Dos días más tarde, la puerta de aquella cárcel se abrió para darle la libertad a Bruce, que salió de allí con la ropa con la que había entrado nueve meses antes, pero con la enorme alegría de verse por fin libre, sintiendo el soplar del aire sobre su cara y respirando hondamente el fresco aroma de la libertad. Sabía que todo había sido posible gracias a esa chica que decía ser su esposa. Bruce salió por esa pequeña puerta al exterior, sin mirar atrás, dándole la espalda a la cárcel. Quería que esta etapa de su vida quedara en el olvido para siempre. Le parecía imposible estar libre, le parecía imposible ver a esa chica tan maravillosa esperándolo en la puerta y que corrió hacia él agarrándose a su cuello. Él la abrazó con fuerza y le dio un largo y apasionado beso en los labios, volviendo a sentir sus manos, su contacto, su calor y ese olor que tan familiar le resultaba. Klaudia, por su parte, parecía estar soñando. Volver a estar en los brazos de Bruce, volver a estar juntos por fin otra vez, le parecía un sueño del que no quería despertar.
—No sé cómo lo has hecho, pero gracias —dijo Bruce sin dejar de besarla y de sentir sus apasionados besos.
—Te dije que te sacaría de aquí —contestó Klaudia totalmente emocionada—. Volvemos a casa.
—A casa —musitó él sin soltarla.
—Bruce, no sabes cómo me alegro de verte fuera de ahí —dijo Tony abrazándolo.
Poco después, los tres llegaron al hotel felices de volver a estar juntos y en libertad. Klaudia volvía a estar con el hombre que amaba, la vida volvía a empezar para ella. Bruce, además de recobrar su libertad, que para él era lo más grande, se había encontrado de regalo a Klaudia, como al que le toca un premio en la lotería. Una chica realmente fantástica, con un cuerpazo monumental y una carita de ángel por la que hubiera matado por poder estar solo unos minutos cerca de ella. Una mujer que lo amaba y que, por extraño que pareciera, a pesar de conocerla solo hacía unos días, sentía por ella algo que no recordaba haber sentido jamás, algo que era mucho más fuerte que una simple atracción física, algo que lo embriagaba como el vino, que lo hacía sentir bien solo con tenerla cerca.
Tony volvía a recobrar a su cuñado, a su amigo, y volvía a ver esa sonrisa de felicidad en la cara de su hermana, esa sonrisa que había desaparecido con la muerte de Bruce y que ahora había vuelto junto con él. La vida les estaba dando una nueva oportunidad, los dos se lo merecían más que nadie después de todo lo que ambos habían sufrido, la vida volvía a sonreírles de nuevo.
—Me alegra tanto verte sonreír otra vez… —le dijo Tony a su hermana quien, sentada junto a él en el sofá dé la habitación del hotel, esperaba la salida de Bruce del cuarto de baño mientras revisaba sus papeles de libertad y los pasaportes para salir del país.
—Aún no puedo creer que esté conmigo —dijo eufórica—. Es algo que he deseado con tanta fuerza…
—Tu fe es la que lo ha hecho volver. Porque cuando todos lo daban por muerto, tú eras la única que creía que volvería a tu lado.
Bruce salió del baño tras darse una ducha. Estaba impresionante con esa melena negra y esos ojos azules capaces de atraer a cualquier mujer. Limpio, afeitado y con la ropa que Klaudia había comprado para él, había dejado de sentirse el preso Jasón para volver a ser Bruce Tanner, a sentirse él mismo otra vez. Klaudia se levantó embelesada al verlo, dejando caer al suelo la carpeta con documentación que tenía en las manos. Se tiró sin poder resistirse a sus brazos.
—Gracias por la ropa —dijo él aprovechando para abrazarla y estrujar el voluptuoso cuerpo de esa chica tan sexy y atractiva contra su cuerpo. La besó en esos irresistibles labios que lo atraían con locura—. Ahora vuelvo a sentirme una persona. —Le dio un apasionado y largo beso que parecía extenderse en el tiempo.
—Hey, chicos, que estoy aquí. Si pensáis hacer cositas, me puedo marchar —dijo Tony de broma mientras reía emocionado al ver cómo su hermana volvía a ser feliz.
—Perdona, Tony, pero es que estoy tan feliz de sentirme una persona normal… —dijo Bruce con Klaudia entre sus brazos.
