Capítulo 7

 

 

 

 

 

TESS sintió ansiedad al entrar en el aparcamiento de su edificio y reconocer el coche de Craig. En esa ocasión, la estaba esperando en las escaleras y sonrió al verla llegar. No esperó a que llegase hasta donde él estaba, anduvo en su dirección y se encontraron a medio camino. La tomó por el brazo y volvió a conducirla hacia el aparcamiento.

—Craig, quiero ir a casa. ¿Qué estás haciendo?

—Quiero llevarte a un sitio.

—¿Y no puede ser en otro momento?

—No.

Parecía contento, y Tess no quiso empañar su entusiasmo contándole que quizás tuviese que irse a la otra punta del país. Así que lo siguió hasta su coche y se instaló en el asiento del copiloto.

Tess no preguntó adónde iban, pero se dio cuenta de que se dirigían hacia el norte, donde vivía él. Se sorprendió al ver que pasaban por delante de la entrada de su casa y continuaban, luego tomaban un largo camino que llevaba hasta una casa antigua de dos pisos.

—¿Conoces a las personas que viven aquí? —preguntó Tess con cautela.

—No.

Había un coche rojo aparcado en el camino.

—Bien, Tina ya ha llegado.

—¿Quién es Tina?

—La agente inmobiliaria.

Craig se bajó del coche y fue a abrirle la puerta a Tess, pero ésta se quedó inmóvil.

—¿Qué estamos haciendo aquí, Craig?

—Visitar la casa.

—¿Por qué?

—Porque vas a tener que irte de tu piso y en el mío no hay suficiente espacio para nosotros dos y el bebé.

Ella miró la casa con nostalgia y luego sacudió la cabeza.

—Sabes que no puedo permitirme comprar una casa. En especial, una como ésta —y, mucho menos, en esos momentos.

El dinero que había ganado durante los primeros años después de terminar sus estudios lo había utilizado para devolver el préstamo que le había permitido ir a la universidad. Y el resto de sus ahorros habrían sido suficientes para dar una pequeña entrada, pero no para una casa como aquélla. Además, cuando GigaPix comprase SBG, tendría que irse a otro estado. Porque Tess sabía que lo lógico era que se marchase a San Diego, aunque por motivos personales, prefiriese no hacerlo. Podría encontrar otro trabajo en Pinehurst, pero nada comparable con el puesto de SBG. Y tenía que trabajar para poder criar a su hijo.

Craig se estiró para desabrocharle el cinturón de seguridad.

—No pasa nada por que le echemos un vistazo.

—Me parece una pérdida de tiempo —protestó ella saliendo del coche.

—Me alegro de que vosotros también hayáis llegado un poco tarde —los saludó Tina mientras bajaba a su bebé del asiento trasero—. La niñera está enferma y mi marido tenía una reunión, así que he tenido que traer a Chloe.

—Una chica guapa siempre es bienvenida —sonrió Craig tomando al bebé de los brazos de su madre—, independientemente de su edad.

Tina rió.

—Craig, siempre tan encantador. Y tú debes de ser Tess.

—Encantada de conocerte —dijo ella dándole la mano.

—Me alegro de que hayáis podido venir esta tarde —comentó Tina avanzando hacia la puerta principal—. La casa sólo lleva dos días en venta, pero ya han venido a verla una docena de parejas y creo que una de ellas va a hacer una oferta esta noche.

—Qué rapidez —dijo Craig.

Tina se encogió de hombros y metió la llave en la cerradura.

—En este vecindario todo va muy deprisa.

Tess siguió a Craig, que seguía teniendo a Chloe en brazos, más fascinada por la naturalidad con la que trataba al bebé que con los relucientes suelos de madera y la enorme escalera que había en el centro de vestíbulo.

—Empezaremos por la habitación principal —anunció Tina.

Tess enseguida se dio cuenta de por qué. La habitación tenía una chimenea que dividía la zona de la cama con una sala de estar, un balcón privado y un cuarto de baño con bañera, ducha y un ventanal en el techo.

