CRAIG llegó a casa de Tess media hora después de que colgasen el teléfono.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Parecías necesitar un amigo —contestó él con una tarrina de helado en la mano.
Ella sonrió y lo dejó pasar.
—Me conoces demasiado bien.
—Demasiado bien como para saber cuándo algo te preocupa aunque tú digas lo contrario.
—He exagerado —dijo Tess abriendo el helado.
—No es algo corriente en ti.
—Supongo que me sentí mal al llegar a casa y leer la carta.
Craig la siguió hasta el salón, tomó el sobre que Tess le estaba dando y leyó su contenido.
Cuando hubo terminado, se sentó a su lado en el sofá.
—Lo siento, Tess. Sé lo mucho que te gustaba este piso.
—No es sólo eso. He vivido aquí desde que volví a Pinehurst. Conozco el barrio y a los vecinos. E iba a convertir la habitación que hay vacía en una habitación para el niño.
—Te cambiarás de piso y conocerás a los nuevos vecinos.
—Lo sé. Pero no estaba preparada para enfrentarme a ello ahora.
—No tienes que hacerlo ahora mismo. Tienes un par de meses para decidir qué quieres hacer, y hacer una lista con las zonas que podrían gustarte, donde haya buenos colegios y parques cerca.
—¿No te vas a olvidar nunca de esa lista, verdad?
—Probablemente no.
—Me gusta saber que estoy tomando la decisión adecuada.
—Por eso mismo sé que también saldrás de ésta.
—¿Por qué sabes siempre lo que tienes que decirme para que me sienta mejor?
—Es un don.
—Sí, lo es.
Tess tapó el helado y lo llevó al congelador. Cuando volvió, se sentó al lado de Craig.
—Gracias por el helado, pero, sobre todo, gracias por tu amistad.
Él la abrazó.
—Siempre estaré a tu lado, Tess.
Ella apoyó la cabeza en su pecho.
—Tengo miedo de perderte —admitió.
—Eso no ocurrirá nunca. Aunque, si de verdad quieres estar segura, deberías casarte conmigo.
Tess suspiró.
—Debí temerme que volvería a salir el tema del matrimonio.
—Chica lista —dijo él acariciándole la espalda.
—Eso parece.
—Yo sólo quiero estar seguro de que no se te olvida mi propuesta.
—¿Cómo quieres que se me olvide?
—Si quieres, podría comprometerme por escrito a que siempre hubiese helado en el congelador.
—Es tentador, pero no, gracias.
Craig sintió cómo se iba relajando mientras le acariciaba la espalda. A pesar de que sentía las curvas de su cuerpo contra él, disfrutó de aquel momento de tranquilidad. Había habido tanta tensión entre ellos últimamente, que apreciaba poder apoyarla en esos momentos.
Después de unos minutos, Tess se durmió.
A Craig no le extrañó que estuviese cansada. Se pasaba el día corriendo de un lado a otro y no se daba cuenta de la energía que gastaba por el mero hecho de estar embarazada.
Él lo sabía porque había estado leyendo mucho al respecto. Al principio, le había fascinado todo lo que había aprendido, luego, al pensar que aquello estaba ocurriéndole a Tess, se había sentido aterrado.
Sabía que un embarazo era algo natural, pero la idea de que pudiese complicarse, de que le pudiese ocurrir algo a Tess, lo asustaba.
Evidentemente, ya no había marcha atrás.
Lo único que podía hacer era seguir a su lado. Aunque ella no quisiese casarse, y ya había perdido la esperanza, la acompañaría a lo largo de todo el embarazo y dieciocho años más, si ella quería.
Laurie le abrió la puerta a Tess con Devin apoyado en la cadera y el hombro de la blusa manchado de leche. Estaba despeinada y su mirada parecía desesperada.
«Los placeres de la maternidad», pensó Tess.
Su hermana sonrió y le pasó al bebé.
—¿Puedes ocuparte de él mientras preparo a Becca?
—Claro —dijo ella dejando caer el bolso y quitándose los zapatos—. ¿Todo bien?
—Sí, aunque los niños están un poco revoltosos porque echan de menos a su padre. A Becca le encanta ir a natación, pero hoy está enfadada y no quiere vestirse y Devin ha querido que lo tuviese en brazos todo el día.
