Capítulo Once

Tony puso una mano en la espalda de Shannon mientras recorrían el camino que llevaba al invernadero. Tenía la piel caliente del sol y esperaba sentir y ver cada centímetro de esa piel sin barreras entre los dos lo antes posible.

Había pasado toda la mañana preparando un sitio romántico para su próximo encuentro. Encontrar un sitio privado en la isla no era tan fácil como debería, pero él era persistente y creativo.

Shannon merecía ser tratada como una princesa y él tenía los recursos necesarios para hacerlo. Y, ahora que la conocía mejor, no dejaba de pensar en nuevas posibilidades para cuando volvieran a Galveston… cuando hubiese cumplido la promesa que le había hecho a su padre de quedarse allí durante un mes.

–¿Dónde vamos? –preguntó Shannon.

–Ya lo verás.

En medio del camino había un viejo roble que el equipo de seguridad de la isla no había arrancado, como habían hecho con muchos otros de los árboles. De niño, Tony había suplicado que no lo cortaran para poder subirse a él y su padre había aceptado, aunque de mala gana. El recuerdo lo sorprendió porque no solía recordar cosas de su vida en la isla. No quería recordarlas.

Cuando apartó una de las ramas, un montón de mariposas salieron volando hacia el invernadero.

–¡Qué bonitas! –exclamó Shannon.

–Mira, ése es el invernadero del que te he hablado.

Enrique había hecho todo lo posible para que sus hijos tuvieran una infancia más o menos normal; todo lo normal que podía ser una infancia como la suya, claro.

Tony se había llevado una sorpresa cuando se marchó de allí, pero al menos trabajar en un barco le había dado tiempo para asimilar todos los cambios. Entonces incluso decidió alquilar un barco de pesca para vivir en lugar de un apartamento.

–También hay una heladería en el muelle. Podríamos llevar a Kolby algún día.

Esperaba que se diera cuenta de que incluía a Kolby en sus actividades para darle a su relación una oportunidad de que funcionase de verdad.

–A mi hijo le encantan los helados de fresa.

–Intentaré recordarlo –dijo él. Y lo decía en serio–. También tenemos una clínica y, por supuesto, la capilla.

–Veo que tu padre pensó en todo –Shannon se quedó encantada al ver una fuente de piedra de la que bebían unas palomas.

–Siempre ha dicho que es labor de un monarca darle a su gente todo lo que necesita. Esta isla se ha convertido en un mini reino para él y, estando tan alejados del resto del mundo, ha querido dar una sensación de normalidad –Tony miró al cielo y vio que se llenaba de nubes–. Pero algunos de los miembros de su equipo han fallecido y eso representa un nuevo reto, porque tiene que contratar a gente que no es de San Rinaldo, gente que no ha tenido que huir de su país y tiene posibilidades de vivir otro tipo de vida.

–Como Alys.

–Exactamente –asintió él–. Pero será mejor que corramos, está empezando a llover.

Tony tomó su mano para subir los escalones que llevaban a la entrada del invernadero y cuando abrió la puerta, comprobó que todo estaba como él había pedido.

–¡Dios mío, Tony! –exclamó Shannon, mirando alrededor–. Esto es maravilloso.

El interior del invernadero era una fiesta de flores y plantas de todos los colores, con helechos colgando sobre sus cabezas y música clásica saliendo por los altavoces.

Al contrario que otros invernaderos que había visitado, atestados de plantas en un espacio muy pequeño, aquello parecía casi un parque.

Había una fuente de mármol italiano en el centro, con el agua cayendo de la boca de una serpiente sobre el cuerpo de un dios romano. Parterres de hierro forjado sujetaban hortensias y violetas de todos los tamaños. Había cactus, palmeras, todo tipo de plantas que Shannon no podría nombrar. Y flores, flores por todas partes.

–¿Estamos solos aquí?

–Completamente –respondió Tony, señalando una mesa con un mantel de hilo blanco y servicio para dos personas–. Hay mejillones, brochetas de verduras, salmón, aceitunas y queso.

Shannon pasó a su lado, sin tocarlo pero tan cerca, que un campo magnético pareció activarse de repente.

–No sé qué decir, es como un sueño. Gracias, Tony.

–Tenemos vino tinto de rioja y un jerez estupendo, ¿qué te apetece?

–Vino tinto, por favor. Pero… ¿podemos esperar un momento antes de comer? Quiero verlo todo.

–Esperaba que dijeras eso –sonriendo, le pasó una copa de vino y, después de probarlo, Shannon esbozó una sonrisa.

–Maravilloso.

–Y hay más –Tony tomó su mano para llevarla hacia una esquina, donde había una mullida hamaca cubierta con pétalos de rosa.

Todo era tan perfecto, tan precioso, que los ojos de Shannon se llenaron de lágrimas. Seguía asustándola cuánto deseaba hacerle caso a su instinto y confiar en sus sentimientos hacia él.

Para disimular, hundió la cara en un jarrón lleno de flores.

–Qué mezcla de fragancias tan increíble.

–Es un ramo especial. Cada flor ha sido elegida para ti por una razón diferente.