—¿Qué te parece? —le preguntó Craig.

—Que esta habitación es casi tan grande que todo mi apartamento.

—Es probable —admitió él—. A mí lo que me gusta es que en la sala de estar hay suficiente sitio para poner una cuna, un cambiador y una mecedora.

Con Craig en medio de la habitación, y Chloe en sus brazos, Tess también podía imaginárselo. Era casi demasiado fácil imaginarse viviendo en aquella casa con él, compartiendo la habitación, y la cama, y criando a su hijo juntos. Se dio la vuelta, ignorando el dolor que le oprimía el corazón, y siguió a Tina hacia la siguiente habitación.

En la planta de arriba había otras cinco habitaciones y tres cuartos de baño más. En la planta baja, otro cuarto de estar, dos salones, otro cuarto de baño, un comedor y la cocina. Esta última era de ensueño: los armarios eran de madera de arce, la encimera, de granito y había una enorme isla en el medio. Ella no era una gran cocinera, pero aun así reconocía el potencial de aquel lugar. Unas puertas de cristal daban a un enorme patio con vistas al espacioso jardín, donde había un cajón de arena para juegos infantiles cubierto y un columpio.

Craig se colocó detrás de ella y miró por encima de su hombro.

—¿Te gusta?

Tess se volvió y vio a Chloe dando palmaditas a Craig en los mofletes, contenta con el hombre que la llevaba en sus fuertes brazos.

—¿Cómo no iba a gustarme? Es preciosa.

—Sería un lugar estupendo para criar a un hijo —comentó él.

—Sí, pero ya casi está vendida y, además, está por encima de mis posibilidades. Maldita sea, está incluso por encima de mis sueños.

—No es verdad —la contradijo Craig—. Podríamos…

—No —lo interrumpió ella antes de que terminase de hacerle una oferta que pudiese tentarla.

Tess había sabido nada más entrar en aquella casa que eso era exactamente lo que quería. Deseaba que su bebé tuviese una casa con jardín y columpios.

—Piénsalo, Tess. Podría ser tuya. Tuya, mía y del bebé.

Ella sacudió la cabeza. Tenía que decirle a Craig que iban a vender SBG y que tendría que marcharse a California. Pero aquél no era el lugar, ni tampoco el momento.

Se lo diría pronto, pero todavía no.

 

 

Era viernes por la noche y Craig estaba viendo los deportes y bebiéndose una cerveza. Había rechazado una invitación de su hermano Gage para ir a tomar unas copas y a bailar. Hacía tiempo que no le apetecían ese tipo de planes y, además, aquel lugar, Maxie’s, le recordaba a su ex prometida.

A pesar de que Lana también trabajaba en Richmond Pharmaceuticals, se habían conocido en Maxie’s. Sus miradas se habían cruzado en la barra y ella se había acercado a él sonriendo. Craig se había enterado después de que Lana sabía perfectamente quién era él.

Un año más tarde estaban prometidos y Lana insistía en que se tenían que casar pronto porque ella estaba deseando convertirse en la señora Richmond. Craig se había dado cuenta enseguida de que todavía tenía más ganas de empezar a gastarse su dinero.

Lana había pedido una pequeña excedencia para organizar la boda. Para los preparativos tuvo que viajar varias veces a Nueva York con sus amigas para buscar el vestido de novia, al pastelero que les haría la tarta nupcial y al mejor florista.

Craig se había sorprendido de que gastase tanto dinero, pero sabía que la boda era importante para ella y quería hacerla feliz. Un par de meses antes de la boda había llegado a casa más temprano que de costumbre y había oído a su novia contarle a la dama de honor que no tenía intención de volver a trabajar.

—No necesitaré mi sueldo, voy a tener toda la fortuna de los Richmond.

Aquella misma noche, Craig le había dicho que no se molestase en enviar las invitaciones porque no habría boda. Pero ella las había mandado, segura de poder manipularlo. Él había llamado personalmente a los trescientos invitados para avisarlos de que se había cancelado la celebración.

