TESS aparcó en casa de Craig algo más tarde de las siete y media. No obstante, se quedó unos minutos en el coche, preparándose para lo que la esperaba. Odiaba sentirse incómoda con él, y también estar irritable, quisquillosa, confundida. Pero sabía que aquello no cambiaría hasta que no llegasen a un acuerdo acerca de su embarazo y del papel de Craig en la vida del bebé.
También sabía que si quería plantearse realmente la propuesta de matrimonio, tenía que mantenerse tranquila y centrada. Podía admitir que aquélla fuese una opción, pero tenía que convencer a Craig de que había motivos de peso para desecharla.
«La amistad y la química son ambas bases sólidas para una relación».
Sacudió la cabeza para intentar sacarse aquello.
«Si nos casamos, nuestro bebé tendrá una familia».
Una familia era lo que ella había querido siempre, y el mejor regalo que podría hacerle a su hijo. Y Craig sabía que la oferta era tentadora.
¿Pero qué coste tendría que ceder ante semejante tentación? ¿Cómo terminaría su amistad con un matrimonio de conveniencia? ¿Cómo podía arriesgar lo que tenían con la ilusión de conseguir algo más?
Salió del coche e intentó olvidarse de todo eso. Ella le había pedido que fuese su amigo, necesitaba recordar que era el mejor amigo que tenía.
Saludó al portero por su nombre y atravesó el portal. Nigel respondió con una sonrisa y un movimiento de mano, y luego avisó a Craig de que Tess iba de camino.
—Lo siento, llego más tarde de lo previsto —se excusó ella—. Me entretuve con Owen cuando estaba saliendo —prefirió dejar para más tarde el encuentro con el extraño.
—No pasa nada. Yo también voy muy retrasado, he tenido una visita imprevista de mi madre.
—Siento no haber estado —dijo ella quitándose los zapatos en la entrada.
—Pues no lo sientas.
Tess frunció el ceño.
—Es una larga historia —explicó él—. Ahora voy a preparar la cena.
—¿Puedo ayudarte?
—Prepara la ensalada si quieres.
Tess lavó la ensalada y empezó a cortarla. Esperaba que con aquella cena diesen un paso adelante para reanudar su amistad. Pero no podía negar que el volver a estar con él allí a solas le hacía tener un mal presentimiento.
En realidad temía más sus propias reacciones hacia él que lo que Craig pudiese decir o hacer. Desde que habían hecho el amor juntos, cualquier roce de su piel hacía que el corazón le latiese a toda velocidad y que recordase cómo la había acariciado aquella noche.
Se obligó a pensar en otra cosa y empezó a cortar el pepino violentamente. Craig entró en la cocina por el plato con los filetes. Al pasar por su lado, Tess olió su aftershave. En el pasado había sido un olor familiar y reconfortante, en esos momentos era nuevo y excitante. Tess bajó el cuchillo con fuerza y se cortó el dedo.
—¡Maldita sea! —gritó metiéndose el dedo en la boca para contener la sangre.
Él dejó corriendo el plato en la encimera.
—¿Estás bien?
La agarró por la muñeca con firmeza, le sacó el dedo de la boca y lo metió debajo del chorro de agua fría.
—Estoy bien —contestó ella con voz entrecortada. Craig estaba tan cerca de ella que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.
Él quitó el dedo del agua y lo observó, seguía sangrando, pero no era un corte profundo.
—Mantenlo debajo del grifo, voy a buscar una tirita.
Ella obedeció.
Craig era su mejor amigo, no podía desearlo tanto. Quizás las imágenes eróticas que la perseguían se debían a los cambios hormonales del embarazo. Sí, aquello tenía sentido. En cuanto tuviese el bebé, todo volvería a la normalidad. Quizás los siguientes ocho meses fuesen un reto, pero lo superaría sabiendo que aquella irresistible atracción era sólo algo temporal.
Craig volvió, le secó la mano con cuidado. El dedo, casi entumecido por el agua fría, se calentó sólo con sentir su piel. Iban a ser ocho meses muy largos.
—¿Mejor?
Tess asintió, luego levantó la cabeza. Por la manera en que Craig la miraba, él también parecía estar sintiendo la misma atracción temporal.
Entonces él apartó la mirada y Tess volvió a respirar.
—Ya está —comentó Craig después de ponerle una tirita.
