Entretanto los hobbits corrían tan rápidamente como era posible en la oscuridad y la maraña del bosque, siguiendo el curso del río, hacia el oeste y las pendientes de las montañas, internándose más y más en Fangorn. El miedo a los orcos fue muriendo en ellos poco a poco, y aminoraron el paso. De pronto se sintieron invadidos por una curiosa sensación de ahogo, como si el aire se hubiera enrarecido.
Al fin Merry se detuvo.
—No podemos seguir así —jadeó—. Necesito aire.
—Bebamos un trago al menos —dijo Pippin—. Tengo la garganta seca.
Se trepó a una gruesa raíz de árbol que bajaba retorcida hacia la corriente, y se inclinó y recogió un poco de agua en las manos juntas. El agua era fría y clara, y Pippin bebió varias veces. Merry lo siguió. El agua los refrescó y reanimó; se quedaron sentados un rato a orillas del río, moviendo en el agua las piernas y pies doloridos, y examinando los árboles que se alzaban en silencio en filas apretadas, hasta perderse todo alrededor en el crepúsculo gris.
—Espero que todavía no hayas perdido el rumbo —dijo Pippin, apoyándose en un tronco corpulento. Podríamos al menos seguir el curso de este río, el Entaguas, o como lo llames, y salir por donde hemos venido.
—Podríamos, sí, si las piernas nos ayudan —dijo Merry—, y si el aire no nos falta.
—Sí, todo es muy oscuro y sofocante aquí —dijo Pippin—. Me recuerda de algún modo la vieja sala de la Gran Morada de los Tuk en los Smials de Alforzada: una inmensa habitación donde los muebles no se movieron ni se cambiaron durante siglos. Se dice que el Viejo Tuk vivió allí muchos años, y que él y la habitación envejecieron y decayeron juntos. Nadie tocó nada allí desde que él murió, hace ya un siglo. Y el viejo Gerontius era mi tatarabuelo, de modo que el cuarto está así desde hace rato. Pero no era nada comparado con la impresión de vejez que da este bosque. ¡Mira todas esas barbas y patillas de líquenes que lloran y se arrastran! Y casi todos los árboles parecen estar recubiertos con unas hojas secas y raídas que nunca han caído. Desaliñados. No alcanzo a imaginar qué aspecto tendrá aquí la primavera, si llega alguna vez; menos todavía una limpieza de primavera.
—Pero el sol tiene que asomar aquí algunas veces —dijo Merry—. No se parece ni en el aspecto ni en la atmósfera al Bosque Negro según la descripción de Bilbo. Aquél era sombrío y negro, y morada de cosas sombrías y negras. Éste es sólo oscuro, y terriblemente tupido. No puedes imaginar que vivan animales aquí, o que se queden mucho tiempo.
—No, ni hobbits —dijo Pippin—. Y la idea de atravesarlo no me hace ninguna gracia. Nada que comer durante cientos de millas, me parece. ¿Cómo están nuestras provisiones?
—Escasas —respondió Merry—. Escapamos sin nada más que dos pequeños paquetes de lembas, y abandonamos todo el resto. —Examinaron lo que quedaba de los bizcochos de los Elfos: sólo unos pedazos que no durarían más de cinco días.— Y nada con que cubrirnos —dijo Merry—. Pasaremos frío esta noche, no importa por dónde vayamos.
—Bueno, será mejor que lo decidamos ahora —dijo Pippin—. La mañana estará ya bastante avanzada.
En ese mismo momento vieron que una luz amarilla había aparecido un poco más allá: los rayos del sol parecían haber traspasado de pronto la bóveda del bosque.
—¡Mira! —dijo Merry—. El sol tiene que haberse ocultado en una nube mientras estábamos bajo los árboles, y ahora ha salido otra vez, o ha subido lo suficiente como para echar una mirada por alguna abertura. No es muy lejos, ¡vamos a ver!
Pronto descubrieron que el sitio estaba más lejos de lo que habían imaginado. El terreno continuaba elevándose en una empinada pendiente, y era cada vez más pedregoso. La luz crecía a medida que avanzaban, y pronto se encontraron ante una pared de piedra: la falda de una colina o el fin abrupto de alguna larga estribación que venía de las montañas distantes. No había allí ningún árbol, y el sol caía de lleno sobre la superficie de piedra. Las ramas de los árboles que crecían al pie de la pared se extendían tiesas e inmóviles, como para recibir el calor. Donde todo les pareciera antes tan avejentado y gris, brillaban ahora los pardos y los ocres, y los grises y negros de la corteza, lustrosos como cuero encerado. En las copas de los árboles había un claro resplandor verde, como de hierba nueva, como si una primavera temprana —o una visión fugaz de la primavera— flotara alrededor.
En la cara del muro de piedra se veía una especie de escalinata: quizá natural, labrada por las inclemencias del tiempo y el desgaste de la piedra, pues los escalones eran desiguales y toscos. Arriba, casi a la altura de las cimas de los árboles, había una cornisa, debajo de un risco. Nada crecía allí excepto unas pocas hierbas y malezas en el borde, y un viejo tronco de árbol donde sólo quedaban dos ramas retorcidas; parecía casi la silueta de un hombre viejo y encorvado que estuviera allí de pie, parpadeando a la luz de la mañana.
—¡Subamos! —dijo Merry alegremente—. ¡Vayamos a respirar un poco de aire fresco y echar una mirada a las cercanías!
Treparon por la pared. Si los escalones no eran naturales habían sido labrados para pies más grandes y piernas más largas que las de los hobbits. Se sentían demasiado impacientes y no se detuvieron a pensar cómo era posible que ya hubieran recobrado las fuerzas y que las heridas y lastimaduras del cautiverio hubieran cicatrizado de un modo tan notable. Llegaron al fin al borde de la cornisa, casi al pie del viejo tronco; subieron entonces de un salto y se volvieron dando la espalda a la colina, respirando profundamente y mirando hacia el este. Vieron entonces que se habían internado en el bosque sólo unas tres o cuatro millas: las copas de los árboles descendían por la pendiente hacia la llanura. Allí, cerca de las márgenes del bosque, unas altas volutas de humo negro se alzaban en espiral y venían flotando y ondulando hacia ellos.
—El viento está cambiando —dijo Merry—. Sopla otra vez del este. Hace fresco aquí.
—Sí —dijo Pippin—. Temo que sólo sean unos rayos pasajeros, y que pronto todo sea gris otra vez. ¡Qué lástima! Este viejo bosque hirsuto parecía tan distinto a la luz del sol. Casi me gustaba el lugar.
—¡Casi te gustaba el Bosque! ¡Muy bien! Una amabilidad nada común —dijo una voz desconocida—. Daos vuelta, que quiero veros las caras. Me parece que no me vais a gustar, pero no nos apresuremos. ¡Volveos! —Unas manos grandes y nudosas se posaron en los hombros de los hobbits, y los obligaron a darse vuelta, gentilmente pero con una fuerza irresistible; dos grandes brazos los alzaron en el aire.
Se encontraron entonces mirando una cara de veras extraordinaria. La figura era la de un hombre corpulento, casi de troll, de por lo menos catorce pies de altura, muy robusto, cabeza grande, encajada entre los hombros. Era difícil decir si estaba cubierto por una especie de estameña que parecía una corteza gris verdosa, o si esto era la piel. En todo caso, los brazos no tenían arrugas y la piel que los recubría era parda y lisa. Los grandes pies tenían siete dedos cada uno. De la parte inferior de la larga cara colgaba una barba gris, abundante, casi ramosa en las raíces, delgada y mohosa en las puntas. Pero en este momento los hobbits no miraron otra cosa que los ojos. Aquellos ojos profundos los examinaban ahora, lentos y solemnes, pero muy penetrantes. Eran de color castaño, atravesados por una luz verde. Más tarde, Pippin trató a menudo de describir la impresión que le causaron aquellos ojos.
—Uno hubiera dicho que había un pozo enorme detrás de los ojos, colmado de siglos de recuerdos, y con una larga, lenta y sólida reflexión; pero en la superficie centelleaba el presente: como el sol que centellea en las hojas exteriores de un árbol enorme, o sobre las ondulaciones de un lago muy profundo. No lo sé, pero parecía algo que crecía de la tierra, o que quizá dormía y era a la vez raíz y hojas, tierra y cielo, y que hubiera despertado de pronto y te examinase con la misma lenta atención que había dedicado a sus propios asuntos interiores durante años interminables.
—Hrum, hum —murmuró la voz, profunda como un instrumento de madera de voz muy grave—. ¡Muy curioso en verdad! No te apresures, ésa es mi divisa. Pero si os hubiera visto antes de oír vuestras voces (me gustaron, hermosas vocecitas que me recuerdan algo que no puedo precisar), si os hubiera visto antes de oíros, os habría aplastado en seguida, pues os habría tomado por pequeños orcos, descubriendo tarde mi error. Muy raros sois en verdad. ¡Raíces y brotes, muy raros!
Pippin, aunque todavía muy asombrado, perdió el miedo. Sentía ante aquellos ojos una curiosa incertidumbre, pero ningún temor.
—Por favor —dijo—, ¿quién eres? ¿Y qué eres?
Una mirada rara asomó entonces a los viejos ojos, una suerte de cautela; los pozos profundos estaban de nuevo cubiertos.
—Hrum, bueno —respondió la voz—. En fin, soy un Ent, o así me llaman. Sí, Ent es la palabra. Soy el Ent, podríais decir, en vuestro lenguaje. Algunos me llaman Fangorn, otros Bárbol. Vosotros podéis llamarme Bárbol.
—¿Un Ent? —dijo Merry—. ¿Qué es eso? ¿Pero qué nombre te das? ¿Cómo te llamas en verdad?
