El refrigerio

Mientras tanto, Klaudia, Carol y Cristina, en compañía de John que las llevó en su descapotable, habían acudido al hotel Royal, un bonito hotel de cinco estrellas que se encontraba no muy lejos de donde ellas estaban.

Lee Perrine, se encontraba en uno de los lujosos salones del hotel dando una charla, sobre la felicidad, la salud y la vida natural ante una nutrida concurrencia que lo escuchaba atentamente.

—No me deis dinero, no me deis poder ni una multitud de artículos inútiles para consumir, porque nada de eso necesito para ser feliz —declamaba ante el auditorio Lee Perrine, un tipo de unos treinta años, de cabello rubio, con una cuidada barbita, ojos azules, y una piel intensamente clara. –—. Dadme amor, que es lo que necesita mi corazón, porque el amor es lo único que da la felicidad —decía en el momento que entraba por la puerta del salón, acompañadas por John las tres chicas con su espectacular belleza, que al abrir la puerta principal, hicieron que todos los allí presentes repararan en ellas.

—Ah, perdón —se disculpó Klaudia en voz baja al sentir cómo las miraban todo el auditorio, interrumpiendo por un segundo la charla.

—No importa, pasad, —dijo Lee Perrine reparando en ellas—. Cuatro espíritus más que buscan la felicidad y la paz. , -adentrándose John y las tres chicas, y tomando asiento. –Porque no hay nada en el mundo que nos pueda dar la libertad, la paz y la felicidad, sino el amor. Tirad todas vuestras pertenencias inútiles, deshaceros de ellas, quedaos desnudos ante el mundo y escuchad vuestro corazón. ¿Qué es lo que dice? —le preguntó al auditorio, que no dio respuesta—. ¿Nada? ¿No decís nada? —preguntó en tono de broma, levantando algunas sonrisas entre el entregado público—. Cerrad ahora bien los ojos y escuchad vuestro corazón tapándodose los oídos con los dedos- ¿Qué es lo que os pide el corazón?

Los asistentes todos, cerraban los ojos y se tapaban los oídos ante las miradas incrédulas de las chicas y de John, que finalmente hicieron también lo mismo.

—¿Si me tapo los oídos, cómo escucho a mi corazón? —le susurró en voz baja John a Klaudia, que lo mandó callar poniendo su índice sobre sus labios.

—Chisss. —dijo Klaudia mientras cerraba también los ojos, estando todos así un par de minutos hasta que Lee Perrine dio una palmada para despertarlos.

—¿Y qué es lo que pide vuestro corazón? —preguntó Lee al auditorio—. ¡El corazón pide amor! —pronunció alzando las manos eufóricamente—. ¡Decidlo conmigo!

—¡El corazón pide amor! —gritaban todos alzando también las manos—. ¡El corazón pide amor!.

—¡Mi corazón pide amor! —gritó también Klaudia, eufórica, mientras se levantaba del asiento alzando los brazos, totalmente convencida—. ¡Mi corazón pide amor! –Gritó otra vez-

—Por eso, si es necesario apartarnos del mundo, nos apartamos —prosiguió Perrine—. Porque las manzanas sanas no pueden estar junto a las manzanas podridas. La comunidad del Arco Iris, os invita a todos vosotros, a tener la experiencia de convivir unos meses en la comunidad y, a partir de vuestra experiencia, decidáis qué es lo mejor para vuestras vidas.

—¡Lo mejor es amar! —gritó una mujer de unos cuarenta años, de pelo largo y moreno y que trabajaba de enfermera en un hospital.

—¡Yo necesito amar! —dijo también Klaudia convencida levantándose de la silla ante la mirada de John y sus amigas, mientras Carol le tiraba de la falda para abajo para que se sentara.

—No hace falta que seas tan efusiva —dijo Carol –—. Aquí solo hemos venido para hablar con Lee Perrine.

—Y ahora. —Lee siguió hablando—. Si queréis hacerme alguna pregunta sobre el tema, os la contestare con mucho gusto.

—En esta vida hay personas buenas y malas, ¿cómo se puede amar a todo el mundo? —preguntó un hombre de unos treintaaños que escuchaba con atención.

—Hay que amar a los amigos y también a los enemigos —contestó Lee Perrine a un público entregado—. Solo así seremos libres.

Cristina se levantó del asiento para hacerle una pregunta.

—¿Es verdad que bajo el nombre Arco Iris se esconde una secta en la que retienen a chicas y no dejan que las visiten sus padres ni sus parientes?

—¡Oh! —exclamó al unísono el auditorio, que no daban crédito a lo que oían sus oídos.