—Gracias.
—Voy a hacer los filetes. Intenta no volver a cortarte.
Craig colocó los filetes en la parrilla y escuchó el chisporroteo del adobo al caer sobre el carbón. Aquello le recordó al calor que sentía cuando tocaba a Tess. Intentaba que no se notase, pero su suave piel y el olor de su pelo lo atormentaban. Al acercarse a ella a curarle el dedo no había podido evitar fijarse en cómo se adaptaba la fina blusa que llevaba puesta al contorno de sus pechos. Y no conseguía olvidar cómo había acariciado esos pechos y cómo había gemido ella de placer.
Respiró hondo e intentó olvidarse de aquello. A Tess no le agradaría saber lo que estaba pensando.
Se suponía que era su amigo, y lo había sido durante quince años. En los últimos tiempos, se había preguntado en varias ocasiones si podría haber algo más entre ellos, pero lo cierto era que valoraba tanto su amistad que no quería hacer nada que la pudiese poner en peligro. No obstante, había pensado en cómo sería tocarla y besarla, pero no como amigo.
Pues ya lo sabía, y desde entonces, la amistad no era suficiente.
Pasar de una noche juntos al matrimonio era un paso descomunal que nunca se le habría ocurrido dar si no hubiese sido porque Tess estaba embarazada. Pero en vez de sentirse atrapado por las circunstancias, veía aquello como una increíble oportunidad. Tenía que convencerla.
Durante la cena, hablaron de cosas sin importancia. Al menos hasta que le rozó el muslo a Tess con la rodilla sin querer. Ella se retiró como si le hubiese pinchado con un cuchillo y Craig se dio cuenta de que no iba a ser fácil hacer disminuir la tensión que había entre ellos.
—De postre tengo helado de plátano con trozos de chocolate y nueces —anunció.
Tess cargó el lavaplatos mientras él servía su helado favorito en dos cuencos. Craig se dijo que era el momento de hablar de cosas serias.
—Sabes que quería que vinieses esta noche para seguir hablando de mi propuesta.
—No recuerdo haber oído ninguna propuesta de verdad —replicó ella agarrando el cuenco y una cuchara.
Craig la siguió hasta la mesa, disfrutando del balanceo de sus caderas al andar. Frunció el ceño al entender su respuesta.
—¿Qué quieres decir?
—No me has pedido que me case contigo. Has dicho que deberíamos casarnos.
Craig la observó comer el helado, la oyó tararear de placer al degustarlo. Él se metió también una cucharada en la boca, esperando que aquello calmase su calor.
—Sí que te lo he pedido.
—No, no lo has hecho. Nunca pides nada, das por hecho que vas a conseguir lo que quieres.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es. Porque nadie da un no por respuesta a Craig Richmond.
Quizás Tess tuviese razón. En su trabajo, tenía un puesto de poder y sabía cómo utilizar ese poder, pero no se había dado cuenta de que también lo hiciese en su vida privada.
¿Por eso lo había rechazado ella, porque no le había pedido que se casase con él?
—Está bien. Tess, ¿te casarás conmigo?
—No —respondió ella sonriendo.
—¿No?
—No he rechazado tu propuesta porque no la hubieses planteado bien. La he rechazado porque mi embarazo no es motivo suficiente para que nos casemos.
Tess hundió la cuchara en el helado y luego la lamió y Craig casi grita al ver semejante gesto.
—Nunca te impediré que veas a nuestro hijo —continuó ella—. Y no voy a casarme con un hombre al que no quiero y que no me quiere sólo para que el niño tenga una familia, podemos compartir la custodia.
—Pero yo no quiero verlo sólo los fines de semana —no quería que su hijo creciese pensando que su padre no quería formar parte de su vida. Se pasó una mano por el pelo—. ¿Por qué no puedes aceptar que esto es importante para mí?
—¿Por qué no aceptas tú que yo no quiera casarme?
—Porque hace seis meses estabas preparando las invitaciones para tu boda —comentó él.
—Eso fue diferente.
—¿Porque pensabas que estabas enamorada de Roger?
—Quizás me equivocase con él, pero eso no quiere decir que vaya a olvidarme de mis sueños y vaya a casarme con alguien a quien no quiero.
—¿Le contaste alguna vez a tu prometido que estuviste cuatro años en una casa de acogida?