Cuando Lana se dio cuenta de que sus lágrimas y súplicas tampoco conseguían ablandarlo, lo amenazó con denunciarlo por romper la promesa que le había hecho. Pero al final encontró a otro hombre más rico que él.

Con aquello, y con la experiencia que había tenido con su madre, había aprendido que las mujeres utilizaban las emociones para camuflar sus verdaderas motivaciones y desde entonces, había tenido cuidado de no complicarse con relaciones demasiado intensas. No hacía promesas, ni tampoco las pedía.

Hasta que le había pedido a Tess que se casase con él. Pero aquello era diferente. Tess era su amiga, se gustaban y se respetaban y no complicarían su relación con emociones no deseadas.

Aunque todavía no la había convencido de que se casase con él.

Durante las últimas semanas, había conseguido verla prácticamente todos los días y, si no, había hablado con ella por teléfono. Le había mandado flores una vez a la semana, y otros regalos. Nada demasiado extravagante ni demasiado caro, sólo pequeños detalles que le hiciesen saber que pensaba en ella.

A pesar de que Tess seguía insistiendo en que no quería casarse con él, ya no lo rechazaba con tanto ímpetu como al principio y Craig era optimista, con un poco de suerte la convencería antes de que naciese el bebé.

Se miró el reloj y pensó en llamarla. Pero eran casi las diez y ya le había dicho unas horas antes que estaba muy cansada y se iba a acostar temprano. En ese momento sonó el teléfono, pero era Nigel, el portero de noche, que le anunciaba que su hermano estaba subiendo.

—Pensé que ibas a ir a Maxie’s esta noche —le dijo al abrirle la puerta.

—Sí —admitió él tomando una cerveza de la nevera, abriéndola y tirándose en el sofá al lado de su hermano y poniendo los pies en la mesita de café—. Hasta que apareció Debby.

Craig bajó el volumen de la televisión.

—¿Debby? ¿El amor de tu vida? ¿La que iba a hacer que olvidases que existían todas las demás?

—Sí, bueno, lo intentó.

—¿Qué ha pasado?

—Que empezó a insinuar que quería un anillo de compromiso para nuestro primer aniversario de novios.

—¿Y cuándo es eso?

—El día de San Valentín, dentro de seis meses. Pero sólo tengo veintisiete años. No quiero atarme tan pronto, por muy espectacular que sea el sexo con ella.

—No me des más información.

—Hablando de información, he venido a verte por otro motivo.

—¿O sea, que no ha sido sólo para esconderte de tu novia?

—No, ha sido para hablar de la tuya.

Craig no supo qué decir. Gage no podía saber lo de Tess, pero tampoco había salido con otra persona durante los últimos meses.

—O, más bien, de tu ex novia —aquello no le aclaró nada a Craig.

—¿Karen?

—No, Lana.

—¿Qué pasa con ella?

—Que estaba en Maxie’s esta noche.

Aquello lo sorprendió, había oído que se había ido a vivir a Texas con su marido.

—Bailando con un vestido mínimo y muy ajustado que dejaba ver los atributos que Dios le ha dado —continuó su hermano.

—No se los ha dado Dios.

—Debí sospechar que eran demasiado perfectos para ser de verdad.

—Y también que a su marido no le haría gracia que rondases a su mujer.

—Ex mujer —lo corrigió Gage.

—¿Ya se ha divorciado?

—Sí, se lo ha estado contando a todo el mundo. Y me ha preguntado por ti. Le he dicho que salías con alguien.

Su hermano era una caja de sorpresas aquella noche.

—Gracias.

—Eso me han dicho, que sales con alguien, aunque siempre sea el último en enterarme…

Craig pensaba que debía de acordar con Tess qué hacer antes de contarle a todo el mundo que estaba embarazada.

—Si alguna vez necesito contarle a alguien todos los detalles de mi vida privada ya te llamaré.

—Para eso primero tendrías que tener vida privada.

Craig fue a buscar otras dos cervezas.

—¿Puedo dormir esta noche en la habitación de invitados? —le preguntó su hermano.

