¿Dónde estaba Tony?
Después de comer, Shannon estaba en el balcón, sola, mirando las gaviotas volando sobre el horizonte, con una taza de té y un platito de frutos secos sobre la mesa.
Qué extraño admirar un paisaje tan sereno en un momento tan tumultuoso, pensó.
Desde el balcón podía ver un océano interminable y la temperatura era parecida a la de Galveston, húmeda y calurosa. Eso debería tranquilizarla, pero no dejaba de mirar hacia la puerta, preguntándose dónde estaba Tony y por qué no lo había visto aún.
Aunque quería resistirse, echaba de menos su presencia mientras exploraba con Alys las interminables habitaciones de la villa, llenas de cuadros y antigüedades valiosísimas.
Y sólo había visto la mitad de la casa. Después, Alys le había presentado a dos mujeres que podrían cuidar de Kolby. Curiosamente, a ninguno de los empleados se le había escapado dónde estaba la isla a pesar de sus sutiles preguntas. Todos parecían entender la importancia de la discreción, por lo visto.
Un golpe de viento movió la falda de su vestido de algodón y Shannon puso la mano sobre su rodilla, suspirando.
El ruido de una puerta la sobresaltó entonces, pero no tuvo que girar la cabeza para saber quién era porque conocía el sonido de sus pasos.
–Hola, Tony.
Los mocasines italianos se detuvieron al lado de sus chanclas de color rosa.
–Siento no haber podido venir antes. He pasado la mañana hablando por teléfono con mis hermanos y con nuestros abogados.
–¿Alguna noticia?
–No, más de lo mismo. Aunque, con un poco de suerte, pronto podremos solicitar una orden de alejamiento –Tony sacudió la cabeza–. Pero dejemos el tema. Te he echado de menos durante el almuerzo.
–Kolby y yo hemos comido aquí. Sus modales a la hora de comer no están a la altura de un monarca.
–No tienes que esconderte, Shannon. Aquí no nos andamos con formalidades.
Aun así, Tony llevaba un pantalón de sport y una camisa azul marino en lugar de una camiseta y bermudas, que era lo que llevaría la mayoría de la gente durante unas vacaciones.
–Formalidades o no, aquí hay obras de arte y antigüedades carísimas. No quiero que Kolby rompa nada y te aseguro que es capaz de hacerlo.
–Pero…
–Necesitamos tiempo. Aunque espero que nuestra vida vuelva a la normalidad lo antes posible.
–Sí, tienes razón –admitió Tony–. ¿Quieres que demos un paseo?
–Pero mi hijo podría despertar y…
–Una de las niñeras se quedará con él, no te preocupes. Venga, así te contaré las últimas noticias que han aparecido en Internet –Tony sonrió–. Según una de las fuentes, los Medina de Moncastel tienen una estación espacial y te he llevado a la nave nodriza.
Shannon soltó una carcajada. Cuánto necesitaba reír después del estrés que había sufrido durante los últimos días.
–Bueno, está bien. Iré contigo, amante extraterrestre.
La sonrisa de Tony iluminó sus ojos por primera vez desde que el ferry llegó a la isla y el poder de esa sonrisa la hizo olvidarse de todo mientras bajaban a la playa.
El sol de octubre era muy cálido allí. ¿Podrían estar en México o Sudamérica? ¿O seguirían en Estados Unidos? En California, tal vez.
–Estamos en la costa de Florida –dijo Tony, como si hubiera leído sus pensamientos.
Ella levantó la mirada, sorprendida.
–Gracias.
–Lo habrías adivinado en un par de días.
Tal vez, pero dado el secretismo de los empleados de Enrique, Shannon no estaba tan segura.
–Cuéntame alguno de esos ridículos rumores.
–¿De verdad quieres hablar de eso?
–No, la verdad es que no –Shannon se quitó las chanclas y hundió los pies en la arena–. Gracias por la ropa y por los juguetes para Kolby. Los usaremos mientras estemos aquí, pero tú sabes que no podemos quedárnoslos.