—Eso es todo falso —dijo Lee Perrine—. Las puertas de la comunidad están abiertas para todo el mundo que quiera entrar, pero mucho más para todo el que quiera salir.

—Entonces, ¿por qué no deja que Olivia Wilde se reúna con sus padres? —insistió Cristina, que quería por todos los medios ayudar a su marido.

—No sé absolutamente nada de lo que dice, pero si quiere, después de la charla puede pasar a mi despacho y con mucho gusto trataremos de aclarar este asunto. Por mi parte, doy por concluida la conferencia. Muchas gracias a todos por asistir —dijo Lee Perrine provocando el aplauso del auditorio.

—Quiero a esos tres bombones de ahí en mi despacho —le dijo Lee Perrine a uno de sus ayudantes mientras abandonaba la sala.

Bruce Tanner llegó a su casa contento, estaba deseando de decirle a su mujer que había abandonado para siempre la empresa y que Elena, que era una de las personas responsables de lo que le pasó en Beirut, estaba por fin camino a la cárcel y que desde ese instante se dedicaría todos los días a estar con ella, pero cuando abrió la puerta vio que no había nadie en el apartamento, pasando a continuación a tocar el timbre del apartamento de sus cuñados que estaba en la puerta de enfrente.

—Tony, ¿está Klaudia por aquí? —preguntó cuando Tony le abrió la puerta.

—Klaudia, mi mujer y Cristina creo que se van a meter en un lío, y puede que corran peligro —explicó Tony, un tanto alterado.

—¿Pero qué estás diciendo? —dijo Bruce inquieto.

—Carol me llamó esta tarde para decirme que iban a ir al hotel Royal a escuchar una charla de Lee Perrine, el guía de la comunidad Arco Iris. Quieren preguntarle sobre una tal Olivia.

—Esas chicas están locas —dijo Bruce más tranquilo—. Pero ¿qué peligro tiene eso?

—Me acabo de meter en Internet para intentar averiguar algo de ese tipo, y resulta que tiene veintidós demandas por violación y acoso sexual, pero no ha llegado a prosperar ninguna porque misteriosamente todas las chicas retiraron las demandas, o la policía había argumentado falta de pruebas para cerrar el caso.

—¡Será cabrón! —El cuerpo le dio un vuelco a Bruce al oírlo –—. ¿Por qué no me has avisado antes? —le recriminó a su cuñado.

—Ahora mismo tenía el teléfono en la mano para hacerlo. He intentado avisar a mi mujer y a Klaudia, pero tenían el teléfono apagado –dijo Tony que las llamó cuando ellas apagaron sus teléfonos en la charla para no molestar. ¿Avisamos a la policía?. –le preguntó a Bruce.

—¿Para qué? —contestó Bruce—. Hasta ahora no han hecho nada en veintidós denuncias, no quiero que mi mujer sea la número veintitrés. Voy a coger mi pistola —expresó Bruce muy serio y salió a toda prisa para su apartamento.

Al finalizar la charla en el salón del hotel uno de los ayudantes de Lee Perrine se acercó hasta las chicas cuando ya todos los asistentes estaban abandonando la sala.

—Señoritas, dice el señor Lee Perrine que tengáis la amabilidad de acompañarme a su despacho.

—¡Ay, qué bien! venga, vamos —les dijo John a las chicas.

—No, tú no —le detuvo aquel tipo muy serio parando a John con la mano –—. Las órdenes son que pueden pasar solo las señoritas.

—Yo voy con ellas —protestó John.

—Me temo que no —zanjó el tipo, muy serio.

—¡Pues que sepas que eso es discriminación! -protestóJohn muy serio, quedándose allí esperando mientras las chicas se dirigían a lo que Lee Perrine decía que era su despacho. En realidad era una habitación muy amplia, con tres sofás para sentarse, y amueblada y decorada con mucho lujo.

—Estas tías están buenísimas —les dijo Lee Perrine a dos de sus ayudantes, que estaban junto a él-—. A la de los ojos verdes dejadla para mí, vosotros podéis tiraros a las otras dos. Me la pienso tirar aquí mismo, delante de ustedes, para que aprendáis —expuso Lee sentándose en uno de los sofás con un vaso de whisky en la mano.

—¿Y cómo nos las vamos a apañar? ¿Tapándoles las bocas y atándolas? Si armamos mucho escándalo aquí en el hotel, podemos tener problemas.

—No hará falta —dijo Lee Perrine—. Yo de niño vivía en un rancho con vacas, y mi padre, para que las vacas se pusieran cachondas para que las pisara el macho, les echaba una pastilla en el agua que era infalible. Y casualmente tengo tres de ellas en el bolsillo —dijo Lee provocando la risa de sus dos compinches.