—No podrás esconderte aquí para siempre. Pero vale por esta noche…

 

 

A Craig no le sorprendió que Tess no respondiese inmediatamente cuando llamó a su puerta el domingo por la mañana. Dormía muy profundamente y se levantaba temprano entre semana, así que insistió. Sabía que tenía que estar en casa porque el coche estaba en el aparcamiento. Iba a llamar por tercera vez cuando abrió la puerta.

—¿Quieres despertar a todos los vecinos? —preguntó malhumorada.

Craig sonrió y entró en el piso.

—No, sólo a ti —le dio un beso en la mejilla—. Buenos días.

Ella se retiró el pelo enmarañado de la cara. Todavía tenía los ojos hinchados, iba sin maquillar y vestía una camiseta enorme y arrugada. Craig se sintió atraído por ella.

Siempre había pensado que era preciosa, como también le había parecido que eso de que las mujeres embarazadas estaban más guapas era una tontería. Pero Tess estaba diferente, tenía algo que le cortaba la respiración. Y a pesar de que todavía no se evidenciaba su embarazo, ya podía imaginársela con tripa. Aquella imagen despertaba en él orgullo y una actitud posesiva.

—¿Por qué no te vistes mientras te preparo un café? —sugirió Craig.

—Porque no pensaba vestirme hoy. Iba a quedarme todo el día en la cama.

—Eso suena todavía mejor que lo que yo había planeado.

—¿Siempre eres así de gracioso por las mañanas?

—¿Y tú eres siempre tan gruñona?

—Sí.

Craig se puso a hacer el café.

—Entonces quizás debiese plantearme lo de casarme contigo.

—Estoy de acuerdo —dijo ella.

—No pareces tan convencida como hace un par de semanas.

—Porque todavía no se ha puesto en funcionamiento mi cerebro. Necesito un café.

Tess se sentó a esperar el desayuno y Craig no pudo evitar darse cuenta de que la camiseta que llevaba puesta sólo le tapaba hasta los muslos, sus largas y esbeltas piernas quedaban al descubierto. Tuvo que hacer un esfuerzo para desviar su mirada hacia las tazas.

—¿Has recortado la ingesta de cafeína? —preguntó él.

—Sólo me tomo una taza de café por las mañanas. El médico me ha dicho que no es perjudicial para el bebé.

Craig le sirvió el café, añadió una generosa cantidad de leche y se lo dio.

—Me gusta el café solo.

—Lo sé. La leche es para el niño.

—¿Te han dicho ya que eres prepotente y odioso?

—Sí, muy a menudo.

Tess dio un trago al café e hizo una mueca.

—¿Quieres que te prepare el desayuno o prefieres llevar algo para comer por el camino?

—¿Adónde vamos?

—Es una sorpresa.

—Ya he tenido bastantes sorpresas en mi vida últimamente.

—Bueno, pues hoy tendrás otra más. Vístete.

—No voy a ir a ninguna parte —protestó ella.

—Te sugiero que vayas a vestirte.

—¿Y si no, qué?

—Te llevaré a tu habitación y te vestiré yo —recorrió su cuerpo con la mirada—. O quizás me limite a desnudarte. Tú eliges.

—Ya voy.

—Buena idea.

 

 

Tess estuvo muy callada durante todo el camino. No tardó en darse cuenta de que iban hacia Nueva York, pero no sospechó la razón hasta que no se acercaron al puente George Washington. Entonces, no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Vamos al estadio de los Yankees?

Craig rió y asintió.

—¿Por qué te ríes? —quiso saber ella.

—Porque la mayoría de las mujeres tienen debilidad por las flores o las joyas, y tú prefieres el béisbol.

Era cierto, era su debilidad. Le encantaba el ambiente, la gente amontonada en los puestos de perritos calientes. Hombres, mujeres y niños emocionados con el partido. Respiró profundamente, olía a cacahuetes, cerveza, polvo y sudor.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Craig tendiéndole un perrito caliente que chorreaba ketchup y mostaza.

Tess no podía decir que no, sobre todo porque los Yankees iban ganando.

