SIERRA se durmió acurrucada contra Travis. Éste los tapó.
Él había estado con muchas mujeres, pero aquello era diferente. Sierra era diferente.
Había sido un hombre muerto hasta aquel momento, y su trailer había sido su ataúd. Rance había tenido razón cuando se lo había dicho. Sierra McKettrick, que probablemente, igual que él, no hubiera esperado de aquel encuentro más que un revolcón en el heno, lo había resucitado. Sierra había despertado todo lo que había en él.
La abrazó más fuertemente y pensó en Brody. Su hermano no volvería a hacer el amor, no tendría la oportunidad de conocer a una mujer como Sierra. No volvería a ver salir la luna, ni a oír correr el agua de un arroyo de montaña, ni a ver los fuegos artificiales de un Cuatro de Julio con un niño encima de sus hombros… Había tantas cosas que su hermano no iba a hacer…
El dolor de la pérdida era insoportable. Pensó que perder a su hermano sería lo peor que podría pasarle, pero ahora sabía que no lo era. Morir por dentro era fácil. Más duro era tener agallas para vivir.
Travis se movió.
Sierra suspiró, levantó la cabeza y lo miró.
Él tuvo la esperanza de que no hubiera notado la lágrima que le resbaló por la mejilla.
Si la había visto, Sierra tuvo la discreción de no decírselo.
—¿Qué hora es? —preguntó Sierra.
—Las doce y media —respondió él mirando el reloj que había en un estante encima de la cama.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Sí.
—Esto no tiene por qué cambiar nada —razonó Sierra, un poco precipitadamente.
¿Lo quería convencer a él o quería convencerse ella misma?
—De acuerdo —respondió él.
Sierra se incorporó en la cama.
—Será mejor que vuelva a la casa… —dijo Sierra.
Él asintió. Ella también.
Se miraron un momento. Ambos dijeron que no sabían lo que había sucedido entre ellos.
—No creas que suelo acostarme con hombres a los que apenas conozco… —comentó ella.
—Lo creo, Sierra.
Había sido terriblemente apasionada, pero le parecía imposible que fuera siempre así. No había ser humano capaz de tanta energía.
Sierra se estaba vistiendo sentada al borde de la cama.
—¿Travis? Fue bueno lo que hicimos, ¿no?
Travis le apretó suavemente la mano y respondió:
—Sí, claro…
Ella sonrió y se marchó.
Él notó su ausencia.
Se quedó tumbado con las manos por detrás de la cabeza, pensando en todas las cosas que tendría que hacer antes de marcharse definitivamente del Triple M.
Había sido una estúpida, pensó Sierra cuando entró en la casa. ¿Cómo se le había ocurrido arrojarse en brazos de Travis?
Se había acostado con dos hombres en su vida, y uno de ellos la había dejado embarazada… ¿Y si Travis le había mentido cuando le había dicho que había usado preservativo? ¿Y si estaba embarazada otra vez?
Sierra subió las escaleras y entró en el cuarto de baño. Le apetecía darse una ducha.
Cuando terminó de ducharse y cambiarse, todavía le quedaba más de una hora para ir a recoger a Liam. Miraría las fotos del álbum.
Fue a buscarlo y se sentó con él en el regazo. Dentro del álbum encontró un pequeño libro de tapa azul. Ponía:
Mi nombre es Hannah McKettrick. Hoy es 19 de enero de 1919.
Sé que estás aquí, lo siento. Has movido la tetera y el álbum en el que he puesto este diario.
Por favor, no le hagáis daño a mi niño. Su nombre es Tobias. Tiene ocho años. Y lo es todo para mí.
Sierra se quedó petrificada. Había más, pero el shock fue tal que no pudo seguir.
¿Se estaba dirigiendo a ella aquella mujer, probablemente, muerta hacía mucho tiempo?
Era imposible.
Pero también era imposible que las teteras se movieran solas, que los álbumes se cambiaran de sitio, que los pianos tocasen solos…
Y era imposible que Liam hubiera visto a un niño en su dormitorio.
Sierra tragó saliva, dirigió su mirada al diario otra vez. ¿Cómo era posible que estuviera ocurriendo aquello?
Contuvo la respiración y siguió leyendo:
Debo estar perdiendo la cabeza… Doss dice que debe ser por el dolor de la muerte de Gabe. No sé bien por qué estoy escribiendo esto, salvo por la esperanza de que tú me contestes. Es la única forma que se me ocurre para hablar contigo…
Sierra se levantó a buscar una pluma. Aquello era una locura. Pero no podía desoír lo que le pedía Hannah. Entonces escribió:
Mi nombre es Sierra McKettrick, y hoy es 20 de enero de 2007. Tengo un hijo también. Se llama Liam. Tiene siete años, y es asmático. Él es el centro de mi vida.
No tienes nada que temer de mí. No soy un fantasma, sólo una mujer de carne y hueso. Una madre, como tú.
Sonó el teléfono y Sierra se sobresaltó. Llamaban de la escuela. Sierra se asustó.
—Liam tiene dolor de estómago. Probablemente mañana ya esté mejor —le informaron.
—Iré enseguida.
Sierra cerró el diario de Hannah McKettrick y buscó las llaves del Blazer. Se subió al coche y condujo a toda velocidad hacia Indian Rock.
Encontró a Liam solo en la sala de primeros auxilios del colegio.
—Me duele el estómago, mamá. Creo que voy a volver a vomitar…
Sierra fue hacia él. El niño se giró a un lado y vomitó, manchándole los zapatos.
—Lo siento…
—No te preocupes.