Tess frunció el ceño.
—¿Qué tiene eso que ver con todo esto?
—Eso no cambia el que fuese un cerdo que te engañó y que no te merecía. Pero me pregunto si la relación no salió adelante porque tú no quisiste que él supiese quién eras en realidad.
—Cuatro años en una casa de acogida no me han hecho ser quien soy.
—Una amiga me dijo una vez que todo lo que vivimos, lo bueno y lo malo, nos hace ser quienes somos.
Tess se encogió de hombros, no podía rebatir sus propias palabras.
—¿Y?
—¿Sabía Roger lo de la casa de acogida? ¿Sabía cómo murió tu madre? ¿Sabía lo sola que te sentiste cuando te quedaste huérfana? ¿Sabía lo mucho que esperabas las visitas mensuales a tu hermanastra, porque ella es la única familia que tienes? —Craig sacudió la cabeza, contestándose él solo a aquellas preguntas—. No lo sabía porque nunca se lo contaste.
—No pensé que fuese importante.
—Quizás te asuste el compromiso más que a mí. Quizás también te dé miedo abrirte, por si te hacen daño.
—No sabía que supieses tanto de psicología.
El sarcasmo en su voz le demostró a Craig que había metido el dedo en la llaga. Sólo sentía haber tenido que herirla para ello.
—No necesito saber nada de psicología, te conozco.
—De acuerdo —admitió ella suspirando—. Quizás tengas razón. Yo soy una cobarde y tú tienes fobia al compromiso, lo que me hace pensar que nuestra unión sería un desastre desde el principio.
—No obstante, los dos somos obstinados y decididos —le recordó él—. Si quisiésemos, podríamos conseguir que funcionase.
Tess dejó la cuchara encima de la mesa y lo miró a los ojos con convicción.
—Recuerdo cómo fue el matrimonio entre mis padres, lo mucho que se querían. Sólo tenía ocho años cuando murió mi padre, pero recuerdo lo felices que eran. Cuando mi madre se casó con Ken, supe que sería diferente. Ella estaba sola conmigo, y él, con Laurie. Se casaron para darnos una familia a las dos, pero no fueron felices.
—Eso no significa que nosotros no podamos serlo —murmuró Craig.
—Si me caso, quiero que sea porque alguien quiere estar conmigo, no porque vaya a tener un hijo suyo.
—Y yo quiero estar contigo, Tess. Quiero que estemos juntos por nuestro bebé. No sé cómo funcionan las cosas del amor. Ni siquiera sé si existe el amor eterno. Pero quiero que ese niño sepa que tiene un padre y una madre que siempre estarán a su lado, y el mejor modo de asegurarse de eso es casándonos.
—Creo que es la proposición más romántica que me han hecho nunca —respondió Tess poniéndose la mano en el pecho.
Craig se sentía cada vez más frustrado.
—¿Eso es lo que quieres, romanticismo? ¿Sería diferente si hubiese llenado el salón de flores y velas y hubiese puesto música?
—No —respondió ella sacudiendo la cabeza—. Porque los dos sabemos que sería peor para nuestro hijo crecer en un hogar sin amor que tener unos padres que no están casados.
—Podríamos hacer que funcionase, Tess.
—¿Y si no es así? ¿Querrías que nuestro hijo tuviese que sufrir una batalla por su custodia?
—No —admitió él sabiendo que Tess se refería a lo que le había sucedido a él y a su hermano—. Pero eso no ocurrirá porque nosotros siempre haremos lo que sea mejor para nuestro hijo.
—Por eso quiero que fijemos ya los detalles de la custodia y las visitas.
—Yo no quiero visitarle, quiero que sepa que es una parte importante de mi vida todos los días, no un fin de semana sí, uno no.
—¿Tiene esto que ver con el hecho de que Charlene te abandonase?
Tess nunca se refería a ella como su madre, ya que ambos sabían que, para Craig, Grace, la segunda esposa de su padre, había sido más una madre que ella.
—Tiene que ver con nosotros y con el bebé —insistió él.
Pero Tess no podía aceptar aquella respuesta. Alargó la mano y tomó la suya.
—Charlene no podía asumir la responsabilidad de tener hijos. Pero tú ya has dejado claro que quieres formar parte de la vida del tuyo y yo nunca me opondré a ello.