—¡Tu nunca has sido normal! —bromeó Tony.
—Me ha dicho tu hermana que tú y yo somos buenos amigos —dijo volviéndose para él para tenderle la mano.
—Sí, somos buenos amigos, y a mí también me encanta tenerte de vuelta, pero no te pienso dar los besos que te está dando mi hermana .—dijo abrazando a su amigo.
—¿Tú y yo somos muy amigos? —preguntó Bruce sintiendo la efusividad de esas dos personas a las que apenas conocía, pero que habían hecho tanto por él en apenas unos días y con las que se sentía cómodo.
—Los mejores —dijo Tony—. Bueno, mientras te portes bien con mi hermana, porque sino, ya te puedes perder del mapa —dijo riendo.
—¿Entonces mi nombre es Bruce? —preguntó sentándose en el sofá—. ¿Me llamo Bruce?
—Bruce Tanner, —contestó Tony—. Eres Bruce Tanner.
—Además de tener una esposa tan linda como Klaudia —dijo Bruce mirando a esa chica que no se apartaba de él y que no dejaba de sonreír y de mirarlo con tanto amor—. ¿Tengo padres o hermanos? —Vio cómo una mirada de tristeza se cruzaba entre Klaudia y su hermano.
—Bruce —dijo ella sentándose en el sofá—. Te criaste en un orfanato.
—Vaya —comentó él—. O sea, que nunca he tenido padres… Bueno, como no los recuerdo. tampoco los echaré de menos.
—Pero tienes una gran familia —dijo Klaudia riendo—. En Italia todos están deseando volver a verte: papá, mamá, el abuelo, la abuela y un montón de tíos y primos… y todos tus amigos.
—Me basta con tenerte a ti —dijo dándole un beso—. Otra cosa. —Intentó que su voz sonara con calma—. ¿Sabéis quién intento matarme?
—Sí —dijo Klaudia.
—No —intervino a la vez Tony sonando sus voces al unísono.
—¿Sí o no? —preguntó Bruce.
—Fue Víctor Onegan, la persona para la que trabajabas como guardaespaldas —afirmó Klaudia con voz firme.
—¿Mi jefe? —preguntó sorprendido—. ¿Y por qué quería matar a su guardaespaldas? Se supone que yo estaba para protegerlo.
—Ojala lo supiera, Bruce —contestó ella—. Solo sé que no te hemos podido encontrar hasta ahora.
—Klaudia, ¿no lo denunciasteis? —la interrumpió él, impaciente.
—¡Lo hice, pero nadie me creyó!
—No lo entiendo, ¿por qué?
—Porque Víctor Onegan estaba en ese momento en una cena con ciento cincuenta personas —dijo Tony—. Ciento cincuenta personas testificaron que Víctor no se había movido del salón donde se celebraba la cena.
—Entonces, ¿por qué estás tan segura de que fue él? —preguntó Bruce.
—¡Porque le vi! —gritó ella rompiendo a llorar—. ¡Vi cómo ese Cabrón te disparaba una y otra vez!
—¿Tú estabas allí? —preguntó Bruce.
—Iba a darte una sorpresa, vine a darte un beso. Cuando ese maldito comenzó a disparar, corrí todo lo que pude, pero él escapó, no pude detenerle —dijo Klaudia sin dejar de llorar.
—Mi hermana estaba muy nerviosa —expuso Tony—. Estaba oscuro y ella estaba lejos. No pudo verle bien la cara y lo confundió con tu jefe. Pero lo cierto es, como comprobó la policía y lo atestiguan 150 personas, que Víctor Onegan no se movió de la cena ni un instante.
—Bruce, fue él. ¿Crees que podría confundir al que quería matar a mi marido?—dijo Klaudia dejando a Bruce sin saber qué pensar ante la firmeza con que Klaudia defendía su verdad y la certeza de que Víctor estaba en compañía de esas ciento cincuenta personas que lo atestiguaban.
—Klaudia —dijo Bruce tomando con cariño su cara entre sus manos mientras sus miradas se cruzaban—. ¿Tú le viste bien la cara a Víctor como para testificar que era él quien me disparo? —dijo con un tono de voz tierno.
—No —admitió ella bajando la mirada con voz de derrota—. No pude verle bien la cara porque estaba casi todo el tiempo de espaldas.
—¿Y era de noche no? —preguntó Bruce otra vez, deseando aclarar el tema.