—Sí —admitió dándole un mordisco al bocadillo.

Estaba pasándoselo mejor de lo que había esperado. Últimamente no había tenido demasiadas oportunidades para relajarse y Craig no sólo se había dado cuenta de que necesitaba divertirse, sino que le había dado en el blanco con la actividad. Era increíble cómo la conocía. Era agradable tener a alguien con quien poder contar.

Una voz en su interior recordó a Tess que podía tenerlo para siempre, podía ser su marido, además del padre de su hijo.

Pero no quería casarse con un hombre que no la quisiera, que nunca la querría. Y sabía que Craig no era capaz de amar del modo que ella quería. Quizás encontrase algún día ese amor.

Y quizás tuviese que volver a plantearse sus sueños, dado que iba a tener un hijo. Quizás fuese egoísta querer más de lo que Craig le ofrecía. Tan vez no estuviese siendo realista al desear que el hombre al que amaba la amase del mismo modo.

De pronto, sintió pánico. No. No podía ser.

¡No estaba enamorada de Craig!

Era su mejor amigo. Sería una locura enamorarse de él.

Acabó de comerse el perrito caliente e intentó convencerse de que no lo quería. Todo era culpa del cambio hormonal. Sí, eso sí tenía sentido, más que pensar que estaba enamorada de su mejor amigo.

¿Pero qué era el amor?

Pensó que había creído estar enamorada de Roger, pero se había equivocado. Craig le importaba, lo que era natural dada su relación y quizás lo quisiese… como amigo.

Se dijo que debería haber un cuestionario para saber si lo que uno sentía era amor. No menos de tres preguntas que, si no eran contestadas de manera positiva, indicaban que una no estaba enamorada.

La primera pregunta: ¿Piensas en él a todas horas, incluso cuando tu mente debería estar ocupada en otras cosas?

La segunda: ¿Lo echas de menos cuando no estás con él y estás deseando volver a verlo?

La tercera: ¿Desearías pasar el resto de tu vida con él?

Tess se respondió mentalmente: Sí… sí… y sí.

Dios santo, estaba enamorada de Craig.

—¿Tess?

Lo miró y vio preocupación en sus ojos.

—Perdona.

—Te he preguntado si querías otro perrito caliente.

—No, gracias.

—¿Estás bien? Te has quedado muy pálida de repente.

—Estoy bien.

—¿Estás segura? ¿Tienes demasiado calor?

—Estoy bien —repitió ella molesta.

¿Cómo iba a estar bien si se acababa de dar cuenta de que estaba enamorada de su mejor amigo?

La había hecho buena acostándose con Craig.

Se había quedado embarazada.

Y se había enamorado.

¿Qué iba a hacer?

Lo que tenía claro era que no iba a contárselo. Sabía cómo reaccionaría: se sorprendería, le entraría pánico y se alejaría de ella. Quizás no lo hiciese inmediatamente, pero acabaría haciéndolo.

Le había preocupado cómo afectaría a su amistad la noticia de su embarazo, pero aquello no había sido nada comparado con el tema amor. Craig no confiaba en el amor y no confiaría en sus sentimientos, si es que cometía la locura de contárselos. Él pensaba que nadie podría amarlo de un modo incondicional.

Aunque Tess sabía que eso no era verdad. El padre de Craig, a pesar de estar muy ocupado en sus negocios, siempre había estado a su lado. Y Grace, la segunda mujer de Allan, se había enamorado de sus dos hijastros tan rápidamente como de su marido. Había sido la relación con su madre lo que lo había marcado y a pesar de que Tess pensaba que su amor podría cerrarle esas heridas, no podía estar segura. Y no quería sufrir su rechazo.

No, no iba a decirle a Craig lo que sentía por él.

 

 

Toda la empresa bullía con la noticia de que SBG iba a ser adquirida por GigaPix y se especulaba acerca del destino de los trabajadores. Mientras iba hacia la sala de reuniones para encontrarse con Jared McCabe, Tess dio gracias de que por fin fuese a llegar el momento de la verdad. Se secó las sudorosas manos en la falda antes de llamar a la puerta.