—¡Hu, veamos! —respondió Bárbol—. ¡Hu! ¡Eso sería decirlo todo! No tan de prisa. Soy yo quien hace las preguntas. Estáis en mi país. ¿Quiénes sois vosotros, me pregunto? No alcanzo a reconoceros. No me parece que estéis en las largas listas que aprendí cuando era joven. Pero eso fue hace muchísimo tiempo, y pueden haber hecho nuevas listas. ¡Veamos! ¡Veamos! ¿Cómo era?
¡Aprended ahora la ciencia de las Criaturas Vivientes!
Nombrad primero los cuatro, los pueblos libres:
los más antiguos, los hijos de los Elfos;
el Enano que habita en moradas sombrías;
el Ent, nacido de la tierra, viejo como los montes;
el Hombre mortal, domador de caballos.
”Hm, hm, hm.
El castor que construye, el gamo que salta,
el oso aficionado a la miel, el jabalí que lucha,
el perro hambriento, la liebre temerosa...
”Hm, hm.
El águila en el aire, el buey en la pradera,
el ciervo de corona de cuerno, el halcón el más rápido,
el cisne el más blanco, la serpiente la más fría...
”Hum, hm, hum, hm, ¿cómo seguía? Rum tum, rum tum, rumti tum tum. Era una larga lista. ¡Pero de todos modos parece que no encajaréis en ningún sitio!
—Parece que siempre nos dejaron fuera de las viejas listas, y las viejas historias —dijo Merry—. Sin embargo, andamos de un lado a otro desde hace bastante tiempo. Somos hobbits.
—¿Por qué no añadir otra línea? —dijo Pippin.
Los hobbits medianos, que habitan en agujeros.
”Si nos pones entre los cuatro, después del Hombre (la Gente Grande), quizá hayas resuelto el problema.
—Hm. No está mal. No está mal —dijo Bárbol—. Podemos hacerlo. Así que habitáis en agujeros, ¿eh? Parece muy bien, y adecuado. ¿Quién os llama hobbits, de todos modos? No me parece una palabra élfica. Los Elfos crearon todas las palabras antiguas; ellos empezaron.
—Nadie nos llama hobbits. Nosotros nos llamamos así a nosotros mismos —dijo Pippin.
—Hum, hum. Un momento. No tan de prisa. ¿Os llamáis hobbits a vosotros mismos? Pero no tenéis que ir diciéndoselo a cualquiera. Pronto estaréis divulgando vuestros verdaderos nombres si no tenéis cuidado.
—Eso no nos preocupa —dijo Merry—. En verdad yo soy un Brandigamo, Meriadoc Brandigamo, aunque casi todos me llaman Merry.
—Y yo soy Tuk, Peregrin Tuk, pero generalmente me llaman Pippin, o aun Pip.
—Hm, sois realmente gente apresurada —dijo Bárbol—. Vuestra confianza me honra, pero no tenéis que ser tan francos al principio. Hay Ents y Ents, ya sabéis; o hay Ents y cosas que parecen Ents pero no lo son, como diríais vosotros. Os llamaré Merry y Pippin, si os parece bien; bonitos nombres. En cuanto a mí, no os diré cómo me llamo, no por ahora al menos. —Una curiosa sonrisa, como si ocultara algo, pero a la vez de un cierto humor, le asomó a los ojos como un resplandor verde.— Ante todo me llevaría mucho tiempo; mi nombre crece continuamente; de modo que mi nombre es como una historia. Los nombres verdaderos os cuentan la historia de quienes los llevan, en mi lenguaje, en el Viejo Éntico, como podría decirse. Es un lenguaje encantador, pero lleva mucho tiempo decir algo en él, pues nunca decimos nada, excepto cuando vale la pena pasar mucho tiempo hablando y escuchando.
”Pero ahora —y los ojos se volvieron muy brillantes y «presentes», y pareció que se achicaban, y hasta que se afilaban— ¿qué ocurre? ¿Qué hacéis vosotros en todo esto? Puedo ver y oír, y oler y sentir, muchas de estas cosas, y de estas y de estas a-lalla-lalla-rumba-kamanda-lind-or-burúmë. Excusadme, es una parte del nombre que yo le doy; no sé qué nombre tiene en los lenguajes de fuera; ya sabéis, el sitio en que estamos, el sitio en que estoy de pie mirando las mañanas hermosas, y pensando en el Sol, y en las hierbas de más allá del bosque, y en los caballos, y en las nubes, y en cómo se despliega el mundo. ¿Qué ocurre? ¿En qué anda Gandalf? Y esos... burárum —Bárbol emitió un sonido retumbante y profundo, como el acorde disonante de un órgano—, y esos orcos, y el joven Saruman en Isengard, ¿qué hacen? Me gusta que me cuenten las noticias. Pero no demasiado aprisa ahora.
—Pasan muchas cosas —dijo Merry—, y aunque nos diéramos prisa sería largo de contar, y nos has pedido que no nos apresuremos. ¿Conviene que te contemos algo tan en seguida? ¿Sería impertinente que te preguntáramos qué vas a hacer con nosotros y de qué lado estás? ¿Y conociste a Gandalf?
—Sí, lo conozco: el único mago a quien realmente le importan los árboles —dijo Bárbol—. ¿Lo conocéis?
—Sí —dijo Pippin tristemente—, lo conocimos. Era un gran amigo, y era nuestro guía.
—Entonces puedo responder a vuestras otras preguntas —dijo Bárbol—. No haré nada con vosotros: no si eso quiere decir «haceros algo a vosotros» sin vuestro permiso. Podemos intentar algunas cosas juntos. No sé nada acerca de lados. Sigo mi propio camino, aunque podéis acompañarme un momento. Pero habláis del Señor Gandalf como parte de una historia que ha terminado.
—Sí, así es —dijo tristemente Pippin—. La historia parece continuar, pero me temo que Gandalf haya quedado fuera.
—¡Hu, vamos! —dijo Bárbol—. Hum, hm, ah, bien. —Hizo una pausa, mirando largamente a los hobbits.— Hum, ah, bien, no sé qué decir, vamos.
—Si quieres oír algo más —dijo Merry— te lo contaremos. Pero llevará tiempo. ¿No quisieras ponernos en el suelo? ¿No podríamos sentarnos juntos al sol, mientras hay sol? Estarás cansado de tenernos siempre alzados.
—Hm, ¿cansado? No, no estoy cansado. No me canso fácilmente. Y no tengo la costumbre de sentarme. No soy muy, hm, plegadizo. Pero mirad, el sol se está yendo, en efecto. Dejemos este... ¿habéis dicho cómo lo llamáis?
—¿Colina? —sugirió Pippin—. ¿Cornisa? ¿Escalón? —sugirió Merry.
Bárbol repitió pensativo las palabras.
—Colina. Sí, eso era. Pero es una palabra apresurada para algo que ha estado siempre aquí desde que se hizo esta parte del mundo. Pero no importa. Dejémosla, y vámonos.
—¿A dónde iremos? —preguntó Merry.
—A mi casa, o a una de mis muchas casas —respondió Bárbol.
—¿Está lejos?
—No lo sé. Quizá lo llaméis lejos. ¿Pero qué importa?
—Bueno, verás, hemos perdido todo lo que teníamos —dijo Merry—. Sólo nos queda un poco de comida.
—¡Oh! ¡Hm! No hay de qué preocuparse —dijo Bárbol—. Puedo daros una bebida que os mantendrá verdes y en estado de crecimiento durante un largo, largo rato. Y si decidimos separarnos, puedo depositaros fuera de mi país en el punto que queráis. ¡Vamos!
Sosteniendo a los hobbits gentilmente pero con firmeza, cada uno en el hueco de un brazo, Bárbol alzó primero un gran pie y luego el otro, y los llevó al borde de la cornisa. Los dedos que parecían raíces se aferraron a las rocas. Luego Bárbol descendió cuidadosa y solemnemente de escalón en escalón y llegó así al nivel del Bosque.
En seguida echó a andar entre los árboles con largos pasos cautelosos, internándose más y más en el bosque, sin alejarse del río, subiendo siempre hacia las faldas de las montañas. Muchos de los árboles parecían dormidos, o no le prestaban atención, como si fuera una de aquellas criaturas que iban simplemente de aquí para allá; pero algunos se estremecían, y algunos levantaban las ramas por encima de la cabeza de Bárbol para dejarlo pasar. En todo este tiempo, mientras caminaba, Bárbol se hablaba a sí mismo en una ininterrumpida corriente de sonidos musicales.
Los hobbits estuvieron callados un tiempo. Se sentían, lo que era raro, a salvo y cómodos, y tenían mucho que pensar, y mucho que preguntarse. Al fin Pippin se atrevió a hablar otra vez.
—Por favor, Bárbol —dijo—, ¿puedo preguntarte algo? ¿Por qué Celeborn nos previno contra el bosque? Nos dijo que no nos arriesgáramos a extraviarnos en él.
—Hmm, ¿les dijo eso? —gruñó Bárbol—. Y yo habría dicho lo mismo, si hubierais ido en dirección opuesta. ¡No te arriesgues a extraviarte en los bosques de Laurelindórenan! Así es como lo llamaban los Elfos, pero ahora han abreviado el nombre: Lothlórien lo llaman. Quizá tienen razón, quizá el bosque está decayendo, no creciendo. El Valle del Oro que Cantaba, así llamaban al país, en los tiempos de érase una vez. Ahora lo llaman Flor del Sueño. En fin. Pero es un lugar raro, donde no todos pueden aventurarse. Me sorprende que hayáis salido de allí, pero mucho más que hayáis entrado; esto no le ha ocurrido a ningún extranjero desde hace tiempo. Es un curioso país.