Él entrelazó los dedos con los de Tess. A pesar de que ésta tenía una mano pequeña, era fuerte y lo reconfortaba. Lo conocía mejor que nadie, entendía sus sueños y sus miedos y siempre estaría a su lado. Ninguna otra mujer lo había aceptado de un modo tan incondicional, ésa era otra de las razones por las que pensaba que su matrimonio podría funcionar.
Pero Tess seguía esperando que llegase el amor, y eso era algo que él no podía darle. Ni siquiera sabía si era capaz de amar, y no podía mentirle.
—Vas a ser un padre maravilloso, Craig —le aseguró ella.
—¿Quieres decir un padre a tiempo parcial?
Odiaba pensar que se iba a perder un solo día de la vida de su hijo. Él tenía cinco años cuando sus padres se habían separado, pero recordaba el sentimiento de pérdida, de rechazo que había sentido cuando su madre los había abandonado.
Meses después, Charlene Richmond había decidido que quería la custodia de sus hijos, o quizás se había dado cuenta de que teniéndolos a tiempo parcial, su padre tendría que pasarle una pensión. Los siguientes años habían sido un constante ir y venir de una casa a otra con Gage, su hermano, y una niñera a la que había contratado su padre para que los acompañase. Lo cierto era que, durante sus visitas a su madre, había sido la niñera quien se había ocupado de ellos.
Y un día, se habían encontrado con que su madre no estaba en casa. Había dejado una nota diciendo que iba a casarse y que se marchaba del país, así que cedía toda la custodia a su padre.
Al principio, Craig se había sentido aliviado, por fin podrían establecerse en un solo sitio. Pero después, había tenido miedo de que su padre también se fuese. De que nadie lo quisiese lo suficiente como para quedarse a su lado. No podía permitir que su hijo sintiese lo mismo.
Por mucho que Tess entendiese los motivos de Craig para querer casarse, no quería sacrificar lo que quedaba de su amistad y dejar a un lado sus sueños por un matrimonio de conveniencia que estaba destinado a fracasar.
Pero cuando la miró con aquella intensidad y determinación, se dio cuenta de que su resolución se estaba debilitando. Craig la acarició con el dedo pulgar y ella se estremeció.
Intentó retirar la mano, si quería mantenerse firme, no podía permitir que la tocase. Pero Craig la agarró con firmeza.
—He intentado no presionarte…
Ella casi ríe, aquello era absurdo, claro que se sentía presionada.
—… pero no vas a poder mantener en secreto tu embarazo para siempre —continuó Craig—. Por qué no nos casamos antes de que la gente empiece a especular.
A pesar de todo su sentido común, a Tess le tentó la ida. La idea de tener sola al niño, de ser la principal responsable, la asustaba. Pero era una luchadora.
Retiró la mano con cuidado.
—No puedo casarme contigo, Craig.
—Piénsalo con lógica. Nos conocemos desde hace años. Lo que existe entre nosotros: amistad, confianza, respeto, es más importante que el amor. Y más duradero. No hay ninguna razón por la que lo nuestro no pudiese funcionar.
—Mira tus padres. Tu padre y Grace —se corrigió Tess—. Es evidente que se quieren. ¿Te conformarías con menos de lo que ellos tienen?
—No pensaría que casarme contigo significa conformarme con menos.
Parecía tan sincero que Tess casi lo cree. De hecho, quería creerlo. Pero su desastrosa experiencia con Roger había hecho que desconfiase. A pesar de que conocía a Craig desde hacía mucho tiempo, su relación había cambiado tanto en las últimas semanas que ya no estaba segura de conocerlo de verdad.
En el trabajo, era una mujer segura de sí misma, una profesional competente, pero lo era porque había pasado años estudiando. En el amor no había estudios que valiesen.
Por otro lado, Craig había salido con muchísimas mujeres, todas guapas y sofisticadas. Nunca sería feliz con alguien como ella.
Tess suspiró y se levantó de la mesa. Fue hacia la ventana y miró las estrellas, que brillaban en el cielo. No, no podía casarse con él.
—Quizás no te des cuenta ahora —dijo—. Pero acabarías sintiendo resentimiento hacia mí, y hacia el bebé, por haberte puesto en esa situación.