—¿Y le vas a dar a una chica de cincuenta kilos una pastilla para poner cachonda a una vaca de quinientos kilos? ¿No te parece demasiado?

—Me parece que es demasiado efectivo —dijo Lee Perrine riendo—. Ya veréis a las chicas retorcerse de ganas cuando les haga efecto, y suplicarnos a los tres que las follemos una tras otra.

—Lee, eres un genio —dijo uno de sus compinches echándose todos a reír.

Uno de los hombres de Lee entró acompañado por las tres chicas.

—Paz y amor —saludó Lee Perrine al verlas entrar haciéndole con los dedos una V de victoria.

—Paz y amor —contestó Klaudia mientras Cristina y Carol se mantenían un poco expectantes al ver que aquello no era precisamente un despacho.

—Por favor, sentaros —les dijo Lee con cortesía—. Enseguida respondo acerca de Olivia Wilde. Estos son tres de mis ayudantes, podéis hablar aquí con tranquilidad, son de total confianza. –sentándose los tres cada uno en uno de los sofás.

—Señor Lee —le dijo Cristina abriendo el fuego—. Nosotras somos amigas de Olivia Wilde, y queremos verla.

Uno de los tipos les colocó unos refrescos sobre una pequeña mesa.

—Permitidme que os ofrezca este humilde refrigerio. —dijo Lee Perrine con un vaso en la mano—. Está hecho con frutas del huerto de nuestra comunidad. No hay nada que quite mejor la sed en este tiempo de calor, paz y amor.

Ellas chocaron sus vasos en señal de brindis antes de darle un sorbo a la bebida.

—Está bueno —dijo Klaudia tomando un buen trago –—. Y dulcecito —remató diciendo y volviendo a beber de nuevo dejando el vaso por la mitad.

—Beban, beban, cuando se os acabe podemos echaros más.

—Hablemos de Olivia Wilde —insistió Cristina, saboreando un trago del refresco.

—Con mucho gusto —asintió Lee amablemente—. Olivia es verdad que estuvo con nosotros un par de meses, pero se marchó por propia voluntad.

—¡Ay, que calor más grande hace! —exclamó Klaudia haciéndose aire en el pecho con la mano y bebiéndose el medio vaso de refresco que le quedaba de un trago para refrescarse.

-Beban, hay más, fresquito –les dijo Lee amablemente.

—¿Y a dónde se fue? —preguntó Cristina al tiempo que se desabrochaba un botón de su camisa por los sofocos que estaba sintiendo, mientras bebía un trago del refresco.

—Cuando llegó a la comunidad venía acompañada de Lawrence Clay, un joven que por lo visto era su novio, y se marchó con él sin decir a nadie dónde —contestó Lee.

—¡Ay, por Dios, que calor más grande! —dijo Cristina desabrochándose un par de botones de la camisa y bebiéndose su refresco de un trago—. ¿No se abran equivocado y nos han puesto la calefacción en verano?

—Paz y amor, amigas. Paz y amor —dijo Lee sentándose en el sofá junto a Klaudia, poniéndole una mano sobre su rodilla mientras se sentaba, pero recibiendo un fuerte manotazo de Klaudia en la mano de Lee, que resonó en toda la sala,.

Klaudia iba sintiendo cómo un fuego muy intenso la quemaba por dentro, sintiéndose abrasar sus genitales y su bajo vientre. mientras todo su cuerpo era presa del deseo.

Los compinches de Lee se sentaron riendo, cerca de las otras dos chicas.

—Qué pantalones más bonitos —le dijo uno a Cristina, poniéndole la mano sobre el muslo.

—Sí, preciosos —dijo ella con voz jadeante poniendo su mano sobre la de aquel tipo y deslizándola hasta aproximarla a sus genitales.

Lee Perrine insistía con Klaudia de nuevo, intentando desabrocharle un par de botones más de la camisa, pero volvió a recibiendo otro sonoro manotazo mientras sentía cómo sus pechos palpitaban con cada latido de su corazón, como si quisieran galopar libres con sus pezones erguidos, pensando que había sido un error darle un manotazo a unas manos que solo querían liberarlos para ser felices, pensando que se merecía un premio solo por intentarlo.

—Yo no puedo aguantar más. , ¡Ay que calor! –—exclamó Carol por su parte desabrochándose los botones de su blusa, y quedándose totalmente con sus turgentes pechos de punta al descubierto, echándose con pasión sobre uno de los tipos que tenía al lado para besarlo en la boca.