”Y así pasa con este bosque. La gente ha tenido mucho que lamentar aquí. Ay, sí, mucho que lamentar, sí. Laurelindórenan lindelorendor malinornélion ornemalin —canturreó entre dientes—. Me parece que allá se han quedado un poco atrás —dijo—. Ni este país ni ninguna otra cosa fuera del Bosque de Oro son lo que eran en la juventud de Celeborn. Sin embargo...
Taurelilómëa-tumbalemorna
Tumbaletaurëa Lómëanor.*
”Eso es lo que decían. Las cosas han cambiado, pero aún son verdad en algunos sitios.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Pippin—. ¿Qué es verdad?
—Los árboles y los Ents —dijo Bárbol—. No entiendo todo lo que pasa, de modo que no puedo explicártelo. Algunos de los nuestros son todavía verdaderos Ents, y andan bastante animados a nuestra manera, pero muchos otros parecen somnolientos, se están poniendo arbóreos, podría decirse. La mayoría de los árboles son sólo árboles, por supuesto; pero muchos están medio despiertos. Algunos han despertado del todo, y unos pocos, bien, ah, bien, están volviéndose énticos. Esto nunca cesa.
”Cuando le ocurre esto a un árbol, descubres que algunos tienen mal corazón. No me refiero a la calidad de la madera. Yo mismo he conocido algunos viejos buenos sauces Entaguas abajo y que desaparecieron hace tiempo, ay. Eran bastante huecos, en realidad estaban cayéndose a pedazos, pero tan tranquilos y de tan dulce lenguaje como una hoja joven. Y luego hay algunos árboles de los valles al pie de las montañas que tienen una salud de hierro y que son malos de punta a punta. Esta clase de cosas parecen extenderse cada día. Antes había zonas peligrosas en este país. Hay todavía sitios muy negros.
—¿Como el Bosque Viejo allá en el norte? —preguntó Merry.
—Ay, ay, algo parecido, pero mucho peor. No dudo de que una sombra de la Gran Oscuridad todavía reposa allá en el norte; y los malos recuerdos han llegado hasta nosotros. Pero hay cañadas bajas en esta tierra de donde nunca sacaron la Oscuridad, y los árboles son allí más viejos que yo. No obstante, hacemos lo que podemos. Rechazamos a los extranjeros y a los imprudentes, y entrenamos y enseñamos, caminamos y quitamos las malezas.
”Somos pastores de árboles, nosotros los viejos Ents. Pocos quedamos ahora. Las ovejas terminan por parecerse a los pastores, y los pastores a las ovejas, se dice; pero lentamente, y ni unos ni otros se demoran demasiado en el mundo. El proceso es más íntimo y rápido entre árboles y Ents, y ellos vienen caminando juntos desde hace milenios. Pues los Ents son bastante parecidos a los Elfos: menos interesados en sí mismos que los Hombres, y más dispuestos a meterse dentro de otras cosas. Y, sin embargo, los Ents son también parecidos a los Hombres, más cambiantes que los Elfos, y toman más rápidamente los colores del mundo, podría decirse. O mejor que los dos: pues son más tenaces, y más capaces de dedicarse a algo durante mucho tiempo.
”Algunos de los nuestros son ahora exactamente como árboles, y se necesita mucho para despertarlos; y hablan sólo en susurros. Pero otros son de miembros flexibles, y muchos pueden hablarme. Fueron los Elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendiendo el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos Elfos. Pero luego sobrevino la Gran Oscuridad, y se alejaron cruzando el Mar, o se escondieron en valles lejanos, e inventaron canciones acerca de unos días que ya nunca volverán. Nunca jamás. Ay, ay, érase una vez un solo bosque, desde aquí hasta las Montañas de Lune, y esto no era sino el Extremo Oriental.
”¡Aquéllos fueron grandes días! Hubo un tiempo en que yo pude caminar y cantar el día entero, y no oír otra cosa que el eco de mi propia voz en las cuevas de las colinas. Los bosques eran como los bosques de Lothlórien, pero más espesos, más fuertes, más jóvenes. ¡Y el olor del aire! A veces me pasaba toda una semana ocupado sólo en respirar.
Bárbol calló, caminando con largas zancadas, y sin embargo casi sin hacer ruido. Luego zumbó de nuevo entre dientes, y pronto el zumbido pasó a ser un canturreo. Poco a poco los hobbits fueron cayendo en la cuenta de que estaba cantando para ellos.
En los sauzales de Tasarinan yo me paseaba en primavera.
¡Ah, los colores y el aroma de la primavera en Nan-tasarion!
Y yo dije que aquello era bueno.
Recorrí en el verano los olmedos de Ossiriand.
¡Ah, la luz y la música en el verano junto a los Siete Ríos de Ossir!
Y yo pensé que aquello era mejor.
A los hayales de Neldoreth vine en el otoño.
¡Ah, el oro y el rojo y el susurro de las hojas en el otoño de Taur-na-neldor!
Yo no había deseado tanto.
A los pinares de la meseta de Dorthonion subí en el invierno.
¡Ah, el viento y la blancura y las ramas negras del invierno en Orod-na-Thón!
Mi voz subió y cantó en el cielo.
Y todas aquellas tierras yacen ahora bajo las olas,
y caminé por Ambarona, y Tauremorna, y Aldalómë,
y por mis propias tierras, el país de Fangorn,
donde las raíces son largas.
Y los años se amontonan más que las hojas en
Tauremornalómë.
Bárbol dejó de cantar, y caminó a grandes pasos y en silencio, y en todo el bosque, hasta donde alcanzaba el oído, no se oía nada.
El día menguó, y el crepúsculo abrazó los troncos de los árboles. Al fin los hobbits vieron una tierra abrupta y oscura que se alzaba borrosamente ante ellos: habían llegado a los pies de las montañas, y a las verdes raíces del elevado Methedras. Al pie de la ladera el joven Entaguas, saltando desde los manantiales de allá arriba, escalón tras escalón, corría ruidosamente hacia ellos. A la derecha del río había una pendiente larga, recubierta de hierba, ahora gris a la luz del crepúsculo. No crecía allí ningún árbol, y la pendiente se abría al cielo: las estrellas ya brillaban en lagos entre costas de nubes.
Bárbol trepó por la loma, aflojando apenas el paso. De pronto los hobbits vieron ante ellos una amplia abertura. Dos grandes árboles se erguían allí, uno a cada lado, como montantes vivientes de una puerta, pero no había otra puerta que las ramas que se entrecruzaban y entretejían. Cuando el viejo Ent se acercó, los árboles levantaron las ramas, y las hojas se estremecieron y susurraron. Pues eran árboles perennes, y las hojas eran oscuras y lustrosas, y brillaban a la luz crepuscular. Más allá se abría un espacio amplio y liso, como el suelo de una sala enorme, tallado en la colina. A cada lado se elevaban las paredes, hasta una altura de cincuenta pies o más, y a lo largo de las paredes crecía una hilera de árboles, cada vez más altos a medida que Bárbol avanzaba.
La pared del fondo era perpendicular, pero al pie habían cavado una abertura de techo abovedado: el único techo del recinto, excepto las ramas de los árboles, que en el extremo interior daban sombra a todo el suelo dejando sólo una senda ancha en el medio. Un arroyo escapaba de los manantiales de arriba, y abandonando el curso mayor caía tintineando por la cara perpendicular de la pared, derramándose en gotas de plata, como una delgada cortina delante de la abertura abovedada. El agua se juntaba de nuevo en una concavidad de piedra entre los árboles y luego corría junto al sendero y salía a unirse al Entaguas que se internaba en el bosque.
—¡Hm! ¡Aquí estamos! —dijo Bárbol, quebrando el largo silencio—. Os he traído conmigo unos setenta mil pasos de Ent, pero no sé cuánto es eso en las medidas de vuestras tierras. De cualquier modo estamos cerca de las raíces de la Última Montaña. Parte del nombre de este lugar podría ser Sala del Manantial, si lo traducimos a vuestro lenguaje. Me gusta. Pasaremos aquí la noche.
Puso a los hobbits en la hierba entre las hileras de árboles, y ellos lo siguieron hacia la gran bóveda. Los hobbits notaron ahora que Bárbol apenas doblaba las rodillas al caminar, pero que los pasos eran largos. Plantaba en el suelo ante todo los dedos gordos (y eran gordos en verdad y muy anchos) antes de apoyar el resto del pie.
Bárbol se detuvo un momento bajo la llovizna del manantial, y respiró profundamente; luego se rió y entró. Había allí una gran mesa de piedra, pero ninguna silla. En el fondo de la bóveda se apretaban las sombras. Bárbol tomó dos grandes vasijas y las puso en la mesa. Parecían estar llenas de agua; pero Bárbol mantuvo las manos sobre ellas, e inmediatamente se pusieron a brillar, una con una luz dorada, y la otra con una hermosa luz verde; y la unión de las dos luces iluminó la bóveda, como si el sol del verano resplandeciera a través de un techo de hojas jóvenes. Mirando hacia atrás, los hobbits vieron que los árboles del patio brillaban también ahora, débilmente al principio, pero luego más y más, hasta que en todas las hojas aparecieron nimbos de luz: algunos verdes, otros dorados, otros rojos como cobre; y los troncos de los árboles parecían pilares de piedra luminosa.
—Bueno, bueno, ahora podemos hablar otra vez —dijo Bárbol—. Tenéis sed, supongo. Quizá también estéis cansados. ¡Bebed! —Fue hasta el fondo de la bóveda donde se alineaban unas jarras de piedra, con tapas pesadas. Sacó una de las tapas, y metió un cucharón en la jarra, y llenó tres tazones, uno grande y otros dos más pequeños.
—Ésta es una casa de Ent —dijo—, y no hay asientos, me temo. Pero podéis sentaros en la mesa.
Alzando en vilo a los hobbits los sentó en la gran losa de piedra, a unos seis pies del suelo, y allí se quedaron balanceando las piernas y bebiendo a pequeños sorbos.
