DOS semanas más tarde, Craig seguía dándole vueltas a lo mismo. Nunca había soñado con casarse y tener hijos, pero tenía que hacer lo correcto, por Tess, y por el bebé. Por mucho que se devanaba los sesos para encontrar otra solución, la mejor seguía pareciéndole el matrimonio.
Quería que aquel bebé tuviese un padre y quería ayudar a Tess, y casándose con ella conseguiría ambos objetivos.
Eso fue exactamente lo que le dijo cuando fue a verla a su despacho el viernes por la tarde.
—Deberíamos casarnos.
Tess se volvió tan rápidamente al oír su voz que se le cayó el café encima del escritorio. Maldijo entre dientes y apartó el ordenador para que no se mojase.
Craig fue por papel de cocina y se dijo que quizás tenía que habérselo sugerido con más tacto.
Su madre siempre le había dicho que tenía una manera de hablar y un encanto natural que hacía que todo el mundo hiciese lo que él quería. Craig había pensado que Tess preferiría que fuese directo. Pero el silencio que se instaló entre ellos mientras limpiaban el escritorio hizo que lo dudase. Cuando hubieron limpiado la mesa, Tess habló por fin:
—En el futuro, quizás podrías saludar antes de nada.
—Lo siento —dijo. Luego sonrió—. Hola, Tess.
—Hola, Craig —respondió ella educadamente.
Él se dejó caer en una silla.
—Ahora que ya hemos sido educados, ¿podemos hablar de lo que me ha traído aquí?
—Por favor —asintió Tess—. Me gustaría saber a qué se debe tu repentino cambio de actitud con respecto al matrimonio.
—El bebé —admitió él—. Tu bebé necesita un padre.
Ella se quedó pensativa unos segundos, luego asintió.
—Tienes razón. ¿Pero de verdad quieres ser su padre o sólo quieres hacer lo correcto?
—Quiero ser su padre —aunque no lo había pensado antes, siendo su mejor amiga quien estaba embarazada, resultaba ser verdad.
—Estoy un poco sorprendida. Pero también me siento aliviada. Pienso que para nuestro hijo será mejor que los dos formemos parte de su vida.
—¿Hijo, es un niño?
—Todavía no lo sé.
Craig pensó que le gustaba la idea de tener un hijo varón. Quizás en un futuro podría asumir su puesto en el negocio que él mismo había heredado de su abuelo. Aunque una chica también podría hacerlo. Entonces le intrigó la idea de tener una niña, un pequeño ángel igual que su madre.
—Sea niño o niña, no quiero conformarme con formar parte de su vida, quiero estar a su lado cada día. He estado pensándolo desde que te hiciste la prueba y de verdad creo que el matrimonio es la mejor solución.
—Yo no te he pedido una solución —espetó ella.
—Sólo estoy intentando ayudar.
—¿Del mismo modo en que me ayudaste llevándome a tu casa aquella noche?
Craig sabía que Tess se había arrepentido de sus palabras nada más decirlas. Pero no había marcha atrás. No se podía borrar la verdad que había en ellas. Tess lo culpaba de aquello, él también se culpaba.
—Lo siento —se disculpó ella.
—No. Tienes derecho a estar enfadada conmigo. Si hubiese pensado en lo que tú necesitabas en vez de pensar en lo que yo quería, habría sido sólo tu amigo aquella noche.
—Creo que yo también te demostré claramente lo que quería.
Sí. Pero él debía haber ido más allá de sus ojos, de la suavidad de sus labios y de aquellas cálidas curvas. Pero tener a Tess en sus brazos había sido como un sueño hecho realidad, y no había podido dejarla escapar.
—No estoy enfadada contigo —continuó ella—. Aunque quizás tú debieses estar enfadado conmigo.
—¿Por qué?
—Porque… quizás quisiese quedarme embarazada…
—¿De qué estás hablando?
—Sabes que siempre he deseado tener mi propia familia. En especial desde que murió mi madre. Cuando rompí con Roger, aquel sueño se evaporó. No tenía planeado quedarme embarazada, pero no sé si mi subconsciente…
—Tess. El preservativo se rompió. No tuvo nada que ver con tus deseos de formar una familia.
—Se rompió porque llevaba más de un año caducado.
Él la miró, sorprendido, y volvió a recordar lo que había ocurrido aquella noche.
Cuando habían querido darse cuenta, se habían encontrado en la cama de invitados, y sus preservativos estaban en su habitación. Él había hecho un amago de ir a buscarlos, pero Tess le había dicho que llevaba uno en su bolso, que estaba allí mismo.
