FINAL DE “LOS MONSTRUOS
NO VIENEN DE PARÍS”
SEGÚN RECORDARÁS, Armandito, un niño más mimado que un gato de angora, había enfermado de un extraño mal, y después de pasar unos días al cuidado de su espantosa abuela, escapó de la finca donde lo tenía preso, solo para encontrarse con la noticia de que ya lo consideraban muerto en su propia casa.
El niño decidió buscar a sus padres para aclarar el macabro malentendido, tenía que explicarles que aún vivía, que su abuela le había hecho enfermar, y tal vez por eso su piel estaba inflamada y grumosa.
Armandito cruzó la reja de su casa a escondidas y atravesó el huerto, caminó entre una madeja de rosales dejando trozos de piel a su paso. Extrañamente no sentía nada, era como si tuviera la carne muerta.
Entró a la casa por la ventanita que había en la despensa. La casa estaba sumergida en un espeso silencio, los muebles habían sido cubiertos con mantas y no había ni una vela prendida. Armandito llamó a gritos a sus padres, pero nadie le respondió. El niño se dirigió a su habitación y descubrió que sus juguetes habían sido embalados en cajas, los libreros estaban vacíos y su cama no tenía colchón. Armandito se tiró sobre las tablas, se sentía tan cansado, tan triste. Estuvo llorando un buen rato hasta quedarse dormido, tenía la esperanza de que al día siguiente todo se aclararía.
—¡Un animal! ¡Se metió un bicho a la casa! —alguien gritó por la mañana.
Armandito despertó sobresaltado. Por la ventana vio a una criada corriendo en el jardín. La mujer les dijo algo a otros sirvientes, todos parecían nerviosos, comenzaron a armarse con azadones y guadañas.
—Lo vi, es una bestia horrorosa —alcanzó a escuchar el niño—. No sé por dónde se metió, creo que es un lagarto.
—Ya le avisé a los patrones —dijo el jardinero—. Me dijeron que no hiciéramos nada hasta que lleguen.
—Pero el lagarto va a destrozar todo —insistió la criada, pálida y sin dejar de temblar.
Armandito se asustó. A veces se metía algún animalejo de los estanques cercanos. Era el colmo de la mala suerte que ocurriera justo cuando él estaba escondido en la casa. Lo bueno es que sus padres iban en camino.
El niño salió de la habitación a toda prisa y tomó un florerito de cerámica que encontró al paso para lanzárselo si fuera necesario, tenía miedo de encontrarse al lagarto, y justo cuando dobló en el pasillo lo vio.
Era enorme, de piel viscosa, brillante, enmarañada con venas palpitantes; los ojos alargados estaban cubiertos de una membrana pegajosa y tenía algo parecido a unas crestas. Sin pensarlo, Armandito arrojó el florero directo a la bestia. Sucedió algo terrible.
Se deshizo, la imagen de la criatura se fragmentó en diminutos pedazos y el niño se dio cuenta que había atacado a un espejo: lo que había visto era su propio reflejo.
El niño lanzó un grito espantoso, como chillido.
—Ahí está… ten cuidado —escuchó una voz que provenía de las escaleras.
—No quiero verlo —dijo otra voz, era de mujer.
Armandito se incorporó y vio a sus padres frente a él. Don Alonso y doña Remigia Argumosa, sus rostros estaban congestionados por el horror.
—Soy yo, soy Armandito —dijo el niño, pero su voz parecía destripada entre silbidos y borboteos.
—No te acerques… —dijo don Alonso a su mujer—, no sabemos si es venenoso.
—Soy yo, su hijo —Armandito se esforzó por pronunciar despacio las palabras.
—Ya no —sollozó doña Remigia.
—Tranquilos, yo sé cómo controlarlo —dijo una voz.
Era la abuela, doña Petra, que subía pesadamente los escalones. Tenía espadrapos en el cuello y su cara estaba enrojecida por las recientes quemaduras.
—¡Es ella! ¡Fue la que me hizo esto! —gritó Armandito— ¡Ella me hechizó!
—Al contrario, intenté curarte —aseguró la vieja, molesta.
—No es verdad, me tenía encerrado, me daba de comer cosas podridas, me untaba porquerías encima, me enfermó… ¡Deben creerme! —lloriqueó Armandito.
—Tu abuela tiene razón —dijo al fin don Alonso—. Ella hizo lo posible por sanarte, pero echaste todo a perder cuando escapaste. Tal vez tenías una cura, tu estado no era tan grave… rezábamos por que así fuera.
—No, no es verdad —rebatió Armandito mareado. No entendía por qué la defendían—. Ella enfermó a los demás niños de la familia. En su casa tiene escondidas las maletas con la ropa y juguetes de todos. Escuché a mi primo Sebastián y hasta vi al fantasma de Cristina, mi hermana.