La bebida parecía agua, y en verdad el gusto era parecido al de los tragos que habían bebido antes a orillas del Entaguas cerca de los lindes del bosque, y sin embargo tenía también un aroma o sabor que ellos no podían describir: era débil, pero les recordaba el olor de un bosque distante que una brisa nocturna trae desde lejos. El efecto de la bebida comenzó a sentirse en los dedos de los pies, y subió firmemente por todos los miembros, refrescándolos y vigorizándolos, hasta las puntas mismas de los cabellos. En verdad los hobbits sintieron que se les erizaban los cabellos, que ondeaban y se rizaban y crecían. En cuanto a Bárbol, primero se lavó los pies en el estanque de más allá del arco y luego vació el tazón de un solo trago, largo y lento. Los hobbits pensaron que nunca dejaría de beber.
Al fin dejó otra vez el tazón sobre la mesa.
—Ah, ah —suspiró—. Hm, hum, ahora podemos hablar con mayor facilidad. Podéis sentaros en el suelo, y yo me acostaré; así evitaré que la bebida se me suba a la cabeza y me dé sueño.
A la derecha de la bóveda había un lecho grande de patas bajas, de no más de dos pies, muy recubierto de hierbas y helechos secos. Bárbol se echó lentamente en esta cama (doblando apenas la cintura) hasta que descansó acostado, con las manos detrás de la cabeza, mirando el cielo raso, donde centelleaban las luces, como hojas que se mueven al sol. Merry y Pippin se sentaron junto a él sobre almohadones de hierba.
—Ahora contadme vuestra historia, ¡y no os apresuréis!
Los hobbits empezaron a contarle la historia de todo lo que había ocurrido desde que dejaran Hobbiton. No siguieron un orden muy claro, pues se interrumpían uno a otro de continuo, y Bárbol detenía a menudo a quien hablaba, y volvía a algún punto anterior, o saltaba hacia adelante haciéndoles preguntas sobre acontecimientos posteriores. No hablaron, sin embargo, del Anillo, y no le dijeron por qué se habían puesto en camino ni hacia dónde iban; y Bárbol no les pidió explicaciones.
Todo le interesaba enormemente: los Jinetes Negros, Elrond, Rivendel, y el Bosque Viejo, y Tom Bombadil, y las Minas de Moria, y Lothlórien y Galadriel. Insistió en que le describieran la Comarca, una y otra vez. En este punto, hizo un curioso comentario:
—Nunca visteis, hm, ningún Ent rondando por allí, ¿no es cierto? —preguntó—. Bueno, no Ents, Ents-mujeres, tendría que decir.
—¿Ents-mujeres? —dijo Pippin—. ¿Se parecen a ti?
—Sí, hm, bueno, no: realmente no lo sé —dijo Bárbol, pensativo—. Pero a ellas les hubiera gustado vuestro país, por eso preguntaba.
Bárbol, sin embargo, estaba particularmente interesado en todo lo que se refería a Gandalf, y más interesado aún en lo que hacía Saruman. Los hobbits lamentaron de veras saber tan poco acerca de ellos: sólo unas vagas referencias de Sam a lo que Gandalf había dicho en el Concilio. Pero de cualquier modo era claro que Uglúk y parte de los orcos habían venido de Isengard y que hablaban de Saruman como si fuera el amo de todos ellos.
—¡Hm, hum! —dijo Bárbol, cuando al fin luego de muchas vueltas y revueltas la historia de los hobbits desembocó en la batalla entre los orcos y los jinetes de Rohan—. ¡Bueno, bueno! Un buen montón de noticias, sin ninguna duda. No me habéis dicho todo, no en verdad, y falta bastante. Pero no dudo de que os comportáis como Gandalf hubiera deseado. Algo muy importante está ocurriendo, me doy cuenta, y ya me enteraré cuando sea el momento, bueno o malo. Por las raíces y las ramas, qué extraño asunto. De pronto asoma una gente menuda, que no está en las viejas listas, y he aquí que los Nueve Jinetes olvidados reaparecen y los persiguen, y Gandalf los lleva a un largo viaje, y Galadriel los acoge en Caras Galadon, y los orcos los persiguen de un extremo a otro de las Tierras Ásperas: en verdad parece que los hubiera alcanzado una terrible tormenta. ¡Espero que puedan capear el temporal!
—¿Y qué nos dices de ti? —preguntó Merry.
—Hum, hm, las Grandes Guerras no me preocupan —dijo Bárbol—, ellas conciernen sobre todo a los Elfos y a los Hombres. Es un asunto de Magos: los Magos andan siempre preocupados por el futuro. No me gusta preocuparme por el futuro. No estoy enteramente del lado de nadie, porque nadie está enteramente de mi lado, si me entendéis. Nadie cuida de los bosques como yo, hoy ni siquiera los Elfos. Sin embargo, tengo más simpatía por los Elfos que por los otros: fueron los Elfos quienes nos sacaron de nuestro mutismo en otra época, y esto fue un gran don que no puede ser olvidado, aunque hayamos tomado distintos caminos desde entonces. Y hay algunas cosas, por supuesto, de cuyo lado yo nunca podría estar: esos... burárum —se oyó otra vez un gruñido profundo de disgusto—, esos orcos, y los jefes de los orcos.
”Me sentí inquieto en otras épocas cuando la sombra se extendía sobre el Bosque Negro, pero cuando se mudó a Mordor, durante un tiempo no me preocupé: Mordor está muy lejos. Pero parece que el viento sopla ahora del este, y no sería raro que muy pronto todos los bosques empezaran a marchitarse. No hay nada que un viejo Ent pueda hacer para impedir la tormenta: tiene que capearla o caer partido en dos.
”¡Pero Saruman! Saruman es un vecino: no puedo descuidarlo. Algo tengo que hacer, supongo. Me he preguntado a menudo últimamente qué puedo hacer con Saruman.
—¿Quién es Saruman? —le preguntó Pippin—. ¿Sabes algo de él?
—Saruman es un Mago —dijo Bárbol—. Más no podría decir. No sé nada de la historia de los Magos. Aparecieron por vez primera poco después que las Grandes Naves llegaran por el Mar; pero ignoro si vinieron con los barcos. Saruman era reconocido como uno de los grandes, creo. Un día, hace tiempo, vosotros diríais que hace mucho tiempo, dejó de ir de aquí para allá y de meterse en los asuntos de los Hombres y los Elfos, y se instaló en Angrenost, o Isengard como lo llaman los Hombres de Rohan. Se quedó muy tranquilo al principio, pero fue haciéndose cada vez más famoso. Fue elegido como cabeza del Concilio Blanco, dicen; pero el resultado no fue de los mejores. Me pregunto ahora si ya entonces Saruman no estaba volviéndose hacia el mal. Pero en todo caso no molestaba demasiado a los vecinos. Yo acostumbraba hablar con él. Hubo un tiempo en que se paseaba siempre por mis bosques. Era cortés en ese entonces, siempre pidiéndome permiso, al menos cuando tropezaba conmigo, y siempre dispuesto a escuchar. Le dije muchas cosas que él nunca hubiera descubierto por sí mismo; pero nunca me lo retribuyó. No recuerdo que llegara a decirme algo. Y así fue transformándose día a día. La cara, tal como yo la recuerdo, y no lo veo desde hace mucho, se parecía al fin a una ventana en un muro de piedra: una ventana con todos los postigos bien cerrados.
”Creo entender ahora en qué anda. Está planeando convertirse en un Poder. Tiene una mente de metal y ruedas, y no le preocupan las cosas que crecen, excepto cuando puede utilizarlas en el momento. Y ahora está claro que es un malvado traidor. Se ha mezclado con criaturas inmundas, los orcos. ¡Brm, hum! Peor que eso: ha estado haciéndoles algo a esos orcos, algo peligroso. Pues esos Isengardos se parecen sobre todo a Hombres de mala entraña. Como otra señal de las maldades que sobrevinieron junto con la Gran Oscuridad, los orcos nunca toleraron la luz del sol; pero estas criaturas de Saruman pueden soportarla, aunque la odien. Me pregunto qué les ha hecho. ¿Son Hombres que Saruman ha arruinado, o ha mezclado las razas de los Hombres y los Orcos? ¡Qué negra perversidad!
Bárbol rezongó un momento, como si estuviera recitando una negra y profunda maldición éntica.
—Hace un tiempo que me sorprendió que los orcos se atreviesen a pasar con tanta libertad por mis bosques —continuó—. Sólo últimamente empecé a sospechar que todo era obra de Saruman, y que había estado espiando mis caminos, y descubriendo mis secretos. Él y esas gentes inmundas hacen estragos ahora, derribando árboles allá en la frontera, buenos árboles. Algunos de los árboles los cortan simplemente y dejan que se pudran; maldad propia de un orco, pero otros los desbrozan y los llevan a alimentar las hogueras de Orthanc. Siempre hay humo brotando en Isengard en estos días.
”¡Maldito sea, por raíces y ramas! Muchos de estos árboles eran mis amigos, criaturas que conocí en la nuez o en el grano; muchos tenían voces propias que se han perdido para siempre. Y ahora hay claros de tocones y zarzas donde antes había avenidas pobladas de cantos. He sido perezoso. He descuidado las cosas. ¡Esto tiene que terminar!
Bárbol se levantó del lecho con una sacudida, se incorporó, y golpeó con la mano sobre la mesa. Las vasijas se estremecieron y lanzaron hacia arriba dos chorros luminosos. En los ojos de Bárbol osciló una luz, como un fuego verde, y la barba se le adelantó, tiesa como una escoba de paja.
