Capítulo Tres

–¿Visitar a tu padre? –repitió Shannon, atónita.

¿Había perdido la cabeza?

–Eso he dicho.

–¿Al rey de San Rinaldo? No puedes decirlo en serio.

–Lo digo absolutamente en serio –Tony se levantó para acercarse a ella.

No llamarlo en toda la semana había sido horriblemente difícil, pero estar con él en la misma casa, en la misma habitación…

Shannon se mordió los labios para no decir algo de lo que se arrepentiría más tarde.

–No podemos hablar de eso ahora –murmuró, tomando a su hijo del sofá para llevarlo a la habitación.

Había hecho todo lo posible para compensar a Kolby por todo lo que había perdido, como si hubiera alguna forma de compensar a un niño por la muerte de su padre, por haber perdido todo lo que tenía.

Shannon lo besó en la frente, con un nudo en la garganta, respirando el delicioso aroma de su champú infantil.

Y cuando se dio la vuelta, encontró a Tony en la puerta, con expresión decidida. Bueno, pues también ella podía ser decidida, sobre todo en lo que se refería a su hijo. Shannon cerró las cortinas antes de salir del dormitorio.

–Eso de ir a visitar a tu padre es absurdo –dijo en voz baja.

–Esta situación es complicada y hay que tomar medidas extremas.

–¿Esconderme junto a un rey? Eso sí que sería extraordinario –Shannon se quitó las gafas para pellizcarse el puente de la nariz.

Antes de la muerte de Nolan solía llevar lentillas, pero ya no podía permitirse ese gasto. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en acostumbrarse a llevar gafas?

–¿Crees que quiero exponerme al escrutinio de la prensa yendo a casa de tu padre? ¿Por qué no nos quedamos en la tuya?

–Mi casa es segura, pero sólo hasta cierto punto y tarde o temprano descubrirán que estamos allí. Sólo hay un sitio en el que nadie puede entrar.

–Parece que las cámaras llegan a todas partes –dijo ella, frustrada.

–La prensa sigue sin saber dónde está mi padre y llevan años intentando descubrir su paradero.

–¿No vive en Argentina?

–No, estuvimos allí muy poco tiempo después de escapar de San Rinaldo –Tony se ajustó el reloj, el único gesto nervioso que había observado en él–. Mi padre compró una finca allí y pagó a un grupo de gente para que la hiciesen parecer habitada, la mayoría de ellos, ciudadanos de San Rinaldo que escaparon con nosotros del país. Nadie lo sabe, sólo un exclusivo grupo de personas.

El rey de San Rinaldo había tenido que hacer lo imposible para proteger a sus hijos… pero eso era lo mismo que pensaba hacer ella y, curiosamente, Shannon sintió una sorprendente conexión con el viejo rey.

–¿Y por qué me lo cuentas si es un secreto?

–Porque tengo que convencerte para que vayas conmigo –respondió Tony, poniendo una mano en su hombro.

Y Shannon tuvo que contener el deseo de apoyarse en él.

–¿Y dónde vive ahora?

–Eso no puedo decírtelo.

–Pero esperas que haga la maleta y me vaya contigo. Y que me lleve a mi hijo. ¿Por qué iba a confiar en ti si me has mentido hasta ahora, Tony?

–Porque no puedes confiar en nadie más.

La realidad la dejó desolada. Sólo tenía a sus suegros, que no querían saber nada de ella o de Kolby porque la culpaban por la muerte de Nolan. Estaba absolutamente sola.

–¿Cuánto tiempo estaríamos allí?

–Hasta que mis abogados consigan una orden de alejamiento para ciertos periodistas. Y quiero que el niño y tú os alojéis en un sitio con medidas de seguridad adecuadas. Me imagino que será una semana, dos a lo sumo.

–¿Y cómo iríamos allí?

–En avión –Tony volvió a jugar con su reloj.

Eso debía de significar que estaba lejos.

–No, lo siento, no vas a alejarme del mundo. Eso sería equivalente a secuestrarnos…

–Si aceptas venir, no sería un secuestro –la interrumpió él–. En el ejército, es normal que la gente suba a aviones sin destino conocido.

–La última vez que miré no llevaba uniforme –replicó Shannon.

