Aquella tarde que dispararon a Bruce, Víctor Onegan se encontraba en Beirut en una cena benéfica, en compañía de ciento cincuenta empresarios y hombres de negocios. En esos días, Onegan se encontraba particularmente miedoso, temeroso por todo, con una ilógica sensación de que querían matarlo, por lo que varias semanas antes había contratado los servicios de Bruce Tanner como guardaespaldas. Para Bruce, ese era un trabajo rutinario, algo normal y tranquilo, pues él no había observado nada que denotara que su protegido corriera algún peligro. Víctor tenía una personalidad paranoica, con miedos compulsivos e irracionales que no tenían lógica alguna. Aún así, Bruce Tanner, procuraba desempeñar su trabajo lo más profesional posible. Cuando había recibido una llamada en su móvil, se había apresurado a contestar al ver que se trataba de su esposa.
—Cariño, ¿te ocurre algo? —había preguntado intrigado al ver que lo llamaba en esos momentos.
—No, nada —había contestado ella con espontaneidad—. Es que he estado en el desfile de modas en Tel.Aviv y me he dicho, voy a pasarme por Beirut para darle un beso a mi marido antes de coger el vuelo a Estados Unidos.
—Estás como una verdadera cabra afirmó Bruce sorprendido, mientras sonreía por las locuras de su esposa—. ¿Qué has venido del país de al lado hasta Beirut solo para darme un beso y salir de nuevo hacia Nueva York?
—Bueno, un beso no, todos los que quieras —había dicho ella muy resuelta.
—Pero estos días estoy trabajando de escolta, no voy a poder verte, será mejor que vayas directa a Nueva York sin pasarte por aquí.
—Ya es tarde —había admitido Klaudia con voz fresca y luminosa—. Voy en un taxi para el hotel donde estás tú con tu jefe, llegaré en unos minutos. –le dijo colgando el teléfono, para que no le dijera nada.
—Dichosa niña esta. —Bruce había sonreído por las locuras de su mujer, a las que ya estaba acostumbrado. Había salido hasta la puerta del hotel, donde se había encontrado con uno de los guardias de seguridad.
—Vete para dentro un rato, yo me quedare aquí mientras me fumo un cigarro —había dicho esperando ver aparecer de un momento a otro a su esposa, a la que pensaba reprender por sus locuras sabiendo que no le haría ni caso. Quería darle un beso con todo su cariño para que se fuera contenta a Nueva York. Entonces, de una pequeña puerta lateral del hotel, vio salir entre las sombras a alguien que se parecía enormemente a Víctor Onegan, aunque con diferente indumentaria.
«No puede ser», había pensado Bruce asombrado, viendo a ese tipo tan parecido salir de una puerta que se suponía debía estar cerrada.
—¡Eh, espere! —había llamado a aquel tipo, que al verse descubierto, había empezado a aligerar el paso hacia un puente que había más adelante—. ¡Deténgase! — Bruce había acelerado el paso tras el individuo, que de repente empezó a correr, obligando a Bruce a hacer lo propio tras él, hasta que por fin había podido alcanzarlo en mitad del puente, cogiéndolo del hombro y dándole la vuelta para verle por fin la cara—. ¡No puede ser! —había exclamado quedándose inmóvil una milésima de segundo, sorprendido al ver a Víctor Onegan y no percatándose de que el tipo había sacado de su chaqueta un revolver apuntando al pecho de Bruce en el momento que circulaba un taxi en el otro lado del puente , dentro del cual iba Klaudia, que al ver a Bruce con un tipo que parecía apuntarle con algo semejante una pistola, impelo al taxista para que parara el auto..
—¡Pare! —le gritó Klaudia al taxista, que sorprendido intentó reducir velocidad—. ¡Por Dios, pare el coche!
Entonces habían sonado cuatro detonaciones y ella había salido corriendo del vehículo mientras veía cómo Bruce , por la fuerza de los impactos, caía hacia atrás, sobre la barandilla del puente, desplomándose finalmente en el agua. Klaudia, como loca, había cruzado sin mirar los cuatro carriles llenos de coches, que la separaban de la otra acera—. ¡Bruce!, ¡Bruce! —gritaba con desesperación mientras corría hacia el lugar, al tiempo que el tipo, al verse descubierto había empezado a correr hasta introducirse en un coche oscuro que acababa de llegar para marcharse de allí a toda velocidad.
—¡Asesino! ¡Asesino! —había vociferado Klaudia con todas sus fuerzas, mientras llegaba al sitio por donde había caído Bruce, mirando hacia abajo y comprobando que se lo había tragado el agua. En ese instante había sentido un dolor tan grande en su pecho que la hizo caer de golpe al suelo sin sentido.