—¡Yo terminaré con eso! —estalló—. Y vosotros vendréis conmigo. Quizá podáis ayudarme. De ese modo estaréis ayudando también a esos amigos vuestros, pues si no detenemos a Saruman, Rohan y Gondor tendrán un enemigo detrás y no sólo delante. Nuestros caminos van juntos... ¡hacia Isengard!
—Iremos contigo —dijo Merry—. Haremos lo que podamos.
—Sí —dijo Pippin—. Me gustaría ver la Mano Blanca destruida para siempre. Me gustaría estar allí, aunque yo no sirviera de mucho. Nunca olvidaré a Uglúk y cómo cruzamos Rohan.
—¡Bueno! ¡Bueno! —dijo Bárbol—. Pero he hablado apresuradamente. No tenemos que apresurarnos. Me excité demasiado. Tengo que tranquilizarme y pensar, pues es más fácil gritar ¡basta!, que obligarlos a detenerse.
Fue a grandes pasos hacia la arcada y se detuvo un tiempo bajo la llovizna del manantial. Luego se rió y se sacudió, y unas gotas de agua cayeron al suelo centelleando como chispas rojas y verdes. Volvió, se tendió de nuevo en la cama, y guardó silencio.
Al rato los hobbits oyeron que murmuraba otra vez. Parecía estar contando con los dedos.
—Fangorn, Finglas, Fladrif, ay, ay —suspiró—. El problema es que quedamos tan pocos —dijo volviéndose hacia los hobbits—. Sólo quedan tres de los primeros Ents que anduvieron por los bosques antes de la Oscuridad: sólo yo, Fangorn, y Finglas y Fladrif, si los llamamos con los nombres élficos; podéis llamarlos también Zarcillo y Corteza, si preferís. Y de nosotros tres, Zarcillo y Corteza no servirán de mucho en este asunto. Zarcillo está cada día más dormido, y muy arbóreo, podría decirse. Prefiere pasarse el verano de pie y medio dormido, con las hierbas hasta las rodillas. Un vello de hojas le cubre el cuerpo. Acostumbraba despertar en invierno, pero últimamente se ha sentido demasiado somnoliento para caminar mucho. Corteza vive en las faldas de las montañas al este de Isengard. Allí es donde ha habido más dificultades. Los orcos lo lastimaron, y muchos de los suyos y de los árboles que apacentaba han sido asesinados y destruidos. Ha subido a los lugares altos, entre los abedules que él prefiere, y no descenderá. Sin embargo, me atrevo a decir que yo podría juntar un grupo bastante considerable de la gente más joven... si consigo que entiendan en qué aprieto nos encontramos ahora; si consigo despertarlos: nosotros no somos gente apresurada. ¡Qué lástima que seamos tan pocos!
—¿Cómo sois tan pocos habiendo vivido en este país tanto tiempo? —preguntó Pippin—. ¿Han muerto muchos?
—¡Oh, no! —dijo Bárbol—. Nadie ha muerto por dentro, como podría decirse. Algunos cayeron en las vicisitudes de los largos años, por supuesto; y muchos son ahora arbóreos. Pero nunca fuimos muchos y no hemos aumentado. No ha habido Entandos, no ha habido niños diríais vosotros, desde hace un terrible número de años. Pues veréis, hemos perdido a las Ents-mujeres.
—¡Qué pena! —dijo Pippin—. ¿Cómo fue que murieron todas?
—¡No murieron! —dijo Bárbol—. Nunca dije que murieran. Las perdimos, dije. Las perdimos y no podemos encontrarlas. —Suspiró.— Pensé que casi todos lo sabían. Los Elfos y los Hombres del Bosque Negro en Gondor han cantado cómo los Ents buscaron a las Ents-mujeres. No es posible que esos cantos se hayan olvidado.
—Bueno, temo que esas canciones no hayan pasado al Oeste por encima de las Montañas de la Comarca —dijo Merry—. ¿No nos dirás más, o no nos cantarás una de las canciones?
—Sí, lo haré —dijo Bárbol, en apariencia complacido—. Pero no puedo contarlo como sería menester; sólo un resumen; y luego interrumpiremos la charla; mañana habrá que llamar a concilio, y nos esperan trabajos, y quizá un largo viaje.
”Es una historia bastante rara y triste —dijo luego de una pausa—. Cuando el mundo era joven, y los bosques vastos y salvajes, los Ents y las Ents-mujeres (y había entonces Ents-doncellas: ¡ah, la belleza de Fimbrethil, de Miembros de Junco, la de pies ligeros, en nuestra juventud!) caminaban juntos y habitaban juntos. Pero los corazones de unos y otros no crecieron del mismo modo: los Ents se consagraban a lo que encontraban en el mundo, y las Ents-mujeres a otras cosas, pues los Ents amaban los grandes árboles, y los bosques salvajes, y las faldas de las altas colinas, y bebían de los manantiales de las montañas, y comían sólo las frutas que los árboles dejaban caer delante de ellos; y aprendieron de los Elfos y hablaron con los árboles. Pero las Ents-mujeres se interesaban en los árboles más pequeños, y en las praderas asoleadas más allá del pie de los bosques; y ellas veían el endrino en el arbusto, y la manzana silvestre y la cereza que florecían en primavera, y las hierbas verdes en las tierras anegadas del verano, y las hierbas granadas en los campos de otoño. No deseaban hablar con esas cosas, pero sí que entendieran lo que se les decía, y que obedecieran. Las Ents-mujeres les ordenaban que crecieran de acuerdo con los deseos que ellas tenían, y que las hojas y los frutos fueran del agrado de ellas, pues las Ents-mujeres deseaban orden, y abundancia, y paz, o sea que las cosas se quedaran donde ellas las habían puesto. De modo que las Ents-mujeres cultivaron jardines para vivir. Pero los Ents siguieron errando por el mundo, y sólo de vez en cuando íbamos a los jardines. Luego, cuando la Oscuridad entró en el Norte, las Ents-mujeres cruzaron el Río Grande, e hicieron otros jardines, y trabajaron los campos nuevos, y las vimos menos aún. Luego de la derrota de la Oscuridad las tierras de las Ents-mujeres florecieron en abundancia, y los campos se colmaron de grano. Muchos hombres aprendieron las artes de las Ents-mujeres, y les rindieron grandes honores; pero nosotros sólo éramos una leyenda para ellos, un secreto guardado en el corazón del bosque. Sin embargo aquí estamos todavía, mientras que todos los jardines de las Ents-mujeres han sido devastados: los Hombres los llaman ahora las Tierras Pardas.
”Recuerdo que hace mucho tiempo, en los días de la guerra entre Sauron y los Hombres del Mar, tuve una vez el deseo de ver de nuevo a Fimbrethil. Muy hermosa era ella todavía a mis ojos, cuando la viera por última vez, aunque poco se parecía a la Ent-doncella de antes. Pues el trabajo había encorvado y tostado a las Ents-mujeres, y el sol les había cambiado el color de los cabellos, que ahora parecían espigas maduras, y las mejillas eran como manzanas rojas. Sin embargo, tenían aún los ojos de nuestra gente. Cruzamos el Anduin y fuimos a aquellas tierras, pero encontramos un desierto. Todo había sido quemado y arrancado de raíz, pues la guerra había visitado esos lugares. Pero las Ents-mujeres no estaban allí. Mucho tiempo las llamamos, y mucho tiempo las buscamos; y a todos les preguntábamos a dónde habían ido las Ents-mujeres. Algunos decían que nunca las habían visto; y algunos decían que las habían visto yendo hacia el oeste, y algunos decían el este, y otros el sur. Pero fuimos a todas partes y no pudimos encontrarlas. Nuestra pena era muy honda. No obstante, el bosque salvaje nos reclamaba, y volvimos. Durante muchos años mantuvimos la costumbre de salir del bosque de cuando en cuando y buscar a las Ents-mujeres, caminando de aquí para allá y llamándolas por aquellos hermosos nombres que ellas tenían. Pero el tiempo fue pasando y salíamos y nos alejábamos cada vez menos. Y ahora las Ents-mujeres son sólo un recuerdo para nosotros, y nuestras barbas son largas y grises. Los Elfos inventaron muchas canciones sobre la Busca de los Ents, y algunas de esas canciones pasaron a las lenguas de los Hombres. Pero nosotros no compusimos ninguna canción, y nos contentamos con canturrear los hermosos nombres cuando nos acordamos de las Ents-mujeres. Creemos que volveremos a encontrarnos en un tiempo próximo, quizá en una tierra donde podamos vivir juntos y ser felices. Pero se ha dicho que esto se cumplirá cuando hayamos perdido todo lo que tenemos ahora. Y es posible que ese tiempo se esté acercando al fin. Pues si el Sauron de antaño destruyó los jardines, el Enemigo de hoy parece capaz de marchitar todos los bosques.
”Hay una canción élfica que habla de esto, o al menos así la entiendo yo. Antes se la cantaba todo a lo largo del Río Grande. No fue nunca una canción éntica, notadlo bien: ¡hubiese sido una canción muy larga en éntico! Pero aún la recordamos, y la canturreamos a veces. Hela aquí en vuestra lengua:
ENT Cuando la primavera despliega la hoja del haya, y hay savia en las ramas;
cuando la luz se apoya en el río del bosque, y el viento toca la cima;
cuando el paso es largo, la respiración profunda y el aire se anima en la montaña,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí, y di que mi tierra es hermosa!
ENT-MUJER Cuando la primavera llega a los regadíos y los campos, y aparece la espiga;
cuando en las huertas florecen los capullos como una nieve brillante;
cuando la llovizna y el sol sobre la tierra perfuman el aire, me demoraré aquí, y no me iré, pues mi tierra es hermosa.
ENT Cuando el verano se extiende sobre el mundo, en un mediodía de oro,
bajo la bóveda de las hojas dormidas se despliegan los sueños de los árboles;
cuando las salas del bosque son verdes y frescas, y el viento sopla del oeste,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí y di que mi tierra es la mejor!