—¿Dónde está mi mujer? —le preguntó Bruce a John cuando llegó con Tony al vestíbulo del hotel.

Las chicas están todas en el despacho privado de Lee Perrine.

—¿Por qué no estás con ellas? —preguntó Bruce precipitadamente.

—No han querido, me discriminan por no ser mujer —expuso John con cierto halo de tristeza.

—¡Vamos, llévanos donde están, rápido! —apremió Bruce antes de salir los tres corriendo hasta llegar frente a la habitación de Lee.

—Alto. No pueden pasar. —Les detuvo un hombre que custodiaba la puerta exterior de la sala, a lo que Bruce no contestó ni siquiera, sino que le dio una patada de kung-fu en la cara con tal fuerza que rebotó contra la pared y cayó inconsciente al suelo.

El pomo de la puerta estaba cerrado, por eso le dio un fuerte golpe con el pie y abrió las dos hojas de la puerta de par en par. Al entrar en la sala vio la sugerente estampa que protagonizaban las chicas en medio de aquellos tipos con caras un tanto desencajadas por el miedo. Bruce y Tony y John se apresuraron a abrocharle algún botón a las chicas, todavía un tanto aturdidas por causa de la droga, que les producía un efecto alegre, como si estuvieran algo borrachas los tres ayudantes de Lee se lanzaban contra Bruce y Tony para hacerles frente, mientras John seguía tapando a sus díscolas amigas que se resistían entre risas por el calor que sentían. Bruce, se quitó de encima en menos de un segundo a dos de los tipos que intentaban agredirle, y con la cara totalmente encolerizada, pensaba hacerlos picadillo, dirigiéndose a continuación hacia Lee Perrine, que se encontraba junto a su mujer, mientras Tony se enredaba en una pelea con el tercer compinche.

—¿Quién es Lee Perrine? —preguntó Bruce.

—Soy yo. —confesó Lee puesto de pie delante de él, dándole en ese momento Bruce un fuerte puñetazo en la cara que le rompió la nariz cayendo al suelo, acercándose a continuación hasta Bruce Klaudia para darle un beso en los labios.

—¿Estás bien cariño? —Bruce abrazó a su esposa.

—Estoy bien —dijo Klaudia con evidentes signos de embriaguez—. Solo que te veo tan sexy…

Bruce se abalanzó sobre Perrine, y sentándose sobre su pecho empezó a propinarle toda una gama de puñetazos en la cara mientras Lee Perrine balbucea como podía.

—Por favor, no me mates.

—Eso lo decidiré luego —dijo Bruce sin dejar de pegarle —. Después de que te enseñe que se debe de respetar a las mujeres –le dijo mientras le reventaba la cara a golpes.

—No les hemos hecho nada —dijo como pudo Lee Perrine—. No sabíamos que eran vuestras chicas, nosotros solo vimos a tres tías buenas.

—¡¿Tres tías buenas?! —exclamó Bruce totalmente irritado poniéndose en pie y dándole una tanda de patadas a Lee tendido en el suelo. -—. ¡¿Tres tías buenas?! —gritaba con rabia mientras le rompía alguna que otra costilla de una patada –—. Te voy a quitar yo a ti las ganas de tías buenas. —dijo sacando su pistola totalmente furioso y apuntándole a la cabeza para dispararle, deteniéndose un instante y apuntando a sus testículos después de pensarlo mejor. Estaba a punto de apretar el gatillo cuando Klaudia se echó sobre su esposo.

—Bruce, no lo mates. —exclamó Klaudia deteniéndole el arma con sus manos en un pequeño forcejeo en el que se escapó un tiro que dio en el suelo, justo entre las piernas de Lee.

—Déjame, la humanidad me lo agradecerá —dijo Bruce intentando dispararle de nuevo, pero sin lastimar a Klaudia, que le tenía la pistola cogida con sus manos. El arma volvió a dispararse, esta vez la bala impactó cerca de la cabeza del aterrado Perrine, que no se atrevía a mover ni un músculo.

—Olvida todo esto —dijo Klaudia—. Yo estoy bien, no me ha pasado nada –dijo abrazándolo.

—Como quieras. —manifestó Bruce dándole una última patada con desdén saliendo para afuera.

—¿Estás bien? —preguntó Tony abrazando a su esposa después de terminar la pelea.

—Sí, estoy bien, pero no sabes tú lo que te he echado de menos —dijo Carol mientras le metía la mano en el bolsillo del pantalón buscando el pene de su marido al tiempo que se abrazaba a él, mientras que el personal del hotel, alertado por los disparos, entró en el lugar para socorrer a los heridos.

