LA TRAVESÍA DE MENOCHÍADES

Entre fines de 576 d. C. y mediados de 578 d. C. el Abad Menochíades terminó de escribir su libro de relatos de viaje. Había partido de Clontarf aceptando de buena gana el convite de Brandan, el Navegante, para buscar las islas del Paraíso Terrenal. Fueron siete años de surcar el Mar del Norte. No subsiste el nombre del libro, al cual algunos autores refieren como El Viaje o La Travesía de Menochíades, sino apenas unas cincuenta páginas guardadas en un monasterio de Liguria. De las mejores traducciones de esos textos, los estudiosos elaboraron un sistema de referencias para deducir lo que Menochíades vivió y sufrió mientras secundó a El Navegante en su periplo. El trabajo se dificulta porque los trozos de texto hallados no son contiguos. Apenas retazos de un libro que adivinan que tuvo doscientos veinte relatos.

Menochíades traza el azaroso desembarco en la isla de los pájaros, que en realidad eran ángeles y rezaban con los monjes, y cómo vivieron y sobrevivieron allí los diecisiete que habían comenzado la travesía; cuenta las peleas entre los monjes por el vino, ocurridas en la Isla de las Uvas, y cómo murieron dos de ellos envenenados después de una borrachera; en otro relato describe los monstruos marinos que encontraron a su paso, sobre todo el tigre de fuego (dragón, diríamos ahora) con sus garras manchadas de la sangre de los albatros que (suponen) cazaban saliendo del mar sin hacer el menor ruido; sobre el final de las primeras páginas, relata los pormenores de la misa exigida por Brandan para agradecer por su propia Pascua de Resurrección y cómo la tierra movediza donde rezaban resultó ser una ballena.

Así, muchos de los relatos rescatados coinciden con la Navigatio Sancti Brandani del Siglo X. Esta leyenda condujo a la beatificación de Brandan y se cantaba en las fiestas religiosas junto con la Oda a Enrique II, Rey de Inglaterra y Señor de Irlanda; otros se alejan de esa relación de hechos. La leyenda conocida rescata, al igual que Menochíades, el paso por la isla del Paraíso Terrenal; pero este la contradice: no podría ser el Edén, dice, puesto que encuentran un solo hombre joven y ninguna mujer. Allí Brandan da por terminada su búsqueda y decide regresar a Irlanda con los trece monjes que sobrevivieron. Morirá poco después, delirando y afiebrado, mientras repetía en voz baja el Salmo de Barinto.

En el último de los fragmentos de Liguria, parecido a una coda, Menochíades abandona su voz de relator parco y distante y adopta la del filósofo y la del profeta.

El ignorado viajero apunta que todas las maravillas que visitaron, las extrañas criaturas que conocieron, y los sobrecogedores paisajes ante los que se postraron, no son más que una muestra de la belleza creada por el Señor. Y deduce que en los Orbes existirán todas las combinaciones posibles de maravillas, sin agotarse nunca y sin dejar ninguna posibilidad de lado. Si pensamos en un dragón azul, por más que él no lo ha visto, supone que en algún otro mar lejos de Galway, su patria, existirá. Si imaginamos una hermosa flor que vuele y se pose en una rama, o se arrastre como una serpiente, en algún prado existirá esta y en una montaña de Islandia vivirá aquella. El pez que imaginamos que tiene una cola larga como un curragh (barco) nadará en los extraños mares al sur de Terranova, donde las aguas serán blancas y solo podrán verse de noche.

Y Menochíades va aún más allá: … Todas las maravillas, aun aquellas no vistas, imaginadas o soñadas, existen como muestra de la infinita posibilidad de Dios. Si alguna de ellas no se encontrara en el mundo real, ella misma sería nuestra divinidad, puesto que estaría al margen de la naturaleza, fuera del alcance de Él. Puede leerse: … Si alguna posibilidad dejara de manifestarse, ella en sí misma sería el dios de todos nosotros porque al hacerlo estaría fuera de la realidad de lo manifestado. Nada puede quedar afuera de las maravillas de Dios, de lo contrario ella misma sería el Altísimo. Y eso es imposible…, concluye el monje.

Y agrega: … Como las infinitas partes de Natura existen por la gracia de Nuestro Señor Dios. Pero no a su honra o a la elegía de su abandono, sino a su infinita composición.

El monje completa su razonamiento: … Por fuera y por dentro de la Natura y de los Orbes, por encima y por debajo de cualquier poderosa imaginación del hombre y de sus industrias, todas las maravillas vistas y no vistas encajan como un guijarro en una playa perfecta. Se muestran al hombre y a la mujer, al niño y al anciano, a las vírgenes y a los moribundos, a los eunucos y a los campesinos, a los enamorados y a los condenados, como la belleza incalculable de un ser perfecto, omnipresente y omnisciente que de suyo es Dios … Pero nada hay más que Él en ellos y ellos en Él.

El Abad Menochíades murió en una fría mañana de diciembre de 580 d.C. al caer del campanario del monasterio de Clontarf, en circunstancias poco claras. Había sido elegido como Abad un tiempo antes, a la muerte de Brandan, y hecho jurar a los monjes que copiarían su libro de viajes, del cual nunca se separaba, desde el día siguiente a su muerte. Sin embargo, su nombre se eliminó para siempre de la Leyenda Navigatio Sancti Brandani. Toda referencia a Menochíades fue suprimida de los registros escolásticos y de los libros de nacidos vivos de Clontarf. Cualquier vestigio de su existencia, eliminado. Y no existió nunca una tumba con su nombre.

Los monjes estudiosos de Liguria creen, no sin algo de razón y de temor, que si el diario de viajes de Menochíades hubiera sido copiado y distribuido, algunas de las religiones modernas y sus malas costumbres no existirían.