Capítulo Ocho

Tony conducía el Porsche Cayenne en dirección a la pista de aterrizaje, alegrándose de que Shannon estuviera a su lado para tan incómodo encuentro. Aunque tenerla a su lado era una tortura.

Durante la última semana, compartir la isla con ella había sido un placer… doloroso. Cada día encontraba más razones para desearla y lo hipnotizaba con las más pequeñas cosas.

Cuando se sentaba al borde de la piscina y la veía mover los pies en el agua, imaginaba esas largas piernas enredadas en su cintura.

Cuando la veía tomar una limonada, deseaba saborear la fruta de sus labios.

Quería conquistarla de nuevo, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Pero el objetivo hacía que estar en la isla fuese soportable para él.

¿Y cuando volvieran a Galveston?, se preguntó. En fin, pensaría en ello cuando estuvieran allí. Por el momento, tenía que enfrentarse a otros asuntos.

–Aún no me has dicho a quién vamos a buscar. ¿A tus hermanos?

–A mi hermana Eloísa. Mi hermanastra, en realidad –contestó Tony.

–¿Una hermana? Yo no sabía…

–Y tampoco lo sabe la prensa –dijo él. Su hermanastra había logrado pasar desapercibida para los medios de comunicación al crecer con su madre y su padre adoptivo en Pensacola, Florida–. Pero ahora que el secreto de mi familia ha salido a la luz, su historia también aparecerá en los periódicos tarde o temprano.

–¿Puedo preguntar qué historia es ésa?

–Sí, claro –Tony se concentró en la carretera, una excusa conveniente para disimular su gesto de irritación–. Mi padre tuvo una aventura con su madre cuando llegamos a Estados Unidos y Eloísa es el resultado.

–Ah, vaya.

–Sí, desde luego –murmuró él, mirándola por el rabillo del ojo.

–Me imagino que no fue fácil para ti aceptar eso. Kolby apenas recuerda a su padre y, sin embargo, le resulta difícil aceptar que haya otro hombre en mi vida. Y él no ha tenido que arreglárselas con otro hijo.

¿Otro hijo? ¿Con ella? La imagen de un niño de pelo oscuro, su hijo, en brazos de Shannon lo cegó momentáneamente.

–La aventura de mi padre es asunto suyo, no mío.

–¿Y te llevas bien con tu hermanastra?

–Sólo la he visto una vez.

Cuando era adolescente, su padre apareció un día con una niña de siete años a la que presentó como su hermana. Pero Tony no odiaba a Eloísa, la pobre no tenía la culpa de nada. De hecho, con quien estaba enfadado era con su padre.

–Ha venido a la isla en varias ocasiones, pero yo ya no estaba aquí. Pero Duarte y ella se han visto un par de veces y eso es lo que despertó la atención de los medios.

–¿Cómo? –preguntó Shannon.

–Eloísa se ha casado con un Landis.

Ella lo miró, sorprendida. Los Landis eran lo más parecido a la realeza que había en Estados Unidos. Qué ironía.

–Ya sabes que la prensa no los deja en paz –Tony aceleró cuando llegaron al aparcamiento del muelle. Un avión acababa de aterrizar en la pista y el ferry estaba preparado para llevar a sus pasajeros a la isla–. Su marido, Jonah, es un hombre muy discreto, pero por muy discreto que sea, tarde o temprano estas cosas siempre salen a la luz.

–¿Qué pasó?

–Le hicieron una fotografía a Duarte… aún no sabemos cómo es posible que la fotógrafa lo relacionase con mi familia, pero así fue. Y ahora han sacado nuestras fotos, nuestro pasado… el de todos.

–¿El mío también?

–Me temo que sí.

Más razones para quedarse en la isla. La estafa de su marido, incluso su suicidio, había aparecido en los periódicos esa misma mañana y Shannon tenía derecho a saberlo.

–Mis pobres suegros –murmuró ella.

–Siento mucho todo esto, de verdad. Y siento no poder hacer nada –se disculpó Tony, acariciándole el pelo.

Shannon se apoyó en su mano.

–Tú no tienes la culpa. Y me has ayudado mucho esta semana.