Sierra lo abrazó y tranquilizó. Luego le limpió la cara con un pañuelo de papel.
Apareció la enfermera del colegio con el abrigo de vaquero de Liam.
—¡No quiero ponérmelo! ¿Y si lo mancho? —dijo Liam, preocupado.
—Podemos envolverlo en un par de mantas —dijo la enfermera del colegio—. La ayudaré a meterlo en el coche. Este abrigo es muy importante para Liam, tan importante que aun enfermo quería ir a buscarlo… —dijo la mujer.
Sierra y la enfermera envolvieron a Liam en una manta y lo metieron en el coche.
—Gracias —dijo Sierra.
La mujer sonrió.
—Me llamo Susan Yarnia. Si necesita algo, puede llamarme aquí o a casa. El nombre de mi marido es Joe, y estamos en la guía.
Sierra asintió, agarró el abrigo y la mochila de su hijo y se sentó en el coche.
—¿Cree que debería llevarlo al médico? —preguntó Sierra.
—Eso es decisión suya. Hay un virus por ahí y me da la sensación de que Liam se lo ha contagiado de otros niños. Yo lo llevaría a casa y lo haría beber mucho líquido…
Sierra asintió, dio las gracias a la mujer y se marchó.
—¿Y si vomito en el coche de tía Meg?
—Lo limpiaré —respondió Sierra.
—Esto es horrible… Cuando se lo cuente a Tobias…
«Tobias», recordó Sierra.
—¿Quién es Tobias? —preguntó Sierra.
—El niño que aparece en mi habitación. Ya te he dicho, que lo veo a veces…
—Sí, pero no me has contado que has tenido una conversación con él…
—Pensé que ibas a asustarte… O que ibas a decir que estoy enfermo… —dijo Liam.
—Anoche ya estabas enfermo… Por eso estabas tan callado…
—Estaba callado porque pensaba que encontraría a Tobias en mi habitación.
—¿Y te daba miedo?
—No.
En aquel momento, Liam pareció estar mareado otra vez.
Sierra paró el coche, y el niño volvió a ensuciarle los zapatos. Cuando terminó, su madre se limpió las botas.
Estaba oscureciendo cuando llegó al rancho. Travis estaba en casa, porque había luz en su trailer. Antes de que Sierra hubiera parado el motor del coche, él apareció en el garaje.
—He vomitado por todo el colegio —le dijo Liam a Travis bajando la ventanilla—. Mis compañeros se burlarán de mí…
—Excelente —dijo Travis con admiración—. ¿Necesitas ayuda para entrar? ¿Ayuda de un vaquero a un vaquero?
—Sí… Aunque podría hacerlo solo… —dijo el niño.
—Por supuesto… Pero tal vez puedas ayudarme a mí, entonces. Estoy un poco débil…
—Tú eres demasiado grande para llevarte, Travis —dijo Liam.
Travis lo levantó en brazos y lo llevó dentro.
—Hace mucho frío aquí —comentó Liam cuando entraron.
—No hay nada como un buen fuego para calentar una casa…
—¿Podemos dormir otra vez aquí? —preguntó Liam.
—No —respondió Sierra.
Travis la miró de lado y sonrió mientras encendía el fuego. Sierra se estremeció.
—¿Está mal el horno otra vez? —preguntó Sierra.
—Probablemente.
—Deberíamos dormir todos aquí —insistió Liam.
Travis se rió.
—Si hay camas, hay que usarlas… —dijo Travis.
—¿Tenías necesidad de decir eso? —murmuró Sierra tratando de que no la oyera Liam.
—No. Pero ha sido divertido…
—Basta…
—No.
—¡Eh! ¿Qué estáis diciendo? ¿Guardáis algún secreto?
—No —respondió Travis.
La cocina empezó a calentarse, pero ella no sabía si era por el fuego o por la corriente que corría entre ellos.
—¡Ojalá Travis fuera mi papá! —dijo Liam.
Sierra se reprimió unas lágrimas de emoción y ternura.
—Bueno, pero no lo es, cariño… Es mejor que te hagas a la idea, ¿de acuerdo?
—Vale…
Sierra se acercó a él y lo despeinó en un gesto cariñoso.
—¿Crees que podrías comer algo? ¿Un caldo de pollo? —preguntó Sierra a su hijo.
—Sí. Y quiero que durmamos en la cocina. Hace frío, estoy enfermo y puedo agarrarme una pulmonía en mi habitación.
Sierra fue hasta el armario de la porcelana. Tomó el álbum de fotos y lo abrió. El diario de Hannah estaba como lo había dejado.
¿Qué esperaba? ¿Una respuesta?
Sí.
—Va a hacer mucho frío arriba —dijo Liam.
—Te haré una cama aquí en el suelo hasta que se caldee tu habitación —dijo Travis a Liam mirando a Sierra.
Liam saltó de alegría.
—¿Y mamá y tú? —preguntó Liam, muy serio.
—Nos aguantaremos…
Travis y Sierra le fabricaron una cama con cojines y mantas.
—¿Te quedas a cenar, Travis? —preguntó Liam.
—¿Estoy invitado? —preguntó él mirando a Sierra.
—Sí —respondió ella después de un suspiro profundo.
Liam gritó nuevamente de alegría.
Sierra preparó sandwiches de queso y calentó espaguetis de lata, pero cuando sirvió la cena, Liam estaba profundamente dormido.
Travis estaba sentado en una banqueta. Asintió en dirección a Liam y dijo:
—Yo que tú, empezaría a buscarle una plaza en la Facultad de Derecho, porque este niño conseguirá estar en la Corte Suprema de Justicia antes de que llegue a los treinta años.