—¿Cuándo se ha marchado Dave?
—El miércoles. Pero vuelve mañana.
Laurie entró en el salón y apagó la televisión. Becca protestó.
—No puedes ir a la piscina en pijama —le dijo Laurie a su hija.
—No quiero ir —replicó la niña cruzándose de brazos y sacando el labio inferior.
Laurie suspiró y miró a Tess.
—Voy a cambiarme la camisa, luego intentaré ponerle el traje de baño a la señorita.
Quince minutos más tarde, madre e hija estaban preparadas para marcharse.
—Devin debería portarse bien, pero he dejado un biberón con leche en la nevera. Y las gotas, para después del biberón. Tiene cólicos y la medicación parece estar ayudándolo.
—¿Cólicos? —aquello le sonaba a Tess, pero no sabía exactamente de qué.
—Gases. El médico dice que no se puede hacer nada, que lo deje llorar, pero es superior a mis fuerzas.
—Tengo que ir a natación, mamá —dijo Becca estirando impacientemente de su madre.
—¿Seguro que te las apañarás? —le preguntó Laurie a Tess.
—No te preocupes por nosotros.
—Volveremos dentro de un par de horas.
—Márchate.
La sonrisa de Devin se esfumó, sacó el labio inferior y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Hora y media más tarde, Tess se preguntaba cómo había podido creer que sería una buena madre. Le dio al bebé la mitad del biberón y las gotas. Lo cambió, lo acunó, paseó con él en brazos y éste continuó llorando. Cuando llegaron Laurie y Becca, Tess tenía ganas de ponerse a llorar ella también.
—¿Qué te pasa, pequeño? —preguntó Laurie tomando a su hijo en brazos. Devin dejó de llorar casi inmediatamente. Se frotó la cara con la camisa de su madre, se metió el dedo pulgar en la boca y cerró los ojos.
—No sabía cómo calmarlo. Nada parecía funcionar. Supongo que sólo quería estar con su mamá —explicó Tess.
—Hay veces que ni yo sé cómo tranquilizarlo.
—¿Y qué haces?
—Se lo paso a su padre.
Tess no podría hacer eso con su hijo si no tenía marido.
—¿Y no lo dejas llorar?
—Lo he intentado —admitió Laurie—. Pero entonces se despierta Becca y se pone también a llorar.
Tess observó al bebé y se preguntó cómo una persona tan pequeña podía tener semejante control sobre la vida de los adultos.
—¿Y cómo sabes qué hacer?
—Ya lo aprenderás cuando tengas a tu niño.
Pero Tess no estaba segura. Y, después de la difícil mañana con su sobrino, no sabía si podría criar ella sola a su hijo. ¿Por qué se negaba entonces a que Craig compartiese la responsabilidad con ella?
—¿Tess?
—¿Sí?
—Sólo te preguntaba si querías ketchup para las patatas fritas.
—No, gracias.
—Ketchup, ketchup —repitió Becca.
Laurie se levantó y puso un poco de tomate en la hamburguesa de su hija.
—¿Estás bien? —le preguntó a Tess.
—¿Cómo sabes que estaba teniendo un ataque de pánico?
—Porque he pasado por lo mismo. Aunque tengo que admitir que nunca habría considerarlo hacerlo yo sola.
—Piensas que estoy loca, ¿verdad?
—De atar.
—No quiero estropearlo todo.
—¿Todo? El bebé… o tu relación con Craig.
—Ambas cosas.
—¿Sigue insistiendo en que os caséis?
—No exactamente.
—¿Qué quieres decir?
—Ha decidido cortejarme.
—Oh, Tess. Qué bonito.
—Es un rollo. En cuanto me doy la vuelta, lo tengo detrás. Me lleva a cenar, me manda flores, me trae helado, llama sólo para saludarme, me vuelve a llevar a cenar. Me alimenta bien.
Su hermana rió.
—Craig se está esforzando mucho —comentó Laurie—. ¿Cómo es que sigues resistiéndote?
—No es fácil —admitió ella.
—Entonces, ¿por qué te controlas?
—No lo sé.
Dos meses después de haberle propuesto a Tess que se casasen y que ella hubiese dicho que no, Craig seguía intentado encontrar el modo de convencerla.
