Vis a vis

La tarde era calurosa y a la natural temperatura de esa época del año en Beirut se unía la humedad intensa que proporcionaba el mar, dando una sensación aún más de bochorno en la pequeña celda de la cárcel donde se encontraba Bruce sudando copiosamente.

—Cuanto daría por estar ahora mismo en la playa, bañándome en el agua y comiéndome un helado en compañía de esa chica tan linda que se empeña en decir que es mi mujer —le confesó Bruce a su compañero de celda, que estaba tendido en el camastro descansando y que era una de las pocas personas en la cárcel con la que podía hablar y de la que se podía fiar.

—A lo mejor resulta que es tu mujer de verdad —indicó su amigo.

—Abdul, aunque haya perdido la memoria, yo creo que no sería capaz de olvidar a una belleza así, mírala. —Bruce le enseñó de nuevo la foto que ella le había dado—. ¿Tú has visto alguna vez algún ser tan bonito, algo tan maravilloso?

—Yo no sé, llevo dos años aquí sin ver a una mujer y aunque me pusieran delante ahora mismo a una cabra, yo creo que la vería igual de bonita —le dijo, echándose los dos a reír—. Pero si es tu mujer, podría solicitar un vis a vis para estar contigo. Quizá dentro de un par de meses se lo concedan.

—Si yo tuviera la oportunidad de tener entre mis brazos una mujer tan bonita, desnuda entre mis manos, creo que me moriría de la emoción, no podría resistir tanto placer.

—Pues cuando venga a verte, si es que viene, tú le dices que solicite un vis a vis y te la encasquetas, quizás eso te haga recordar, —dijo Abdul echándose los dos a reír, aunque a continuación el semblante de Bruce cambió, reflejando sus ojos una sombra de tristeza.

—Tú sabes que eso no es posible —expresó Bruce en tono apenado—. A un americano como y o en esta cárcel no le dan ningún privilegio, solo quieren martirizarnos y hacernos la vida imposible hasta que nos maten, como si nosotros tuviéramos la culpa de la política que lleva mi gobierno.

—No te vengas abajo, Jasón. Dentro de un año saldrás de aquí y seguro que estarás con esa bonita chica que hoy te parece un sueño, mientras que a mí me quedan dos años más para pudrirme en esta cárcel y entonces, cuando pienses en esta prisión, creerás que todo fue un mal sueño, una pesadilla.

—No creo que salga vivo de esta cárcel, las mafias de dentro me la tienen jurada y sobreviviendo día a día a base de peleas, a veces me parece un milagro conseguir llegar vivo a la noche —afirmó Bruce en tono reflexivo.

—Tranquilo, amigo, todo pasará —le contestó Abdul, pues sabía que eran verdad las palabras que su amigo le estaba diciendo.

Uno de los guardias se acercó a la celda, dando con su porra sobre los barrotes de hierro para que sonara.

—Vamos, Jasón, tu putita te está esperando para un vis a vis, no la hagas esperar. —El guardia era un hombre corpulento y fuerte de unos cuarenta y tantos años, de amplia barriga y malos modales, que estaba acostumbrado a avasallar a los presos.

Bruce, dio un salto de la litera lleno de alegría. No se lo podía creer, era algo tan mágico como un sueño. «Ayer conocí a la chica más maravillosa que he visto en mi vida, descubrí que esa chica tan imponente es precisamente mi mujer y hoy tengo una cita con ella en un vis a vis», se repitió a sí mismo.

—¡Esto es un milagro! —dijo Bruce fuera de sí.

—Te lo dije —comentó Abdul—. Alah te protege.

—Yo no soy musulmán —dijo Bruce mientras se dirigía al pequeño lavabo de la celda para peinarse y lavarse un poco.

—Alah ama a todos sus hijos y derrama su amor haciendo que llueva sobre fieles e infieles.

—Al final me convencerás —dijo en tono de broma mientras se peinaba un poco.

—¡Deja de acicalarte como una maricona! ¡Tu puta te está esperando! —rugió el guardia de mala manera saliendo Bruce de la celda y encaándose al vigilante.