Todos guardaron silencio, entonces doña Remigia dio un paso al frente y habló con una voz desolada:
—La culpa fue de nosotros. Nunca nos atrevimos a decirte la verdad…
—¿Qué verdad? —preguntó Armandito con un estremecimiento que le recorrió su carne putrefacta.
—Nuestra verdadera naturaleza —agregó don Alonso—. No somos lo que aparentamos.
—Nuestra familia es muy especial —reveló la abuela—. No todos desarrollamos el don… pero en la juventud es cuando se manifiestan los cambios permanentes.
Armandito comenzó a sentirse más mal. Tuvo que sostenerse de la pared.
—¿Es una enfermedad? —preguntó.
—Podría decirse… —El padre se desabotonó la camisa y agregó—. Todos en la familia la padecemos en cierta medida.
Don Alonso mostró su pecho cubierto por finas escamas tornasoladas.
Armandito se acercó incrédulo.
Siguiendo una orden del padre, doña Remigia se deshizo el elaborado rodete que usaba para peinarse y se descubrió la parte trasera de las orejas, tenía unos pliegues membranosos.
Armandito no sabía qué decir.
—Yo no lo llamaría enfermedad —acotó la abuela, digna—. Es un don.
—Pues a mí me parece una maldición —aseguró doña Remigia, volviéndose a acomodar el cabello—. Ya he perdido a dos hijos.
—Ya podrás poner más huevos —le dijo la abuela—. Además no has perdido a ningún hijo, ya te expliqué que simplemente regresaron a su linaje.
—¿Me quieren decir qué pasa? —suplicó Armandito.
Entonces la abuela reveló algo tan perturbador, que el niño necesitó bastante tiempo para asimilarlo.
Según doña Petra, la familia de Armandito no pertenecía propiamente a lo que se llama raza humana. Su origen databa de un pasado remoto, cuando las criaturas del mundo iniciaron su evolución a partir de prehistóricos moldes. El mismísimo ser humano no siempre tuvo el aspecto que tenía ahora: evolucionó a partir de un burdo engendro simiesco.
—Eso no es cierto —la interrumpió Armandito—. Dios hizo el mundo tal y como es. Me lo enseñaron en el catecismo.
—¿Qué crees que diría el sacerdote si te viera ahora? —La abuela le tocó un brazo al niño, parecía una esponja marina—. Dime, querido, ¿no eres una prueba viviente de que las cosas son más complicadas de lo que dicen en el catecismo?
Armandito guardó silencio. Doña Petra retomó su discurso y reveló que de los millares de especies que han habitado la Tierra, solo tres evolucionaron su inteligencia. La primera era una vaca marina que vive en las profundidades del océano, los segundos, unos pequeños mamíferos de los que descienden los seres humanos y finalmente, los terceros pertenecían a una rama de reptiles, con los que la familia Argumosa estaba emparentada.
—Así que nosotros somos lagartijas —resumió Armandito atónito.
—Reptiles —especificó la abuela—. Y no de cualquier especie.
Según la abuela, se trataba de una raza experta en mimetización, como los camaleones. Esa cualidad era normal si se tiene en mente que descendían directamente de una raza de lagartos arborícolas de Malasia.
—De la misma forma en que el humano se relaciona con el chimpancé de África Ecuatorial —señaló don Alonso, quien también estaba muy informado.
—Durante millones de años nuestra especie aprendió a imitar las formas y los colores de la naturaleza —explicó la abuela—. Y al final aprendimos a copiar el aspecto de esos mamíferos lampiños que conocemos como humanos.
—Lo hacemos por las comodidades de su vida —se excusó don Alonso.
—Y es que no a todos nos gusta comer insectos y pescado crudo —señaló doña Remigia—. Ni vivir en una asquerosa acequia.
—Aunque a otros no les queda otro remedio —observó la abuela—. No siempre se consigue el aspecto humano, depende de la pureza de los genes y de los saltos de la herencia.
—Como te pasó a ti, hijito —suspiró don Alonso.
—Pero yo no hice nada —se quejó el niño.
—Lo hiciste sin darte cuenta —explicó doña Remigia—. Cuando te acercaste a la edad adulta tu cuerpo sufrió cambios que revelaron tu verdadera naturaleza.
—Yo intenté frenar ese cambio mediante remedios forzados —aseguró la abuela—, para evitar que desarrollaras tus características de reptil. Evité que tuvieras contacto con el agua, con la luz directa del sol, con las horas dañinas del alba y el ocaso, las cuales aceleran los cambios. Debía proteger tu piel, a ti mismo… pero no te dejaste.
—¿Entonces no quería enfermarme? —Armandito estaba sorprendido.
—¡Claro que no! —se ofendió la vieja—. Y no podía decirte nada porque si superabas la etapa volverías a casa sin conocer el secreto de la familia. Tus padres así lo pidieron.
