Epílogo

Epílogo

Durante el tiempo transcurrido desde que apareció la primera edición, he tenido la satisfacción de recibir muchas cartas de lectores de La nueva psicología del amor. Todas han sido cartas extraordinarias, inteligentes, claras y también afectuosas. Además de expresar comprensión, la mayoría de ellas contenían otros regalos: poesías oportunas, citas útiles de otros autores, dosis de sabiduría y descripciones de experiencias personales. Estas cartas han enriquecido mi vida. Se me ha demostrado que en todo el país hay multitud —mucho más inmensa que lo que yo había creído— de personas que han estado recorriendo silenciosamente largas distancias, por el poco transitado camino del desarrollo espiritual. Esas personas me han dado las gracias por haber reducido su sensación de soledad en el viaje y yo, a mi vez, les agradezco el mismo servicio.

Algunos lectores han puesto en tela de juicio mi fe en la eficacia de la psicoterapia. He dicho que la calidad de los psicoterapeutas varía enormemente. Y continúo creyendo que la mayoría de las personas que no logran beneficiarse con el trabajo de un terapeuta competente deben culpar de ello a su falta de disposición para afrontar los rigores del trabajo terapéutico. Sin embargo, quiero aprovechar para especificar que hay una pequeña minoría de personas —tal vez el cinco por ciento—, con unos problemas psiquiátricos cuya naturaleza no responde a la psicoterapia, que pueden agravarse a consecuencia de la profunda introspección que implica la labor psicoterapéutica.

Es muy improbable que pertenezca a este cinco por ciento quien haya leído enteramente el libro y haya entendido su mensaje. En todo caso, un terapeuta competente tiene la responsabilidad de distinguir cuidadosamente, y a veces de forma gradual, a los pocos pacientes a los que no conviene someter al trabajo psicoanalítico, sino que corresponde orientarlos hacia otras formas de tratamiento que puedan resultarles beneficiosas.

Pero ¿qué es un psicoterapeuta competente? Varios lectores de mi libro que buscaban ayuda psicoterapéutica me han escrito para preguntarme cómo elegir al terapeuta adecuado y distinguir entre el competente y el incompetente. Mi primer consejo es que se tome seriamente tal elección. Es una de las decisiones más importantes que uno pueda tomar en su vida. La psicoterapia representa una gran inversión, no solo de dinero, sino de tiempo y de energía. Es lo que los agentes de bolsa llamarían una inversión de alto riesgo. Si la elección es acertada, proporcionará unos dividendos espirituales con los que el paciente ni siquiera había soñado. Si la elección es mala, difícilmente producirá daños reales, pero significará malgastar dinero, tiempo y energías.

De manera que no hay que vacilar en buscar una y otra vez lo que resulta conveniente. Ni tampoco hay que vacilar en confiar en las primeras impresiones o intuiciones. Generalmente, en una sola entrevista con un terapeuta el paciente puede tener buenas o malas «corazonadas». Si son malas, pagará los honorarios correspondientes a esa entrevista y acudirá a otro. Estas impresiones son, por lo general, intangibles, pero pueden tener su origen en pequeños indicios tangibles. Cuando en 1966 me sometí a terapia, estaba muy preocupado por la circunstancia, para mí inmoral, de que Estados Unidos interviniera en la guerra de Vietnam. En la sala de espera de mi terapeuta había ejemplares de Ramparts y de la New York Review of Books, ambas, publicaciones liberales y antibélicas. Antes de haber visto al terapeuta, yo ya tenía una buena impresión de él por ese detalle.

Pero más importante que las inclinaciones políticas, la edad o el sexo del terapeuta, es el hecho de que sea una persona capaz de interesarse de verdad por el paciente. Esto también se puede notar enseguida, aunque el terapeuta no se precipite hacia el paciente, con estridentes y efusivas palabras de amabilidad. Si los terapeutas son capaces de preocuparse por el paciente, también serán cautelosos, disciplinados y habitualmente reservados, pero una persona siempre puede intuir si la reserva encubre frialdad o calidez.