–No seas aguafiestas –Tony le dio un pellizco en la nariz–. Y no me des las gracias a mí, los empleados de mi padre se encargaron de todo. Pero si eso te hace feliz, donaremos los juguetes a alguna organización benéfica antes de marcharnos.
–¿Cómo han conseguido tantas cosas en tan poco tiempo?
–¿Eso importa? –Tony se quitó los zapatos para acercarse a la orilla del agua.
–No, supongo que no. Los juguetes son estupendos, pero lo que más le gusta a Kolby son los perros. Están muy bien entrenados.
–Sí, desde luego. Y no te preocupes, los entrenadores harán que se acostumbren a Kolby y lo protejan mientras estéis aquí.
Shannon sintió un escalofrío.
–¿Un perro no puede ser simplemente una mascota?
–Las cosas no son tan sencillas para nosotros –Tony giró la cabeza para observar a las gaviotas volando sobre el mar.
¿Cuántas veces las habría mirado de niño, soñando con escapar de allí?, se preguntó Shannon. Ella entendía bien el deseo de escapar de una jaula dorada.
–Lo siento.
–No tienes por qué.
–¿Es aquí donde solías hacer surf?
–No, en esta playa las olas son muy suaves. El mejor sitio está a dos kilómetros de aquí… o, al menos, solía estarlo. ¿Quién sabe después de tantos años?
–¿Podías ir por toda la isla sin que nadie te controlase?
–Cuando era adolescente, sí. Y cuando terminaba las clases, claro –respondió Tony, señalando una tortuga que nadaba hacia la playa–. Aunque a veces dábamos las clases aquí mismo.
–¿En la playa? Qué divertido, ¿no?
–Mis tutores eran gente interesante.
–¿Y hacer surf era como la clase de gimnasia?
–En realidad, la clase de gimnasia consistía en aprender artes marciales.
Durante los dos años que impartió clases de música en un instituto, antes de conocer a Nolan, algunos de sus alumnos practicaban kárate. Pero ellos iban a un gimnasio para eso.
–Es tan raro pensar que no has ido a un baile de graduación o que no jugabas al baloncesto con tus compañeros de clase.
–Jugábamos al baloncesto, pero no tenía más compañeros que mis hermanos. Y no había animadoras –bromeó Tony.
Pero Shannon se dio cuenta de que estaba usando el humor para disimular sus verdaderos sentimientos.
¿Cuántas veces habría hecho eso en el pasado sin que ella se diera cuenta?
–Habrías sido un jugador de fútbol estupendo, seguro.
–De fútbol europeo, ése es el que me gusta.
–Ah, claro, es verdad.
Shannon asintió con la cabeza. Nunca pensaba en él como en un extranjero, pero lo era. Y le gustaría saber algo más sobre el hombre que había encargado un jeep en miniatura para su hijo… para luego decir que debía darle las gracias a su padre.
–¿Sigues viéndote como un europeo después de tantos años en Estados Unidos?
–La verdad es que nunca pensé en esta isla como Estados Unidos. En realidad, es casi un país aparte.
–Sí, lo entiendo. Aquí hay una gran mezcla de culturas –asintió Shannon. La mayoría de la gente hablaba en su idioma, pero también había escuchado conversaciones en francés y alemán. Y los libros que había en la biblioteca eran una mezcla de autores internacionales–. Dijiste que pensabas que habías vuelto a San Rinaldo cuando llegaste aquí.
–Sólo al principio. Pero mi padre nos explicó enseguida dónde estábamos.
Qué conversación tan difícil para Enrique, pensó ella.
–Los dos hemos perdido tanto... tal vez lo intuí en cierto modo y eso es lo que nos ha unido.
Tony le pasó un brazo por los hombros.
–No te engañes a ti misma, Shannon. Yo me sentí atraído por el tipazo que tienes con esa faldita negra del uniforme. Y cuando me miraste por encima del hombro con esas gafas… perdí la cabeza.
Ella le dio un codazo.
–Neanderthal.
–Oye, que soy un hombre de sangre caliente y tú eres guapísima. Pero estás muy seria –dijo Tony entonces–. La vida ya es suficientemente complicada y lo mejor será disfrutar del momento, ¿no te parece?