—Si estuviéramos fuera de la cárcel, no te atreverías a hablarme así —dijo Bruce lanzándole una mirada desafiante, a lo que el guardia reacciono dándole un golpe con la porra en el cuello,que Bruce trato de amortiguar con su mano, pero la que le hizo caer de rodillas al suelo quedándose Bruce en sus manos con la porra del funcionario que le había logrado arrebatar, sintiéndose entonces el guardia un poco indefenso, pues conocía bien lo que Bruce en una pelea era capaz de hacer.

—¡Vamos, Jasón! ¡Métele la porra por el culo a ese cabrón! — gritaban los internos desde las celdas vecinas.

—¡Mátalo, Jasón! ¡Mata a ese hijo de puta! —le jaleaban otros presos que los miraban tras los barrotes, sintiéndose en ese momento el guardia un poco amedrentado.

—Si me lastimas, te prometo que te mataran en la prisión —aseguró el funcionario.,

—No te confíes, Dominic, estoy viviendo en un infierno y para mí la muerte sería una liberación —dijo Bruce muy serio, levantándose y dándole la porra en las manosmientras lo miraba a los ojos desafiante—. Pero no se te ocurra hablar más así de mi esposa.

La sala de vis a vis era pequeña, con las paredes encaladas, que mas bien parecían grises que blancas por la suciedad, y en la que solo había un pequeño camastro en un rincón, con una vieja manta, y una bombilla en el techo, que esparcía una luz mortecina en esas cuatro paredes sin ventanas ni ventilación alguna.

Klaudia se encontraba impaciente en el interior de la sala, con la puerta entreabierta. Después de creer durante todo un año que su marido estaba muerto, el haberlo encontrado al fincon vida era un milagro para ella, y deseaba tanto abrazarlo y besarlo que los segundos de espera le parecían horas. Klaudia anhelaba con todo su ser estar a solas con su esposo. Horas antes había ido a la peluquería, se había puesto su mejor vestido, había escogido cuidadosamente su ropa interior, sabiendo lo que a Bruce le volvía loco, y ese perfume comprado especialmente para la ocasión.

La puerta de la sala se abrió de repente para dar paso a su esposo. A pesar dela ropa de presidiario y esa barba de tres días, a Klaudia le seguía pareciendo irresistible.

—¡Bruce, cariño! —dijo Klaudia que sin poder esperar másse lanzó hacia él para abrazarlo y llenarlo de besos.

Bruce creía que aquello era un sueño, algo maravilloso que en verdad no podía estar pasando, y del que pronto despertaría para ver la realidad, pero estrechó a Klaudia con todas sus fuerzas entre sus brazos mientras que sus labios, ávidos de sus besos, buscaban con desesperación la boca de su amada.

—¡Tenéis media hora para follar, ni un minuto más! —exclamó el guardia de forma desagradable, sin que ellos se percataran de nada de lo que decía, embriagados con sus besos y caricias mientras sonaba el frío chirriar del cerrojo de hierro al cerrarse la puerta por el exterior.

Klaudia deseaba a Bruce con desesperación, quería abrazarlo, besarlo, morderlo, anhelando aprovechar cada milésima de segundo de ese precioso instante en el que por fin estaban juntos después de tanto tiempo, y precipitadamente comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Bruce para quitársela, sin poder resistirse a besarlo y darle unos pequeños mordiscos en sus potentes pectorales,notando cómo las gotas de sudor corrían por la espalda de Bruce, ó impregnándose del olor de su cuerpo, que ya casi había olvidado. Él, loco de pasión, la estrujó entre sus brazos llenándola de besos besándola en el cuello y acariciándole los pechos, al tiempo que levantaba su vestido hacia arriba para quitárselo y dejar al descubierto el escultural cuerpo de Klaudia, sus turgentes pechos cubiertos con un bonito sujetador blanco de encaje, que Klaudia se apresuró a desabrochar para que Bruce los llenara de besos y caricias. Se dirigieron al camastro, donde Klaudia se despojó de ese diminuto tanga que llevaba, que cayó al suelo junto con toda la ropadesvelando ante Bruce una vista maravillosa de una belleza descomunal cómo una Venus , algo tan mágico, tan divino… La cogió en sus brazos loco de pasión y colocó sobre la cama el cuerpo de Klaudia, al que no podía parar de acariciar, y que vibraba estremeciéndose de placer en cada caricia.