Tony quería besarla, reclinar el asiento y explorar el escote del vestido; el deseo hacía que perdiese la cabeza hasta que sólo podía ver, oler y sentir a Shannon. Lo demás no importaba en absoluto. Cuando la besó, ella se derritió sobre su torso, clavando las uñas en sus antebrazos mientras le devolvía el beso.

Había pasado mucho tiempo, demasiado, desde la última vez que hicieron el amor, antes de aquella absurda discusión cuando le ofreció dinero. Esos catorce días le habían parecido catorce años, pero tenía que parar. No podía seguir besándola en el aparcamiento.

–Vamos, es hora de conocer a mi hermana –Tony bajó del coche mientras ella se estiraba el vestido.

Cuando le abrió la puerta, Shannon le dio las gracias en silencio. Otra cosa que le gustaba de ella. Había compartido muchas cosas con las mujeres, pero nunca había podido compartir con ninguna un agradable silencio. Hasta que conoció a Shannon.

Tony se concentró en el sonido de las olas, en los gritos de las gaviotas y en el inmenso océano que se extendía ante ellos.

Poniendo la mano en la espalda de Shannon, esperó mientras su hermana y su marido bajaban del ferry. Eloísa no se parecía mucho a su padre, pero sí tenía cierto aire familiar y, según los medios de comunicación, Jonah era el Landis menos convencional. Si eso era cierto, se llevarían bien.

–Bienvenidos –los saludó–. Eloísa, Jonah, os presento a Shannon Crawford. Yo soy…

–Antonio –lo interrumpió su hermana–. Os he reconocido por las fotografías de Internet.

Eran extraños a pesar de ser parientes, pensó Tony, sintiéndose incómodo.

–¿Cómo está nuestro padre?

–No muy bien. Los médicos hacen lo que pueden.

Eloísa miró a su marido.

–No le conozco demasiado bien, pero no me puedo imaginar la vida sin él. Ya sé que debe de sonar absurdo, pero así es.

Hacer las paces con una situación tan desagradable no era fácil, pero Eloísa parecía haberlo conseguido y Tony la admiraba por ello.

Jonah le dio una palmadita en la espalda.

–Encantado de conocerte.

–Lo mismo digo.

–Tengo que llevar las maletas al coche. Si me dices dónde está…

¿Un Landis llevando sus propias maletas? Aquello sí que era nuevo, pensó Tony, irónico. A él le gustaba la gente natural y ésa era una de las cualidades que más apreciaba en Shannon. Ella no parecía en absoluto impresionada por el dinero de su familia y mucho menos por su depuesto título.

Pero, por primera vez, pensó que sería más feliz sin los problemas y los conflictos de una familia como la suya.

Y eso lo convertía en un egoísta por mantener una relación con ella. Pero no era capaz de apartarse. Shannon era el único puerto en medio de la tormenta y en aquel momento sólo un vestido de Óscar de la Renta lo separaba de lo que quería, de lo que necesitaba más que ninguna otra cosa.

Aunque debía elegir el momento y el sitio con cuidado, ya que la isla empezaba a llenarse de gente.

Al día siguiente, Tony la llevó a la playa mientras Kolby se echaba la siesta. Iban a nadar un rato, le había dicho, pero ella sabía que esperaba algo más.

Y cuando lo vio en bañador, tuvo que tragar saliva. Bronceado, musculoso, inteligente, rico y un príncipe, además. Aparentemente, lo tenía todo y, sin embargo, trabajaba sin descanso. De hecho, había pasado más tiempo con él en la última semana que durante los meses que salían juntos en Galveston.

Y todo lo que descubría sobre Tony la sorprendía.

–¿Vas a decirme por qué hemos venido aquí?

–Por eso –contestó él, señalando unas tablas de surf apoyadas sobre el tronco de una palmera.

–Lo dirás en broma.

–No, hablo completamente en serio.

–Pero yo no hago surf. Y el agua debe de estar fría.

–No te preocupes por eso, hoy las olas no son tan altas como para hacer surf. Pero hay cosas que hasta un principiante puede hacer. No te vas a romper nada, te lo aseguro –sonriendo, Tony le ofreció su mano.

Estaban en una isla, lejos de la vida real. Y, aunque no estaba segura de poder confiarle su corazón, en cualquier otro sentido confiaba en él completamente. Tony no dejaría que le ocurriese nada.