ENT-MUJER Cuando el verano calienta los frutos que cuelgan y oscurece las bayas;
cuando la paja es de oro y la espiga blanca, y es tiempo de cosechar;
cuando la miel se derrama y el manzano crece, aunque el viento sople del oeste,
me demoraré aquí a la luz del sol, ¡porque mi tierra es la mejor!
ENT Cuando llegue el invierno, el invierno salvaje que matará la colina y el bosque;
cuando caigan los árboles y la noche sin estrellas devore al día sin sol;
cuando el viento sople mortalmente del este, entonces en la lluvia que golpea
te buscaré, y te llamaré, ¡y regresaré otra vez contigo!
ENT-MUJER Cuando llegue el invierno, y terminen los cantos; cuando las tinieblas caigan al fin;
cuando la rama estéril se rompa, y la luz y el trabajo hayan pasado;
te buscaré, y te esperaré, hasta que volvamos a encontrarnos: ¡juntos tomaremos el camino bajo la lluvia que golpea!
AMBOS Juntos tomaremos el camino que lleva al oeste,
y juntos encontraremos una tierra en donde los corazones tengan descanso.
Bárbol dejó de cantar.
—Así dice la canción. Es una canción élfica, por supuesto, alegre, concisa, y termina pronto. Me atrevería a decir que es bastante hermosa. Aunque los Ents podrían decir mucho más, ¡si tuvieran tiempo! Pero ahora voy a levantarme para dormir un poco. ¿Dónde os pondréis de pie?
—Nosotros comúnmente nos acostamos para dormir —dijo Merry—. Nos quedaremos donde estamos.
—¡Acostarse para dormir! —exclamó Bárbol—. ¡Pero claro, eso es lo que vosotros hacéis! Hm, hum, me olvido a veces; cantando esa canción creí estar de nuevo en los tiempos de antaño: casi como si estuviera hablándoles a unos jóvenes Entandos. Bueno, podéis acostaros en la cama. Yo me pondré de pie bajo la lluvia. ¡Buenas noches!
Merry y Pippin treparon a la cama y se acomodaron en la hierba y los helechos blandos. Era una cama fresca, perfumada y tibia. Las luces se apagaron y el resplandor de los árboles se desvaneció; pero afuera, bajo el arco, alcanzaban a ver al viejo Bárbol de pie, inmóvil, con los brazos levantados por encima de la cabeza. Las estrellas brillantes miraban desde el cielo, e iluminaban el agua que caía y se le derramaba sobre los dedos y la cabeza, y goteaba, goteaba, en cientos de gotas de plata. Escuchando el tintineo de las gotas los hobbits se durmieron.
Despertaron y vieron que un sol fresco brillaba en el patio y en el suelo de la caverna. Unos andrajos de nubes corrían en el cielo, arrastradas por un fuerte viento que soplaba del este. No vieron a Bárbol, pero mientras se bañaban en el estanque junto al arco, oyeron que zumbaba y cantaba, subiendo por el camino entre los árboles.
—¡Hu, ho! ¡Buenos días, Merry y Pippin! —bramó al verlos—. Dormís mucho. Yo ya he dado cientos de pasos. Ahora beberemos un poco, y luego iremos a la Cámara de los Ents.
Trajo una jarra de piedra, pero no la misma de la noche anterior, y les sirvió dos tazones. El sabor tampoco era el mismo: más terrestre, más generoso, más fortificante y nutritivo, por así decir. Mientras los hobbits bebían, sentados en el borde de la cama, y mordisqueaban los bizcochos élficos (porque comer algo les parecía parte necesaria del desayuno, no porque tuvieran hambre), Bárbol se quedó allí de pie, canturreando en éntico o élfico o alguna extraña lengua, y mirando el cielo.
—¿Dónde está la Cámara de los Ents? —se atrevió a preguntar Pippin.
—¿Hu, eh? ¿La Cámara de los Ents? —dijo Bárbol, dándose la vuelta—. No es un lugar, es una reunión de Ents, no muy frecuente por cierto. Pero he conseguido que un número considerable me prometiera venir. Nos reuniremos en el sitio donde nos hemos reunido siempre. El Valle Emboscado, lo llaman los Hombres. Está lejos de aquí, en el sur. Tenemos que llegar allí antes del mediodía.
Partieron sin tardanza. Bárbol llevó en brazos a los hobbits, como en la víspera. A la entrada del patio dobló a la derecha, atravesó de una zancada la corriente, y caminó a grandes pasos hacia el sur bordeando las faldas de piedras desmoronadas donde los árboles eran raros. Los hobbits alcanzaron a distinguir montes de abedules y fresnos, y más arriba unos pinos sombríos. Pronto Bárbol se apartó un poco de las colinas para meterse en unos bosquecillos espesos; los hobbits nunca habían visto hasta entonces árboles más grandes, más altos, y más gruesos. Durante un momento creyeron tener aquella sensación de ahogo que los había asaltado cuando entraron por primera vez en Fangorn, pero pasó pronto. Bárbol no les hablaba. Canturreaba entre dientes, con un tono grave y meditativo, pero Merry y Pippin no alcanzaban a distinguir las palabras: sonaba bum, bum, rumbum, burar, bum, bum, dahrar bum bum, dahrar bum, y así continuamente con un cambio incesante de notas y ritmos. De cuando en cuando creían oír una respuesta, un zumbido, o un sonido tembloroso que salía de la tierra, o que bajaba de las ramas altas, o quizá de los troncos de los árboles; pero Bárbol no se detenía ni volvía la cabeza a uno u otro lado.
Bárbol estaba caminando desde hacía largo rato —Pippin había tratado de llevar la cuenta de los «pasos-de-Ent», pero se había perdido alrededor de los tres mil— cuando empezó a aflojar el paso. De pronto se detuvo, bajó a los hobbits, y se llevó a la boca las manos juntas, como formando un tubo hueco. Luego sopló o llamó. Un gran hum, hom resonó en los bosques como un cuerno de voz grave, y pareció que los árboles devolvían el eco. De lejos y de distintos sitios llegó un similar hum, hom, hum que no era un eco sino una respuesta.
Bárbol cargó a Merry y Pippin sobre los hombros y echó a andar otra vez, lanzando de cuando en cuando otra llamada de cuerno, y las respuestas eran cada vez más claras y próximas. De este modo llegaron al fin a lo que parecía ser un muro impenetrable de árboles oscuros y de hoja perenne, árboles de una especie que los hobbits nunca habían visto antes: las ramas salían directamente de las raíces, y estaban densamente cubiertas de hojas oscuras y lustrosas como de acebo, pero sin espinas, y en el extremo de unos peciolos tiesos y verticales brillaban unos botones grandes y relucientes de color oliva.
Volviéndose hacia la izquierda, y bordeando esta cerca enorme, Bárbol llegó en unas pocas zancadas a una entrada angosta. Un sendero donde se veían muchas huellas atravesaba la cerca y bajaba de repente en una pendiente larga y abrupta. Los hobbits vieron que estaban descendiendo hacia un valle grande, casi tan redondo como un tazón, muy ancho y profundo, coronado en el borde por la alta cerca de árboles oscuros. El interior era liso y herboso, y no había árboles excepto tres abedules plateados muy altos y hermosos que crecían en el fondo del tazón. Otros dos senderos bajaban del valle: desde el oeste y desde el este.
Varios Ents habían llegado ya. Más estaban descendiendo por los otros senderos, y algunos seguían ahora a Bárbol. Cuando se acercaron, los hobbits los miraron con curiosidad. Habían esperado ver un cierto número de criaturas parecidas a Bárbol así como un hobbit se parece a otro (al menos a los ojos de un extranjero), y les sorprendió mucho encontrarse con algo muy distinto. Los Ents eran tan diferentes entre sí como un árbol de otro árbol: algunos tan diferentes como árboles del mismo nombre, pero que no han crecido del mismo modo y no tienen la misma historia; y algunos tan diferentes como si pertenecieran a distintas familias de árboles, como el abedul y el haya, el roble y el abeto. Había unos pocos Ents muy viejos, barbudos y nudosos, como árboles vigorosos pero de mucha edad (aunque ninguno parecía tan viejo como Bárbol), y había Ents robustos y altos, bien ramificados y de piel lisa como árboles del bosque en la plenitud de la edad; pero no se veían Ents jóvenes. Eran en total unas dos docenas de pie en las hierbas del valle, y otros tantos llegaban ahora.
Al principio, a Merry y Pippin les sorprendió sobre todo la variedad de lo que veían: las muchas formas, los colores, las diferencias en el talle, la altura, y el largo de los brazos y piernas; y en el número de dedos de los pies (de tres a nueve). Algunos eran quizá parientes de Bárbol, y parecían hayas o robles. Pero los había de distintas especies. Algunos recordaban al castaño: Ents de piel parda con manos grandes y dedos abiertos, y piernas cortas y macizas; otros, el fresno: Ents altos, rectos y grises con manos de muchos dedos y piernas largas; algunos el abeto (los Ents más altos) y otros el abedul, el pino y el tilo. Pero cuando todos los Ents se reunieron alrededor de Bárbol, inclinando ligeramente las cabezas, murmurando con aquellas voces lentas y musicales, y mirando alrededor larga y seriamente a los extraños, entonces los hobbits vieron que todos eran de la misma condición, y que todos tenían los mismos ojos: no siempre tan viejos y profundos como los de Bárbol, pero con la misma expresión lenta, firme y pensativa, y el mismo centelleo verde.