–¿Ah, sí? Una vez me dijiste que te gustaría envolverme en flores.

–Ésa es la idea –Tony la tomó por la cintura–. Y te aseguro que no hay espinas, sólo placer.

Si la vida pudiera ser tan sencilla...

Pero ya no les quedaba mucho tiempo y Shannon no quería resistirse.

–¿Seguro que nadie va a interrumpirnos? –le preguntó, dejando la copa sobre la mesa para echarle los brazos al cuello–. ¿No hay teleobjetivos o cámaras de seguridad?

–Nada de eso. Hay cámaras de seguridad fuera del invernadero, pero no dentro. Y nuestros guardias no son mirones. Estamos total y absolutamente solos –le aseguró él, apretándola contra su cuerpo para que no tuviese la menor duda de lo que lo hacía sentir.

–Ah, lo tenías todo preparado –murmuró Shannon–. No sé si me gusta ser tan predecible.

–Tú eres cualquier cosa salvo predecible, cariño. Nunca había conocido a nadie que me desconcertase tanto como tú –Tony le quitó las gafas para dejarlas sobre una mesita–. ¿Alguna pregunta más?

–No lo sé… tal vez quién es capaz de quitarle la ropa al otro a mayor velocidad.

–Ah, ése es un reto irresistible.

Riendo, empezaron a desnudarse el uno al otro. Tony tenía el pelo alborotado y Shannon lo imaginó como un rey en un galeón español, surcando los mares.

Iba a dejarse llevar por la fantasía, decidió, sin miedos. No quería escuchar la vocecita interior que insistía en que recordase pasados errores.

–Ha pasado tanto tiempo… –murmuró él.

–Han pasado menos de ocho horas desde que te fuiste de mi habitación.

–Demasiado tiempo.

Shannon deslizó un dedo por el tatuaje que tenía en el brazo.

–Siempre había querido preguntarte por qué te hiciste este tatuaje en particular.

Tony flexionó el bíceps.

–Es una brújula, un símbolo de que siempre podré encontrar el camino de vuelta a casa.

–Hay tantas cosas que no sé sobre ti…

–Eso puede esperar –Tony tomó una orquídea del jarrón, que pasó por su nariz, sus pómulos, sus labios–. Una orquídea magnífica para una mujer magnífica.

Shannon, emocionada, tuvo que sentarse al borde de la hamaca mientras él tomaba otra flor del jarrón.

–Salvia azul porque pienso en ti día y noche –murmuró, dejándola sobre la hamaca.

–¿Cómo sabes…?

–Calla –Tony tomó un lirio del jarrón–. He elegido este lirio porque eres una belleza –dijo con voz ronca, haciendo círculos con él sobre su pecho hasta llegar al erecto pezón.

El excitante roce hizo que Shannon arquease la espalda.

–Tony…

–¿Quieres que pare?

–¡No!

Tony puso el lirio en sus manos.

–¿Qué tal si tú juegas también? Te aseguro que te gustaría –sonriendo, tomó una rosa de color coral–. Una rosa de pasión –le dijo, con expresión intensa, pasando el capullo por su estómago y más abajo.

Shannon echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, preguntándose hasta dónde se atrevería a llegar.

El sedoso roce se volvía cada vez más atrevido y Tony siguió hasta acariciar la entrada de su cueva. Shannon abrió las piernas, con la piel de gallina, concentrada en las sensaciones, en los perfumes que la rodeaban.

Sintió el cálido aliento de Tony sobre su estómago un segundo antes de que su boca ocupase el sitio de la flor y cerró los puños sin darse cuenta, aplastando el lirio, que dejó escapar su perfume.

Shannon giraba la cabeza de un lado a otro, mordiéndose los labios hasta que un grito de placer escapó de su garganta. Tony se colocó entonces sobre ella, calentándola con su cuerpo, y Shannon enganchó una pierna en su cintura para animarlo.

El aroma de las flores aplastadas se pegaba a su piel mientras la llenaba, ensanchándola, moviéndose dentro de ella. Le sorprendió que el deseo la abrumase de nuevo cuando acababa de tener un orgasmo, pero el roce del torso masculino sobre su pecho y la suavidad de los pétalos de rosa en su espalda eran irresistibles.

Y los aromas… mientras acariciaba su espalda, se daba cuenta de que Tony no sólo estaba entrando en su cuerpo, sino en su corazón. ¿Cómo había podido pensar que podría resistirse?, se preguntó. Por mucho que intentara decirse a sí misma que sólo era algo físico, una aventura, sabía que aquel hombre era mucho más para ella.

–Déjate ir, yo estoy a tu lado –lo oyó decir con voz ronca.

Y lo creyó.

Por primera vez en mucho tiempo, confiaba totalmente en otra persona.

Esa certeza rompió sus barreras y el placer lo llenó todo.

Tony dejó escapar un gemido ronco, los tendones de su cuello se marcaban mientras llegaba al orgasmo, y los ojos de Shannon se llenaron de lágrimas.

Se sentía desnuda, totalmente incapaz de esconderse. Y no quería hacerlo. Le había confiado su cuerpo, pero había llegado el momento de confiarle todos sus secretos.