Estoy solo; tanto como puede estarlo aquel que espera, o el que piensa, o el que camina frente a un mar inmenso en una playa vacía. Estoy solo y tengo la sensación de que no me arrepiento. Considerando las posibilidades de compañía, prefiero el silencio. Pero, como todo en mi vida, esto también dependerá del resultado final de mi soledad. Siempre he sido una esperanza a punto de consolidarse, como en una piedra o en un edificio. El esfuerzo fue primero, requisito inútil, hoy lo veo. El premio nunca llegó.
Escribo estas líneas para sentirme menos solo. Acaso alguien las lea, alguna vez, y piense en lo detestable que es quien escribe sin quererlo, casi como respiramos. Al menos será una compañía que no deberé halagar o consentir, o servirle el café; que no veré jamás, de las mejores.
Consigo enfrentar las noches con unas pocas ayudas. Acaso mi destino sea la de hoy, que quizás nunca termine. Es posibilidad me inquieta, pero sólo porque acostumbro planear todo. Hasta la soledad, si no es programada, es frustrante. Quizás la noche de hoy sea una más, debo considerarlo. La enfrentaré como siempre, tranquilo y neutro, sin moverme de mi cama. Unas músicas harán lo posible por distraerme, pero su sola lejanía ya las invalida, las destruye. Sabré, sin embargo, que hay quienes se divierten allá, tan lejos de mi cama.
Quisiera escribir una historia hermosa, llena de inspiración y lugares comunes. Pero no puedo. Por eso me pongo este relato, intentando no decir nada. En eso soy como la mayoría de los escritores. Solo me falta la pedantería. Pero trato de diferenciarme, aunque no siempre lo consigo, quitando a mi soledad, la forma. Ese astuto invento de Dios para que no veamos lo que es. El antifaz que esconde casi todo, menos los labios. Muchos escritores actuales adoptan la forma para evitarse la molestia de tener que decir algo que sea interesante, o que nunca se haya dicho. Por eso pueden escribir muchas novelas y ganar dinero. Si dijeran algo único, el pozo bajo sus pies se abriría y desaparecerían en los infiernos del inframundo. Bueno, no tanto, pero se esfuerzan igual por evitar semejante peligro.
Y, si lo consigo, mi relato no tendrá más forma que la de mi soledad, que se asemeja un poco a la poesía. La mejor que he leído es la de Borges. Cuando usa versos me apabulla, me parece un niño mintiendo. En cambio, si dibuja su poesía con forma de prosa, el idioma se yergue en toda la expresión de la grandeza humana. El hombre es gigantesco porque puede pensar y hablar, aunque nunca lo haga al mismo tiempo. Borges entendió eso como nadie, porque él no podía distraerse en las formas.
El sol quema allá abajo, a los que pasan por la calle buscando la sombra. No hay árboles, así que el pavimento es fuego puro a punto de arder. Misterios del planeta, nada dejado al azar. Considero la posibilidad de que haya otros tan solos como yo en la ciudad. No estarán pensando en mí o quizás alguno esté escribiendo un relato para sentirse menos solo, o podando un árbol, porque es sábado. Yo me mantengo en pie por la esperanza de algún día llegar a ser, y pienso en ellos. Ninguno es lo que desea, por eso están solos. Sin embargo, todos creemos que la única vida que vale es la propia.
Al final, mi relato de soledad se transformó en un compendio de lugares comunes, como todos los otros. Deberé deshacerme de él para evitar que me sorprenda la angustia de las cosas mal hechas. Quizás lo publique y, de ese modo, logre ignorarlo, desconocerlo, decirle a los demás que no fui yo. Pero estoy solo.
Son las cinco. Debo comenzar a prepararme para la noche. Mi casa no tiene espejos, así que no me preocuparé por nada.