cap15

El lunes por la mañana, de camino a su casillero, Anna se cruzó con dos chicas que hablaban en susurros. Pudo entender sólo algunas palabras.

—Chica… chocó contra… fiesta… Ashbury…

—Sí, es ella —contestó la otra.

De repente Anna se sintió avergonzada. ¿Por qué estarían hablando de su pequeño incidente con las rosas? Las gemelas le habían dicho que no pasaba nada. Bueno, en realidad, había sido Eden. Pero era lo mismo, ¿no?

O tal vez se referían a lo de la chica con el refresco.

Intentó no mirar a quienes murmuraban sobre ella. Era difícil ignorarlas pero hizo todo lo que pudo.

Al ir por los libros de su casillero, se quedó paralizada del miedo. Dentro, una rosa seca blanca colgaba boca abajo de la parte superior. Gotas de color rojo teñían los pétalos del lado izquierdo.

Anna se giró rápidamente y miró detrás de ella. Nadie parecía estar observando. Pero… ¿quién había metido esa rosa allí? ¿Y qué significaba? ¿Era una de las rosas de la fiesta?

Tenía que ser. Quien la hubiera metido, estaba en la fiesta. Seguro.

Anna necesitaba hablar con Millie. Ella parecía conocer a todo el mundo en la escuela. Tal vez tuviera una idea de quién podría estar detrás.

Tal vez el «temible guardián de la cripta» tenía un hermano.

Anna tragó saliva. ¿Cómo había podido alguien abrir su casillero? Las únicas personas que conocían la combinación eran ella misma, la secretaria y… ¡Spencer! Él la había ayudado su primera mañana de clase. ¿Habría vuelto para colgar la rosa? Le costaba creer algo así… de momento.

Igual era una broma. Alguien podía haber robado su combinación de la oficina del director. Se estrujó el cerebro intentando recordar quiénes habían visitado a la señora Clover durante el recreo. También podía ser que el papel con la clave se le cayera de la mochila.

Era sólo la típica inocentada estúpida para tomarle el pelo a la nueva.

Qué suerte la suya.

Millie no fue a la primera clase. Ni a la cafetería.

Anna sacó el celular. Le había metido otra vez la batería y, por suerte, se encendió, aunque apenas había señal, y la pantalla no brillaba mucho. Le envió un mensaje.

Ey, Millie. Espero que no estés enferma. Te echo de menos en la escuela.

Anna dejó el teléfono sobre la mesa mientras se comía el resto de su sándwich. Le estaba dando un tercer mordisco cuando sonó un bip.

Millie no está.

Anna respondió.

Quién eres?

Esta vez no soltó el teléfono. Esperó.

Apareció un mensaje.

Quién eres TÚ?

Los dedos de Anna volaban sobre las teclas de su celular:

Soy Anna. Amiga de Millie. Dónde está?

Quizás su amiga tenía un hermano pequeño y le había agarrado el celular.

Anna se preguntó si debía llamar al teléfono de Millie. Un whatsapp llegó un segundo después:

Encontré este teléfono el viernes.

¿Dónde estaba Millie, y cómo había perdido su teléfono? Anna no se molestó en enviar más mensajes. Miró entre sus contactos y llamó al teléfono de Millie.

Un chico contestó al tercer timbrazo.

—¿Hola?

—Hola. Te acabo de enviar un mensaje sobre el teléfono que estás usando. Es el cel de mi amiga y estoy intentando localizarla. ¿Dónde encontraste su teléfono? —preguntó Anna.

—Al salir de una fiesta el viernes por la noche —su voz le sonaba familiar—. Estaba en el suelo. Lo metí en el bolsillo de mi chamarra y me olvidé de él hasta ahorita, que empezó a vibrar con tu mensaje.

Y entonces entendió todo. Si Millie había perdido su teléfono la noche del viernes antes de que Anna se fuera de la fiesta, era imposible que le gastara la broma del cementerio. ¿Habría sido ese chico? No tenía sentido ya que él no sabía lo de las tumbas y el picnic en el cementerio.

—¿Quién eres? —preguntó Anna con desconfianza.