—Bruce, cariño, te quiero, no sabes cuánto te necesito —dijo Klaudia con voz entrecortada, desabrochándole los pantalones precipitadamente. Se los bajó con desesperación, anhelando poseer ese cuerpo tan perfecto que ella tanto deseaba, hasta dejar al descubierto su imponente miembro totalmente eréctil, que Bruce aproximó a Klaudia hasta rozar su sexo. Ella notó su corazón cabalgando desbocado mientras anhelaba con todas sus fuerzas que la penetrara y sentir el cuerpo de su amado muy dentro.

—Yo también te necesito —dijo él con pasión desenfrenada mientras la penetraba con todas sus fuerzas y toda su pasión. Su corazón latía apresurado, uniéndose al de ella en un galopar infinito de derroche de amor, pasión y deseo. Ella abrazaba con fuerza la sudorosa espalda de Bruce, temiendo que ese momento tan mágico y maravilloso se desvaneciera. Él repetía los sublimes movimientos con toda su pasión y su amor por esa chica tan maravillosa que acababa de conocer y que había conseguido volverlo tan loco. La besaba con frenesí, regalándole toda su fuerza varonil con desenfrenado poder, mientras Klaudia, que no podía resistirse más, gemía y chillaba con todas sus fuerzas, temiendo que ese goce tan intenso, esta dicha tan infinita, lograría hacerla desmayar de placer de un momento a otro y perder el sentido. Cuando por fin sintió que no podía resistir más, su cuerpo vibró y ella profirió un gemido de placer, mientras él, loco de pasión, se movía con fuerza, sintiendo que llegaba a un lugar maravilloso en la íntima unión con su amada, que le hizo sentir el placer más divino que existía en el universo.

—Klaudia, eres maravillosa —dijo Bruce con voz jadeante, totalmente exhausto, echado sobre el cuerpo de ella. Sentía en su cuerpo el roce de sus pechos desnudos mientras acariciaba y besaba sus pezones.

—Eres divino Bruce, eres divino —dijo ella mientras lo abrazaba con fuerza—. Prométeme que nunca te separaras de mí. —Le besó—. He sufrido tanto creyendo que te había perdido, que ahora que te tengo creo que es un sueño del que no quiero despertar.

—No estás soñando, te lo prometo. —le dijo BrucePerdiendo su mirar entre el profundo mar verde de los ojos de Klaudia —. Ahora que te he encontrado, no te perdería por nada del mundo.

Klaudia se colocó sobre Bruce, acariciándole con sus manos la espalda y besándole cada centímetro de su piel. Le mordisqueó ese bonito trasero, tan redondito, prieto y varonil, y que a ella tanto le atraía. Le dio la vuelta al cuerpo de Bruce para acariciar sus potentes pectorales, besando y mordisqueando su musculoso pecho. Entonces notó cómo el miembro de Bruce, desafiando la gravidez, se mantenía firme, apuntando al techo. Klaudia se colocó a horcajadas sobre los muslos de su marido y aproximó lentamente su vagina hacia su pene para, absorberlo poco a poco, hasta lograr introduciéndoselo completamente. Se movió con frenesí, sintiendo el miembro de Bruce muy dentro de ella. El movimiento rozaba su clítoris y la volvía loca de placer hasta hacerla chillar de gusto con todas sus fuerzas hasta que se desplomó sobre su pecho.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Bruce alarmado a Klaudia, que se mantenía echada sobre su pecho con falta de energía después de haber perdido el conocimiento un instante por el placer tan intenso.

—No te preocupes —susurró ella con cariño—. Es que me siento tan feliz de estar contigo, que creo que no puedo resistir una felicidad tan grande.

—No te conozco y no sé quién eres en realidad —admitió Bruce abrazando su cuerpo desnudo mientras con una mano le acariciaba porla espalda hasta su trasero—. Pero desde que te vi entraste como un ciclón en mi corazón, y ahora sé que es imposible arrancarte de él. Si en realidad existe el paraíso, creo que ya lo he encontrado porque eres tú. Klaudia, aunque no sepa nada de ti, sé que te quiero con toda mi alma y que no dejaré que nada ni nadie nos vuelva a separar.

