Capítulo Doce

Tony observaba a Shannon mientras usaba el iPhone para hablar con Kolby. Quería quedarse un rato más en el invernadero cuando comprobase que el niño estaba bien y esperaba que así fuera.

Seguía lloviendo, pero había salido el sol, sus rayos creaban un arco iris en el jardín interior, dándole un aspecto casi mágico.

Tenía a Shannon de vuelta en su cama y en su vida y pensaba hacer lo imposible para que siguiera allí. La química que había entre ellos, la conexión… era algo único. Shannon había sido capaz de aceptar la extraña situación de su familia y seguía siendo la misma de siempre a pesar de estar rodeada de riquezas. Por fin había encontrado a una mujer en la que podía confiar, una mujer con la que podía pasar el resto de su vida, pensó.

De modo que volver a la isla había sido una buena idea, después de todo. Y le debía algo más de lo que le había dado hasta el momento, pensó. En realidad, había destrozado la tranquila vida de Shannon y era él quien debía solucionarlo.

A la luz del día, no podía seguir eludiendo la verdad.

Tenían que casarse.

La decisión le parecía tan clara, que se preguntó por qué no lo había pensado antes. Sus sentimientos por ella eran profundos y sabía que a Shannon le importaba de verdad. Casarse resolvería todos los problemas.

Tony empezó a trazar un plan: esa noche la llevaría a la capilla, iluminada con velas, y le pediría que se casara con él mientras la tarde de amor que habían compartido seguía fresca en su mente.

Sólo tenía que encontrar la forma de convencerla para que dijera que sí…

Shannon cortó la comunicación y se volvió, con una sonrisa en los labios.

–La niñera dice que Kolby acaba de despertar y quiere ver una película.

–Ah, entonces no le ha pasado nada –bromeó Tony.

Shannon le dio una palmadita en el brazo.

–No me tomes el pelo por ser tan protectora. No puedo evitarlo.

–No te tomo el pelo, la verdad es que yo haría lo mismo si fuera mi hijo –respondió él–. ¿Por qué me miras con esa cara?

–Perdona, no quería ofenderte. Pero sé que no tienes costumbre de tratar con niños y es evidente que Kolby y tú no os lleváis bien.

Algo que tendría que solucionar si quería ser parte de la vida de Shannon.

–Me gustaría llevarme bien con él, te lo aseguro.

–Lo sé, lo sé.

Tony apretó su mano entonces.

–Yo nunca te engañaría como hizo tu marido.

Shannon hizo una mueca, pero él levantó su cara con un dedo para mirarla a los ojos.

–Sé que no te gusta hablar de ello, pero tenemos que hacerlo. Una vez te pregunté si tu marido te había pegado y me dijiste que no. ¿Es cierto?

Ella se sentó abruptamente.

–Vamos a vestirnos y luego podremos hablar. Así no me siento cómoda.

Mientras se vestía, Tony se puso el bañador, sin decir nada. Shannon respiró profundamente antes de volverse para mirarlo.

–Te dije la verdad, Nolan no me pegó nunca. Pero hay cosas que debo explicarte para que entiendas por qué es tan difícil para mí aceptar tu ayuda. Nolan era un hombre muy decidido, muy perfeccionista. Ese perfeccionismo hizo que tuviera éxito en los negocios y yo creí que duraría para siempre. Al principio nos llevábamos bien, pero a medida que pasaba el tiempo, se volvía más acaparador, más exigente. Era amable conmigo, pero no quería que saliese con nadie, ni siquiera con mis amigas. Yo me pregunté muchas veces si debía dejarlo, ¿pero cómo podía dejar a un hombre porque no le gustaba cómo colgaba la ropa en el armario? ¿Sabes cuánta gente se reía de mí porque me disgustaba que no quisiera que trabajase fuera de casa? Nolan decía que quería estar más tiempo conmigo cuando no trabajaba y, al final, perdí el contacto con mis amistades.

Tony asintió con la cabeza. Entendía que se hubiera sentido sola, porque ése era un sentimiento que él conocía muy bien.

–Entonces me quedé embarazada y separarnos se hizo más complicado. Un día, cuando Kolby tenía trece meses, tuvo una fiebre muy alta. Nolan estaba de viaje y tuve que llevarlo a urgencias, pero ni siquiera sabía si teníamos seguro médico porque Nolan se encargaba de todo eso. Siempre decía que no me preocupara de esas cosas, pero ese día me di cuenta de que tenía que ocuparme personalmente de mi hijo. Nolan no me informaba de nada… y su ordenador y su móvil tenían una contraseña secreta.

–¿Nunca le preguntaste?

–No le gustaba que le preguntase con quién hablaba o qué estaba haciendo, pero ese día decidí descubrir algo sobre nuestra situación económica. En realidad, no sabía si Nolan tenía el dinero en alguna cuenta en las islas Caimán o algo así… y tuve la suerte de averiguar la contraseña de su ordenador.

