1919
De la madrugada, Hannah fue al granero. Además de sus animales, había que atender a los caballos de alquiler.
Hannah sonrió y los metió en un establo con un cubo de agua y un poco de grano.
Estaba ordeñando a la vieja vaca Earleen cuando Doss apareció. Estaba herido, pero no estaba tan mal como podía haber estado por el golpe que había sufrido. Habían compartido la cama la noche anterior, pero ambos habían estado demasiado agotados como para hacer el amor. El médico se había quedado a dormir en la habitación de más que tenían.
—Vete a casa, si quieres, Hannah —dijo Doss—. Este trabajo lo tengo que hacer yo.
—De acuerdo. Recoge los huevos y la mantequilla del cobertizo… Creo que el doctor va a levantarse con mucha hambre…
Doss caminó cojeando un poco. Hannah lo observó.
—Lo que te dije anoche es verdad: te amo, Hannah. Pero si realmente quieres marcharte a Montana con tu familia, no me opondré. Sé lo duro que es vivir en el rancho…
Hannah sintió un nudo en la garganta.
—Lo es, y no me importaría pasar los inviernos en el pueblo, pero no voy a marcharme a Montana si tú no vienes conmigo.
Doss se apoyó en una viga que sujetaba el techo del granero.
—Gabe lo sabía… —dijo.
—¿El qué?
—Lo que yo sentía por ti. Te he amado desde el primer día. Él se dio cuenta sin que yo se lo dijera. ¿Y sabes qué me dijo?
—No.
—Que no tenía que sentirme mal por ello, porque era fácil amarte.
Unas lágrimas corrieron por la mejilla de Hannah.
—Era un buen hombre.
—Sí. Antes de morir me pidió que cuidase de ti y de Tobias. Quizás se imaginaba, incluso entonces, que tú y yo terminaríamos juntos.
—No me sorprendería —respondió Hannah.
Su amado Gabe… ¡Lo había amado tanto! Pero ya no estaba y dondequiera que estuviese querría que Tobias y ella siguieran adelante con sus vidas…
—Lo que quiero decir… —Doss agarró su sombrero y lo giró con un dedo—. Es que comprendo lo que Gabe significó para ti. Puedes decirlo claramente. No me pondré celoso…
Hannah se puso de pie rápidamente, rodeó a Doss con sus brazos y no intentó ocultar sus lágrimas.
—Tú eres tan buen hombre como Gabe. Que no se te olvide.
Doss le sonrió.
—Te construiré una casa en el pueblo, Hannah —dijo—. Pasaremos los inviernos allí, así podrás ver a tu familia y Tobias podrá ir al colegio sin tener que hacer kilómetros montando a caballo. ¿Te apetecería?
—Sí —dijo Hannah—. Pero me quedaría en este rancho toda la vida, si tuviera que hacerlo para estar contigo.
Doss la besó rodeando su cintura.
—Ve a terminar de preparar el desayuno, señora McKettrick. Yo terminaré aquí.
Hannah tragó saliva y asintió.
—Te amo, Doss.
Él la miró con picardía.
—Cuando se marche el médico, voy a hacerte el amor como es debido.
Hannah se puso colorada.
—¿Cuándo se marcha? —preguntó.
Presente
Travis estaba cargando cosas en su camioneta. Meg se había ido a algún sitio en su coche.
Sierra esperó todo lo que pudo. No sabía cómo le iba a explicar aquello a Liam, que estaba en la cama con un virus. Ni ella lo entendía.
Miró el álbum de fotos para entretenerse, y se encontró con una foto grande de Angus McKettrick, el patriarca del clan. Parecía mirarla y decirle: «Sé una McKettrick».
Pero ella no sabía cómo se hacía eso. Vio la respuesta en los ojos de Angus: «Una McKettrick se aferra a un trozo de suelo y echa raíces. Ser una McKettrick significa pelear apasionadamente por lo que se ama, y despegarse cuando es necesario…»
Sierra vio las fotos de toda la familia, hasta que llegó a Doss y a Gabe, rubios y jóvenes. Estaba la foto de la boda, donde Gabe posaba orgulloso con Hannah.
Hannah, la mujer con la que inexplicablemente había compartido la casa. La mujer que había visto en la habitación de Liam la noche anterior, cuidando a su niño enfermo mientras ella cuidaba el suyo.
—¿Mamá?
Sierra vio a Liam al pie de las escaleras.
—Hola —le dijo ella.
—Travis está recogiendo sus cosas. Me parece que se va o algo así.
El corazón de Sierra se rompió en pedazos. Fue hacia el niño.
—Estaba aquí temporalmente… —le explicó.
—No puede irse. ¿Quién va a hacer el fuego? ¿Quién nos llevará al consultorio si me pongo enfermo?
—Eso puedo hacerlo yo, Liam. Vale, el fuego no…, pero…
—Creí que a lo mejor… —balbuceó Liam.
En aquel momento se abrió la puerta trasera. Era Travis.
—¡Si vienes a despedirte, no lo hagas! ¡No me importa que te marches! —Liam subió la escalera corriendo.