Tan pronto como toda la compañía estuvo reunida, de pie en un amplio círculo alrededor de Bárbol, se inició una curiosa e ininteligible conversación. Los Ents se pusieron a murmurar lentamente: primero uno y luego otro, hasta que todos estuvieron cantando juntos en una cadencia larga que subía y bajaba, ahora más alta en un sector del círculo, ahora muriendo aquí y creciendo y resonando en algún otro sitio. Aunque Pippin no podía distinguir o entender ninguna de las palabras —suponía que el lenguaje era éntico—, el sonido le pareció muy agradable al principio, aunque poco a poco dejó de prestar atención. Al cabo de mucho tiempo (y la salmodia no mostraba signos de declinación) se encontró preguntándose, y ya que el éntico era un lenguaje tan poco «apresurado», si no estarían aún en los Buenos días, y en el caso de que Bárbol pasara lista cuánto tiempo tardarían en entonar todos los nombres. —Me pregunto cómo se dirá sí o no en éntico —se dijo. Bostezó.
Bárbol advirtió en seguida la inquietud de Pippin.
—Hm, ha, hey, mi Pippin —dijo, y todos los otros Ents interrumpieron el canto—. Sois gente apresurada, lo había olvidado; y por otra parte es fatigoso escuchar un discurso que no se entiende. Podéis bajar ahora. Ya he transmitido vuestros nombres a la Cámara de los Ents, y ellos os han visto, y todos están de acuerdo en que no sois orcos, y en que es necesario añadir otra línea a las viejas listas. No hemos ido más allá hasta ahora, pero hemos ido rápido tratándose de una Cámara de Ents. Tú y Merry podéis pasearos por el valle, si queréis. Hay un manantial de agua buena y fresca allá en la barranca norte. Todavía tenemos que decir algunas palabras antes que la asamblea comience de veras. Yo iré a veros y os contaré cómo van las cosas.
Puso a los hobbits en tierra. Antes de alejarse, Merry y Pippin saludaron haciendo una reverencia. Esta proeza pareció divertir mucho a los Ents, a juzgar por el tono de los murmullos que se oyeron entonces, y el centelleo que les asomó a los ojos; pero pronto volvieron de nuevo a sus propios asuntos. Merry y Pippin subieron por el sendero que venía del oeste, y miraron a través de la abertura en la cerca. Unas cuestas largas y cubiertas de árboles subían desde el borde del valle, y más allá, sobre los pinos de la estribación más lejana, se alzaba, afilado y blanco, el pico de una elevada montaña. A la izquierda y hacia el sur alcanzaban a ver el bosque que se perdía en una lejanía gris. Allí y muy distante creyeron distinguir un débil resplandor verde, que Merry atribuyó a las llanuras de Rohan.
—Me pregunto dónde estará Isengard —reflexionó Pippin.
—No sé muy bien dónde estamos nosotros —dijo Merry—, pero es posible que sea el Methedras, y creo recordar que el anillo de Isengard se encuentra en una bifurcación o una abertura profunda en el extremo de las montañas, probablemente detrás de esa cordillera. Parece haber una niebla o humo allí arriba, a la izquierda del pico, ¿no crees?
—Pero, ¿cómo es Isengard? —dijo Pippin—. Me pregunto qué pueden hacer ahí los Ents, de todos modos.
—Yo también me lo pregunto —dijo Merry—. Isengard es una especie de anillo de rocas o colinas, pienso, alrededor de un espacio llano o una isla o pilar de piedra en el medio, y que llaman Orthanc. Saruman tiene una torre ahí. Hay una entrada, quizá más de una, en la muralla circular, y creo que la atraviesa un río; desciende de las montañas y corre a través del Paso de Rohan. No parece un lugar muy apropiado para que los Ents puedan hacer algo ahí. Pero tengo una rara impresión acerca de estos Ents: de algún modo no creo que sean tan poco peligrosos y, bueno, tan graciosos como parecen. Son lentos, extraños, y pacientes, casi tristes; y, sin embargo, creo que algo podría despertarlos. Si eso ocurriera alguna vez, no me gustaría estar en el bando opuesto.
—¡Sí! —dijo Pippin—. Entiendo qué quieres decir. Quizá ésa sea toda la diferencia entre una vieja vaca echada que rumia en paz y un toro que embiste, y el cambio puede ocurrir de pronto. Me pregunto si Bárbol conseguirá despertarlos. Estoy seguro de que lo intentará. Pero no les gusta que los exciten. Bárbol se excitó durante un momento anoche, y luego se contuvo otra vez.
Los hobbits se volvieron. Las voces de los Ents todavía se alzaban y bajaban en el cónclave. El sol había subido y miraba ahora por encima de la cerca; brillaba en las copas de los abedules e iluminaba el lado norte del valle con una fresca luz amarilla. Allí centelleaba un pequeño manantial. Caminaron a lo largo del borde de la concavidad al pie de los árboles perennes —era agradable sentir de nuevo la hierba fresca en los pies, y no tener prisa— y luego descendieron al agua del manantial. Bebieron un poco, un trago de agua fresca, fría y acre, y se sentaron sobre una piedra mohosa, mirando los dibujos del sol en la hierba y las sombras de las nubes que navegaban en el cielo. El murmullo de los Ents continuaba. El valle parecía un sitio muy extraño y remoto, fuera del mundo, y alejado de todo lo que habían vivido hasta entonces. Los invadió una profunda nostalgia, y recordaron con tristeza los rostros y las voces de los otros compañeros, especialmente de Frodo y Sam y Trancos.
Al fin hubo una pausa en las voces de los Ents; y alzando los ojos vieron que Bárbol venía hacia ellos, con otro Ent al lado.
—Hm, hum, aquí estoy otra vez —dijo Bárbol—. ¿Comenzabais a cansaros y a sentir alguna impaciencia, hmm, eh? Bueno, temo que aún no sea tiempo de sentirse impaciente. Hemos cumplido la primera etapa, pero todavía falta mucho que explicar a aquellos que viven lejos de aquí, lejos de Isengard, y también a aquellos que no pude ver antes de la Asamblea, y luego habrá que decidir si se puede hacer algo. Sin embargo, para decidirse a hacer algo, los Ents no necesitan tanto tiempo como para examinar todos los hechos y acontecimientos sobre los que será necesario decidirse. No obstante, y de nada serviría negarlo, estaremos aquí mucho tiempo todavía: un par de días quizá. De modo que os traje compañía. Tiene una casa éntica cerca. Se llama Bregalad, en élfico. Dice que ya se ha decidido y no necesita quedarse en la Asamblea. Hum, hum, es lo que más se parece entre nosotros a un Ent con prisa. Creo que os entenderéis. ¡Adiós!
Bárbol dio media vuelta y los dejó.
Bregalad se quedó un momento mirando a los hobbits con solemnidad; y ellos también lo miraron, preguntándose cuándo mostraría algún signo de «apresuramiento». Era alto, y parecía ser uno de los Ents más jóvenes; una piel lisa y brillante le cubría los brazos y piernas; tenía labios rojos, y el cabello era verdegrís. Podía inclinarse y balancearse como un árbol joven al viento. Al fin habló, y con una voz resonante pero más alta y clara que la de Bárbol.
—Ha, hum, ¡vamos a dar un paseo, amigos míos! —dijo—. Me llamo Bregalad, lo que en vuestra lengua significa Ramaviva. Pero esto no es más que un apodo, por supuesto. Me llaman así desde el momento en que le dije sí a un Ent anciano antes que terminara de hacerme una pregunta. También bebo rápidamente y me voy cuando otros todavía están mojándose las barbas. ¡Venid conmigo!
Bajó dos brazos bien torneados y les dio una mano de dedos largos a cada uno de los hobbits. Todo ese día caminaron con él por los bosques, cantando y riendo, pues Ramaviva reía a menudo. Reía si el sol salía de detrás de una nube, reía cuando encontraban un arroyo o un manantial: se inclinaba entonces y se refrescaba con agua los pies y la cabeza; reía a veces cuando se oía algún sonido o murmullo en los árboles. Cada vez que tropezaban con un fresno se detenía un rato con los brazos extendidos, y entonces cantaba, balanceándose.
Al atardecer llevó a los hobbits a una casa éntica que era sólo una piedra musgosa puesta sobre unas matas de hierba en un barranco verde. Unos fresnos crecían en círculo alrededor, y había agua, como en todas las casas énticas, un manantial que brotaba en burbujas. Hablaron un rato mientras la oscuridad caía en el bosque. No muy lejos las voces de la Cámara de los Ents podían oírse aún; pero ahora parecían más graves y menos ociosas, y de cuando en cuando un vozarrón se alzaba en una música alta y rápida, mientras todas las otras parecían apagarse. Pero junto a ellos Bregalad hablaba gentilmente en la lengua de los hobbits, casi susurrando; y ellos se enteraron de que pertenecía a la raza de los Cortezas, y que el país donde vivieran antes había sido devastado. Esto pareció a los hobbits suficiente como para explicar el «apresuramiento» de Ramaviva, al menos en lo que se refería a los orcos.
—Había fresnos en mi casa —dijo Bregalad, con una dulce tristeza—, fresnos que echaron raíces cuando yo era aún un Entando, hace muchos años en el silencio del mundo. Los más viejos fueron plantados por Ents para probar y complacer a las Ents-mujeres; pero ellas los miraron y sonrieron y dijeron que conocían un sitio donde los capullos eran más blancos y los frutos más abundantes. Pero ya no quedan árboles de esa raza, el pueblo de la Rosa, que eran tan hermosos a mis ojos. Y esos árboles crecieron y crecieron, hasta que la sombra de cada uno fue como una sala verde, y los frutos rojos del otoño colgaron como una carga, de maravillosa belleza. Los pájaros acostumbraban anidar en ellos. Me gustan los pájaros, aun cuando parlotean; y en los fresnos había pájaros de sobra. Pero estos pájaros de pronto se hicieron hostiles, ávidos, y desgarraron los árboles y derribaron los frutos pero no se los comieron. Luego llegaron los orcos blandiendo hachas y echaron abajo los árboles. Llegué y los llamé por los largos nombres que ellos tenían, pero no se movieron, no oyeron ni respondieron: estaban todos muertos.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!