—Bruce, no sabes cuánto te quiero y cuánto he esperado escuchar de ti estas palabras. Dime que todo esto no es un sueño y que no te desvanecerás cuando despierte —suplicó Klaudia. Bruce respondió dándole un pellizco en el trasero.

—¡Ay! —dijo ella divertida.

—Esto es para que no creas que estás soñando —dijo Bruce. Y los dos se echaron a reír.

—Creo que no has cambiado en nada y que sigues siendo el mismo Bruce de siempre —dijo ella entre risas mientras se levantaba de la cama.

—Pues tú creo que tampoco has cambiado y que seguramente estás tan buena como siempre –dijo él echándose ambos a reir de nuevo.

Klaudia cogió su vestido para ponérselo, al tiempo que él, con cara de broma, le hacía señas con su índice en señal de negación.

—No, no, no —dijo Bruce con una sonrisa picarona—. Creo que todavía no hemos terminado.

—¿Todavía no? —dijo Klaudia incrédula, con su cuerpo aún desnudo y pegado a la pared—. Pues yo creo que sí, -le dijo ella en tono convincente –No creo que pueda no me veo capaz de resistir más.

—Pues eso explícaselo a este —dijo Bruce poniéndose de pie y dejando ver su portentoso miembro viril totalmente erecto y desplegado en horizontal. Se aproximó a ella con ganas de penetrarla.

—¡Ven, Bruce, hazme tuya otra vez! —dijo Klaudia presa del deseo más sublime—. Una y mil veces. Soy tuya. —Él comenzó a acariciarle los pechos, besándoselos, lamiendo sus delicados pezones, notando cómo ella se estremecía de placer mientras él jugueteaba con su pene y rozaba su vagina una y otra vez—. ¡Bruce! ¡Introdúcela ya! ¡No puedo resistir! —gimió Klaudia totalmente excitada, al tiempo que él empujaba con fuerza hasta unir sus cuerpos en un abrazo y penetrarla de nuevo. Klaudia entrelazó con vehemencia sus piernas sobre el cuerpo de Bruce, el cual se mantenía de pie, sujetándola con sus manos por el trasero y golpeando el de Klaudia contra la pared una y otra vez mientras la penetraba, hasta que Klaudia empezó a sentir un placer tan arrebatador que la hizo chillar de gusto, con un frenesí tan intenso, que sus gritos se oían a través de la puerta de la habitación.

—Mira a esa, parece que la están matando —dijo un funcionario al guardia que poco antes había llevado allí a Bruce.

—Sí, la está matando a base polvos el muy cabrón —dijo el guardia malhumorado y lleno de envidia. Abrió la puerta de la sala y vio cómo Bruce, de espaldas junto a la pared, seguía haciéndole el amor a su esposa—. ¡Se terminó la media hora! —dijo en tono desagradable—. ¡Ya podéis acabar! —dijo mientras se mantenía en la puerta, mirando con morbosidad a la pareja.

—¡¿Por qué no te vas a la mierda, mirón depravado?! —bramó Bruce, volviendo la cabeza hacia el guardia, que le había cortado un poco la inspiración, mientras su esposa seguía chillando de placer.

—¡No, Vergine Santissima, Bruce! ¡Ahora no pararesss! ¡Continua il mío amore! —gritó Klaudia desenfrenada mientras abrazaba a su esposo con tanta fuerza para que no se apartara que sus dedos quedaron marcados en el trasero de Bruce. Él prosiguió, con fuerza descomunal por unos segundos golpeando los cuerpos contra la pared, hasta que ambos aterrizaron deliciosamente de su cielo de goce tan íntimo.

—¿Por qué no miras a tu puta madre? —le dijo Bruce al guardia, enojado, mientras con una mano, cogía la manta de la cama y tapaba con ella a su esposa para que ella se vistiera lejos de la morbosa mirada del guardia.

—No te pases, Jasón, si no quieres que te joda yo a ti. Solo estoy cumpliendo con mi trabajo.

—Te prometo que algún día me la pagarás —murmuró Bruce entre dientes para que no lo oyera.