— Llamad a la policía —gritó uno de ellos.

—Sí, llamadla, alguien le ha pegado a estos tipos —dijo Klaudia mientras salían.

—Menuda paliza les han dado —dijo Tony disimulando mientras salía con su esposa del brazo, al tiempo que por otra puerta, entró en la sala Federico Mendoza, al que había avisado Bruce por teléfono mientras se dirigían al hotel en el coche.

—Avisad a un médico —dijo el conserje al ver a Lee Perrine envuelto en sangre—. Lee Perrine se encuentra mal herido.

—¿Este es Lee Perrine? —preguntó Fede con asombro acercándose a él.

—Sí, necesita un médico —dijo el conserje precipitadamente.

—Apártese de aquí —dijo Fede pegándole un empujón al conserje—. Yo soy médico. colocándose sobre el pecho de Lee Perrine para darle una tanda de puñetazos en la cara.

—¿Dónde está mi mujer? —preguntaba enfurecido a Lee que balbuceando como podía negaba que conocía ni a él ni a su esposa.

—Oiga, usted no es médico —gritó el conserje.

—Sí, este es un nuevo tratamiento —dijo Fede arreándole otro puñetazo, al tiempo que se le acercó hacia él Cristina, que lo había visto de refilón llegar, abrazándose a él.

—Fede, cariño, no sabes cuánto te necesito —dijo mientras sentía en su cuerpo un calor intenso y unos deseos irrefrenables de hacer el amor.

Bruce conducía el coche de vuelta a casa mientras Klaudia en el asiento de al lado, rabiaba de deseos de hacer el amor con él, después de haberle hecho plenamente efecto el afrodisiaco de veterinaria, que se tomó disuelto en el refresco.

—Bruce, tengo mucho calor. ¿Tú no tienes calor? —preguntó Klaudia mientras se abría totalmente la camisa, mostrándole los pechos.

—Estás muy acalorada —dijo Bruce conduciendo-—. Quizás tengas fiebre.

—Sí, pero fiebre de hacer el amor —dijo ella—. Para aquí el coche y vamos a hacerlo. Te necesito —exclamó abrazándose a su pecho.

—Vamos por la autopista, aquí es imposible parar —contestó Bruce—. No sé lo que te habrá dado ese tipo, pero tú no estás bien.

—No estoy bien, tengo fiebre, mira, toca aquí. —le dijo ella cogiéndole su mano derecha y poniéndosela sobre uno de sus pechos—. ¿Ves? ¿A que estoy caliente?

—Sí —contestó él—. Más caliente que una plancha. —echándose los dos a reír mientras ella cogía de nuevo su mano chupándole sensualmente un dedo.

—¿No se te ocurre hacer nada? —dijo ella con picardía.

—Cariño, me estás poniendo cachondo. Al final voy a tener que frenar el coche en medio de la autopista para hacer el amor contigo. Vamos a procurar aguantarnos hasta llegar al apartamento —dijo Bruce, que intuía que algo le habían dado a su chica.

—¿Ah, sí? —dijo ella cogiendo el dedo que acababa de chupar metiéndolo debajo de la falda entre sus piernas-—. ¿Tú crees que nos dará tiempo de llegar?

—Como sigas así, seguro que no. Me estás poniendo a ochenta cariño. —contestó Bruce que pisaba a fondo el acelerador con la intención de llegar a su apartamento lo más pronto posible para hacer el amor con su mujer, cuando ella muy lentamente, le abrió la cremallera de los pantalones.

—Voy a ver si es verdad que estás a ochenta –—dijo Klaudia al tiempo que el pene de Bruce saltó enorme como un resorte apuntando al cielo.

—Otra vez el muñequito de paseo —murmuró Bruce.

—¡Es verdad! —dijo Klaudia sin parar de reír, al tiempo que le dio por jugar con él, bajándolo hacia abajo con un dedo, y soltándolo para que se levantara como un resorte de forma automática.

—Deja de jugar ya con eso, que vamos a tener un accidente —comentó Bruce totalmente excitado, al tiempo que Klaudia se sentaba sobre él mientras iba conduciendo, introduciéndose el pene dentro de su cuerpo empezando a moverse. –—. Por Dios, Klaudia, estate quieta, vamos a tener un accidente, no me dejas ver la carretera —dijo Bruce lleno de pasión y de deseo de poseerla.

Por suerte que llegaron a la altura de una salida de la autopista, conduciendo el coche como pudo y parando justo a la entrada de un camino solitario, donde Bruce agarró a su esposa con todas sus fuerzas haciendo el amor una y otra vez hasta quedar exhaustos.