—Sí —claudico de nuevo Klaudia—. La verdad es que no había mucha luz donde os encontrabais, las farolas no estaban muy cerca.
—¿Y dices que nos viste de lejos? —volvió a preguntar con una sonrisa.
—A unos cincuenta metros o más… —confirmó ella.
—¿Y aun así estás segura de lo que vistes? —dijo Bruce sonriendo, por lo cómico de la situación—. Lo vistes de espaldas, a oscuras, a más de cincuenta metros y aseguras contra la opinión de ciento cincuenta personas de que era el tal Víctor quien me disparó cuatro tiros en lo alto de un puente.
—El que estaba comiendo en la cena no pudo ser —dijo Klaudia.
—¿Y quién era entonces? —preguntó Tony.
—No lo sé —contestó ella desconcertada—. Sería un impostor, le harían la cirugía estética. Eso puede pasar. O, simplemente, mintieron los de la cena. La gente miente.
—¿Y dijeron la misma mentira ciento cincuenta personas importantes de Beirut? —le dijo Tony un tanto exasperado.
—¿Y por qué no? —repuso ella con temperamento italiano—. ¡También mienten las personas importantes! ¡Io di certo visto, e non sono una mentirosa! —añadió mientras se ayudaba para hablar de sus manos, que no dejaban de moverse.
—Y así un año. No hay manera de hacerla cambiar de opinión —dijo Tony riendo con resignación y provocando la risa de Bruce.
—No tiene sentido que contrate a un guardaespaldas y luego decida matarlo—dijo Bruce.
—Estaba loco, tú me lo dijiste —dijo Klaudia.
—¿Qué te dije?
—Dijiste que estaba paranoico, que tenía manía persecutoria. Que te contrató porque tenía mucho miedo.
—Esto no tiene sentido, si tenía tanto miedo, ¿por qué matar a la única persona que podía protegerlo? —reflexiono Bruce en voz alta—. Y si yo estaba trabajando, ¿que hacías tu en Beirut? —le preguntó a Klaudia.
—A la loca esta —dijo Tony señalando a su hermana—, no se le ocurrió otra cosa que ir a darte un beso. Quería darte una sorpresa.
—¿Desde Nueva York? —exclamó Bruce con una sonrisa.
—Te echaba de menos —explicó Klaudia en tono de voz dulce.
—Lo que pasa es que es muy celosa y no quería estar un fin de semana sin ti, por eso aceptó un trabajo cerca de donde tú estarías esos días —dijo Tony.
—¿Es cierto que eres tan celosa? —preguntó Bruce acercándose a ella con una sonrisa en los labios.
—Solo un poquito —afirmó ella mientras bajaba un tanto la cabeza—. Es que te echaba mucho de menos. —Klaudia le echó los brazos al cuello.
—¿Y tú? —preguntó Tony—. ¿Recuerdas algo? ¿Cómo acabaste en la cárcel?
—Lo único que recuerdo es que me desperté en un hospital y los médicos me dijeron que llevaba tres meses en coma, que alguien me habían pegado cuatro tiros, que mi nombre era Jasón Curtis y que el chaleco antibalas me salvó la vida, aunque de forma traumática perdiera la memoria.
—¿Llevabas chaleco antibalas? —preguntaron los dos hermanos sorprendidos.
—Sí —afirmó él—. ¿Qué ocurre?
—Tú siempre ibas armado, pero nunca llevabas chaleco —explicó Klaudia—. Pero me alegro de que lo llevaras ese día —dijo abrazándolo.
—Después de recobrar la conciencia, los médicos me dijeron que era americano, y que me dirigiera a la embajada para descubrir quién era en realidad. De camino me paré a tomar un café y me vi envuelto en medio de un robo. Lo demás ya lo sabéis.
—¿Por qué dijeron que te llamabas Jasón? ¿No llevabas tus documentos y tu anillo de casado? —preguntó Klaudia mirándole el dedo donde supuestamente debería llevar el anillo.
—Lo único que llevaba eran unas credenciales, unos carnets y unas tarjetas de crédito a nombre de Jasón Curtis, pero no llevaba anillo de ningún tipo —dijo mirándose el dedo.
—Siempre lo llevabas —aseguró ella.
—Conseguiré uno igual —le dijo él mirándola con dulzura a los ojos—. ¿Y vosotros cómo supisteis que seguía vivo?
