La brujula

El apartamento donde Fede iba a instalar su nueva oficina había sido hasta hacía poco el lugar de trabajo de una meretriz, así que un par de días antes tiró las camas que había en él, y puso en su lugar una mesa de bufete de segunda mano algo gastada, unas cuantas sillas y un teléfono como único mobiliario, quedando colgados todavía en las paredes algún que otro cuadro con ciertas escenas subiditas de tono para levantar la libido y que a Fede no le había dado tiempo aún de recoger.

—¿Ves qué espacioso es el salón? —comentó a Bruce tan entusiasmado—. Esta será la sala de espera. Con los primeros ingresos la amueblaremos y pondremos ahí un lujoso sofá de cuero marrón, y en ese testero otro. Esto se va a quedar perfecto. ¿A ti qué te parece?

—Me parece bien —dijo Bruce tranquilamente—. Pero creo que tendrás que quitar esos cuadros de las paredes, no crean un ambiente muy serio.

—Sí, tienes razón. —Cogió uno de los cuadros y le dio la vuelta, poniéndolo en el suelo apoyado contra la pared—. En su lugar vamos a poner cuadros de flores. -expresó con entusiasmo, -Muchas flores, para que den luminosidad a la oficina.

—Me parece perfecto —dijo Bruce.

—Y ahora viene lo mejor —expuso Fede con ilusión—. Este es mi despacho. —manifestó con grandilocuencia abriendo la puerta y dejando ver la deteriorada mesa del bufete con algunas sillas y un pequeño armario metálico.

—Está bien, por lo menos es lo único amueblado de la oficina.

—Esto todavía no está perfecto, ya verás cuando pasen unas semanas. Y lo mejor viene ahora, esa habitación que ves ahí. —Federico señaló una vacía habitación contigua con el dedo—. Ese será tu despacho, y trabajaremos los dos codo con codo.

—Te he dicho que por ahora no quiero implicarme en más cosas —contestó Bruce.

—Bueno, cuando quieras la oportunidad la tienes ahí —dijo Fede al tiempo que sonaba por un par de veces el timbre de la puerta.

—¡Coño! Ya están aquí –exclamó Fede al escuchar el timbre –Han llegado casi una hora antes. —Giró algún que otro cuadro más y se dirigió a abrir la puerta.

—¿Detectives La Brújula? —dijo un hombre de unos cincuenta años que había leído el nombre en la puerta y que venía acompañado de una elegante mujer de cabello rubio y de unos cuarenta y tantos años de edad.

—Los señores Wilde, supongo —dijo Fede que había acudido acompañado de Bruce –—.. Este es mi socio, el señor Tanner –dijo presentándoselos.

—Mucho gusto. —Bruce les estrechó las manos a la pareja.

—Pero pasad, pasad a mi despacho —dijo Fede acompañándolos y sentándose tras el bufete mientras que Bruce se sentaba junto a él al lado de los señores Wilde, que conservaban una mirada triste, sin ánimo, casi sin energía, motivada por el sufrimiento.

—Necesitamos que nos ayuden a encontrar a nuestra hija y a traerla a casa. Es hija única y es todo lo que tenemos —dijo Benjamín Wilde apesadumbrado, con voz de tristeza y esas canas en el pelo, que le daban un aire respetable mientras le enseñaba unas fotos de su hija—. Esta es mi hija, Olivia Wilde, de dieciocho años, a la que tenéis que encontrar –le dijo el hombre con un nudo en la garganta.

—Tenéis que traerme a mi pobre niña, ella es mi vida —dijo la madre con cierta congoja, echándose a llorar.

—Tranquila, Pamela. —El padre la consoló mientras le ponía la mano sobre el hombro—. Pronto recuperaremos a nuestra pequeña.

—¿Por qué no habéis acudido a la policía? —preguntó Bruce esperando ver su respuesta.

—Mi hija es mayor de edad, y según la policía puede ir donde quiera y no pueden hacer nada para impedirlo. La policía ni nos escucha, pero ella está presa de una secta. Le han lavado el cerebro y no la dejaran salir de allí, la tienen secuestrada.

—¡Olivia! —sollozó Pamela mientras miraba una foto de su hija—. ¿Qué hemos hecho mal para que nos abandones? –dijo destrozada.

—Tú nada, cariño, eres una buena madre. Nosotros somos unos buenos padres. Son ellos los que le han lavado el cerebro y la han puesto en nuestra contra.

—No sé si sabrán, que coger a una persona mayor de edad y llevársela en contra de su voluntad está considerado un delito, y nosotros no trabajamos fuera de la ley —dijo Fede muy serio.

—Por eso estamos dispuestos a doblar nuestra oferta, estoy dispuesto a darle doce mil dólares. La mitad ahora y la mitad cuando terminen el trabajo.

—¿Doce mil dólares? —titubeó Fede muy serio, que no quería que se le notara que los ojos le hacían chiribitas al oír la cantidad de dinero que podía ganar—. No sé, esto puede tener muchos gastos.

—Gastos aparte, por supuesto —dijo el padre en tono convincente.