Los hobbits se durmieron con la música del dulce canto de Bregalad, que parecía lamentar en muchas lenguas la caída de los árboles que él había amado.
El día siguiente también lo pasaron en compañía de Bregalad, pero no se alejaron mucho de la «casa». La mayor parte del tiempo se quedaron sentados en silencio al abrigo de la barranca; pues el viento era más frío, y las nubes más bajas y grises; el sol brillaba poco, y a lo lejos las voces de los Ents reunidos en Asamblea todavía subían y bajaban, a veces altas y fuertes, a veces bajas y tristes, a veces rápidas, a veces lentas y solemnes como un himno. Llegó otra noche y el cónclave de los Ents continuaba bajo unas nubes rápidas y estrellas caprichosas.
El tercer día amaneció triste y ventoso. Al alba las voces de los Ents estallaron en un clamor y luego se apagaron de nuevo. La mañana avanzó, y el viento amainó y el aire se colmó de una pesada expectativa. Los hobbits pudieron ver que Bregalad escuchaba ahora con atención, aunque ellos, en la cañada de la casa éntica, apenas alcanzaban a oír los rumores provenientes de la Asamblea.
Llegó la tarde, y el sol que descendía en el oeste hacia las montañas lanzó unos largos rayos amarillos entre las grietas y fisuras de las nubes. De pronto cayeron en la cuenta de que todo estaba muy tranquilo; el bosque entero esperaba en un atento silencio. Por supuesto, las voces de los Ents habían callado. ¿Qué significaba esto? Bregalad, erguido y tenso, miraba al norte, hacia el Valle Emboscado.
En seguida y con un estruendo llegó un grito resonante: ¡rahumrah! Los árboles se estremecieron y se inclinaron como si los hubiera atacado un huracán. Hubo otra pausa, y luego se oyó una música de marcha, como de solemnes tambores, y por encima de los redobles y los golpes se elevaron unas voces que cantaban altas y fuertes.
Venimos, venimos, con un redoble de tambor: ¡ta-runda runda runda rom!
Los Ents venían, y el canto se elevaba cada vez más cerca y más sonoro.
Venimos, venimos con cuernos y tambores: ¡ta-runa runa runa rom!
Bregalad recogió a los hobbits y se alejó de la casa.
No tardaron en ver la tropa en marcha que se acercaba; los Ents cantaban bajando por la pendiente a grandes pasos. Bárbol venía a la cabeza, y detrás unos cincuenta seguidores, de dos en fondo, marcando el ritmo con los pies y golpeándose los flancos con las manos. Cuando estuvieron más cerca, se pudo ver que los ojos de los Ents relampagueaban y centelleaban.
—¡Hum, hom! ¡Henos aquí con un estruendo, henos aquí por fin! —llamó Bárbol cuando estuvo a la vista de Bregalad y los hobbits—. ¡Venid, uníos a la Asamblea! Partimos. ¡Partimos hacia Isengard!
—¡A Isengard! —gritaron los Ents con muchas voces.
—¡A Isengard!
¡A Isengard! Aunque Isengard esté clausurada con puertas de piedra; aunque Isengard sea fuerte y dura, tan fría como la piedra y desnuda como el hueso,
partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar las puertas;
pues el tronco y la rama están ardiendo ahora, el horno ruge; ¡partimos a la guerra!
Al país de las tinieblas con paso de destino, con redoble de tambor, marchamos, marchamos.
¡A Isengard marchamos con el destino!
¡Marchamos con el destino, con el destino marchamos!
Así cantaban mientras marchaban hacia el sur.
Bregalad, los ojos brillantes, se metió de un salto en la fila junto a Bárbol. El viejo Ent volvió a levantar a los hobbits, y se los puso otra vez sobre los hombros, y así ellos cabalgaron orgullosos a la cabeza de la compañía que iba cantando, el corazón palpitante, y la frente bien alta. Aunque habían esperado que algo ocurriera al fin, el cambio que se había operado en los Ents les parecía sorprendente, como si ahora se hubiese soltado una avenida de agua, que un dique había contenido mucho tiempo.
—Al fin y al cabo, los Ents no tardan mucho en decidirse, ¿no te parece? —se aventuró a decir Pippin al cabo de un rato, cuando el canto se interrumpió un momento, y sólo se oyó el batir de las manos y los pies.
—¿No tardan mucho? —dijo Bárbol—. ¡Hum! Sí, en verdad. Tardamos menos de lo que yo había pensado. En verdad no los he visto despiertos como ahora desde hace siglos. A nosotros los Ents no nos gusta que nos despierten, y no despertamos sino cuando nuestros árboles y nuestras vidas están en grave peligro. Esto no ha ocurrido en el Bosque desde las guerras de Sauron y los Hombres del Mar. Es la obra de los orcos, esa destrucción por el placer de destruir, rárum, sin ni siquiera la mala excusa de tener que alimentar las hogueras, lo que nos ha encolerizado de este modo, y la traición de un vecino, de quien esperábamos ayuda. Los Magos tendrían que ser más sagaces: son más sagaces. No hay maldición en élfico, éntico, o las lenguas de los Hombres bastante fuerte para semejante perfidia. ¡Abajo Saruman!
—¿Derribaréis realmente las puertas de Isengard? —le preguntó Merry.
—Ho, hm, bueno, podríamos hacerlo en verdad. No sabéis quizá qué fuertes somos. Quizá habéis oído hablar de los trolls. Son extremadamente fuertes. Pero los trolls son sólo una impostura, fabricados por el Enemigo en la Gran Oscuridad, una falsa imitación de los Ents, así como los orcos son imitación de los Elfos. Somos más fuertes que los trolls. Estamos hechos de los huesos de la tierra. Somos capaces de quebrar la piedra, como las raíces de los árboles, sólo que más de prisa, mucho más de prisa, ¡cuando estamos despiertos! Si no nos abaten, o si no nos destruye el fuego o alguna magia, podríamos reducir Isengard a un montón de astillas, y convertir esos muros en escombros.
—Pero Saruman tratará de deteneros, ¿no es cierto?
—Hm, ah, sí, así es. No lo he olvidado. En verdad lo he pensado mucho tiempo. Pero, veréis, muchos de los Ents son más jóvenes que yo, en muchas vidas de árboles. Están todos despiertos ahora, y no piensan sino una cosa: destruir Isengard. Pero pronto se pondrán a pensar en otras cosas; se enfriarán un poco, cuando tomemos la bebida de la noche. ¡Qué sed tendremos! ¡Pero que ahora marchen y canten! Hay que recorrer un largo camino, y sobrará tiempo para pensar. Ya es bastante habernos puesto en camino.
Bárbol continuó marchando, cantando con los otros durante un tiempo. Pero luego bajó la voz, que fue sólo un murmullo, y al fin calló otra vez. Pippin alcanzó a ver que la vieja frente del Ent estaba toda arrugada y nudosa. Al fin Bárbol alzó los ojos, y Pippin descubrió una mirada triste, triste pero no desdichada. Había una luz en ellos, como si la llama verde se le hubiera hundido aún más en los pozos oscuros del pensamiento.
—Por supuesto, es bastante verosímil, amigos míos —dijo con lentitud—, bastante verosímil que estemos yendo a nuestra perdición: la última marcha de los Ents. Pero si nos quedamos en casa y no hacemos nada, la perdición nos alcanzará de todos modos, tarde o temprano. Este pensamiento está creciendo desde hace mucho en nuestros corazones; y por eso estamos marchando ahora. No fue una resolución apresurada. Ahora al menos la última marcha de los Ents quizá merezca una canción. Ay —suspiró—, podemos ayudar a los otros pueblos antes de irnos. Sin embargo, me hubiera gustado ver que las canciones sobre las Ents-mujeres se cumplían de algún modo. Me hubiera gustado de veras ver otra vez a Fimbrethil. Pero en esto, amigos míos, las canciones como los árboles dan frutos en el tiempo que corresponde y según leyes propias: y a veces se marchitan prematuramente.
Los Ents continuaban caminando a grandes pasos. Habían descendido a un largo repliegue del terreno que se alejaba bajando hacia el sur, y ahora empezaban a trepar, cada vez más arriba, hacia la elevada cresta del oeste. El bosque se hizo menos denso y llegaron a unos pequeños montes de abedules, y luego a unas pendientes desnudas donde sólo crecían unos pinos raquíticos. El sol se hundió detrás de la giba oscura de la loma que se alzaba delante. El crepúsculo gris cayó sobre ellos.
Pippin miró hacia atrás. El número de los Ents había crecido... ¿o qué ocurría ahora? Donde se extendían las faldas desnudas y oscuras que acababan de cruzar, creyó ver montes de árboles. ¡Pero estaban moviéndose! ¿Era posible que el bosque entero de Fangorn hubiera despertado, y que ahora marchase por encima de las colinas hacia la guerra? Se frotó los ojos preguntándose si no lo habrían engañado el sueño o las sombras; pero las grandes formas grises continuaban avanzando firmemente. Se oía un ruido como el del viento en muchas ramas. Los Ents se acercaban ahora a la cima de la estribación, y todos los cantos habían cesado. Cayó la noche, y se hizo el silencio; no se oía otra cosa que un débil temblor de tierra bajo los pies de los Ents, y un roce, la sombra de un susurro, como de muchas hojas llevadas por el viento. Al fin se encontraron sobre la cima, y miraron allá abajo un pozo oscuro: la gran depresión en el extremo de las montañas: Nan Curunír, el Valle de Saruman.
—La noche se extiende sobre Isengard —dijo Bárbol.