—Spencer.

—Spencer, soy Anna. ¿Podemos vernos? Así me das el celular de Millie y se lo llevo.

—Claro —dijo Spencer—. Voy a tu casillero después de clase. Oye, Anna.

—¿Sí? —contestó.

—¿Quién es Millie?

• • •

Después de clase, Anna se reunió con Spencer y él le dio el celular de Millie. A Anna le sorprendía que no la conociera.

—Ya sabes, la chica pelirroja de pelo corto y ojos verdes enormes… —describió.

—No me suena —Spencer limpió una mancha del objetivo de su cámara.

Anna se encogió de hombros. Chicos… Se vería con las chicas en el Corner Café y ya se le hacía tarde.

—Bueno, gracias por el teléfono.

Anna se lo llevaría a Millie al salir del Café.

—Un placer. Nos vemos —hizo una pausa, miró hacia arriba y antes de volver a poner su atención en la cámara, le ofreció una rápida sonrisa.

En el Corner Café, Olivia y Eden ya estaban en una mesa, quejándose de un profesor que tenían ambas y de la horrible cantidad de tarea que les dejaba.

Genial, más tarea para mí, pensó Anna mientras se sentaba. Eden la miró y le sonrió pero siguió quejándose con su hermana. A Anna no le importaba. Su cabeza seguía dando vueltas a la rosa del casillero, que ahora guardaba en su bolso.

Revolvió en el interior del bolso. Las crujientes hojas de la rosa se rompían con el trajín. Cogió su libro de texto y lo dejó caer sobre la mesa.

Olivia se detuvo a media frase, volviéndose hacia Anna.

—Mira a nuestra pequeña matada, ansiosa por empezar su tarea.

Al menos yo hago mi propia tarea, pensó Anna, deseando tener el valor para decírselo a la cara. En vez de eso, se encogió de hombros. Un pequeño papel sobresalía de su libro; lo sacó. Al parecer no había perdido la combinación del casillero. La verdad es que eso la hizo sentirse mejor.

No era la combinación.

Era una foto. Parecía una página arrancada del anuario escolar del año anterior. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. O de por qué estaba escondida entre las páginas de su libro.

—¿Qué es eso, Annabel? —Olivia interrumpió sus pensamientos.

Anna la miró.

—¿Qué? —Esa foto. ¿De dónde la sacaste?

—Eh…, pues la acabo de encontrar, la verdad.

—¡Dios mío! —Eden le quitó la foto a Anna—. ¿Es Lucy?

Olivia miró sobre su hombro. El silencio en la mesa pareció durar una eternidad.

—Es tan triste —Eden frunció el ceño, con la mirada fija en la foto—. Es así… tan, tan triste. Es como si hoy todo recordara a ella, todo el tiempo.

—¿Qué es tan triste? —Anna sintió que se había perdido parte de la conversación.

—Ya sabes —Eden hojeó su cuaderno, mirando hacia Anna y susurró—: el accidente.

—¿El accidente? —Anna se estaba empezando a sentir como un loro.

Olivia elevó las cejas.

—¿En serio? ¿Cómo puedes no saberlo? En la escuela sólo se habla de eso —le pasó una carpeta a Anna—. Necesito esto organizado por fecha y asignatura.

—¿Qué pasó? —le preguntó Anna a Eden.

—Tuvo un accidente en el cementerio —explicó Eden—. Al parecer, tropezó y se cayó, y se golpeó la cabeza con una lápida.

—No me sorprende —dijo Olivia—. Esa chica siempre fue muy torpe.

—Oye, Liv, muestra un poco de sensibilidad —Eden miró a su hermana antes de volver su mirada a Anna—. Es supertriste. Incluso trágico.

—Sí, está bien, pero era tan insoportable… —dijo Olivia, elevando la mirada hacia Johnny que acercaba una silla a la mesa y dejaba su casco de futbol americano en el suelo junto a sus pies. Saludó al grupo con la cabeza, sacó un libro de su mochila y se sentó.

—Por lo menos nos dan el día libre para ir a su funeral —dijo Eden.

