Capítulo Diez

Tony quería a Shannon en su cama, pero ella estaba rompiendo sus barreras, removiendo cosas que él había querido olvidar. Recuerdos que le dolían y que no servían de nada.

–¿Entonces qué dices? ¿Lo hacemos aquí o en tu habitación?

Shannon no parecía asustada en absoluto. Al contrario, lo miraba con expresión triste.

–¿Para eso me has traído aquí?

Tony miró el escote de su camisón, el encaje acariciando sus pechos como le gustaría hacerlo a él.

–Creo haber dejado claro desde el principio lo que quería.

–¿Estás seguro?

–¿Qué quieres decir con eso?

Shannon se levantó para acercarse a él, la tela del camisón rozaba sus piernas.

–No me confundas con tu madre.

–Te aseguro que eso es imposible –Tony tiró de ella para sentarla sobre sus rodillas, dispuesto a demostrárselo.

–Espera –Shannon lo detuvo poniendo una mano en su pecho–. Sé que sufriste un trauma de niño. Nadie debería perder a una madre como tú perdiste a la tuya… y me gustaría que no hubieras tenido que pasar por eso.

–Y yo desearía que mi madre siguiera viva.

–Pero no puedo dejar de preguntarme si estás ayudándome, a mí y a Kolby, como una forma de compensar la muerte de tu madre –siguió Shannon.

Él dejó escapar un suspiro de frustración.

–Veo que llevas mucho tiempo pensando en el asunto.

–Lo que me has contado esta tarde… y esta noche me ha dejado las cosas muy claras.

–Pues gracias por el psicoanálisis. Podría pagar por tus servicios, pero eso sólo serviría para que nos peleásemos otra vez.

–Yo creo que eres tú quien está buscando pelea –Shannon lo miró con una ternura que no podía disimular–. Siento mucho haberte molestado.

¿Molestarlo? Estaba hablando de cosas de las que él no quería hablar, cosas que no quería recordar. Necesitaba cambiar de tema, pero sabía que Shannon estaba decidida a analizarlo.

Cuando apretó su mano, estuvo a punto de apartarse. Era un contacto muy simple, pero en su estado el roce provocó un incendio.

–Shannon –murmuró, con los dientes apretados–. Estoy a punto de explotar. Si no quieres que te haga el amor aquí mismo, lo mejor será que vuelvas a tu habitación.

Pero ella siguió apretando su mano.

–No quiero irme.

–Maldita sea, no sabes lo que estás haciendo. Shanny, dime que me vaya.

–No, de eso nada. Sólo quiero saber una cosa.

–¿Qué?

–¿Tienes un preservativo?

Tony dejó escapar un largo suspiro de alivio.

–Sí, tengo uno. De hecho, llevo dos en la cartera. Pase lo que pase, quiero que estés protegida.

Cuando la abrazó, Shannon levantó la cabeza para buscar sus labios. Los suyos sabían a caramelo y tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarla allí mismo, en la cocina.

Pero siguió besándola, buscando su cuello, su garganta, con el aroma a lavanda recordándole duchas compartidas en su casa.

–Tenemos que ir a tu habitación.

–La despensa está más cerca. Podemos cerrar la puerta con llave.

–¿Estás segu…?

–No lo digas –Shannon hundió los dedos en su pelo–. Te deseo y no quiero esperar ni un segundo más.

Tony la tomó en brazos mientras ella lo besaba, murmurando palabras cariñosas que lo excitaban cada vez más.

Una vez en la despensa, del tamaño de un dormitorio, cerró la puerta y le quitó las gafas para dejarlas sobre un estante.

Estaban a oscuras y cuando Shannon iba a encender la luz, Tony se lo impidió.

–No necesito luz. Tu precioso cuerpo está grabado en mi memoria –murmuró, tirando del camisón–. Tengo que hacer un esfuerzo para no…

–No hagas más esfuerzos. Quiero al Tony desinhibido –dijo Shannon con voz ronca.

Cuando logró quitarle el camisón, inclinó la cabeza para besar sus pechos. Desde luego que no necesitaban luz. Conocía bien su cuerpo, sabía cómo acariciarla, cómo besarla hasta que se volvía loca.

Los botones de su camisa saltaron por el aire y, aunque sintió frío en la espalda, las cálidas manos de Shannon en su torso eran todo el calor que necesitaba. Temblando, tiró de las braguitas hasta que se reunieron en el suelo con el camisón mientras ella bajaba la cremallera de sus vaqueros para acariciarlo, pasando la mano arriba y abajo...

Tony tuvo que cerrar los ojos.

Fue ella quien sacó la cartera del bolsillo para tomar un preservativo. Tony oyó como rasgaba el paquetito y se lo ponía con torturante precisión.

–Ahora –murmuró, con tono exigente–. Contra la puerta o en el suelo, me da igual mientras estés dentro de mí.

Tony la apoyó contra la sólida puerta de madera mientras Shannon tiraba de sus pantalones, enganchando una pierna en su cintura. Un segundo después, se hundió en el húmedo terciopelo, cerrando los ojos de nuevo.

En la oscura despensa, el aroma de Shannon y la calidez de su piel eran más excitantes de lo que recordaba, casi haciéndolo caer de rodillas.

De modo que se concentró en ella, sólo en ella, acariciándola con las manos y la boca mientras se movía adelante y atrás. Shannon se apretaba contra él, gimiendo, jadeando hasta que se tragó sus suspiros con un beso.