Se negaba a sentirse frustrado por sus negativas. Seguía pensando que el matrimonio era la mejor opción y esperaba que Tess se diese cuenta algún día.
Pero sentarse a esperar que aquello ocurriese no iba con él y nunca había deseado algo tanto como darle una familia a ese bebé. Quizás fuese un antiguo. Quizás la idea que él tenía de lo que era una familia ya no se llevase. Pero era lo que quería.
No quería que su hijo tuviese que contestar a las preguntas que le habían hecho a él. Los niños eran crueles y curiosos y a él le habían preguntado muchas veces por qué su madre no estaba con él. Craig había aprendido a fingir indiferencia y a no demostrar el daño que le había hecho su madre al abandonarlo, que no hubiese querido llevárselo con ella.
En ocasiones, había deseado que la carta que había dejado su madre fuese falsa y que, en realidad, la hubiesen raptado. O que se hubiese marchado, pero porque tenía una enfermedad horrible y no quería que la viesen morir. Pero en el fondo, siempre había sabido la verdad, ella no había querido quedarse, no había querido ser su madre, no lo quería lo suficiente.
Quizás el embarazo de Tess hubiese sido un accidente, pero no era un error. Aunque no tuviese pensado convertirse en padre a esas alturas de la vida, no pensaba eludir sus responsabilidades. Al principio, había tenido miedo al pensar que Tess podía estar embarazada, pero poco a poco, lo había aceptado y en esos momentos se daba cuenta de que ya quería a ese bebé.
Desgraciadamente, iba a necesitar algo más que convicción y determinación para conseguir que Tess se casase con él. Pero, ¿el qué?
Dio un trago a la cerveza que tenía delante e intentó hallar la respuesta a esa pregunta.
Conocía a Tess mejor que nadie. Su color favorito era el amarillo; su número de la suerte, el veintidós; le encantaba cambiar la decoración de su casa. En su colección de CDs había de todo, desde ópera hasta heavy metal. Leía las novelas de Patricia Conwel y le encantaban las películas de Disney. Le gustaba esquiar, pero no sabía hacer skateboard. Adoraba a los perros pero era alérgica a los gatos. Le gustaban las manzanas verdes y las uvas rojas, el café solo y los huevos revueltos. Tenía obsesión por la puntualidad y adoraba a su familia. Sabía todo eso y mucho más, pero no sabía cómo convencerla de que su matrimonio podría funcionar.
Había considerado, pero inmediatamente rechazado, la idea de utilizar con ella la misma estrategia que habría utilizado con cualquier otra mujer. Pero si la llevase un fin de semana a París, quizás se molestase todavía más.
—No espero enamorarme locamente de nadie —le había dicho cuando él había expresado sus reparos acerca de su compromiso con Roger—. No es eso lo que quiero.
Craig frunció el ceño al recordar la conversación.
—¿Y qué es lo que quieres? —le había preguntado.
—Quiero estar con alguien que quiera estar conmigo. Compartir un hogar, crear una familia.
Había sentido por ella que las cosas con Roger no hubiesen salido bien, pero, al mismo tiempo, se había sentido aliviado. Roger nunca le había parecido suficiente para Tess y su infidelidad sólo había demostrado que no merecía la pena… y que era un idiota.
Se levantó para ir a la cocina por otra cerveza y, al hacerlo, se dio un golpe con la mesita de café. Aquella mesa sería demasiado peligrosa cuando hubiese un niño correteando por allí.
Aunque tardaría un tiempo en empezar a corretear, aquel golpe era un doloroso recordatorio de que debía de hacer algunos cambios en casa. Intentó imaginarse a un niño gateando por su antiquísima alfombra persa, pero no pudo.
Mientras abría otra cerveza, pensó en cómo debería colocar los muebles para que cupiesen la cuna y el parque del niño y se dio cuenta de que no sería posible. Su apartamento no era lo suficientemente grande para Tess, el niño y él.
Quizás se estuviese precipitando al meter a Tess en el paquete, pero no podía imaginar crear un hogar para el bebé sin ella.
Al fin y al cabo, era la madre del niño. Ésa era la única razón.
Aunque, cuando pensaba en ella últimamente, no pensaba sólo en el niño que llevaba dentro. De hecho, la veía desnuda, en su cama, con el pelo extendido en la almohada y sus labios, sonriendo con satisfacción. Era la misma imagen que aparecía en sus sueños.