Para ella era peor la idea de perder la amistad de Craig que la de educar sola a su hijo. No lo oyó levantarse y no se dio cuenta de que estaba detrás de ella hasta que no sintió sus manos en los hombros y que la hacía girarse para mirarlo.
Lo observó sin alterarse, casi desafiantemente. Sabía que Craig no era de los que se rendían fácilmente, pero ella podía ser igual de pertinaz. No pondría en peligro su amistad casándose con él. Su madre y Ken habían sido amigos antes de casarse y cuando su matrimonio se había roto, no había quedado nada de esa amistad. Tess se negaba a que a ellos les ocurriese lo mismo. No permitiría que Craig la convenciese, fuesen cuales fueran sus argumentos.
Pero Craig no respondió como ella esperaba. No discutió, ni utilizó ninguna otra táctica que ella pudiese rebatir con confianza. Se limitó a besarla.
Al principio, estaba demasiado sorprendida para reaccionar. Y después, se dejó llevar.
Craig metió la mano entre su pelo y le sujetó la cabeza para intensificar el beso. Ella no sabía si eran sus hormonas o que, de repente, Craig le atraía como hombre, no quería estar en otro lugar que no fuesen sus brazos.
Tembló cuando él le masajeó la cabeza y gimió al sentir su lengua dentro de la boca. No obstante, sabía que tenía que separarse de él. No podía permitir que sucediese aquello, pero no era capaz de detener el deseo que la invadía. Deseaba a Craig, más de lo que hubiese creído posible.
Él le sacó la blusa y metió las manos por debajo, acariciándole la piel, y Tess se estremeció y buscó los botones de su camisa. No tardó en quitársela.
Craig puso la mano por debajo de sus rodillas y la levantó, apoyándola contra su pecho, sin dejar de besarla.
La llevó al sofá de cuero que había en el salón y se puso encima de ella. Sus cuerpos estaban pegados, sus piernas, entrelazadas. Tess sentía su erección contra el vientre y apretó las caderas contra las de él.
Craig le quitó la blusa y la tiró al suelo. Luego se colocó completamente encima de ella y le mordisqueó el cuello, el roce de su mentón la hizo estremecerse.
Luego fue descendiendo hacia sus pechos, que acarició por encima del sujetador. Tess sintió que se le endurecían los pezones. Como si le hubiese leído la mente, él los acarició con la lengua y mordió la tela. Tess dio un grito ahogado y levantó las caderas. Craig le quitó el sujetador con impaciencia y se metió el pezón en la boca. Lo acarició con la lengua, jugó con él y chupó con fuerza. Ella se mordió la lengua para evitar gritar y se balanceó contra él, loca de deseo por que le hiciese el amor.
—Déjame que te haga el amor —le pidió Craig.
—Sí —accedió ella agarrándolo con manos temblorosas por los hombros.
Craig le desabrochó los pantalones, le bajó la bragueta y metió la mano en su interior. Estaba húmeda y caliente.
—Deja que te demuestre lo bien que estamos juntos —le susurró mientras seguía acariciándola—. Deja que te demuestre lo maravilloso que sería poder hacer el amor todas las noches si estuviésemos casados.
Tess tardó un minuto en darse cuenta de lo que le estaba diciendo.
—¿Qué…? —tuvo que detenerse a respirar, se obligó a dejar a un lado lo que le pedía el cuerpo—. ¿Qué has dicho?
Craig volvió a besarla.
—He dicho que quiero hacerte el amor.
Ella quería volver a fundirse con él como estaba haciendo antes de que le hubiese dicho aquello.
—¿Por qué?
—Pensé que era obvio —contestó él sonriendo sensualmente.
—¿Sí? —Tess se sonrojó, pero no permitiría que Craig la distrajese con su encanto.
Se levantó y se apartó del sofá. Estaba desnuda de cintura para arriba, le dio la espalda y se abrochó los pantalones.
—¿No formará esto parte de tu plan para convencerme de que me case contigo?
—No lo había planeado, Tess. Pero, sinceramente, creo que la atracción que existe entre nosotros es una prueba de que nuestro matrimonio podría salir bien.
—¿Crees que deberíamos casarnos porque lo pasamos bien en la cama?
Él se levantó y se acercó a ella.
—Lo pasamos mucho mejor que bien, pero ése es otro tema.
—Vete al infierno y llévate tu propuesta contigo.