Una vez tomada la decisión, se quitó el vestido sin mangas que llevaba encima del bañador y Tony la llevó hacia las tablas de surf, intentando disimular el efecto que ejercía en él verla con tan poca ropa.

–Sólo vamos a meternos en el agua, pero ya verás que hasta eso puede ser divertido sobre una tabla.

Unos minutos después, Shannon estaba tumbada sobre una de las tablas de surf, flotando en el mar. Las olas eran tan suaves, que sólo la levantaban un poco y el movimiento era muy agradable.

Su vida había sido tan frenética desde la muerte de Nolan que estar allí, en medio del mar, en silencio, sin nada que hacer más que remar con las manos, le parecía un paraíso.

–Pensé que te gustaría estar aquí –dijo Tony, como si le hubiera leído el pensamiento.

–Y tenías razón. Pero llevas muchos días dedicándome tu tiempo… a mí y a Kolby. ¿No tienes que volver a trabajar?

–Trabajo desde la isla a través de Internet y el teléfono.

–¿Y cuándo duermes?

–La verdad es que cada día duermo menos, pero eso no tiene nada que ver con el trabajo –Tony la miraba a los ojos dejando claro lo que sentía y Shannon no pudo dejar de preguntarse por qué se molestaba tanto cuando ni siquiera se acostaban juntos.

Podría haberle puesto guardias de seguridad para protegerla de la prensa y ella no habría discutido. Sin embargo, allí estaba, con ella.

–¿Qué ves en mí? –le preguntó, apoyando la barbilla sobre las manos–. No quiero halagos, Tony, sólo la verdad. Tú y yo somos tan diferentes… ¿soy una especie de reto, como lo fue levantar tu negocio?

–Shanny, tú haces que el concepto de reto se convierta en algo irresistible.

–Lo digo en serio.

–¿En serio? –repitió él–. Muy bien, ya que tú misma has sacado el tema del trabajo, tal vez pueda hacer una analogía. En el trabajo serías alguien a quien me gustaría tener en mi equipo.

–¿Qué quieres decir?

–Tu tenacidad, tu negativa a dejarte vencer, incluso tu frustrante negativa a recibir ayuda, me impresionan mucho. Eres una mujer asombrosa, tanto, que a veces no puedo apartar la mirada de ti.

Shannon tragó saliva, emocionada. Después de sentirse culpable durante tanto tiempo, de preguntarse si podría educar sola a Kolby y cuidar de él sin ayuda de nadie, agradecía esas palabras más de lo que hubiera imaginado.

Tony se lanzó al agua entonces y apareció un segundo después frente a ella.

–Siéntate un momento en la tabla.

–¿Qué?

–Siéntate en la tabla, con las piernas a cada lado.

–Pero tu tabla se va flotando…

–No te preocupes, la recuperaré enseguida –Tony la ayudó a mantener el equilibrio sobre la tabla y después se sentó tras ella–. Ahora, no te muevas. Tranquila, aquí puedes dejarte ir.

¿Dejarse ir? De repente, Shannon se dio cuenta de que estaba haciendo algo más que enseñarle a moverse sobre una tabla de surf. Estaba compartiendo algo privado con ella, algo muy especial. Incluso un hombre tan decidido como él necesitaba un descanso del estrés diario.

Pero al sentir el roce del agua en las piernas y el del torso masculino en su espalda, empezó a experimentar una tensión diferente. De repente, el bañador le parecía demasiado ajustado… y el sol calentaba más que antes.

Sin pensar, se echó un poco hacia atrás para apoyar la cabeza sobre su hombro y notó que también a Tony le estaba afectando esa proximidad. Y mucho.

Cuando empezó a acariciar sus muslos, le preocupó que alguien pudiese verlos, pero de espaldas a la isla, en medio del mar… podía perder la cabeza un poco, se dijo a sí misma.

Podían dejarse ir y encontrar el placer allí mismo, sin moverse. Sencillamente, sintiéndose el uno al otro. Y eso la asustaba.

Había pensado que podría montar la ola, por así decir, y retomar su aventura con Tony.

Pero aquel abandono, aquella falta de control… no estaba segura de poder arriesgarse.

De modo que, haciendo acopio de valor, apartó las manos de Tony de sus muslos…

Y se lanzó al agua.