Con los dientes apretados, intentaba contenerse mientras ella lo mordía en el hombro, dejando escapar un grito ahogado de placer, los espasmos del orgasmo hacían que cayera sobre su torso como una muñeca rota.

Por fin, por fin, podía dejarse ir. La oleada de placer lo ensordecía, lo cegaba…

En la cresta de la ola, el alivio lo hizo temblar, moviendo el suelo bajo sus pies hasta que su frente golpeó la puerta.

Apretándola contra su pecho, con el corazón acelerado, los dos volvieron a la Tierra poco a poco.

Con el sol reflejándose en la superficie de la piscina, Shannon le quitó la camiseta a Kolby y le puso unas sandalias. Había pasado la mañana con su hijo y con Eloísa, pero aún seguía temblando.

Después de hacer el amor con Tony en la despensa, se habían encerrado en su habitación para seguir amándose hasta el amanecer. Su piel recordaba el roce de la barba masculina en sus pechos, en su estómago, en el interior de sus muslos.

¿Cómo podía seguir deseándolo? Debería estar muerta de sueño y no preguntándose cuándo podrían volver a estar solos de nuevo.

Claro que antes tendría que encontrarlo.

Tony se había ido de su habitación al amanecer y no había sabido nada de él en toda la mañana.

–Quiero ver una película –dijo Kolby entonces.

–Ya veremos, cariño.

La hermana de Tony, Eloísa, dejó el libro que estaba leyendo.

–Puedo llevarlo yo, si quieres. No me importa.

–Pero tú estás leyendo. Además, ¿no te ibas esta tarde? Supongo que tendrás que hacer el equipaje.

–¿De verdad crees que un invitado de Enrique se molesta en hacer el equipaje? No te preocupes, tengo tiempo. Además, me apetece ver la última película de Disney.

Eloísa era bibliotecaria y eso explicaba la bolsa de libros que había llevado a la isla. Su marido era arquitecto, especializado en restaurar edificios históricos. Eran una pareja encantadora, nada pretenciosa.

–¿Y si no tienen la película que…? No, qué tontería. Seguro que la tienen.

–Da un poco de miedo, ¿verdad? –Eloísa soltó una carcajada–. Yo no crecí así y sospecho que tú tampoco.

Shannon se pasó una mano por el brazo, temblando a pesar del calor.

–No, desde luego que no. ¿Qué haces para que todo esto no te abrume?

–Ojalá pudiese darte una receta, pero la verdad es que sigo preguntándome cómo debo llevarlo –Eloísa miró hacia la casa con el ceño fruncido–. Y ahora que todo se sabe… bueno, aún no saben nada sobre mí. Por eso estamos aquí este fin de semana, para hablar con Enrique y sus abogados. No quiero que publiquen nada sobre mí.

–Claro, lo entiendo.

Afortunadamente, Eloísa tenía el apoyo de su marido y Tony había estado a su lado desde el principio. ¿Pero quién ayudaba a Tony? Sus hermanos no habían aparecido por la isla en todo ese tiempo.

–Bueno, yo me voy a ver una película con tu hijo mientras tú nadas un rato o te das un baño… o te echas una siesta. ¿Qué te parece?

–Por favor, mami –le suplicó Kolby, que había estado muy atento a la conversación–. Me gusta Lisa.

–Si de verdad no te importa…

–No, en absoluto. Además, seguro que se queda dormido mientras ve la película. Disfruta de la piscina un rato más, Shannon.

–Muchas gracias, de verdad.

–De nada. Además, tengo que practicar. Jonah y yo esperamos tener hijos algún día.

–Espero que podamos charlar un rato más antes de que te vayas de la isla.

–No te preocupes –Eloísa le hizo un guiño–. Me imagino que volveremos a vernos.

Sonriendo, Shannon abrazó a su hijo, respirando el aroma del talco mezclado con el cloro de la piscina. Y, como de costumbre, Kolby intentó apartarse.

–Quiero ver la película, mami.

–De acuerdo, pero sé bueno con la señora Landis.

Demasiado inquieta como para dormir o darse un baño, Shannon miró la piscina. Nadar un rato le parecía lo mejor, de modo que se lanzó de cabeza al agua y empezó a hacer largos, olvidándose de todo salvo de los latidos de su corazón, mezclados con el ruido de sus brazadas.

Cinco largos después, se hundió en el agua y cuando volvió a sacar la cabeza, vio a Tony al borde de la piscina, en bañador.

El bronceado torso masculino cubierto de vello oscuro le recordaba su noche juntos, en la despensa, en su dormitorio…

¿Quién hubiera pensado que el orégano y el romero pudieran ser afrodisíacos?

Los ojos de Tony se clavaron en el bikini de croché con evidente admiración antes de lanzarse de cabeza al agua.

Y cuando apareció a su lado tenía una sonrisa en los labios.

–Hola.

–Hola –dijo Shannon–. Te echaba de menos.

–Perdona, he tenido que hacer muchas llamadas. Aunque estaba deseando terminar para reunirme contigo… y seducirte otra vez.

–¿Ah, sí?

–Tú deberías ser tratada como una princesa.

¿Una princesa? Shannon lo miró, divertida.

–¿En serio?

–¿Estás dispuesta a ser seducida como una princesa, Shannon?