Habían sido amigos durante quince años. Buenos amigos. Los mejores amigos. Y durante todo ese tiempo, nunca se le había pasado por la cabeza traspasar los límites de aquella amistad. Bueno, quizás eso no fuese del todo cierto. En una ocasión, al volver a casa después de su primer año en la universidad, se había dado cuenta de que la niña huesuda de la que se había despedido en septiembre se había convertido en una mujer guapa y deseable. Pero se había obligado en borrar aquello de su mente y en pensar que era sólo Tess. Su amiga, su confidente.
En esos momentos la mujer que había sido «sólo Tess» durante tantos años, se había convertido en mucho más. Salvo que ella seguía defendiendo su amistad por encima de todo y él tenía que enfrentarse a la dura tarea de convencerla de que aquello ya no era suficiente.
Se sentó a beberse la cerveza y pensó que quizás tuviese una idea para convencerla.
El miércoles por la mañana, Tess fue a trabajar todavía más temprano de lo habitual. No sabía si Owen y Carl estarían de vuelta de su viaje, pero si lo estaban, iría a verlos la primera.
Resultó que ambos la estaban esperando cuando llegó a su despacho.
—Buenos días —dijo ella fingiendo despreocupación.
—Buenos días —corearon sus jefes.
Tess dejó su taza de café encima del escritorio, se sentó y preguntó:
—¿Qué está pasando con GigaPix?
—Te dije que sospecharía que iba a haber cambios —le comentó Owen a su socio.
Tess intentó tranquilizarse al oír que había dicho cambios y no despidos.
—Espero que no hayas estado preocupándote por eso —continuó su jefe.
—Prefiero hacer planes antes de preocuparme —aunque no podía negar que había estado muy preocupada últimamente. A pesar de que su embarazo y la incertidumbre relativa a su relación con Craig ocupaban el primer lugar en su mente, la posibilidad de perder su trabajo también la agobiaba.
—Eso está bien —dijo Carl—, porque todavía no se ha tomado ninguna decisión definitiva.
—Pero estáis pensando en vender la empresa a GigaPix.
Él asintió.
—Jared tiene planes para nuestros programas y el doble de personal que nosotros, así que podrá sacarlos adelante. Pero también ha aceptado contratar a algunos de nuestros programadotes. Tú eres una de las personas que le hemos recomendado mantener y le gustaría hacerte una oferta.
Tess empezó a tranquilizarse. Carl sonrió.
—Pareces un poco sorprendida.
—Lo estoy, algo más que un poco. Cuando os he visto aquí a los dos, he pensado que queríais decirme que iba a quedarme sin trabajo.
—Todo lo contrario, si esto saliese bien, sería una excelente oportunidad para que promocionases.
Tess no estaba sólo aliviada, estaba encantada.
—¿Y cuándo sabréis lo que va a pasar?
—Tardaremos un par de semanas más en ultimar los detalles —dijo Owen—. Cuando todo este listo, Jared vendrá a hablar contigo, aunque quería que lo supieses de antemano.
—Gracias. A los dos. Por recomendarme.
—No se merecen —respondió Carl.
—Te lo has ganado —añadió Owen—. Y te lo mereces.
Tess quería reír y gritar y dar saltos de alegría, pero se limitó a sonreír.
—Sólo una pregunta —continuó Owen—. ¿Cómo relacionaste a Jared con GigaPix?
—Me sonaba su nombre —admitió—. Así que hice una búsqueda por Internet y me enteré de quién era. De hecho, mandé mi currículo a GigaPix cuando termine en Derbi, pensando que me gustaría trabajar en California, pero como me llamasteis antes de aquí, me vine.
—Bueno, pues parece que vas a tener la oportunidad de trabajar en GigaPix y vivir en California después de todo.
Tess mantuvo la sonrisa hasta que sus jefes se hubieron marchado de su despacho. Luego, se tapó la cara con las manos mientras sentía una mezcla de alegría y desesperación.
California.
Había dado por hecho, equivocadamente, que seguiría trabajando allí. No se le había ocurrido que Jared fuese a llevarse a SBG a la otra punta del país. Aunque era normal. Y era una excelente oportunidad para ella.
Sólo había un problema: estaría a casi cinco mil kilómetros del padre de su hijo.