—Klaudia me llamó cuando te dispararon —le contó Tony—. Cogí el primer avión y vine. No me podía creer lo que mi hermana me contaba, eso no te podía haber pasado a ti, tú llevabas mucho tiempo en esto… Cuando llegué, Klaudia había llamado a la policía y a la embajada. Todos estaban buscando tu cuerpo y Klaudia estaba desesperada, tanto que consiguió un arma, que por cierto no se dé donde sacó, y fue a matar a Víctor.
—¿Ibas a matar a Víctor? —preguntó Bruce.
—Lo hubiera hecho si Tony no me hubiera detenido. Te juro que lo habría matado —dijo Klaudia rotunda—. A veces, la venganza solo es justicia.
—Había perdido a mi cuñado y no estaba dispuesto a perder también a mi hermana —dijo Tony—. Mi hermana vió cómo caistes al rio desde el puente después de dispararte aquella noche, pero nunca encontramos tu cuerpo, pensé que habías sido arrastrado al mar. Después de buscarte por todos lados sin resultados, y cuando conseguí llevarme a Klaudia de aquí, ella contrató un detective para que siguiera buscándote porque tu cuerpo aun no había aparecido, y yo me puse en contacto con los compañeros periodistas que trabajan en Beirut para que me informaran si tenían alguna pista sobre ti, hasta hace dos días, en que un compañero me envió unas fotos de un motín en una cárcel y creyó reconocerte en una de ellas. Lo demás ya lo sabes.
—No sé qué deciros —dijo Bruce conmovido por lo que acababa de escuchar—. Solo gracias.
—Lo único importante es que tú estás vivo y que de nuevo estamos juntos — dijo Klaudia acurrucándose en su pecho
—Ahora tú necesitas tiempo, recuperarte, volver a ser tú —comentó Tony feliz de ver de nuevo a la pareja junta.
—No sé cómo era antes, pero quizás jamás vuelva a ser ese que ustedes creéis el ; quizás la cárcel me haya cambiado y no sea el tipo en el que confiáis, sino alguien peligroso.
—Todos hemos cambiado —dijo Tony—. Este año nos ha cambiado a todos.
—Pero tú volverás a ser el mismo cuando recuerdes, y yo te ayudaré a recordar, te lo prometo. Te he recuperado y no pienso volver a perderte nunca más —dijo Klaudia perdiéndose entre el cielo de sus ojos azules mientras le acariciaba el cabello queriendo saborear despacio este instante en el que por fin estaban juntos.
—Estar solo sin saber quién eres y en una cárcel debe de ser muy duro —dijo Tony—. Bruce necesita reencontrarse a sí mismo, encontrarse él solo, consigo mismo, necesita tiempo —le dijo a su hermana.
—No estoy de acuerdo contigo. Sé que ha pasado por algo muy duro, ha vivido una experiencia traumática para cualquiera, pero él solo me necesita a mí, necesita mi cariño para volver a confiar, a sentir que le queremos y a recordar quién es…
—Eh, chicos, estoy aquí —dijo Bruce sin poder contener una sonrisa—. Quizá tu amigo tenga razón y puede que yo sea Bruce, pero ese que conocéis desapareció hace un año y ahora soy Jasón, alguien sin familia ni amigos que tenía que sobrevivir día a día. No sé quién soy ni quien sois vosotros, solo sé que me habéis ayudado a salir de allí y os lo agradezco. Klaudia es la primera persona en mucho tiempo que me ha tratado con cariño, cuando miro sus ojos solo veo ternura.
—Lo que ves en mis ojos, solo es amor —dijo Klaudia dejando la cuestión zanjada con un beso—. Lo importante es que vuelves a casa.
—A casa —se repitió a sí mismo. ¿A qué casa? Ojalá recordara algo—. Ojalá supiera quien era, ojalá supiera por qué quisieron matarlo hace un año, pero ahora su vida volvía a empezar con esa chica que parecía estar loca por él. ¿Y él estaba también loco por ella? ¿O simplemente era una fuerte atracción? No, no era solo atracción lo que sentía por ella, era amor lo que Klaudia le inspiraba, un sentimiento tan divino que solo podía ser amor. Lo había sentido desde que la había visto por primera vez en la sala de la cárcel. Esa chica le inspiraba toda clase de fuertes sentimientos, unos tan intensos y profundos que ciertamente dejaban a Bruce algo confuso, pero no tanto como para no saborear la miel de sus labios.