—Entonces no lo sabía —explicó ella—. No me di cuenta hasta que no llegué a casa y miré la caja.
—¿Y por qué no miraste la fecha de caducidad cuando los compraste?
—Es que los compré hace un par de años… cuando Roger y yo empezamos a salir. Pero como siempre se ocupaba él de la protección, no los gasté.
—¿Llevas dos años con esos preservativos en el bolso? —no podía creerlo.
Tess sacudió la cabeza.
—Abrí la caja hace un par de meses, cuando decidí que iba a demostrarme a mí misma que había superado lo de Roger. Pero no tuve que utilizarlos… hasta esa noche.
—¿No? —preguntó él sonriendo.
—¿No estás enfadado conmigo?
Quizás debiese estarlo, pero conocía a su amiga y sabía que nunca se habría quedado embarazada a propósito.
—¿Crees en el destino? —inquirió él.
—No estoy segura.
—Yo, tampoco. Pero no puedo evitar pensar que el destino ha estado metiendo la nariz en mis asuntos desde que tú me rompiste la mía.
—No fue el destino. Te rompí la nariz porque estabas mirando a Barb MacIntyre en vez de prestar atención al partido de béisbol.
—Yo tenía quince años y Barb MacINtyre tenía tetas.
Tess sacudió la cabeza, pero lo hizo con una sonrisa en los labios.
Aquel día le había impresionado lo bien que jugaba Tess, que era una muchacha delgada, y el hecho de que, cuando le había golpeado con la pelota y él se había caído al suelo, sangrando, ella se había abalanzado sobre él y le había preguntado si él también iba a morirse.
Varias semanas más tarde, Craig se había enterado de que aquel mismo día habían enterrado a su madre y la habían llevado a una casa de acogida. Era una huérfana de catorce años con mucho coraje, pero detrás de él se escondía un profundo dolor. Y Craig supo en ese momento que causaría estragos en su vida. Lo que no había sabido por aquel entonces, era que se convertiría en la mejor amiga que había tenido.
Craig se pasó el dedo por el bulto que tenía en la nariz.
Ella intentó contener una sonrisa, pero no fue capaz.
—¿Seguro que no estás enfadado conmigo?
—Que me rompieses la nariz es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida —dijo él negando con la cabeza—. Aunque por aquel entonces no pensaba lo mismo. Pero, a la larga, sé que es la razón por la que nos hicimos amigos.
—¿Y qué tiene eso que ver con lo que nos está pasando ahora?
—Que pienso que dentro de otros quince años volveremos la vista atrás y nos daremos cuenta de que tu embarazo fue lo mejor que nos podía haber pasado.
—Yo ya sé que lo es —confesó Tess.
—¿Entonces por qué no crees que casarnos también pueda ser una cosa maravillosa?
Craig no podía ocultar la impaciencia que había en su voz, y Tess suspiró.
—No es que no lo crea.
De hecho, se veía perfectamente casada con él, compartiendo las alegrías y responsabilidades de la paternidad, construyendo la familia que siempre había deseado.
Pero sabía que su sueño nunca se haría realidad. Porque él no era su príncipe azul y aquel embarazo no era algo que hubiesen planeado o deseado juntos. De hecho, Craig nunca había querido tener hijos. Era su sentido de la responsabilidad lo que hacía que no pudiese abandonar a su hijo.
—¿Entonces, cuál es el problema? —quiso saber él.
Tess no supo qué decir, ni cómo explicar la batalla interna que había sufrido desde que había visto las dos rayitas en el test de embarazo. Podía ir por el camino más fácil o escoger el más correcto. Y quería hacer lo correcto.
El teléfono la salvó de tener que responder, al menos por el momento.
—Carl por la línea tres —anunció Elaine, la recepcionista.
Carl Bloom era uno de los dueños de SB Graphics, o sea, uno de los jefes de Tess, lo que significaba que tenía que volver al trabajo.
—Gracias —respondió ella. Luego se dirigió a Craig—: Tengo que responder a esta llamada.
—Puedo esperar.
—Preferiría que no lo hicieses. Voy a tardar un rato y luego tengo una reunión con Owen Sanderson… —que era otro de los jefes—, y todavía no la he preparado.
—Tenemos que terminar esta conversación —insistió él.
—Lo sé. Pero ahora no es el momento.
—Entonces ven a cenar esta noche a mi casa.
—De acuerdo —¿qué peligro podía haber en cenar con un amigo?—. Nos veremos esta noche.
—A las siete —dijo él levantándose de la silla—. Podemos hacer carne a la brasa, la carne roja tiene mucho hierro, os vendrá bien a ti y al bebé.
Tess sacudió la cabeza mientras lo observaba salir de su despacho.