El refresco de Anna prácticamente salió disparado de su nariz.

—¿Funeral? ¿Quieres decir que murió?

—¿A ti qué te parece que quiere decir «accidente», superdotada? —dijo Olivia, resoplando.

—Un accidente puede significar sólo una lesión, listita —soltó Anna, deseando al instante poder aspirar sus palabras. Lo último que necesitaba era tener a Olivia de enemiga.

—No puedo creer que haya sucedido algo así… mientras estábamos tan cerca, en la fiesta —dijo Johnny. Empezó a romper su servilleta en pedazos.

Anna entonces cayó en la cuenta de que las chicas que hablaban en susurros en el pasillo no se referían a ella, tal y como había creído. Se referían a Lucy.

—Bueno, habrá sido el destino —dijo Olivia, elevando ligeramente los hombros con impotencia. A continuación dejó caer un montón de papeles sujetos con un clip frente a Anna—. Y aquí están nuestros apuntes del mes pasado de la tercera clase. Los necesitamos en un archivo a doble espacio.

Johnny suspiró, apoyando los codos en la mesa.

—¿Y si yo le hubiera enviado un mensaje el viernes? Quizás no habría ido y no le hubiera pasado nada de esto.

—¿El viernes por la noche? —Anna lo miró fijamente. Si el accidente ocurrió el viernes…, bueno, eso era imposible. Lucy la había mensajeado el sábado. ¿Igual se murió después de los whats ese día? Pero eso tampoco tenía sentido.

—Sí, está todo aquí —Eden deslizó su celular por la mesa hacia Anna.

—Su obituario —susurró. Las palabras de la pantalla iluminada parecían saltarle a los ojos. Fue pasando el texto con el dedo.

Lucille Edwards falleció el viernes 17 de octubre. Fue hallada en el Cementerio Winchester con un golpe en la cabeza. Su familia la echará de menos con tristeza. Lucy será recordada por su sentido del humor, creatividad y sus torpes abrazos. Fue una hija querida que también deja a una hermana mayor, Bea, y a su mejor amigo: su conejo Bun Bun.

Anna tuvo que parar de leer un instante. Después le dio con los dedos a la pantalla para que volviera a iluminarse y siguió pasando el texto. La pantalla se detuvo en un nuevo obituario. La sonriente foto le hizo soltar un pequeño grito ahogado.

—¿Estás bien? —Eden se acercó, echándole un vistazo a la foto de un niño pequeño.

Anna asintió. No confiaba en que le saliera la voz. Sus familiares rizos rubios, su sonrisa llena de dientes, lo único que faltaba era el helado de chocolate manchándole la boca. Y el nombre…, decía que su nombre era Thomas Jacobson. Tommy.

—No —Anna sacudió la cabeza y le devolvió el teléfono a Eden.

—Ay, ¡qué triste! —Eden sonaba conmovida—. Era superpequeño. ¡Ah! Y le encantaba coleccionar piedras. Qué lindo, ¿verdad?

Anna se estaba mareando.

—Pero ¿conocías al niño o algo? —murmuró Olivia—. Deberías alegrarte de que al menos la semana de clase será más corta —sorbió un poco de refresco y señaló a Anna con el dedo—. Y no llegues tarde por la mañana, ¿okey? Detesto cuando la gente me hace esperar.

Anna asintió, pero por dentro resoplaba.

Nadie tenía el estado de ánimo óptimo para estudiar. Y Anna no estaba para nada con humor de escuchar a Olivia ladrándole órdenes. El grupo empezó a recoger sus libros para dirigirse a la salida. Anna y Johnny fueron los últimos en dejar la mesa.

—¿La conocías bien? —preguntó Anna, rompiendo el silencio. Parecía que él era al que más le dolía.

Johnny metió sus libros en la mochila.

Anna se aclaró la garganta.

—Quiero decir que si eran buenos amigos o algo.

Johnny alzó la vista de repente.

—No quiero hablar de eso.

Tomó su mochila y se fue sin decir ni una palabra más. Parecía estar más que impaciente por marcharse de allí.