—Muy bien, acaban de contratar a sus detectives privados. Trato hecho. —concluyó Fede estrechándole la mano al señor Wilde y a su esposa, la cual le estrecho su mano entre lágrimas.

—Que Dios se lo pague. Si me hacen el milagro de devolverme a mi pequeñina…

—Se la devolveremos —aseguró Federico cogiendo el sobre con seis mil dólares en su interior mientras Bruce miraba con escepticismo a su amigo, como diciendo, «¿En que fregado se va a meter este pájaro?».

Benjamín Wilde miró uno de los cuadros del despacho que se había quedado sin quitar, y que era una fotografía de una mujer desnuda con una pose realmente provocativa y subida de tono.

—Veo que tienen cuadros muy estimulantes —dijo el padre con voz apagada sorprendido por el inusual cuadro para un bufete.

—Sí, es la diosa Eros —improvisó Fede para quitarle importancia—. Ya sabe, de la mitología griega. Mi socio es muy culto –dijo Fede mientras pensaba Bruce la burrada que acababa de decir su amigo.

Cuando se quedaron solos, Bruce y Fede bajaron al bar a tomarse unas cervezas. Fede quería celebrar el dinero que había conseguido de su primer cliente.

—Fede, estás loco, si raptas a una chica contra su voluntad, te meterás en un buen lío —dijo Bruce bebiendo un sorbo de cerveza.

—Eso no es raptarla, es devolvérsela a sus padres —aseguró Fede con entusiasmo—. Solo tenemos que ponerle un saco en la cabeza, echarla al hombro y salir corriendo. Es pan comido.

—¿Tenemos? ¿Cómo que tenemos? ¿No pensarás meterme a mí en este lío? —preguntó Bruce echándose a reír.

—Somos socios. Los seis mil dólares que te corresponden serán tuyos. Además, yo no puedo hacer esto solo, necesito ayuda.

—Lo siento, yo no te puedo ayudar, me han dicho que estaré unos días en carretera con un camión de la empresa, y este trabajo en Onegan and Corporatión no lo quiero dejar hasta que paguen todos los que me metieron en la cárcel por lo que hicieron. Tengo que averiguar qué es lo que se cuece en esa empresa para decírselo a la policía.

—Pero conmigo ganarás más, podemos tener nuestra propia empresa de detectives.

—Sí, ya lo estoy viendo. —Bruce movía de izquierda a derecha su mano por el aire—. La brújula —dijo con sarcasmo—. ¿Pero a quién se le ocurre ponerle La Brújula a una empresa de detectives. Parece más bien un lugar para marineros borrachos que han perdido el rumbo —dijo riendo.

—Tú ríete, pero allí tendrías tu propio despacho y ganarías el doble —dijo Fede tratando de convencerlo, al tiempo que dos atractivas chicas se le acercaron a Bruce hasta la barra.

—Hola, guapo, te hemos estado observando y nos preguntábamos si quedarías a tomar una copa con nosotras. Hoy es mi cumpleaños y querría celebrarlo.

—Lo siento nena, mira esto —dijo enseñándole el anillo de su dedo con una sonrisa, el anillo que unos días antes le había regalado Klaudia para reponer aquel que le robaron en Beirut el día de su desaparición.

—Eso no es obstáculo para que pasemos un rato agradable, yo no soy celosa —admitió la chica en tono insinuante.

—Pero mi mujer sí, y te aseguro que te arrastraría de los pelos. Piérdete, muñeca.–le dijo Bruce a las dos chicas que se retiraron del lugar.

—Caray, Bruce¿Por qué será que las chicas se acercan siempre a ti y a mí nunca?, me gustaría saber por qué será –dijo riendo en tono de broma.

—Será porque eres más feo que un loro cantando por Frank Sinatra —dijo Bruce, echándose los dos a reír.

Klaudia estaba decidida esa noche a seguir los consejos que le había dado su cuñada. Ella era más mujer que nadie y no permitiría que ninguna pelandrusca viniera a quitarle lo que era suyo. Estaba dispuesta a emplear todos sus encantos y sus armas de mujer con mucha dulzura y sensualidad hasta meter a Bruce en un bote hecho de miel y cerrar con un tapón la botella con él dentro.

Klaudia se encontraba echada en el sofá, vestida muy sexy, para que Bruce no se le pudiera resistir, dejando entrever toda su artillería mientras esperaba a Bruce, que sabía que vendría de un momento a otro, mientras pensaba: «ahora vendrá Bruce y le diré: es que estoy ardiendo de calor, ¿tú sabes cómo apaciguar este fuego que tengo en mi cuerpo?», cuando oyó abrir el cerrojo de la puerta y los pasos de Bruce acercándose.

—¿Qué haces ahí? —preguntó al verla tan tremendamente irresistible.

—Ya ves, pasando el rato —dijo Klaudia, que no conseguía eliminar el semblante serio que tenía su cara.

Bruce se acercó a darle un beso en los labios mientras que ella hacía morritos. Movió ligeramente la cara para que no la besara, impactando el beso de Bruce en su mejilla y dándose cuenta de la jugada. Le cogió la cara con ambas manos, y le dio un apasionado beso en la boca, que casi la deja sin respiración.