—Entre.

Jared McCabe le dio la mano y le hizo un gesto para indicarle que se sentase.

—El uno de octubre, SBG se convertirá en filial de GigaPix Corporation y todas sus operaciones se trasladarán a California. Me gustaría que viniese a San Diego para formar parte del equipo de GigaPix.

Le tendió una carpeta abierta con los términos de la oferta, que incluía un salario que casi hizo que se le saliesen los ojos de las órbitas.

Tess debía haber pedido inmediatamente un bolígrafo con el que firmar, pero se limitó a decir:

—Es una oferta generosa.

Jared entrecerró los ojos, preguntándose qué significaba aquello.

Tess tragó saliva antes de continuar:

—Estoy muy agradecida, pero…

Él esperó en silencio.

Ella volvió a tragar saliva, no podía creer las palabras que estaban saliendo de su boca, pero se había pasado la noche pensando en muchas cosas: el trabajo, el embarazo y el hecho de que estaba enamorada del padre de su hijo. Y se había dado cuenta de por qué no había sido capaz de contarle a Craig su intención de irse a California: porque en realidad no iba a marcharse.

No podía vivir a cinco mil kilómetros de su mejor amigo, del padre de su hijo, del hombre al que amaba.

—Pero no puedo irme a San Diego.

 

 

Una vez tomada la decisión de quedarse en Pinehurst, Tess estaba confusa. Tenía menos de dos meses para buscar piso y encontrar otro trabajo. Estaba mirando las ofertas del periódico el sábado por la mañana cuando apareció Craig con cruasanes y café. Se sentó con ella en la mesa y observó los periódicos.

Ella intentó no distraerse y señaló un piso que le parecía interesante, luego buscó su ubicación en el mapa. Tenía un cuaderno al lado donde apuntaba las direcciones y si había colegio, parques y zonas infantiles cerca.

Tess pensó que Craig iba a hacer un comentario socarrón acerca de su lista, pero él se limitó a comentar:

—Le estás dando demasiadas vueltas. Tienes que decidir los lugares que te gustan e ir a verlos.

—No le estoy dando demasiadas vueltas. Estoy intentando ahorrar tiempo.

Craig tomó uno de los periódicos y dijo:

—Aquí hay uno. «Habitaciones para alquilar en casa con vistas a zonas verdes. Cuarto de baño y cocina privados, enorme jardín, zona de aparcamiento».

—Déjame verlo —le pidió Tess arrebatándole el periódico—. Te lo has inventado. Craig, es un tema muy serio para mí. Tengo que encontrar un lugar donde vivir antes de que nazca el bebé.

—Para mí también es serio. Quiero que vengas a vivir conmigo.

—Pero tú no tienes… —abrió los ojos como platos—. Dios mío, ¿has comprado la casa?

—Bueno, he firmado un contrato, pero no cerraré la compra hasta la semana que viene.

—Estás loco.

—Tina me ha asegurado que es una buena inversión.

—¿Y por eso la has comprado?

—No —admitió él—. La he comprado porque me he imaginado a nuestro hijo durmiendo allí, y jugando en el jardín.

Tess no pudo evitar sentirse emocionada.

—¿Qué te parece? —preguntó Craig—. ¿Te apetece venir a vivir conmigo?

Ella debía haber contestado que no. Aquella idea era tan loca como la del matrimonio.

—Hay muchas habitaciones para elegir —le recordó él—. Y los dos estaríamos todo el tiempo con el niño.

—Vivir juntos no es muy diferente de casarse —protestó Tess.

—Yo sigo dispuesto a casarme contigo. Pero pensé que esto otro podía ser una alternativa.

Tess no podía cometer aquella locura. Pero necesitaba un lugar donde vivir y quería que su hijo tuviese un padre.

Y quería estar con Craig.

—De acuerdo.

—¿De acuerdo? —la miró sorprendido—. ¿Estás de acuerdo en… venir a vivir conmigo?

Ella sacudió la cabeza.

—No, estoy de acuerdo en casarme contigo.