No había sabido cómo decirle a Craig que estaba embarazada, había pensado que, al conocer la noticia, o bien se distanciaría de ella y del bebé, o se resignaría a las consecuencias y asumiría sus responsabilidades e iría a verlos todas las semanas. No había imaginado que fuese a gustarle la idea de ser padre.
Aunque quizás la idea fuese más fácil de admitir que la realidad. Cuando naciese el niño, quizás cambiase de opinión.
O quizás no, admitió suspirando. Y eso sería todavía peor para ella.
Apartó a un lado aquellos pensamientos y agarró el teléfono para hablar con su jefe.
El programa de software que estaba revisando Tess era difícil de manejar, así que después de dos horas luchando con él tenía las manos agarrotadas. Estiró los brazos y miró el reloj que tenía encima del escritorio, eran las siete menos cuarto. Tenía que estar en casa de Craig quince minutos más tarde.
Guardó los cambios realizados en el programa y apagó el ordenador. Luego lo llamó para decirle que no tardaría.
Fue al cuarto de baño y se dio cuenta de que era la única que quedaba en la oficina. Era lo bueno que tenía aquella empresa, que permitía conciliar la vida laboral con la personal.
SBG era una empresa de software de animación digital que había sido fundada veinte años antes por Owen Sanderson y Carl Bloom.
Ambos eran hombres familiares a los que les gustaba que sus empleados tuviesen vidas fuera del trabajo e insistían en ello.
Tess no le había dado excesiva importancia a aquello hasta el momento, pero dado que estaba embarazada, era un alivio saber que sus jefes lo entenderían. Lo único que le quedaba esperar era que el futuro padre fuese igual de comprensivo.
«Deberíamos casarnos».
Por si aquellas palabras no la hubiesen sorprendido lo suficiente, la convicción con la que las había dicho Craig la había dejado atónita. Ella sabía mejor que nadie lo obstinado que podía llegar a ser cuando se le metía algo en la cabeza. Y había decidido que quería casarse. Iba a tener que convencerlo de que había otras alternativas.
Se peinó y se puso la chaqueta. Quizás si diese la imagen de una mujer equilibrada y profesional, podría discutir aquello de manera equilibrada y profesional con él. Quizás incluso la escuchase cuando le propusiese una solución más razonable.
Cerró el bolso suspirando. Sí, y quizás pudiese dar marcha atrás y no acostarse con Craig. Tal vez estuviese dispuesta a discutir con él acerca de lo que era mejor para el bebé, pero lo que tenía claro era que quería tenerlo. Así ya nunca más estaría sola.
De camino a la salida, le rugió el estómago y se le hizo la boca agua sólo de pensar en el filete que le había prometido Craig. Entonces se dio cuenta de que había luz en el despacho de Owen.
Llamó antes de asomarse a través de la puerta entreabierta.
—Iba hacia… Oh —se calló al darse cuenta de que no era Owen quien estaba detrás del escritorio, sino otro hombre—. Lo siento. Pensé que era el señor Sanderson.
—Jared McCabe —dijo el extraño poniéndose en pie y ofreciéndole la mano.
—Tess Lucas —se presentó ella dándole la suya y preguntándose por qué le sonaba aquel nombre.
—Usted fue la jefa de equipo de DirectorPlus Cuatro.
Ella asintió, no tenía ni idea de cómo podía saberlo aquel hombre.
—Es un programa estupendo.
—¿Es usted cliente de SB Graphics?
—Potencialmente.
—Entonces le interesará saber que la versión número cinco va a ser todavía mejor.
—Cuento con ello.
Aquel comentario la extrañó, pero antes de que pudiese preguntarle lo que quería decir, Owen apareció por la puerta.
—Jared, he encontrado… —se detuvo a media frase, sorprendido por la presencia de Tess—. No sabía que todavía estuvieses aquí.
—Me estaba marchando cuando vi tu luz —contestó ella sintiéndose incómoda.
—Tess siempre es la primera en llegar y la última en marcharse —le dijo Owen a Jared—. Y no sólo nos impresiona por su dedicación, sino también por su talento.
Ella se preguntó por qué la estaría alabando su jefe delante de Jared McCabe, pero no era el momento de averiguarlo.
—No quería interrumpir —se limitó a decir—. Ha sido un placer conocerlo, señor McCabe.
—El placer ha sido mío —respondió él sonriente.
—Que tengas un buen fin de semana —le deseó Owen.
Tess asintió, llena de dudas acerca del misterioso señor McCabe. Entonces recordó que iba a cenar con Craig y se dio cuenta de que tenía cosas más importantes en las que pensar.