–¿Tú descubriste la estafa? –exclamó Tony–. Dios mío, tuviste que ser muy fuerte para delatar a tu marido…

–Es lo más difícil que he hecho en toda mi vida, pero le di las pruebas a la policía. Había robado tanto a tanta gente, que no podía quedarme callada. Su padres pagaron la fianza y… cuando volví a casa, Nolan tenía una pistola en la mano.

–Dios mío. Sabía que se había suicidado, pero no sabía que tú estuvieras en casa. Lo siento tanto…

–Eso no es todo –Shannon se irguió–. Nolan dijo que me mataría a mí, luego a Kolby y luego a sí mismo.

Sus palabras lo hicieron sudar. Aquello era mucho peor de lo que había imaginado. Cuando la abrazó, notó que estaba temblando, pero no dejó de hablar:

–Sus padres aparecieron entonces en el camino de entrada y Nolan se dio cuenta de que no tendría tiempo de llevar a cabo su plan, gracias a Dios. De modo que se encerró en su estudio y… apretó el gatillo.

–Dios mío, no sé qué decir. Debió de ser horrible para ti.

–Yo no les conté a sus padres lo que planeaba hacer. Habían perdido a su hijo, que se había convertido en un delincuente… no quería hacerles más daño.

Tony besó su frente y la apretó contra su pecho.

–Fuiste muy generosa con un hombre que no se lo merecía.

–No lo hice por él, lo hice por mi hijo. Kolby tendrá que vivir sabiendo que Nolan era un delincuente, pero no pienso decirle que su propio padre quería matarlo.

–Has luchado mucho por él –murmuró Tony, acariciándole la espalda–. Eres una buena madre y una buena persona, Shannon.

Le recordaba a su propia madre envolviéndolo en la manta cuando huían de San Rinaldo, diciéndole que eso lo mantendría a salvo. Y había estado en lo cierto. Si hubiera podido protegerla a ella…

Shannon se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

–Gracias a Dios que encontré a Vernon. Lo vendí todo para pagar las deudas de Nolan, incluso mi piano y mi oboe. Mi primer trabajo como camarera en Louisiana no era suficiente para pagar los gastos y no sabía qué hacer cuando Vernon me contrató. Todos los demás me trataban como si fuera un paria. Incluso los padres de Nolan no querían saber nada de mí. Mucha gente creía que yo debía de saber lo que Nolan estaba haciendo, incluso que había guardado el dinero en algún sitio.

Tony la miraba, con el corazón encogido. Por fin había encontrado a una mujer en la que podía confiar, una mujer con la que podía casarse.

Pero seguramente un marido era lo último que Shannon buscaba.

Dos horas más tarde, Shannon estaba sentada en el suelo de la suite, jugando con Kolby. Después de contarle a Tony la triste verdad de su vida necesitaba estar a solas con su hijo.

Las últimas veinticuatro horas habían estado cargadas emocionalmente en todos los sentidos, pero, afortunadamente, Tony había sido muy comprensivo. Siempre lo era. Y también era el más tierno de los amantes.

¿Podía arriesgarse a proseguir su relación con él cuando volvieran a Galveston?, se preguntó. ¿Sería posible para ella tener una pareja normal?

–Tengo hambre –dijo Kolby, tirando de su camisa.

–Muy bien, cariño. Bajaremos a la cocina a ver qué encontramos. Pero antes tenemos que guardar los juguetes.

Entonces oyó un carraspeo a su espalda y cuando se volvió, encontró a Tony en la puerta del balcón.

–¿Cuánto tiempo llevas ahí?

–No mucho –respondió él. Se había cambiado de ropa y llevaba un pantalón color caqui y una camisa oscura–. Yo puedo haceros algo en la cocina.

–¿Estás seguro?

–Totalmente.

–Muy bien. Vamos a guardar los juguetes y…

–Lo haremos nosotros, ¿verdad, amigo? Así tú podrás descansar un rato.

Kolby lo miró con el mismo recelo de siempre, pero no le dio la espalda, probablemente porque Tony mantenía las distancias.

–Muy bien –dijo Shannon, levantándose–. Yo voy a…

–Hay un piano Steinway en el piso de abajo. Alys o uno de los guardias pueden decirte dónde está si te apetece tocar un rato.

Shannon se miró las manos. Hacía tanto tiempo que no tocaba, desde que tuvo que vender el piano para pagar a los acreedores. La música había sido su único refugio durante esos años solitarios con Nolan.

Qué considerado era Tony por darse cuenta, pensó. Del mismo modo que había elegido flores basadas en las diversas facetas de su personalidad, había detectado la creatividad que ella misma casi había olvidado.