–Lo sé, Shanny… –Tony alargó una mano para acariciar su pelo–. Siento mucho hacerte pasar por esto y haré todo lo que pueda para que esta semana sea lo más cómoda posible para ti.

La sinceridad de esa disculpa la consoló un poco. Además, había sido una semana muy larga sin él. Le había sorprendido cuánto echaba de menos sus llamadas, sus citas espontáneas, sus besos y sus íntimas caricias. No podía negar que Tony la afectaba en todos los sentidos, sería absurdo.

Estaba jugando con sus gafas, como hacía cuando estaba nerviosa, y sin decir nada, él se las quitó de la mano para colgarlas en el cuello de la camiseta, la familiaridad del gesto hizo que su corazón se acelerase un poco más.

Shannon puso las manos sobre su torso, sin saber si quería empujarlo o acercarse más. Sus bocas estaban muy cerca, sus alientos mezclándose y despertando recuerdos ardientes. Pensaba que el dolor por el engaño de Nolan la había dejado muerta en vida… hasta que conoció a Tony.

–¡Mamá!

La voz de su hijo la devolvió a la realidad. Y no sólo a ella. La expresión de Tony pasó de seductora a seria en un segundo y fue él quien abrió la puerta del dormitorio.

–¡Mamá, mamá, mamá!

–Estoy aquí, cariño.

–¡Hay un monstruo en la ventana!

Tony se acercó a la ventana de una zancada, regañándose a sí mismo por haberse distraído un momento.

–Quédate en el pasillo mientras echo un vistazo.

Podría no ser nada importante, pero él sabía que no debía bajar la guardia. Sin dudarlo un momento, abrió la ventana y echó una mirada al patio.

No vio nada. Sólo un columpio moviéndose con la brisa.

Tal vez sólo había sido una pesadilla, pensó, mientras cerraba la ventana y echaba las cortinas.

¿Pero no las había cerrado Shannon antes de salir del dormitorio?

–Voy a salir a echar un vistazo, por si acaso. El guardaespaldas se quedará contigo…

En ese momento sonó su iPhone y cuando lo sacó del bolsillo, vio que era el número del guardaespaldas.

–¿Sí?

–Un chico del edificio de al lado estaba intentando hacer fotografías con el móvil. Ya he llamado a la policía.

–Bien hecho. Gracias.

Tony volvió a guardar el teléfono en el bolsillo de la chaqueta, con el corazón acelerado. Pero podría haber sido mucho peor. Él sabía por experiencia lo que podía ocurrir.

Y, aparentemente, también Shannon lo sabía, porque no dejaba de mirar alrededor con expresión asustada.

Sin pensar, le pasó un brazo por los hombros hasta que se apoyó en él, la suave presión de su cabeza era lo único bueno en un día espantoso.

–Muy bien, de acuerdo. Tú ganas.

–¿Qué gano?

–Iremos a tu casa esta noche.

Una victoria pírrica, ya que era motivada por el miedo, pero Tony no pensaba discutir.

–¿Y mañana?

–Hablaremos de eso mañana. Por el momento, llévanos a tu casa.

La casa de Tony en Galveston era, en realidad, una mansión. El imponente edificio de tres plantas impresionaba a Shannon cada vez que atravesaba la verja de hierro.

Kolby seguía durmiendo, afortunadamente. Cuando logró convencerlo de que no había ningún monstruo, su hijo volvió a cerrar los ojos y no había despertado desde entonces.

Si ella pudiese olvidar las preocupaciones tan fácilmente... Pero Nolan le había robado algo más que dinero, le había robado la tranquilidad, la sensación de seguridad.

Suspirando, Shannon miró por la ventanilla. Dos acres de jardín bien cuidado rodeaban la mansión. La finca era imponente de día, pero por la noche, rodeada de sombras, casi daba miedo. Además, las paredes estaban pintadas de color berenjena, un color tan oscuro, que por la noche parecía casi negro.

Ella había vivido en una casa de cuatro mil metros cuadrados con Nolan, pero podría haber metido dos de esas casas en la finca de Tony. Era realmente impresionante. El edificio estaba construido al estilo texano, lo que ellos llamaban «estilo español». Y, conociendo su herencia ahora, podía entender que le hubiese gustado la zona.