—Entonces soy un monstruo —finalizó Armandito sin saber cómo reaccionar. ¿Tenía que ponerse a llorar? ¿Se iba a ir al infierno? ¿Lo iban a meter a un circo?
—Tampoco lo tomes así —lo consoló don Alonso—. Recuerda que si nosotros fuéramos la mayoría en este planeta, los humanos serían los monstruos.
—¿Y qué voy a hacer ahora? —preguntó Armandito.
—Debes aprender a vivir tu nueva naturaleza —recomendó su madre con mucha tristeza— y olvídate de nosotros y del mundo al que perteneciste. No podrás volver jamás.
—Vendrás a mi casa —señaló doña Petra—. Soy la única que puede protegerte ahora.
Armandito no tuvo opción, y el niño, bueno, el exniño se marchó ese mismo día, pero en esta ocasión no se resistió. Las palabras de su abuela le daban vueltas por su viscosa cabeza, estaba nervioso, triste, enojado, aturdido; finalmente decidió que todo era demasiado horrible para pensar en ello y se durmió esperando que la vida se aclarara después.
Despertó al llegar a la finca, pero esta vez, en cuanto entró a la casa salieron los parientes ocultos. Armandito pudo mirar de cerca a su hermana Cristina, a los primos Sebastián, Rosario y Berta, al primo segundo Felipe… Los había dejado de ver cuando “murieron” entre los once y trece años; pero era obvio que estaban vivos, los tenía enfrente, con sus cuerpos cubiertos de escamas, con los brazos deformes y las manos unidas por membranas, con sus cabezas calvas y esos ojos con párpados transparentes.
Los chicos parecían acostumbrados a su aspecto y se movían con una maravillosa soltura, rodearon con interés a Armandito y lo empezaron a revisar.
—Miren, tiene branquias —dijo el primo Felipe, que estaba completamente cubierto de escamas negras.
—Qué envidia —suspiró Berta, a la que le sobresalían pequeñas púas en la espalda—. De seguro puedes respirar bajo el agua, ¿verdad?
—¿También resistes el fuego como las salamandras? —le preguntó el primo Sebastián sacando una lengua bífida.
—¿Viste a mis papás? —preguntó Cristina, estaba tan delgada como una lagartija—. ¿Me mandaron algún regalo?
—Ya basta —los interrumpió la abuela Petra—. Luego lo entrevistan. Armando viene muy cansado y debe de tener mucha hambre.
En unos minutos la abuela preparó un banquete con pescado podrido como platillo principal. Extrañamente, en esta ocasión a Armandito le resultó delicioso. Tal vez no se la pasaría tan mal como imaginó, aunque había algo que no le convencía y aprovechó que estaban todos juntos para preguntar:
—¿A ustedes les parece justo que estemos encerrados?
—Estamos protegidos —corrigió el primo Felipe, saboreando unos sabrosos ojos de huachinango—. Aquí nadie se burla de mis escamas, ni de las púas de Rosario o de las aletas de Berta.
—Pero… ¿no extrañan su vida de antes?
—A veces —reconoció el primo Sebastián bebiendo agua a lengüetazos—. Al principio sientes muy feo saber que eres… pues… así. Y duele despedirte de tu vida anterior… pero luego te acostumbras. Este es el mejor sitio para nosotros.
—Además estamos en familia —dijo Berta moviendo alegremente sus aletas—. Y aprendemos muchas cosas.
—La abuela nos da clases —sonrió Cristina mientras comía un par de moscas (estaba a régimen).
Armandito saltó, ¿a pesar de ser monstruo no se salvaría de estudiar?
—Son clases muy útiles —aseguró el primo Felipe—. Te van a servir muchísimo. La abuela nos enseña sobre la división biológica que hay entre nosotros.
—Además te vas a enterar de la vida de monstruos famosos —aseguró Berta—. Es muy interesante conocer a nuestros ancestros.
—A mí me gusta la clase sobre cuidados de la piel o escamas —reconoció Cristina.
—Yo prefiero las clases prácticas, como cuando nos enseña a nadar en pantanos —comentó Sebastián.
—Aunque la clase de leyes es muy aburrida —suspiró Berta.
—Pero es importante —señaló el primo Felipe—. Nosotros también tenemos leyes que debemos cumplir y hay que conocerlas de memoria para cuando llegue el día de la liberación.
Todos se estremecieron al escuchar la última palabra.
—¿Liberación? ¿Y eso qué es? —preguntó Armandito, confundido.
—No siempre estaremos aquí —reveló el primo Felipe—. Cuando lleguemos a la mayoría de edad y completemos la instrucción básica, tenemos que ser liberados y comenzará la verdadera vida… ¡Es muy emocionante! Seremos adultos y si queremos, hasta podremos casarnos.