–Sí, tienes razón.
A saber cuánto tiempo le quedaba con Tony antes de que todo aquello les explotase en la cara.
–Sigamos hablando de bailes de graduación y de surf. Habrías sido un chico malo, seguro.
–Y seguro que tú eras una buena chica. ¿Llevabas gafas entonces?
–Desde octavo –contestó ella–. Y me dedicaba a la música, así que no tenía tiempo para los chicos.
–¿Y ahora?
–Ahora quiero disfrutar de este mar tan azul y de un día sin nada que hacer –Shannon dio un paso adelante para meter los pies en el agua.
–¿Y lo estás pasando bien? –le preguntó Tony, tomándola por la cintura.
–Sí, muy bien. Contigo siempre lo paso bien, sea en la ópera o dando un paseo por la playa.
–Mereces pasarlo bien en la vida. Y yo haría que todo fuese más fácil para ti, ya lo sabes.
–Y tú sabes lo que pienso de eso –Shannon tomó su cara entre las manos–. Esto, tu protección, la ropa nueva, los juguetes… es más de lo que querría aceptar.
Tenía que dejar eso claro antes de considerar la idea de acostarse con él de nuevo.
–Deberíamos volver –murmuró Tony.
El brillo de deseo que había en sus ojos era innegable y, sin embargo, se apartó.
Shannon quería que la besara y él se daba la vuelta a pesar de haber dicho que la deseaba. Aquel hombre la desconcertaba por completo.
Cinco días después, Shannon estaba echada sobre una tumbona viendo a su hijo conducir el jeep en miniatura por el balcón. Era la primera vez en casi una semana que estaba sola y nunca en su vida un hombre había intentado conquistarla como lo hacía Tony, que se mostraba más encantador que nunca.
¿Su tiempo en la isla podría estar a punto de terminar?
Suspirando, tomó un sorbo de limonada recién hecha. En la isla no había preocupaciones y el resto del mundo parecía no existir mientras el sol calentaba su piel y las olas proporcionaban un relajante hilo musical.
Y todo gracias a Tony. Y a su padre, que no ahorraba en gastos para proveer a la isla de todo lo necesario y más: tres comedores distintos, una sala de cine con los últimos estrenos, gimnasio, piscinas interiores y exteriores, sala de recreo. Y aún podía oír los gritos de Kolby al ver los caballos y los ponis en el establo.
Y durante todo ese tiempo, Tony estaba a su lado, tomándola por la cintura, acariciando su pelo, tentándola de todas las maneras posibles. El brillo de sus ojos le recordaba que la pelota estaba en su cancha, que debía ser ella quien diera el siguiente paso. Aunque no podría ser aquel día, porque Tony no estaba por ningún sitio.
La puerta se abrió en ese momento y Shannon giró la cabeza. ¿Tony?
No, no era Tony, sino Alys, que se dirigía hacia ella, sus tacones repiqueteaban sobre el suelo de cerámica. Shannon tuvo que hacer un esfuerzo para no arrugar el ceño, porque sería una grosería mostrarse antipática con alguien que estaba siendo tan atento.
–¿Querías algo, Alys?
–Antonio me ha pedido que viniera a buscarte –contestó ella. Como siempre, no tenía una sola arruga en el traje y no parecía molesta por tener que llevar zapatos de tacón durante todo el día–. Vendrá enseguida, está hablando con su padre.
Shannon se levantó de la tumbona para ir al vestidor. Ya se había puesto todo lo que llevaba en la maleta y, aunque el servicio de lavandería funcionaba perfectamente, empezaba a sentirse un poco desagradecida por no ponerse lo que alguien se había tomado la molestia de elegir para ella.
De modo que aquel día se pondría alguna de las prendas que llenaban su vestidor. Shannon eligió un vestido de seda de Óscar de la Renta, la tela era tan suave, que acariciaba su piel con cada paso.
–¿Debería cambiar a Kolby de ropa, Alys? –le preguntó, saliendo al balcón de nuevo.
–No creo que haga falta.
–Me han dicho que has sido tú quien encargó estos vestidos. Muchas gracias.