Así como al entrevistar a un posible paciente los terapeutas consideran si lo aceptan o no, es perfectamente correcto que el paciente haga, a su vez, lo mismo. Es importante que el posible paciente no se abstenga de preguntarle al terapeuta qué piensa sobre determinadas cuestiones, como por ejemplo la liberación de las mujeres, la homosexualidad o la religión.

Uno tiene derecho a recibir respuestas sinceras, francas y claras. En cuanto a otro tipo de cuestiones —como la de saber cuánto tiempo podría durar la terapia o si el salpullido de la piel es un síntoma psicosomático—, es bueno confiar en el terapeuta que confiesa desconocerlo. Lo cierto es que las personas muy instruidas, que han alcanzado éxito en cualquier profesión y que admiten su ignorancia, son por lo general las más experimentadas y dignas de confianza.

La capacidad de un terapeuta guarda muy poca relación con los títulos que posee. Los diplomas universitarios no certifican el amor, el valor y la sabiduría. Por ejemplo, psiquiatras que cuentan con certificados de profesionales reconocidos y terapeutas con los títulos más prestigiosos tienen que haber pasado por cursos de formación suficientemente rigurosos para que los pacientes tengan la seguridad de no haber caído en manos de un charlatán. Pero un psiquiatra no es necesariamente mejor terapeuta que un psicólogo, un asistente social o un sacerdote... y a veces ni siquiera es tan bueno como estos. Y lo cierto es que dos de los mejores terapeutas que conozco carecen de títulos universitarios.

La información oral es, a menudo, el mejor sistema para buscar a un psicoterapeuta. Si el lector tiene algún amigo que está satisfecho con los servicios de un determinado terapeuta, ¿por qué no seguir su recomendación? Otra manera muy aconsejable, si los síntomas son graves o si el paciente tiene además dificultades físicas, sería empezar con un psiquiatra. Por su formación médica, los psiquiatras son generalmente los terapeutas más caros, pero están en las mejores condiciones para comprender todos los aspectos de la situación. Al terminar la primera visita, una vez que el psiquiatra ha tenido ocasión de considerar las dimensiones del problema, se le puede pedir que aconseje un terapeuta más asequible, aunque no sea médico. Los mejores psiquiatras estarán dispuestos a indicar a los terapeutas más competentes. Por supuesto, si este médico nos produce buena impresión y él mismo está dispuesto a aceptarnos como pacientes, conviene que nos quedemos con él.

Si no se dispone de dinero ni de cobertura médica para la psicoterapia, la única opción es solicitar la asistencia de una clínica de salud mental o establecimiento psiquiátrico financiado por la administración pública. Allí se establecerá una retribución que esté de acuerdo con los medios del paciente, quien puede estar completamente seguro de que no caerá en manos de un chapucero. Por otro lado, la psicoterapia practicada en las clínicas suele ser superficial, de manera que las posibilidades de elegir a un terapeuta adecuado pueden ser muy limitadas. A pesar de ello, con frecuencia se obtienen muy buenos resultados.

Estas breves pautas tal vez no hayan sido tan específicas como querrían los lectores. Pero el mensaje central consiste en que, como la psicoterapia exige una relación psicológicamente intensa e íntima entre dos seres humanos, no se puede rehuir la responsabilidad de elegir personalmente al otro ser humano en quien uno pueda confiar y a quien pueda tomar como guía. El mejor terapeuta para una persona puede no ser el mejor para otra. Cada persona, terapeuta y paciente, es única; de modo que uno debe confiar en su propio juicio intuitivo, que también es único. Todo ello implica ciertos riesgos, por lo que le deseo suerte al lector. Dado que el acto de someterse a psicoterapia, con todo lo que esta supone, es un acto de valor, quien da este paso, cuenta con mi admiración.

M. SCOTT PECK

Bliss Road

New Preston, Conn. 06777

EE.UU.

Marzo de 1979