—No sigas, que me duele la cabeza, —dijo ella con aire formal.

—¿Se puede saber qué te pasa? –protestó Bruce al sentirla enfadada.

—¿No tienes bastante con tu mujer que tienes que recurrir a una puta? —soltó Klaudia a bocajarro.

—¿Pero qué estás diciendo? —inquirió Bruce—. Yo a Elena Onegan no la he visto hoy, y lo que vengo es muy cansado de estar todo el día repartiendo bultos con el camión, que es lo único que he hecho.

—¡Sei un bugiardo sporco! !Un cochino embustero! —gritó Klaudia levantándose del sofá totalmente alterada —. ¡Bugiardo! —gritaba fuera de sí—. ¡Podrás revolcarte con esa puta como un cerdo, pero a mí no me tocaras en tu vida! ¡Me das asco! —soltó de corrido la parrafada en italiano, hablando tan rápido que Bruce no comprendía nada, pero intuyendo que sería algo gordo lo que le estaba diciendo—. ¡Elena me lo ha contado tutto, tutto!

—Un momento, ¿qué te ha contado Elena? —preguntó Bruce entendiendo la última frase.

—Me ha llamado por teléfono esta mañana nada más irte, y me ha dicho que te ibas a follar con ella.

—Esa es una hija de puta —dijo Bruce comprendiendo lo que había pasado.

—Eso ya se lo dije yo. —declaró Klaudia echando a llorar mientras Bruce se acercaba a ella estrechándola entre sus brazos.

—¿No comprendes que esa mujer solo pretende separarnos? Entre esa mujer y yo no hay nada, puedes creerme –le dijo Bruce en tono convincente mientras la estrujaba cariñosamente contra su pecho..

—¿De verdad? ¿Cómo te puedo creer?

—Porque te quiero, y no te cambiaría por nadie —aseguró Bruce con esa mirada limpia, mirando fijamente a los ojos de su amada, besándola tiernamente en los labios.

—Me gustaría creerte, Bruce, pero ¿por qué no te sales de la empresa? Puedes tener otro trabajo.

—Necesito saber qué es lo que motivó que me dispararan en Beirut y hacer que paguen todos los culpables —dijo secándole las lágrimas de sus mejillas—. Pero te prometo que será por poco tiempo, en cuanto averigüe algo dejaré de ir.

—Al menos te tendré aquí por las noches —dijo Klaudia más convencida, abrazándose a él.

—Bueno, tanto, tanto, no —dijo él un poco titubeante—. Mañana saldré de ruta con el camión y estaré fuera unos días, o unas semanas.

—¡¿Qué te vas a ir con esa guarra unos días o unas semanas?! ¡Pues por mí te puedes ir pero para siempre! ¡Vete y no me hagas sufrir más! ¡Desde que te conozco no he tenido sino sufrimiento!

—¡Klaudia, escucha! —dijo intentando tranquilizarla.

—¿Es que no te das cuenta del daño que me estás haciendo? –Dijo ella empezando a llorar de nuevo –Quisiera no haberte conocido nunca. —Sus palabras se le clavaban a Bruce como un puñal en el pecho, con la angustia agolpada en su garganta—. Me has hecho una desgraciada.

—No te preocupes, no es mi intención hacerte sufrir. —Se separó de ella y entró en el dormitorio.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella al ver que cogía una maleta y empezaba a echar sus cosas en ella.

—Quizá haya sido mala idea volver a vivir juntos —dijo Bruce que no podía llorar, lleno de angustia al ver que su presencia era la causa del sufrimiento de su esposa—. Las cosas que hago por bien, a ti te hacen llorar, y no quiero ver más lágrimas sobre tu cara. Quizá lejos de ti puedas encontrar al hombre de tu vida que te haga por fin feliz —dijo mientras cerraba su maleta, dirigiéndose hacia la puerta de la calle provocando en el corazón de Klaudia un vacío inmenso al verlo partir.

—¡No te vayas, Bruce, no te vayas! —suplicó Klaudia corriendo hacia él y cayendo desfallecida junto a sus piernas. Se agarró a sus pantalones y los mojó con sus lágrimas—. ¡Te perdono! ¡Te perdono! ¡Pero no me dejes, porque sería mi final!

—Levántate, cariño. —Tiró de ella para levantarla—. No me tienes nada que perdonar, porque yo no te he hecho nada malo.

—Es igual, pero te perdono, y esa será la mayor prueba de amor que nadie jamás haya hecho por ti. No me importa lo que hayas hecho, te lo perdono, pero no me dejes nunca, solamente prométeme que no me dejarás –suplicó con sus ojos vidriosos mirándolo tan enamorada.

—Te prometo que te quiero y que te querré todos los días de mi vida —dijo él mientras sus labios se juntaban con frenesí, con amor, con pasión desmesurada y con ansias infinitas de poder amarse—. Eres la cosa más bonita que pude comprar en la tienda. susurró besándola de nuevo.

—¡Bruce, te acuerdas! —dijo ilusionada.

—Me alegro de haberte escogido –musitó Bruce besándola de nuevo mientras se abrazaban.