—Se ha encariñado contigo… —dijo Sierra.
—Sé que todo esto es un poco precipitado…
—Es tu vida… —dijo ella, manteniéndose a distancia—. Nos has ayudado mucho, y te estamos agradecidos…
Se oyó un ruido arriba, como si se hubiera roto algo.
Sierra cerró los ojos.
—Subiré a hablar con él —dijo Travis.
—No. Déjalo tranquilo, por favor —intercedió ella.
Hubo otro ruido.
Sierra buscó el inhalador en la mochila de Liam.
—Tengo que ir a calmarlo. Gracias por… todo. Adiós…
—Sierra…
—Adiós, Travis.
Sierra se dio la vuelta y subió las escaleras.
Liam había roto su nuevo telescopio y el reproductor de DVD. Estaba de pie en medio del destrozo, temblando y con los ojos llenos de lágrimas.
Sierra tomó los zapatos de Liam y fue hacia él.
—Ponte los zapatos. Vas a cortarte si no lo haces.
—¿Se ha…ido?
—Supongo.
—¿Por qué? ¿Por qué se tiene que marchar? —lloró el niño.
—No lo sé, cariño —contestó Sierra.
—¡Dile que se quede!
—No puedo, Liam.
—Sí, puedes. Sólo que no quieres. ¡No quieres que tenga un papá!
—¡Basta, Liam!
El niño obedeció, poniéndose el inhalador entre sollozos.
—Haz que se quede… —repitió.
—Liam… —repitió ella.
De pronto oyó el motor de la camioneta de Travis. Sierra salió corriendo sin abrigo y fue en su dirección.
Travis estaba dando marcha atrás. Bajó la ventanilla.
—Espera —le dijo ella.
No sabía qué decir.
Travis abrió la puerta del vehículo, se bajó y le puso su abrigo. La envolvió con la prenda sin decir nada, y se quedó de pie, mirándola.
—Pensé que lo nuestro había significado algo —dijo por fin Sierra—. Me refiero a cuando hicimos el amor…
Travis le agarró la barbilla.
—Créeme, fue así —respondió.
—Entonces, ¿por qué te marchas?
—Porque me pareció que no había nada más que hacer. Tú estabas ocupada con Liam, y me dejaste muy claro que no teníamos nada que hablar.
—No es verdad, Travis. ¡Yo no soy… una chica de los rodeos con la que puedes tener sexo y olvidarte de ella!
—¿Te importa si entramos para hablar? Hace mucho frío, y estoy sin abrigo… —dijo él.
Sierra se dio la vuelta y caminó hacia la casa.
Dentro se quitó el abrigo de Travis, le señaló la mesa y empezó a preparar café.
—Sierra, deja de dar vueltas con el café y conversemos…
—No es que esperase que nos casáramos o algo así, somos dos adultos… Pero lo menos que podías hacer es avisarnos con antelación…
—Cuando Brody murió, yo morí también… Me aparté de todo, de mi casa, de mi trabajo, de todo… Luego te conocí… Y cuando… ocurrió eso entre nosotros, me di cuenta de que se había terminado el juego. Sentí que tenía que empezar de nuevo, continuar con mi vida…
Sierra se quedó muda.
—Es muy pronto para decirlo… Pero ayer me ocurrió algo, algo que no comprendo… —dijo Travis—. No puedo volver a vivir un solo día más como si fuera un muerto viviente. He llamado a Eve para preguntarle si podía recuperar mi puesto en su empresa. Trabajaré en Indian Rock, en McKettrickCo, con Keegan. Mientras tanto tengo que vender mi casa de Flagstaff y guardar mis cosas. Pero no tardaré en estar frente a tu puerta, con la intención de conquistarte.
—¿Qué estás diciendo?
Liam, que debía haber estado escuchando, bajó corriendo.
—¿No te das cuenta, mamá? ¡Está enamorado de ti!
—Es cierto —dijo Travis—. Sólo que se lo iba a decir gradualmente.
Sierra estaba aturdida. No comprendía nada.
—Dale una oportunidad, mamá.
Sierra acalló al niño.
—¿Tengo alguna posibilidad, McKettrick? —preguntó Travis.
—Sí, claro… —dijo ella.
—Si vas a trabajar en el pueblo, deberías venirte a vivir aquí… —comentó Liam.
Travis lo alzó en brazos.
—Es un buen plan. Pero creo que tu madre necesita un poco más de tiempo.
—¿No te vas a marchar? —preguntó el niño.
—No. Tengo que hacer algunas cosas en Flagstaff. Luego volveré.
—¿Vas a vivir aquí, en el rancho? —preguntó Liam.
—Todavía, no, vaquero. Esto es muy importante. ¿Comprendes?
Liam asintió solemnemente.
—Bien. Y ahora sube a tu habitación para que pueda besar a tu madre a solas…
—He roto el reproductor de DVD. ¿Estás enfadado?
—Eres tú quien se ha quedado sin tu reproductor de DVD. ¿Por qué voy a estar enfadado?
—Lo siento, Travis —dijo Liam.