Sin decir nada, Tony metió el coche en el garaje, por fin a salvo del resto del mundo. ¿Pero durante cuánto tiempo?

Él mismo sacó a Kolby de la silla de seguridad y Shannon no protestó. Siguiéndolo con una mochila llena de juguetes, apenas se fijó en la casa a la que habían ido después de cenar, de ir al cine o a algún concierto. Su alma, hambrienta de música, se había embebido cada nota.

Su primera cena juntos había sido amenizada por un violinista. Casi podía seguir oyendo las notas del violín, que parecían hacer eco en los altos techos, en los suelos de mármol.

No se habían acostado juntos esa noche, pero Shannon sabía que era inevitable.

Esa primera vez, Tony había encargado la cena en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Y todo era tan elegante, no tenía nada que ver con los platos y los cubiertos de plástico que solía usar con Kolby…

Aunque adoraba a su hijo, a veces era inevitable echar de menos las cosas buenas de la vida.

Pero nunca había dormido allí. Hasta esa noche.

Shannon siguió a Tony por una espectacular escalera, con la mano en la barandilla de hierro forjado. Ver a su hijo dormido y totalmente relajado sobre el hombro masculino la emocionaba.

La ternura que sentía al verlos juntos le recordaba lo especial que era aquel hombre. Lo había elegido con mucho cuidado, intuyendo que Tony era un hombre de palabra. ¿Estaba dispuesta a tirar todo eso por la borda?

Él entró en el primer dormitorio, una especie de suite con salita anexa, decorado en tonos verdes, con mapas enmarcados en las paredes. Apartando el edredón, colocó suavemente al niño sobre la cama y Shannon se acercó para colocar una silla a cada lado a modo de barrera, inclinándose para darle un beso en la frente.

La enormidad de cómo iban a cambiar sus vidas a partir de aquel momento hizo que sus ojos se empañaran.

–Puedes dormir en otra habitación…

–No, dormiré en el sofá de la salita. Quiero estar cerca de mi hijo por si se despertase de repente.

–Como quieras.

Cuando Tony puso una mano en su hombro, Shannon se apoyó en ella sin darse cuenta. Pero se apartó enseguida. Era tan fácil caer en las viejas costumbres…

–Lo siento, no quería…

–Lo sé –Tony metió las manos en los bolsillos del pantalón–. Traeré tus cosas enseguida. Le he dado la noche libre al servicio.

–¿Por qué? Pensé que confiabas en ellos.

–Y así es… hasta cierto punto. Es más fácil proteger la casa cuando hay poca gente en el interior.

Shannon asintió con la cabeza.

–Tengo que proteger a Kolby, Tony. Me aterra pensar que un chico con un móvil ha intentado entrar en mi casa para hacer una fotografía… y sólo han pasado unas horas desde que salió la noticia. No quiero ni pensar en lo que alguien con recursos podría hacer.

–Mis hermanos y yo estamos intentando controlar la situación –dijo él–. Y mi abogado sabe que vamos a ver a mi padre… lo digo para que te quedes tranquila. No tengo intención de secuestrarte.

Su abogado era otro empleado, pensó Shannon. Pagado con el mismo dinero que ella había rechazado unos días antes.

–¿Confías en ese hombre?

–Tengo que hacerlo, no me queda más remedio. Pero hay cosas que no se pueden evitar, aunque uno intente cortar los lazos con el pasado.

–¿Estás hablando de ti mismo?

Tony se encogió de hombros.

–Hablo en general.

Pero Shannon no iba a darse por vencida. Tenía que saber algo más.

–Sé que no quieres que rompamos y tal vez éste sería un buen momento para contarme algo más sobre ti mismo.

–¿Estás diciendo que tampoco tú quieres romper conmigo?

–No, sólo estoy diciendo… –Shannon apartó la mirada–. Que tal vez podría perdonarte por haberme mentido si supiera algo más sobre ti.

–¿Qué quieres saber?

–¿Por qué elegiste Galveston?

Tony dejó escapar un suspiro.

–¿Tú haces surf?

Ella lo miró, sorprendida.

–No creo que hablar de eso vaya a solucionar nada.

–¿Pero has hecho surf alguna vez? En el Atlántico las olas no son tan altas como en el Pacífico, pero no están mal, especialmente en el sur de España, en Tarifa.