–No tienes por qué dármelas, es mi trabajo.
–Pues tienes un gusto excelente.
–Vi una fotografía tuya en Internet y elegí los colores que pensé te quedarían bien. Es divertido comprar con el dinero de otros.
Y debían de valer muchísimo dinero porque todos los vestidos eran de famosos diseñadores. Había de todo, desde pantalones vaqueros a blusas, faldas, vestidos de seda y zapatos de tacón. Hasta una selección de bañadores…
Y ropa interior de satén.
Aunque se sentía un poco incómoda al pensar que aquella mujer lo había elegido todo por ella.
–No te preocupes por el gasto –siguió Alys, dejándose caer sobre el borde de la tumbona–. Para don Enrique no significa nada y se sentiría incómodo si vistieras de otra manera.
–¿Por qué?
–De este modo, eres una de los suyos y así tiene una preocupación menos.
Ah, claro, sus zapatillas de lona debían de hacer que el rey se sintiera incómodo, pensó Shannon. Pero no lo dijo en voz alta porque parecería una desagradecida.
–Si no te importa que te lo pregunte: ¿cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
–Sólo tres meses.
¿Y cuánto tiempo pensaba quedarse? La isla era una maravilla, un lugar de vacaciones apartado del mundo. ¿Qué clase de vida podría tener una mujer joven en aquel sitio?
Alys se levantó entonces abruptamente.
–Aquí está Antonio.
–Ah, gracias por encontrarla, Alys.
–De nada –murmuró la joven, alejándose discretamente unos metros para jugar con Kolby.
Tony llevaba un traje de chaqueta, sin corbata. Estaba sonriendo, pero en su rostro veía cierta tensión, como siempre que pasaba un rato con su padre.
–¿Qué tal ha ido la reunión?
–No quiero hablar de eso –Tony tomó un lirio de un jarrón, cortó el tallo y se lo puso a Shannon detrás de la oreja–. Prefiero disfrutar de la preciosa vista. La flor es casi tan bonita como tú.
–Gracias. ¿De dónde salen todas estas flores?
–En la isla hay un invernadero con suministros ilimitados.
Otra cosa que no hubiera imaginado, aunque eso explicaba que siempre hubiera flores frescas en las habitaciones.
–Muchas gracias.
–Te haría el amor en una cama de flores si me dejases –murmuró Tony, acariciando su cuello.
Qué fácil sería dejarse llevar, pensó ella. Pero había caído antes en esa trampa de seducción y el resultado había sido un desastre.
–¿Y las espinas?
Él soltó una carcajada.
–Siempre tan práctica, mi amor. Pero hoy vamos a salir.
¿Mi amor?
–¿Dónde vamos?
–Al muelle.
Shannon lo miró, perpleja.
–¿Nos vamos de la isla?
–Me temo que no tenemos tanta suerte. Tu apartamento sigue rodeado de paparazzi... tal vez deberías mudarte a un edificio con una verja de seguridad. Pero no, no nos vamos de aquí, sólo vamos a recibir a unos invitados.
El alivio que sintió al saber que no se iban de la isla la hizo pensar.
–¿Quieres venir conmigo?
–Sí, claro –murmuró ella, pensativa–. Pero no puedo dejar a Kolby solo…
Alys se aclaró la garganta.
–No te preocupes por eso, la señorita Delgado se quedará con él. Ya sabes que se llevan muy bien.
Shannon empezaba a sentirse egoísta por tener tanto tiempo libre mientras las niñeras se encargaban de Kolby. Pero la verdad era que el niño parecía encontrarse a gusto con todas ellas.
–Sí, claro, estupendo.
Se dio cuenta entonces de que Alys no estaba mirándola a ella, sino a Tony. Y lo miraba con una expresión…
De repente, sintió una punzada de celos como no había sentido nunca. Ella se creía por encima de tan primitiva emoción y sabía que Tony no había animado en absoluto a la mujer.
Aun así, tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarlo del brazo y dejar claro que era suyo. Pero Alys había dejado claro lo que esperaba conseguir viviendo en la isla.
Quería a un hombre de la familia Medina de Moncastel.