se apartaba?, pensó Sierra.

Tal vez fuera el vino.

—Relájate —le dijo Travis con el aliento pegado a su cara.

Sierra se rió por los nervios, más que por humor.

¿Qué le ocurría? Se sentía atraída por él y Travis, evidentemente, por ella. Eran dos adultos. ¿Por qué no iba a disfrutar de un baile lento en la cocina de un rancho?

Porque el baile lento llevaba a otras cosas, sobre todo cuando había habido vino de por medio. Sierra dio un paso atrás y sintió el borde de la encimera. Travis, naturalmente, avanzó con ella, puesto que tenían las manos entrelazadas y él le rodeaba la cintura.

Era cuestión de física.

Y en aquel momento la besó.

Otra vez algo físico. Pero más complicado.

Ella sintió su cuerpo masculino contra el suyo en el lugar apropiado. Si Liam no hubiera estado arriba, y hubiera podido aparecer en cualquier momento, ella habría envuelto sus piernas alrededor de la cintura de Travis y lo habría besado.

—¡Jo! —exclamó ella cuando dejaron de besarse.

—Nadie me ha dicho algo así después de un beso —sonrió él.

—Va a suceder, ¿no? —se oyó suspirar Sierra.

—Sí —respondió él.

—Pero no esta noche.

—Probablemente, no —dijo Travis.

—¿Cuándo, entonces?

Él se rió, le dio un suave beso y contestó:

—Mañana por la mañana, después de que dejes a Liam en el colegio.

—¿No es un poco… pronto?

—No —Travis le acarició un pecho—. No tan pronto como quisiera yo.

 

 

Después de que se fuera Travis, Sierra se sintió idiota.

Fue a ver a Liam, que estaba totalmente dormido, y luego se duchó. Pero eso no la ayudó.

Se durmió a pesar de toda la excitación, pero se despertó pensando en Travis, en su beso, en su cuerpo…

Se levantó por la mañana y preparó el desayuno. Luego llevó a Liam al colegio.

Volvió directamente al rancho, aunque había pensado hacer tiempo en el pueblo para enfriarse un poco. Ni siquiera se molestó en aparcar bien el Blazer. Fue directamente a su trailer. Travis no contestó. Sierra deseó que estuviera. Deseó que se hubiera marchado…

De repente se abrió la puerta del trailer.

Él le sonrió.

—Entra… —dijo Travis.

—Esto es una locura —comentó Sierra.

Él empezó a desabrocharle el abrigo. Se lo quitó, agachó la cabeza para morder el lóbulo de su oreja y deslizó sus labios por su cuello.

Ella gimió.

—Dime algo para que vuelva a la racionalidad… Dime que esto es una tontería… Que no deberíamos hacerlo…

Él se rió.

—¿Estás bromeando? —le preguntó.

—No está bien… —dijo Sierra.

—Tómalo como una terapia…

Él echó el abrigo a un lado. Ella tembló.

—¿Para quién? ¿Para ti o para mí?

Él le abrió la blusa, desabrochó su sujetador por el cierre delantero, le tomó los pechos cuando quedaron en libertad…

—Oh, para los dos…

Sierra gimió otra vez. Él la sentó en el borde de la cama, se agachó para quitarle las botas y los calcetines. Luego la volvió a poner de pie y la desvistió, prenda a prenda. Probó sus pechos con sus labios, y mientras, sorprendentemente, se fue quitando la ropa. Sierra estaba demasiado mareada, y demasiado excitada para darse cuenta de cómo lo había hecho.

Él la tumbó en la cama, suavemente, le puso dos cojines debajo del trasero, y se arrodilló entre sus piernas.

—¡Oh, Dios! ¿No irás a…?

Travis la besó desde la boca hasta el cuello.

—Claro… —respondió él, agarrando con la boca un pecho primero y luego el otro.

Luego se movió hacia abajo, besando la parte interna de sus muslos. Acomodó los cojines y la subió más.

Sierra gimió.

Travis apartó el nido de rizos húmedos en la juntura de sus piernas y la acarició con la punta de la lengua. Ella se arqueó y gritó de placer.

Gimió y movió las caderas hacia él. Él deslizó sus manos por debajo de su trasero y la subió más. Ella iba a explotar de placer, pero quiso prolongar aquel momento. No tenía orgasmos todos los días. Quería disfrutar todo lo posible de aquella experiencia.

Él la hizo ascender hasta la cima del placer, y ella se convulsionó con la fuerza de su orgasmo, una, dos, tres veces… Hasta que se sacudió por última vez y, satisfecha, yació inerte.

Había terminado…

Pero no era verdad.

Antes de que ella tuviera tiempo, él le puso las piernas encima de sus hombros y separó sus rodillas y la acarició con la lengua hasta que la hizo llegar nuevamente. Ella se convulsionó en silencio, sacudida por las olas de placer.

Travis esperó a que abriera los ojos. Ella asintió.

Entonces él entró en ella con un profundo y lento empuje, sujetándose a un lado y a otro de sus hombros, mirándola a los ojos.

Ella empezó a ascender nuevamente. Murmuró su nombre. Se aferró a sus hombros. Él fue despacio; no aumentó su ritmo. Pero ella estaba cada vez más excitada.

La ola de placer llegó como un sunami, y cuando ella dejó de gritar y de moverse, entregándose, lo vio cerrar los ojos, echar la cabeza hacia atrás y dejarse ir.

Su poderoso cuerpo se tensó, y Sierra casi lloró al verlo perder el control.

Entonces Travis se tumbó a su lado y la abrazó. Le besó la sien y acarició sus pechos y su vientre.

—No vas a dormirte, ¿no? —preguntó Sierra.

—No —se rió él. Le acarició la espalda, los hombros y el trasero.

Ella hundió su cara en su cuello.

—¿Te has puesto…?

—Sí —dijo él.

—¡Me alegro! —se rió Sierra.

Él se movió debajo de ella.

—No podemos hacerlo otra vez.

—¿Qué apuestas a que sí? —Travis la puso encima de él a horcajadas de su cadera.

Y ella lo sintió moverse dentro.

Él le agarró los pechos y se los succionó mientras se movía dentro de ella.

Y entonces el universo se disolvió para ellos…