—Tú no vas a tener problemas en ese aspecto —dijo Rosario en voz baja—. Eres muy apuesto.
—¿Lo crees? —preguntó Armandito en tono dudoso.
—Es increíble tu color de escamas —aceptó Rosario haciendo vibrar sus púas.
—¡A Rosario le gusta Armandito! —gritó Sebastián divertido.
Todos lanzaron silbidos, borboteos, chasquidos. Armandito lo interpretó como risas. No pudo evitar sonreír también. Le salieron unos chifliditos a través de los orificios del cuello.
A partir de ese día Armandito dejó de soñar con juguetes o raspados de grosella, ahora solo pensaría en el día en que fuera adulto y tuviera que irse de la finca para buscar su propio escondite, llevaría como único equipaje el pergamino que daba la abuela: el decálogo de su especie.
Armandito tal vez no había sido un buen niño, pero se prometió a sí mismo intentar ser un buen monstruo.
ANEXO GRATUITO:
DECÁLOGO PARA SER BUEN MONSTRUO
¿Así que te has convertido en un monstruo? No llores, no todo está perdido, la vida que te espera puede ser tan o más interesante que la que tenías antes, todo es cuestión de fortaleza y paciencia. A continuación te damos algunos de los mejores consejos para monstruos primerizos.
1. BUSCA UN BUEN ESCONDITE.
Recuerda que deberás pasar oculto el resto de tu vida, así que elige un sitio alejado, peligroso, inaccesible para los demás, pero no olvides que sea cómodo y que haya una fuente de alimento cerca. Se recomiendan lugares solitarios como estanques con insectos, tiraderos de basura o bibliotecas escolares, en fin, deja volar tu imaginación.
2. INVENTA LEYENDAS PARA ALEJAR CURIOSOS.
Es muy molesto ser asediado por cazadores que pretenden hacer fortuna capturando bestias raras, así que si es inevitable que se enteren de tu existencia, inventa algunas leyendas espantosas para mantener a los curiosos lejos. Los cuentos sobre monstruos que almuerzan niños funcionan muy bien y alimentan el folclor regional.
3. MANTÉN COMUNICACIÓN CON EL RESTO DE LOS MONSTRUOS.
No olvides localizar a los monstruos de pantanos, ríos y acequias que tengas cerca, es muy práctico saber sobre posibles peligros y además, en las reuniones anuales, quién sabe si encuentres al amor de tu vida.
4. CUIDADO CON LA ELECCIÓN DE PAREJA.
Y si efectivamente hallas al monstruo de tus sueños, ¡felicidades! Pero ten en mente que no todos los monstruos son compatibles, por ejemplo, será difícil una relación entre un monstruo acuático de pantano y una monstruo de desierto, como resulta muy incómodo el noviazgo entre dos monstruos mega peludos, ¡siempre se enredan! Cuando te cases piensa también en los probables hijos, pueden salir doblemente monstruosos.
5. TU CUERPO CAMBIA DÍA CON DÍA, NO LO OLVIDES.
Vives un proceso de transformación continua de acuerdo con tu grado de mestizaje. No te asustes si un día despiertas cubierto de pelo y en otra ocasión se te caen las escamas o te da por poner huevos, acepta todos los cambios con serenidad. No es algo que puedas controlar.
6. SIGUE CULTIVÁNDOTE.
Muchos monstruos primerizos se descuidan, dejan de leer, de estudiar, pierden los modales y se vuelven auténticas bestias por su ignorancia y animalidad. No caigas en el encasillamiento del monstruo salvaje. Si tienes una carrera o un don, como tocar el violín, ¡sigue practicando! Hay monstruos refinadísimos y más cultos que la mayoría de los humanos.
7. NO INTENTES ESCAPAR A TU NATURALEZA.
No hay nada más ridículo que un monstruo haciéndose pasar por una persona, rasurándose los pies, limándose los cuernos o tapando las escamas con maquillaje. Aunque creas que nadie lo note, solo harás el ridículo ¡no te engañes!
Tampoco intentes sacar dinero a costa de tu condición. Ha habido muchos casos de monstruos que se alquilaron para salir en un circo, teatro, feria o similar. Al final todos los monstruos artistas terminaron de manera desastrosa, rechazados por las dos especies.
9. APRENDE A VIVIR EN SOLEDAD.
Si no te queda otro remedio que pasar solo el resto de tu vida, es recomendable practicar algún juego de baraja, bordar o tejer a ganchillo para matar el tiempo; pero lo más importante, debes apreciar tu propia compañía. ¡Quiérete!
10. NUNCA PIERDAS LA PACIENCIA.
Ser monstruo es algo difícil, por momentos desesperante, pero al final aprenderás que es lo mejor que pudo haberte pasado, ser monstruo es algo tan raro, que si te tocó es porque eres muy especial.