Travis lo perdonó y el niño salió corriendo a su habitación.
—¿Estás segura de que está enfermo? —comentó Travis al verlo con semejante energía.
Sierra se rió.
—Bésame, vaquero —respondió.
1919
El médico se había quedado tres días enteros con ellos. Pero aquella mañana lo había ido a buscar el dueño del alquiler de caballos con dos hombres montados en los caballos de Doss.
Hannah le agradeció al médico el haber salvado la vida de Doss.
—Ahora Doss y tú podréis dejar de comportaros como una vieja pareja y disfrutar de vuestra vida de recién casados —dijo el hombre.
Hannah se puso roja.
Después de que se fuera el doctor Willaby y de hacer las tareas de todos los días, Hannah decidió escribir algo sobre Doss, Tobias y ella en el diario. Un día escribiría también que había llegado el bebé.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos y en la esperanza de su futuro que pasaron unos momentos hasta que se dio cuenta de que había otra letra debajo de la de ella en el diario:
Mi nombre es Sierra McKettrick, y hoy es 20 de enero de 2007. Yo también tengo un hijo. Se llama Liam. Tiene siete años y es asmático. Él es el centro de mi vida. No tienes que temer nada de mí. No soy un fantasma, sólo una mujer de carne y hueso. Una madre como tú.
No podía ser, pensó Hannah. Pero era.
La mujer que había visto aquel día era una McKettrick que vivía en el futuro. Aquélla era la prueba, aunque no se lo diría a cualquiera. Tocó la hoja y notó que la tinta era diferente a la que había empleado ella.
Se abrió la puerta y apareció Doss. Se quitó el sombrero y el abrigo. Hannah apretó el diario contra su pecho.
¿Debía contárselo a Doss?
—¿Hannah? —Doss parecía preocupado.
—Ven a ver esto —dijo ella.
Doss se agachó a su lado y lo vio.
—Es muy extraño —dijo.
—¿Me crees si te digo que he visto a esa mujer y a su niño?
—Si tú lo dices… Será así. La vida es muy misteriosa… ¿Tobias está dormido? —preguntó cambiando de tema.
—Sí —dijo ella.
Doss le quitó el diario y la puso de pie.
—Creo que hemos esperado mucho tiempo, ¿no crees? —le dijo.
Horas más tarde, después de hacer el amor con Doss, Hannah, satisfecha y amada, bajó a la cocina otra vez.
Sonrió y se puso a escribir.
Presente
Travis estaba acostado en la cama de Sierra. Ella estaba incorporada a su lado, acariciando su espalda.
Meg se había marchado con Liam después de recoger sus cosas y algunas del niño.
—Necesitáis estar solos —había dicho.
Habían aprovechado muy bien el tiempo, pensó Sierra mirando a Travis. Habían hablado mucho, habían hecho el amor interminablemente…
Sierra encendió la luz y tomó el diario de Hannah de la mesilla. Lo abrió y se quedó con la boca abierta.
Debajo de lo que había escrito ella, ponía:
Es agradable saber que hay otra mujer en la casa, aunque no pueda verte u oírte todo el tiempo. Debemos ser de la familia puesto que nuestro apellido es el mismo. Tal vez tú seas descendiente nuestro, de Doss y mía. Le he dicho a mi hijo, Tobias, que tu nombre es Sierra. Me ha dicho que es bonito, y que quiere que el bebé se llame así si es una niña…
Los ojos de Sierra se llenaron de lágrimas de asombro. Se levantó de la cama y bajó, encendiendo las luces a su paso. Tenía el álbum fuera del armario y miró sus páginas.
Travis fue tras ella.
—¿Qué sucede? —preguntó.
En medio del álbum encontró una foto antigua en la que estaba el pequeño que había visto Liam, con Hannah y un bebé con un traje largo de encaje. Debajo de la foto, Hannah había puesto el nombre de Tobias y el del bebé: Sierra Elizabeth McKettrick.
Sierra se llevó la mano a la boca.
—Sierra…
—Mira esto… —señaló la foto con un dedo—. ¿Qué ves?
—Una vieja foto con dos niños.
—Mira el nombre del bebé.
—Sierra. Tal vez te pusieran el nombre por ella.
—Creo que ha sido a ella a quien le pusieron el nombre por mí.
—¿Cómo es posible?
Sierra hizo sentar a Travis y leer el diario.
—¿Cómo es posible que te hayas comunicado con una mujer de hace un siglo? —dijo Travis, incrédulo.
—Tú lo dijiste cuando llegué al rancho. En esta casa ocurren cosas extrañas.
—Esto es más que extraño… ¿Vas a contárselo a alguien más?
—A mi madre y a Meg. A Liam también, dentro de unos años.
—También me lo has contado a mí, Sierra… Debes confiar en mí…
—Sí, debo confiar mucho en ti…
—¿Podemos volver a la cama ya? —preguntó Travis.
Ella cerró el álbum y guardó el diario de Hannah dentro de él.
—¡Te echo una carrera! —gritó Sierra y corrió por las escaleras.