–¿No me digas que haces surf? –Shannon intentó conciliar al magnate multimillonario con un joven despreocupado deslizándose sobre una tabla de surf. Pero la imagen que apareció en su mente era la de un Tony apasionado cuando hacían el amor.

–Siempre me han fascinado las olas.

–Incluso cuando vivías en San Rinaldo. Porque es una isla, ¿no?

Siempre había pensado que tenía cuadros de barcos en la casa por su negocio naviero, pero ahora se daba cuenta de que su amor por el mar y los barcos se debía a que había nacido en una isla.

–Pensé que no sabías nada sobre mí.

–Cuando me enteré de la noticia, eché un vistazo en Google… –empezó a decir Shannon.

No había descubierto mucho, sólo lo más básico: el depuesto rey de San Rinaldo tenía tres hijos y su madre había muerto cuando intentaban escapar del país. Se le encogía el corazón al pensar que Tony había perdido a su madre cuando era poco mayor que Kolby.

–Pero no he visto ninguna imagen de ti haciendo surf.

Sólo unas cuantas fotos antiguas de tres chicos con sus padres, todos felices, y alguna fotografía del rey con uniforme.

–Intentamos retirar todas las fotografías cuando escapamos de San Rinaldo –la sonrisa de Tony contrastaba con la expresión seria de sus ojos–. Entonces no había Internet.

Y ella creía que lo había pasado mal cuando se marchó de Louisiana tras la muerte de su marido…

«Qué trágico tener que borrar toda traza de tu pasado», pensó.

–Leí que tu madre había muerto. Lo siento mucho.

Tony hizo un gesto con la mano, como diciendo que no quería hablar de eso.

–Cuando llegamos a… la casa en la que vive mi padre ahora estábamos aislados, pero al menos teníamos el mar. Y allí podía olvidarme de todo.

La miraba a ella, pero parecía perdido en sus pensamientos.

–¿Qué estás pensando?

–Que a lo mejor te gustaría aprender a hacer surf.

Shannon sonrió.

–No, gracias, el surf no es para mí. ¿Has intentado cuidar de un niño con una pierna rota?

–¿Cuándo te rompiste la pierna?

–Hace mucho tiempo.

–Tu marido…

–No, Nolan no tuvo nada que ver. Estar casada con un delincuente no es precisamente lo mejor que te puede pasar, pero Nolan jamás me levantó la mano –dijo Shannon, a quien no le gustaba la dirección que estaba tomando la conversación. Supuestamente, debería averiguar cosas sobre Tony, no al revés–. Aunque nunca dejaré de preguntarme si debería haberme dado cuenta antes de lo que era, si tomé el camino más fácil cerrando los ojos…

–Conociéndote, dudo mucho que tomaras el camino más fácil –la interrumpió él–. Pero ha sido un día muy largo y pareces cansada. Si quieres, te meteré en la cama y te arroparé –intentó bromear.

–Lo dirás en broma.

–Tal vez. O tal vez no –Tony la miró a los ojos con expresión intensa–. Shanny, te abrazaría durante toda la noche si me dejaras. Y te prometo que haré lo que tenga que hacer para que ni tu hijo ni tú os sintáis amenazados.

Y ella quería dejar que lo hiciera, pero había dependido de un hombre antes y el resultado había sido catastrófico.

–Si me abrazases, no descansaría en absoluto y los dos lo sabemos. Además, mañana lo lamentaríamos. ¿No te parece que ya tenemos suficientes problemas?

–Muy bien, de acuerdo. No volveré a insistir.

–Sigo enfadada contigo por no haberme dicho la verdad, pero te agradezco que intentes ayudarme.

–Te debo eso y más –Tony la besó suavemente en los labios, sin tocarla. Y aunque fue una caricia suave, le recordó por qué se había quedado prendada de él a primera vista–. Que duermas bien.

–¿Tony? –lo llamó. ¿Esa voz ronca era la suya?

Él la miró por encima de su hombro. Sería tan fácil aceptar el consuelo que le ofrecían sus brazos, pero tenía que mantener la cabeza fría. Había luchado mucho para ser independiente y eso significaba dejar claros los límites.

–Que sea capaz de perdonarte no significa que puedas volver a mi cama.