–Sí, me gustaría mucho –consiguió decir, a pesar de que le temblaba la voz–. Gracias por pensar en mí y por pasar tiempo con Kolby.

Era un hombre que veía más allá de las necesidades materiales… era un tesoro en realidad.

Emocionada, Shannon miró hacia atrás antes de salir de la habitación. Antonio Medina de Moncastel, príncipe y multimillonario, estaba sentado en el suelo con su hijo, colocando un trenecito de madera.

–¿Tu madre te ha hecho alguna vez un cíclope?

–¿Qué es eso? –preguntó el niño.

–En cuanto terminemos de guardar los juguetes, te lo enseñaré.

Shannon se llevó una mano al corazón, emocionada.

Alys le indicó cómo llegar a la sala de música y cuando entró, se quedó extasiada. Más que una sala de música parecía un salón de baile, con suelos de madera brillante, techo abovedado y lámparas de araña que brillaban a la luz del sol que entraba por los ventanales.

Y el piano de cola, un Steinway, era magnífico. Shannon pasó los dedos sobre las teclas de marfil con reverencia antes de hacer una escala. Pura magia.

Suspirando, se dejó caer sobre la banqueta, pero de repente tuvo la sensación de ser observada y giró la cabeza…

Sentado en un sillón, tras ella, estaba Enrique. Incluso enfermo y anciano, el depuesto monarca irradiaba carisma. Los perros dormitaban en el suelo. Llevaba un sencillo traje oscuro perfectamente planchado, aunque le quedaba un poco ancho. Había perdido peso desde que llegaron a la isla, pensó.

–No te preocupes por mí –murmuró.

¿La habría enviado Tony allí a propósito?, se preguntó. Pero dada la tensa relación entre los dos hombres, no lo creía.

–No quiero molestarlo.

–No me molestas en absoluto. No hemos tenido tiempo de hablar a solas.

Hablaba con un acento musical que algunas veces le recordaba a Tony.

–¿Toca usted el piano?

–No, yo no. Pero mis hijos lo estudiaron de pequeños.

–¿Tony sabe tocar?

Enrique sonrió.

–No, no mucho. Tony sabe leer una partitura, pero no le gustaba estar sentado en la banqueta durante las clases. Nunca podía estarse quieto.

–Me lo imagino.

–Lo conoces bien –murmuró Enrique–. Duarte es más disciplinado, un experto en artes marciales. Pero la música… no, él toca como un robot.

–¿Y Carlos, su hijo mayor? ¿Qué tal le fue con las lecciones de piano?

El rostro del rey se ensombreció.

–Carlos tenía un don. Pero ahora es cirujano y usa las manos de otra manera –Enrique sacó el reloj de oro del bolsillo y volvió a guardarlo un segundo después–. ¿Estás enamorada de mi hijo?

La pregunta dejó a Shannon perpleja, pero debería haber imaginado que aquel hombre no perdería el tiempo.

–Es una pregunta muy personal.

–Y puede que yo no tenga tiempo para esperar una respuesta –Enrique dejó escapar un suspiro–. Debería haber sacado antes a mi familia de San Rinaldo –empezó a decir, como si estuviera hablando solo–. Esperé demasiado tiempo y Beatriz pagó un precio muy alto por ello.

El sorprendente giro de la conversación sorprendió a Shannon.

–Aquel día, cuando empezó el golpe de Estado, todo era un caos. Habíamos planeado que mi familia usaría una ruta de escape y yo usaría otra. Pero los rebeldes encontraron a mi familia y Carlos resultó herido…

La imagen de violencia y terror parecía algo de una película, algo irreal, pero ellos lo habían vivido de verdad.

–¿Tony y sus otros dos hijos presenciaron la muerte de su madre?

Enrique asintió con la cabeza.

–Antonio tuvo pesadillas durante un año y luego se obsesionó con el mar, con el surf. Desde ese momento vivía para marcharse de la isla.

Ella conocía la historia, pero sólo entonces entendió el horror que habían vivido. Y entendió también que el deseo de Tony de protegerla tenía más que ver con el cariño que con el deseo de controlarla. Él no quería aislarla o ahogarla como había hecho su marido. No, él intentaba ayudarla porque no había podido ayudar a su madre cuando era niño.

Y saber eso hacía que fuera más fácil abrirle su corazón, arriesgarse.

Se daba cuenta de que había sufrido mucho de pequeño y que ese sufrimiento lo había convertido en el hombre que era. Y no podía seguir ignorando la verdad.

Lo amaba.

Unos pasos en la entrada hicieron que girase la cabeza y, al ver a Tony, Shannon se levantó. Pero enseguida se dio cuenta de que sus ojos parecían fríos, su expresión, helada.

–Tenemos un serio problema de seguridad.